domingo, 23 de febrero de 2025

La teta por la teta, se la estruja y no se la respeta

Después de los tres meses de pasión (en el sentido evangélico, no en el vaginarls), tenemos tantas balas en la recámara de la bitácora que nos atropellamos a la hora de acometer la redacción de la presente entrada.

Pero lo vamos a intentar. Esperamos sinceramente que el lapso no haya embotado nuestra característica Suprema Mala Leche™.

Aunque es poco probable que la vayamos a necesitar en esta entrada sobre tetas.


The Batman fue una de las sorpresas de 2022. No vamos a producir ecos de nuestro análisis del momento, así que nos limitaremos a un resumen: la película, lejos de ser perfecta, es probablemente una de las aproximaciones cinematográficas más honestas, respetuosas y bien acabadas al personaje creado por Bob Kane y Bill Finger. Matt Reeves metió la pata a nivel de guion un par de veces (esa amenaza de inundación de la que nos enteramos a finales del segundo acto, ese Bruce Wayne que pasa olímpicamente de las finanzas de la empresa familiar, ignorando, aparentemente, que sin la pasta de su fondo fiduciario no hay Batman que valga, que sólo en gasofa el Batmóvil se bebe toda la producción de crudo de Arabia Saudita cada cien kilómetros), Robert Pattinson sigue sin vendernos la moto de que es el Justiciero de la Capa (pero es que, después de la presencia ACOJONANTE del Batman cinematográfico de Ben Affleck, la cosa está complicada para cualquier otro actor) y esa capa con orejas de murciélago que parece el casco del hombre hormiga no son motivos suficientes para arruinar el resultado final. The Batman es un peliculón. La mejor película con o del Caballero Oscuro desde la trilogía de Nolan y quizá una de las dos mejores películas de Batman de todos los tiempos, junto con la de Tim Burton de 1989.

Con un estreno doméstico de más de 134 millones de dólares, una recaudación internacional de más de cuatrocientos y un monto total de más de setecientos setenta millones a partir de un presupuesto de producción, confeso, de unos 200 millones, estaba más que cantado que Warner iba a meter una mano en el infierno para seguir exprimiendo la teta del Batman de Matt Reeves. La secuela se dio por descontada incluso ANTES del estreno (el público de prueba y los periodistas de los pases privados de prensa salían de la sala de proyección con los ojos como huevos de paloma) y, de hecho, ya está en producción y se supone que empezará a rodarse a finales de este mismo año a partir de un guion de Matt Reeves sobre el que se ha dicho poco, salvo que el director de Monstruoso y El amanecer del planeta de los simios, se lo ha currado especialmente duro.

La secuela de The Batman, decimos, estaba cantada. Porque en cuanto las megacorporaciones audiovisuales trincan una teta bien gorda, una ubre jugosa, rolliza, con un pezón como una gominola; una tetarraca como un balón de balonmano lleno de dulce leche nutricia, no van a dejar de estrujarla, retorcerla y drenarla hasta convertirla en un higo seco y momificado.

Pero esto de estrujar la teta hasta dejarla como una breva mal chafada no es de ahora. Es una práctica común a la industria del cine desde sus orígenes. No, por supuesto, amado lector Millenial, tú no estabas en los orígenes del cine. Nosotros tampoco. Pero sí estábamos en 1991, cuando por alguna misteriosa razón se estrenaron con pocas semanas de diferencia Robin Hood: El magnífico y Robin Hood: Príncipe de los ladrones, y también en el año 97, cuando pudimos escoger entre Volcano y Un pueblo llamado Dante's Peak, que eran básicamente la misma película, y en el 98, cuando llegaron a nuestras pantallas Deep Impact y Armaggedon.

Con estos antecedentes, a nadie podía extrañar que hacer spin-offs televisivos del Batman de Matt Reeves fuesen una ocurrencia a tener en consideración y, ahora que de repente convertir sus películas de gran presupuesto en series de televisión ya no les parece humillante a los señores trajeados y con bigotes de cocaína, una consecuencia casi inevitable. Aunque pronto fue evidente que algunas personas en WB no parecían haberse pensado muy bien qué productos derivados estaban deseando ver en la pantalla chica los fans del largometraje de Reeves. Se habló de un policial centrado en Gotham Central, la comisaría de policía de Gotham de la que, eventualmente, Jim Gordon acaba siendo comisario jefe. Se barajó una serie de... ¿terror? ¿fantasmas?, centrada en Arkham Asylum. Por ahí se nos ha perdido un enlace a un proyecto de serie centrada en la Catwoman de Zöe Kravitz. Se dijeron tantas chorradas y tan gordas, que HBO, que en última instancia eran los que iban a poner la pasta para rodar todas esas cosas, tuvieron que dar un golpe con los cojones en la mesa. Y  ese golpe cojonil sonó fuerte, ¿eh? Lo oímos desde España.

Nanay de serie sobre la Catwoman de Zöe Kravitz. Al menos, por el momento.

Olvidaos de la serie sobre la policía de Gotham.

A la verga la serie sobre Arkham Asylum.

Los gerifaltes de HBO, con buen sentido (y como, insistimos, la factura se la iban a acabar pasando a ellos) dijeron que quieto parao, manos sobre la cabeza y carné de identidad entre los dientes. Que antes de hipotecar el presupuesto de la empresa para los próximos veinte años, primero se iban a centrar en los «cabezas de cartel» del Mattreevesverso de Batman. "They were like, 'We like what you're doing, and we want to lean harder into the marquee characters.'"

Y, si hay un «marquee character», un «heavy hitter» en el The Batman de Matt Reeves, después de Riddler (Paul Dano), con el que mala cosa podrían hacer, encerrado como está desde el final del segundo acto de The Batman, es el puto Pingüino de Colin Farrell.

Y, de repente: ¡pum! ¡Temporada de pingüinos!

El Pingüino parecía una mala idea desde el principio. Es decir, por descontado que el trabajo de Colin Farrell en el largometraje de Matt Reeves es ESPECTACULAR. Y ya no hablamos de su transformación física, de la paciencia que demostró sometiéndose, a diario, a horas de maquillaje, adhesivos, implantes de látex. Hablamos del personaje increíblemente sólido, congruente y carismático que creó para el primer largometraje de Edward Cullen... esteeee Robert Pattinson como el Cruzado de la capa. Pero... ¿una serie sobre el Pingüino? Are you serious? ¿Quién coño iba a querer ver algo así? Una serie sobre Batman, hecha con un mínimo de dignidad (y el estándar de serie digna de superhéroes es, y sigue siendo, el Marvel's Daredevil de Netflix), no te digo yo que no, pero ¿podrían hacer funcionar, o sea atraer audiencias, a una serie sobre el Pingüino?

