domingo, 19 de mayo de 2024

No quiero decir «os lo advertí», pero...

...os lo advertí.

No te hagas el ofendido, que si eres habitual de la bitácora ya sabes que aquí somos mucho de decir «os lo advertí», y, si no eres habitual, mejor que te vayas enterando ya.

Señoras y señores, lo de las IAs generativas se nos está yendo de las manos.

Pero mucho.

Que, honestamente, pocos van a notar el reemplazo del talento por la Inteligencia Artificial porque, desde ya hace bastante tiempo, los artistas han empezado a comportarse como IAs. Que una de las razones de la huelga de 2023 (si no recuerdas o no has leído nada al respecto, aquí te lo damos masticadito, amado lector) fue precisamente la amenaza de los grandes estudios de cine de empezar a usar Inteligencia Artificial para escribir guiones. Que difícilmente habrían sido peores que los que esos mismos guionistas llevan una década escribiendo.

Y sin embargo, insisto: con lo de las IAs generativas nos estamos pasando siete pueblos.

(Que el verdadero problema no es la Inteligencia Artificial en sí, sino la Estupidez Natural de la humanidad).


De la misma forma en que la ciencia-ficción de la Edad de Oro fue incapaz de pronosticar conceptos hoy en día cotidianos como los teléfonos móviles, Internet y las Redes Sociales o la impresión 3D, la ciencia-ficción de la Edad de Bronce fue incapaz de predecir el progreso de la Inteligencia Artificial tal y como se está desarrollando en este preciso momento histórico.

Los novelistas distópicos y los guionistas de Hollywood nos hicieron creer que debía preocuparnos la posibilidad de que la IA nos sedujese así:


O así:


Cuando, en realidad, la IA que más probabilidades tiene de seducirnos es ésta:

¡Dale! ¡DALE! ¡Hasta que te salgan chispas del pito!

De la misma forma, se nos dijo que debíamos tener muy presente la posibilidad de que nos matase una IA como ésta:


Cuando la IA que nos va a matar es esta otra:

Me vas a odiar el resto de tu vida.

Pero, claro, a toro pasado todos somos profetas, así que tampoco se lo tengamos en cuenta.

Hay gente muy preocupada por la posibilidad de que la Inteligencia Artificial les robe el trabajo. En parte, supongo, porque su trabajo es tan innecesario, mecánico y rutinario que puede ser desempeñado por una IA. Y yo no digo que esos profesionales preocupados no tengan motivos para arrugar el ano. Digo que a mí, por el momento, y a falta de más o mejores argumentos para empezar a inquietarme, lo que de verdad me encoge la pichula es el uso que le estamos dando a la IA y las extrañas consecuencias que comienzan a derivarse de él.

¿Qué pensaría el buen doctor Asimov si viese que una de las primeras aplicaciones que le hemos buscado a la Inteligencia Artificial Generativa es crear porno?

En serio.

Muy en serio.
(No pinches en los enlaces si eres menor de edad, que te vas a buscar una bronca con tus viejos).
Sí. Sí, claro. Tienes razón, oh, bien informado lector. Con lo guarrillo que era el bueno de Isaac, probablemente le habría dado mucho uso al invento.


La chica de encima de este párrafo no existe. No tiene Instagram, ni DNI, ni cuenta en Onlyfans. A esa belleza casi seráfica me la he inventado yo. He metido algunos parámetros en la línea de comandos de una IA generativa y he dejado que el algoritmo hiciese todo el trabajo. Y a la siguiente chica también la he sintetizado yo, de la misma manera, con la indispensable colaboración de una app de IA generativa:

¿Que por qué asiática? Porque, como ya hemos dicho en el pasado, en el Paratroopers nos ponen muy malos las asiáticas. ¿Que por qué nos 
ponen muy malos? Y yo qué sé. Es un misterio.

A ésta no la han hecho con IA. Creo.

Y no, no soy el primero. Ni seré el último en hacerlo. Es más, esto de hacer dibujitos de señoras macizas con Inteligencia Artificial está llegando a unos niveles de fotorrealismo que empiezan a dar cagalera.

(Aunque, puestos a elegir, siempre habrá los que prefieran una waifu anime por encima de todas las cosas).
A ésta también me la he inventado yo. Con otra aplicación de IA.

Pero guárdate el carallo, oh voluptuoso lector, que no vamos a dedicar esta entrada del Paratroopers a ponértela como el cuello de un cantaor, sino a tratar algunos de los malos usos de la IA y de las consecuencias que eso ha tenido para lo que nos ocupa, que es toda esa mierda de escribir, contar historia y hacérselas llegar a sus potenciales lectores.

