Después de los tres meses de pasión (en el sentido evangélico, no en el vaginarls), tenemos tantas balas en la recámara de la bitácora que nos atropellamos a la hora de acometer la redacción de la presente entrada.
Pero lo vamos a intentar. Esperamos sinceramente que el lapso no haya embotado nuestra característica Suprema Mala Leche™.
Aunque es poco probable que la vayamos a necesitar en esta entrada sobre tetas.
The Batman fue una de las sorpresas de 2022. No vamos a producir ecos de nuestro análisis del momento, así que nos limitaremos a un resumen: la película, lejos de ser perfecta, es probablemente una de las aproximaciones cinematográficas más honestas, respetuosas y bien acabadas al personaje creado por Bob Kane y Bill Finger. Matt Reeves metió la pata a nivel de guion un par de veces (esa amenaza de inundación de la que nos enteramos a finales del segundo acto, ese Bruce Wayne que pasa olímpicamente de las finanzas de la empresa familiar, ignorando, aparentemente, que sin la pasta de su fondo fiduciario no hay Batman que valga, que sólo en gasofa el Batmóvil se bebe toda la producción de crudo de Arabia Saudita cada cien kilómetros), Robert Pattinson sigue sin vendernos la moto de que es el Justiciero de la Capa (pero es que, después de la presencia ACOJONANTE del Batman cinematográfico de Ben Affleck, la cosa está complicada para cualquier otro actor) y esa capa con orejas de murciélago que parece el casco del hombre hormiga no son motivos suficientes para arruinar el resultado final. The Batman es un peliculón. La mejor película con o del Caballero Oscuro desde la trilogía de Nolan y quizá una de las dos mejores películas de Batman de todos los tiempos, junto con la de Tim Burton de 1989.
Con un estreno doméstico de más de 134 millones de dólares, una recaudación internacional de más de cuatrocientos y un monto total de más de setecientos setenta millones a partir de un presupuesto de producción, confeso, de unos 200 millones, estaba más que cantado que Warner iba a meter una mano en el infierno para seguir exprimiendo la teta del Batman de Matt Reeves. La secuela se dio por descontada incluso ANTES del estreno (el público de prueba y los periodistas de los pases privados de prensa salían de la sala de proyección con los ojos como huevos de paloma) y, de hecho, ya está en producción y se supone que empezará a rodarse a finales de este mismo año a partir de un guion de Matt Reeves sobre el que se ha dicho poco, salvo que el director de Monstruoso y El amanecer del planeta de los simios, se lo ha currado especialmente duro.
La secuela de The Batman, decimos, estaba cantada. Porque en cuanto las megacorporaciones audiovisuales trincan una teta bien gorda, una ubre jugosa, rolliza, con un pezón como una gominola; una tetarraca como un balón de balonmano lleno de dulce leche nutricia, no van a dejar de estrujarla, retorcerla y drenarla hasta convertirla en un higo seco y momificado.
Pero esto de estrujar la teta hasta dejarla como una breva mal chafada no es de ahora. Es una práctica común a la industria del cine desde sus orígenes. No, por supuesto, amado lector Millenial, tú no estabas en los orígenes del cine. Nosotros tampoco. Pero sí estábamos en 1991, cuando por alguna misteriosa razón se estrenaron con pocas semanas de diferencia Robin Hood: El magnífico y Robin Hood: Príncipe de los ladrones, y también en el año 97, cuando pudimos escoger entre Volcano y Un pueblo llamado Dante's Peak, que eran básicamente la misma película, y en el 98, cuando llegaron a nuestras pantallas Deep Impact y Armaggedon.
