viernes, 22 de octubre de 2021

«Mi nombre es una palabra que mata»: non bis in diem


En el año 1965, Frank Herbert, un periodista con casi treinta años de experiencia (mintió sobre su edad para que le publicasen su primera crónica en el Glendale Star), dió al tórculo en un volumen unitario su torpedo en la línea de flotación del «Viaje del héroe» de Campbell (pincha aquí si aún no has leído el nuestro). Herbert había dedicado casi seis años de investigación a una obra vastísima sobre ecología a escala planetaria, evolución humana y los vasos comunicantes entre la religión, la economía y el poder político. Como añadidura, Herbert hacía en Dune escarnio del monomito de Campbell a través de una obra que, en apariencia, lo respetaba escrupulosamente cuando en realidad denunciaba sus contradicciones y advertía sobre los terribles riesgos de seguir ciegamente a los hombres providenciales, a los revolucionarios y salvadores de la humanidad que, por nobles que sean sus objetivos, a causa de sus flaquezas, ambiciones y prejuicios humanos, pueden cometer, desde su posición de autoridades mesiánicas, crímenes descomunales que afecten a las vidas de millones de personas.

Dune ha amasado la fama de ser la novela de ciencia-ficción más vendida de todos los tiempos (es mentira; la supera por mucho La Biblia), pero está muy lejos de haber sido un éxito inmediato. Publicada por entregas en la revista Analog entre 1963 y 1965, cuando aún John W. Campbell (ningún parentesco conocido con el otro Campbell) se ocupaba de ella, más de veinte editores rechazaron sacarla en forma de libro, al que no veían posibilidades de éxito comercial. Era demasiado largo, demasiado complejo, demasiado extraño, casi un pastiche de temas y personajes superpuestos como capas de un millefeuille. Sterling E. Lanier, editor de Chilton Book Company (editorial especializada, y juro que no estoy de coña, en manuales de mecánica del automóvil) y entusiasta lector de Analog, ofreció a Herbert un adelanto de 7 500 dólares más regalías a cambio de los derechos en tapa dura de Dune. Herbert revisó y corrigió el texto de la primera parte ya publicada por entregas y Chilton Book Company lo puso en las librerías a tiempo de ganar el Nebula de 1965 y compartir el Hugo de 1966 con Y llámame Conrad, de Roger Zelazny.

Sin embargo, Dune tardó mucho en convertirse en un best-seller. Durante su primera etapa de publicación fue un long-seller. Tres años después de llegar a las librerías, Herbert había ingresado 20 000 dólares en derechos de autor. Insuficiente para convertirse en escritor a tiempo completo, aunque la popularidad del libro
entre la crítica especializada le abrió varias oportunidades profesionales que le llevaron del Seattle Post-Intelligencer a la televisión, pasando por la Universidad de Washington, Vietnam y Pakistán. No fue hasta la década de los 70 que Herbert pudo al fin dedicarse a escribir a tiempo completo, retomó la saga de Dune y escribió otros libros como El experimento Dosadi y Los creadores de Dios.

Después de entregar la última novela de la saga que escribió él personalmente, Casa capitular de Dune, donde intentó atar definitivamente las principales tramas argumentales de los primeros libros, Frank Herbert murió en 1986 a causa de una embolia pulmonar tras someterse a una intervención quirúrgica para tratar el cáncer pancreático que padecía.
(La saga de Dune no ha dejado de extenderse en nuevas obras pese a la muerte de su autor. Y es que a Brian Herbert, como a otros hijos de escritores exitosos y no señalo a nadie, tos, tos, carrasp, Christopher Tolkien, tos, tos, gargaj, escup, le están apareciendo últimamente un montón de notas y páginas sueltas de su padre de las que nadie jamás había oído hablar y a los que ha dado forma de novelas con la complicidad de Kevin J. Anderson: Cazadores de Dune y Gusanos de arena de Dune son, presuntamente, la séptima y octava novelas de Dune que la muerte impidió a Frank Herbert escribir. En fin, así es la vida. A mí, cuando levanto la tapa de un yogur, me sale un «sigue buscando» y a los hijos de escritores famosos les salen manuscritos inéditos de sus padres. ¿Cómo lo lograrán? ¿Invocando a algún poder ultraterreno?).

Dune, explorada en numerosos formatos (cómics, videojuegos, series de televisión...), es uno de mis libros favoritos y uno de los pocos que he leído más de una vez. Y probablemente sea uno de los pocos libros que merece la pena leer más de una vez.
¡La de horas que le habré echado a esto!

Creo que era necesario dejarlo bien claro antes de proseguir. Espera que cojo impulso y saltamos al meollo.

La versión cinematográfica de la novela que David Lynch hizo en 1984 es una de mis películas favoritas y una de las que más veces he vuelto a ver, porque me supone un inmenso placer hacerlo.
(Aunque cuando se la presté a un amigo que sí se había leído en libro antes de ver la peli, casi le da un parraque a mitad del primer acto. Yo hice el camino inverso a él: la película me llevó al libro y no al revés).

Aunque Dune sea la única película de David Lynch que no parece dirigida por David Lynch, sino por su peluquero (los problemas de producción, las peleas entre Lynch y los De Laurentiis, los productores, y la masacre que éstos perpetraron en el corte definitivo del largometraje, sobre el montaje original de cuatro horacas, para reducirlo a sus dos horas y pico definitivas, darían para seis entradas del Paratroopers), y aunque, también narrativamente esté muy cerca del desastre sin paliativos (transiciones hechas con dinamita, por los motivos arriba explicados, montaje esquizofrénico pródigo en escenas con escasa o inexistente congruencia, acción atropellada que se come el desarrollo de los personajes...), sigue siendo una de mis películas favoritas.

Con estas dos declaraciones por delante puedes empezar a hacer una idea de cuál fue mi reacción cuando me enteré de que Denis Villeneuve, el director canadiense de Sicario, Blade Runner 2049 y La llegada, iba a cocinar una nueva iteración cinematográfica de mi ¿segundo? ¿tercer? libro favorito. Decir que me cagué encima de miedo es decir poco.

¿Qué voy yo a tener en contra del pobre Denis? Nada, copón. Si esas tres películas que te he citado me encantan. Sicario es un peliculón. Blade Runner 2049 uno de los mejores títulos de los últimos diez años y La llegada una obra maestra.
(Aunque también pienso que Blade Runner 2049 probablemente no debería existir. Si Ridley Scott no podía hacerla, y en vista de sus últimos trabajos es obvio que no puede, nadie debería haberla hecho, pero, eh, es sólo mi opinión).

