viernes, 23 de septiembre de 2022

It's a kind of magic

Soy reacio a las balumbas supersticiosas que revisten de falso romanticismo el proceso creativo. A mi parecer, toda esa farfolla sobre la inspiración, las musas y los estados meditativos o incluso mediúmnicos en los que se habrían ejecutado algunas obras clave de la cultura (el Libro de las revelaciones de San Juan de Patmos, El Corán, el Kublai Jan de Coleridge, la trilogía de La invasión divina de Philip K. Dick) es una pantalla de humo que no tiene otro propósito sino alejar el Arte de las roñosas uñas de los pecheros, a quienes no se consideraría lo bastante desarrollados ni estética ni intelectualmente para escribir un poema, pintar un cuadro o componer una sinfonía.

El Arte es un lenguaje. Si eres capaz de hablar, de leer y escribir, e incluso, a veces, aunque no domines esas formas básicas de comunicación (conocemos casos de artistas autistas y savants), puedes aprender la gramática del Arte y emplearla para crear belleza o transmitir mensajes a través de él. Al igual que todas las otras formas de comunicación, el Arte puede ser aprendido y podemos perfeccionar nuestro dominio de él a fuerza de ejercitarlo. Revestir de metafísica alienante una técnica que cualquiera interesado puede aprender con un poco de disciplina y perseverancia es, además de clasista, falaz e insultante.

Lo cual me crea no pocos problemas cuando la magia, o algo parecido a la magia, interviene en mis propios procesos creativos.


Hace cuatro años intenté explicar en una entrada del Paratroopers lo que entiendo que entendemos por un genio y acabé desarrollando mi tesis acerca de lo que no es un genio. Releyendo ese texto hoy en día no estoy todo lo satisfecho que debería. Me dejé llevar por uno de mis vicios públicos, la verbosidad vacua, y por uno de mis vicios secretos, la Arquitectura, y descuidé el propósito final del artículo. Bien porque me estaba quedando ya demasiado largo, bien porque los plazos de entrega apretaban, bien porque el apetito de las ocas sagradas así lo exigió.

Leyendo la entrada El Factor X, no acaba de quedar claro qué es el genio y cómo reconocerlo.

Voy a tratar de enmendar ese error, pero no rescribiendo el original, sino desarrollando el tema por otra vertiente. En El Factor X intenté explicar qué es el genio a través de la obra, y muy especialmente el carácter, de algunos arquitectos tenidos por geniales. Hoy voy a intentar explicar qué es el genio a través del proceso creativo mismo. Concretamente el de un escritor, sin renunciar a tomar ejemplos de otras artes.

Por el camino, espero hacer suficientes chistes divertidos y alusiones al vudú femenino de nuestras madrinas predilectas para que tú, amado lector, no te aburras demasiado.

Allá vamos. Brace yourself.

Como escritor, hay pocas actividades más peligrosas que releer tus obras antiguas, tentación que deberías evitar en la medida de lo posible, no por evitarte las venenosas seducciones del narcisismo, sino para ahorrarte el mal trago de redescubrir todas las cosas que hiciste mal en ese texto que ya dabas por amortizado y sentir la responsabilidad de corregirlo.

La vergüenza torera es veneno con sabor a miel. O helado con sabor a Riley Reid.

Nuestro favorito.

Como escritor, evito por todos los medios releer viejos textos. Es una experiencia humillante navegar por frases que, mil, dos mil, cinco mil páginas de experiencia más tarde te descubres capaz de perfeccionar sin esfuerzo, con menos y mejores palabras; empantanarte al intentar descifrar tramas que en su momento te parecieron cristalinas y evidentes y que ahora se delatan caprichosas, oscuras y pantanosas; contar los párrafos reiterativos, los adjetivos sobrantes, los capítulos enteros que podrías haber eliminado sin mácula para el texto definitivo.

(Soy responsable de al menos una novela corta escrita durante mis tiempos de instituto que en su momento proclamé el summum de la literatura de terror y que hoy no soporto leer porque me parece un pedo mal tirado).

Ya he contado, varias veces, estoy seguro (aunque me da mucha flojera buscar los enlaces), mi experiencia con un libro cuya primera versión finalicé con veinte, veintipoquísimos años, y dejé en un estante mientras trabajaba en otras cosas. Pero voy a volver a contarlo.

Había estado trabajando en el texto definitivo de esta novela con la inestimable ayuda de un amigo de la capital del reino, a quien con malicia de escritor de folletines hacía llegar la novela por entregas, manteniéndole en un cliffhanger perenne. Luego un pequeño incidente de seguridad informática, un virus particularmente destructivo, arrasó mi disco duro con todos los archivos editados en colaboración con mi Lector Cero y también los que no lo estaban aún. Informé a mi amigo, lamentándome por no haber hecho copias de seguridad de todos mis archivos, y suspendimos sine die el trabajo sobre aquel libro en concreto, que tenía que volver a teclear desde la primera letra hasta el punto final.

(En mi defensa diré que por aquel entonces no existían las memorias USB, aún estaban apareciendo las primeras grabadoras de CD domésticas, costaban un cojón, era dificilísimo encontrar discos grabables y la única alternativa que nos quedaba a los pobres para tener copias de seguridad eran los disquettes, de los cuales yo habría necesitado cientos para tener copias de todos mis archivos).

Tiempo después, con unos cuantos cientos de miles de palabras más en mi hoja de servicios, tuve no sé si la inspiración o la desgracia de recuperar aquella novela, volver a digitalizarla (o sea, teclear como un mono) y editar un nuevo borrador definitivo

Enhoramala se me ocurrió semejante estupidez. La lectura de aquella semilla de libro fue bochornosa. La trama, si es que se puede decir que tuviese argumento alguno, era accidental y veleidosa, los personajes unidimensionales, repelentes y estereotipados, el lenguaje desganado y amateur, los escenarios nebulosos, el conflicto, si es que tenía alguno, oscuro, clandestino e indescifrable.

Menuda patada de humildad en los huevos. Vaya con la lección de primer día de curso de Escritura Creativa. Yo había intentado escribir una novela negra de conspiraciones internacionales, espionaje y acción con toques sobrenaturales y había perpetrado un promiscuo puñado de plantillas de best-seller barato sin profundizar ni comprender realmente ninguna de ellas y desfigurado a mis héroes y a mis antagonistas hasta llevarlos al colmo del ridículo.

A cada página, a cada párrafo, a cada capítulo de aquel desastre con el que me torturaba tenía la misma reacción visceral; literalmente mi estómago se encogía y en mi mente tomaba cuerpo la misma idea: «pero ¿de verdad yo he escrito esta puñetera mierda?».
(La respuesta es «sí» y mi redención se extendió a lo largo de siete años de trabajo y más de seiscientas mil palabras de extensión. Reescribí el libro prácticamente de cero y, aunque sigo sin estar satisfecho al 100% con él, comienza a no dar tanto asco como su primera iteración. Y es que esto de la Literatura consiste en perseverar y sobrevivir el tiempo suficiente para que llegue tu oportunidad).
Sin embargo, ocasionalmente, rescatar del archivo algún trabajo pretérito te reserva también sorpresas deliciosas. Es ese momento en el que lees algo que has escrito, y que no recordabas, y te quedas con cara de imbécil, diciéndote «pero ¿esto lo he escrito yo? Imposible. Es demasiado bueno para ser mío».

En primer lugar, ten cuidado con ese sentimiento. Si una frase, un párrafo, un cuento parece demasiado bueno para que lo hayas escrito yo, podría ser que, en efecto, no lo hayas escrito tú. A fin y al cabo un escritor es esclavo de sus textos y víctima de sus lecturas. Bien podría suceder que ese alarde de genialidad que tanto te ha sorprendido proceda directamente de tu repositorio inconsciente de textos de otros autores. Si nunca te ha pasado no te imaginas la rabia que da tener ese «momento de inspiración» y convencerte a ti mismo de que las musas han descendido del Olimpo y te han hecho una mamada para acabar descubriendo que, con la mayor inocencia, has tomado algo de otro escritor, una construcción, un argumento, un personaje, un diálogo que reposaba en las tiniebla de tu memoria y, sin malicia alguna por tu parte, lo has volcado en tu página sin ser consciente del plagio involuntario.
(Y si el plagio es deliberado, ya te digo que eres una basura, un fraude y un cabrito).
(Te pongas como te pongas).
Pero ocupémonos, que tal es el propósito de esta entrada, de la segunda manifestación del fenómeno «esto es demasiado bueno para ser mío», o sea cuando no existen dudas sobre la autoría de ese pasaje que te ha dejado ojiplático y culipriétido.

Eso que estás viendo con ojos como huevos de paloma es el dulce y huidizo fruto del genio.

El que suscribe ha tenido esa experiencia varias veces ya y sigue pillándole por sorpresa. Porque el chispazo de genio no se puede predecir, no se puede provocar ni reproducir, y tampoco, esto es importante dejarlo claro, te convierte en un superdotado.

El genio es la inspiración que recompensa la transpiración, y es un fenómeno tan misterioso y complejo que una entrada de mierda en una bitácora astrosa no te lo va a describir con justicia, pero a pesar de todo vamos a intentarlo.
Esto queda explicado. Pasemos a lo siguiente.

