viernes, 21 de octubre de 2022

Ni es un jarabe ni una emisora

Cuando el sabio señala a la luna, el tonto se mete el dedo del sabio por el culo.

Hulu acaba de sacar su reinterpretación de Hellraiser, película que obsesionó a más de un adolescente de mi generación e inauguró una franquicia de terror, con secuelas cada vez peores, que ha llegado hasta nuestros días, reinterpretada por nuevos autores para nuevas audiencias.

Y hay un montón de gente cabreadísima por ello.

Hellraiser, dirigida en 1987 por Clive Barker a partir de su propia novela corta The Hellbound Heart (algo así como «El corazón condenado [al infierno]»), aborda las obsesiones temáticas que los lectores del género hemos aprendido a asociar con el nombre de Clive Barker: la existencia de portales a oscuros sustratos de la realidad, normalmente ocultos, portales que es posible abrir a voluntad o accidentalmente; la vertiente más sucia, violenta y perversa del sexo, la casquería, los litros de hemoglobina y el terror bizarro marca de la casa.

ESPÓILERS A MAZO A PARTIR DE AQUÍ. EL QUE AVISA NO ES TRAIDOR


The Hellbound Heart cuenta la historia de Frank Cotton, un bala perdida. Un caso de juzgado de guardia. El típico tío al que en su día sus padres no le dieron un buen par de hostias y ha acabado, por puro tedio, buceando en las sentinas de la delincuencia, las drogas y la sordidez más vicisitúdica. Llegado a su vida adulta, Frank ya se ha follado todo lo follable, esnifado todo lo esnifable y chutado todo lo chutable sin importar el precio que tuviese que pagar a cambio ni la gente a la que tuviese que lastimar para conseguirlo, y no soporta su propia existencia ni encuentra incentivo alguno en los vicios mundanos.

«—Este mundo... ¿te decepciona?
»—Bastante —respondió.
»—No eres el primero que se cansa de su trivialidad —fue la respuesta—. Ha habido otros».

“This world . . . it disappoints you?”
“Pretty much,” he replied.
“You’re not the first to tire of its trivialities,” came the
response. “There have been others.”

Cuando Frank ya estaba probando a follarse sus sustancias fumables y esnifar sus materias follables oye hablar de la «Configuración de Lemarchand», una caja puzle a la que se atribuye el poder de abrir una grieta a una dimensión paralela de delicias interminables gobernada por unos seres sobrenaturales llamados «Los Cenobitas». Frank consigue la caja, se la lleva a la casa de su fallecida abuela en Inglaterra y consigue resolver el puzle e invocar a los cenobitas (que parecen un grupo de trash metal recién salidos de un accidente aéreo) para que le den el subidón de su vida.

Como para pedirle a estos pintas ni la hora.


Para sorpresa de nadie, a Frank, al que ya hemos dicho que no nos atreveremos a acusar de haberse sacado ni el graduado escolar, no se le pasó por la cabeza en ningún momento que lo que él entiende por «placer» no tiene por qué coincidir necesariamente con lo que sus nuevos amigos asocian con esa palabra. Y eso que los cenobitas intentan avisarle.

«—[...] sabéis lo que he soñado. Podéis proporcionar el placer.

»[...] —No como tú lo entiendes [...]. Tu depravación más querida no es más que un juego de niños al lado de las experiencias que ofrecemos. ¿Querrás compartirlas?»

“you know what I’ve dreamed
about. You can supply the pleasure.”
[...] “Not as you understand it, [...] Your most treasured depravity is child’s play beside the experiences we offer.”

Frank cree que sí, que quiere, porque no sabe lo que quiere o no sabe lo que le espera. Sella el pacto y los cenobitas lo torturan con extremos de crueldad que harían vomitar al marqués de Sade y se llevan los pedacitos a su dimensión infernal para seguir torturándolo durante toda la eternidad.

Christian Grey, un aficionado al lado de estos tíos.