GIF de Riley para que se te pase el disgusto.

Que en el momento en que la IA se convirtiese en una herramienta accesible iba a comenzar a cambiar nuestra sociedad es una evidencia que no se le escapaba a nadie con media neurona.

O, si no, que se lo pregunten, por ejemplo, a ese abogado cojonazos de Florida (sabes que va a haber tomate desde el momento en que has leído «Florida») que usó ChatGPT para preparar un juicio.

Espóiler: fue un error.

Steven Schwartz, letrado del bufete Levidow & Oberman con quince años de experiencia, representaba en un tribunal de Fort Myers, Florida, a un cliente que afirmaba haber sufrido lesiones al ser golpeado por un carrito de servicio durante un vuelo de Avianca. Naturalmente, los abogados de Avianca pidieron al juez que desestimase el caso, y Su Señoría emplazó a Schwartz para que presentase sus argumentos en contra. Schwartz, de quien comenzamos a preguntarnos cómo se las arregló para aprobar la carrera de Derecho y el examen del Colegio de Abogados de Florida, tenía la responsabilidad profesional de preparar su alegato para el juez, pero el desaforado peso de sus enormes cojonazos le hacía muy cuesta arriba el trabajo de documentación, así que pidió a ChatGPT que le buscase resoluciones judiciales que respaldasen su argumentación.

Y ChatGPT lo hizo. Citó el caso «Varghese contra China Southern Airlines», citó también «Shaboon contra Egyptair» y el ya clásico «Martínez contra Delta Airlines». Y Schwartz se plantó ante el juez, Kevin Castle, y le soltó ese chorro de jurisprudencia para convencerlo de que fallase a favor de su cliente.

Y el juez le replicó «pero... ¿qué cojones...?».

Ninguno de esos casos existe. No hay un «Petersen contra Iran Air», ni un «Martínez contra Delta Airlines», ni un «Cristo Que Lo Fundó contra Tuercepollas Vueling». ChatGPT se había INVENTADO todos esos precedentes. El pelotudo de Schwartz había pedido a la IA que le hiciese el trabajo de investigación, que a él eso como que le daba galbana, pero lo que ChatGPT hizo fue, simplemente, clonar el ESTILO LITERARIO de un alegato de defensa y sacarse la «información» de su chocho morenote.
(Algunos malos estudiantes han comenzado a usar también ChatGPT para escribir sus trabajos académicos. No veas qué risas cuando los pillan).
«¡Loooooles, puto lúser! ¡A septiembre que vas!»

Así que el juez Castle, que no daba crédito a los huevos TAMAÑO CAMPANAS del letrado cojonazos, convocó una nueva vista en la que esperaba oír los argumentos de Schwartz para no ser sancionado en base a la norma 11 del Reglamento Federal de Procesos civiles.

Y Schwartz no debió de llevar especialmente bien su propia defensa (o tuvo la SANTA POLLA de usar otra vez ChatGPT), porque el Comité de Quejas del Tribunal de Florida suspendió su licencia durante un año, le impuso una multa de las que dan fiebre y le exigió completar varios talleres y cursos de «buenas prácticas» si quiere volver a ejercer el Derecho en el Estado de Florida. Sanciones que, en palabras del mismo juez Castle, Schwartz se podría haber ahorrado si hubiese admitido desde el principio que se había inventado las sentencias o que le había pedido a una Inteligencia Artificial que le hiciese el trabajo.

Y ahora, por supuesto, se están aprobando leyes por todo Estados Unidos para regular el uso de IA en el oficio de la judicatura. Eeeeh tenía el enlace en el portapapeles y cerré la pestaña del navegador, pero no sé qué coño he hecho y lo he perdido y me da pereza buscarlo de nuevo.
De verdad que lo nuestro con las asiáticas es inexplicable.

Entre los muchos malos usos de la IA generativa, además del ya citado, destacan, para empezar, el deepfake, que puede ser empleado como herramienta de manipulación de la opinión pública y ha alcanzado un grado de sofisticación que pronto, si no ya, nos va a resultar imposible distinguir los vídeos y grabaciones falsas de las verdaderas (he visto una grabación de Obama defendiendo al Ku Klux Klan, y escojo creer que es falsa). Y, si el que está detrás de dichas grabaciones tiene un programa político, échate a temblar.

