jueves, 23 de enero de 2020

Ya no hacen drogas como las de antes

Ay.

Ay, Harlan Ellison mío.

Van a hacer un remake de Aullidos, un clásico del cine de terror de los años 80. Se lo han encargado al autor del remake de It.

Y ya sé que no debería escandalizarme, porque también van a hacer un remake de Doce del patíbulo, que ya tiene cojones que vayan a joder otra de mis pelis favoritas de sábado por la tarde.

De lo cual me enteré poco después de saber que en Hollywood estaban sopesando un remake de El fugitivo, que era a su vez un remake de 1993 de la serie de televisión de los años 60.

Y, hablando de series, van a remaquear Kung Fu, con una pequeña saltamontas en vez de un pequeño saltamontes. Y ésta era una serie que me encantaba, con toda esa filosofía presuntamente oriental (en realidad eran potorradas de libro de autoayuda) y las risibles escenas de artes marciales (David Carradine no tenía puta idea de kung fu y se notaba a rabiar; Bruce Lee iba a ser el prota de la serie pero nadie quiso poner un duro en una serie de televisión protagonizada por un chino interpretado por un chino).

Échale un ojo a la cartelera de tu barrio y a los próximos estrenos y empieza a vomitar.
Me ha pasado.
Han hecho remake de The Grudge.

Van a hacer remake de New Jack City.

Cara a cara (¿¿¿¿¿¿Por qué??????).

Hellraiser. ¡Si la original es perfecta! ¿Qué van a hacer? ¿Un Hellraiser PG-13?

La princesa prometida, ¡CABRONES!

Disney, con encomiable desvergüenza, ya ha convertido en una industria hacer remakes en 3D o con actores de sus pelis de animación. Han caído, hasta el momento, a menos que la memoria me traicione, Aladdin, La bella y la bestia, El libro de la selva, El rey león y 101 Dálmatas y Mulán, de próximo estreno.
Y, viendo el panorama, no puedo menos que comprender que Triki, el monstruo de las galletas, decida que no merece la pena curarse de su adicción.
A un amigo mío le ha pasado.
¿Qué aportan todas estas «reinterpretaciones» de películas ya rodadas?

Absolutamente nada. Lo de El rey león es de cortarse la picha en finas lonchas, porque literalmente han fusilado la película original plano por plano.

Y no, no veo por qué tendríamos que conformarnos. No entiendo el argumento de «si te gusta realmente el cine irás a verlas igual». Porque es falaz. Porque si te gusta la buena mesa, pero solo te sirven mierda putrefacta, no comértela es más que una opción respetable. Es lo que se espera de ti. Es tu puto derecho. Por los cojones de Backaroo Banzai y los Hong Kong Cavalliers, no hagas como ese colega mío que, harto de que todas las chavalas le mandasen a tomar mucho por el culo, empezó a convercerse a sí mismo de que su historial de fracasos vaginales se debía a que, en realidad, lo que le iban eran los rabos.
Conozco a alguien a quien le ha pasado.
Cuando pagas por un producto, tienes derecho a exigir que te entreguen el mejor producto posible por tu dinero. Desde el punto de vista estrictamente económico, levantarte en mitad de la película y largarte es más rentable que quedarte hasta el final con la esperanza de que mejore o para justificar el precio de la entrada. Si estás sufriendo más que en manos de Pinhead y sus cenobitas, permanecer en tu butaca cuando ha quedado claro que la peli es una mierda «porque si me largo pierdo la pasta de la entrada» es tanto como decir «soy profundamente retrasado y estoy pagando para que me torturen».
Así que, ¿por qué voy a ir al cine a ver algo que ya he visto, una historia que ya conozco, que ya me han contado?

Han hecho el remake de Mujercitas. En clave feminista, al parecer.

Como si la novela no fuese lo bastante feminista.

Parece ser que la película es una maravilla. Yo no lo sé porque no he ido a verla. Y no he ido a verla porque ya me he visto como sesenta mil adaptaciones cinematográficas y televisivas de Mujercitas, la mejores y las peores.

No necesito ver otro remake de Mujercitas. ¡Joder, que Louisa May Alcott no es Shakespeare, copón! ¡No queda nada por explorar ni desarrollar de su libro! Cuatro hermanas que luchan contra la adversidad en una época en la que la mujer solo podía empoderarse, y poco, si se casaba o era millonaria. Punto. ¿Qué más hay que contar de Mujercitas?

