sábado, 21 de septiembre de 2024

El venenoso concepto del escritor putilla (2): Tampoco es el fin del mundo

Hace ya la friolera de cuatro años, publicamos en el Paratroopers una amarga filípica contra el concepto de propiedad que algunos lectores se atribuyen sobre la obra o la persona de sus escritores favoritos. Hablamos entonces del «lector con derechos», del lector tan embrutecido por su pasión hacia una saga, unos personajes, un universo literario, que se cree investido de autoridad para decirle al escritor tardón, renuente o agotado, «baila, mono». Que es lo mismo que «métetela en la boca, chupa con toda tu alma y finge te gusta». E ilustramos el concepto con los casos particulares de Patrick Rothfuss y su todavía inédita Las puertas de piedra (que algunos de nosotros empezamos a temer que no leeremos jamás) y, muy especialmente, de GRRRRRR Martin, que entonces, marzo de 2020, llevaba nueve años de retraso con los dos últimos títulos de Canción de fuego y hielo: Vientos de invierno y Sueño de primavera.

Y, manteniendo como mantenemos todas y cada una de las palabras de aquella entrada, lo cierto es que han pasado cuatro años y, a día de hoy, finales de septiembre de 2024, GRRRRRRRR Martin sigue sin finalizar su Canción de fuego y hielo, que iba a acabar con Vientos de invierno cuando Canción de fuego y hielo era una trilogía, años ha, pero que luego se extendió hasta ese volumen extra, Sueño de primavera. Y no, no vamos a entrar a analizar cómo coño tres libros se convierten en cinco (y potencialmente siete). Cualquiera que alguna vez se haya sentado a escribir podría contestar esa pregunta, y los que no lo hayan hecho, tal vez no comprendan la respuesta.

Pero, verás, la cuestión es que las personas que alguna vez nos hemos sentado a escribir un libro empezamos a temernos que nunca veremos al Gordo Cabrón terminar esos dos volúmenes finales.

Lo cual, sin menoscabo de todo cuanto afirmamos en la entrada de la bitácora enlazada más arriba, es un fastidio, claro. Porque los lectores de la serie nos hemos enamorado del escenario, de los personajes, de las tramas, y, además, estamos deseando quitarnos de la boca el sabor a diarrea de gitano con lombrices que nos dejó las temporadas finales de Juego de tronos. Pero GRRRRR Martin no se ha hecho más joven, las fechas de publicación se han pospuesto, y los informes de progresos del borrador corregidos a la baja, una y otra vez durante los últimos trece años y, afrontémoslo, chicos, toca empezar a resignarse a que tal vez nunca veamos publicados esos libros. Que es una putada, pero no una tragedia.

Si te falta perspectiva, amado lector con preocupaciones mucho más acuciantes que el final de una saga de fantasía heroica para gordos pajeros y vírgenes miopes, déjanos aportar algunos datos que fundamentan nuestro escepticismo:

Danza de dragones fue publicada en julio de 2011 en inglés y junio de 2012 en castellano. Y el libro fue una patada entre los cojones. Prácticamente no pasa nada digno de mención en todo el volumen, que encima reescribe sobre la marcha parte de la historia interna de la serie y, para acabar de joderla, no tiene un final propiamente dicho, ya que las dos batallas EPPPPPPPPPPPPPICASSSS y cliffhanger inmenso para varios personajes clave, con los que GRRRRRR Martin tenía previsto cerrar esa novela, fueron pospuestos con intención de incluirlos en los dos libros de cierre de la saga. Sí, esos mismos que probablemente no se acabarán jamás.

Desde entonces, GRRRRRR Martin ha tenido a sus fans básicamente a palo seco. El Gordo Cabrón dijo que se pondría a escribir los volúmenes que faltaban a partir de enero de 2012, en cuanto terminase con la gira de promoción y su paseo por convenciones de Estados Unidos y Ultramar. Teniendo en cuenta que esa pequeña decepción llamada Danza de dragones le llevó la abracadabrante cifra de seis años y al menos once borradores diferentes (que oscilaban entre las 472 y las 1700 páginas, antes de decidirse por una versión final de alrededor de 940 páginas), y que GRRRRR Martin seguía involucrado en proyectos paralelos, como la guía ilustrada de Poniente y la cuarta novela de Los cuentos de Dunk y Egg, en 2012 algunos de nosotros mullimos nuestros cojines y nos dijimos «esto, antes de menos de diez años, nada, nihil, rien, zero».

En diciembre de 2011, se publicó un capítulo de Vientos de invierno. Una historia contada desde el punto de vista de Theon Greyjoy. También se anunció que la versión en rústica de Danza de dragones publicada en inglés en octubre de 2013 incluiría otro capítulo de Vientos de invierno. Martin declaró en una entrevista que temía superar las 1 800 páginas de manuscrito entre ambos volúmenes antes de aproximarse siquiera al final. Pero que la cosa iba a ir mucho más rapidita y que, en tres años, tops, tendría calentito del horno Vientos de invierno. Eso sí, que la gente dejara de fatigar con los plazos de entrega. Que el libro estaría listo cuando lo estuviese.

En 2012, el Gordo Cabrón leyó en público capítulos inéditos de Vientos de invierno, protagonizados esta vez por Victarion Greyjoy y Tirion Lannister y, en un Webchat de la revista Empire, pronosticó que los dos volúmenes finales de su obra más famosa probablemente alcanzarían las 1 500 páginas. Cada uno. En octubre de ese mismo año, se publicó el Atlas de las tierras de hielo y fuego, GRRRRRR Martin dijo que ya tenía unas cuatrocientas páginas de Vientos de invierno, aunque sólo la mitad de esas páginas eran aprovechables, que lo que ahora le preocupaba era Un sueño de primavera, que no avanzaba. Pero en 2012 Martin también empezó a acusar la presión: «tratar de contentar a todo el mundo es un error terrible». Lo cual no deja de ser cierto, pero viniendo de quien venía, empezó a oler a cuerno quemado.