Si era posible hacer Dune, y hacerla bien, era Villeneuve. Si le daban la pasta que necesitaba y le dejaban en paz.

Yo tenía fe en él.

Pero también le tenía miedo.

Mucho miedo. Y no me sirvieron de nada las letanías bene gesserit.
«I must not fear. Fear is the mind-killer. Fear is the little-death that brings total obliteration. I will face my fear. I will permit it to pass over me and through me. And when it has gone past, I will turn the inner eye to see its path. Where the fear has gone there will be nothing. Only I will remain».

Cuando leí las primeras críticas de Dune 2021, se me cayeron los dos cojones al suelo. El patio estaba dividido entre quienes la consideraban una genialidad y quienes la tildaban de grandilocuente y pretenciosa, quienes la reivindicaban como puro espectáculo «a la antigua usanza», una joya moderna escrita con los códigos de las grandes epopeyas cinematográficas del pasado, y quienes la tenían por pedante y aburrida. Hablaban de Dune los fan fatales a quienes todo lo que haga Villeneuve les parecerá siempre bien y los que la etiquetaban como una carísima decepción propia de un director megalómano.

Es muy, muy complicado que una película con críticas tan polarizadas sea redonda.

Y me temo que Dune, de Villeneuve, no lo sea.

Después de resistirme mucho, acabé por verla.

Y me gustó.

Pero...

Y, para sacarle punta a mi criterio, o sea mi «pero», me vi de nuevo la de David Lynch.

Que me gustó casi tanto como siempre.

Pero...

Así que me vi de nuevo la de Villeneuve.

Y creo que al fin estoy listo para hablar de ella con un mínimo de autoridad.

Para empezar diré que es obvio, muy obvio que Denis Villeneuve es un gran fan de Dune. Y quiero decir un fan que ha hecho la que probablemente sea la película de sus sueños y se ha esmerado en trasladar a ella la riqueza de la novela original.

Lamentablemente; porque en su esfuerzo por recrear el universo de Dune con la mayor exactitud posible ha dinamitado, varias veces, la narrativa de su película.

Denis Villeneuve
estaba tan obsesionado con construir un mundo sólido para su Dune que no sólo fracasó en hacerlo (tomó decisiones equivocadas sobre qué es relevante para el espectador y qué podía dejar fuera del worldbuilding) sino que se olvidó casi completamente de los personajes. Error que comparte con David Lynch en su propia adaptación, no nos engañemos.

El duque Leto, la dama Jessica, Paul Atreides, Gurney Halleck, el barón Wladimir Harkonnen, la bestia Rabban, están apenas esbozados. Hay un escudo entre ellos y nosotros. Salvo en un par de ocasiones en los que nos muestran su humanidad, los protagonistas de Dune 2021 son unos fríos y repelentes teleñecos con los que resulta realmente difícil empatizar. En una película de casi dos horas y media.

¿Dónde coño está Feyd Rautha, por cierto?
«¡Aquí toy!»

Que lo digo muy en serio. ¿Dónde mierda está el otro sobrino del barón Harkonnen, que es la Némesis de Paul, el anti-Paul y pieza fundamental del barón para su estrategia en Arrakis, que pasa por estrujar a los arrakenos bajo la tiranía de la bestia Rabban para que luego el gobierno relativamente benévolo de Feyd Rautha les parezca una mejoría. ¿Tal vez tenía que aparecer en la segunda parte de Dune 2021, segunda parte que no sabemos si va a rodarse jamás porque la tendencia sostenida en la recaudación de Dune 2021, siendo buena, está muy lejos de justificar una secuela? (Con un presupuesto de 165 millones de dólares, promoción aparte, tiene que acercarse lo más posible a los cuatrocientos millones para que Warner Brothers empiece a considerarla rentable, en esa contabilidad misteriosa de productora de cine que no comparten con nadie. Y basta con recordar que la ambiciosa, y catastrófica Warcraft, de Duncan Jones, costó también sus buenos 160 millones y, pese a sus casi 440 millones de recaudación se quedó sin las secuelas planeadas).

¿Dónde está el Emperador, responsable de tender una trampa a los Atreides, ofreciéndoles el monopolio de la minería de especia en Arrakis, para quitarse de encima al duque Leto, cuya creciente popularidad entre las casas nobles no sólo envidia, sino que interpreta como una amenaza a su reinado? ¿Por qué el principal motor de la trama de Dune no aparece en ningún momento en plano?

Dune 2021 divaga entre planos expositivos extraordinariamente engorrosos y sobrecargados y la más absoluta ausencia de exposición alguna en temas argumentales y momentos dramáticos clave.
Y nos vendieron que, además de crujir, le iba la literatura. ¡El acabose!

En la película de David Lynch, la princesa Irulan, interpretada por la seráfica Virgina Madsen, con la que todos los de mi generación teníamos un crush embrutecedor, nos hace una introducción al universo y el drama de Dune. Vamos, lo que la voz en off de Galadriel hace al principio de El señor de los anillos. Irulan nos sitúa en el espacio y el tiempo, nos inicia en los entresijos de la política de Dune, en la rivalidad entre Atreides y Harkonnen, y nos explica por qué la melange es tan importante: no sólo por sus propiedades geriátricas, además la especia otorga funciones superiores a la mente humana y, no menos importante, permite a los navegantes de la cofradía orientarse en el espacio y, en una civilización que ha prohibido la Inteligencia Artificial, hacer los complejos cálculos orbitales.

La especia prolonga la vida, expande la consciencia y hace posibles los viajes espaciales. Sin la melange, los seres humanos vivirían vidas más breves, no desarrollarían las habilidades cerebrales avanzadas que les otorgan, literalmente, superpoderes, y vivirían aislados en sus mundos natales, a años o siglos de viaje unos de otros. El Imperio no existiría y los seres humanos de la diáspora sufrirían una especialización evolutivo que acabaría convirtiéndolos en especies, que no especias, diferentes.

La melange no sólo es el motor económico de la galaxia y el catalizador evolutivo de la humanidad, es casi el único recurso que, en una civilización donde son posibles los viajes interplanetarios, mantiene la unidad biológica del hombre.
Y la cofradía de navegantes se pilla unos globos con ella que no veas.