¿Por qué la industria del cine se empeña en venderme productos más que agotados?
¿Se han muerto todos los guionistas?

¿O es que la nueva generación de escritores son todos unos ineptos incapaces de parir una idea original?

Abrumado por estas preocupaciones me entero del anuncio de Warner Bros: a partir de ahora, emplearán inteligencia artificial para mejorar el proceso de selección de sus películas.

No te lo pierdas: los directivos de Warner Bros. creen que, hasta ahora, lo habían estado haciendo bien.

Y en ese momento algo hace «click» y todo encaja en su lugar. Y te sientes como unas bragas sucias. Y ojalá no lo hiciese, porque es el equivalente intelectual a descubrir, al final de una paja especialmente gustosa, una milesima de segundo antes de que te salga la primera gota de zumo de perlas, que Riley Reid es clavadita a tu dulce hermana de quince años.
El amigo de un amigo conoce a alguien a quien le ha pasado.
En Warners Bros. ya no confían en sus escritores, ya no confían en sus directores, en sus actores, en sus fotógrafos, en sus músicos, en sus técnicos. Se han convencido de que no tienen todos ellos juntos ni media puta idea de cómo se hace cine y quieren que, a partir de ahora, sea una máquina la que les aconseje qué guiones rodar, qué actores los protagonizarán y en qué papeles, qué director firmará la película, qué enfoque le dará a la producción, cuántos chistes incluirá, a qué audiencia irá enfocada, cuánto se invertirá en la producción.

En Warner Bros. han decidido que los artistas no tienen ni puta idea de hacer Arte y que el Arte, esa manifestación pura de la creatividad humana, debe ser confiada a UNA MÁQUINA.
A Riley es que estas cosas le llegan muy adentro.
Todo. Absolutamente TODO está mal en esa idea.

TODO.

¿Tengo que explicar por qué?
(Simplemente hay días en que me convenzo de que sigo librando una guerra que ya ha terminado. Y la perdimos. Todos).
(Y ¿qué cojones está haciendo Scorsese al respecto? ¿Va a quedarse callado esta vez?).
Me acabo de ver The Room, que es el producto de un director que se vio una película de Tarkovsky, y le sentó mal. Y en ningún momento dejé de ver las puñeteras vías del travelling. Y una película de la que puedes predecir cada escena con minutos de antelación, una película que no te permite olvidar en ningún momento que estás viendo una película, es una mala película. Lo único que podría haber endulzado el mal trago era un desnudo de Olga Kurylenko. y no lo tuvimos.

Poco antes había visto The Dead Center. Creo que nunca había pasado menos miedo viendo una película de terror. Y el que esto escribe se ha visto todas las de Manolo Escobar.
(¿Qué pasa? Todos tenemos un pasado).
The Operative. Me dormí a los cuarenta minutos.

Long Shot. Se supone que era una comedia. No me reí, ni una vez.

¿Cuál fue la última película que consiguió conmoverme, hacerme olvidar que estaba viendo una película, meterme en la acción de lleno y hacérmelo pasar mal en algunos momentos y bien en otros?

Rambo: Last Blood.

Que te da exactamente lo que promete: hiperviolencia descerebrada y casi cero guión al estilo de las pelis de machotes hormonados de los años noventa.
La última película que olvidé, durante menos de hora y media, que era una película, es un largometraje pésimo rodado al estilo de los títulos de acción desparramada que llegaban a los cines, o salían directamente a vídeo, hace treinta añacos.

Y ése es un pensamiento desolador.

En el mundo del cine, en las novedades de las editoriales, en la industria de la música... todo es tan dolorosamente artificial, tan ignominiosamente desganado, tan evidentemente manufacturado por un equipo de marketing que la verdadera creatividad parece arruinada, proscrita, rota.

No es extraño que alguien quiera confiarle ese trabajo a una máquina.

Hay cine más allá del cine de superhéroes, de las secuelas y los remakes.
Hay música más allá de las radiofórmulas, los clones de Beyoncé y las boy-bands de estudio de mercado.
(Y rodar un videoclip es más que poner ojitos de emporrada y susurrar. ¿Me oyes, Billie Eilish? ¡A ver cuándo te haces una moza hecha y derecha y de pelo en pecho y ruedas videoclips como un macho!).
Hay Literatura más allá de... la mierda que sea que publiquen ahora. La verdad es que empieza a darme un poco lo mismo.

