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Pregunto. |
Sí, el mensaje.
«Oh, no me vengas con esas milongas, que yo sólo escribo novelas de evasión, pijotaditas de espías tipo James Bond, space-opera casi indistinguible del peor episodio de Star Trek, novelas del oeste que son refritos de películas de Sergio Leone y clones de combate de Harry Potter. No me importa el mensaje. No pretendo enviar ningún mensaje. Lo único que quiero es que mis lectores tengan algo entretenido que sostener entre las manos cuando van a cagar.»
Pues aun así deberías preocuparte por el mensaje.
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Y mucho. |
(Y ahora es cuando, para explicarte el por qué, redacto una entrada injustificadamente larga, espolvoreada de humor ranciomachista y adobada con una foto de Sara Sampaio en algún grado de desnudez)
(Empezamos)Razón Número Uno: lo quieras o no, ya estás enviando un mensaje.
El arte es comunicación. El propósito de la comunicación es intercambiar un mensaje entre emisor y receptor. Puesto que la literatura es, o aspira a ser, arte, el silogismo es obvio hasta para ti. Sin comunicación no hay literatura. Sin mensaje, tu cenutria novela 0025 Contra el doctor Tal Vez no seducirá a ningún lector.
Y como eso de leer libros es muy cansado («¡Si es que tienen demasiadas letras, joder!») te voy a poner algunos ejemplos sacados de películas, que ésas casi nunca tienen texto.
¡SPOILERS INCOMING! ¡SPOILERS INCOMING!
Daylight (incomprensiblemente estrenada en España con el título Pánico en el túnel, que es como si The Tragedy of Othello, the Moor of Venice, de Shakespeare, se hubiese estrenado en España bajo el título Puto negro mahometano mata a mujer blanca) es una película de 1996 en la que Sylvester Stallone, todavía en una razonablemente buena forma física, interpreta a Kit Latura, un especialista en emergencias que se mete, con sólo una linterna, un poco de explosivo plástico y sus latinos cojones, en uno de los túneles de Nueva York, hundido por ambos extremos debido a un gravísimo accidente de circulación. La misión de Latura: rescatar a los conductores atrapados allí abajo. A lo largo del metraje, Latura guía a los supervivientes de la tragedia a través del túnel, evitando derrumbamientos, incendios, fugas de gas, obstáculos y, sobre todo, el abrazo de las álgidas aguas del río Hudson, que suben y suben amenazando con helar o ahogar a los personajes, lo que suceda primero.
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Stallone Daylight: cuando el actor protagonista se convierte en un género en si mismo. |
La peli nunca ganó ni podía ganar un Óscar, pero El paciente inglés sí y al menos Daylight no da sueño. Cada uno de los personajes tiene sus mierdas personales que ventilar (y ningún momento mejor para hacerlo que en mitad de una situación crítica, o sea cuando vayan a aumentar la tensión) y una personalidad más o menos bien definida que sirven, llegado el momento, para ponernos los cojones por gargantilla («¡Pero mira que hay que ser subnormal!») o arrancarnos una lagrimita (yo es que soy muy lloreras). Hay un aventurero pelín narcisista, y con ínfulas de salvador, en Viggo Mortensen; una clásica familia norteamericana con hijo pasota y padre sobrepasado por los acontecimientos que encuentra su coraje e incluso una villana de carne y hueso en Rosemary Forsyth, esa funcionaria del ayuntamiento que decide empezar ya a desescombrar el túnel derribado aunque los técnicos de emergencias le advierten que así acelerará la inundación, (matando a Latura y a las víctimas atrapadas dentro) porque es que en realidad a ella los supervivientes como que se la pelan. Lo único que le importa es que una de las principales arterias de tráfico de Manhattan está bloqueada y eso interfiere con el sagrado derecho de los neyorquinos a ir en coche a comprar tabaco al estanco de la esquina, merced otorgada por Dios a los americanos y que está por encima de ninguna vida humana de mierda.
Daylight es la típica peli para ver estirado en el sofá, con una Coca Cola fría a mano (o una Pepsi, que también nos vale) y algo para picar (aquí, una crítica casi despiadada.). La peli que atrae a la gente a los cines en verano no porque les mole Stallone, o el género de catástrofes, o les ponga burros alguno de los actores. Vamos que es un largometraje del que, a priori, uno no esperaría un mensaje (al menos no uno legible) o, que si lo tiene, es tan evidente, manido y soso que nos pasa casi desapercibido.