En 2013, GRRRRR Martin publicó en su página web otros dos capítulos inéditos de Vientos de invierno, uno protagonizado por Arianne Martell, y otro, titulado Misericordia y protagonizado por Arya Stark, que ya ha desaparecido de su página web, (aparentemente, el Gordo Cabrón elimina los avances posteados de Vientos de invierno en cuento publica uno nuevo), o por lo menos no hemos sido capaces o nos ha dado pereza localizarlo. También declaró, en una entrevista, que tal vez tendría clavado un 25% del libro, y reiteró a sus lectores bien podían dejar ya de joder la marrana, que Vientos de invierno estaría listo cuando estuviese y a tomar por culo todos. Estoy parafraseando un poco, naturalmente. Bueno... mucho, en realidad.

En 2014 no hubo mucho que contar. Salvo que Jane Johnson, la editora británica del Gordo Cabrón, publicó en su cuenta de Twitter que, definitivamente, Vientos de invierno no saldría ese año.

En 2015, Martin publicó en su página web otro capítulo inédito de Vientos de invierno, escrito desde el punto de vista de Sansa Stark y titulado Alayne. Y, de nuevo, Jane Johnson dijo en su cuenta de Twitter que a ella que no la metiesen en líos. Que no sabía nada de Vientos de invierno y que no tenía más información al respecto. Y, aunque el Gordo Cabrón dijo en una entrevista para Entertainment Weekly que confiaba en tener listo Vientos de invierno antes de que HBO emitiese la sexta temporada de Juego de tronos (que presuntamente adaptaría el material literario, todavía inédito, recogido en esa misma novela).

En enero de 2017, el Gordo Cabrón se medio comprometió a publicar el libro a finales de aquel año. Eso no pasó y, en abril de 2018, tuvo que desdecirse a sí mismo. Otra vez. «No, winter is not coming... not in 2018, at least». Y GRRRRR Martin no proporcionó una nueva fecha de entrega.

En 2019, probablemente muy cabreado consigo mismo (comparto esa experiencia de pelearte con un libro muy largo que se resiste a que lo acabes, y me cabreé conmigo mismo), GRRRRR compartió su plan de permitir que lo encerrasen en una cabaña con vistas a un lago de ácido sulfúrico si no tenía Vientos de inverno para la Convención Mundial de Ciencia Ficción, que se celebró en Nueva Zelanda en julio de 2020. «[...] if I don’t have THE WINDS OF WINTER in hand when I arrive in New Zealand for worldcon, you have here my formal written permission to imprison me in a small cabin on White Island, overlooking that lake of sulfuric acid, until I’m done. Just so long as the acrid fumes do not screw up my old DOS word processor, I’ll be fine». La octava, y última, y abominable temporada de Juego de tronos concluyó como tenía que concluir desde que los showrunners se quedaron sin libros que adaptar: con una CAGADA ESPECTACULAR. 2020 llegó y se fue. Y no hubo Vientos de invierno. Bocazas. Que eres un bocazas y punto, Gordo Cabrón.

En 2022 volvimos a tener noticias sobre Vientos de invierno, y no puedo decir que fuesen buenas. GRRRRR Martin afirmó que tenía como 1 200 páginas de Vientos de invierno... y que le faltaban al menos otras 400 para cerrar la novela. Admitió que este puto penúltimo volumen le estaba costando más de lo esperado (¡nos ha jodido! ¿En serio? ¡Ni cuenta nos habíamos dado!), tal vez, en parte, debido a que Vientos de invierno era sólo uno de los mil proyectos y trabajos que manejaba al mismo tiempo.

En 2023, GRRRRR Martin volvió a admitir que no estaba progresando al ritmo que le gustaría a sus lectores , y que seguía haciendo malabares con ocho motosierras encendidas a la vez: la serie de La casa del dragón, un segundo libro sobre los Targaryen (que retomaría la crónica histórica de la dinastía después de Fuego y sangre), otra novela de Dunk y Egg, más libros de la serie Wild Cards, una película protagonizada por la seráfica Milla Jovovich y Dave Bautista, y dirigida por Paul W.S. Anderson, película que te acabas de enterar que existe; una serie para AMC, Dark Winds, basada en la serie de novelas Leaphorn & Chee escrita por Tony Hillerman, cortometrajes, pollas en vinagre y una cantidad obscena de spin-offs de Juego de tronos que se fueron cayendo uno tras otro (una serie centrada en el personaje de Jon Soso, una serie protagonizada por Corlys Velaryon, una serie que contaría el viaje de la princesa Nymeria a Dorne...).

Y... eso es básicamente todo.

Con este contexto, no te extrañará, oh conspicuo lector, que algunos hayamos desesperado ya de ver jamás finalizada Canción de fuego y hielo. Al menos, por parte de GRRRRR Martin. No descartamos que, el día que al Gordo Cabrón le de el apechusque (algo que en absoluto le deseamos, al pobre bastardo, pero lo cierto es que ya tiene 76 tacos, sobrepeso y, en alguna parte, leí que sufría diabetes, pero no encuentro ahora información al respecto) sin haber rematado su obra magna, sus herederos se busquen un Brandon Sanderson para acabar la faena.