Pero...
«La pasion est toute l'humanité. Sans elle, la religion, l'histoire, le roman, l'art seraint inutiles».
Honoré de Balzac
El arte es una expresión de la sensibilidad humana.

Una máquina no puede tener sensibilidad humana. Nunca. Por muy avanzada que sea.

Lo único que una máquina puede darnos es una fórmula. Una franquicia. Un millón de productos absolutamente indistinguibles los unos de los otros y que se acuñan en base a un formulario de lo que se espera que resulte económicamente provechoso. Contratas a un guionista y le das una plantilla sacada del último éxito de ventas para que vaya marcando casillas.

Contratas a un guionista y le pagas para que apague su imaginación. Desactive su cerebro. Se limite a copiar. Para que no sea creativo.

Contratas a un escritor y le exiges que no escriba. Que sea un cobarde. Un mercenario. Un simple copista.

Una máquina.

Lo cierto es que cada vez tiene más sentido que en Warner quieran confiar las decisiones creativas a una máquina.

Los estudios de cine llevan varios años haciéndolo. The Room, The Dead Center, The Operative, Long Shot... han sido escritas y dirigidas por personas que no se han preocupado lo más mínimo por ser creativos, por hacer un buen trabajo, por ser indistinguibles de máquinas, que se han limitado a copiar fórmulas ya agotadas por repetición y que si alguna vez fueron originales, llevan obsoletas por lo menos desde los tiempos del cine mudo.

Mira las películas de Marvel Studios. ¡Y gozo como un marrano en una letrina con la mayoría de ellas!, pero ¿no son todas iguales? Objeto de poder (el teseracto, la armadura de Iron Man, una joya del infinito, el martillo de Thor, las partículas Pym de Ant-Man...), villanos que quieren conseguirlo a toda costa, héroes que intentan impedirlo con todos sus medios, los mismos arcos de transformación, el mismo ritmo, el mismo estilo de música, los mismos chistes, contados en los mismos momentos, la misma fotografía, los mismos estereotipos de personajes...

La fórmula de las franquicias cinematográficas MATA neuronas a ambos lados de la pantalla.

Dime una sola diferencia entre Fast & Furious 3 y Fast & Furious 7.

Estoy esperando.

Soy de la generación que recuerda carteles de películas que eran verdaderas obras de arte. Auténticas pinturas en las que uno o varios artistas expresaban su inspiración y demostraban su dominio de la técnica. Eran carteles humanos hechos por seres humanos como Drew Struzan, Saul Bass, Roger Kastel o Greg y Tim Hildebrant. Artistas humanos que hacían arte humano para seres humanos y nos conmovían en el proceso.
Lo has visto mil veces y no sabías que era de los Hildebrant.
Hoy en día, el cartel de una película es una composición hecha con Photoshop.

Y además, también hace tiempo que todos ellos se ajustan a un formulario, como este usuario de Twitter ha descubierto. Si tuviésemos que deducirlo de los carteles, no nos quedaría más remedio que concluir que solo hay once tipos de películas:

1. Películas de acción azul y naranja.

2. Películas de patorras femeninas.

3. Películas de protagonista desenfocado.

4. Películas de parejas apoyadas la una en la otra.

5. Películas de dar la espalda a contraluz.

6. Películas de vestido rojo.

7. Películas negro y naranja.

8. Películas de niebla melancólica.

9. Películas de ojo.

10. Películas amarillas.

11. Y películas de Tom Cruise de perfil.

¿Dónde está la creatividad aquí?

¿Dónde está la sensibilidad humana?

¿Dónde está el arte?

Mira este cartel de la década de los 80:

y compáralo con estos:
Encuentra las siete diferencias.
Y ahora fíjate en la plantilla que usa Disney para los carteles de sus películas:

Y compáralos con este cartel, de lo más reciente:

O con éste, aún más reciente y que prueba que aún es posible salirse del puto formulario:

Warner Bros. ha decidido que la gente no sabe realmente hacer películas, que mejor se lo encargan a un robot.

Porque, y mira que nos hartamos de decirlo, hace tiempo que en Warner, y en toda la industria del cine, de la literatura y de la música, hace tiempo que no se crea Arte. Se crean franquicias. Productos que permitan vender muchas camisetas, tazones y suscripciones a Disney+.