Esta tecnología se ha empleado, también, cómo no, para crear porno. Ponle la cara de tu actriz/actor/personaje de cómic/manga/anime favorito a Johnny Sims o Peta Jensen y echa mano a la vaselina. O, en una vertiente todavía más siniestra, crea vídeos FALSOS de Zentolla, digo Zendaya, por ejemplo, celebrando un gang-bang con potros salvajes, y chantajéala («o me das pasta o suelto esto en la Interné»). Y si crees que estoy exagerando, déjame que te avise de un ciberataque que estuvo de moda antes del confinamiento coronavírico: a través de aplicaciones de citas, una «chica» (en realidad un hacker hijo de puta) te convencía para que le enviases vídeos y fotos de tu feo careto («¡es que quiero conocerte!»), los pegaba con herramientas de IA generativa en vídeos hardcore de lo más sórdidos y, después de hacerte otra vez la del trile para conseguir tus contactos personales, te exigía 
un rescate en bitcoins a cambio de no enviarle esos vídeos a toda tu familia y amigos.

En serio.

Le noto algo raro a Bardem.

La suplantación de identidad es otro de los peligros de esta nueva herramienta computacional. Con el software adecuado, te puedes hacer pasar por cualquiera, literalmente CUALQUIERA en una videollamada o en un streaming. Lo que en Misión Imposible requiere máscaras de látex ultrasofisticadas, moduladores de voz disimulados y un equipo de superespías experimentados, tu primo el Metadonas lo puede conseguir, vía cámara web, con unas cuantas líneas de código.

Acepta mi palabra. Tú no quieres ver ni siquiera al 10% de tus influencers favoritas sin los cuarenta Gigabytes de filtros que se aplican en sus vídeos.

Te lo juro.

Y de la suplantación de identidad y del plagio literario («¡aaaaaaaaah, ahora lo entiendooooo!», te oigo decir desde aquí), otro de los peligros más evidentes de la IA, va esta entrada del Paratroopers.

Mira si esto de las IAs generativas se está empezando a desmadrar que, desde hace unos meses, cuando subes un libro a Amazon KDP, te encuentras, en el formulario on-line de inscripción de la obra, un casillero, que antes no existía, para declarar si todo o parte de tu libro ha sido generado por una Inteligencia Artificial.

¿Quieres saber por qué la megacorporación de Jeff Bezos se ha visto obligada a hacer algo así?

La escritora Jane Friedman (una escritora que escribe artículos, newsletters y manuales de escritura. No. En serio) tuvo prácticamente que amenazar a Amazon con llevarlos a los tribunales si no retiraban de su catálogo media docena de títulos que algún cabronías hijo de puta había subido a la tienda, HACIÉNDOSE PASAR POR ELLA. Un lector se había puesto en contacto con Friedman, confuso y estupefacto por la mala calidad de uno de esos libros en disputa, y la escritora de Ohio descubrió el pastel. Algún mediahostia había cocinado, total o parcialmente, con una IA generativa seis obras falsas de Jane Friedman  y las había subido a Amazon con la intención, suponemos, de aprovecharse de la notoriedad del nombre de un autor más o menos reconocido (pero no tan famoso como J.K. Rowling, digamos, para no agitar demasiado las aguas) y embolsarse la pasta de sus incautos lectores.


Para sumar insulto al agravio, los títulos plagiados también tenían ficha abierta en el perfil genuino de la autora en Goodreads. Aunque la megacorporación de Jeff Bezos, en un primer momento, se negó a retirar los libros falsamente atribuidos a Friedman si ésta no era capaz de justificar que poseía los derechos exclusivos sobre «la marca comercial Jane Friedman» ("Please provide us with any trademark registration numbers that relate to your claim"), finalmente los acabó sacando de su catálogo.
Una de las «obras» retiradas.

El cabronazo plagiario había, presuntamente, entrenado un modelo de IA a partir de los textos de Jane Friedman disponibles en su página web, la había puesto a escribir libros copiando su estilo y luego los había subido a Amazon. Y no es el primer caso de robo de identidad literaria, facilitado por la Inteligencia Artificial, que conocíamos. Ya en 2018, el escritor Patrick Reames había denunciado que un estafador había robado su número de la Seguridad Social para subir a Amazon un libro falsamente atribuido a él. Reames, que no se autopublicaba (el muy pijo consiguió editor), descubrió que alguien le había creado una cuenta en Amazon CreateSpace y subido un libro titulado Lower Days, Ahead al precio de 555 dólares, que llevaba once semanas a la venta y que ya habían comprado 90 personas.
Más misterioso que esto, pocas cosas.

Entre otras medidas tomadas por Amazon para impedir que se la vuelvan a colar, han impuesto un límite diario a la cantidad de títulos diarios de un mismo autor que el sistema permite subir a KDP CreateSpace. La respuesta es tres títulos. Amazon ha tenido que topar el número diario de libros que un mismo autor puede subir a su página de autoedición porque, literalmente, estaban siendo AVASALLADOS por un auténtico TSUNAMI de obras generadas por Inteligencia Artificial.