En los últimos tiempos, casi lo único que hemos sabido de GRRRRR Martin es que está cabreadísimo con el fandom de Star Wars. Y con el de Indiana Jones. Y con el de Marvel. Y con el de The Witcher. Y con el de Dr. Who. Y, básicamente, con todos los fans que se llevan las manos a la cabeza cuando ven cómo los grandes grupos audiovisuales, en nombre de la inclusión, el vaginismo y la negritud, se están cargando las historias, los universos y los personajes que amaron de niños. Según Martin, exigir que los escritores y productores respeten el material que adaptan, te convierte automáticamente en un fan tóxico.

En fin, todo el mundo tiene derecho a ser gilipollas al menos una vez a la semana. Nada que comentar al respecto.

Es decir, los paratroopers no tendríamos nada que comentar, y no estaríamos escribiendo esta entrada de la bitácora, de no haber publicado el escritor Devon Eriksen, en su cuenta de Twitter, una reflexión llena de vitriolo hacia el Gordo Cabrón, reflexión que es una replica a la nueva excusa de GRRRR Martin para no haber acabado aún Vientos de invierno y que nos ha dado que pensar. No diremos que la de Eriksen, autor de ciencia-ficción dura a través de la novela Theft of Fire, sea la única ni la más fundamentada explicación del retraso ya decano de Vientos de invierno, pero introduce algunas ideas interesantes. Y, como nos parece que ese tuit puede ser útil en el debate entre los cada vez más desalentados fans de Canción de fuego y hielo, y el debate civilizado, libre e informado siempre es positivo para la humanidad, lo reproducimos aquí. Y así también nos ahorramos currarnos la segunda parte de esta entrada.

(Por favor, no perdamos de vista la posibilidad de que tal vez Devon Eriksen está siendo calculadamente hostil como estrategia de promoción de su propia obra escrita. En las Redes Sociales, la integridad y la honestidad suelen ser más falsas que las tetas de una colombiana).
No sabemos si es colombiana. Sabemos que son tetas.

Allá va.
Traducido, para los que se embarran con el inglés. Las negritas son nuestras:


«He aquí lo que Canción de hielo y fuego realmente quiere ser, y el motivo por el cual George no puede terminarla.

»En realidad, no se supone en absoluto que
Canción de hielo y fuego sea oscura, maquiavélica, desesperanzada o una subversión de Tolkien.

»Se supone que debe comenzar así.

»Los detalles pueden ser complejos, pero la fórmula es simple. Versión de baja fantasía de las Islas Británicas, destrozadas por una maquiavélica lucha de poder de multipartidista, vagamente basada en la Guerra de las Dos Rosas.

»Las cosas están mal debido a la lucha de poder maquiavélica.

»En segundo plano, sutiles indicios de una amenaza externa, mágica y de otro mundo. Las facciones en guerra se burlan de ella y la ignoran al principio. Entran los tropos de alta fantasía; el héroe profetizado emerge para unir a las facciones moralmente ambiguas en una inequívocamente buena fuerza pro-civilización para enfrentar y derrotar la inequívocamente malvada amenaza a toda la vida.

»Transición total, al final, a alta fantasía épica tolkieniana, representada directamente en vez de subvertida.

»El heroísmo triunfante, la humanidad triunfante, el reino unificado en paz y prosperidad.

»Títulos de crédito».



«Si la historia se completara así, completada como quiere ser completada, como anhela ser completada, cada momento oscuro, descarnado y maquiavélico estaría plenamente justificado.

»Cada capítulo y escena llenos de matones y villanos y ningún héroe en absoluto estaría plenamente justificado.

»Porque solo servirían para enfatizar la rareza de los héroes y la necesidad de ellos.

»Porque harían que la llegada de un verdadero héroe fuera mucho más satisfactoria cuando, tarde pero no demasiado tarde, llegara.


»[ASOIAF: A Song of Ice and Fire] Canción de hielo y fuego no quiere ser en absoluto una subversión de Tolkien. Quiere ser un camino de huida de la oscuridad y hacia la luz. Quiere ser un estudio sobre cómo Tolkien es profundamente relevante, incluso para un mundo descarnado y moralmente gris.

»Esto es lo que George sabe que debe ser.

»Pero George no puede escribirlo.

»¿Por qué?

»Porque es socialista. Y un
boomer».


«El núcleo motivacional del socialismo es la envidia, y su regla subyacente es "no serás mejor que yo".

»El único principio rector de los
baby boomers es "todo lo que me haga sentir placer ahora es bueno, y todo lo que me haga sentir mal ahora es malo".

»Toma todo esto en conjunto, y obtendrás a alguien que tiene un verdadero problema con los héroes. Los héroes son, por definición, los mejores de nosotros, al menos en alguna dimensión, y si tu motivación subyacente es la envidia, estar al lado de uno te hará sentir mal.

»Esto significa que los socialistas, los
baby boomers y los baby boomers socialistas, acostumbran a no querer creer en héroes y en el heroísmo.

»Quieren convencerse a sí mismos de que todo lo que parece bueno es secretamente malo, en realidad, y que cualquiera que los haga sentir o parecer malos es obviamente malvado por lo que sea.

»Así que cuando ven a un héroe, tienden a llamarlo fascista.

»(Por supuesto, cuando ven a un fascista, también lo llaman fascista, pero eso es solo una coincidencia, porque llaman fascista a cualquier cosa... a unos transeúntes cualquiera, a los edificios, a las rocas, a los árboles, a las ardillas, a cualquier cosa).


»Porque quieren sentirse moralmente superiores a él.