Como Orson Welles, que ya no disfrutaba del cine porque desde su experiencia como actor, escritor y director ya no podía dejar de ver «las vías del travelling», cuando tienes suficientes tablas en esto de juntar letras, hay pocas cosas de tu trabajo y del de otros que te pillen con la guardia baja. Vas leyendo lo que surge de tu teclado, tu pluma, o progresas en la lectura de un libro ajeno y vas desmontando, casi automáticamente, todos los ingredientes de esa frase, ese párrafo, ese capítulo, ese argumento; identificas al antagonista de la historia en cuanto aparece, predices los puntos de giro de la trama con páginas de anticipación, intuyes o reconoces las influencias del escritor, porque tú también has leído esos libros, estudiado la técnica de esos autores, o porque en realidad tampoco hay tantos tipos diferentes de historias que se puedan contar y porque los diferentes géneros literarios tienen sus convenciones que el autor está obligado a respetar, y sabiendo eso está todo sabido y casi basta con ir tachando los elementos de la lista que corresponda para pillarle las vueltas a la película, la novela, el cómic que estás descubriendo y, con un poco de suerte, disfrutando.

Esta habilidad que acabo de describir no es un atributo esotérico ni un poder sobrenatural. No es otra cosa que el talento. No todo el mundo lo posee o no lo posee en grado suficiente, como no todo el mundo está capacitado para jugar al ping-pong, hacer equilibrios sobre la rueda de una motocicleta en marcha o echar cuatro sin sacarla, pero incluso quienes sólo poseen una migaja, un átomo, un quark de talento pueden ejercitarlo, desarrollarlo, perfeccionarlo.

El talento no es más que la capacidad de comprender una técnica o un asunto concreto, y se manifiesta y demuestra a través de la aptitud, o sea la capacidad de ejecutar esa técnica o diseccionar los componentes de ese asunto, descifrar su lógica interna y reproducirlo. No necesariamente con los mismos resultados.

Cuando recurres al «Viaje del héroe», cuando dotas a tu protagonista de una vulnerabilidad que lo haga más humano o lo deje más expuesto al drama o a la influencia de sus enemigos, cada vez que divides tu novela en la estructura clásica en tres actos, te esfuerzas por evitar los encabronantes devs ex machina, trabajas la profundidad de las tramas y la psicología de tus personajes en mudo homenaje a la inteligencia de tus lectores o empleas un plot device estás recurriendo al talento.

El talento es un interruptor que puedes pulsar a voluntad y que pone en marcha mecanismos que comprendes y conoces, mecanismos cuyo producto final eres capaz de predecir, por ingeniería inversa rastrear hasta su fuente y, mediante mecanismos predictivos afilados en la amoladera de la experiencia y la práctica cotidiana de la escritura, proyectar hacia el futuro y conocer, de antemano, qué efecto van a tener en los siguientes capítulos.

Cuando ves una escena o lees un texto que tú, o algún otro, ha escrito, texto o escena que tal vez estabas esperando desde hace diez o doce minutos de metraje, diez o doce páginas de novela, de cómic, y puedes identificar todos sus ingredientes, y tus resabios de escritor y lector te dicen no sólo que ése es el momento propicio en el que introducir ese pasaje, esa escena concreta, sino que es el único buen momento para hacerlo, y entiendes y eres capaz de explicar por qué y predecir, con un grado de certidumbre casi clarividente, cómo va afectar al resto de la historia, lo que estás viendo es un guiño de autor a autor, la floritura de un autor virtuoso, una expresión de su oficio, una luminaria de puro y simple talento.

Es fácil reconocer el talento. El talento es aquello que ves y te dices a ti mismo «es bueno, incluso muy bueno; y además sé cómo lo ha hecho (aunque yo no sea capaz de imitarlo) y sé por qué lo ha hecho aquí y ahora y no en otro momento y otra parte».

El talento es lo que te permite identificar la archifamosa pistola de Chéjov, que en cuanto aparece en escena sabes que, antes o después, alguien la va a disparar.

Yo sé cómo se ha pintado la bóveda de la Capilla Sixtina. Conozco la técnica del fresco. Sé cuatro cosas de anatomía artística, dibujo, pintura, composición e historia del Arte y del contexto histórico en el cual Julio II encargó esa obra. Obviamente no tengo el talento casi superheroico de Miguel Ángel, ni su formación artística, y jamás, jamás, aunque me resetease a mí mismo, regresara al útero y desde mi nacimiento me impusiesen una formación exclusiva en artes plásticas llegaría a alcanzar el dominio técnico que poseía él.

Entiendo cómo se ha pintado la Capilla Sixtina. Eso no quiere decir que pueda copiarla, que sea capaz de igualar o mejorar el original, sino que podría pintar mi propia versión de los frescos de la Sixtina. Sería una parodia aberrante, una blasfemia artística e histórica, una broma de mal gusto, un cagarro, un mojón, un «ecce mono» pero creo que, con sólo un poco de documentación y paciencia y uno o dos experimentos (aunque conozco la teoría de la técnica jamás he pintado al fresco) podría reproducir, con mis párvulas habilidades, una Caspilla Sietemesina que respetase la estructura, el simbolismo y la composición de la original.

Talento, una vez más, es aquello que ves y dices «es bueno y sé cómo se ha hecho», aunque no puedas reproducirlo tal cual, porque ya hemos dicho que eso del talento está peor repartido que la belleza o el sentido común.

El genio es otra cosa.

Algo muy distinto.

El genio no se puede provocar. No acude cuando lo llamas. No responde a tus órdenes. No se deja cortejar ni seducir. No hay ningún interruptor que lo active, y si lo hay está bien escondido y no depende de ti accionarlo. Si estuviésemos hablando de animales, el talento sería un perro y el genio un gato, pero no cualquier gato, sino el más desconfiado, pendenciero y soberbio de los gatos callejeros.

Es realmente difícil decir de dónde procede el genio y muy aventurado sugerir siquiera que se pueda ejercitar o no. ¿Cómo ejercitas una habilidad que no comprendes y sobre la que no tienes control alguno? Ahora entenderás por qué he introducido este artículo hablando de magia. ¿Qué nombre darle a algo cuya naturaleza fracasas en descifrar?

No, no es cosa de meigas ni de diañus. Aquello a lo que normalmente se llama genio es, casi con absoluta seguridad, la expresión de procesos intelectuales inconscientes. El genio es la respuesta a una pregunta que no pudiste responder en cuanto te fue planteada, el resultado de una tarea que habías pospuesto, o incluso abandonado de pura impotencia, pero en la que, sin intervención alguna por tu parte, tu cerebro ha seguido trabajando.

Y como el genio es el resultado de una máquina cuyo funcionamiento sólo tenemos pretensiones de empezar a comprender y que llevamos menos de tres generaciones estudiando, el genio es etéreo, misterioso, inesperado, indomable y huidizo; probablemente porque se genera en las mismas factorías neurológicas de donde proceden las «intuiciones» y el «instinto» que, una vez más, no tienen nada de sobrenaturales, no son el «sentido arácnido» de Spíderman sino el producto de algoritmos ejecutados
en segundo plano por nuestra dura mollera a partir de observaciones que ni siquiera somos conscientes de haber hecho y que a veces te desvelan cuando estás pillando el sueño, quizá porque ése es el momento en que empiezas a apagar funciones accesorias y la ausencia de «ruido» te permite acceder a ese flujo de datos clandestino.

¿Cuántas veces has entrado a una habitación e instantáneamente te has sentido incómodo? ¿A cuántas personas te han presentado o has conocido que, sin poder explicar el motivo, antes incluso de tener oportunidad de abrir la boca y demostrarte que son gilipollas, has rechazado de forma instintiva? No es un sexto sentido, no es precognición. Es tu cerebro, anticipándote la respuesta a preguntas que ni siquiera le habías formulado aún. Sí, tu cerebro, capaz de procesar mucha más información y mucho más rápido de lo que imaginas y que ha escaneado esa habitación y a esa persona sin esperar a que tú se lo ordenases, y ha analizado sus observaciones a una velocidad alucinante, y ha llegado a la conclusión de que procedía declarar Defcon 4.

Tal vez tú no has visto todavía las manchas parduscas en la esquina de la mesita de centro, y que podrían ser café o mermelada prehistórica, pero tu cerebro sí y ha decidido que si existe la más mínima posibilidad de que pudiese ser sangre estaba justificado ponerte en estado de alerta. Puede que no hayas visto conscientemente los tatuajes carcelarios de la persona a la que te acaban de presentar ni el bulto de la navaja que lleva en el bolsillo, pero tu cerebro ya los ha anotado y tomado medidas al respecto, como ha fichado las microexpresiones de su rostro, esa ligerísima mueca de desdén, como si supiese algo que tú no sabes o te estuviese preparando una mala pasada, esa mirada de arrogante desprecio propia de los matasietes de mala cuna y peor vivir.

Si el talento te hace decir «¡qué pasada!» y «sé como lo has heeeechoooo», el genio te hace decir «oh, bendita, oh sacrosanta y mil veces mil alabada frondosa bisectriz de Riley Reid, suma sacerdotisa de la fornicación cinematográfica, ¿De dónde COÑO ha salido eso?» y sobre todo «¿a quién tengo que matar para repetirlo cada vez que quiera?»

La respuestas son: de ti y a nadie.
Al genio no le puedes poner silla ni riendas. Recuerda el símil que hemos hecho más arriba: el genio es un gato salvaje. Uno absolutamente imposible de domesticar. Aparece cuando le da la gana, no cuando tú lo llamas, rechaza todos tus intentos por acariciarlo y se mueve silencioso, invisible, fuera de tu umbral de percepción.

El genio es una fuerza de la naturaleza. Caótico e impredecible. Siempre en movimiento, siempre mutable. El genio es arrollador y caprichoso.

Pero raras veces se presenta a las personas sin talento alguno. No es probable que te haga una visita cuando estás tumbado en el sofá de tus padres, rascándote la parranda a contrapelo con una mano y encendiendo un porro con la otra. El genio exige trabajo y entrenamiento. Al genio se la ponen gorda los desafíos. Es, si me permites otro símil, un músculo que no sabes que tienes y que no puedes activar a voluntad pero que se atrofiará si no lo ejercitas.