Y ni siquiera voy a abrir el melón de la originalidad, el arte, la superioridad del talento y la sensibilidad humanas, la amenaza a la calidad literaria que supone la proliferación de la IA generativa... Hoy no se trata de eso. Las dos principales amenazas de esta tecnología a la creación literaria son reputacional (un autor puede ver extraordinaria, quizá irremisiblemente perjudicada, su cantera de lectores si una riada de títulos mal cocinados, pero firmados con su nombre, inundan el mercado) y delincuencial. Sí, delincuencial. Porque una posible explicación de este CHORRO de obras cutres firmadas por autores de renombre (pero no demasiado conspicuos, para minimizar la exposición del fraude), es que el crimen organizado haya adoptado esta estrategia como forma de BLANQUEO DE CAPITALES. El mismo Reames, citado más arriba, lo sugiere así. «No hay puta manera de que 90 personas en once semanas hayan caído en esta estafa vía Amazon» ("There is no way in hell that 90 people in 11 weeks fell for this Amazon-hosted scam"). Alguien habría estado comprando esos ejemplares de precio ridículamente inflado, empleando números robados de tarjetas de crédito, y se habría embolsado, en forma de dinero «limpio»
en concepto de derechos de autor, las regalías del programa KDP.
(También en el caso de Reames, Amazon se afeitó para arriba, negándose a proporcionar al autor detalles de adónde estaban enviando los royalties del libro falsamente atribuido a él, con lo cual Patrick Reames tuvo que dar muy engorrosas explicaciones a Hacienda ese año fiscal).

Y el de Reames no es en absoluto un caso extraordinario. Había otros libros disponibles en CreateSpace que no contenían más que mierda y encima se vendían a precios absurdos. Shamalamadingdong’s A Poor Excuse for a Good Title: I Lied («Una mala excusa para un buen título de Shamalamadingdong: mentí»), un volumen que se vendía en rústica a 250 dólares y sólo contenía una frase ("Once upon a time there was a chicken and a boy followed it into a garage, thinking it was a magic portal, but alas it was just a garage"), repetida página tras página, ha sido retirado ya , gracias a Sara Sampaio Dominátrix. Así como han retirado también esa chifladura de 24 páginas y un precio de venta de casi tres mil dólares titulado I Have Abundance Overflowing In My Life Forever: Brinks Trucks Follow Me Everrywhere I Go Eternally (Whatever You Ask Believe Receive) (Volume 1) y escrito por un tal Rich Dan Edward Knight Sr (¿«sénior»?), a quien no conoce ni la puta madre que lo parió pero que, de alguna manera, se las ha arreglado para subir, en el momento en que escribo esta artículo, otro libro a Amazon, de nuevo de 24 páginas pero al más modestito precio de 190 dólares con 66 centavos el volumen. Que así no llama tanto la atención.
Capturita de pantalla para la posteridad, que luego estas cosas se borran y...

Lo cual sólo confirma nuestra tesis de partida:

El verdadero problema de nuestra década no es la Inteligencia Artificial, sino la Estupidez Natural.

O tempora o mores!

sábado, 4 de mayo de 2024

El arte nunca derrotará a la vida

Hay historias tan hermosas que superan la imaginación de cualquier novelista.

Uno de los episodios más extraordinarios de la historia de la televisión reveló uno de los episodios más extraordinarios de la Segunda Guerra Mundial.


That's Life! fue un programa satírico de la BBC emitido de 1973 a 1994. Este magacín era básicamente un cajón de sastre en el que cabía un poco de todo: frivolidades sobre la vida cotidiana, artículos sobre productos de consumo, gags humorísticos y también investigaciones periodísticas de profundo calado. A lo largo de su vida televisiva, That's Life!gozó de audiencias millonarias hasta que los hábitos de consumo televisivo de los británicos derivaron hacia pastos más verdes y el programa finalizó sus emisiones el 19 de junio de 1994 con un especial de 90 minutos, That's Life All Over!, que recopilaba los mejores momentos del show.

Entre los episodios estelares cubiertos por el programa That's Life se encuentran el caso de Ben Hardwick, el bebé de dos años que se convirtió en el más joven trasplantado de hígado del Reino Unido, la denuncia de los abusos sexuales a menores en el internado Crookham Court de Newbury y la campaña contra el acoso escolar desencadenada tras el suicidio de la adolescente Katharine Bamber.

Y el caso de Nicholas Winton. Que es del que queremos hablarte hoy en la bitácora, amado y cultísimo lector.