»La única forma en que pueden admitir que alguien tiene una brújula moral es si pueden sentirse superiores a él de alguna otra manera, generalmente retratándolos como ingenuos y, por lo tanto, condenados al fracaso porque no están capacitados por el cinismo y el egoísmo para seguir el camino más eficiente hacia... lo que sea».



«Así que si el viejo George cree que todo aquel que parece bueno es en realidad, secretamente, un malvado o abiertamente un estúpido, entonces escribir un personaje con impulsos heroicos va a ser difícil, y escribir sobre cómo triunfan... imposible.

»Por eso George puede escribir personajes con motivos nobles (Jon Snow, Eddard Stark, etc.), pero sigue haciéndolos fracasar.

»Verás, en el mundo de George, el heroísmo debe ser una farsa o una debilidad, porque entonces el propio mal carácter de George será sabiduría e iluminación, en lugar de simple ausencia de virtud moral.

»Si los héroes son todos unos fraudes o unos tontos, entonces George está siendo inteligente, porque ha visto a través de todo el asunto del heroísmo.

»Si los héroes son reales, y a veces triunfan, y hacen que el mundo sea mejor para todos, entonces George es simplemente un viejo gordo, holgazán y cínico que no quiere terminar su arte por integridad o por el arte, porque solo quería dinero, y ahora tiene más del que sabe en qué gastarse».



«Para finalizar la historia, George necesitaría despertar a la virtud.

»En primer lugar tendría que desarrollar un sentido de integridad, un deseo de cumplir sus promesas, incluso aunque nadie puede o quiere castigarlo por no hacerlo.

»Luego tendría que desarrollar un sentido de humildad, porque, para escribir sobre una persona mejor que él, tendría que admitir ante sí mismo que existe tal cosa, que la gente puede ser mejor, y que intentar mejorar es una digna meta, no tan solo el acto de caer víctima de una estafa pensada para controlarte.

»Cuanto más tiempo pasa alguien sin admitir sus faltas, más difícil le resulta admitirlas, porque habrá invertido más profundamente en ellas.

»Y esto significa que
[GRRRR Martin] también tendría que desarrollar el coraje de admitir ante sí mismo que es, de hecho, un viejo cobarde, cínico, holgazán y gordo, y que Tolkien, a quien envidia y desprecia, fue desde siempre mucho mejor hombre».

Y si te preguntas qué nueva excusa del Gordo Cabrón para no haber acabado Vientos de invierno le ha inflado tanto los cojones, ahí va:

GRRRR Martin no ha podido acabar Vientos de invierno en 2024 porque Ucrania, free Palestine y fascismo.

En serio.


Y con esto ya hemos resuelto la entrada de la quincena.

Ahora es tu turno, amado lector, para contribuir al debate.

Si quieres. Que si no, ya te digo que tampoco es el fin del mundo.

viernes, 6 de septiembre de 2024

No es que seas cada día más inteligente, es que a tu alrededor está creciendo el número de subnormales

Empecemos por lo realmente importante, que, puesto que nadie relee las entradas antiguas, nunca, nos vemos obligados a poner aquí:

A fecha de hoy, Deadpool y Lobezno, de la que hablamos aquí (cachondos perdidos y con el carallo en la mano), ha alcanzado los 1 262 millones de dólares de recaudación, convirtiéndose en la película de clasificación R más taquillera de la historia. Lo cual confirma que Zack Snyder es un palurdo, Kevin Feige no tiene ni puta idea de lo que los fans de los cómics queremos ver en pantalla grande y los ejecutivos de Marvel/Disney, que abrumadoramente no le veían viabilidad del proyecto (y ahora andan por ahí diciendo que la película fue idea suya y que menos mal que estaban allí para ponerlo todo en marcha), todavía menos.

Deadpool y Wolverine ha pulverizado récords: es el sexto mejor estreno de la historia del cine (211,4 millones), superando a Los Vengadores, Pantera Negra y la versión CGI de 2019 de El rey león. Es el mejor estreno en el mercado estadounidense desde Spider-Man: No Way Home y la película más taquillera en la tríada zombi (para las salas de cine) de los lunes-martes-miércoles en el mercado estadounidense. Es el cuarto mejor estreno de una película de superhéroes y el mejor estreno de una película clasificada R, tanto en el mercado doméstico como en el internacional. Es la película con (o de) Lobezno más taquillera (robándole la medalla a Logan con sus 619 millones). Es el mejor estreno doméstico (o sea de Estados Unidos) en un mes de julio desde que hay cifras al respecto. Es la segunda película más taquillera de 2024 y ya comienza roerle los talones a Inside Out 2 y sus 1 650 millones.
Corre, Inside Out 2. ¡CORRE!

Que me comas los cojones a dos carrillos, Kevin Feige. Y que sepas que llevo un par de días sin ducharme.

En otro orden de cosas, como actualización de esta entrada: nos congratula decir que ¡AAAAAAAAAAAAAH, KITAGAWA Y HOJO SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN Y HAN PERMUTADO SALIVAAAAAAA! ¡AAAAAH, ME MUERO DE AMOOOOOOOOOOORLLLLLL AAAAAAAAAAAAH!

Ya está. Pasemos a la entrada de la bitácora.

EMPIEZA AQUÍ: Tú has visto mucho más cine de Alex Garland de lo que crees. Y te ha gustado.

¿Recuerdas aquella película con Leopoldo diCardio sobre un mochilero gringo medio soplapollas que, de viaje por Tailandia, «hereda» un mapa que conduce a una playa paradisíaca donde no tendrá otra cosa que hacer que tomar el sol, bañarse, follar y fumar porros? Pues, aunque estaba dirigida por Danny Boyle, La playa adaptaba a la pantalla una novela de Alex Garland (en la que el mochilero era británico). Su primera novela, de hecho.