Con estos antecedentes, a nadie podía extrañar que hacer spin-offs televisivos del Batman de Matt Reeves fuesen una ocurrencia a tener en consideración y, ahora que de repente convertir sus películas de gran presupuesto en series de televisión ya no les parece humillante a los señores trajeados y con bigotes de cocaína, una consecuencia casi inevitable. Aunque pronto fue evidente que algunas personas en WB no parecían haberse pensado muy bien qué productos derivados estaban deseando ver en la pantalla chica los fans del largometraje de Reeves. Se habló de un policial centrado en Gotham Central, la comisaría de policía de Gotham de la que, eventualmente, Jim Gordon acaba siendo comisario jefe. Se barajó una serie de... ¿terror? ¿fantasmas?, centrada en Arkham Asylum. Por ahí se nos ha perdido un enlace a un proyecto de serie centrada en la Catwoman de Zöe Kravitz. Se dijeron tantas chorradas y tan gordas, que HBO, que en última instancia eran los que iban a poner la pasta para rodar todas esas cosas, tuvieron que dar un golpe con los cojones en la mesa. Y ese golpe cojonil sonó fuerte, ¿eh? Lo oímos desde España.
Nanay de serie sobre la Catwoman de Zöe Kravitz. Al menos, por el momento.
Olvidaos de la serie sobre la policía de Gotham.
A la verga la serie sobre Arkham Asylum.
Los gerifaltes de HBO, con buen sentido (y como, insistimos, la factura se la iban a acabar pasando a ellos) dijeron que quieto parao, manos sobre la cabeza y carné de identidad entre los dientes. Que antes de hipotecar el presupuesto de la empresa para los próximos veinte años, primero se iban a centrar en los «cabezas de cartel» del Mattreevesverso de Batman. "They were like, 'We like what you're doing, and we want to lean harder into the marquee characters.'"
Y, si hay un «marquee character», un «heavy hitter» en el The Batman de Matt Reeves, después de Riddler (Paul Dano), con el que mala cosa podrían hacer, encerrado como está desde el final del segundo acto de The Batman, es el puto Pingüino de Colin Farrell.
Y, de repente: ¡pum! ¡Temporada de pingüinos!
El Pingüino parecía una mala idea desde el principio. Es decir, por descontado que el trabajo de Colin Farrell en el largometraje de Matt Reeves es ESPECTACULAR. Y ya no hablamos de su transformación física, de la paciencia que demostró sometiéndose, a diario, a horas de maquillaje, adhesivos, implantes de látex. Hablamos del personaje increíblemente sólido, congruente y carismático que creó para el primer largometraje de Edward Cullen... esteeee Robert Pattinson como el Cruzado de la capa. Pero... ¿una serie sobre el Pingüino? Are you serious? ¿Quién coño iba a querer ver algo así? Una serie sobre Batman, hecha con un mínimo de dignidad (y el estándar de serie digna de superhéroes es, y sigue siendo, el Marvel's Daredevil de Netflix), no te digo yo que no, pero ¿podrían hacer funcionar, o sea atraer audiencias, a una serie sobre el Pingüino?
Bueno, pues parece que sí. De lo cual nos alegramos. Porque, aunque a veces el exceso de celo con las películas y series mal ejecutadas, torpemente escritas y pobremente representadas nos pueda hacer sospechosos, aquí nos alegramos del éxito de los productos culturales protagonizados por nuestros personajes favoritos o ambientados en nuestros universos imaginarios predilectos. Y nos alegramos, MUCHO, de que El Pingüino hay funcionado tan bien (aunque, de nuevo, tratándose de una serie de VoD, tenemos que creernos las cifras de audiencias que proporciona HBO).
Y si El Pingüino ha sido un éxito, cabe responsabilizar una vez más de ello, en no pequeña medida, al COLOSAL trabajo de un Colin Farrell casi irreconocible, y no sólo por los kilos de látex que le pegaron encima. Está irreconocible porque Farrell transforma su voz. Su acento. Su lenguaje corporal. Joder, hasta la forma en que mira a la cámara es algo que jamás le habíamos visto hacer los que seguimos a este increíble, y a veces desaprovechado, artista desde Tigerland, Minority Report, Última llamada, La prueba, y aquel capítulo de Scrubs en el que no se separa ni un momento, en urgencias, de la cabecera del borracho con conmoción cerebral al que él mismo ha dejado en coma; porque no le revientas el cráneo a un cristiano en una pelea de bar para luego desentenderte, hostia, que un hombre es un hombre, no me jodas.