Bueno, pues parece que sí. De lo cual nos alegramos. Porque, aunque a veces el exceso de celo con las películas y series mal ejecutadas, torpemente escritas y pobremente representadas nos pueda hacer sospechosos, aquí nos alegramos del éxito de los productos culturales protagonizados por nuestros personajes favoritos o ambientados en nuestros universos imaginarios predilectos. Y nos alegramos, MUCHO, de que El Pingüino hay funcionado tan bien (aunque, de nuevo, tratándose de una serie de VoD, tenemos que creernos las cifras de audiencias que proporciona HBO).

Y si El Pingüino ha sido un éxito, cabe responsabilizar una vez más de ello, en no pequeña medida, al COLOSAL trabajo de un Colin Farrell casi irreconocible, y no sólo por los kilos de látex que le pegaron encima. Está irreconocible porque Farrell transforma su voz. Su acento. Su lenguaje corporal. Joder, hasta la forma en que mira a la cámara es algo que jamás le habíamos visto hacer los que seguimos a este increíble, y a veces desaprovechado, artista desde Tigerland, Minority Report, Última llamada, La prueba, y aquel capítulo de Scrubs en el que no se separa ni un momento, en urgencias, de la cabecera del borracho con conmoción cerebral al que él mismo ha dejado en coma; porque no le revientas el cráneo a un cristiano en una pelea de bar para luego desentenderte, hostia, que un hombre es un hombre, no me jodas.

Si durante todo el visionado de The Batman no podía evitar poner con la imaginación a un Ben Affleck en plena forma física en todas las escenas de Robert Pattinson, no tuve jamás ese problema con el personaje del Pingüino. Lejos del mutante deforme, repulsivo y atorrante del Batman vuelve de Tim Burton (Danny de Vito estuvo a punto de perder la picha y/o los cojones rodando una escena con el puto mono. Pídenos que algún día te contemos esa historia, amado lector), y del histriónico payaso con monóculo y chistera lila de la serie de 1966 a 1968, en la que Burguess Meredith anadeaba y cacareaba antes de entrenar a Rocky Balboa; el Oz Cobb de Matt Reeves es un personaje «boots on the ground». Realista. Creíble. Extraordinariamente sólido. Un tipo siniestro al que podrías encontrarte en tu propia calle, renqueando al doblar una esquina.

Colin Farrell es un actor increíble. Y ha dado al Pingüino, quizá el menos amenazador (con todas las reservas que quieras, amado lector) de los villanos de Batman en un secundario tan potente, tan absolutamente berroqueño, que se come la película cada vez que comparte plano con cualquier otro personaje.

Y por eso nos acojonaba tanto la idea de una serie de televisión centrada en él. No porque Colin Farrell no estuviese a la altura del reto, sino porque, honestamente, venimos de un lugar muy oscuro en materia de calidad narrativa cinematográfica del género de superhéroes. Y aún no hemos salido completamente de él.

Al final de The Batman, el Pingüino es un mierdecilla. Un chófer de la mafia de Gotham, ascendido a portero de discoteca glorificado, un media hostia al que no respeta ni Cristo y del que sus propios compañeros de banda se chotean por sus obvias taras físicas.

Un personaje que ve el vacío de poder que la muerte de Carmine Falcone ha dejado, y que se pregunta si tiene lo que hay que tener para llenar ese vacío desde su humilde posición de segundón.

Claramente, ése iba a ser el argumento de la serie de El Pingüino. Pero ¿cómo lo iban a sacar adelante los escritores, si es que podían?

Pues ya estamos en condiciones de contestar: HBO se ha marcado un House of Cards con doble de Los Soprano

Y el resultado es cojonudo.

El Pingüino es una serie fabulosa. No es perfecta, porque no puede serlo, pero tiene identidad propia y FUNCIONA. Eso es lo más extraordinario. Una serie de televisión sobre un personaje de cómic relativamente repelente (y estamos hablando de un cómic sobre un perturbado que se viste de mamarracho y sale por las noches a romper a patadas las costillas de los yonquis) FUNCIONA como producto dramático con gravitas propia. Sin histrionismos. Ni pirotecnia visual. El Pingüino entra en esa categoría de series sobre tipos deleznables, como Dexter Morgan o Hannibal Lecter, a los que ves cometer en pantalla toda clase de horrendas tropelías, y deseas que les salga bien, que sigan mintiendo, manipulando y matando. Que la policía no los pille. Que se salgan con la suya. Que vivan para asesinar otro día.

Y esa simpatía hacia su protagonista, que los autores de El Pingüino consiguen despertar en nosotros, es el principal motor de la serie. Y es que Oz Cobb se hace querer. Es un puto psicópata y un gánster, pero tiene integridad. En The Batman, cuando se descubre que Carmine Falcone ha roto la omertà de la mafia de Gotham y se ha chivado de un rival, forjando sobre esa traición su imperio criminal, Oz se lo toma como un insulto personal y casi le hace dos piercings de 9 milímetros parabellum a su ex-jefe. Oz es maquiavélico y retorcido, pero ama a su madre enferma y ha llegado a simular su muerte para ponerla a salvo de sus enemigos. Tiene una ambición desmedida que usa como justificación para arrasar con cualquiera que se ponga en su camino. Es impulsivo y está lleno de resentimiento, y a menudo se mete a sí mismo en unos quilombos del carajo por no tener un mayor control sobre su temperamento (empieza el capítulo piloto de la serie matando a Alberto, el heredero de la jefatura de la familia Falcone, por un insultillo de nada, y las consecuencias de ese arrebato le persiguen durante el resto de la temporada), pero también es un líder nato capaz de poner de acuerdo a todas las bandas organizadas de Gotham y, además, en el fondo sólo quiere que su madre viva como una reina y esté orgulloso de él.

¿Y qué decir de los secundarios? Canela fina: el siempre eficaz Clancy Brown (el puto Kurgan de Los inmortales) como Salvatore Maroni, la gran dama Shohreh Aghdashloo como su esposa Nadia, Rhenzy Feliz como Víctor Aguilar, Deirdre O'Connell como Francis Cobb, la madre de Oz, y sobre todo la impresionante Cristin Milioti (la madre de Cómo estiré una historia de quince minutos a lo largo de nueve temporadas cada vez más innecesarias) como Sofía Falcone. ¡Increíble trabajo, el de esta mujer! Siniestra y dulce al mismo tiempo. Adorable y desquiciada. Una mujer traicionada por su propia familia, envenenada de un resentimiento agigantado por la injusticia a la que se la ha sometido. Una Casandra en posesión de una verdad que nadie quiere escuchar, que pierde a su único apoyo en este mundo y sufre que el clan la trate como a una molestia de la que hay que librarse lo antes posible, que menosprecien los beneficios que podría obtener la familia de su inteligencia y clarividencia. Y cómo una mujercita enteca y de menos de metro sesenta se convierte en una giganta (pun intended si has visto o te dispones a ver El Pingüino) ante nuestros ojos es el lazo azul del colosal talento dramático de Cristin Milioti.