(Casi 700 000 copias había vendido para 1999. Qué envidia le tenemos, al cabrón).

¿Recuerdas aquella película de zombis británicos dirigida también por Danny Boyle y protagonizada por Cillian Murphy, Naomie Harris (que todavía no le había disparado a 007) y un Christopher Eccleston pre-Dr. Who. Digo aquella rodada con cuatro peniques y que se convirtió en la piedra filosofal de 2002, al transmutar sus ocho millones de presupuesto en casi ochenta y cinco millones de recaudación (un 1 058% de retorno)? Pues el guion es de Alex Garland.
(28 días después... inició una franquicia con secuela dirigida por Juan Carlos Fresnadillo y segunda secuela, todavía en desarrollo y con estreno previsto para 2025).

¿Recuerdas Sunshine, aquella película de terror-ciencia ficción, otra vez de Danny Boyle, y que fue un sonoro fracaso de taquilla (algo menos de 35 millones de recaudación sobre un presupuesto de 40 millones) a pesar de que, honestamente, no está nada mal? Alex Garland escribió el guion.

¿Recuerdas Nunca me abandones, la desoladora adaptación de la desgarradora novela homónima de Kazuo Ishiguro protagonizada por Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield? A ver si adivinas el nombre del guionista.

¿Recuerdas Dredd, la mejor película de ciencia ficción de 2012 que casi nadie fue a ver al cine (quizá porque al personaje le faltaba tirón entre las grandes audiencias, quizá porque las grandes audiencias aún recordaban la espantosa adaptación de 1995 protagonizada por Stallone) y de la que seguimos esperando secuela (que probablemente nunca llegará)?

¿Recuerdas Ex Machina, con Domhall Gleeson pasándole el test de Turing a la androide Alicia Pikante, digo Vikander? Pues aquí Alex Garland no sólo escribió el guion, sino que dirigió la película. Ésa que dice, de momento, que es la que más ha disfrutado haciendo de toda su carrera.

¿Recuerdas aquel extraño artefacto titulado Aniquilación, que parecía el resultado de una mala digestión de Tarkovsky? De nuevo, guion y dirección corrieron a manos de Alex Garland.

Sí, Alex Garland tiene un fetiche por la ciencia ficción. Fetiche que alcanzó el paroxismo en Devs, miniserie de 2020 para Hulu que merece un par de párrafos.

Devs no es la ciencia ficción poética y casi mágica de Aniquilación, ni el romance electrodoméstico de Ex Machina (aunque también hay una historia de amor en Devs). No es la deprimente y violenta distopía punk de Dredd. Y no es la fumada de caspa del sobaco de rata mutante de alcantarilla de Chernobyl que es Sunshine (¿revivir un sol moribundo que ha agotado su combustible lanzándole una turbobomba nuclear del megainfierno a mano derecha? Nadie que tenga siquiera un conocimiento superficial de astrofísica escribiría semejante disparate). En Devs nos encontramos droja dura. Ciencia ficción pura de oliva que presenta problemas fundamentales de la filosofía, la psicología y la ciencia: el libre albedrío, el duelo, la naturaleza misma del universo, la muerte.

Forest (Nick Offerman, uno de los actores fetiche de Garland) es un barbudo y ojeroso Steve Jobs que ha construido, en secreto, un computador cuántico. Una máquina capaz de calcular la posición y movimiento de todas las partículas del universo. ¿Comprendes lo que eso significa, amado lector con cuatro doctorados en carreras técnicas y científicas? Forest ha construido una máquina que puede predecir el futuro y «ver» el pasado. Pero el trasto no es del todo perfecto. Puede proyectar lecturas de los acontecimientos relativamente recientes, pero la incertidumbre introduce una creciente cantidad de «ruido» en los datos a medida que se alejan del momento presente. Puedes ver un monigote con corte de pelo a lo paje hablando algo que parece francés medieval, pero tienes que creerte que ésa es Juana de Arco. Puedes ver una silueta desdibujada colgada de algo que podría ser una cruz, pero sólo con un ejercicio de fe podrías considerar que ése es Jesucristo y que el estruendo que sale de su boca es arameo galilaico. Forest ha contratado a un grupo de matemáticos y programadores para que refinen el modelo matemático empleado en la interpretación de los datos, y aquí es donde entra Sergey (Karl Glusman), el novio de Lily (la bellísima y talentosa Sonoya Mizuno, actriz fetiche de Garland).
Y también nuestra.

No vamos a profundizar en el argumento de Devs, que no va de esto la presente entrada. Basta con que sepas que Forest está traumatizado por la muerte en accidente de coche de su mujer y su hija pequeña. Todo el proyecto de Devs es un medio multimillonario de lidiar con el dolor de la pérdida. Forest necesita un ordenador cuántico para descubrir si el universo es determinista (lo cual haría inevitable las muertes de su esposa e hija y absolvería a Forest de cualquier responsabilidad de haber podido prever o evitar el accidente) o múltiple (en cuyo caso Forest habría podido salvarlas y, lo que es peor, hay un número potencialmente infinito de universos en los que su hija está viva y fuera de su alcance). Mézclale un par de asesinatos, una profunda reflexión sobre la capacidad del hombre de tomar decisiones libres, o la ausencia de las mismas y un par de corazones rotos, y tienes Devs, que te recomendamos vivamente.
(Vale, han sido tres párrafos, no dos. No, tres párrafos no constituyen un par. ¡Son las cuatro de la madrugada! ¡No nos pidas milagros!).