Un tiempo después, el hermano mediahostia de Frank, Rory, y su esposa Julia (que, sin saberlo Rory, echó un polvaso con Frank antes de la boda y sigue enchuminadísima de él), se trasladan a la casa de la abuela. Durante la mudanza, Rory se hace un corte en la mano y derrama sangre en la habitación en la que Frank completó el ritual, abriendo una grieta a la dimensión de los cenobitas por la que Frank puede volver a nuestro mundo... pedazo a pedazo. Frank cruza el portal como una especie de esqueleto apenas recubierto de músculo, que necesita más y más sangre humana para completar su regeneración. Sangre que Julia, que ya hemos dicho que va dejando un rastro de babosa por él, le consigue seduciendo a hombres en los bares y llevándolos a la casa para que Frank se alimente de su sangre.

«Debí ponerme más aftersun».

Con su humilde presupuesto de un millón de libras (unos dos millones y medio de hoy en día, con el ajuste de la inflación), la película es sorprendentemente fiel al libro que adapta, una vez asumidas las necesarias licencias para traducir una novela a la pantalla (la escena final con el dragón es una ocurrencia de última hora de Clive Barker; en la novela, Kristy acaba convertida en guardiana de la caja) y un sólido producto de terror teniendo en cuenta que está dirigida por el propio Baker, que entonces sólo tenía un par de cortos en su filmografía (y el propio director de Liverpool reconoce que «no eran muy buenos»). Algunos planos de efectos especiales ya lucían baratos de cojones en 1987 (en la escena con El Ingeniero, por ejemplo, se ve el carro en el que está montada la marioneta, que se nota que es una marioneta) y dependían demasiado de la baja resolución de los objetivos y las emulsiones disponibles en la época, pero la película, que me he vuelto a ver antes de ponerme a escribir esta entrada del Paratroopers, sigue funcionando desde el punto de vista de la historia y la gramática cinematográfica. Y cuando tienes un título que se ha convertido en un clásico, que ha logrado sobrevivir a treinta y cinco años de secuelas penosas, procede preguntarse en qué cerebro privilegiado, permítaseme el sarcasmo, cupo la mera sugerencia de que Hellraiser necesitaba un remake, una secuela, una reinterpretación o lo que cojones sea que Hulu ha estrenado hace pocas semanas.

(Aunque realmente no importa demasiado. Hulu tiene los derechos sobre Hellraiser y otras obras de Clive Barker, como sus Libros de la sangre, cuya bienintencionada pero anodina adaptación ya cubrimos en una entrada de la bitácora hace un año, y si sus mandamases han decidido que si el mundo actual está preparado para ver menores de edad moviendo el culo en Tiktok está preparado para una nueva película de Hellraiser, y punto en boca).
«¡Malditos! ¡Malditos todos!»


Como ya hemos dicho más arriba, no sabemos muy bien qué es Hellraiser 2022, secuela, remake o qué. Lo que sí podemos decir es que, más allá de algunos elementos característicos de la franquicia, sin los cuales la producción de Hulu pura y simplemente no podría llamarse Hellraiser, esta nueva cinta tiene más bien poco que ver con la novela de Clive Barker (reescrita en 1988 y reeditada bajo el título de Hellraiser para aprovechar el tirón de la película) o el largometraje fundacional de la saga.

Lo cual no es necesariamente malo. Muy al contrario. Cuando treinta y cinco años después de la publicación de la primera versión del libro y el estreno del primer largometraje sigue habiendo creadores fascinados con la obra y ansioso de explorar nuevas dimensiones sólo esbozadas o simplemente ignoradas en el productor original, toca rendirse a la evidencia de que The Hellbound Heart/Hellraiser sigue resonando con la sensibilidad o las obsesiones temáticas de toda una nueva generación de escritores y cineastras, lo cual poco menos que convierte al binomio de libro/película original en un clásico atemporal.