Porque en los grandes grupos editoriales hace tiempo que llegaron a la conclusión de que la gente no sabe lo que quiere. Que hay que enseñárselo. ¿Y quién mejor para hacerlo que una máquina que pueda reducir una película, un libro, un disco, al nivel del más agilipuertado de sus posibles consumidores?

Un amigo mío está seguro, y no se cansa de decirlo, de que Todd Phillips en realidad no quería hacer una película sobre el Joker. Que su historia iba sobre un simple marginado. Un enfermo mental rechazado por la sociedad que acaba convirtiéndose en icono de una revuelta de los desposeídos. Ése era el plan, pero Todd Philips no consiguió que le prestasen ni un euro de madera para su producción hasta que dijo que el protagonista podía ser, ¿por qué no?, la némesis de Batman. E incluso entonces le dieron cuatro duros. Lo que gastan en Warner en farlopa un fin de semana tranquilito.

Y, como no formaba parte de una franquicia, ni estaba dentro de la continuidad de un posible DCU que, gracias a la incompetencia de Warner, ni siquiera sabemos si existe, le dieron carta blanca.

Y Todd Phillips hizo con su película lo que le salió de los cojones y rodó tal vez la mejor cinta de 2019. Y una de las más rentables, por añadidura.

Porque no dependía de una máquina que escogiese por él al reparto.

El guión.

La fotografía.

La música.

Porque hizo una película humana, protagonizada por personajes humanos, que conmueven a los espectadores humanos.

Ay, Harlan Ellison, ¡qué mal has hecho al marcharte!
(Y, mira, subo otro gif de Riley porque... porque... porque es que me pone a morir, la muy guarrilla. Y ella ya lo sabe. Y sus abogados también).
Cásate conmigo y hazme un hombre decente, Riley.
Warner Bros. va a confiarle las decisiones creativas a una máquina.

¿Y tú? ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Vas a negarte a ser cómplice de esta infamia o colaborar en la destrucción del alma humana?

A mamarla. Ambos sabemos la respuesta.

jueves, 9 de enero de 2020

El unicornio

«Grande enigma es el que el unicornio, aunque en mucho espantadizo y temeroso de las gentes, si encuentra tal doncella que todavía no haya tenido trato carnal con varón alguno, se le arrima, osado y sin ningún temor, dobla la testa y sobre el regazo de ella la asienta. Dícese que en tiempos pasados y remotos, había doncellas que de aquello un verdadero proceder hicieron. Quedábanse largos años sin casamiento y practicando la castidad, para servir a los cazadores como reclamo de unicornios. Pronto, sin embargo, se supo que el unicornio se allega sólo a las mozas jóvenes, que a las viejas las tiene por nada. Siendo bestia sabia, el unicornio entiende sin falta que el perdurar en exceso en estado virginal es cosa sospechosa y contraria a la naturaleza».
El trono de hierro de Canción de Fuego y Hielo no es como lo imaginas.

Puede que hayas visto Juego de Tronos, porque había fornicio, tetas y dragones, y puede que en la serie hayas visto más de una vez esa especie de butaquita gris y pinchuda en la que se sentaban los reyes de Poniente en Desembarco del Rey, y que da como ganas de sentar en él a tu abuelita para que te calcete un tanga de lana. Si ya eres un freak con licencia sabrás que el trono en cuestión lo fabricó Balerion, el Terror Negro, dragón del rey Aegon Targaryen (por lo visto los dragones eran unos herreros que te cagas de Onís) arrojando su dragonil aliento sobre más de mil espadas capturadas a los enemigos del Rey Dragón durante la Guerra de la Conquista de Poniente.

¡Incesto! ¡Concupiscencia!
(Menudo pájaro estaba hecho el Aegon I, ¿eh?; se trincaba a sus dos hermanas, Visenya y Rhaenys, que por lo visto estaban más buenas que comer bombones de café en el ombligo de Sara Sampaio, y hasta tuvo hijos con ellas, costumbre que heredaron sus descendientes con funestas consecuencias, genéticamente hablando. La endogamia es lo que tiene).
Y yo, cuando vi el tronito, el tronillo, la butaquita de la serie me dije: «¿Mil espadas? ¿Ahí hay mil espadas?».

Supongo que contarían también los mondadientes.