Bueno, pues lo pretendieran o no sus guionistas, Daylight tiene mensaje.
Pero no podría decirte cuál.
¿«Si te dejas guiar por el chulito piscinas de turno y no por el tío sensato que te dice la verdad, aunque no te guste, la acabarás palmando»?
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«No sé quién ha sido, pero no pienso limpiarlo.» |
¿«Si tienes fe y luchas, te salvas, si confías en que otro te saque del agujero, estás jodido»?Hombre, mira, ése podría ser otro mensaje. Un mensaje compatible con la farfolla insufrible del self-made man que avena la mentalidad estadounidense. «¡Esfuérzate al ciento diez por ciento y no habrá nada que no puedas hacer! ¡Sobre todo si te interpreta Stallone!»
¿«Cuando se presente un líder, obedécele a ciegas, o Dios se te follará por la oreja»?
Estás empezando a acojonarme.
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¡Chabuuuj-buj-buuuj! |
«Eeeeeh... ¿Un homenaje a La Divina Comedia, con Stallone en el papel de Virgilio, guiando a un rebaño de Dantes a través del infierno?»Ahí te has pasado, tío. Pero como mil pueblos y once sistemas solares.
«Bueno, pues entonces ¿cuál es el puto mensaje?»«Salvemos al perro y matemos al negro.»
«No me chingues.»Oye, es lo que yo saqué en claro la primera vez que vi la película. Y sigo sin explicarme cómo ese guión se filmó sin que nadie de la Universal pusiera el grito en el cielo. Llegados a cierto punto de su viaje subterráneo, los supervivientes deben pasar por un cuello de botella, único camino posible e infranqueable por el personaje de Stan Shaw, un
Pero a nadie se le ocurre abandonar al perro de la pareja interpretada por Colin Fox y Claire Bloom.
«¿Puestos a elegir entre un animal y un negro preferimos al animal?»
Dudo mucho que ése fuera el mensaje que el director y el guionista querían transmitir.
Pero es el que yo capté.
Razón Número Dos: si no te aseguras de dejar bien claro el mensaje, alguien lo hará por ti.
(Corolario a la Razón Número Dos: por más claro que hayas dejado el mensaje, nunca faltará al menos un tonto que lo interprete a su peculiar manera.)En el año 2000, Christian Bale nos maltrató en American Psycho con su más sobreactuada interpretación (de momento). La película, basada en la novela homónima de Bret Easton Ellis, refleja las malandanzas de Patrick Bateman, un ejecutivo de una firma de Wall Street vanidoso, ególatra, codicioso... y asesino en serie. La novela (que no hemos leído) en la que se inspira la película pretende erigirse en crítica feroz del materialismo voraz y la ausencia de empatía, sacrificada en el altar del éxito, de los yuppies neoyorquinos que la desregulación de los mercados financieros auspiciada por las administraciones Reagan multiplicó como cucarachas de motel barato. Lo cierto es que la tesis del libro no puede ser más clarividente: ¿dónde podríamos encontrar antes a un psicópata, es decir a un tío incapaz de identificarse con sus semejantes y volcado en un perenne culto a su propia pesona, si no en el mundo de las altas finanzas, donde se fomentan y se recompensan las conductas despiadadas, el egocentrismo, la agresividad y las puñaladas en los riñones?
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«¡Cómo mola eso de matar! ¡Lástima no haberlo probado antes!» |
(No sé por qué te escandalizas: a fin y al cabo, se necesita el mismo estómago a prueba de bomba para escabechar a un cristiano que para desahuciar a dos mil trabajadores hundiendo la cotización en bolsa de su empresa o adquiriéndola a precio de saldo con maniobras especulativas.)
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Cágate vivo. |
«Tratar a las mujeres como a putas y matar gente es la hostia de divertido.»
No, venga, estoy de guasa. Realmente creo que American Psycho es una crítica feroz al capitalismo, pero yo he leído por ahí que el New York Times la proclamó la película más indigesta de 2000 («the most loathsome offering of the season»), poco menos que llegó a acusarla de fomentar la violencia contra la mujer y recordó, no sin un cierto placer morboso, que Bret Easton Ellis llegó a recibir amenazas de muerte tras la publicación del libro.