Hay nuevos directores, actores y guionistas que conocen (o eso espero) la película original y tienen algo que decir al respecto. Quieren hacer su contribución al siniestro y viscoso canon de Hellraiser. Están mesmerizados por el retorcido y pútrido universo creado por Clive Barker y quieren explorarlo con nuevas herramientas. Y no seré yo el que se lo reproche o exija que se le prohíba hacerlo. Hellbound/Hellraiser es una gema oscura, una delicatessen para fans de lo truculento y la casquería. No caerá igual de bien en todos los paladares, como tampoco la Nocilla de fresa y el surströmming, pero, década tras década, no faltan sibaritas decadentes ansiosos por degustarlo.

Esto existió. Doy fe.


Pero Twitter está ardiendo porque el director de Hellraiser 2022, David Bruckner, ha escogido para el personaje de Pinhead a una actriz transexual.

Lo cual sólo confirma nuestra sospecha de que el número de tontos no hace sino multiplicarse, como Gremlins en una piscina pública.

A ver, mojones con ojos, que no sus istáis intirando. Que no liís los piriódicos comay que liirlos ni viís la tilivisión comay que viirla ni escuchís la radio comay que escuchirla.

¿Pero qué mierda, en nombre de los cojones del minotauro, pregunto, importa que el personaje de Pinhead en Hellraiser 2022 esté interpretado por un transexual?

¿QUÉ COJONES IMPORTA?

Dejadme, queridos ignorantes, que os saque un poco más de bilis por los ojos: a mí Jamie Clayton me parece una elección para Pinhead mejor, e incluso más respetuosa con el canon de The Hellbound Heart, que el majestuoso y terrorífico Doug Bradley (que a sus 68 tacos quizá ya no tenga muchas ganas de coñas marineras. No todos los actores son como Willem Dafoe, que después de soplar 66 velitas de cumpleaños aún se hizo todas sus escenas de acción de Spiderman: No Way Home).

¿Por qué un transexual es, a mi juicio, una elección mejor para el personaje de Pinhead? Porque Clive Barker describe en su novela corta a los cenobitas con expresa ambigüedad sexual. Sus atuendos de dominatrix leprosa y las bestiales mutilaciones de sus cuerpos hacen entre difícil e imposible emitir suposiciones acerca de su sexo.

Hay a quienes les parece incluso demasiado buena idea.


«—¿Qué ciudad es ésta? —inquirió uno de los cuatro. A Frank le costó adivinar el sexo del hablante con cierta seguridad. Sus ropas, algunas de las cuales estaban cosidas a la piel o bien la atravesaban, ocultaban sus partes pudendas y no había nada en las heces de su voz, ni en los rasgos, desfigurados por voluntad propia, que ofrecieran la menor pista.»

“What city is this?” One of the four enquired; Frank had
difficulty guessing the speaker’s gender with any certainty. Its clothes, some of which were sewn to and through its skin, hid its private parts, and there was nothing in the dregs of its voice, or in its willfully disfigured features that offered the least clue.

Del personaje de Pinhead en sí, Clive nos dice muy claramente que:

«Su voz, al contrario que la de su compañero, era ligera y agitada; la voz de una chiquilla emocionada. Se había tatuado cada centímetro de la cabeza con una intrincada celosía y en cada intersección de ejes horizontales y verticales un alfiler enjoyado atravesaba la carne hasta el hueso».

"Its voice, unlike that of its companion, was light and breathy–the voice of an excited girl. Every inch of its head had been tattooed with an intricate grid, and at every intersection of horizontal and vertical axes a jeweled pin driven through to the bone."

En The Hellbound Heart, Barker deliberadamente oculta el sexo de los cenobitas. Sólo uno de ellos, aparentemente el jefe, es explícitamente señalado como una mujer. Las negritas son mías:

«Era el cuarto cenobita, el que no había dicho nada ni mostrado su rostro. No era un cenobita, vio entonces, sino una. La capucha que vestía antes se había desechado, al igual que las túnicas. La mujer que había debajo era gris y sin embargo relucía. Los labios ensangrentados, las piernas separadas de tal modo que mostraba la elaborada escarificación del pubis. Estaba sentada sobre un montón de cabezas humanas medio podridas y sonreía para darle la bienvenida».