El Pingüino toma todos los elementos del cine de gánsters y los ambienta en Gotham. Lo de menos es que estemos viendo una historia que transcurre en el mismo universo de The Batman (que no aparece ni una sola vez, aunque hay cameos de personajes secundarios del largometraje, como la alcaldesa electa Bella Real, interpelada por Jayme Lawson, o el jefe de policía Mackenzie Bock, interpretado por Con O'Neill... y un «cameo off the record» de Selina Kyle en el último capítulo de la temporada, y esa bat-señal que nos recuerda, por si a esas altura se nos ha olvidado, que seguimos en Gotham). El Pingüino nos da una buena serie negra, una buena serie de gánsteres, buenos personajes, una historia adictiva, un suspense bien logrado, un ritmo... mejorable (ya hemos dicho que no es ni puede ser perfecta), con todos esos flashbacks que, no nos cansaremos de repetir en la bitácora, son la peor forma de hacer exposición en una película, y que raras veces aportan información realmente interesante para los espectadores de El Pingüino.

Pero, en fin, si El Pingüino fuera perfecta, no tendríamos entrada dela bitácora, o sí, pero sólo contendría una frase: «El Pingüino: perfecta», y punto.

A HBO y Warner Bros. también les ha gustado mucho El Pingüino. Tanto que ya están presionando para una segunda temporada, aunque Colin Farrell, que aún tiene contrato para salir, no sabemos cuánto ni cómo, en la secuela del The Batman de Matt Reeves, ya se está haciendo de rogar con la típica monserga de «bueno, si me ofrecen un proyecto interesante, al mismo nivel que la primera temporada» que se usa cuando nos da apuro decir «enséñame la pasta» o «estoy un poco hasta los cojones de pasarme catorce horas diarias en maquillaje, ¿quién me va a pagar por todo ese coñazo?», o directamente «¿quién acaba de ganarse un Golden Globe por esta seeeerieeeee, quiééééééén?». Y es que Colin Farrell lleva ya suficiente tiempo en este negocio como para saber que, cuando tienes una teta bien gorda a mano, lo que no exprimas tú, lo exprimirán otros.

Y, hablando de exprimir tetas, nos parece oportuno hablar también en esta entrada de The Day of the Jackal, la serie de Peacock y Sky Studios que nos trae, de nuevo, al frío asesino de la novela homónima de Frederick Forsyth que, hasta la fecha, había tenido las caras de Edward Fox y Bruce Willis en una secuela «american-style» tan excesiva como gratuita aunque innegablemente entretenida.

Una confesión: en cuanto en la bitácora nos enteramos que se estaba cocinando una serie de televisión sobre una de las mejores, si no la mejor, novela de Frederick Forsyth (hay quien prefiere Los perros de la guerra, y no se lo reprochamos), de la cual Fred Zinnemann hizo en 1973 una de las mejores películas de suspense/intriga política y una de las mejores, sino la mejor, adaptación cinematográfica de una novela, pusimos a nuestras tropas en Defcon 3.

No creo que se nos pueda culpar por ello.

Una vez concluida la primera temporada (sí, primera. La teta es la teta y, si ésta da suficiente leche, habrá segunda tetarada, o sea temporada) ya podemos respirar tranquilos: The Day of the Jackal no es perfecta, pero tampoco es un desastre. En trazo grueso, es entretenida, tiene momentos de suspense extraordinariamente bien construidos, un Eddie Redmayne brillante, una Lashana Lynch fabulosa, un ritmo a grandes rasgos correcto (con un par de notas disonantes) una galería de secundarios y subtramas realmente interesante (con excepciones que señalaremos más abajo) y panoja, que se le nota que le han metido panoja.

Claro que The Day of the Jackal 2024 consigue todo eso traicionando casi todo lo que caracterizaba la primera película y la novela en la que se inspira, y conviene no perderlo de vista por mucho que, como espectadores, en la bitácora estemos razonablemente satisfechos con la serie de Peacock/Sky. Nada de una conspiración de la OAS para matar al general De Gaulle. Los responsables de esta serie orientada a una audiencia viejuna no confían en la memoria de sus potenciales espectadores y han decidido «actualizar» la historia y ambientarla en un hipotético mundo actual. El objetivo del Chacal ya no es el presidente de la república francesa, odiado a muerte por los pied-noirs que se sintieron traicionados por él cuando negoció a sus espaldas la independencia de Argelia, sino un millonario de Silicon Valley, una especie de Elon Musk gay que va a liberar un software que, técnicamente, acabará con los paraísos fiscales y los flujos anónimos de capitales, algo que, huelga decirlo, cabrea un montón a todas las personas interesadas en mover discretamente sus monises. Un plutócrata turbomilmillonario, Tywin Lannist... digooo Timothy Winthorp (Charles Dance) contrata al Chacal (Eddie Redmayne) para matar a Ulle Dag Charles (Khalid Abdalla) y la agente del MI6 Bianca Pullman (Lashana Lynch) intenta impedir el magnicidio.

Al impecable capítulo piloto le sigue un juego del gato y el ratón en el que Bianca intenta identificar al asesino y ponerlo a la sombra mientras el Chacal planea su golpe, se sobrepone a los obstáculos y dificultades que lo alejan de su meta, chulea y frustra los esfuerzos de la policía y agencias de inteligencia que intentan arrestarlo, y arrasa a cualquiera que le estorbe...

...mientras intenta llevar algo parecido a una vida familiar normal y mantener en la inopia a su esposa andaluza (Úrsula Corberó).

De verdad que estoy dispuesto a perdonarle a The Day of the Jackal todas sus carencias, que las tiene (es innecesariamente larga y probablemente tendría mucho más sentido si se le cayesen un par de capítulos), en virtud de sus muchos méritos, que los tiene y son evidentes. Todas sus carencias menos esta. Toda la subtrama romántica con Úrsula Corberó me sobra. No aporta absolutamente nada a la trama. Es mero relleno que, encima, parece relativizar al protagonista de la serie. Eddie Redmayne ya logra por su propio esfuerzo que nos caiga simpático ese frío y despiadado asesino obsesionado con cumplir su misión, esa implacable máquina de matar que arrollará a cualquiera que se interponga entre él y su presa. ¿Por qué intentar darle un corazoncito y hacerlo esposo y padre?

Parte del morboso atractivo del personaje original (libro de Frederick Forsyth y película de Zinnemann) es su condición de psicópata sin conciencia. De fantasma sin identidad. El Chacal podría ser cualquiera. Podríamos ser nosotros. No debes dejarte engañar por su rostro: es una fuerza de la naturaleza que sólo se hace pasar por humano. Es un tornado, un rayo, una inundación. Mata cuando así lo decide y no se tortura con escrúpulos al respecto. Podría estar detrás de la puerta de tu casa ahora mismo. Y, cuando comprendes eso, el Chacal se convierte en una figura sobrenatural. Un arquetipo. Y por eso se han hecho dos secuelas de la película original y tantos otros largometrajes, novelas, videojuegos y cómics abiertamente inspirados en él.
Aunque la original sigue siendo insuperable.