Porque lo cierto es que, cuando lees la descripción del trono de hierro que nos da GRRRRR Martin en sus libros no te imaginas algo tan chiquito, tan poquita cosa, tan casi de risa. GRRRRR Martin describe una puñetera colina, una gigantesca trona para bebés grandecitos, y con corona, elevada sobre una pirámide en la que hubo que hacer escalones para que los reyes Targaryen pudiesen ascender a su trono. Es decir, esto:

Ahora bien ¿por qué el trono de Juego de Ídemes se parece tan poco al descrito en los libros?

Puede ser por muchas razones, aunque creo que realmente todo se reduce a una: pasta. La serie contaba con un presupuesto generoso, pero finito. Construir esa monstruosidad le habría pegado tal mordisco a la financiación de Juego de Tronos que probablemente la primera temporada, en vez de diez episodios, hubiese tenido tres y nunca se habría rodado la segunda porque HBO habría ido a la quiebra. Además hay una serie de problemas de naturaleza técnica para fotografiar semejante armatoste. ¿Cómo encuadras al rey, o a la mano del rey, en su trono? ¿Cómo sitúas en el plano a sus consejeros y ayudantes cuando es necesario, por el motivo que sea, que compartan escena? ¿Cómo haces que la gente que hable con el rey muestre una actitud digna si tienen que estar todo el tiempo mirando hacia arriba como papanatas estudiando la trayectoria de una mierda de gaviota en pleno descenso?

Este plano habría sido imposible.
Era una decisión sencilla: hacer bien el trono o hacer bien la serie de televisión (y, al menos hasta sus últimas tres temporadas, y no hablemos de la última, la serie estaba MUY BIEN hecha).

¿Cuántas veces hemos tratado en la bitácora los problemas de adaptar un libro a la pantalla?

Pues está claro que no fueron suficientes.

(Acabo de ver It: Chapter Two y sigo de diarrea. A ver si con gaseosa con canela y suero oral recupero fuerzas suficientes para escribir sobre ella).
Ha vuelto a pasar.

Con The Witcher.

Donde Juego de Tronos tomó algunas decisiones de escasa repercusión (nada que afectase al desarrollo de la historia, al menos) que permitieron construir una buena, incluso muy buena, con salvedades (reléase el párrafo ut supra), adaptación televisiva de la obra de GRRRRR Martin, Netflix ha optado por una aproximación a la obra de Andrzej Sapkowski que convierte la primera temporada de The Witcher en algo poco más que ilegible.

Y es una putada, porque la serie está realmente muy bien, y ya están tardando los freaks en marcarse un fan-cut que ponga algo de sentido en el sindiós de líneas temporales cruzadas con el que nos han castigado incluso a las personas que hemos disfrutado de esta primera temporada. Y el error, GARRAFAL, no obedece a una exigencia del presupuesto, ni a problemas de índole técnica, ni a justificación alguna que pudiésemos racionalizar en plan «sí, han hecho más pequeñito el trono de hierro, pero es que o hacían el trono o hacían la serie». No. Obedece, pura y simplemente, a LAS PRISAS.

Prisas inexplicables, innecesarias y completamente inútiles que arruinan la experiencia de visionado de la serie, incluso para quienes la hemos disfrutado tanto como yo. Prisas que, si yo fuese un cabrón machista y resentido, diría que tienen un motivo IDEOLÓGICO.

Pero no, no voy a decir eso.

Sigo diciendo que esos pómulos no son normales.
El personaje de Ciri no se incorpora definitivamente al universo de The Witcher hasta Algo más, la historia corta que cierra el volumen La espada del destino. Después de ese relato, Geralt se lleva a Ciri a Kaer Morhen y, con ayuda de su mentor Vesemir, la entrena como cazadora de monstruos (es lo único que Geralt sabe acerca de cómo criar a un niño porque es como fue criado él) hasta que la niña empieza a echar tetas (en serio) y, paralelamente o como consecuencia de su entrada en la pubertad, empieza a manifestar unos poderes mágicos que acojonan a los brujos, y entonces llaman a Triss Merigold (habrían llamado a Yennefer, pero ya sabemos el problemilla que tiene nuestra bruja de Vengerberg cuando se encuentra con algo de lo que puede sacar partido personal) para que les explique qué carallo pasa allí y, también, para que se ocupe de educar a Ciri en las cosas femeninas de las que Gerlat y Vesemir no saben una mierda. Compresas, tampones y comer helado mirando Anatomía de Grey, fundamentalmente.