He echado en falta algo remotamente parecido en la película de Villeneuve. En su iteración de Dune, el espectador no tiene más que una ligera idea de por qué la especia es tan importante. Dune 2021 abre con Chani (Zendaya), un personaje que en la novela no tendrá verdadera trascendencia hasta la segunda mitad del libro, y que por lo tanto carece de sentido presentar tan pronto en la película, contándonos, en voice-over, lo chachi piruli Juan Pelotilla que es Arrakis cuando se pone el sol, lo malos malísimos que son los Harkonnen y lo obscenamente ricos que se han hecho con el comercio de especia. Pero no nos proporciona contexto alguno. No sitúa Arrakis cartográfica ni políticamente, no nos muestra por qué los
Harkonnen son tan malos, sólo nos lo dice y tenemos que creérnosla, y tampoco nos cuenta qué carallos en vinagre es la especia. Tenemos que esperar a ver a Paul escuchando un audiolibro para medio enterarnos del papel de la melange en este universo ficticio.
(Y, protesta personal, ¿por qué todas las visiones de Paul con Chani parecen anuncios de colonia como los que hace la propia Zendaya? Al menos David Lynch intentó replicar en su obra la textura cambiante y etérea de los sueños).
¿Escena de Dune o anuncio de colonia?

La hermandad bene gesserit es una cofradía de mujeres sabias que lleva 90 generaciones conspirando en las sombras y oficiando de alcahuetas, asesinas y casamenteras entre las casas nobles del Landsraad para escoger los mejores rasgos genéticos de la humanidad y alumbrar un día un ser superior, el kwisatz haderach, un hombre capaz de ver el pasado, presente y futuro, y conducir a la humanidad a su siguiente etapa histórica y evolutiva. Un hombre al que las bene gesserit aspiran a someter a su autoridad. La dama Jessica, una bene gesserit enviada a seducir al duque Leto y engendrar de él una hija que pudiese casarse con un heredero Harkonnen, poniendo fin a la rivalidad entre ambos clanes y preservando ambas líneas genéticas, se enamora de Leto y concibe de él un hijo, Paul, tal y como era deseo del duque. La reverenda madre Gaius Helen Mohiam le reprocha la vanidad de haber creído que podía engendrar, por sí sola, al kwisatz haderach.

(Los que leemos los libros sabemos, además, que la dama Jessica es la hija secreta del barón Harkonnen y la bene gesserit enviada por la orden a quedarse preñada de él. Así que en sus martingalas genéticas las bene gesserit estaban planeando un incesto de te cagas por las bragas).

(Huy. Perdón. Espóilers).

¿Escena de Dune o anuncio de colonia?

Denis Villeneuve sólo nos da parte de la información contenida en el párrafo precedente. Y nos la da mal. Exposición, exposición y exposición; personajes hablando, explicando en voz alta lo que el espectador debería saber ya si hubiese leído los libros. La madre Mohiam parece más cabreada porque Jessica haya proporcionado a su hijo entrenamiento bene gesserit, reservado a una mujer, que por el hecho de que Jessica haya engendrado un barón, contra las instrucciones recibidas de la Orden. Se larga de Caladan y sigue otra escena expositiva en la que Jessica le explica al fin a su hijo la misión secreta de las bene gesserit. Así medio por encima, que tampoco hay por qué esmerarse demasiado. Que si no te estás enterando, haberte leído los libros.

Denis Villeneuve quiere demostrarnos su amor por Dune, aunque sea de la forma equivocada y deje fuera de la película a todos los espectadores que no están familiarizados con las novelas. En vez de darnos un trasfondo legible para todo espectador ajeno a la saga literaria, se dedica a bombardearnos con planos y escenas de una belleza cinematográfica innegable pero que se dilatan sin que en ellos suceda nada de interés, y se hinchan, y se hinchan, y se hinchan, y se hinchan, y cuando algo se hincha tanto corre el peligro de provocar una castrátofe.

¿La escena de Paul en el jardín de palmeras? Procede directamente del libro, pero en la novela introduce dos de las líneas argumentales principales de Dune: las esperanzas mesiánicas de los fremen y la posibilidad de hacer un poco menos inhóspito el clima de Arrakis.

En la película de Villeneuve, esa escena no introduce nada que yo, poniéndome la piel en el pellejo de un espectador que no haya leído las novelas, sea capaz de descifrar.


¿El lenguaje de signos que la dama Jessica emplea para enviar mensajes secretos a Paul y otros Atreides antes de la entrevista con la Reverenda Madre y en otras escenas de Dune 2021? También es una disciplina bene gesserit sacada directamente de los libros, si bien la primera vez que lo vemos, a menos que la memoria me traicione, no es hasta El mesías de Dune, durante una entrevista entre Irulan y la Reverenda Madre.

En la película de Villeneuve es una mayoritariamente una anécdota, no un recurso dramático decisivo. Mola. Y nos pone la verga como el cuello d'un canta'or a los lectores de la novela. Pero nada más.

¿El cuadro del yayo Atreides con su uniforme de luces? Pues sí, está en el libro. Realmente. El viejo duque murió empitonado mientras practicaba el arte de Cuchares, que era su pasión.

¿La shadout Mapes dando un kryss a Jessica cuando ella, casi accidentalmente, lo reconoce como «un hacedor»? Sacada directamente del libro.
(Jessica iba a decir «hacedor de muerte», que era la respuesta incorrecta y le habría costado la vida, pero Mapes no la dejó terminar. Y es que Dune también va sobre cómo las esperanzas de un pueblo oprimido pueden llevarlo a cometer terribles, aunque útiles, errores de juicio).
Pero ¿de qué nos vale encontrarnos todas estas miguitas de fan service si el director canadiense incurre básicamente en los mismos errores que David Lynch? Los momentos explicativos que Lynch fiaba a la voz en off, el peor recurso narrativo del director de cine, Villeneuve los confía a la verborrea de los personajes, a los que hace hablar, y hablar, y hablar, como si recitasen un artículo de la Enciclopedia Galáctica, mientras la película espera a que hayan terminado de explicarnos las cosas para poder continuar con lo importante. Y mira que se explican mal, ¿eh? No sabemos por qué los Harkonnen odian a los Atreides, ni si realmente Jessica ama realmente a Leto (algo que Lynch dejaba bastante claro) o sólo engendró a Paul en un monstruoso acto de arrogancia, como le reprocha la reverenda madre. El pobre retrato de los personajes, cuyas relaciones y motivaciones apenas alcanzamos a comprender, es un error que comparten ambos largometrajes.