Tal vez el genio sea el siguiente escalón evolutivo del talento. Yo qué sé. Cuando ejercitas tu talento le allanas el camino al genio. Lubricas la entrada de tu ano creativo, aunque el genio sólo te vaya a meter la puntita y no cuando tú quieras que te la meta. Y te conviene estar bien engrasado, porque el genio tiene un pollón del tamaño de una bombona de butano. Cuanto más preparado estés para recibirlo, más llevadera será la experiencia y mayor provecho sacarás de ella.

El genio es la inspiración que te llega como recompensa de la transpiración (el talento, ejercitado a diario).
Con la práctica se llega a la perfHOSTIÓN.

¡Qué extraño y maravilloso placer releer un trabajo tuyo que llevas tiempo sin visitar, ir desmenuzando automáticamente todas las estructuras y mecanismos de la historia y llegar a una frase, un párrafo, un pasaje que no recordabas y sentir ese escalofrío sensual, ese dulce estupor que se verbaliza en un «hostia, ¿de verdad esto lo he hecho yo?»!

Yo no tengo ni planeo tener hijos, pero me imagino que la sensación que te produce encontrarte o experimentar un chispazo de genialidad debe de ser equivalente a echarle un vistazo a tu niño y que te recuerde a Henry Cavill o notar lo mucho que se parece tu princesita a Sara Sampaio y decirte «¿de verdad este pináculo de perfección biológica ha salido de mis plebeyos cojones?»
¿Te imaginas a sus hijos? Roooaaaaar.

Y es una experiencia adictiva. En cuanto la has probado, quieres repetir. Sueñas con encontrar un camello que te venda más mierda de ésa. Acudes a libros de autoayuda, chamanes, iglesias, gurús y rituales paganos que perjuran ofrecerte los mismos resultados que sólo el genio provee y saquean tu ya mezquina hacienda de escritorzuelo muerto de hambre.

Pero el genio es insobornable. Incorruptible. No se le puede invocar mediante ritual alguno. No admite componendas. O te pilla trabajando o en un descanso del trabajo, pero no va a presentarse cuando a ti te de la gana y no se va a manifestar si no ejercitas tu talento.

Si en la puta vida has estudiado música ni aprendido a tocar un instrumento musical, es poco probable, y estoy siendo diplomático, que se te ocurra una idea genial para una melodía o una canción. No es imposible que tengas una, mil ocurrencias. Pero las ocurrencias no proceden del genio, sino de la ignorancia y el tedio. No vas a escuchar la voz del genio si no haces las preguntas correctas, y sólo aprenderás cuáles son esas preguntas ejercitando tu talento.

Sin disciplina ni talento como mucho tendrás «ideas felices» que ya se le habrán ocurrido antes a alguien que las habrá aprovechado mejor que tú, y ocurrencias de diletante, que son las primas putillas y sifilíticas del talento. Ideas de mierda que nunca podrás convertir en argumentos, que jamás te proporcionarán una trama, de las que nunca saldrán historias, que no se pueden traducir en novelas, cómics, películas...

El talento reconoce los problemas habituales, y tiene la solución a todos ellos.

El genio acude cuando la situación es desesperada y sólo él puede rescatarte del quilombo en el que te has metido. Y lo consigue usando poderes mágicos que no alcanzas a comprender.

El talento hace lo que puede.

El genio hace lo que debe.

El talento es el policía de Metrópolis que mantiene las calles de la ciudad relativamente a salvo de raterillos, trileros y vándalos.

El genio es Supermán. Sólo aparece cuando se le necesita.

Y no siempre.

Ya, ¿qué quieres? ¿Que te repita una vez más que esto de escribir es difícil de cojones? Pues ahí va: esto de escribir es difícil de cojones.

Pero tener arrebatos de genio de una disciplina que no ejercitas, o sea para la que no mantienes entrenado tu talento, por poco que poseas, es de imposible a inútil. Aunque jamás hayas emborronado una cuartilla, si por algún milagro sináptico se te ocurre una idea genial para una novela, no vas a saber qué coño hacer con ella porque no has entrenado las habilidades necesarias, el talento con el que sacarle partido.

Eso sí, que esta nueva información que acabo de compartir contigo no te disuada de escribir tu libro.

Un libro que, ambos lo sabemos, no será más que otro libro de mierda.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Chicago, comentarte solamente, amado lector, que parecen estar multiplicándose las cabeceras y las personas (entre ellas algunas que de entrada apoyaron esa catastrofía de Los anillos de poder
) que comienzan por fin a darse cuenta de que, además de estar escrita con el escroto, y quiero decir literalmente con el escroto, la serie va ya por la mitad de temporada y aún no ha pasado nada y los protagonistas les siguen importando un cojón a los pobres sufridores que aún se mantienen misteriosamente fieles a esta violación en manada del Legendarium de Tolkien.

Nosotros no lo sabemos porque nos quedamos en el segundo capítulo. Por motivos de salud física y mental.

Mira por dónde, el capricho de Jeff Bezos es un excelente colofón para la presente entrada.

P
rueba a verte un par de capítulos de Los anillos de poder si a pesar de todos nuestros esfuerzos no has sido capaz de seguir el desarrollo de la presente entrada de la bitácora. La absoluta vacuidad de este artefacto infumable, profanación cínica de la obra de J.R.R., es el resultado de ponerte a producir una serie de televisión con un presupuesto pornográfico y un equipo ideológicamente motivadísimo pero carente del más mínimo átomo de talento y ciegos por completo al genio del universo que están adaptando y del hombre que lo creó.

viernes, 9 de septiembre de 2022

Las víctimas inocentes

He tocado la oscuridad.

Y me ha mordido.

El cipote. Con unos dientes llenos de sarro.

Amazon Studios ha liberado los dos primeros capítulos de El señor de los anillos: los anillos de poder.

Por amor a ti, mi querido lector, me los he visto. Con náuseas y dolor anal, pero me los he visto.

Y no pienso ver el resto de la serie. Ni aunque Lleff Bizums pusiese toda su fortuna a mi nombre.


Qué desastre.

Nunca creí que vería una adaptación de Tolkien que hiciese parecer buena a El hobbit, con la que nos despachamos a gusto en la infancia de la bitácora.

Hasta ahora.

Qué desperdicio de dinero y qué palmaria ausencia de talento. He visto fan-fiction de El señor de los anillos mejor rodada y más digna.

La serie más cara de la historia de la televisión, ese costosísimo capricho de nabab de un hombre tan asquerosamente rico pero tan ciego a la evidencia de que por mucha pasta que tengas hay cosas que no están a la venta, es un artefacto patético, aburrido, anodino y carente de personalidad y carácter. ¡Y barato! ¡BARATO! Mira, mira, esa malla de escamas ESTAMPADA EN UNA CAMISETA:

¿Cuánto dices que se han gastado?


Todos los temores que avivaron los cada vez peores trailers liberados a lo largo de los últimos meses se han confirmado. ¡Tanta guita y tantos asnos con tan poca idea de cómo gastarla! Negritud absurda y chuminismo machorro metidos a hostias porque REPRESENTEISHOOOOOON, entre cero y por debajo de cero conocimiento, no hablemos ya de respeto, del material adaptado, atmósfera y trabajo actoral de teleserie baratiuska del arrowverso (pecado capital teniendo en cuenta, otra vez, los volquetes de lana que se han gastado), un Elrond de mercadillo que se parece a Doogie Howser, una Galadriel terrenal, obsesiva y hombruna, un Celebrimbor en batín de fundador de playboy, unos hobbits mugrientos y trotamundos que no deberían aparecer en la serie y que no se llaman hobbits porque Amazon Studios no tiene los derechos sobre el nombre, una Froda Bolsona y una Samuela Gamyia de Aliexpress, un Negrolas de Hacendado cuyos únicos rasgos de personalidad dignos de mención parecen ser el color de su piel y sus ansias de sexo interracial (y que paradójicamente es el único personaje que no da flojera), unos enanos con acento escocés, unas enanas sin barba, un istar retrasado y medio en pelotas y cuidado con las curvas a la salida de la autovía porque me he mareado.

Enanos cantando gospel.


Me puse los dos primeros capítulos de El (presunto) señor de los anillos: los (supuestos) anillos de poder y desde el minuto uno empecé a tomar notas porque es que los errores de concepto, el reparto equivocado, los nubarrones de pereza y desgana cinematográfica, inexplicables en una producción de estas dimensiones y con este presupuesto, el plagio descarado de herramientas narrativas y visuales ya usadas en la trilogía de Peter Jackson, el lustre de Todo a cien del atrezo (¡qué falsas lucen las armaduras y las espadas, por Tulkas!) y las cagadas humeantes se acumulaban a tal velocidad que ya me dolían los ojos y el ano:

Éste no. El mío.


1. Empezamos mal. Intento de copiar la fórmula de Peter Jackson con Galadriel de narradora. Y les ha salido como el culo. Y, espera un puto minuto, ¿los niños elfos también son unos cabrones, como los niños humanos, y a la pobre Galadriel le hicieron bullying de pequeña? ¿A Galadriel? ¿Pero esto qué es?

2. Muestran la destrucción del Laurelin y el Telperion rapidito, sin escenificarla ni mostrar a Morgoth ni mencionar a Ella-laraña como si quisieran quitársela de encima cuanto antes because reasons o porque no tienen los derechos.

Prácticamente todo lo que verás de Valinor.