Pero, por el motivo que fuese, había prisa en Netflix por meter cuanto antes a Cirilla, que cuando empieza la acción en el primer volumen de la saga de Geralt de Rivia ni siquiera ha sido aún engendrada.

¿Tal vez en Netflix pensaron que con cuatro personajes femeninos fuertes (Tissaia de Vries, la reina Calanthe, Triss Merigold y, no jodas, mi amada Yennefer) no había suficiente en la serie y escogieron meter (¡Tos! ¡Me too! ¡Tos! ¡Carrasp!) por cojones, y perdón por el juego de palabras, a Ciri?

Yennefer está mucho más buena.
El resultado es un verdadero sudoku narrativo. Vemos a Geralt en Cintra y, en el siguiente plano, está en a tomar por culo de Cintra años más tarde, o años más pronto; en este plano es un pelagatos y en el siguiente todas las putas del orbe conocen su historia porque han oído las canciones de Jaskier, y no se nos da ninguna pista de la distancia geográfica o cronológica que separa ambas escenas. Y si te parece que exagero, mira el orden de visionado cronológico recomendado por los propios pelones de Netflix ante el tsunami de espectadores confusos y cabreados:
No puedo menos que solidarizarme con este pobre y esforzado ser humano  que se queja de que el visionado de la serie le ha supuesto una tortura. Yo, que conozco los videojuegos (y me he acabado The Wild Hunt como dos veces y media) y me he leído los seis primeros libros, estaba algo menos que perdido. El esfuerzo intelectual de desmontar cada secuencia de cada capítulo e intentar deducir a qué momento de la cronología de la saga correspondía, partiendo, insisto, de una familiaridad más que cercana con los libros en los que se inspira la serie, fue AGOTADOR.

Lauren Hissrich, la showrunner de la serie, ha salido a prometer que está muy arrepentida, que no lo volverá a hacer más y que la segunda temporada (que ya está firmada y probablemente llegará en 2021) será mucho menos liosa.

Gracias, Lauren. Eso es exactamente lo que pedía la serie desde el principio y algunos de nosotros seguimos preguntándonos por qué mierda no fue eso exactamente lo que la serie nos dio desde el principio, en base a qué oscuros motivos creativos (¡Tos! ¡Me too! ¡Tos! ¡Carrasp!) se precipitó la aparición en la serie del personaje de Ciri, obligando a los guionistas a hacer esos absurdos y desconcertantes saltos mortales con doble pirueta hacia atrás, tirabuzón inverso, pedo en Fa sostenido y torsión de escroto a contrarreloj.

Porque los que flipamos con los videojuegos, nos zambullimos en los libros y amamos a los personajes de la saga de Geralt de Rivia estamos más que desorientados con la serie de Netflix. Imagínate la gente a la que los libros y los juegos se la trae al fresco.

Ésta es la Yennefer que me imagino cuando leo los libros.
Mira que había motivos por los cuales The Witcher podría haberse estrellado.

Henry Cavill fue un Supermán ES-PEC-TA-CU-LAR (aunque las películas en las que apareció encarnando al Último Hijo de Kryptón vayan del profundo desengaño a la mierda absoluta, pero no por su culpa), y sin embargo sigo pensando que como actor va pelín justito en papeles dramáticos y que está demasiado ciclado para ser Geralt de Rivia, a quien se nos describe como un hombre fibroso, atlético, pero no corpulento, más una mangosta que un búfalo.

El Geralt de Henry Cavill es un puto coloso y aún no estoy del todo convencido con su aproximación al carácter del Brujo.

Y no me importa. Me encanta. Henry no interpreta a mi Geralt de Rivia, sino al suyo, pero sigue siendo Geralt.

Anya Chalotra es una mujer preciosa, requisito indispensable para interpretar a la bellísima Yennefer de Vengerberg. Y sin embargo le falta algo. No acabo de verla, físicamente, como Yennefer, a quien las descripciones de los libros atribuyen una hermosura espectacular, algo fuera de este mundo, casi inhumana.

Y no me importa. Anya es lo bastante guapa para hacer de Yen y, encima, clava la personalidad del personaje, que es mucho más importante que el aspecto. LA CLAVA. Aunque sigo pensando que debería ser más guapa, Anya ES Yennefer, y punto en boca.