Por algún motivo, la miniserie de 2024 decide hacernos pasar a este mercenario sin conciencia por padre y marido (y despellejarnos su pasado como francotirador de los Paracaidistas británicos). Le da un corazoncito a ese sicario sin alma para quien la única razón de su existencia es matar por contrato. Y no funciona. Y sabemos que no funciona porque le quitas todas las escenas con Úrsula Corberó y su familia de parásitos sureños soplapollas y, aparte de ahorrarte el metraje de por lo menos esos dos capítulos que le sobran a la serie, la historia sigue funcionando. Tiene sentido. Es coherente.
(Tampoco aportan gran cosa los «momentos retrospecter» en los que medio se nos cuenta la historia de orígenes del Chacal, historia de orígenes que casi parece pensada para justificar su decisión de comenzar una carrera de sicario).

Cuando termina la película de Zinnemann, el Chacal vuelve a ser un hombre sin nombre. Una sombra. Un fantasma. Y así queda preservado su poder arquetípico. El hombre del saco. El vampiro. La muerte. Cuando termina la serie de Peacock, ya lo sabemos prácticamente todo sobre el Chacal salvo su contraseña de Tinder. Es un hombre más. Un simple criminal que sólo ha conseguido salirse con la suya gracias a la complicidad de las agencias de inteligencia y politicastros veniales que han renunciado a arrestarle.

No parece el mismo personaje.

Porque no lo es.

Si, además de toda la morralla familiar («¡Ozú! ¡Que mi marío ze zaca una pazta ganza matando gashós, pisha!») le quitamos a The Day of the Jackal la mitad, aproximadamente, de los momentos en que los guionistas han puesto al protagonista, el antihéroe de esta historia, en una posición vulnerable, sumisa, que lo han hecho meter la pata, cometer errores y estar a punto de ser arrestado o morir por un impredecible revés del destino, la serie tendría quizá cinco capítulos y sería mucho más respetuosa con el material original.

Pero podemos perdonar el pecadillo descrito en el párrafo precedente como herramienta destinada a crear suspense y, nos tememos, alargar la duración de la serie (probablemente se requirió un mínimo de capítulos destinado a llenar ese hueco horario de la parrilla durante un número dado de semanas). Es un pequeño precio a pagar por The Day of the Jackal. Una serie en absoluto redonda (empieza muy fuerte pero se resiente de todo ese relleno argumental) pero que proporcionará al espectador diez horas de entretenimiento en modo alguno culpable y salpimentado de algunos agradecidos alardes de estilo, como la partitura musical y esos créditos iniciales setenteros con score casi jamesbondiano.

Así que, precauciones aparte, The Day of the Jackal es un exitoso ejercicio de estrujar una teta que sigue mollar y jugosa desde 1971, cuando se publicó la novela. Ejercicio respetable, si la alternativa era profanar otro clásico de la televisión, como convertir a los billonarios del petróleo de Dinastía en magnates de Internet o convertir Dr. Who, una teta que finalmente ha explotado de tan fuerte y malamante que la han estrujado, en El negro marica que baila.

Ahora queda para ti, oh fénix de los lectores de bitácoras on-line. Mírate estas dos series, o no, y saca tus propias conclusiones.
Aparentemente, esta temporada vuelve el rojo y negro.

Aquí queda eso.

sábado, 8 de febrero de 2025

Tres meses en 1987

Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación.

No, no me he muerto. No, no me he cansado de la bitácora. No, no me he pasado al sumider... a Twitter. No, no me he quedado sin nada que contar. No, no he renunciado a plantar batalla a la proliferación de artistas mediocres, cine perezoso e historias pueriles.

La historia corta es que me he pasado casi tres meses sin Internet (y que tengo un vecino de cuya madre sospecho que practicó en algún momento la profesión más antigua del mundo). La larga da para entrada de la bitácora.

Y quisiera poder decir que me he pasado tres meses sin Internet porque estaba en una isla privada del Caribe, descargando mis indignas gónadas en las muelles cavidades bien lubricadas de alguna modelo rusa de lencería; o paseándome descalzo por la orilla húmeda de una prístina playa virgen, cogidito de la mano de mi amada Sara Sampaio, arcángel lusitano, como preludio a la escenificación nocturna de nuestro amor incombustible y eterno; o sudando como un pollo bajo el dosel del tálamo nupcial, torturado por el yoga chuminopélvico de la dulce Riley Reid (una vez confirmados los resultados negativos de su análisis de venéreas).

Deutschland!

Pero no.

No he vivido tres meses de pasión carnal. No me he puesto tetas ni el postoperatorio ha sido especialmente largo. No me ha tocado, ¡ay!, un buen bote de la Primitiva o el Urominolles y no me he pasado los tres últimos meses buceando en la crápula mientras mis minolles se multiplicaban en fondos de inversión y carteras de derivados y mis hijos se multiplicaban en los fondos de las matrices de media docena de gold-diggers eslavas.

He vivido tres meses de viaje al pasado. Tres meses de 1987, cuando Internet no estaba ni se le esperaba y los únicos ordenadores a los que yo tenía acceso carecían de periféricos para conectarse a red alguna.

Ha sido interesante.

Una interesante hostia en los dientes.


En casa llevábamos sufriendo interrupciones constantes del servicio desde, por lo menos, la panmierda del conavirus. Se caía la sincronización del router y si regresaba, cuando regresaba, teníamos kilobytes, no megas, de ancho de banda, con lo cual era absolutamente imposible hacer nada. Nos quedábamos sin WiFi pero todo lo demás funcionaba. Nos quedábamos sin Internet pero con teléfono fijo. Nos quedábamos sin WiFi ni fijo pero aún había Internet en los dispositivos cableados...

Un chiste.

A los técnicos de R/Telecable ya los conocíamos por el nombre. Era raro que no tuviésemos a uno de ellos en casa al menos dos veces al mes. Casi todos los fines de semana los pasábamos desconectados, y no por gusto. Estuvimos, en 2020, cinco meses sin conexión alguna (salvo puntuales momentos del día, tal vez ocho minutos una hora, veinte minutos dos horas más tarde...) porque un soplapollas comemierda hijo de setenta y ocho millones de putas bisiestas y media vino a ponerle Internet a nuestra vecina, no le puso Internet y nos dejó a nosotros, que sí lo teníamos, sin conexión. Tras cinco meses y un número obscenamente elevado de llamadas a Atención al Cliente de R/Telecable, visitas del personal de asistencia técnica de  R/Telecable y Vomistar, a uno de ellos se le ocurrió mirar la caja terminal y se resolvió el misterio: el soplapollas comeboñigas hijo de setenta y ocho millones de putas bisiestas y media había conectado la línea de mi vecina y la mía al mismo terminal.

Hay gente que, simplemente, la chupa de cine. Porque ya me explicarás si no cómo coño consiguió aquel tío un trabajo en el ramo de las telecomunicaciones.