Alex Garland también ha dirigido y escrito Men, de la que no podemos decirte más de lo que viene en su ficha de la IMDB, porque no la hemos visto. Salvo que en ella actúa Jessie Buckley, la actriz injustamente desaprovechada en la pretenciosa, lerda y narcotizante Estoy pensando en mandarte a cagar, que pusimos a mamar carburo en esta entrada de la bitácora.

Y, también, Alex Garland es el guionista y escritor de Civil War, la película que ha confirmado que el número de deficientes mentales no ha parado de crecer en la última década.

Con 50 millones de presupuesto (la más cara producción de A24 films, por lo que he podido indagar), un estreno doméstico de más de veinticinco millones y, hasta la fecha, más de 122 de recaudación global, Civil War está muy lejos de ser un blockbuster, aunque es obvio que lo ha hecho relativamente bien en taquilla.

Civil War es otra obra de ciencia ficción (género fetiche, ya lo hemos visto, de Alex Garland). La película nos presenta una distopía en la que los Estados Unidos se han ido a la mierda. Por motivos que no llegan a desarrollarse en el largometraje, el país está sumido en una guerra civil. Un presidente iluminado ha violado la Constitución estadounidense y un ejército rebelde armado y financiado por los Estados de Texas y California se han alzado en insurrección contra el gobierno federal y conquistado Estado tras Estado en su avance hacia la capital de la nación (también se habla de un segundo frente encabezado por Florida, pero la película no aporta excesivos detalles). En Civil War, un grupo de reporteros de guerra emprende un accidentado viaje por carretera con la intención de alcanzar Washington, a punto de caer, antes de que el ejército golpista tome la Casa Blanca y deje moñeco al presidente (de nuevo Nick offerman).
(Eeeeh, no sé por qué pones esa cara. Sí, Civil War es ciencia ficción. ¿O hay mayor fantasía que ver a California, el Estado de los ateos flower-power queer-friendly de mochaccino con soja y pelo violeta, fans de la mefistofélica Taylor Swift, ponerse de acuerdo con Texas, el Estado de ganaderos y proletarios cristianos, defensores de la familia tradicional y fanáticos de la Segunda Enmienda, del café solo y sin azúcar, la música country y la cerveza Budspenser?).
California apuntándose al estilo texano.

Civil War es mesmerizante. Un viaje al corazón de las tinieblas de un país arrasado por el odio y la tragedia. Una historia iniciática (la de Jessie, interpretada por Cailee Spaeny; la aspirante a corresponsal de guerra que atraviesa su bautismo de fuego en esta película). Una historia de crisis de fe (la de Lee, una envejecida, ¡esperamos que con maquillaje, copóns, que es más joven que nosotros!, Kirsten Dunst, veterana de mil batallas, cada una de las cuales le ha dejado una cicatriz que jamás cerrará del todo, y embrujado con unos fantasmas que nunca la abandonarán). Como en el clásico de Coppola, cada kilómetro que acerca a Washington a Lee, Joel (Wagner Moura, al cual suplicamos que no intente nunca más imitar el acento colombiano), Jessie y el anciano de la tribu Sammy (Stephen McKinley Henderson), es un nuevo círculo del infierno al que descienden de camino al trono de Lucifer. Porque Alex Garland, quizá a partir de su propia experiencia de mochilero, ha comprendido que todo viaje tiene dos dimensiones, la geográfica y la psicológica.

Recorremos el camino, y el camino nos penetra, nos transforma, a veces nos contamina. Detrás de las montañas, la dunas, las arboledas del paisaje descubrimos lo que estaba oculto a nuestros ojos, y esa nueva luz desvela lo que se escondía en las sombras de nuestra alma. Jessie deja atrás su carácter asustadizo de reportera wannabe y se convierte, al final del tercer acto de Civil War, en una profesional, valiente e incluso temeraria fotógrafa de guerra. Lee sufre la metamorfosis contraria, y la veterana corresponsal se derrumba. Lee, que ha cubierto conflictos en todo el mundo como advertencia al insensible o engreído público americano («¡por el amor de Dios, no permitáis que esto suceda en casa!») no puede soportar el peso de su fracaso. Esta guerra es su última guerra, porque su alma ya no lo soporta más.
(Bueno, y también porque ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### EL ESPECTADOR TENDRÁ QUE VER CIVIL WAR PARA CONOCER EL DESENLACE ### en una entrega de la antorcha a la siguiente generación).

Civil War es, en cierto modo, un cuento con moraleja. Sin mojarse, o sea sin tomar partido, Alex Garland nos muestra las más graves consecuencias de la división provocada por los extremismos políticos: la guerra, que se convierte muy pronto en un monstruo alquímico, un ouroboros que se devora y engendra a sí mismo. La vida humana, que pierde su condición sagrada y se transforma en combustible de la guerra. La hiperinflación, que convierte el dinero en yesca y los productos de primera necesidad en auténtica mercancía de cambio que anhelan los saqueadores y que se defiende con las armas en la mano. Soldados que disparan a ciegas, sin saber quién está al otro lado de los cañones de su arma. Que disparan simplemente porque alguien, quien sea, tal vez un vecino, tal vez un amigo que los ha identificado erróneamente como objetivos, les está disparando a ellos. La «paz armada» de quienes fingen que nada ha cambiado e intentan vivir como en los buenos viejos tiempos, al precio de una vigilancia totalitaria. Los paletos armados que deciden aprovechar el conflicto para acometer, sin temor a las consecuencias, su largo tiempo acariciada limpieza étnica...