It was the fourth Cenobite, the one that had never spoken, nor shown its face. Not it he now saw: but
she. The hood it had worn had been discarded, as had the robes. The woman beneath was gray yet gleaming, her lips bloody, her legs parted so that the elaborate scarification of her pubis was displayed. She sat on a pile of rotting human heads, and smiled in welcome.


(En los cambios introducidos para convertir Hellbound en una película, se asignó a Pinhead el rol de portavoz de los cenobitas y se evitó deliberadamente contratar a una actriz para el papel porque no querían tener dos villanas, Julia y la líder de los cenobitas, compitiendo por ver cuál de las dos le caía peor al público).

Así que no, lo siento mucho, ínclito espectador que pones Hellraiser 2022 en el ojete de Satán a causa de su reparto. No se puede jugar al ajedrez al mismo tiempo con las negras y con las blancas, porque entonces juegas contra ti mismo y no tienes nada que perder, pero tampoco nada que ganar. No puedes condenar la «contaminación del canon» para poner a caldo Los anillos de poder de Amazon Studios (que lo contamina, pero ojalá ése fuese el único problema de la serie) e intentar usar la misma carta con Hellraiser 2022, porque al menos en este caso, en lo que a la descripción de los cenobitas se refiere, es una aproximación mucho más fiel al libro que la de la propia cinta de 1987.

Aunque ahí se acaban los parecidos.

No deja de maravillarme que el debate en torno a Hellraiser 2022 se haya centrado en el sexo del personaje de Pinhead, o en que a la persona que lo interpreta le han hecho bricolaje en los gitanales. Y no deja de asombrarme porque el debate que deberíamos tener sobre Hellraiser 2022, a mi humilde entender debería girar sobre tres puntos fundamentales:

Curiosidad. El atributo de los genios, dicen.

1. Es una de las películas de terror más aburridas y menos terroríficas que he visto en años; tarda como 45 minutos en empezar y la segunda mitad del segundo acto es innecesariamente larga, repetitiva y torpe y el clímax no soy capaz de decidir si se alarga innecesariamente o sucede unos veinte minutos tarde, pero sí que está introducido completamente a destiempo.

2. La historia no tiene puto sentido y las cosas suceden porque tienen que suceder, porque de alguna manera hay que hacer avanzar la trama. Riley (Odessa A'zion) abre la Configuración de Lemarchand accidentalmente. Plot device por cojones. Porque sí. Porque es un trabajo sucio pero alguien tenía que hacerlo. Las leyes de la caja puzle han sido reescritas y ahora ya no obtiene el «premio» el que la resuelve, sino el que hace que otro la resuelva, y además tienes que matar gente con ella para abrir cada una de las configuraciones, y da igual a qué gente y quién las mate. ¡Se puede matar con la Caja incluso a los propios cenobitas y el resultado es el mismo! ¿Pero qué demonio extradimensional medio retrasado va a acudir al reclamo de una caja con la que pueden matarle?

(Sí, el personaje de Kirsty en la Hellraiser de 1987 también abre la caja por accidente, pero es que Kirsty no es la protagonista de Hellraiser 1987 mientras que se supone que Riley sí los es de Hellraiser 2022, pese a ir todo el metraje a trompicones. ¿Un protagonista desorientado y pasivo que desata el conflicto fortuitamente y arruina la vida de cuantos le rodean? ¿De verdad fue la mejor decisión narrativa?)

y 3. Los personajes son unos estereotipos insultantes (la yonqui enamorada de su adicción, el hermano sobreprotector y gay because reasons, el millonario decadente que juega con poderes que no conoce, jo, ¿qué te ha pasado, Goran Visnjic, tío?, ¡tú antes molabas!; el novio caballo de Troya que, ¡oh, qué sorpresa, no nos lo esperábamos para nada!, en realidad trabaja para el millonario decadente), calcomanías con menos personalidad que una ameba y que apenas cumplen con la mínima para poder ser considerados protagonistas, ya que en vez de tomar decisiones se pasan casi todo el tiempo a remolque de los acontecimientos y, cuando consiguen hacer algo que empuja la historia hacia adelante, es casi siempre por accidente.