3. La batalla inicial pretende ser épica (otro intento de copiar el formulario de La comunidad del anillo) y se queda en decepcionante y pretenciosa. Muere el hermano de Galadriel y nos come los huevos porque hace diez segundos que le hemos conocido y no nos ha dado tiempo a cogerle cariño. Otra vez más parece que tuviesen prisa por quitárselo de encima. ¿Para qué se dejaron esto en el montaje entonces?

4. Minuto 7:30 y Galadriel "Commander of the Northern Armies" está usurpando el papel de su inventado hermano, una trama que Tolkien jamás escribió y que entra en abierta colisión con el retrato y biografía del personaje que J.R.R. estableció en sus libros y notas, pero Amazon Studios nos la representa así, vamos, como una camionera lesbiana con dolor premenstrual, porque ya sabemos que Tolkien era un tóxico y un machista, ¿verdad? Lo ves clarísimamente en sus libros, por ejemplo cuando Galadriel expulsa al Nigromante de Dol Guldur porque donde esté su rubio papo élfico no manda ni Dios, o cuando esa misma Galadriel resiste la tentación del Único en el momento en que Frodo se lo ofrece, o cuando Eowyn mata al Rey Brujo de Angmar, el más poderoso de los Espectros del Anillo, al grito de «¡a mi rey no lo tocas que no me sale de mi sudado potorroooooooo!», o la misma Eowyn le dice a Éomer «en casa zurciendo calcetines y haciendo guisos te quedas tú si te da la gana, que yo me voy a la guerra con espada, escudo y un hobitt de contrabando», o cuando Luthien rescata a Beren del castillo de Morgoth y juntos roban un silmaril de su corona, o cuando Elrond le dice a Arwen «no te puedes casar con Aragorn, que es mortal y cuando palme se te romperá el corazón» y ella le contesta «aguántame la cerveza». ¡Qué misógino y machista, el Tolkien!

La prensa babiosa y canallesca, como siempre, al servicio de la pasta.


5. Galadriel quiere seguir adelante a través de una tormenta de nieve aunque eso le cueste la vida a sus hombres. ¡Qué diferencia con Aragorn, recriminando a Gandalf que si continúan internándose en el paso de Caradhras el frío matará a los hobbits! ¿Y qué coño hace vistiendo armadura y cota de malla en ese clima? ¿Los elfos son endotermos o exotermos? ¿El metal helado no conduce su temperatura corporal ni se les pega a la piel?

Galadriel después de explotarle una bolsa de Chettos.


6. Aparece un troll y me digo «a ver cómo se las arreglan para que Galadriel sea la heroína de la escena». Y eso es precisamente lo que sucede. El troll esmocha elfos a dos carrillos y Galadriel lo derrota, espada en mano y sin aparente esfuerzo, gracias a la interseccionalidad transitiva de su performativa parrocha. Y en reconocimiento a su hazaña de macho sin carallo, sus hombres, repito que es importante el matiz, hombres, la abandonan en su búsqueda de Sauron porque machismo, porque patriarcado, porque techo de cristal.

7. Minuto 17:36 y entra el título de la serie. Ah, ¿que no habíamos empezado aún? Y al fin aparecen esos hobbits que no pueden llamarse hobbits porque de los hobbits no se supo prácticamente nada hasta que a mediados de la Tercera Edad se asentaron en los valles del Anduin, y parecen todos refugiados sirios que llevasen mil años sin ducharse.

8. Y sale a escena ese Elrond tirillas y con pinta de seminarista pedófilo que se parece tanto a un Elfo como mi tío Evaristo sin afeitar a la primorosa Riley Reid. No, no tengo un tío Evaristo, y esta serie no tiene un Elrond, ni nada que se le parezca. No hay ni un personaje «élfico» que inspire la aristocrática majestuosidad, el esplendor casi sobrenatural, el milenario desdén de, por ejemplo, Lee Pace en El hobbit, casi lo único aprovechable de las dos últimas películas de esa infausta trilogía.

Esto sí es un rey de los elfos.

Sólo hay tipos random intentando convencernos de que son elfos, cuando es tan dolorosamente obvio que han fracasado en convencerse a sí mismos.

"Shut-up fart knocker!!"

9. El Gran Rey de los elfos le puso límites a la misión de Galadriel por su propio bien («¡Machismo! ¡Heteropatriarcado! ¡Manspreading!») y ella, en un acto de empoderamiento turbovaginista, decidió saltárselos. («¡No eres mi dueño! ¡Mi chocho, mis reglas!»).

10. Media hora ya y sigo incapaz de conectar con ningún personaje ni tengo repajolera idea de la trama. ¿Estoy viendo la historia de la búsqueda de Sauron por Galadriel? ¿Y el resto de personajes y subtramas qué están, de relleno? Oh, joder, y esa filosofía gypsie-colectivista de los Harfoots acerca de lo mucho que mola ser un puto vagabundo depredador mugriento sin un puñado de polvo en el que caerse muerto. ¿Estos homelesses cubiertos de roña son hobbits? ¿De verdad? ¿En serio son los mismos hobbits que nada aprecian más que quedarse en sus casas, con los pies hacia el hogar de la chimenea, comiendo, bebiendo cerveza y fumando esa hierba para pipa que yo siempre he sostenido que no podía bajo ningún concepto ser tabaco?

Hobbits con alergia al jabón.


11. Que no hay manera. Que no puedo. Que soy incapaz de comprar a esta irreconocible Galadriel masculinizada, cero-élfica y con armadura. Ya no es que no me crea a la pobre de Morfydd Clark como Galadriel, que no me la creo ni me da la impresión de que se esté esforzando por lograr que me la crea; es que esa coraza le sienta como a la virgen María un tanga de látex negro, un tatuaje maorí en la teta izquierda y un strap-on. ¿Por qué mierda me han escrito a esta Galadriel como si fuese Red Sonja?

11. "Without it [su espada] what am I to be?". Ah, perdón, ¿que esta Galadriel, la elfa más poderosa de la Tierra Media (el propio Sauron se iba de vareta cuando se imaginaba un encuentro con ella) y una de las más sabias, no es nada sin su objeto fálico de muerte? ¿Pero qué puto anormal ha escrito estos diálogos de mierda? Porque alguien que haya leído alguna vez un libro de Tolkien... o cualquier otro libro no, eso seguro.

12. Insinuación de los amores entre Negrolas, con su armadura de cartón pintado, y la curandera humana. ¿Tengo que recordar, una vez más, que los elfos no, repito, NO se enamoran de los hombres, que eso sólo ha sucedido tres veces en toda la historia de la Tierra Media (Beren y Lúthien, Tuor e Idril y Aragorn y Arwen) y por expreso deseo de Ilúvatar? Aparentemente sí, tengo que hacerlo.


13. 44 minutos y aún no ha pasado nada digno de mención. Es como si el capítulo todavía no hubiese comenzado.

14. ¡Aaaaaaah, que no es que Gil-Galad y Elrond manden, o sea destierren, a Galadriel a Valinor porque estén celosos de ella, sino para protegerla, porque han tenido una visión en la que si seguía buscando a Sauron acabaría encontrándolo y eso sería malísiiiiimooooo! O sea, que dos de los elfos más nobles, valientes y sabios de la Tierra Media (Gil-Galad morirá a manos de Sauron durante la Batalla de la última alianza), aparte de imbéciles y unos gallinas,
contemporizan con el enemigo. Supongo que por solidaridad vergaportadora. Me quedo más tranquilo.

15. Y en el barco, casi a la vista de Valinor, Galadriel se aferra a la daga de su hermano muerto. De nuevo, simbología viril y envidia de pene a tutiplé, agravada esta vez por el estigma de un incesto implícito. En serio, ¿quién es el mamón, el gilipollas, el, y perdón por la palabra, individuo que ha escrito esta serie? Encoñada de su venganza, esta Galadriel fálica, esta Faladriel, renuncia a las Tierras Imperecederas y salta del barco.

Para acabar en Númenor, sospecho.


16. La música es barata, molesta, intrusiva, pretenciosa, engañosamente épica, un triste remedo de la colosal partitura de Howard Shore para la trilogía de Peter Jackson por la que ganó dos Óscars y no fueron tres porque en 2003 los prebostes de la Academia aprobaron una norma para impedirlo.

17. ¡Qué cansino ese Gandalf que no es Gandalf, que llega a tierra como Songoku y que probablemente no pueda usar el nombre de Gandalf, porque, una vez más, probablemente no tengan los derechos sobre el personaje! ¡Y además qué Gandalf de Hacendado parece, si es que es Gandalf, comparado con sir Ian McKellen! En definitiva, ¿es Gandalf, Supermán o un esnifador de pegamento en calzoncillos?

18. Llevo ya un buen cacho del segundo capítulo y, joder, lo único que medio me importa es que con lo ligera que parece esa túnica que lleva Faladriel no se le transparenten los pezones en toda la escena del agua. ¿Qué es? ¿Una túnica élfica tejida con hechizos preservadores del pudor de las hijas de los eldar (+10 en Ofuscación pechuguil)? Pues me cago en la magia de los elfos. Sí, sí, ya sé que esto no es Juego de tronos, pero tampoco es El señor de los anillos, así que, Amazon Studios, ¿por qué preservar la asepsia asexuada del pacato Tolkien cuando ya os habéis follado su pobre cadáver marchito? ¡Enseñadme al menos una teta para que esto no sea una tetal... digo total pérdida de tiempo! Es más, ya que me habéis dado por cojones elfos de piel negra y enanos de piel negra en vuestra serie, a pesar de que Tolkien no los describe así en sus libros, ¿por qué os habéis quedado a media marcha? Sacadme hobbits de estatura humana, o mejor, de metro ochenta, enanos de dos metros veinte, elfas con tres tetas como la ramera de Desafío total... Puestos a enmendarle plana a J.R.R., mejor pecar por exceso que por defecto.