Pero recuperar Internet y la línea fija después de cinco meses gritándole siete veces por semana a los pobres teleoperadores de R/Telecable, que, almiñas, no tenían la culpa de que el «técnico» de la subcontrata de la subcontrata de la subcontrata de la vete-tú-a-saber-hasta-dónde-llegaba-eso fuese un reconchudo subnormal incompetente. Recuperar, digo, la conexión después de ese trance no resolvió nuestros problemas: sufríamos interrupciones constantes de conexión. Caídas de sincronización. Podíamos pasarnos horas o días sin línea y luego, mágicamente, se recuperaba sola. Llamabas a Atención al Cliente y, a veces, tocaban el botón mágico pachamámico faloclitoriano a priori y reiniciaban el router en remoto, o nos pasaban a otro puerto del servidor, o yo qué coño sé qué hacían, que no daban explicaciones; o confesaban su impotencia y te enviaban a un técnico a casa, que a lo mejor llegaba tres días después, cuando el problema ya se había arreglado mágicamente; o llegaba y decía «aaaah, coño, que no sabía que tenías ADSL; yo es que sólo entiendo de fibra óptica»; o llegaba, pinchaba la sonda en el PTR y te decía que el problema era «de fuera», o sea de Vomistar, y le pasaba el mono a Vomistar y cerraba la incidencia en R/Telecable; y R/Telecable se despreocupaba de ti, que seguías pagando aunque no recibías el servicio por el cual R/Telecable te cobraba religiosamente todos los meses. Y entonces comenzaba la ruleta de llamadas telefónicas, tanto a R/Telecable como a Vomistar, para que de una puta vez resolvieran el problema. Y, si tenías suerte y conseguías que se pusiera al teléfono algún teleoperador del servicio de Atención al Cliente de Vomistar, y digo un teleoperador de Vomistar capaz de hablar castellano, a lo mejor Vomistar enviaba un técnico al mes siguiente, o al próximo después de ese, y volvías a tener línea. O no.

Una línea de mierda, con un canal de voz lleno de feedback y ruido de fondo, que se cortaba treinta veces diarias y dejaba de funcionar al menos una semana al mes, y un canal de datos, o sea Internet, que era de coña marinera. Encendías el ordenador y lo primero que veías era el iconito de «sin conexión». Y te sentabas a esperar, a veces con un café, y en algún momento recuperabas la conexión. O no. Y entonces reiniciabas el router. Y a veces recuperabas la conexión (en caso contrario, amado lector, vuelve a leerte el párrafo precedente), pero era, insisto, una CONEXIÓN DE PUTA MIERDA. Podías pasarte una hora haciendo pruebas de conexión, una tras otra, y obtener sesenta velocidades diferentes desde «esto es una chingadera, pero al menos es algo» hasta «esto es tanto como no tener Internet». En el primer caso, ponías a descargar un archivo de pocos megas o te sentabas a rellenar un formulario on-line, y te quedabas sin sincronización a la mitad o te caducaba la cookie de inicio de sesión y se te reiniciaba la página o se cancelaba la descarga. Y de ju ju ju ju ja ja ja ja jugar en línea ni hablemos. He sufrido latencias en el Call of Duty de OCHOCIENTOS milisegundos. OCHOCIENTOS, cuando ya a 100 de ping es prácticamente injugable. Y lo de descargarte un videojuego de la PlayStore, uno pequeñito, digamos de nueve-doce Gigas de tamaño, y tener que dejar la consola encendida TODO UN DÍA Y TODA UNA NOCHE (y hacerte el longuis cuando la familia te pregunta por qué Internet va como el culo), daba tanta rabia que tengo prácticamente todos mis juegos digitales de PS4 sin estrenar por pura pereza de descargármelos.

«Bueno, Sommer, tú presumes de entender algo de ordenadores y redes y esas mierdas. ¿Cómo es que no sabías lo que estaba pasando?».

SABÍA lo que estaba pasando, mi querido hijo de puta. Estaba pasando que Vomistar estaba abandonando y cerrando toda su infraestructura de línea de cobre, y no para joder a los rumanos, no (a esos los contrata de teleoperadores), sino porque, aparentemente y siempre según la palabra de Vomistar, ya casi toda España tiene fibra óptica y mantener abiertas las viejas centrales de cobre les suponía un gasto superfluo e inútil.

Bueno, pues en mi casa, y en muchas otras, no había aún la fibra. Y no porque no la hubiésemos pedido CINCO VECES  antes y después de la panmierda. Pero R/Telecable, la compañía a la que nos mantuvimos fieles más tiempo del que obviamente merecían, no instala fibra (o no lo hacía cuando la solicitamos), sino que alquila la de Vomistar. Y, como cuando los comerciales de
R/Telecable se conectaban al ordenador les salía que no teníamos cobertura de fibra en nuestra casa, porque Vomistar no la había instalado aunque hay al menos tres cajas CTO a un tiro de cable de nuestra fachada y la mitad de nuestros vecinos ya tenía fibra óptica, nos decían «no puede ser» y, por consiguiente, R/Telecable, en un lavatorio de manos que ni Poncio Pollatos, le pasaba el muerto a Vomistar, que decía «nos suda nuestro oligopolístico papo, que estos no son clientes» y dejaba caducar la orden de instalación. Y así estábamos desde 2019, con un servicio de calidad decreciente, un Internet que no ofrecerían ni a los refugiados gazatíes en sus tiendas junto a la frontera con Egipto, con los teleoperadores de R/Telecable pidiendo bajas médicas masivas por depresión y sordera crónica causadas por nuestros gritos al teléfono, cada vez que nos quedábamos sin línea, y aquí todas putas y la casa sin barrer.

Cómo coño me las he arreglado, en todo este tiempo, para buscar documentación para mis libros, hacer cursos on-line, ver películas en streaming, mantener al día mi correo electrónico, subir entradas a la bitácora y bajarme vídeos de la contoneante (y probablemente ultrainfecciosa) Riley Reid, es un misterio que todavía no me explico.
Mein Herz in Flammen!

Pero el 12 de noviembre del año caducado, todo cambió. Aunque no como me hubiese gustado. Le siguieron semanas de desengaños, cefaleas por estrés, peloteras con comerciales y teleoperadores, momentos de pura bajona en los que quería pillar un bidón de gasolina y una cerilla y enviar un mensaje, gestiones en el HayUntamiento, consultas a consumo, llamadas a nuestros abogados, vudú, perros y gatos cohabitando y la histeria de las masas.

Aquí va una breve cronología (en serio, apenas puedo resumirlo más sin hacerlo incomprensible o minimizar la dramática extensión de mis tribulaciones):

12 de noviembre de 2024: después de dos semanas de interrupciones constantes de servicio, se cae REfinitivamente la línea de voz y datos. Se da aviso al servicio técnico de R/Telecable, que abre incidencia pero no fija una fecha para la visita del técnico.

13 de noviembre de 2024: ante la ausencia de respuesta por parte de R/Telecable, se contacta de nuevo con el servicio técnico, que confirma la existencia de una incidencia abierta pero tampoco proporciona fecha para resolver el problema. Se me empiezan a hinchar los dos cojones y otros dos que me crecen durante la llamada.