Yo no me opongo a que se reescriban las historias y los personajes de mi infancia.

Pero, hostia, ya podrían esmerarse un poquito.

Hellraiser 2022 no es mala, es aburrida, que es mucho peor. No es lenta, es perezosa e invierte una cantidad desmesurada de tiempo en desarrollar unos personajes sin arco de transformación visible y estirar escenas que sólo sirven para retrasar el desenlace. No es un desastre, pero es un subproducto muy inferior a su predecesora en todos los sentidos. No sigue una lógica argumental coherente, ni sus personajes se comportan de una manera congruente con el retrato que nos hacen de ellos, ni funciona como producto de terror (la construcción de la atmósfera enfermiza y alucinante que caracteriza a las historias de Clive Barker está particularmente descuidada), ni tiene escenas perturbadoramente persistentes como las pesadillas de Kirsty o el mendigo comiendo saltamontes de Hellraiser 1987, ni aporta nada nuevo al universo imaginado hace más de treinta años por su creador, salvo la terrible sospecha de que ya no sabemos hacer cine en general y películas de horror en particular. Y eso que inventiva no falta:

Me da igual el sexo con el cual nació el/la actriz/actor que interpreta a Pinhead en 2022. Lo que sí me preocupa es que no ha logrado asustarme. Su trabajo no me ha impresionado y es poco probable que vaya a provocarme pesadillas, dos cosas que difícilmente podría decir nunca de Doug Bradley en la Hellraiser original. Una vez más, quiero creer que este retrato descafeinado, vegano y sin gluten de demonio cenobita se debe más a la imposición de los productores (el propio Clive Barker entre ellos) y a una dirección de actores desganada o exigida, de nuevo, por los que ponen la pasta que a la falta de talento de Jamie Clayton, pecado del cual no tengo motivos para acusarla.

(Lo creas o no, amado lector, Bradley estuvo a punto de aceptar el papel de uno de los tíos de las mudanzas, que no salen ni dos minutos en pantalla, porque pensó que le ayudaría más a «hacer currículum» que se le viese la cara).

En un momento de bancarrota creativa, en el que la decisión sobre proyectos culturales depende enteramente de ejecutivos que sólo leen tweets, hojas de Excel y el índice Nielsen, y que se han persuadido a sí mismos de que los escritores y directores de cine no tienen ni puñetera idea de hacer cine, y con casi todas las grandes franquicias multimillonarias en manos de la corporación del ratón maligno que ha destruido Star Wars y está aniquilando Marvel Studios y sembrando sal entre los escombros para que no vuelva a crecer nada entre ellos, echar mano de éxitos de taquilla de los ochenta y los noventa no es sólo un movimiento desesperado por parte de las productoras, es prácticamente la única estrategia que les queda a los machos beta del negocio audiovisual para intentar replicar el éxito de sus competidores, su única aproximación posible a una reinvención de la Coca Cola.

Aunque parece haber todavía algunas cosas sagradas. Gracias a Dios.

Y es la única estrategia que les queda porque lo de apostar por nuevos autores, nuevas historias, nuevos personajes, es un experimento que no están dispuestos a hacer. No con los dividendos que pagan ahora a sus consejeros delegados y accionistas Warner y Disney y que también Hulu, Amazon Studios, Netflix y su puta madre quieren para ellos. Y es poco menos que predicar en el desierto recordarles que todos esos títulos que están fracasando en actualizar para las nuevas audiencias woke surgieron de la última buena década de cine que hemos conocido en mucho tiempo. Una época caracterizada por los guiones originales, las historias entretenidas, los personajes carismáticos, el trabajo de actores y la implicación personal de los creativos en las películas que estaban rodando, cineastas que no eran mercenarios siguiendo el libro de recetas escrito por un comité, sino artistas aplicando su talento y visión personal al proyecto que tenían entre manos.