19. ¿Está Durin cabreado con Elrond porque no asistió a su boda? ¿PERO QUÉ COJONES ES ESTO? ¿QUIÉN, alabado sea Eru Ilúvatar, HA ESCRITO ESTA PUTA MIERDA? O sea, que en la historia de las relaciones entre enanos y elfos hubo cuatro grandes crisis: la Guerra de las Joyas desencadenada por los Enanos Mezquinos, el recelo entre Thranduil y Thorin (la caída de Erebor por la inacción de Thranduil tras el asalto de Smaug es un invento de Peter Jackson), la controversia del Nauglamír y la boda de Durin. Hay que JODERSE.

(Peter Jackson, sí, ese Peter Jackson que hizo seis películas sobre libros de Tolkien, y cuatro de ellas muy buenas, se puso a disposición de la producción como consultor externo, siempre y cuando le permitiesen leer los guiones antes de tomar una decisión, y Amazon Studios lo mandó a la mierda).

20. ¡Ah, por fin empiezan a pasar cosas! No sé el qué, pero pasan cosas. No entiendo qué pasa ni por qué pasa porque nadie se ha rebajado a explicármelo. Creo que tiene que ver con ese trozo de espada que el nene cabronías, ahorcable y vendible en el Mercado Negro de órganos encontró, pero además de no estar seguro, lo cierto es que no me importa lo suficiente. Además ¿un elfo que necesita una lámpara para ver en la oscuridad? Estáis de coña, Amazon Studios,¿verdad?

21. Y va y se acaba esta lavativa de carburo. ¡Por fin!

¿Cuál es exactamente el trasfondo de estos dos?


¿De verdad esta mierda que acabo de ver, con actores desganados, diálogos de flato, inclusión forzada, personajes y escenarios irreconocibles, intriga de opereta y un CGI que parece anticuado en comparación con el de la trilogía de Peter Jackson, rodada hace veinte años, ha costado 120 millones de dólares, 60 por episodio? ¿Y en qué coño, en el nombre de los cuernos del minotauro, se los han gastado? Porque en guionistas, actores, vestuario y armamento es obvio que no.

Esto no sé lo que es, pero no es El señor de los anillos, nunca ha sido El señor de los anillos y nunca lo será.

Esto es El señor de los anillos:

El cine entero aplaudió.


Esto es otra cosa. No sé el qué, pero definitivamente otra cosa, y además una catástrofe:

«Tu problema es que eres muy emocional, Faladriel».

Como lector de Tolkien no reconozco a los desdibujados personajes de Los anillos de poder, no reconozco los escenarios, no reconozco la trama, no entiendo cómo ni por qué alguien puede haber pensado que este producto castrado y mutilado llegaría a conmoverme, no me interesa lo que me están contando, me importa un pijo lo que suceda en el siguiente plano y no te cuento en el siguiente capítulo o en las próximas temporadas, si las ruedan, temporadas que no veré porque un capítulo de la primera ha sido suficiente y dos demasiado.

Hasta House of the dragon, cuyo piloto me dejó frío, ha mejorado notoriamente en su segundo y tercer capítulos. Por fin han empezado a suceder cosas. Por fin los personajes empiezan a tener algo que se parece sospechosamente a un arco de transformación. HBO sigue reescribiendo lo que ya está escrito y pretendiendo saber mejor que GRRRRRRRR Martin lo que pasó en los libros que el Gordo Cabrón escribió y ha publicado, y metiendo chorongos identitarios porque REPPPPPPRESENTEISHON, pero HOTD más o menos se deja ver. La serie empieza a funcionar, no del todo como precuela de Juego de tronos, de la que le faltan el carisma de sus personajes, el nihilismo destroyer y las avalanchas de tetas, pero empieza a funcionar.

(¿Por qué mierda escribir precuelas, si lo piensas un rato? ¿Por qué escribir lo que pasó antes de que empezasen a pasar las cosas realmente interesantes?)

Faladriel reflexionando sobre la insoportable levedad del ser.


Una vez constatado el FRACASO en representar con un mínimo de dignidad el universo imaginario de Tolkien, al menos podría quedarnos a los fans el consuelo de que Los anillos de poder funcionase como producto genérico de fantasía. Pero no lo hace. Los personajes son unidimensionales y un poco odiosos, el drama está apenas esbozado y yo, como espectador, no entiendo lo que está en juego, cuál es la amenaza, qué se puede perder si los malos, sean quienes sean, ganan, y qué tienen que ganar los buenos, sean quienes sean (porque esta irreconocible Galadriel engreída, andrógina, a tope de esteroides y obsesionada con la venganza no puede, no debe, no merece ser la prota).

Como forma de proveer un contexto que ayude a comprender la escala de esta cagada suprema tomemos La rueda del tiempo, serie también de Mamazon Stupidos con la que estos anillos poderosos comparte no pocos vasos comunicantes, adaptada también a partir de libros y aborrecida por todos los fans hardcore de la saga de Robert Jordan. A pesar de la negritud forzada porque black lives matters, la exaltación de la homosexualidad porque gay pride, el chuminismo intrusivo porque REPPPPPPRESENTEISHON y todas las demás cabronadas caprichosas que los desaprensivos showrunners le han hecho a la obra original, esta serie posee una dignidad inegable, es congruente como producto de ficción, aguanta el tipo como saga de fantasía, tiene un argumento atractivo y unos personajes simpáticos e invita a ver el siguiente capítulo.

Hay varias razones por las cuales Los anillos de poder no está funcionando, pero a nuestro entender son fundamentalmente tres:

UNO: al timón de la serie no parece haber nadie. ¡Y los dos primeros episodios los ha dirigido Juan Antonio Bayona! O al menos los firma él. Ya sabemos cómo funciona esto de la autoría en las modernas producciones audivisuales; tú rubricas el contrato y luego te dan siete tomos de la Espasa con todas las cosas que tienes que hacer porque un estudio de mercado o un comité ha decidido que eso es lo que la gente quiere ver, y entonces pasas de todo, ruedas la mierda que te piden como te la han pedido, cobras tu cheque y te vas a casa.

¿Estos dos capítulos completamente anodinos los ha dirigido el mismo cineasta de El orfanato y Lo imposible? ¿Me lo juras por Esnupi? ¿Y dónde está? Porque Lo imposible es una de las pocas películas de los últimos diez años que ha logrado hacerme llorar en el cine mientras que A shadow of the past y Adrift, los capítulos dirigidos por Bayona para Los anillos de poder, aparte de dar la impresión de estar rodados por el peluquero del vecino del carnicero de la madre de Bayona que una vez vio en una revista una foto del director de Barcelona, me producen entre indiferencia y dentera.

No hay, o no parece haber, cineastas tras Los anillos de poder. Y si los hay no los han dejado trabajar. Esta profanación del legado literario de Tolkien parece haber sido dirigida por activistas que odiasen al viejo profesor, autor de una obra atemporal adaptada a todos los idiomas de la humanidad, por haberse atrevido a escribir, en los años 50, una novela sin protagonistas negros, femeninos o maricas, y que aborrecieran a los fans leales a esa marca de cocaína, fans a los que consideran unos machistas, homófobos y racistas hijos de puta que no se dan cuenta de lo fachas y tóxicos que son por amar este cuento de hadas inmortal.

Y como detrás de esta aberración no hay directores, guionistas ni productores profesionales con conocimientos de narrativa cinematográfica y familiaridad, o al menos respeto, por la obra de Tolkien sino comités de queer commandos y escritores de tuits que jamás habrían aprobado un cursillo de producción cinematográfica o escritura creativa, nos dan a una insufrible Galadriel fálica «buscando venganza» (¡Galadriel! ¡La encarnación del eterno femenino en la obra de Tolkien!), una Faladriel que se han tomado muchas molestias para hacernos particularmente detestable y a la que encima no hay Dios que se la crea, lo cual no es poco problema siendo EL PERSONAJE PRINCIPAL, nos dan a un Gil-Galad profundamente cretino («esto de Sauron es mejor no meneallo, no sea que le hagamos salir de nuevo a la superficie y nos monte una liadica plus»), a un Elrond anoréxico y afeminado que ni el de los libros ni el de las pelis de Jackson usarían ni siquiera de condón para sacarle a Celebrían el hueso de la aceituna, nos dan unos diálogos infantiles que dan ternura de lo mal escritos que están, elfofobia por parte de los humanos porque en algún punto tenían que meter la cuña antirracista que el departamento de Relaciones Públicas de Amazon Studios consideraba imperativa, flagrantes omisiones exigidas por problemas de derechos sobre el material original, planos DES-CA-RA-DA-MEN-TE fusilados de las películas de ese mismo Peter Jackson al que sometieron al ostracismo (y que son los únicos planos que funcionan; mal y sólo a ratos, pero funcionan), un ritmo lento durante la mayor parte del metraje y a Celebrimbor esperando todavía a Elrond a las puertas de Moria, a tomar por culo de casa y sin una revista de sudokus con la que entretenerse.

Nope. Lo siento, pero no compro a este Elrond.