14 de noviembre de 2024: ante la ausencia de respuesta por parte de R/Telecable, se contacta por tercera vez con el servicio técnico. El teleoperador que atiende la llamada afirma desconocer la existencia de una incidencia abierta en mi número y, según él, abre una nueva. Mis cuatro cojones salen por las ventanas de casa y, además, se prenden fuego espontáneamente.

15 de noviembre de 2024: ante la ausencia de respuesta por parte de R/Telecable, se contacta por cuarta vez con el servicio técnico, que confirma que sólo hay una incidencia abierta pero no proporciona fecha para la visita del técnico. Mis cojones son, en ese momento, el punto más caliente del universo.

16 de noviembre de 2024: ante la ausencia de respuesta por parte de R/Telecable, me digo «este hijo de puta va a venir, pinchar el PTR y decirme que es problema de Vomistar, largarse y dejarme otra vez como en 2020 (retrocede doce párrafos para refrescarte la memoria). Bueno, si va a ser Vomistar el que
finalmente tenga que resolver el marrón, como entonces, ¿por qué no paso olímpicamente de R/Telecable, que me han abandonado como a un yayo en agosto, y contrato el cable con Vomistar? Que vengan, me lo pongan todo niquelado, me dejen la línea conectada y luego, en cuanto me hagan la primera chanchada, que me la harán [ya he sido cliente suyo. Tres veces. Si es que en el fondo soy masoquista], me paso a otra compañía pero la fibra ya la tengo puesta».

(Sí, ya sé. Que no aprendo. Que soy subnormal profundo. ¿Qué puedo decir en mi defensa, salvo que estaba desesperado? Sí, estaba desesperado después de algo menos de una semana sin Internet. No imagino qué palabra describiría con justicia mi estado de ánimo casi tres meses después).

Contrato con Vomistar. Hay una oferta de fibra, teléfono fijo, suscripción y descodificador de Vomistar Plus, un dispositivo (televisor, teléfono móvil, tablet, ordenador portátil...), un repetidor WiFi y dos líneas móviles, que me parece conveniente. Firmo el contrato y Vomistar fija la instalación de la línea de fibra óptica para el 19 de noviembre. Ese mismo día 16, cuando regreso de firmar con Vomistar y sin haber avisado previamente de su llegada, se presenta el técnico de R/Telecable, que, ¡oh, sorpresa!, pincha la sonda en el PTR, dictamina que la avería es externa a la red local, cierra la incidencia en R/Telecable y escala la incidencia a Vomistar. Yo me río para adentro («¡poco imaginas, pobre mortal, que ya soy cliente de Lucif... de Vomistar, ja ja ja ja ja!»), ¡joder, qué imbécil soy!, y le doy los buenos días y le deseo lo mejor al técnico de R/Telecable, al que no espero ver de nuevo en mi vida.

18 de noviembre de 2024: Vomistar envía SMS cancelando la instalación programada para el día 19, sin dar más explicaciones ni fijar nueva fecha. Llamo al número de la impresa instaladora. Nadie coge el puto teléfono después de una hora sonando. Llamo al 1004, número de (des)Atención al Cliente de Vomistar, y el segarro emigo que me atiende desde su apartamento en Casablanca, y al que tengo que dar un crash-course de castellano para que podamos mantener algo remotamente parecido a una conversación coherente, me dice que ellos no pueden hacer nada, que Vomistar no hace instalaciones, que eso es otra empresa, que lo único que puede hacer Segarro Emigo es tomarme los datos y abrir una reclamación. Le digo que adelante, sabiendo que la reclamación no llegará a ninguna parte.

23 de noviembre de 2024: el servicio técnico de Vomistar concierta una nueva cita para la instalación de la fibra óptica para el día 26. Le doy las gracias con la mente a Segarro Emigo (no, no se puede ser más gilipollas).

25 de noviembre de 2024: la empresa instaladora subcontratada por la subcontrata de la subcontrata, etcétera, de Vomistar cancela la segunda cita para la instalación. Echando humo, me pongo de nuevo a marcar el 1004 hasta que contesta una persona cárnica y no un robot. Resulta ser un rumano de un call-center de Timisoara, o de donde sea, que apenas entiende el castellano, al que no hay Cristo en Dios que le enseñe a pronunciar correctamente la lengua de Cervantes (o es demasiado vago para intentarlo) pese a todos mis esfuerzos por hacerme entender y que, harto de mis explicaciones, en una actitud grosera y chulesca, me corta en mitad de una frase y me pregunta que qué coño quiero.

«¿Que qué quiero? Lo que he firmado. Lo que Vomistar está moral y legalmente obligado, mediante contrato privado vinculante, a proporcionarme: la instalación de la fibra óptica y el teléfono fijo, la suscripción y el descodificador de Vomistar Plus, el teléfono móvil que escogí (se les habían terminado los ordenadores portátiles de la promoción, o eso me habían dicho en la tienda), el repetidor WiFi y las dos líneas de telefonía móvil. Quiero que mañana, 26 de noviembre, un equipo de instaladores de la subcontrata... etcétera, se plante en mi puerta a las nueve de la mañana, como me dijeron que iban a hacer, y me lo dejen todo funcionando». El rumano, probablemente deseando irse ya para casa, teclea no sé qué mierda en su ordenador y me confirma la cita para la instalación del día 26 a las nueve de la mañana, cosa que agradezco porque, honestamente, estoy empezando a temer por mi salud mental.

26 de noviembre de 2024: me levanto a las siete de la mañana. Doy de comer a las fieras (convivo con cinco gatos, dos perros y una madre septuagenaria). Desayuno. Me ducho. Me visto. Hago la cama. Me siento a esperar a los instaladores.

A las 11:00h, echando chispas e isótopos radiactivos por mis cuatro cojones, contacto de nuevo con el 1004 tras casi 45 minutos en espera con música de ascensor. Otro rumano, diferente al de la víspera (al menos éste comprendía el castellano y no  hablaba como si estuviese comiendo pollas a pares), me informa que la empresa instaladora (la subcontrata... etcétera) ha cancelado la cita sin dar más explicaciones.

27 de noviembre de 2024: me presento en la tienda Vomistar donde firmé el contrato de servicios y armo un espolio. Me cago en sus padres, sus madres, sus abuelas, el rey de España y el santísimo sacramento. Me ofrecen abrir una reclamación y les digo que ni abriéndose de piernas me van a conservar como cliente. Que me den de baja inmediatamente todos los contratos que he firmado con Vomistar y que le den un beso a mi orondo culo porque es la última vez que lo acerco a esa empresa de estafadores e inútiles (¡iluso de mí!). Ese mismo día, firmo contrato de fibra óptica y telefonía fija con Yoigo y me hago con un teléfono móvil para, al menos, tener acceso a mi correo electrónico y publicar la última entrada del Paratroopers de 2025, que, gracias a Sara Sampaio Dominátix, ya estaba compuesta y alojada en el servidor. Será la última publicación en la bitácora por mucho tiempo.