Así es como se hacía cine entonces. Ésa era la Fórmula 80. Antes de que alguien decidiera que eso no era negocio, que los gustos del espectador promedio habían cambiado, se ganaba dinero con ella.

La Cazafantasmas de 1986 costó 30 millones de dólares de la época (81 millones de hoy en día) y recaudó casi trescientos en todo el mundo. Un beneficio de un mil por cien y más de ochocientos millones de 2022 en recaudación, con el ajuste de la inflación y el precio de las entradas mucho, pero que mucho más baratas de entonces. La de 2016 fue un puñetero desastre (144 millones de presupuesto para una recaudación de poco más de 229 millones, y, a efectos contables, una película de 144 millones que ni siquiera consigue recaudar el doble de su presupuesto computa siempre como pérdidas) porque aparte de un guion penoso, su único reclamo parece ser haber cambiado el sexo a los protagonistas.

(¿Qué? No, no la he visto. Un amigo mío, fan de la primera, la vio y me dijo después que fue la única vez en su vida que una película le hizo sentir «físicamente enfermo». Y este señor se ve todas las de Rob Zombie. Fue advertencia suficiente).

¿Quieres que echemos las cuentas de otros éxitos de la última buena década del cine? ¿Gremlins? 11 millones de presupuesto (que equivaldrían a algo menos de 30 millones de hoy en día) y más de 153 de recaudación (más de 400 millones de dólares de 2022). Otro mil por cien de retorno. Karate Kid, 8 000 000 de coste, 91 millones de recaudación. La rara y difícilmente mainstream Bitelchús del raro y difícilmente mainstream Tim Burton, 15 millones de presupuesto, 74 de recaudación. Un 498% de retorno.

Y ya que hablamos de Tim Burton hablemos de Batman. Vosotros, los lechones, no os podéis imaginar lo que representó el Batman de Tim Burton para mi generación. En la época pre-internet, las noticias sobre la producción y los estrenos corrían de boca a oreja por gente que leía revistas sobre cine, oscuros fanzines importados o cartas al director de los cómics de DC. Antes de que existiese YouTube, los fans del personaje se enteraban de en qué cines estaban echando el tráiler de la película, compraban una entrada, veían el tráiler de Batman y se largaban antes de que empezase la película que habían pagado para ver y que no les interesaba lo más mínimo. ¡Y había colas de gente para ver el tráiler de Batman y largarse!, que las he visto yo con estos ojitos que se va a comer la tierra. Pues bien, aunque probablemente nunca conoceremos la cifra real de la producción de este largometraje ya legendario, sus 35 millones de dólares de presupuesto estimado fueron recuperados íntegramente en su fin de semana de estreno en Estados Unidos y Canadá, con una recaudación total ese primer fin de semana de más de cuarenta millones de dólares, y acabó generando una cifra global de 411 569 241 dólares sólo en venta de entradas. Redondeando, un 1 176% de retorno. Si Avengers: Endgame, descartando todas las variables como el actual precio de las entradas de cine, muy superior al de 1989, y los costes de distribución y publicidad, hubiese alcanzado semejantes cifras con su presupuesto de 356 millones, la última buena película de Marvel Studios habría recaudado 4 186 millones en taquilla.

Si no deja de rascarse no se le curará nunca.

«Ya, hombre, pero es que no puedes comparar la forma en que se hacía cine en los ochenta con la manera en que se hace ahora».