Además, ¿quién coño es esta tropa? ¿De dónde han salido todos estos actores, a la mayoría de los cuales estoy viendo en pantalla por primera vez en mi puñetera vida como espectador, y más pronto que tarde picaré el billete de mi primer medio siglo? ¿Con sesenta millones de dólares por episodio no había pasta para contratar estrellas? ¿Ni una sola? Tampoco tendría mayor importancia si el reparto de Los anillos de poder lograse con su talento, entrega, profesionalidad e instinto elevar la mierda de papeles que les han escrito. Pero es que no lo consiguen. Con todo lo que aún me chirría el aspecto amariconado de lesbianas cosplayers de la mayoría de los elfos de Peter Jackson, al menos él logró, a través de la ropa, el lenguaje corporal, las voces (¿no te has dado cuenta de que Liv Tyler parece cantar todas las frases de Arwen?), o sea mediante el diseño de producción, un concepto sólido y la últimamente denostada y socavada, por comités de gilipuertas, dirección de actores, establecer una clara diferencia entre los elfos y los simples mortales.

Aquí no hay distinción alguna. Y sí, joder, ¡claro que transmitir en una película la radiante beatitud, la elegancia natural, la luminosidad sagrada de los elfos de Tolkien, esa raza de semidioses o ángeles paganos, es difícil de cojones! Yo no sabría hacerlo, pero yo no hago cine. Tampoco Peter Jackson lo logró el 100% del tiempo, pero al menos él se aseguró de que algunos personajes élficos particularmente notorios cumpliesen con unos mínimos requisitos de elficidad: Elrond, Legolas, Celeborn, Arwen, Thranduil, Tauriel y, aunque las comparaciones son odiosas y ya estaba muerto cuando lo encontré, Señoría, lo juro por Dios, pero era una pena que ese culito se echase a perder y por eso pensé que mientras no estuviese muy podrido y no apestase demasiado podría sacarle partido, Galadriel. Mira que la recauchutada cara de Cate Blanchett me da coraje, pero joooooooodeeeeeer en cuanto entra en plano en La comunidad del anillo exuda magnificencia divina, belleza sobrenatural, esencia atemporal, santidad maternal.

Tal cual.


Los elfos de Los anillos de poder son indistinguibles de un simple mortal. Sólo ligeramente mejor duchados y vestidos. Cuando, camino de Bree, Sam y Frodo ven la comitiva de elfos que se dirige hacia los Puertos Grises, todo el cortejo parece desprender luz. Están rodeados de magia, belleza y maravilla que abandonan con ellos la Tierra Media para no regresar jamás. En cambio, cuando en el capítulo 2 de Los anillos de poder los náufragos pescan del mar a la Galadriel mexicana no sindicada no se dan cuenta de que es una elfa hasta que alguien le aparta el pelo mojado de sus orejas picudas.

¡Y encima el puto camisón no transparenta!


¿Una elfa a la que le basta un cambio de peinado para que no se le note que es una elfa? ¿Pero esto qué es? ¿Un chiste o una marca de gaseosa?

Adaptar un libro para la pantalla es difícil de cojones. ¿Cuántas veces hemos explicado ya esto? No las suficientes, al parecer.

Hace falta ser un genio para adaptar, o sea traducir con la necesaria fidelidad, un libro a una película o serie, y va Amazon Studios y le encarga esta tarea a unos completos ganapanes.

DOS: buena parte del problema de Los anillos de poder, aún descontando el patente zurdismo de sus responsables creativos, es que Jeff Bezos quería que sus minions le inventasen de nuevo la Coca Cola.

No te engañes, amado lector, la historia de El señor de los anillos que Amazon Studios quería hacer ya la hemos visto en la trilogía canónica de Peter Jackson.

Jeff Bezos quería demostrarnos que él podía hacer un producto audiovisual del Señor de los anillos y un Hobbit mejores de los que ya conocemos (en el caso de El hobbit, tampoco es que hiciese falta mucho para lograrlo, para qué engañarte).

Peeeeeeeeero por mucha pasta que tengas, no puedes comprar lo que no está a la venta.

Jeff Bezos presidiendo una junta directiva de Amazon.


Los hijos de Tolkien ya se pillaron, dicen las comadres, tremendo rebote bisiesto cuando en 1969 su padre vendió a United Artists, al parecer sine die, los derechos de explotación sobre El señor de los anillos por diez mil miserables libras esterlinas. En 1976, ya fallecido Tolkien, el productor Saul Zaentz se hizo con los derechos para la pantalla del libro pero UA retuvo los de distribución. Zaentz fundó una empresa, Tolkien Enterprises (más tarde transmutada en Middle-Earth Enterprises), para explotar esta franquicia. Tolkien Enterprises podía hacer casi cualquier cosa con El hobbit y El señor de los anillos: obras de teatro, series de televisión, radionovelas, videojuegos, películas, pero tanto El silmarillion como los Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media, publicados póstumamente por un clan Tolkien ávido de royalties, quedaban fuera del trato.

Fue Zaentz el que encargó a Ralph Bakshi la adaptación animada de El señor de los anillos de 1978 tras descartar un proyecto previo con John Boorman, sobre un guion de 300 páginas de Rospo Pallenberg (el de Excálibur y La selva esmeralda) que reescribía el canon de Tolkien prácticamente hasta la última letra; conato que costó 3 millones de dólares de los que Boorman y Pallenberg juran que no quedó un ochavo. Pero Zaentz no le dio a Bakshi ni el dinero ni el tiempo que habría sido necesario para hacer la película medianamente bien. Presionado para reducir costes y cumplir con los irreales plazos de entrega, Bakshi mezcló animación tradicional con actores reales rotoscopiados y coloreados, escatimó en fondos, recicló muchos planos, acabó reventado psicológicamente y produjo un largometraje que sigue siendo raro de ver, hipnótico por momentos, surrealista la mayor parte del tiempo y que, a ratos, da una vergüenza ajena que te cagas. La idea era sacar dos secuelas que terminasen de contar la Guerra del Anillo, pero la FRRRRRRRICIÓN entre Bakshi y los productores, el agotamiento de aquel y la falta de interés de ningún otro cineasta en unos libros que sólo habían leído un puñado de vírgenes miopes, aniquiló el proyecto.

"I always think I could do it better if I'd had enough time", admitió Bakshi en una entrevista de 2000. "It frightens me, what I could have done, what I should have done".
(Que no es que Bakshi no tuviese parné, ¿eh? Los cuatro millones de dólares de presupuesto con los que contó en 1978 son, ajustando la inflación, más de 18 millones de hoy en día; que viendo el resultado final no puedes evitar preguntarte en qué coño se los gastaron. ¿En putas y cocaína?).
Hasta que Peter Jackson, obsesionado con rodar una película del título fundacional de la fantasía heroica, empezó a sondear el campo minado de derechos sobre la obra de Tolkien, no se había vuelto a hacer nada con la franquicia aparte del juego de rol de mesa de 1984 (al que nos hemos echado alguna que otra partida, entre porro y porro del Dungeon Master). Un traumatizado Ralph Bakshi seguía siendo incapaz de ver su propia película (y que yo sepa aún no lo ha hecho), Saul Zaentz continuaba siendo el propietario de la licencia y United Artists, ya una filial de WB después de que Michael Cimino la arruinase, retenía los derechos de distribución. La cosa se complicó un poco porque Jackson estaba entonces bajo contrato con el infame Harvey Weinstein, que en su habitual estilo de gánster gordo y violador intentó hacerle a Zaentz la del trile, apoderarse de los derechos en exclusiva para Miramax y rodar una sola película, cuando el plan original del director neozelandés, embarcado ya en la fase de preproducción de un proyecto cada vez más embarrado, comprendía tres largometrajes: uno para El hobbit y dos para El señor de los anillos.

Un director para rodarlos todos.


El grasiento abusador de mujeres Weinstein no estaba acostumbrado a que desafiasen su autoridad omnímoda y más de una vez se le vieron las intenciones de dejar caer el bisnes antes que ceder ni un milímetro en sus exigencias, hasta que Universal, que quería a Peter Jackson para ese remake tan innecesario de King Kong, se ofreció como mediadora a cambio de repartirse con UA la distribución de los futuros largometrajes de El señor de los anillos, rodar tres películas en vez de dos y renunciar a toda pretensión sobre El hobbit, que permanecería bajo el control de Tolkien Enterprises.

Weinstein siguió tocando los cojones durante toda la producción de El señor de los anillos con su manía de que no era sólo posible, sino absolutamente necesario condensar ese tochaco de mil cien páginas (que dudamos mucho que se hubiese leído) en una sola película de dos horas y media, además de insistir en sus planes de adulterar o cortar momentos clave del argumento (la lucha contra el balrog, la batalla del Abismo de Helm, el papel de Faramir...) y hacer otras barrabasadas al guion tales como convertir a Eowyn en hermana de Boromir y reducir el papel de Saruman en la trama hasta hacerlo irrelevante. Tan impermeable a las ocurrencias del productor tocapelotas era Peter Jackson que el mejor amigo de Oprah Winfried amenazó con sustituirlo por Quentin Tarantino (¿te imaginas a Legolas diciendo «nigger» cada treinta segundos?) o John Madden (el de Shakespeare in Love). Jackson se acabaría vengando de Weinstein modelando a imagen y semejanza suya a uno de los orcos más viles y repulsivos de la trilogía.

Última foto de Harvey Weinstein antes de entrar en el trullo.


El resto es historia. Peter Jackson resistió todas las presiones, rodó las películas que le salieron de los huevos y que no son perfectas, pero casi, los herederos de Tolkien demandaron a Warner por regatearles su justa porción del pastel de mil millones, sólo en entradas vendidas, a través de esa contabilidad creativa que ya hemos explicado en la bitácora y Amazon Studios aprovechó la perrencha de los herederos de J.R.R. con Warner para soltar, antes de rodar ni un sólo plano, 250 kilos a cambio de las licencias de la obra de Tolkien que aún obraban en poder del clan, aprovechándose luego de un artefacto legal para librarse del control efectivo de Tolkien State, que carecía contractualmente de derecho a supervisión alguna sobre las series para televisión de ocho o menos capítulos, lo que abrió la veda para que los minions de Bezos empezasen a tramar sus fechorías sobre el Legendarium de J.R.R..