Si durante todo el visionado de The Batman no podía evitar poner con la imaginación a un Ben Affleck en plena forma física en todas las escenas de Robert Pattinson, no tuve jamás ese problema con el personaje del Pingüino. Lejos del mutante deforme, repulsivo y atorrante del Batman vuelve de Tim Burton (Danny de Vito estuvo a punto de perder la picha y/o los cojones rodando una escena con el puto mono. Pídenos que algún día te contemos esa historia, amado lector), y del histriónico payaso con monóculo y chistera lila de la serie de 1966 a 1968, en la que Burguess Meredith anadeaba y cacareaba antes de entrenar a Rocky Balboa; el Oz Cobb de Matt Reeves es un personaje «boots on the ground». Realista. Creíble. Extraordinariamente sólido. Un tipo siniestro al que podrías encontrarte en tu propia calle, renqueando al doblar una esquina.
Colin Farrell es un actor increíble. Y ha dado al Pingüino, quizá el menos amenazador (con todas las reservas que quieras, amado lector) de los villanos de Batman en un secundario tan potente, tan absolutamente berroqueño, que se come la película cada vez que comparte plano con cualquier otro personaje.
Y por eso nos acojonaba tanto la idea de una serie de televisión centrada en él. No porque Colin Farrell no estuviese a la altura del reto, sino porque, honestamente, venimos de un lugar muy oscuro en materia de calidad narrativa cinematográfica del género de superhéroes. Y aún no hemos salido completamente de él.
Al final de The Batman, el Pingüino es un mierdecilla. Un chófer de la mafia de Gotham, ascendido a portero de discoteca glorificado, un media hostia al que no respeta ni Cristo y del que sus propios compañeros de banda se chotean por sus obvias taras físicas.
Un personaje que ve el vacío de poder que la muerte de Carmine Falcone ha dejado, y que se pregunta si tiene lo que hay que tener para llenar ese vacío desde su humilde posición de segundón.
Claramente, ése iba a ser el argumento de la serie de El Pingüino. Pero ¿cómo lo iban a sacar adelante los escritores, si es que podían?
Pues ya estamos en condiciones de contestar: HBO se ha marcado un House of Cards con doble de Los Soprano.
Y el resultado es cojonudo.
El Pingüino es una serie fabulosa. No es perfecta, porque no puede serlo, pero tiene identidad propia y FUNCIONA. Eso es lo más extraordinario. Una serie de televisión sobre un personaje de cómic relativamente repelente (y estamos hablando de un cómic sobre un perturbado que se viste de mamarracho y sale por las noches a romper a patadas las costillas de los yonquis) FUNCIONA como producto dramático con gravitas propia. Sin histrionismos. Ni pirotecnia visual. El Pingüino entra en esa categoría de series sobre tipos deleznables, como Dexter Morgan o Hannibal Lecter, a los que ves cometer en pantalla toda clase de horrendas tropelías, y deseas que les salga bien, que sigan mintiendo, manipulando y matando. Que la policía no los pille. Que se salgan con la suya. Que vivan para asesinar otro día.
Y esa simpatía hacia su protagonista, que los autores de El Pingüino consiguen despertar en nosotros, es el principal motor de la serie. Y es que Oz Cobb se hace querer. Es un puto psicópata y un gánster, pero tiene integridad. En The Batman, cuando se descubre que Carmine Falcone ha roto la omertà de la mafia de Gotham y se ha chivado de un rival, forjando sobre esa traición su imperio criminal, Oz se lo toma como un insulto personal y casi le hace dos piercings de 9 milímetros parabellum a su ex-jefe. Oz es maquiavélico y retorcido, pero ama a su madre enferma y ha llegado a simular su muerte para ponerla a salvo de sus enemigos. Tiene una ambición desmedida que usa como justificación para arrasar con cualquiera que se ponga en su camino. Es impulsivo y está lleno de resentimiento, y a menudo se mete a sí mismo en unos quilombos del carajo por no tener un mayor control sobre su temperamento (empieza el capítulo piloto de la serie matando a Alberto, el heredero de la jefatura de la familia Falcone, por un insultillo de nada, y las consecuencias de ese arrebato le persiguen durante el resto de la temporada), pero también es un líder nato capaz de poner de acuerdo a todas las bandas organizadas de Gotham y, además, en el fondo sólo quiere que su madre viva como una reina y esté orgulloso de él.