Eso es precisamente lo que estoy haciendo. Y podría aceptar la crítica si el viejo sistema de estudios hubiese quedado ampliamente superado por los nuevos modelos, pero es que la fórmula de  hacer cine de los 80 aún funciona, y Top Gun: Maverick lo ha demostrado. Con sus 170 millones de presupuesto, la película que, treinta y seis años después, nos trae de regreso a Tom Cruise como el personaje de Pete Maverick Mitchell (incapaz de lograr un ascenso en la Marina por sus problemas de disciplina pero milagrosamente todavía en activo a pesar de su edad y sus problemas de disciplina), abrió su fin de semana de estreno con casi 127 millones y ha vendido 1 482 805 552 millones en entradas en todo el mundo. Y Maverick es prácticamente un calco de la película original, un argumento más simple que el mecanismo de un chupete, un enemigo genérico, etéreo, sin rostro, nombre ni bandera; los mismos personajes clónicos, la misma acción descerebrada y una segunda mitad del segundo acto que es, casi literalmente, fusilada del clímax de Star Wars. Joder, hasta han traído, eso sí, para un cameo, al pobre de Val Kilmer, muy desmejorado y prácticamente mudo tras sufrir un cáncer de garganta, para recuperar a su personaje de Tom Iceman Kazansky.

Un director de la Generación X, la mía, cuyo primer largo no llegó hasta 2006 (y que era otra revisión de un clásico de los 80) ha sido capaz de aplicar con éxito todo lo que funcionaba en los blockbusters palomiteros de mi infancia y adolescencia. Aunque le ha sido necesario el respaldo del casi todopoderoso Tom Cruise para conseguirlo.

Que no tiene poco mérito ni es una garantía de éxito. Por ejemplo, aunque me gustó, no me parece que acabe de funcionar del todo esa extraña quimera que Jason Reitman, con la mejor intención del mundo y un respeto casi sagrado a la película original de su padre, construyó en Ghostbusters: Afterlife. La originalidad de la película de 1984, que pese a todos los jumpscares y la escena de la seducción de Bill Murray por una KRUJJJJJIENTE Sigourney Weaver, se publicitaba para todos los públicos, se pierde aquí entre un poco y bastante y desvirtúa la naturaleza de Cafantasmas al tomar en préstamo elementos de películas y series de televisión muy diferentes, por más que compartan los atributos de aventura y ficción sobrenatural, como Los Goonies y Stranger things.

Si agarras Cazafantasmas, una ficción ambientada en Nueva York, que es un personaje en sí misma, y protagonizada por personajes adultos, y la trasladas a Tronchaputas de la Frontera y pones de protagonistas a niños estás diluyendo los rasgos característicos del producto original y manifestando una soterrada desconfianza en las posibilidades de tu película para atraer público a las salas. ¿Por qué iba a ir ningún fan de Stranger Things a ver una versión bastarda e hipervitaminada de su serie favorita cuando ya tiene el producto original, tal y como fue concebido y no contaminado por aportaciones espurias? Tratar de contentar a la mayor cantidad de gente acaba por no contentar a nadie y tratar de contentar a todo el mundo (además de destacar tu ignorancia acerca del público potencial de tu obra) acaba cabreando a todos.

La Fórmula 80 funciona, cuando la comprendes y la aplicas correctamente. ¿La franquicia de Creed, spin-off de la serie de Rocky, protagonizada por el colosal Michael B.Jordan? Es pura Fórmula 80, y la prueba de que es rentable, con sus presupuestos relativamente humildes (35 millones la primera para 173 de recaudación, 50 millones la segunda para un total en taquilla de más de 214 millones) es que vamos por la tercera película, con Stallone ya alejado de la serie.

¿The terminal list, basada en las novelas del SEAL Jack Carr? Una clásica historia de suspense y acción, de vigilante por encima de la ley embarcado en una misión de venganza (típico tema de los 70 y 80), que por no encajar en ninguno de los moldes exigidos hoy en día por los más desorientados portavoces de la kulturkampf millennial (no tiene homosexuales racializados, ni transexuales feministas, ni inmigrantes hispanos no binarios, sino mucha testosterona, balazos y explosiones) ha sufrido una campaña de acoso y derribo que no le ha impedido cosechar buenas audiencias ni ganarse el favor de un público que empieza a estar HASTA LOS COJONES de no poder ir al cine ni encender la televisión sin que le sometan a una sesión de autocrítica.

Hellraiser 2022 ya está disponible para tu disfrute y solaz, amado lector.