(250 millones sólo en derechos. Las tres primeras películas de Peter Jackson en el universo de la Tierra Media costaron 281 en total. O sea, que, redondeando, con los mil millones que dice Amazon Studios que se ha gastado en este mondongo se podrían haber rodado DIEZ películas de El señor de los anillos como las de la trilogía canónica. Es decir, una vez más, se podrían haber rodado si hubiesen puesto al frente del proyecto a gente que supiese lo que hacía).

("Those Elves the Calaquendi call the Úmanyar, since they came never to the land of Aman and the Blessed Realm; but the Úmanyar and the Avari alike they call the Moriquendi, Elves of the Darkness, for they never beheld the Light that was before the Sun and Moon.").

Peeeeeero El hobbit y El señor de los anillos siguen perteneciendo a Warner Bros. y El silmarillion y los Cuentos inconclusos están blindados por contrato contra cualquier putada que Amazon Studios pretenda hacerles. Encima, Middle-Earth Enterprises, la empresa anteriormente conocida como Tolkien Enterprises fundada por Zaentz para la explotación multimedia de El hobbit, El señor de los anillos y toda la obra de Tolkien no licenciada aún, acaba de ser adquirida por Embracer Group, que en principio sólo va a explotar el Legendarium de J.R.R. en forma de videojuegos pero, hasta donde he entendido, en el trato han adquirido todos los derechos sobre cualquier otra forma de explotación comercial de la marca que no poseyesen ya los de Amazon. Podrían rodar otra serie de El señor de los anillos, quiza previo trato con WB. Una miniserie de El hobbit. Publicar cómics de El silmarillion, novelas de «universo expandido», dibujos animados. Cualquier cosa.

Así pues, ¿qué coño ha comprado Jeff Bezos?

Puesto que Amazon Studios no podía echarle mano a los derechos de ninguna de las obras realmente valiosas del canon tolkieniano, toda la serie de Los anillos de poder está basada en despojos. En las notas al pie, los apéndices, los apuntes que Tolkien tomó para su uso personal, que no estaban destinados a ser publicados en forma alguna, que elaboró a lo largo de varios años, de los que existen diferentes versiones, algunas de las cuales se contradicen entre sí, y de los que un puto genio quizá habría podido sacar un argumento medio coherente.

Pero Amazon Studios no ha contratado genios para escribir esta serie.

Ojalá lo hubiesen hecho.

Me explico: El Silmarillion no es un libro de Tolkien, aunque nos lo hayan vendido así. Es una quimera compuesta por Christopher Tolkien a la muerte de su progenitor y su mera existencia, según las lenguas viperinas, muy lejos del rapto de piedad filial de un hijo que quería completar la obra de su padre fallecido, se debería a la rapacidad de los herederos de J.R.R., nunca ahítos de dinero.

Y Christopher Tolkien no lo hizo solo. No podía. Christopher Tolkien no era ni ha sido nunca escritor. Él se sumergió en los archivos de su padre, encontró las versiones más acabadas de media docena o así de historias inéditas de la Tierra Media y en 1974 hizo instalar a Guy Gavriel Kay en Oxford para que les diese algún sentido y para que escribiese el capítulo 22 prácticamente de cero, porque lo que había disponible al respecto en las notas de J.R.R. era un sindiós.

Gil-Galad es el único en estos dos primeros capítulos que MEDIO parece élfico.


Y aún habiendo contado con acceso exclusivo a los archivos de Tolkien, la colaboración entusiasta de sus herederos, la supervisión de Tolkien hijo y un escritor de talento como Guy Kay, El silmarillion es apenas legible. Oscuro, farragoso, antipático, ingrato incluso para los fans más enviciados de la prosa de J.R.R.. Tolkien comenzó a trabajar en los relatos de los que saldría su obra póstuma en 1914 (La caída de Gondolin, o al menos una versión preliminar de la misma, es de finales de 1916), como parte de su plan de escribir una mitología inglesa, pero estaba cambiando y corrigiendo topónimos, nombres y cronologías todo el rato y aparcando una y otra vez este proyecto para trabajar en otras obras. Tol Eressëa fue Kortirion antes de ser Tol Eressëa y Eriol acabó rebautizado con el más anglosajón nombre de Ælfwine. Lo más parecido a un Silmarillion que Tolkien dejó de alguna manera bien atado fue una versión narrativa de estos apuntes descabalados titulada Quenta Noldorinwa publicada póstumamente en el cuarto volumen de la Historia de la Tierra Media (otro chanchullo de los hijos de Tolkien por seguir exprimiendo las ubres del difunto y que no es sino una aún más desordenada colección de todas aquellas notas, poemas, andrajos y añicos que Christopher Tolkien y Guy Kay renunciaron a incluir en El silmarillion porque es que no pegaban ni con cola).

Tolkien padre intentó publicar una todavía inconclusa versión del Silmarillion, titulada esta vez Quenta Silmarillion, en 1937, justo después de El hobbit, que se estaba vendiendo como donetes en una convención de porreros, pero sus editores le dijeron que nanay. Que aquello era demasiado raro, demasiado deprimente, demasiado «céltico», demasiado siniestro. Que mejor les escribía una secuela de El hobbit, que los críos se lo estaban quitando de las manos. Y esa «secuela» acabó siendo algo más que una secuela y se convirtió en El señor de los anillos.

J.R.R. no volvió a trabajar metódicamente en su «Biblia de la Tierra Media» hasta haber concluido la corrección final del manuscrito de El señor de los anillos, publicado en 1954. Para entonces, Tolkien estaba poco menos que decepcionado con sus versiones tempranas de las historias de la Tierra Media y se puso a reescribir temas ya tratados en sus primeros apuntes en vez de incorporarlos a una narración propiamente dicha. Y siguió haciéndolo hasta su muerte, tras la cual su prole comenzó a publicar toda la morralla, todos los textos sueltos y sin revisar compilados, un poco de cualquier manera, en El silmarillion, los Cuentos perdidos de Númenor y la Tierra Media, los multiples volúmenes de la Historia de la Tierra Media...

Amazon Studios no ha adquirido la licencia sobre un libro. Ni sobre medio. No ha guionizado un relato, ni un cuento de Tolkien. Ha adaptado los apéndices de El señor de los anillos y los apuntes de J.R.R., recopilados al tuntún por sus codiciosos herederos para que la pasta no dejase de entrar. Amazon Studios ha edificado su castillo sobre arena. No hay un texto congruente sobre el que trabajar. No existe una obra que filmar. Los guionistas han tenido barra libre para escribir prácticamente lo que les ha dado la gana (sin poder tocar nada de lo establecido en El silmarillion, El hobbit o El señor de los anillos) a partir de los huesos endebles de los esqueletos incompletos de varias especies distintas, osadía a la que tal vez un buen autor podría haber dado forma digna, pero es que Los anillos de poder carecen de autor, ni bueno ni malo. La arrogancia de la producción de Los anillos de poder sólo habría sido aún más ignominiosa si se hubiesen puesto a adaptar La nueva sombra, esa secuela de El señor de los anillos que hasta al propio Tolkien, que nunca llegó a escribir más que unos párrafos, le parecía soporífera.

"I have written nothing beyond the first few years of the Fourth Age. (Except the beginning of a tale supposed to refer to the end of the reign of Eldaron about 100 years after the death of Aragorn. Then I of course discovered that the King's Peace would contain no tales worth recounting; and his wars would have little interest after the overthrow of Sauron [...]".

«No he escrito nada más allá de los primeros años de la Cuarta Edad. (Salvo el comienzo de un cuento que alude presuntamente al final del reino de Eldarion alrededor de 100 tras la muerte de Aragorn. Luego, por supuesto, descubrí que la Paz del Rey no contendría historias dignas de ser contadas; y sus guerras tendrían poco interés tras el derrocamiento de Sauron [...])».
Carta 338 de junio de 1972 a Douglas Carter.

Amazon Studios ha cogido de la obra de Tolkien lo único que Jeff Bezos podía comprar: las migajas de la época más aburrida, sosa y peor documentada de la Tierra Media, y le ha encargado la responsabilidad de convertir en una serie de televisión esos harapos de un riquísimo y vasto universo bien conocido y unos personajes amados por generaciones de lectores a un hatajo de ignorantes más preocupados por colarnos su mierda de panfleto identitario tardomarxista que por escribir una buena historia.

y finalmente TRES: con la miserable complicidad de otros medios de comunicación, Amazon Studios ha puesto en marcha una desesperada, millonaria e insultante operación de agitprop cuyo objetivo es alienar con carácter preventivo a los fans de Tolkien, genuinamente preocupados por el olor a putrefacción que detectaban en los avances de la serie. El mensaje de Amazon no podía ser más obvio: «hemos hecho la mejor serie de El señor de los anillos que se podía hacer y nadie se ha quejado y si alguien se queja es un fascista, un hater y un tóxico». Artículo número dieciséis punto cuatro del Libro de Doctrina de la Comunicación Empresarial: cuando la cagues bien cagada, niega los hechos y échale la culpa a tus clientes por atreverse a decirte que lo estabas haciendo mal.

¿Sabes a qué me recuerda esto, amado lector?

Hugh Hefner antes de forjar los anillos de poder.


Cuando la protesta generalizada de los fans por la monstruificación de Sonic en la película homónima llevó a los productores a retrasar su estreno y rediseñar al personaje para que se pareciese más al de los videojuegos, desde algunas tribunas se habló del «triunfo del fan tóxico».