¿De qué nos sirven los homenajes al fan de Dune si las escenas de acción son de coña? ¿Duncan Idaho es el mejor luchador de la casa Atreides y Gurney Halleck el maestro de asesinos del clan? Pues qué bien lo disimulan los dos. ¿Y Paul es el mejor alumno de ambos? He visto a yonquis borrachos repartir hostias mejor dadas que las suyas. Además, Timothée Chalamet, por mucho que a sus veintiséis tacos de calendario aparente precisamente los quince añitos de su personaje, no me acaba de convencer como Paul Atreides, como en su día no me convenció como Enrique V, que mira que es alto el cabrón, 1,82 nada menos, que hay que ponerlo la lado de Zendaya o Rebeca Ferguson, que también son de talla familiar, para darte cuenta de lo alto que es, y en pantalla, no sé por qué, luce como un retaco.
Las pruebas.

Y encima han hecho de Liet-Kynes una mujer. Negra. Por aquello de cumplir la cuota vaginorracial.

El esfuerzo que Villeneuve ha hecho para mantenerse fiel al libro es casi inconcebible, pero se expresa sobre todo en pequeños detalles que apenas aportan valor narrativo. Son como un código para iniciados. Un guiño que el director hace a los lectores de Dune. «¡Eh, que soy uno de los vuestros!» Vamos, puro fan service. Los ornitópteros por fin tienen el aspecto que se les atribuye en la novela y que la palabra «ornitóptero» sugiere. La entrevista entre Stilgar y el duque Leto, escupitajos de cortesía incluidos, se nos ofrece fiel al libro. La fuga de Paul y Jessica de Arrakeen, intervención de Duncan Idaho y su muerte en combate, es casi literalmente como se cuenta en la novela.

Pero las visiones de Paul, que son parte integral de la trama de Dune, aquí se muestran de manera casi accidental, como si hubiera que quitárselas de encima lo más rápido posible. Denis Villeneuve se recrea en elementos de Dune que David Lynch pasó completamente por alto y los estira, escena tras escena, cuando podría haberlos resuelto en mucho menos tiempo o dedicar ese metraje a hacernos más simpáticos a los personajes. Es otro indicio de que el director no sabe qué suma y qué no aporta valor narrativo a la película, y se hace un lío, y descarta los elementos más importantes y pone el acento en lo meramente estético.

Que la estética es el punto fuerte de Dune 2021, viniendo del director de Sicario y La llegada, no sorprenderá a nadie. La fotografía está cerca de la perfección... salvo por algunos planos particularmente oscuros y difíciles de interpretar. Los encuadres son para enseñar en cualquier escuela de cine medio decente. La banda sonora es virtuosa. La música, una maravilla. El reparto, sensacional.

La película no empieza mal. A pesar del exceso de exposición, turra que te turra y más turra, avanza con relativa fluidez hasta la mitad del segundo acto.

Y de repente se descubre la traición en la casa Atreides. Los Harkonnen y los batallones sardaukar del Emperador hacen una carnicería entre los hombres del duque Leto, el propio duque es entregado, narcotizado e inerme, al barón Harkonnen, y Paul y Jessica secuestrados y conducidos al desierto para morir, y la película cae en ritmo y drama. Falta una hora de metraje, pero todo lo que pasa a partir de aquí parece estirado artificialmente como un chicle que ya no sabe a nada. Suceden muy pocas cosas, las que suceden lo hacen muy despacio y parecen tener una importancia muy relativa en la historia.

¿Que si me ha gustado Dune 2021?

Joder, que ya lo he dicho más arriba. Sí, me ha gustado. Mucho. La fotografía es primorosa. La ambientación está logradísima. Los guiños al lector informado me han hecho sentir que el señor Villeneuve y yo compartíamos un vínculo secreto (por más que se suponía que yo debía empatizar con los personajes, no con el director). La historia, extrañas y aparentemente gratuitas decisiones creativas aparte, me ha parecido muchísimo más cercana al libro que adapta que la versión de David Lynch. Pero, con todo, estamos muy lejos de poder decir que Villeneuve ha hecho la perfecta versión cinematográfica de Dune, si es que tal cosa es posible.

Que tal vez no lo sea.

¿Que si me gusta más que la de David Lynch?

A ver, que esto no funciona así. Me gusta la Los hombres que no amaban a las mujeres de Niels Arden Oplev y la de David Fincher, y me gustan por diferentes razones, y no creo que ninguna sea superior a la otra. Cada una de ellas resplandece en aspectos en los que su competidora no arroja más que penumbra, por así decirlo. ¿Que si me gustan más Riley Reid que Sara Sampaio o cualquiera de ellas que Lean Beef Patty? Pero ¿qué pregunta es ésa? Me gustan las tres y las tres por diferentes motivos. Sin embargo, es tan cierto que ni Dune 1984 ni Dune 2021 son particularmente amistosas con el público no iniciado en el universo de Frank Herbert como que los abdominales de Lean Beef Patty no son de este mundo.
¡No los mires! ¡No eres digno!

En mi reciente revisionado de la versión de 1984, los resbalones argumentales de la película de David Lynch, los casi autoparódicos excesos estilísticos de producto pulp (el barón Harkonnen saliendo disparado hacia el cielo como una bomba de palenque) y la adoración hacia la carne torturada del joven David Cronemberg (los servidores del barón están a medio camino entre demonios cenobitas de Hellraiser mal paridos y accidentes de cirujano estético con parkinson) se me hicieron particularmente dolorosos. También noté que algunos efectos especiales han envejecido especialmente mal, y eso que la película se estrenó el mismo año que El retorno del jedi, que la supera de largo en el aspecto técnico. Y nunca me gustó ese ramalazo zarista en los uniformes de los Atreides. Ni el patente mariconismo pedófilo del barón Harkonnen, si bien admito que la decadencia es un abstracto particularmente difícil de filmar. Ni Sting en su bañador de látex. Ni esa elipsis en la que pasan dos años y sólo lo notamos en que Paul cambia de peinado y consigue los ojos del Ibad. Ni lo sobreactuados que están los malos, joder. Ni lo sudorosos y pegajosos que parecen casi todos los personajes en la escenas con mayor carga dramática. Ni la absoluta mongolada del «módulo sobrenatural» (weirding module en el original) que daría a los Atreides supremacía en combate y que no es más que un autotune satánico-táctico-piroténico-hijoputístico y que, algún apóstol de Dune me corrija si estoy equivocado, salió de los morenos cojones de David Lynch, no de las novelas de Frank Herbert. Ni lo poco que se esfuerza Kyle MacLachlan en intentar convencernos de que, al principio de la película, su personaje tiene quince años, problema que comparte con Alec Newman en la miniserie de 2000 donde, una vez más en la historia de la televisión, las ganas de adaptar fielmente el libro se dieron de morros con un presupuesto misérrimo y un diseño de producción abiertamente mejorable, sobre todo en el vestuario, donde era dolorosamente obvio que tuvieron que ahorrar lo que no está en los escritos.
A las pruebas me remito.