Nicholas George Winton era hijo de Rudolph Wertheim y Barbara Wertheimer, judíos alemanes emigrados a Londres en 1907, luego convertidos al cristianismo (Nicholas fue bautizado) y tan decididos a integrarse en la sociedad británica que anglosajonizaron su apellido: Wertheim Winton.

En 1923, Winton se matriculó en la Stowe School, en la que duró poco, y luego estudió en la escuela nocturna y trabajó de voluntario en el Midland Bank de Londres antes de emplearse en el Behrens Bank de Hamburgo, el Wasserman Bank de Berlín y la Banque Nationale de Crédit de París. De regreso en Londres, comenzó a trabajar de bróker en la Bolsa de Londinense.

Poco antes de las Navidades de 1938, Winton decidió suspender sus vacaciones en Suiza, donde tenía intención de pasar unos días esquiando, tras recibir una llamada de su amigo Martin Blake, voluntario del Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia, que estaba en Praga intentando ofrecer refugio, asistencia médica, legal y diplomática, a los miles de judíos checos huidos de sus pueblos de origen tras la ocupación nazi de los Sudetes. Llegado a Praga (donde permaneció un mes a pesar de todas las llamadas de sus jefes en Londres, instándole a regresar a su puesto de trabajo), Winton quedó absolutamente horrorizado al presenciar las condiciones insalubres en las que malvivían los refugiados checos, y le conmovió de manera muy especial el sufrimiento de los niños, algunos de los cuales se habían separado de sus padres durante el desplazamiento y dependían de la caridad de desconocidos y entusiastas voluntarios para no morirse de hambre y frío.

Winton no podía cerrar los ojos ante aquella tragedia. No fue así como sus padres le habían educado. Mientras que otros colaboradores del Comité, como Trevor Chadwick, Doreen Warriner, Beatrice Wellington y otros, permanecían en Checoslovaquia, Winton regresó a Londres, cargado con las fotos y nombres de los niños solicitantes de asilo, y comenzó a organizar los visados y trámites diplomáticos necesarios para conseguir familias de acogida que se ocupasen de dar refugio y alimento a todos aquellos niños judíos, al menos, durante la duración de la guerra. El Foreign Office no estaba muy por la labor de «importar», permítaseme el eufemismo, menores checos, y Winton hubo de vencer un obstáculo tras otro. Encontrar financiación para su proyecto no fue el menor de sus problemas (en noviembre de 1938, la Cámara de los Comunes había aprobado la inmigración a Gran Bretaña de refugiados menores de edad, siempre que contasen de antemano con un lugar de residencia y depositasen 50 libras esterlinas por cabeza para los gastos de su repatriación, una vez fuese ésta posible. Ajustando la inflación, esas 50 libras son hoy en día 2 800. Toda una pasta para un currito random).

Además, algunas de las familias británicas que ofrecieron sus casas para refugiar a los niños checos no parecían tener muy clara la distinción entre acogida y adopción, algo que preocupaba especialmente a Winton. Para acabar de complicar las cosas, la ruta de evacuación por tren atravesaba Holanda, país que había cerrado sus fronteras a todo refugiado judío. La Real Gendarmería Holandesa los buscaba activamente y los devolvía a Alemania, aunque los crímenes de la Kristallnacht y el rampante antisemitismo violento del IIIer Reich eran ya conocidos en toda Europa. Winton, y su infatigable madre, llamaron a mil puertas, colocaron anuncios en prensa, apelaron a la empatía de cien burócratas remisos y jefes de Estado poco colaboradores (los suecos aceptaron hacerse cargo de unos cuantos refugiados, pero a Franklin D. Roosevelt le comieron sus poliomielíticos cojones los sufrimientos de los judíos checos asilados en Praga) y los Winton, y los voluntarios del Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia, finalmente pudieron hacer cruzar por Holanda el primero de los trenes cargado de niños judíos checos rumbo a sus casas de acogida en el Reino Unido.
Winton, en una foto de época, con uno de los niños checos.

En total, la iniciativa
Kindertransport organizada por Nicholas Winton y sus compañeros logró poner a salvo de los horrores de la guerra y los hornos crematorios del leviatán nazi a 669 niños judíos checos. Podrían haber sido miles, de haber logrado la colaboración de otros gobiernos europeos. El último tren, programado para el 1 de septiembre de 1939 y cargado con otros 250 refugiados, jamás llegó a abandonar Praga. La invasión de Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial puso fin definitivamente al maquillaje que las fuerzas de ocupación alemanas en Checoslovaquia habían usado hasta aquel momento. La totalidad de los niños de aquel último tren fue enviada a campos de concentración. De 250 menores, sólo dos sobrevivieron a la guerra. Y me juego un huevo y la yema del otro a que Nicholas Winton tuvo pesadillas con ese último tren durante el resto de su vida.