¿Y qué decir de los secundarios? Canela fina: el siempre eficaz Clancy Brown (el puto Kurgan de Los inmortales) como Salvatore Maroni, la gran dama Shohreh Aghdashloo como su esposa Nadia, Rhenzy Feliz como Víctor Aguilar, Deirdre O'Connell como Francis Cobb, la madre de Oz, y sobre todo la impresionante Cristin Milioti (la madre de Cómo estiré una historia de quince minutos a lo largo de nueve temporadas cada vez más innecesarias) como Sofía Falcone. ¡Increíble trabajo, el de esta mujer! Siniestra y dulce al mismo tiempo. Adorable y desquiciada. Una mujer traicionada por su propia familia, envenenada de un resentimiento agigantado por la injusticia a la que se la ha sometido. Una Casandra en posesión de una verdad que nadie quiere escuchar, que pierde a su único apoyo en este mundo y sufre que el clan la trate como a una molestia de la que hay que librarse lo antes posible, que menosprecien los beneficios que podría obtener la familia de su inteligencia y clarividencia. Y cómo una mujercita enteca y de menos de metro sesenta se convierte en una giganta (pun intended si has visto o te dispones a ver El Pingüino) ante nuestros ojos es el lazo azul del colosal talento dramático de Cristin Milioti.
El Pingüino toma todos los elementos del cine de gánsters y los ambienta en Gotham. Lo de menos es que estemos viendo una historia que transcurre en el mismo universo de The Batman (que no aparece ni una sola vez, aunque hay cameos de personajes secundarios del largometraje, como la alcaldesa electa Bella Real, interpelada por Jayme Lawson, o el jefe de policía Mackenzie Bock, interpretado por Con O'Neill... y un «cameo off the record» de Selina Kyle en el último capítulo de la temporada, y esa bat-señal que nos recuerda, por si a esas altura se nos ha olvidado, que seguimos en Gotham). El Pingüino nos da una buena serie negra, una buena serie de gánsteres, buenos personajes, una historia adictiva, un suspense bien logrado, un ritmo... mejorable (ya hemos dicho que no es ni puede ser perfecta), con todos esos flashbacks que, no nos cansaremos de repetir en la bitácora, son la peor forma de hacer exposición en una película, y que raras veces aportan información realmente interesante para los espectadores de El Pingüino.
Pero, en fin, si El Pingüino fuera perfecta, no tendríamos entrada dela bitácora, o sí, pero sólo contendría una frase: «El Pingüino: perfecta», y punto.
A HBO y Warner Bros. también les ha gustado mucho El Pingüino. Tanto que ya están presionando para una segunda temporada, aunque Colin Farrell, que aún tiene contrato para salir, no sabemos cuánto ni cómo, en la secuela del The Batman de Matt Reeves, ya se está haciendo de rogar con la típica monserga de «bueno, si me ofrecen un proyecto interesante, al mismo nivel que la primera temporada» que se usa cuando nos da apuro decir «enséñame la pasta» o «estoy un poco hasta los cojones de pasarme catorce horas diarias en maquillaje, ¿quién me va a pagar por todo ese coñazo?», o directamente «¿quién acaba de ganarse un Golden Globe por esta seeeerieeeee, quiééééééén?». Y es que Colin Farrell lleva ya suficiente tiempo en este negocio como para saber que, cuando tienes una teta bien gorda a mano, lo que no exprimas tú, lo exprimirán otros.
Y, hablando de exprimir tetas, nos parece oportuno hablar también en esta entrada de The Day of the Jackal, la serie de Peacock y Sky Studios que nos trae, de nuevo, al frío asesino de la novela homónima de Frederick Forsyth que, hasta la fecha, había tenido las caras de Edward Fox y Bruce Willis en una secuela «american-style» tan excesiva como gratuita aunque innegablemente entretenida.