Al parecer, exigir que Sonic se pareciese a Sonic y que los productores de la película tratasen con respeto el material original te convertía automáticamente en un ser aborrecible y para ganarte el galón de tolerante habría que haber estado dispuesto a ver con una sonrisa en la cara cómo convertían a Sonic en una runner negra obesa musulmana transexual y no binaria explotada laboralmente y acosada sexualmente por su heteropatriarcal jefe capitalista, taurino y carnívoro radical; algo que todavía puede suceder, no nos engañemos.

En serio, viendo las píldoras de cicuta que Amazon Studios nos iba adelantando en forma de imágenes de risa floja, teasers y trailers cada vez más horrorosos, inquietantes declaraciones públicas de showrunners, productores y actores y penosos vídeos de presuntos súper fans racializados y mega-queer diciéndonos lo inclusiva y gay-friendly y feminista que era esta serie ¿alguien se esperaba un resultado diferente? ¿Es que realmente sois todos como Lana Rhoades, que no descubrió que los jugadores de baloncesto ansiosos por ponerse la medalla de haber frungido a una actriz porno de muelles belfos mamadores son básicamente basura hasta que uno de ellos la dejó preñada y cogió la carretera? ¿En serio? ¿De verdad eres así de tonta, Lana, o te conviene que nos creamos que lo eres?

Nah. Seguro que tiene un par de doctorados en física de partículas.


Si Peter Jackson intentase rodar hoy su trilogía de El señor de los anillos se parecería muy poco a la obra que todos conocemos. Ningún comité de Hollywood permitiría que llegasen a las pantallas mundiales esos tres títulos de gran presupuesto sin su cuota de negros, viragos apropiándose de un rol masculino, personajes abiertamente gays y cínica crítica más o menos expresa del capitalismo depredador. El Anillo Regente sería en realidad un paquete accionarial mayoritario de Facebook, el obvio mariconismo de la relación entre Sam y Frodo adquiría proporciones brokebackmontañescas, Gandalf sería una drag-queen y perdería aceite por los cuatro costados, Elrond sería un transexual afrodescendiente, Aragorn un hispano de género fluido obsesionado con el cambio climático, Sauron no sería malo porque es un cabrón de nacimiento sino porque el mundo lo ha hecho así y la Seguridad Social no le paga los antidepresivos y el 50% del tiempo de pantalla lo compartirían Eowyn y Arwen, que aparte de un romance tribadístico y de tijeretarse la una a la otra como posesas, serían las que en última instancia salvarían la Tierra Media arrojando el Único a los fuegos del Monte del Destino mientras le hacen twerking al Ojo sin Párpado, porque hoy en día los comités de las productoras audiovisuales le tienen más miedo a una docena de tuits de un puñado de analfabetos que a los malos resultados de taquilla y porque resulta que autosexualizarte moviendo la grupa en público como una perraca en celo es de un empoderador que te cagas.

Vuelve a preguntarme por qué ya no veo Abogadaaaa solteeeeraaaa.


Christopher Tolkien odió hasta su muerte la trilogía cinematográfica de Peter Jackson.

"The chasm between the beauty and seriousness of the work, and what it has become, has overwhelmed me. The commercialization has reduced the aesthetic and philosophical impact of the creation to nothing. There is only one solution for me: to turn my head away... They eviscerated the book by making it an action movie for young people aged 15 to 25."

«El abismo entre la belleza y seriedad de la obra, y en lo que se ha convertido, me abruma. La comercialización ha reducido a nada el impacto estético y filosófico de la creación [de su padre]. Para mí solo hay una solución: volverle la espalda... Destriparon el libro convirtiéndolo en una película de acción para jóvenes de 15 a 25 años».
No sé que le habría pasado al pobre Christopher de estar aún vivo y haberse castigado con Los anillos de poder.

Yo personalmente odié la primera mitad de La comunidad del anillo. Podía reconocer a los personajes y los escenarios, pero estaban masacrando el libro ante mis ojos. Me dejaba ojiplático la recreación de la Tierra Media, pero me pitaban los oídos con cada línea de diálogo mongolizada. Me la traía al fresco que hubiesen dejado aparte el cruce de la quebrada de los túmulos y a Tom Bombadil, pero que fuese Arwen y no Glorfindel el que saliese al encuentro de Aragorn y los hobbits antes del Vado me parecía una blasfemia.

Definición de «épppppppica».


El cine en el que la estaba viendo decidió hacer un descanso a mitad de la proyección, para que la gente no se mease encima (el corte cinematográfico tiene casi tres horas de metraje). Yo salí, vacié el depósito y volví a mi butaca mentalizado de que no iba a ver la película que esperaba y que, como lector, creí que merecía, y me propuse afrontar el resto de la película como si no supiese nada del argumento ni de los personajes.

Y joder, con ese nuevo marco mental gocé como un cochino. Me encantó el Concilio Blanco, flipé con el cruce de Moria, casi me corrí cuando apareció el balrog (aunque también me cabrearon todos los momentos comic-relief del pobre Gimli y los equilibrios sobre la escalera que se rompe, tiempo estúpidamente desperdiciado que se podría haber aprovechado para, por ejemplo, no dejar quedar a Isildur como un gilipollas), se me saltaron unas lagrimitas al ver Caras Galadhon y, presentado ante una caracterizada Cate Blanchett, me mordí la lengua para no gritar «¡ésta es la Galadriel perfecta!».

Ojalá pudiese decir lo mismo de la pobre Morfydd Clark, víctima inocente, una vez más, de la estupidez e incompetencia de una multinacional sin corazón y unos descerebrados cineastas de saldo. A pesar de lo mal que pintaban los avances que nos habían proporcionado ya, los fans de Tolkien, yo entre ellos, ESTÁBAMOS DESEANDO EQUIVOCARNOS, anhelábamos que esta serie nos gustase.

Pero toca rendirse a la evidencia: Los anillos de poder no ha sido escrita para nosotros. Amazon no nos tenía en mente cuando abordó este proyecto. Pusieron de patitas en la calle a Tom Shippey para poder darse el gustazo de perpetrar este sacrilegio sobre el legado de Tolkien.

Por enésima vez: ¿quién le ha dado a los snowflakes de Twitter el derecho a decidir qué podemos y no podemos ver en nuestras pantallas y por qué sus opiniones de iletrados niñatos superprotegidos deberían importarnos un chocho, por más escándalo que armen? No representan a nadie. A NADIE. ¿Por qué, cómo y quién ha decidido poner en sus manos las decisiones creativas sobre proyectos de millones de dólares que jamás recuperarán su inversión si se cortan única y exclusivamente a medida de su chillona y desollada estética intolerante, miope y minoritaria? ¿Quién ha decidido que era preferible alienar al 99,99% del público potencial de esta serie a cambio de no provocarle un berrinche al hipersensible 0,01% restante, incapaz de digerir un producto cultural si no cumple con sus jodidas cuotas innegociables?

Tar-Míriel NO era negra y NO había nacido en esta época.


El espectador casual de cine y televisión empieza a estar ya hasta las pelotas de no poder ponerse una serie ni una película sin tener que comerse un puto manifiesto SJW, sin que intenten hacerle sentir culpable por no haber nacido con la piel más oscurita, un poco más de pluma o al menos vagina, joder, que parece que lo hagáis adrede. Los que encendemos nuestra tele u ordenador o (todavía, pero cada vez menos) vamos al cine a que nos entretengan durante una hora y media, comenzamos a ESTAR TAN HASTA EL COÑO de toda esta necia propaganda misándrica, racista y woke que los resultados de las cuentas de las plataformas de VoD y las productoras de Hollywood EMPIEZAN A ACUSAR EL GOLPE y por eso en Neflix ya ha dado comienzo la limpieza étnica, y sí, sé lo fuerte que suena eso, y la nueva dirección de HBO ya se ha puesto también a cortar cabezas de ejecutivos que, al parecer, sólo habrían sido contratados por el color de su piel y ha ANIQUILADO el no-estrenado metraje de la cancelada película de Batgirl en los mismísimos servidores de Warner Bros, no fuese a ser que a alguien le diese por filtrarlo.

«Tar-Míriel la reina, más blanca que la plata, el marfil o las perlas». ¡Ese racista de Tolkien!


¿Qué han hecho en Amazon Studios por el momento para paliar la DERRAPADA de este despropósito televizibo? La estrategia Rotten Tomatoes: bloquear las valoraciones de la serie para que los espectadores no la sigan poniendo de verano. Plan de contingencia estándar de corporación desdeñosa y sus mamporreros mediáticos preferidos: silenciar las opiniones negativas y acusar a los críticos de racistas, machistas, fascistas y de «esparcir odio», por civilizadas, justificadas y razonables que sean sus protestas. "[...] it's become all too commonplace for these so-called fans to attack TV shows and movies simply because they feature the sort of diversity that reflects the modern world" (copipegado de esta página vergonzosamente cobarde y servil).

Pues bien, este so-called fan no sabe qué será de Los anillos de poder ni qué resultados de audiencia acabará cosechando, ni si acabará siendo rentable o no. A lo mejor la cultura occidental está ya tan podrida que este crimen cometido contra la obra de Tolkien consigue gustarle a suficiente gente con cero conocimiento o interés en sus libros como para hacer posible una segunda temporada e incluso una tercera.

Pero a mí personalmente me importa un carajo. Yo ya he terminado con ella. Me vi Obi-Wan Kenobi hasta el final y fue un error, y no pienso meter la pata dos veces seguidas el mismo año.

Basta ya de este asunto. Me voy al baño, a lavarme los ojos con lejía. ¡Los sacrificios que hago por ti, amado lector, y qué poco me lo agradeces!