En cuanto estalló la Segunda Guerra, Winton inicialmente se declaró objetor de conciencia y trabajó en la Cruz Roja británica, aunque en 1940 se alistó en la RAF y ascendió, desde puestos administrativos, hasta el rango de oficial de vuelo en febrero de 1945, licenciándose finalmente en mayo de 1954 con el rango de teniente de vuelo, el equivalente a capitán de la Fuerza Aérea Española. Después de la guerra, Nicholas Winton aprovechó su experiencia poniéndose al servicio de la Organización Internacional para los Refugiados y trabajó luego en el Banco Internacional para la Reconstrucción y Desarrollo de París, donde conoció a Grete Gjelstrup, una secretaria de origen danés que se convertiría en su esposa en 1948 y la madre de sus tres hijos, uno de los cuales murió de meningitis antes de cumplir seis años. Winton también fundó una organización de socorro para personas con dificultades para el aprendizaje, organización que acabó convirtiéndose en la rama para Maidenhed de la Royal Mencap Society, y se presentó a unas elecciones como concejal, aunque no resultó elegido. En lo referente a su vida profesional, Winton trabajó en los departamentos contables de diferentes compañías como otro gris y anónimo oficinista de los mil que se ganan las lentejas en la City de Londres.

Y, aunque Winton había mencionado su labor humanitaria durante su campaña política de 1954, llegado el año 1988 nadie parecía conocer o recordar el Kindertransport del cual Nicholas Winton había sido una figura clave.

El año 1988 es el punto de giro en el arco de transformación del protagonista de esta entrada de la bitácora, amado lector. Fue el año en el que la esposa de Winton, haciendo limpieza en el desván, encontró un libro de recortes que tal vez el propio Nicholas había olvidado. Contenía fotos y fichas de los niños judíos del Kindertransport, sus nombres y los nombres y direcciones de los padres de acogida que les habían abierto sus hogares. Los Winton no sabían muy bien qué hacer con aquel cuaderno. Por una parte, tenían la sensación de que era un episodio de la Guerra demasiado pequeño como para interesarle a nadie, y la prueba de ello era que había sido completamente olvidado por el público británico. Por otra parte, era un valioso documento histórico.

Renuentes a destruir el libro de recortes, el matrimonio Winton se lo ofreció a varias instituciones, bibliotecas, museos y colecciones, ninguna de las cuales estaba interesada en el libro de estampas de un aburrido contable británico-germano. Intentaron llamar la atención de la prensa sobre aquella extraordinaria gesta. A la prensa inglesa le comían los dos cojones las batallitas de los abuelos Cebolleta de la generación de la Guerra. Desalentado, alguien puso a Winton en contacto con Elisabeth Maxwell, una investigadora del Holocausto, de origen francés, casada con el magnate de la prensa Robert Maxwell, el dueño del Daily Mirror, entre otros medios, él mismo un judío checo nacionalizado británico (su verdadero nombre era Ján Ludvík Hyman Binyamin Hoch), fugitivo de su país natal tras la invasión nazi, veterano del Ejército Checoslovaco en el exilio y del Ejército Británico, del cual se licenció con el rango de capitán y la Cruz Militar colgada del pecho.

Elisabeth Maxwell
recibió a Nicholas Winton, examinó su libro de recortes... y no pudo ocultar su estupor. ¿Cómo es posible que aquella historia tan extraordinaria hubiese caído en el olvido? ¿Por qué no había libros ni trabajos académicos sobre la labor filantrópica de aquel hombre y sus compañeros del Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia? ¿Alguien había hecho algún seguimiento a aquellos niños refugiados? ¿Seguían vivos? ¿Habían logrado regresar a su tierra, al finalizar la guerra, o permanecían en el Reino Unido? La investigadora pidió a Winton que le prestase su cuaderno y prometió hacer algunas averiguaciones al respecto.

En febrero de 1988, Nicholas Winton fue invitado como público al programa That's Life, bajo la premisa de que se iba a hablar de su labor humanitaria durante la guerra. Winton se lo pensó un poco (aborrecía el programa por su tono ligero y frívolo), pero acabó aceptando. Durante la emisión, la presentadora del programa, Esther Rantzen, mostró a cámara el libro de recortes de Winton, enteró a su audiencia de la historia filantrópica del viejo contable retirado e hizo un anuncio conmovedor: algunos de los niños rescatados por Winton, convertidos en adultos, estaban entre el público en aquel mismo momento. Una niña, Vera Diamant, ahora Vera Gissen, estaba de hecho sentada al lado del mismo Nicholas Winton.