Por lo demás, las diferencias entre la versión de 1984 y la de 2021 son simplemente de grado. Si en la película de Lynch cantaban la retroproyección y el croma de algunas escenas, aquí canta el CGI dolorosamente obvio, que estorba la capacidad de inmersión del espectador. La odiosa voice-over que nos bombardeaba con información ha sido reemplazada por unas molestas parrafadas de los personajes que convierten los diálogos en monólogos o en la ausencia absoluta de información. El montaje atropellado de Lynch toma, en Villeneuve, la forma de documental de viajes espaciales con planos de paisajes quizá innecesariamente largos y un tercer acto en el que apenas pasa nada y además lo hace muy lentamente. ¿Exceso de confianza del autor en la segunda parte que aún no sabemos si llegaremos a ver?

El tiempo lo dirá.
¡Que no eres digno! ¡Deja de tocarte el pene!

Por el momento, mi querido lector, tienes mis bendiciones para ir al cine a ver Dune 2021, tanto si has leído el libro como si no.

Aunque ya te digo que si no lo has leído te vas a armar un cipostio como el Santiago Bernabeu.

Avisado quedas.

Ninguno de los problemas listados más arriba, ni otros que ya me da dentera enumerar, me ha impedido volver a disfrutar del Dune de David Lynch, como ninguno de los problemas del Dune de Denis Villeneuve, me ha hecho insoportable su visionado.
(Demos gracias a que esta película no cayó en las mefíticas manos posmodernistas de Netflix).

Y tampoco debería hacértelo insoportable a ti.

Con la mierda de películas que están contaminando nuestros ojos de unos años a esta parte, tal vez no tengamos derecho a esperar nada mejor.

Porque, no te quepa duda, Zack Snyder ya está trabajando en su próxima fechoría.

sábado, 9 de octubre de 2021

Todo lo que creías saber probablemente sea mentira (V)

Durante una entrevista para el libro Howard Kazanjian: A Producer’s Life, de J.W. Rinzler, alguien le ha echado un par de nakasones y le ha preguntado a Marcia Lucas qué opinaba de las secuelas de Star Wars.

Y Marcia se ha despachado.

“the storylines are terrible” es lo más suave que ha dicho. “Kathy Kennedy and J.J. Abrams don’t have a clue about ‘Star Wars.’ They don’t get it. And J.J. Abrams is writing these stories — when I saw that movie where they kill Han Solo, I was furious. I was furious when they killed Han Solo. Absolutely, positively there was no rhyme or reason to it. I thought, ‘You don’t get the Jedi story. You don’t get the magic of ‘Star Wars.’ You’re getting rid of Han Solo?'”
No ha dicho nada que todos los pollaviejas de la franquicia no pensamos ya.

Pero este argumento cobra kilotones de autoridad cuando lo dice la directora de Star Wars original.

Perdona, ¿George Qué?

¡Ah, ése!

No. Estás equivocado.

George Lucas no dirigió Star Wars.


No importa un huevo prestado lo que ponga ahí.

George Lucas NO DIRIGIÓ STAR WARS.

Richard Chew, Paul Hirsch y Marcia Lucas dirigieron Star Wars.

Toda película se escribe tres veces: la primera cuando se escribe el guion, la segunda durante el rodaje y la tercera durante el montaje.

Esto es especial y dolorosamente cierto en el caso de Star Wars.

En febrero de 1977, George Lucas invitó a sus amigos directores Brian de Palma y Steven Spielberg a un pase privado de un rough cut de su nueva película, de la que por supuesto estaba muy orgulloso: Star Wars. Faltaban por añadir cuatro planos de efectos especiales, la música, parte de la banda sonora y cinco o seis caralladas más.

George estaba seguro de que sus amigos iban a flipar.

Lo cierto es que fliparon. Especialmente Brian de Palma, que se pasó toda la proyección gritando cosas como: «¿pero qué cojones es eso de La Fuerza? ¡Joder, esto no tiene sentido!»

La obra maestra de Lucas era un pollo sin cabeza. Sobraba metraje. Faltaban suspense y tensión. El primer acto era desastroso y el tercero frío y superficial.

Tal y como George Lucas había planeado su película, aquello no había Cristo que lo aguantase. Desesperado, consciente por primera vez de su dolorosa mediocridad, Lucas puso el destino de su película en manos de su equipo de montadores, con instrucciones de que le arreglasen aquel sindiós.

George Lucas entregó a sus montadores un galimatías argumental, un despropósito narrativo que Richard Chew, Paul Hirsch y Marcia Lucas, la esposa de Yoooooors por aquel entonces, convirtieron en un multimillonario éxito de taquilla y un clásico atemporal.

Básicamente, los montadores de Star Wars, con Marcia Lucas al mando, tuvieron que viviseccionar la película rodada por George Lucas y empezar de cero a partir del material positivado.

En primer lugar, reescribieron el ya icónico crawling text inicial y eliminaron toda la información superflua que era absolutamente irrelevante para la película o iba a ser expuesta por los personajes a lo largo del metraje. Las menciones a la República Galáctica, los Sith, los caballeros jedi y el chichi de la Bernarda desaparecieron de los rótulos definitivos, que quedaron reducidos a su mínima expresión: un pellizco de contexto sobre una guerra civil, un grupo de rebeldes contra un malvado imperio y los planos de un arma definitiva. Fin.

Luego, la tarea más urgente de los montadores fue arreglar el desastre del primer acto.

Toda la batalla en órbita, el abordaje de la nave consular de la princesa Leia, la presentación de C3PO, R2-D2 y del villano, Darth Vader, y del drama, la búsqueda por el Imperio de los planos de la Estrella de la Muerte, que deben llegar a manos de la Alianza Rebelde si ha de existir alguna posibilidad de hacerle unos amatomas al Imperio, o sea los cimientos de la película, era interrumpido cada pocos minutos por planos de un imbécil con gorro de turista homosexual y gafas de aviador triscando por el desierto.

¿Que qué pinta Luke Skywalker en esta fase de la película? Nada. ¿Qué hace en este primer acto que sea relevante para la trama? Nada. ¿Por qué aparece ahora, que no aporta ni hace nada y sólo estorba, distrae y rompe el ritmo de la acción principal, el abordaje de la nave de Leia, y no lo hacemos aparecer cuando sí vaya a hacer cosas? Porque sí. Porque patata. Porque soy George Lucas, no tengo ni puta idea de narrativa cinematográfica pese a haberme currado THX 1138 y American Graffiti y estos son mis dos cojones.