Alex Garland nos conduce por pueblos devastados, calles destruidas en las que alguna vez jugaron niños hoy muertos, campamentos de refugiados, carreteras vacías, campos incultos que antaño alimentaron a multitudes, industrias abandonadas, maquinaria ruinosa, y ensordecedores escenarios de guerra urbana iluminados por las estelas de las balas trazadoras y las llamaradas de las explosiones y los blancos destruidos. Lee, Joel y Jessie se convierten en nuestros ojos y oídos en este pandemonio. Su horror nos conmueve. Su miedo se convierte en el nuestro. Su agonía nos desgarra. Investidos de la profilaxis sacerdotal del reportero de guerra, Lee, Joel y Jessie se meten en el fango, les salpica la sangre, caminan entre cadáveres, recogen con sus cámaras la violencia, el heroísmo, el terror, la muerte, como si fuesen invulnerables a las balas, la metralla, la violencia (no lo son); porque alguien ha de dar testimonio, documentar el espanto, el sinsentido, el odio, pero también el valor, la generosidad, la camaradería que florecen en las guerras. Y nosotros, los espectadores, los acompañamos en ese viaje a través del disparate de la guerra civil.

Por si no lo hemos dejado lo bastante claro: Civil War es una gran película, que te recomendamos
muy encarecidamente, oh lector sensible a las almizcleñas seducciones del Séptimo Arte.

Civil War también, sorprendentemente, es un papel de tornasol para identificar gilipollas. Y el director, Alex Garland, parece haber sido el primer sorprendido al respecto.

Es realmente muy curioso navegar las críticas de Civil War y descubrir, ojipláticos, que la mayoría de las reseñas positivas de la más reciente obra de Garland elogian sus valores cinematográficos, su ambición artística, su impecable factura y su mensaje provocador contra la polarización ideológica... y la mayoría de los análisis negativos exponen al director por no haberse posicionado políticamente en contra del pensamiento de derechas.

«‘Civil War’ delivers visceral thrills but stays muddled in its political message», dice la crítica de Brian Lowry para CNN.

«Alex Garland’s Civil War is a political thriller that’s light on politics», afirma la crítica de Devan Coogan para Entertainment Weekly, que obviamente ha visto esta cinta bélica y de terror y ha creído que estaba viendo otra cosa.
Creo que estoy viendo a Sonoya Mizuno. Again.

Adrian Horton, en su análisis para The Guardian, se lamenta de que la película, con su falta de implicación ideológica sea «good news for those who feared Civil War would swerve too close to the present election-year polarization for comfort, or wring entertainment out of the beyond oversaturated national presence and specter of Donald Trump».

Lovia Gyarkye, en The Hollywood Reporter, se queja de que la película es fría y sus personajes distantes, una opinión muy respetable con la que no tenemos por qué coincidir y que constituiría una crítica válida... de no empezar su artículo quejándose de su carencia de partidismo: «The details of American politics do not concern Alex Garland in Civil War». Y, también para el The Hollywood Reporter, Richard Newby culpa de cualquier incomodidad que 
Civil War pueda producir en el espectador a Alex Garland por no haber dejado bien sentado quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta película. ¡Como si hubiese tal cosa en una guerra entre hermanos! «Alex Garland's latest feature is difficult to watch because it does not give people clearly defined sides to root for (or against)».

El crítico David Fear, para la Rolling Stone, afirma desdeñoso: «Civil War offers a lot of food for thought on the surface, yet you’re never quite sure what you’re tasting or why, exactly». Todo eso después de dedicar su párrafo inicial a quejarse de la polarización en la que están sumidos actualmente los Estados Unidos («What was once an ideological divide now seems like an unbridgeable chasm. No one can seem to agree on simple concepts like, say, "facts" or "reality."») y gritar «¡lobo!» a la vista de las próximas elecciones («Given the election year we’re in and the feeling that we’re about to reprise a truly contentious contest for the country’s highest office, however, it’s hard not to think we’re on the brink of a second conflict between citizens on our own soil. It can happen here. It can happen again»).
Y es por este tipo de línea editorial que la Rolling Stone lleva años cubriéndose de proverbial mierda.

Si sientes, oh amado y preclaro lector, que tu cociente intelectual ha caído una docena de puntos leyendo los cinco últimos párrafos, probablemente estés en lo cierto.

Lo resumiremos así para tus nuevas y lisiadas capacidades cognitivas: hay SOPLAPOLLAS EMPORRADOS cabreados con Alex Garland porque el presidente de Civil War NO SE PARECE LO BASTANTE A TRUMP y porque los periodistas protagonistas de la cinta no son ACTIVISTAS TURBOIZQUIERDOSOS AUTOINVESTIDOS DE SOBERANÍA MORAL POR SU DEVOCIÓN CIEGA A LA SENTINA IDEOLÓGICA POST-SOVIÉTICA DE UNIVERSIDAD PROGRE GRINGA DE LA IVY LEAGUE.

Así, como suena.

Al crítico cinematográfico cabreado con Civil War le resulta intolerable que no le hayan dado la película bien masticadita para que no se lastime sus delicadas mandíbulas ideológicas. Que Nick Offerman no saliese en pantalla diciendo «grab them by the pussy» o «make America great again!». Que Kirsten Dunst no culpase de la guerra a haber retirado de las empresas del Fortune 500 las cuotas para negros, lesbianas, caníbales y transexuales. Que Cailee Spaeny, cuyo personaje es la inocencia a punto de inmolarse en combate y, en cierto modo, la brújula moral de la película, no se identificase como no binarie. Que Joel no afirmase que, con suficientes inmigrantes palestinos, el conflicto se habría acabado en dos días (que le pregunten, si no, a los libaneses. ¡Mira qué bien les vino a ellos acoger a 110 000 refugiados palestinos tras la guerra de 1948. , es SARCASMO). Que la guerra no terminase porque el presidente cambió sus pronombres y transicionó a mujer, porque ya se sabe que, si gobernasen las mujeres, no habría guerras (Isabel I de Castilla, Isabel I de Inglaterra, Catalina II de Rusia, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Golda Meir... ¿quieres que siga?).