Una confesión: en cuanto en la bitácora nos enteramos que se estaba cocinando una serie de televisión sobre una de las mejores, si no la mejor, novela de Frederick Forsyth (hay quien prefiere Los perros de la guerra, y no se lo reprochamos), de la cual Fred Zinnemann hizo en 1973 una de las mejores películas de suspense/intriga política y una de las mejores, sino la mejor, adaptación cinematográfica de una novela, pusimos a nuestras tropas en Defcon 3.
No creo que se nos pueda culpar por ello.
Una vez concluida la primera temporada (sí, primera. La teta es la teta y, si ésta da suficiente leche, habrá segunda tetarada, o sea temporada) ya podemos respirar tranquilos: The Day of the Jackal no es perfecta, pero tampoco es un desastre. En trazo grueso, es entretenida, tiene momentos de suspense extraordinariamente bien construidos, un Eddie Redmayne brillante, una Lashana Lynch fabulosa, un ritmo a grandes rasgos correcto (con un par de notas disonantes) una galería de secundarios y subtramas realmente interesante (con excepciones que señalaremos más abajo) y panoja, que se le nota que le han metido panoja.
Claro que The Day of the Jackal 2024 consigue todo eso traicionando casi todo lo que caracterizaba la primera película y la novela en la que se inspira, y conviene no perderlo de vista por mucho que, como espectadores, en la bitácora estemos razonablemente satisfechos con la serie de Peacock/Sky. Nada de una conspiración de la OAS para matar al general De Gaulle. Los responsables de esta serie orientada a una audiencia viejuna no confían en la memoria de sus potenciales espectadores y han decidido «actualizar» la historia y ambientarla en un hipotético mundo actual. El objetivo del Chacal ya no es el presidente de la república francesa, odiado a muerte por los pied-noirs que se sintieron traicionados por él cuando negoció a sus espaldas la independencia de Argelia, sino un millonario de Silicon Valley, una especie de Elon Musk gay que va a liberar un software que, técnicamente, acabará con los paraísos fiscales y los flujos anónimos de capitales, algo que, huelga decirlo, cabrea un montón a todas las personas interesadas en mover discretamente sus monises. Un plutócrata turbomilmillonario, Tywin Lannist... digooo Timothy Winthorp (Charles Dance) contrata al Chacal (Eddie Redmayne) para matar a Ulle Dag Charles (Khalid Abdalla) y la agente del MI6 Bianca Pullman (Lashana Lynch) intenta impedir el magnicidio.
Al impecable capítulo piloto le sigue un juego del gato y el ratón en el que Bianca intenta identificar al asesino y ponerlo a la sombra mientras el Chacal planea su golpe, se sobrepone a los obstáculos y dificultades que lo alejan de su meta, chulea y frustra los esfuerzos de la policía y agencias de inteligencia que intentan arrestarlo, y arrasa a cualquiera que le estorbe...
...mientras intenta llevar algo parecido a una vida familiar normal y mantener en la inopia a su esposa andaluza (Úrsula Corberó).
De verdad que estoy dispuesto a perdonarle a The Day of the Jackal todas sus carencias, que las tiene (es innecesariamente larga y probablemente tendría mucho más sentido si se le cayesen un par de capítulos), en virtud de sus muchos méritos, que los tiene y son evidentes. Todas sus carencias menos esta. Toda la subtrama romántica con Úrsula Corberó me sobra. No aporta absolutamente nada a la trama. Es mero relleno que, encima, parece relativizar al protagonista de la serie. Eddie Redmayne ya logra por su propio esfuerzo que nos caiga simpático ese frío y despiadado asesino obsesionado con cumplir su misión, esa implacable máquina de matar que arrollará a cualquiera que se interponga entre él y su presa. ¿Por qué intentar darle un corazoncito y hacerlo esposo y padre?