En el corte de los montadores, todas estas escenas desaparecieron y Luke es presentado cuando ya puede aportar algo al progreso de la acción e instituirse en protagonista: cuando él y su tío Owen le compran los droides a los jawas.

Los montadores también cambiaron el orden de las escenas, tal y como George Lucas las había editado originalmente, para que el espectador tuviese un acceso progresivo y lógico a la información. Es Obi-Wan quien nos introduce a La Fuerza y a Vader, a quien a continuación vemos usando La Fuerza para intimidar al general Motti en la sala de conferencias de la Estrella de la Muerte, donde también se apunta a la posibilidad de que los planos robados permitan a los rebeldes encontrar un punto débil en la Estación.

Mira si George Lucas es un narrador torpe que, en su montaje, durante la batida de los soldados imperiales por Mos Eisley sólo vemos que los droides se ocultan tras esa puerta cerrada cuando los Stormtroopers ya se han ido. No hay la más mínima tensión dramática en esa escena. A fin de crear el necesario suspense y mostrar al espectador que C3PO y RD-D2 están en peligro, Marcia Lucas y su equipo tuvieron que montar al revés el plano final de la puerta abriéndose, para que pareciese que los androides la cerraban al ver llegar al enemigo. George Lucas no había previsto esa escena y no había nada, ABSOLUTAMENTE NADA, en el material filmado que pudiese aprovecharse. Y no fue la última vez que los montadores tuvieron que reciclar fotogramas que pertenecían a otras escenas de Star Wars para dotar de continuidad o corregir el ritmo de la película.

Eso por no entrar a valorar el derrape de primer día de cursillo de cine para niños de cinco años que Lucas (George) cometió en el montaje original cuando Luke, Obi-Wan, Han Solo y los droides son capturados por la Estrella de la Muerte. Veíamos a Obi-Wan haciendo algo en una especie de megatubarro con rayos perooooo no quedaba del todo claro qué cojones estaba haciendo, así que los montadores insertaron una escena previa en la que R2-D2 se conecta al ordenador de la Estrella de la Muerte, descarga los planos de la estación y explica, a través de C3PO, que hay siete generadores del campo tractor que mantiene atrapado al Halcón Milenario, y que la caída de cualquiera de ellos permitiría liberar la nave y escapar. También insertaron un plano en el que se ve que las misteriosas manipulaciones de Kenobi hacen caer el indicador del dial de la fuente de alimentación de un generador del rayo tractor, con lo cual los espectadores ya tenían toda la información necesaria para entender qué estaban viendo.

Y ése es sólo uno de los otros mil pequeños, pero decisivos, cambios que los montadores de Star Wars, a quienes atribuyo toda la responsabilidad en la película final, por encima de su presuntuoso e inepto director, tuvieron que implementar para que el largometraje tuviese la necesaria coherencia. Marcia Lucas, Richard Chew y Paul Hirsch ganaron en 1977 el Oscar al Mejor Montaje por su trabajo en este título, galardón que difícilmente habría conseguido el corte original, en caso de haberse estrenado. Que ya lo dudamos.

Pero creo que, de tener alguna duda acerca de la competencia de George Lucas para narrar con el lenguaje del cine, se me habrían disipado todas de haber visto, en su día, el final original de Star Wars.

En el tercer acto de Star Wars, los rebeldes lanzan un ataque contra la Estrella de la Muerte. Oleadas de cazas X-Wing y Bombarderos Y-Wing fracasan en alcanzar el famoso punto débil de la estación de combate o son destruidos mucho antes de acercarse siquiera al objetivo. Finalmente, Luke, with a little help of his friends, hace una última y definitiva pasada casi suicida, con Darth Vader en su Tie-Fighter comiéndole el culo, usa El Tenedor, huy, perdón, La Fuerza, y acierta en el blanco, destruyendo la Estrella de la Muerte.

Pero en el corte original la Estrella de la Muerte no estaba ni remotamente cerca de destruir la base rebelde en Yavin.

Repito: en el corte de Yoooooors Lucas, durante la batalla de Yavin la base rebelde no estaba en ningún momento a tiro de la estrella de la muerte. La Alianza no corría peligro. No había ninguna prisa en destruir la jodida bola flotante gris. Los rebeldes no estaban a punto de ser destruidos. No había suspense. No había drama. No había... ¡joder, George Lucas! ¡Joder!

Todo el clímax de Star Wars fue creación de los montadores a las órdenes de Marcia Lucas. La resolución del tercer acto de Star Wars es responsabilidad de Lucas (Marcia), Chew y Hirsch. La narración de la «resistencia final» de los rebeldes ante el Imperio, y la carga dramática que conlleva, fue una obra completamente original de los montadores de Star Wars a partir de planos reciclados o recortados de escenas anteriores e insertos con voz en off; así, Lucas (Marcia), Chew y Hirsch convirtieron el raid sorpresa de los rebeldes contra una amenaza distante que había filmado George Lucas en una lucha por la supervivencia, una batalla a vida o muerte entre el Imperio y la Alianza.

Cambiaron la película.Y la hicieron mejor. Más dramática. Más emocionante. Suya.
Siguiendo esta argumentación, los montadores de Star Wars se convirtieron en los verdaderos narradores del largometraje, una vez certificada la ineptitud de su escritor y director acreditado. Richard Chew, Paul Hirsch y Marcia Lucas cogieron una película que no tenía sentido, un largometraje virtualmente ilegible, un coñazo definitivamente INFUMABLE, le quitaron toda la paja, cambiaron el orden de algunas escenas de transición para crear los necesarios momentos de tensión dramática y convirtieron el carísimo e infantil capricho de George Lucas, un «fabricante de juguetes que hace películas» ("I Like Being Thought Of As A Toymaker Who Makes Films", palabras textuales suyas), en una obra maestra del cine.

¿Recuerdas la famosa escena a la que hemos aludido más arriba, el plano equívoco en el que, en el montaje original, Obi-Wan Kenobi hacía algo en una máquina de la Estrella de la Muerte, algo que no estaba nada claro qué era, y que los montadores resolvieron? Pues en la Edisión Refinitiva Hostia En Dios Cómo Molo de Star Wars de 2004, Lucas (George) VOLVIÓ a cagar ese plano sustituyendo la pantalla del indicador del rayo tractor, escrita en legible inglés, por un galimatías de alfabeto inventado para Star Wars.