La sorpresa, la emoción y contenida dicha de Winton en ese momento es realmente difícil de sintetizar en palabras sin corromper toda su desgarradora belleza, que ningún novelista sería capaz de describir.

Así que mira tú mismo la escena, oh exquisito lector. Y ten un pañuelo a mano. Y, si quieres que convirtamos esta entrada del Pratroopers en una experiencia interactiva, pausa el vídeo en el minutaje 1:04 ó 1:05 y sigue leyendo hasta que te pidamos que reproduzcas el resto.

¿Ya?

¿Se te ha hecho un nudo en la garganta? ¿Aunque sólo sea uno pequeñito? Si la respuesta es «no», más te vale ir corriendo a visitar a un cardiólogo o entregarte a la policía antes de empezar a asesinar y descuartizar prostitutas.

Si tu respuesta es afirmativa, prepárate para lo que viene.

En el vídeo al que conduce ese mismo enlace, a partir del minuto 1:06, notarás algo extraño: una segunda pista de audio con la voz de una mujer que no está en pantalla se superpone a las imágenes y Nicholas Winton parece vestir el mismo traje y la misma corbata, pero la mujer que se sienta su izquierda ya no es Vera Gissin.

Esto tiene una explicación: ese vídeo es el montaje de dos emisiones diferentes de That's Life. Permíteme explicarte lo que pasó:

El programa en el que la historia de «los niños de Winton» fue dada a conocer, provocó un terremoto en las audiencias británicas. Miles de llamadas, de cartas, llegaron a la redacción. Cientos de espectadores que habían sido niños del Kindertransport se pusieron en contacto con la BBC y se identificaron como refugiados de aquel grupo de 669 menores judíos a quienes la generosidad y empatía de un grupo de voluntarios había evitado un espantoso viaje a la nada desde la chimenea de un crematorio. Otras personas dieron al programa sus nombres checos y pidieron, por favor, que comprobasen si estaban en la lista de Nicholas Winton, pues  habían llegado a Gran Bretaña tan jóvenes que no tenían recuerdos del viaje y, si formaban parte de la lista de Winton, deseaban conocer a su benefactor. La expectación y la respuesta del público fue tan grande que la BBC decidió hacer un follow-up de la historia de Winton, invitó de nuevo al plató al anciano activista de cabello níveo, informó a la audiencia de la espectacular repercusión que el anterior programa había tenido y comunicó a los espectadores que otro grupo de refugiados rescatados por Winton estaba sentados entre el público. A la derecha de Winton esperaba su momento para intervenir otra de las niñas rescatadas por él, que aún conservaba su visado y la tarjeta identificativa que le habían colgado del cuello durante el viaje desde Praga.

En ese momento, Esther Rantzen pidió a cualquier «niño de Winton» presente en el estudio, que se levantase de su asiento.

Y prácticamente todo el público del plató se puso en pie.

Ya puedes ver el resto del vídeo, oh, agraciado y sensible lector.

A continuación, Rantzen pidió que se levantasen los hijos y nietos de los «niños de Winton» que estuviesen presentes.

El resto del público se levantó.

Se estima en unas seis mil personas el número de refugiados, y descendientes suyos, que deben sus vidas al Kindertransport. Entre ellos están Alf Dubs, diputado laborista,  Heini Halberstam, matemático, Renata Laxova, genetista pediátrica, Isi Metzstein, arquitecto, Gerda Mayer, poetisa, Karel Reisz, director de cine, y la ya nombrada Vera Gissing, escritora y traductora. Y aunque algunos investigadores han tratado de menospreciar el papel de Winton en esta empresa, señalando que Nicholas pasó poco más de un mes en Praga antes de que los nazis la ocupasen, que jamás tuvo que esquivar a la Gestapo, ni acompañó ningún tren de niños refugiados, ni empleó un penique de su propio dinero, ni corrió ningún riesgo personal, es difícil imaginar cómo la evacuación habría sido posible sin los esfuerzos de los Winton, madre e hijo, desde el Reino Unido. Esos mismos historiadores se han esforzado en desviar la atención hacia los cooperantes que permanecieron en Checoslovaquia hasta que la ocupación hizo ya imposible seguir desempeñando su labor humanitaria allí; los cooperantes que se jugaron la vida, que, en un último acto de valor desesperado, destruyeron fichas y listas para entorpecer o imposibilitar así a los criminales fascistas la tarea de localizar familias de judíos checos y meterlos en trenes de ganado rumbo a Auschwitz.