2 de diciembre de 2024: el instalador de Yoigo hace una visita e inspección inicial para planear la instalación. Se marcha prometiendo concertar nueva cita. A Vomistar le salta en los ordenadores la solicitud de Yoigo para conectar un cliente nuevo a su caja CTO (la infraestructura de fibra óptica de mi pueblo, como la de media España, es suya), ven que yo tenía una cita de instalación con ellos que no fue atendida y, de repente y como por arte de magia, les entran las ganas de trabajar. Me llaman «los instaladores de Vomistar», suaves como vaselina con olor a vainilla untada en el gonorreico chumino de Riley Reid. Instaladores de Vomistar que, ¡mira tú qué casualidad, hombre!, ahora que he dado de baja mi contrato con ellos y firmado con Yoigo, estaban «pasando por tu barrio» y me preguntan, muy atentamente, cuándo voy a estar en casa, que me quieren instalar la fibra.
Will dich lieben und verdammen!

No te imaginas, amado lector, lo agradecido que le estoy a los instaladores de Vomistar por haberme dado la oportunidad de soltar un poco del vapor acumulado durante dos semanas de tortura.

«¡LA FIBRA DE VOMISTAR SE LA VAS A COLGAR DE LOS MISMÍSIMOS CUERNOS AL EUNUCO CABRÓN DE TU PADRE, SUBNORMAL MAMACALLOS; Y CUÉLGASELO MIENTRAS LA ZORRA SIDOSA, ENDOGÁMICA Y VEGANA DE TU HERMANA LE PETA EL HOJALDRE CON UN STRAP-ON DE CUARENTA Y CINCO CENTÍMETROS! ¡ESO SI CONSIGUES ENCONTRAR AL CORNUDO DE TU PADRE ENTRE LOS OCHOCIENTOS CLIENTES HABITUALES QUE SOLTABAN EL CUAJO SIFILÍTICO DENTRO DEL COÑO PODRIDO Y LLENO DE MOSCAS Y GUSANOS DE TU REPUTÍSIMA MADRE, QUE LA TUVIERON QUE ENTERRAR CON LA CAJA ABIERTA PARA QUE DE CAMINO AL CEMENTERIO SE LA PUDIESEN FOLLAR POR ÚLTIMA VEZ TODOS LOS PUTEROS DEL PUEBLO!»

3 de diciembre de 2024: Vomistar se pone en contacto para comunicar que pronto estará activa la línea de telefonía móvil contratada (¿?) y llegará al domicilio del reclamante el terminal móvil adquirido (4X¿¿¿???).

4 de diciembre de 2024: después de varios intentos infructuosos de anular por teléfono el contrato que ya debería estar cancelado desde el 27 de noviembre, me presento de nuevo en la tienda Vomistar llevando un paquete de dinamita y les digo que, o me dan de baja la puta línea de telefonía móvil, y cualquier otro contrato que tenga con Vomistar, pasado, presente o futuro, en esta y cualquier otra dimensión alternativa, o la lío architurborecontraparda. La inquieta dependienta de la tienda acaba a gritos con la zorra engreída del 1004 que le atiende la llamada (después de media hora de espera) y que, por su chocho renegrido, se negaba a cancelar la línea móvil aunque por ley la baja es automática desde el momento en que el cliente la solicita, Y YO LO ESTOY SOLICITANDO. Por fin, se da de baja dicha línea de telefonía móvil y me largo de la tienda Vomistar dando un portazo para no volver, toco madera, jamás. Igual me acaban cobrando 6 euros de esa cuenta que no quería, que cancelé DOS VECES y que no llegué a usar, pero lo considero el impuesto por ser subnormal y los pago sin rechistar.

18 de diciembre de 2024:
llegan los instaladores de Yoigo para ponerme la fibra óptica. Les doy un beso de tornillo a cada uno y me juro a mí mismo que ese momento de emotividad desbordada no me hace marica. El cable debe tenderse desde la caja CTO hasta la misma anilla, en la fachada de un vecino mío, por la que ahora me llega el hilo de cobre del ADSL, ya inútil desde el momento en que Vomistar apagó la centralita que me daba servicio. Los instaladores tienen que retirar el cable viejo y poner el nuevo.

Llaman a la puerta del vecino para pedirle permiso para apoyar la escalera en su fachada. El vecino se pone como un ongarután en celo y dice que nones. Que a él no le ponen más cables en la fachada. Le explican que es quitar un cable que ya hay y poner el otro. Le suda los cojones. Voy a hablar con él e intento conmoverlo con mis padecimientos del último mes. Lloro y todo (a ver si, después de todo, sí soy galletero; a fin y al cabo, me pone verraco Hunter Schafer). Me cierra la puerta en las narices. Los técnicos de Yoigo se despiden y se van.

31 de diciembre de 2024: Yoigo se pone en contacto conmigo y renuncia a la instalación de la fibra óptica. El sirio que me habla al otro lado de la línea (y que, bendita novedad, habla un castellano PERFECTO), entre anécdota y anécdota de su infancia en Damasco, me va dando una serie de recomendaciones que no me sirven de nada. «Si pusieras tú unos postes...». No tengo dinero. «Si hicieras una «falsa alta» en Vomistar para que ellos te instalen los postes necesarios (Vomistar no instala postes a menos que el contrato de servicios se firme con ellos) y, luego transcurrido un mes, solicitases la baja con Vomistar y de nuevo el alta con Yoigo...». A la bicha, ni mentarla, por favor. «Si pusieras un router...» (quiere decir una antena que funciona de manera análoga a la de un teléfono móvil y está sujeto a un plan de datos). A mí eso no me sirve. Uso Internet todos los días, varias horas diarias. Sólo componer una entrada de la bitácora, normalita, como ésta, sin mucha navegación lateral buscando enlaces o imágenes, ya se me comería la mayoría de la cuota de datos del mes. Bueno, ¿y Yoigo pone el router?, le pregunto al sirio. «No, no. Eso tendrías que contratarlo con Vomistar». ¿En sirio? Pero, vamos a ver, habib, ¿tú para qué empresa dices que trabajas? En serio.

Día indeterminado de enero de 2025, tengo la fecha por ahí pero me da cansura mirarla: después de llorarle mis penas a un pariente, me llama idiota y desinformado y me recomienda contratar la fibra óptica con Toxo, una compañía regional, gallega, para más señas. «¿Que los otros no te ponen postes? Vete a Toxo, que a mí me pusieron los postes». Y hay que decir que mi pariente vive en mitad de un PUTO MONTE, entre dos PLANTACIONES DE PINOS y tiene fibra desde hace años (mientras que yo, que vivo a veinticinco metros de la carretera general y, repito, a tiro de cable de tres cajas de Fibra, tengo, because reasons, un mojón así de grande). Me voy a una tienda Toxo y le explico al comercial cuáles son mis circunstancias y me dice que no hay problema. Que si hay que poner postes, se ponen, pero que primero tienen que enviar al instalador para que evalúe la situación, saque fotos y haga un croquis. Que el protocolo es el protocolo. Primero el instalador. Luego el intento de instalar en fachada. Luego se ponen los postes.