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No es coña. |
(La película, que yo sepa, no produjo el mismo efecto. Quizá porque en el año 2000 ya estábamos todos curados de espantos.)¿Nos vamos entendiendo?
Razón Número Tres: si no haces tuyo el mensaje, alguien lo hará suyo (y te acabarás cagando en sus muertos por orden alfabético).
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¡Puta droga! |
En aquella época yo todavía no era ni un cigoto, pero he tenido oportunidad de hablar con personas que asistieron al estreno del film en Santiago de Compostela y me han asegurado que los cines se llenaban de estudiantes de filosofía y letras, cada uno con su propia y amarihuanada teoría acerca del tercer acto de la película, en la que el astronauta Dave Bowman (interpretado por Keir Dullea) se transforma en el «niño cósmico».
Una verdadera olimpiada de pajas mentales que no sabría por dónde empezar a deshojar, pero que, dada la época y el público, probablemente tenían mucho que ver con Marx, Freud o lo que les cayese en el programa de estudios aquel cuatrimestre.
Parte del problema de 2001 es su propia osadía narrativa. Kubrick escogió pasar olímpicamente de las convenciones del Séptimo Arte y ofrecernos una lección magistral sobre técnica cinematográfica. En vez de potitos nos dio un chuletón crudo. En lugar de recurrir a una voz en off o un diálogo entre personajes que nos expliquen lo que estamos viendo, Stanley construye su obra maestra con la materia prima del cine mismo: 2001 está narrada con imágenes, efectos de sonido y música. Nada más. Nada menos. En todo el metraje (algo menos de dos horas y media), no hay ni cuarenta minutos de diálogos.
2001 es un desafío a nuestra capacidad de concentración. Una muestra de respeto a la inteligencia del espectador (lamentablemente sobrevalorada por Kubrick, como se comprobó después). Isaac Asimov la definió en un ensayo de 1977 como «la primera película de ciencia-ficción adulta», no en el sentido de que hubiese fornicio y nudismo en ella, sino precisamente por todo lo contrario. En 2001 no hay naves parecidas a cohetes V-2 capaces de superar la velocidad de la luz, ni planetas exóticos con criaturas de fantasía, ni pistolas de rayos, ni malvado lord oscuro del Imperio Galáctico, ni científico excéntrico con hija pechugona, alelada y fornicable, que se encoñe del capitán de la expedición. 2001 pretendía devolverle el respeto perdido al género de ciencia-ficción tratando a sus espectadores como a adultos.
(Vamos, que 2001 no era La guerra de las galaxias.)Viéndolo en retrospectiva, parece que Kubrick se pasó de frenada. Su película es tan oscura y repelente que, en muchos cines, el prólogo del largometraje (esos tres minutos, más o menos, de pantalla negra y música casi esquizofrénica, que recrean el caos primordial posterior al Big Bang) no se emitieron por miedo a que los espectadores pensasen que el proyector estaba averiado y abandonasen la sala.
(Kubrick se cabreó muchísimo cuando se lo contaron.)
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Si no existiera esta peli, habría que inventarla. |
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El churumbel cósmico. |
(Curiosamente, no es ésa la conclusión a la que llegas si te lees el libro de Arthur C. Clarke, versión novelada del guión. Y me niego a creer que Artie malinterpretase el mensaje de su propia obra.)No me tengo por un puto genio, pero vi 2001 por primera vez cuando aún no me había terminado de crecer el vello púbico y no tuve excesiva dificultad en entenderla. Aunque mi particular lectura del tercer acto era un poco más metafísica (Dave Bowman debía nacer y morir un número casi infinito de veces, y acumular la experiencia de todas esas vidas, para equipararse a los seres que habían creado los monolitos, tan por encima de él en la escala evolutiva como los mismos dioses, y poder llegar, andando el tiempo, a reunirse con ellos de igual a igual), tampoco se aleja tanto de la versión dada por Kubrick.
E insisto: soy cualquier cosa menos un cerebro privilegiado.
Aún así, la recepción de 2001 y su infinitud de lecturas distintas delatan la existencia de una legión de melones muchísimo más duros que el mío. Y cada uno de ellos con su propia versión del mensaje que Kubrick creía haber dejado muy claro.
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Stanley Kubrick parte en búsqueda de vida realmente inteligente. |
Razón Número Cuatro: si no cuidas el mensaje, podrías estar mandando alguno muy pero que muy siniestro.