Ciri... lo peor que puedo decir de Freya Alan es que tiene una cara rara. Lo mejor que puedo decir de Freya Alan es que tiene una cara rara, como si tuviese una herencia exótica, ¿como si fuese descendiente de la Antigua Sangre, por ejemplo?

Mierda. Me está empezando a gustar también la Ciri de la serie de Netflix.

Aunque la de los videojuegos sigue siendo mi favorita.
Jaskier...

Dejémoslo. No he reconocido a Jaskier en Joey Batey. Pero seguro que es culpa mía. Le faltan pomposidad, perilla, pichabravismo y un poco de pluma.

Tampoco es que se hayan esmerado con Triss Merigold. Acostumbrados a imaginarnos esto:

nos han dado esto otro, que no digo yo que esté mal, sino que no es lo esperado, porque es que la actriz ni es pelirroja ni lo parece y tampoco acabo de ver que haya captado la personalidad de Triss:
Pero, a grandes rasgos, los major characters, o sea los personajes principales de una obra de ficción, están bien retratados, son reconocibles; con lo cual los productores de la serie ya tienen medio trabajo hecho.

Y encima Netflix ha tirado de chequera. No he podido encontrar cifras del presupuesto de la serie, pero, más allá de que algunos efectos por ordenador cantan un pelín y de que se han visto algunas batallas multitudinarias filmadas en plano cerrado en el que, con suerte, cabrían veinte o treinta soldados, la serie no parece barata. En ningún momento relevante.

Solo mal narrada. Lamentablemente.

¿Y qué piensa el autor de todo esto? Nada. A Andrzej Sapkowski se la sudan las adaptaciones de sus novelas. Dice que no es grosero, que es indiferente, que no tiene tiempo para ver series de televisión, jugar a videojuegos y leer cómics.

La única implicación de Sapkowski en los productos derivados de sus libros que ha llegado a nuestro conocimiento fue cuando demandó a CD Projekt Red, los responsables de los videojuegos de The Witcher, por un trozo mayor del pastel. Sapkowski había vendido los derechos por 8 000 dólares (no creía que un videojuego basado en sus personajes fuese a interesar a nadie... y resulta que The Witcher 3: Wild Hunt, aparte de ser aclamado como uno de los mejores juegos de la historia, vendió más de 20 millones de copias y toda la serie cerca de 40 millones). Al final han llegado a un arreglo extrajudicial.
(Que conste que la serie de The Witcher que se hizo en Polonia tiene una pinta de barata y desganada que da hasta ternura, así que no es de extrañar que Sapkowski no esté muy interesado tampoco en ésta).
Elfos polacos. Sin coñas.
Una primera temporada que abarca cuarenta años de narración con traicioneros saltos adelante y atrás.

Una temporada que debía abordar las historias de inicio de todos los personajes principales, momento coñazo de toda película, serie de televisión y libro.

Un Henry Cavill demasiado chuzado para el papel.
Lo que pides en Aliexpress.
Un autor al que le tira del nepe la serie.
Lo que recibes.
Una innecesariamente temprana introducción del personaje de Ciri (¡Tos! ¡Tos! ¡Feminismo! ¡Carrasp!) ¿para poder atraer a más espectadoras a la serie?
(Como si hiciese falta).
Un Imperio de Nilfgaard travestido en una especie de oscura metáfora de al Qaeda, o Daesh, o tal vez Irán. No entendí muy bien ese giro de fanatismo religioso que exhiben los servidores de Emhyr van Eyres («La Llama Blanca Que Danza Sobre Los Túmulos De Sus Enemigos»), y además me sobraba.

La serie podría haberse metido una buena hostia.

Pero no. Ha sido un exitazo a pesar de sus defectos.


Y no, venga. He dejado caer, con maldad manifiesta, la insinuación de que el pifostio narrativo de esta primera temporada fuese una decisión consciente por parte de la jefa de guión para meter más vaginas en la serie.
No creo que fuese ese el motivo. Ahora hablo muy en serio. Solo estaba metiendo relleno en la entrada de la bitácora. Ya sabes, querido lector, que aquí somos cabrones y paranoicos de fábrica. Sinceramente, la única razón para introducir tan pronto a Cirilla, y la dislocación de la línea argumental que ello suponía, eran las prisas. Los responsables de la serie querían quitarse de encima las historias de orígenes de todos los personajes lo antes posible, aunque ello supusiese hacer malabares con el tiempo y el espacio, en plan Dr. Who.
La primera temporada picotea de las historias cortas publicadas en los dos primeros volúmenes de la saga de libros (y previamente publicadas como cuentos autoconclusivos en revistas polacas del género), que te recomiendo leer ya mismo. Seguirás sin encontrarle ni pies ni cabeza a la primera temporada de The Witcher, pero, con un poco de suerte, te enamorarás de los libros tanto como yo.