12 de enero de 2025: el instalador de Toxo viene a mi casa a hacer una instalación en fachada. Sólo que no es una instalación en fachada y así se lo explicamos a él (y ya se lo habíamos explicado al comercial de Toxo). «Bueno, pues para hacer una instalación en poste tienen que venir dos». Si usted lo dice, será verdad, pero no veo qué tengo yo que ver con eso. «Bueno, pues que sepa que me voy sin ponerle la fibra y que a mí esta visita no me la pagan». Lo lamento mucho, pero yo no tengo la culpa de que trabaje usted para retrasados. El instalador hace un par de llamadas y se va muy cabreado.

14 de enero de 2025: sintiéndome un personaje de Kafka al que acaban de hacerle una transfusión de sangre de un personaje de Hunter S. Thompson que se ha fumado a Keith Richards, me aconsejo con la chica de Yoigo. Que es que he estado tantas veces en su tienda que ya es como de la familia y encima está muy buena, la condenada. Me dice que lo intente vía HayUntamiento. Que en el Pueblo Tal, donde vive ella, tuvieron el mismo problema con un vecino tocapelotas y se presentó una instancia al HayUntamiento (el mismo del que dependo yo) y en unos meses (¡meses!) se pusieron los postes, mientras que a los de Vomistar, a los que se les habían solicitado hacía años, no se los esperaba a corto ni a medio plazo. Así que me voy al HayUntamiento, relleno una solicitud explicando mis penas y la paso por el registro.

(OTRO) Día indeterminado de enero de 2025, tengo la fecha por ahí pero bla bla bla: Toxo se pone en contacto conmigo para decirme que esto no es serio. Que si había que poner postes para qué coño dije que era una instalación en fachada (WTFFFFFFF!!!!!). Que de dónde coño he sacado yo que Toxo me iba a poner los postes. Que ellos no ponen postes ni los han puesto nunca y que llame otra vez cuando madure, si es que maduro.

De verdad lo pregunto: ¿está la industria española de las telecomunicaciones en mano de completos deficientes mentales?

17 de enero de 2025: a pesar de haber renunciado a la instalación de la fibra óptica, Yoigo envía un técnico a hacer una evaluación de las posibilidades de instalar la fibra por otra vía. Toxo, por su parte, llama, otra vez, y da de baja el contrato de fibra. Otra vez. Relee el párrafo anterior, oh amado lector que sabes a Jessica Alba.

(Y OTRO) Día (MÁS) indeterminado de enero de 2025, bla, bla, bla: me informo, a través de un amigo de la familia que trabaja en el HayUntamiento, de con qué concejal tengo que hablar para ver si se mueve la solicitud que pasé por registro. Me pregunta que por qué y de repente salta «¡aaaaah, cooooño, por esto
tu vecino de cuya madre sospechas que practicó en algún momento la profesión más antigua del mundo me preguntó el otro día, sin venir a cuento, mientras estábamos hablando de una cosa que no tenía nada que ver con esto, si estaba legalmente obligado a dejar pasar un cable de teléfono por su fachada. ¡Y menudo rebote se pilló cuando le dije que sí! "A mi no hay cojones en todo el HayUntamiento de colgarme un cable en la fachada", me gritó. Y, cuando le mandé por Guasap la ley, me bloqueó».

Con la información disponible, me voy al HayUntamiento a llorarle al concejal del ramo. Tengo que preguntar por él porque, naturalmente (esto es un HayUntamiento español), ha salido a tomar café, así que me envían a la otra punta del pueblo. Allí me entrevisto con él, que, todo hay que decirlo, me atiende muy amablemente y con mucha paciencia, escucha mis penas y luego se encoge de hombros. «Ya», me dice, «pero es que el HayUntemiento no puede hacer nada al respecto de este vecino de usted. Yo no tengo autoridad para obligarle a su vecino a permitirle pasar el cable por su fachada».

Resoplo, frustrado.

Y le suelto la chapa:

«Tiene usted la autoridad del artículo 34.5 de la Ley General de Telecomunicaciones 9/2014 de 9 de mayo; que establece que, en el caso de que no existan 
canalizaciones subterráneas o sea imposible su uso por razones técnicas o económicas, los operadores de telecomunicaciones pueden efectuar despliegues aéreos y por las fachadas siguiendo los previamente existentes. Y la del artículo 549 y siguientes del Código Civil, que establece que las fachadas de los inmuebles por los que discurre el cableado, siendo propiedad privada, quedan sujetas por Ley al deber de soportar la servidumbre establecida por utilidad pública. Y la de la Ley General de Telecomunicaciones 11/2022, de 28 de junio, que amplía y reemplaza la 9/2014 y declara las redes públicas de telecomunicaciones "equipamiento de carácter básico y obra de interés general por encima de los intereses particulares"».

Esto de tener vecinos hijos de puta es mejor que la universidad, brother. Y remacho, al boquiabierto y ojiplático concejal del ramo: «Si tiene usted coche, le puedo guiar ahora mismo a las casas de dos hijos de puta, como el que me tiene a mí sin línea desde hace tres meses, a los que, sentencia judicial mediante, se les expropió las fachadas por razones de utilidad pública para permitir el paso de la línea de teléfonos. Hace más de treinta años. Sí, hay que meterse a abogados y eso, pero la ley deja poco margen a la interpretación y los jueces suelen fallar a favor del demandante».

Principios de febrero de 2025: el vecino cabronías se pone en contacto con nosotros y nos dice que bueno, que vale. Que en aras a mantener la amistad (rota en mil pedazos sin posibilidad de reparación) y la buena vecindad (si me encuentro a este tío en la calle sangrando por una herida en el cuello, me meo en su llaga, le piso la garganta y paso de largo silbando) aceptamos barco y me deja pasar la fibra. Me huelo que ha recibido una llamada del concejal del ramo y que a través suyo, o de ese mutuo conocido que trabaja en el HayUntamiento, ha llegado a sus oídos que ya estábamos en consultas con nuestro abogado para expropiarle la fachada, por cabrón (lo estábamos). Antes de que termine la frase, ya he llegado de un salto a la tienda Yoigo y estoy firmando el contrato. Se fija la instalación para las 9:00 del 6 de febrero.

6 de febrero de 2025: a las 9:30, el instalador de Yoigo llama para cancelar la instalación diciendo que es que no le va a dar tiempo. Reclamo a Yoigo vía Atención al Cliente, le explico a la persona que me atiende que estoy hasta mis reverendísimos cojones, amenazo con interponer una denuncia contra Yoigo en Consumo y otra en la Agencia Española de las Telecomunicaciones si termino ese día sin Internet y cuelgo. Un segundo equipo de instaladores aparece a las 11:30 para realizar la instalación, no exenta de sobresaltos sobre los que no me extenderé.

Y así estamos ahora.

He vuelto, putas.

Y VA A CORRER LA SANGRE.