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¡Ah, aquellos tiempos en 8 bits! |
Y de repente me dije ¡espera un puto minuto!
Ralph, el protagonista, es un villano de máquina recreativa que está hasta las pelotas. Está harto de vivir en una escombrera, está harto de romper cosas, está hasta los mismísimos de hacer todos los días las mismas cuatro mierdas, de no tener ni un amigo y de que la gente le deteste mientras que adoran a Fix-it Felix, el personaje que, con su martillo mágico, arregla en cada partida el estropicio dejado tras de sí por Ralph.
Ralph sólo quiere ser aceptado y amado. Quiere vivir, con el resto de personajes del videojuego, en la casa que está ya harto de derribar una y otra vez. No quiere seguir durmiendo entre cascotes. Quiere ser uno más. Para conseguirlo emprende un viaje iniciático a través de otras máquinas recreativas en busca de una medalla dorada que le distinguirá como héroe y le abrirá las puertas de la casa en la que no se le permite vivir, porque, coño, ¡es el villano del juego!
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¡Si es que me la comía! Pero no a lo pederasta, ¿eh? |
Mensaje de Rompe, Ralph!: «Si tu trabajo es una mierda, si tu casa es una mierda, si duermes entre la basura y tu vida es una mierda, jódete y aguántate, y no intentes conseguir nada mejor o destruirás el universo.»
Menos mal que no hicieron a Ralph negro.
Razón Número Cinco: o la historia está al servicio del mensaje o esto es un sindios.
Cuando no te preocupas de ponerle unas buenas riendas a tu mensaje te pasa lo que al sabio y al tonto: tú señalas la luna y todo el mundo mira el dedo.
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La burbuja inmobiliaria haciendo implosión. |
...y tuve que bajarlas. La peli me encantó (sí, yo soy de los que la adoran). Creí en su momento que podría suponer una pequeña revolución de estilo en el género de ciencia-ficción, como lo había sido en su día Matrix. Estaba convencido de que surgirían otras películas «estilo Inception» como surgieron muchas «estilo Matrix» (aunque parece que en esto me equivoqué. La única peli remotamente parecida que ha surgido en todo este tiempo es la de Doctor Extraño.) Yo y el amigo que me llevó a verla (¿Hola? ¿Krioko? ¿Sigues vivo? Pestañea dos veces para decir «sí» y dos veces y media para decir «eutanasia») salimos de la sala comentando nuestras escenas favoritas, nuestros diálogos preferidos, la música, el argumento (búscalo en Google, que ya te he dado bastante la vara hoy), el concepto mismo de ese mundo onírico dividido en capas superpuestas donde se pueden «sembrar» ideas de las que no somos conscientes, pero que determinarán nuestros actos durante la vigilia, y la reflexión que eso introducía acerca del libre albedrío y nuestra propia identidad, y la advertencia acerca de los peligros de abismarnos en nosotros mismos y volver la espalda a la realidad, hasta el punto de no distinguir entre el mundo real y la fantasía, o no reconocer aquel cuando lo tengamos delante, y de qué buena está Marion Cotillard; pues a mí no me gusta, a quien le hacía yo un petroleado de bajos es a Ellen Page, si no fuese lesbiana; ¡para!, ¿que Ellen Page es lesbiana?; muchísimo. Lo contó en una entrega de premios y...
...y resulta que nos habíamos perdido el mensaje.
De hacer caso a la gente con la que hablé del tema, el mensaje de Inception es que la puta peonza cae al final. O no. ¡O yo qué se!
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Me la suda. |
El dedo.
El mensaje.
La puta peonza.
Razón Número Seis: si necesitas seis razones para convencerte de lo importante que es el mensaje, eres un botarate y un gilipuertas y no, repito, NO deberías escribir nunca. Ni siquiera la lista de la compra.
Permíteme que te resuma el mensaje de esta entrada de Paratroopersdon'tdie: asegúrate de trabajar el mensaje u otro lo hará por ti. Mira si no lo confusa que resulta esta foto:
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¡AAAAAAAAAAAAAH! |
(¡Me da igual! ¡Me la quedo!)
La culpa es del fotógrafo, que no pudo elegir peor encuadre y por lo tanto envía un mensaje... poco claro, por decirlo suavemente.
Un mensaje con pilila donde no debería haberla.