Como en su día Sound of Freedom (de la que dimos nuestra opinión aquí), Civil War se ha convertido en un inesperado detector de tarados.
Por el suelo, las neuronas de algunos críticos de Civil War.

Y no es que el cine deba ser aséptico y no comprometido. Por poner sólo el primer ejemplo que nos ha venido a la cabeza: Buenas noches y buena suerte es una película politizada y sesgada que recoge un triste episodio en una de las épocas más negras de la historia de los Estados Unidos, período en el que la mera sospecha de simpatizar con gente adepta a determinada ideología podía destruirte socialmente y acabar con tu carrera profesional (¡menos mal que esos tiempos se han terminado! ¡, ES SARCASMO!). Buenas noches y buena suerte nos habla de cómo unos periodistas valientes y librepensadores defendieron su derecho a presentar los hechos a la inteligencia y el buen criterio del público americano, su derecho a alternar con quien les diese la gana independientemente de las ideas de esa persona, y el derecho universal a la libertad de conciencia y la libertad de expresión, sin los cuales no puede construirse un debate público sano y libre que es la piedra angular de la democracia. Porque no hay democracia allí donde tienes miedo de decir lo que piensas.

Buenas noches y buena suerte es una película que defiende los valores fundamentales de la convivencia en medio de una caza de brujas, que postula el libre intercambio de ideas frente al dedo acusador y la censura, que glorifica los argumentos frente a la histeria y las emociones desatadas. Si la película de George Clooney se hubiese limitado a tratar de imponer una receta intelectual única y excluyente, 
Buenas noches y buena suerte no sería Arte. Sería propaganda. Los comemierdas zurdos le reprochan a Alex Garland no haber querido convertir su película en un panfleto. Porque vivimos un nuevo macartismo donde la moneda se ha dado la vuelta y ahora son los «progresistas» (sí, es sarcasmo) los que llaman a silenciar, enajenar y destruir («cancelación», lo llaman) a todos aquellos que cuestionen el menor o el más disparatado mandamiento de su catecismo fanático o no se adhieran fervorosa y acríticamente a sus disparatadas majaderías. Cosa que Civil War ha renunciado a hacer, dejando a los espectadores la tarea de extraer la moraleja de la película.

¿Y qué es lo que opina Alex Garland de toda esta absurda polémica desatada por un puñado de periodistas a los que, obviamente, les quitaban la merienda en el recreo del cole?

Se la pela.

Se la pela mucho. Lo cual es la única actitud realmente sana frente a los majaderos. En diversas comparecencias públicas inscritas en la promoción de Civil War, Garland se ha tomado la molestia de tumbar los reproches más llamativas que ha recibido su cinta por parte de la prensa babiosa y canallesca.

A las críticas de apoliticismo, Garland pregunta desde cuándo la política es, única y exclusivamente, ese diálogo para besugos de izquierda contra derecha.

A las acusaciones de no haber aprovechado la oportunidad para hablar sobre cómo la ausencia de un firme control de posesión de armas en manos de civiles podría conducir a una catástrofe nacional, Garland nos recuerda la Ruanda de 1994: «Some civil wars have been carried out with machetes and still managed to kill a million people».

Ante el crecimiento de la intolerancia, la persecución de la disidencia intelectual, la construcción de cámaras de ecos donde se enciende la gente demasiado frágil para exponerse a opiniones diferentes a la suya: «Why are we shutting [conversation] down? Left and right are ideological arguments about how to run a state. That’s all they are. They are not a right or wrong, or good and bad. It’s which do you think has greater efficacy? That’s it. You try one, and if that doesn’t work out, you vote it out, and you try again a different way. That’s a process. But we’ve made it into ‘good and bad.’ We made it into a moral issue, and it’s fucking idiotic, and incredibly dangerous…».

Para quienes se quejan de que la película es extraordinariamente confusa y no llega a aclarar el trasfondo de la historia, más allá de una breve exposición señalando al presidente por haber disuelto el FBI (parecido a lo que Trumpo amenazó con hacer cuando empezaron a investigarle a él; y éste es el único momento del guion donde Alex Garland casi toma partido): «"I personally think questions are answered. [...] There is a fascist president who smashed the Constitution and attacked [American] citizens. And that is a very clear, answered statement. If you want to think about why Texas and California might be allied, and put aside their political differences, the answer would be implicit in that. So I think answers are there but you have to step to it and not expect to be spoon fed these things. It makes assumptions about the audience.».

Y los cretinos siguen sin entenderlo. La contribución de un espectador de Civil War a un subforo de Reddit sobre la película expresa su temor a que la escena de los rednecks (comandados por Jesse Plemons, fichado in extremis por incomparecencia de otro actor cuando la producción ya había empezado, y ya es el segundo prota de Estoy pensando en mandarte a cagar del que hablamos en esta entrada) llenando de inmigrantes una fosa común pueda, de alguna manera, inspirar a grupos de milicianos MAGA.

Lo cual es el mejor ejemplo de que no sirve de nada discutir con gilipollas. Te rebajarán a su terreno y te someterán con su experiencia. Lo único sensato que se puede hacer cuando te encuentres con uno es correr en dirección contraria a toda la velocidad que den tus piernecitas.

Así que debemos agradecer a Alex Garland que nos haya proporcionado otra herramienta para detectarlos.