Y el propio Winton, en varias entrevistas, intentó alejar los focos de su persona y acentuar el mérito que ameritaban sus compañeros en virtud de sus desvelos: Marie Schmolka, que murió en 1940 de un ataque al corazón, Doreen Warriner, fallecida en 1972, Beatrice Wellington, que se aprovechó de su pasaporte canadiense para conseguir de la Gestapo pasaportes para «sus» refugiados y que falleció en 1971. A Trevor Chadwick, muerto en 1979, Winton lo describía como un gigante moral, un superhéroe. Trevor, que permaneció en Praga tras la ocupación nazi, que siguió luchando para conseguir visados y papeles para otro tren de niños, nunca llegó a ver el reconocimiento de su trabajo. Murió en 1979 creyendo que su hazaña de humanismo y filantropía había sido olvidada.

A raíz de la difusión de su historia, en 1998, el presidente checo Václav Havel impuso a Winton la Orden de Tomáš Garrigue Masaryk de Cuarta Clase. La reina Isabel II armó caballero a Nicholas Winton en 2003 «por sus servicios a la humanidad». 
En 2008, el gobierno checo le concedió la Cruz del Mérito del Ministerio de Defensa y lo propuso para el Premio Nobel de la Paz. En 2009, fue inaugurada una estatua suya en la estación de tren de Praha hlavní nádraží. En 2010, el gobierno británico nombró a Winton «Héroe Británico del Holocausto» y se inauguró otra estatua suya en la estación de tren de Maidenhead. El Yad Vashem declinó la oportunidad de declarar a Winton «Justo entre las naciones» porque, aducen, ese título está reservado para los gentiles que merecen consideración y respeto por su conducta moral y, desde el punto de vista del Yad Vashem, por mucho que Winton hubiese sido bautizado y, en los últimos años de su vida se declarase agnóstico («I believe in ethics, and if everybody believed in ethics we'd have no problems at all. That's the only way out; forget the religious side», dijo en una entrevista concedida en 2015), como hijo de judíos alemanes seguía siendo judío y no podía aspirar a ese título. En 2013, Winton recibió la Medalla Wallenberg e, incluso tras su muerte en 2015, con 106 años de edad, Nicholas Winton siguió recibiendo reconocimientos y honores: en 2018 le fue impuesta a título póstumo la Orden del León Blanco de Primera Clase, la más alta condecoración de la República Checa, y su vieja escuela, Stowe, abrió un centro de día para niños con su nombre.
Homenaje a Winton, en la estación de Praga, tras su muerte.

La extraordinaria labor humanitaria del «Oskar Schindler británico» y sus compañeros ha sido llevada a la pantalla varias veces: el largometraje checo Vsichni moji blízcí  («Todos aquellos a quienes amo»), de 1999, dirigido por Matej Minac sobre guion del propio Minac y de Jirí Hubac, y en la que Rupert Graves interpreta el papel de Winton. El documental de 2000 Into the Arms of Strangers: Stories of the Kindertransport. El documental Síla lidskosti - Nicholas WintonEl poder del bien - Nicholas Winton») de 2002, y nuevamente escrito y dirigido por Matej Minac. El docudrama de 2011 Nicky's FamilyLa familia de Nicky»), dirigida y escrita... a ver si lo adivinas, amado lector. Y, finalmente, el largometraje de 2023 One Life, dirigido por James Hawes y protagonizado por el gigantesco sir Anthony Hopkins en uno de sus trabajos más conmovedores, que deberías ver ahora mismo para aliviar las heridas de tu alma lacerada por el horror y las injusticias del mundo que compartimos.

Hay historias tan hermosas que superan la imaginación de cualquier novelista.

Hay películas tan extraordinarias que ejercen sobre el espectador un efecto terapéutico. Apotropaico. Como si a través de ese velo pintado en el que se proyectan las escenas, nos llegase un rayo de la luz de los ángeles.

Me he sentido purificado durante la proyección de One Life. No recuerdo haber llorado tanto en un cine desde la despedida de Gandalf y Frodo en los Puertos Grises al final de El retorno del rey, pero las lágrimas que me ha arrancado One Life, como aquellas que derramé
en 2003 en la butaca de un cine de Compostela, hoy desaparecido, tampoco fueron amargas. Con cada una de ellas, mi corazón se volvió más ligero. Y cuando los títulos de crédito finales deslizaron por la pantalla, sentí que el viaje que me había conducido a aquel momento, aunque accidentado y lleno de miedo y peligros, había merecido la pena.

Ahora, amado lector, es tu oportunidad de experimentar por ti mismo esa catarsis.