Vamos, que cuando lo dejan solo, George Lucas empieza a hacer cosas. Y las cosas que hace demuestran que no ha aprendido un carajo sobre cine en el medio siglo que lleva dedicándose a esto.

Pero lo único relevante sobre la parrafada que te acabo de soltar es que casi todo es mentira. Y es mentira por más MAYÚSCULAS y negrita que le ponga y por más hechos sacados de contexto que cite. La confusión procede de este vídeo, hecho por fans de Star Wars que, además de no citar fuentes solventes, o de citarlas intencionadamente mal, parece obvio que odian a George Lucas y quieren quitarle todo el mérito sobre la autoría de Star Wars.

Y esta falacia, que en su momento, y sin el debido contraste, publicamos como parte de nuestra tesis sobre los «genios» gilipollas (ya está corregido), ha sido desmentida en otro vídeo de YouTube, hecho por otro fan de Star Wars que sí cita correctamente las fuentes, muestra sus referencias e incluso presume de haber contactado con el autor de una de las biblias canónicas de la producción de Star Wars para confirmar algunos datos que, en la edición de su libro, se mostraban de manera incorrecta. Y que conste que el autor de este segundo vídeo se muestra, a nuestro humilde juicio, extraordinariamente complaciente con cambios introducidos por Lucas en las versiones definitivas de la trilogía original que desvirtúan dichas películas (como reemplazar los planos de Clive Revill como El Emperador por otros de Ian McDiarmid en El Imperio Contraataca o, y eso sí que me dolió, sustituir al final de El retorno del jedi a Sebastian Shaw por el odioso Anakingo de Hayden Christensen, que no es que sea mal actor, es que le dieron una mierda de papel y le dirigió una mieda de cineasta, y, encima, con su careto de adolescente parecía el hermano pequeño de Luke, no su padre), pero la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, y resulta importante distinguir los hechos de la opinión.

El montaje desastroso que hizo reir, entre confuso y sarcástico, a Brian de Palma, era de Lucas (Marcia), Chew y Hirsch. Los cortes estúpidos a Luke triscando cual cabra de La Legión durante la batalla en órbita de Tatooine fueron decisión de Lucas (Marcia), Chew y Hirsch y Yors Lucas los odiaba porque quería, probablemente por los motivos equivocados (vender más muñequitos de juguete, y eso), que la acción se centrase en los androides. No es extraño que fuesen los primeros planos en caerse del montaje definitivo. En palabras de Yooooooors en los audicomentarios de Star Wars:
"[...] this was an idea that I was enamored with that was used by Akira Kurosawa in the film Hidden Fortress, where you take the least important characters and you follow their story - in amongst this gigantic intergalactic drama thar's going on around them that they don't understand. [...] Even though I shoot those sequences, which were about Luke and setting up Luke at the very beginning of the movie [...] I never liked it and I never wanted it in the movie."
Casi todos los cambios que el vídeo arriba enlazado atribuye al equipo de montadores estaban desde el principio planeados por Lucas (George), o fueron iniciativa suya o fueron aprobados por él. Algunos de los cambios en el orden de las escenas fueron el efecto en cadena consecuencia de seguir el consejo de Francis Ford Coppola, que también había visto un montaje preliminar de Star Wars, de posponer las primeras escenas en la Estrella de la Muerte porque el primer acto de la película estaba sobrecargado de planos expositivos. La tensión de la batalla de Yavin lograda con algunos recortes de escenas previas y voice-over fue un mal necesario porque, a aquella alturas de la producción, Lucas se había follado el presupuesto tantas veces que ya no podía filmar la batalla como la había planeado. Pero la destrucción de la base rebelde en Yavin estaba prevista como mínimo desde el tercer borrador del guion y buena parte del metraje empleado en esas escenas fue rodado con mucha anticipación. El interminable crawling text lleno de infodump que, presuntamente, habría cabreado a De Palma (y que el propio Brian se ofreció a corregir), sólo era una versión temprana, uno de los borradores, y ni siquiera fue el que vieron en el rough cut De Palma y Spielberg. Joder, que Marcia Lucas quería mantener a toda costa los cortes al Skywalker triscador del desierto y luchó contra el entonces su marido para conseguirlo. Nos alegra poder decir que fracasó.

Y ya tiene pelotas currarse esta fantasía, a la que en su momento di más crédito del que merecía, para desacreditar a un director que no necesita trucos sucios para desacreditarse a sí mismo (me reafirmo en lo afirmado más arriba: a Yooooors lo dejas solo y empieza a meter la pata). Es, de nuevo, el caso de aquella persona cárnica que se inventó un pasaje de 50 sombras de Grey para hacernos ver lo mierdosa que es. Como si hiciera falta inventar.

Para saber que George Lucas es un director de mierda basta con ver sus «versiones especiales» de la Trilogía Original, llenas de planos inútiles, escenas redundantes, automamadas generadas por ordenador que no aportan absolutamente nada a las películas, correcciones de color que destruyen la fotografía original, cambios estructurales en la naturaleza de personajes protagonistas (sí; Han Solo disparó antes), jerigonza en idiomas inventados que vuelven esas películas más oscuras y toda clase de mamarrachadas perfectamente prescindibles.
Carisma subterráneo, la pobre.

Y si ni siquiera entonces lo ves, querido lector, dale un visionado a los Episodios I, II y III. No es que el aspecto visual de las precuelas no respete el de la trilogía original, que no lo respeta, no es que reescriban parte de la mitología de la franquicia, que la reescriben, no es que aniquilen la historia de orígenes de uno de los villanos cinematográficos más carismáticos de la historia convirtiéndolo en un niñato colérico obsesionado con una Future MILF, es que demuestran una profunda ignorancia sobre la construcción de una narración y una profunda arrogancia por parte de George Lucas, aparentemente obsesionado con destruir su propia obra aunque sólo sea para hacerle entender a todo el mundo que, como autor, tiene perfecto derecho a hacerlo.


No nos engañemos al respecto. Star Wars es... bueno, era su producto (ahora es de Disney). Podría haber editado la trilogía original, y este chiste ya lo hemos hecho, para que todos los personajes tuviesen la cara de Jar-Jar Binks y hablasen ese idiolecto de infartado cerebral que habla él. «Misa siente uno grande perturbasión en La Fuerza, ¿valedale?»

Pero ¿y nosotros? ¿Y los que vimos, admirados y amamos esas películas originales? ¿No tenemos ningún derecho?