Y las pequeñas decepciones que me ha supuesto la serie (un reparto con el que no estoy satisfecho, la desaparición o incomparecencia de algunos personajes que serán clave en futuras temporadas, la estructura de varios episodios, que me hagan esperar tanto para ver a Yennefer convertida ya en superbruja hiperpoderosa y megasexy...) no obedecen más que al problema que supone siempre trasladar a la pantalla la ficción literaria, al cual hemos aludido varias veces, y más que aludiremos.
Yo también me imagino su pollón. Y tengo miedo.
Cuando leemos un libro, todos nos imaginamos a sus personajes, los escenarios, la acción, a partir de las descripciones del autor. Todos rodamos en nuestra cabeza nuestra propia serie para Netlfix o nuestra trilogía dirigida por Peter Jackson. Leemos la descripción del unicornio y nos lo imaginamos. Y todos quedamos decepcionados, más o menos, cuando nos ofrecen el producto que habíamos visualizado. Porque no es una traslación directa de nuestras fantasías. De nuestro unicornio. Porque eso es imposible. Porque traducir es traicionar. Siempre. Con y sin unicornios, que, encima, no existen.

Me siento algo traicionado por el The Witcher de Netflix.

Pero, mierda, eso no me ha impedido disfrutarla. Mucho. Es un bonito unicornio. Y ya estoy deseando ver la segunda temporada.

¿Cómo podría yo venderle la serie a alguien que aún no la haya visto?

Las peleas a espada hacen que los caballeros de Poniente de Juego de Tronos, cada vez que cruzan el acero, parezcan putos. Putos y mancos.

Son absurdas, pero espectaculares.
¿Por qué no la descabelló mientras le daba la espalda?
Salen elfos.

Aunque ya te anticipo que no se parecen a los elfos amariconados de las pelis de El señor de los anillos. Estos son elfos muy machos.
Elfo netflixero.
Sale Henry Cavill.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Sale Henry Cavill en diversos grados de desnudez.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Sale Henry Cavill sudoroso, en diversos grados de desnudez y follando o recién follado.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Ñam, ñam.
Hay magia.
Hay monstruos a los que hay que matar, por dañinos.
(Esto interesará especialmente a los fans de Buffy Cazavampiros, aunque los peores monstruos, y de hecho es una constante temática de la serie, son las personas dispuestas a hacer cualquier sacrificio a cambio de saciar sus ansias de poder).
Hay intrigas palaciegas, conspiraciones, traiciones, emboscadas...

Se ven tetas.
Yennefer siempre rodeada de las mejores compañías.
Muchas. Y vienen por pares.
(Esto interesará especialmente a los espectadores).
Salen un chorrón de personajes femeninos fuertes, decididos, independientes y empoderados (el palabro de moda).
(Esto interesará especialmente a las espectadoras y cabreará a los votantes de Vox).
Y... no sé... creo que eso es básicamente todo.

Y son básicamente las mismas razones por las cuales te recomiendo la serie de novelas en las que está basada la serie de Netflix, que, acepta mi palabra, no solo están mucho mejor escritas que la susodicha serie, sino que también exploran en mayor profundidad a los personajes y los temas que están solo más o menos insinuados en The Witcher: la corrupción inherente a toda codicia de poder, la fuerza redentora del amor, el peso de la culpa, la fútil resistencia que los mortales oponemos a las corrientes del destino, la reacción ciega y violenta de la gente que sucumbe al miedo y al rechazo que despiertan en ellos la alteridad, «el otro», el diferente, a quien tan rápida y fácilmente aplicamos la etiqueta de monstruo u otra equivalente.

Que es, a fin y al cabo, por qué la saga de Geralt de Rivia nos resulta tan atractiva.

Porque habla de nosotros. De todos nosotros.

¿Qué te parece? Creo que he conseguido hablar de The Witcher sin colar ni un solo espóiler.