Parte del morboso atractivo del personaje original (libro de Frederick Forsyth y película de Zinnemann) es su condición de psicópata sin conciencia. De fantasma sin identidad. El Chacal podría ser cualquiera. Podríamos ser nosotros. No debes dejarte engañar por su rostro: es una fuerza de la naturaleza que sólo se hace pasar por humano. Es un tornado, un rayo, una inundación. Mata cuando así lo decide y no se tortura con escrúpulos al respecto. Podría estar detrás de la puerta de tu casa ahora mismo. Y, cuando comprendes eso, el Chacal se convierte en una figura sobrenatural. Un arquetipo. Y por eso se han hecho dos secuelas de la película original y tantos otros largometrajes, novelas, videojuegos y cómics abiertamente inspirados en él.
Aunque la original sigue siendo insuperable. |
Por algún motivo, la miniserie de 2024 decide hacernos pasar a este mercenario sin conciencia por padre y marido (y despellejarnos su pasado como francotirador de los Paracaidistas británicos). Le da un corazoncito a ese sicario sin alma para quien la única razón de su existencia es matar por contrato. Y no funciona. Y sabemos que no funciona porque le quitas todas las escenas con Úrsula Corberó y su familia de parásitos sureños soplapollas y, aparte de ahorrarte el metraje de por lo menos esos dos capítulos que le sobran a la serie, la historia sigue funcionando. Tiene sentido. Es coherente.
(Tampoco aportan gran cosa los «momentos retrospecter» en los que medio se nos cuenta la historia de orígenes del Chacal, historia de orígenes que casi parece pensada para justificar su decisión de comenzar una carrera de sicario).
Cuando termina la película de Zinnemann, el Chacal vuelve a ser un hombre sin nombre. Una sombra. Un fantasma. Y así queda preservado su poder arquetípico. El hombre del saco. El vampiro. La muerte. Cuando termina la serie de Peacock, ya lo sabemos prácticamente todo sobre el Chacal salvo su contraseña de Tinder. Es un hombre más. Un simple criminal que sólo ha conseguido salirse con la suya gracias a la complicidad de las agencias de inteligencia y politicastros veniales que han renunciado a arrestarle.
No parece el mismo personaje.
Porque no lo es.
Si, además de toda la morralla familiar («¡Ozú! ¡Que mi marío ze zaca una pazta ganza matando gashós, pisha!») le quitamos a The Day of the Jackal la mitad, aproximadamente, de los momentos en que los guionistas han puesto al protagonista, el antihéroe de esta historia, en una posición vulnerable, sumisa, que lo han hecho meter la pata, cometer errores y estar a punto de ser arrestado o morir por un impredecible revés del destino, la serie tendría quizá cinco capítulos y sería mucho más respetuosa con el material original.
Pero podemos perdonar el pecadillo descrito en el párrafo precedente como herramienta destinada a crear suspense y, nos tememos, alargar la duración de la serie (probablemente se requirió un mínimo de capítulos destinado a llenar ese hueco horario de la parrilla durante un número dado de semanas). Es un pequeño precio a pagar por The Day of the Jackal. Una serie en absoluto redonda (empieza muy fuerte pero se resiente de todo ese relleno argumental) pero que proporcionará al espectador diez horas de entretenimiento en modo alguno culpable y salpimentado de algunos agradecidos alardes de estilo, como la partitura musical y esos créditos iniciales setenteros con score casi jamesbondiano.
Así que, precauciones aparte, The Day of the Jackal es un exitoso ejercicio de estrujar una teta que sigue mollar y jugosa desde 1971, cuando se publicó la novela. Ejercicio respetable, si la alternativa era profanar otro clásico de la televisión, como convertir a los billonarios del petróleo de Dinastía en magnates de Internet o convertir Dr. Who, una teta que finalmente ha explotado de tan fuerte y malamante que la han estrujado, en El negro marica que baila.
Ahora queda para ti, oh fénix de los lectores de bitácoras on-line. Mírate estas dos series, o no, y saca tus propias conclusiones.
Aparentemente, esta temporada vuelve el rojo y negro. |
Aquí queda eso.