De la lista de películas que, en virtud de la Ley Nacional de Conservación del Cine de 1988, el National Film Registry ha declarado dignas de ser conservadas para la posteridad, por su calidad artística o relevancia histórica, en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, Star Wars es la única de la cual no se ha presentado una copia física. Porque la película que el NFR quiere conservar es la original de 1977. Película que Lucasfilms dice que no existe, que fue destruida después de emplear los negativos originales para la remasterización de 2004. Película que, de existir, según Lucasfilm, ya no sería la versión canónica del film, que ahora correspondería a la nueva versión remezclada, recoloreada, profanada con CGI y añadidos que desvirtúan el original. Lucasfilm pretende presentar una copia de la versión de 2004, que el NFR rechaza. Es más, Yoooooors Lucas poco menos que se caga en los fans que le hicieron multimillonario y le suplican que libere el montaje original, diciendo que la versión de 2004:
“It’s like this is the movie I wanted it to be, and I’m sorry if you saw half a completed film and fell in love with it. But I want it to be the way I want it to be.”

O sea, que la película que Yooooors habría hecho en 1977, si hubiese podido, no es la obra maestra que los tribe elders conocemos, sino la puñetera mierda de 2004. Bueno, no sería la primera vez que descubriésemos que uno de nuestros directores de cine favoritos en realidad es un pazguato cuyo aparente talento era en realidad la impotencia fruto de tener que limitarse a trabajar con herramientas imperfectas.

Venga, seguid diciéndome que este tío es un genio.


En realidad, es materia interesante para un debate demasiado espeso y trascendente para celebrarlo en una bitácora que no lee ni Blas y con una sola voz. En el momento en que un producto cultural es publicado, ¿puede el autor seguir reclamando su plena propiedad? ¿No pasa a convertirse en parte del acervo personal de las personas que acceden a ese producto y sienten una conexión profunda con él? Es muy poco probable que una versión de la Trilogía Original protagonizada por Jar-jar Skywalker, Jar-jar Vader y todos los demás Jar-jars hubiese tenido el impacto que tuvo y gozado del favor que el público le otorgó. Tengo fundadas dudas de que una película así hubiese merecido ser conservada en la Biblioteca del Congreso. Si la versión original de 1977 no es la película que Lucas quería hacer, porque ni la tecnología del momento ni el presupuesto de que disponía le permitían hacer la película que soñaba, si Star Wars (antes de convertirse en el Episodio IV de una trinidad de trilogías) es sólo un «happy accident» digno de Bob Ross, es un «happy accident» que aman millones de espectadores a lo largo de los últimos 44 años, y tal vez, sólo tal vez, George Lucas debería tener presentes por un momento a todas esas personas, a quienes no le costaría prácticamente nada darles una satisfacción.

No es que los sentimientos de todos esos fans, entre los que me incluyo, merezcan ser respetados en forma alguna si ello supone algún atentado a los derechos del autor sobre la forma en que su obra debe ser presentada, distribuida o modificada. No podemos poner algo tan subjetivo, etéreo y tornadizo como los sentimientos de una, de mil, de cien millones de personas por encima de los derechos realmente importantes. Pero, insisto, éste es un debate, una reflexión demasiado seria para hacerla aquí, en esta página mongólico-satírica en la que venimos a hacernos unas risas mientras nos lamemos las heridas. Pero es un interesante debate. Sobre todos, si evitamos los gritos y las drogas.

Yo soy autor de un libro que he reescrito completamente. De una versión a otra no sobrevivieron ni media docena de los personajes originales y no mucho más de cuatro o cinco escenas. Con el mismo argumento, pero diferente historia, cogí mi primera versión del libro, que había acabado detestando, y la tiré a la basura. Literalmente empecé de cero.

Pero ¿qué habría pasado si la novela se hubiese publicado tal y como originalmente estaba escrita? ¿Y si hubiese gozado de éxito comercial y hubiese vendido miles o decenas de miles de ejemplares? ¿Qué dirían de mí los lectores, los fans de aquella versión preliminar si viesen la reescritura radical a la que la sometí, y que probablemente no respeta ni un cinco por ciento del material de partida?

Como digo, es un interesante dilema. Las dos novelas difieren en tal grado que, para ser justos, me provocaría sonrojo sugerir siquiera que son, en realidad, el mismo libro. Ni siquiera se podría titular igual, tal y como yo lo entiendo. Son radicalmente diferentes, y los hipotéticos lectores a quienes hubiese gustado la primera novela tendrían un cabreo de cojones si leyesen la segunda.

¿Y eso qué significa? ¿Que para no ofender a un montón de personas a las que ni siquiera conozco y que probablemente no sepan un carajo de literatura debería haber renunciado a corregir ese libro original que, a mi parecer, era malísimo y merecía una eutanasia despiadada?

Como digo, un interesante debate. Probablemente demasiado profundo para esta mierda de bitácora.

Supongo que circularían copias pirata del texto original. Que los ejemplares de segunda mano alcanzarían precios absurdos en eBay. Que la gente se curraría sus propias ediciones, a partir de OCRs del libro, que es a grandes rasgos lo que algunos fans de Star Wars, genuina y justificadamente cabreados con George Lucas y su trabajo de zapa y derribo de la trilogía original, están haciendo con sus «ediciones desespecializadas».

Aunque ellos saben tan bien como yo que, por malas que fuesen las precuelas de Star Wars o las Special Versions de los años 2000 de la trilogía original, las secuelas, la versión Disney de Star Wars casi las ha hecho buenas.
“They have Luke disintegrate. They killed Han Solo. They killed Luke Skywalker. And they don’t have Princess Leia anymore. And they’re spitting out movies every year. And they think it’s important to appeal to a woman’s audience, so now their main character is this female, who’s supposed to have Jedi powers, but we don’t know how she got Jedi powers, or who she is. It sucks. The storylines are terrible. Just terrible. Awful. You can quote me — ‘J.J. Abrams, Kathy Kennedy — talk to me,'”
Ya sé que suena un poco falso viniendo de la mujer que luchó por mantener en el corte definitivo de Star Wars los cortes al Luke triscador del desierto, pero, una vez más, la verdad es la verdad dígala Sasha Grey o su ginecólogo.

Y no, no voy a hablar aquí de los Episodios VII, VIII y IX de Star Wars.

Sería una pérdida de tiempo y ya he cumplido la cuota de hoy: ya me he currado la entrada del Paratroopers. ¿Que de qué va? De los peligros de no corroborar tu documentación cuando escribes. Del riesgo que corres al confiar en la autoridad de una fuente que te ha proporcionado datos verídicos en el pasado y a la que, confiado o perezoso, has concedido el inmerecido estatuto de «infalible».

Espero que te hayas divertido.