Y, acepta nuestra palabra, la geografía del sexo de la actriz que interpreta a Pinhead, es lo último que debería preocuparte de esta película.

sábado, 8 de octubre de 2022

Todo lo que creías saber probablemente sea mentira (VII)

Ni fueron sólo trescientos, ni todos eran espartanos, ni todos murieron en las Termópilas.

Hay siempre más de una forma de pelar un gato y más de una versión de la misma historia. Si nos vamos a las fuentes primarias, esto es a Heródoto, el llamado «padre de la historia» nos cuenta que, reunidos en las Termópilas para hacer frente al inmenso ejército de Jerjes I:

«Era el número de los Griegos apostados para esperar al rey [Jerjes] en aquel lugar: de los espartanos 300 hoplitas; de los tejeos y mantineos 1 000, 500 de cada uno de estos pueblos; de Orcómeno, ciudad de la Arcadia, 120; de lo restante de la misma Arcadia, 1 000, y este era a punto fijo el número de los arcades; de Corinto 400; de Fliunte 200, y de los miceneos 80, siendo estos todos los que se hallaban presentes venidos del Peloponeso; de los beocios y tespienses 700, y 400 los tebanos. A más de los dichos, habían sido convocados los locros opuncios con toda su gente de armas y mil soldados más de los focenses».

A mí me salen 5 200 sólo con las cifras que da el de Halicaranaso y 11 200 si tenemos en cuenta a Pausanias, que precisa la cantidad de locros opuncios en 6 000 lanzas. Bastante más de los trescientos espartanos que tú, que has estudiado ese episodio de la historia por el cómic de Frank Miller, o la película de Fracasz Snyder creías hasta este momento que riñeron el grueso de la batalla de las Termópilas frente al ejército medo.

11 200 almas sólo si ignoramos a Plutarco, que nos recuerda que cada hoplita espartano se hacía acompañar por seis o siete ilotas para que le curasen las heridas, le preparasen la comida y le secasen el sudor de los cojones, hecho del cual Heródoto era muy consciente pero que omite en su relato. Dando por buena la cifra menor, estaríamos añadiendo otros 1 800 hombres al contingente griego. No soldados propiamente dichos, ni siquiera hombres libres, pero hombres a fin y al cabo.

Uno de los capítulos más importantes, mejor estudiados y más trascendentales de la historia de Occidente sigue hoy, dos mil quinientos años más tarde, siendo objeto de controversia. Ningún historiador moderno se cree las cuentas de Heródoto, que con su griego papo escribe «la suma de tropa que del Asia venía [...] se componía de 264 miríadas con el pico de 1 610 hombres, que hacen 2 641 610», a los que habría que sumar «la chusma en la comitiva de criados y de marineros en las embarcaciones de trasporte, en especial en otras naves del convoy que al ejército seguían». Los historiadores modernos descartan como fantasiosas e imposibles esas cifras, reduciéndolas a un rango de 360 000 a 250 000 hombres como mucho. Nuestro conocimiento actual sobre la economía, la productividad agrícola y la población de la antigua Persia es muy superior a la que tenía en su tiempo el historiador de Halicarnaso y los investigadores que han picado los números declaran materialmente imposible que con los medios a su alcance (básicamente los de una sociedad agrícola y preindustrial) Jerjes pudiese reunir y mantener en campaña un contingente de más de cinco millones, por muy emperador que fuese, cuando sólo mediante los medios actuales de producción en masa un país puede alcanzar cifras semejantes. A la China actual se le atribuyen más de dos millones de tropas en activo, a los Estados Unidos poco más de un millón trescientos mil y a Rusia algo más de un millón; y durante la Segunda Guerra Mundial, el mayor esfuerzo bélico jamás realizado, un acojonante 11% de la población estadounidense, que era de 140 millones en 1945, es decir casi dieciséis millones de americanos, dos millones de ellos ya sólo en Europa, sirvieron en las diferentes ramas y unidades de las Fuerzas Armadas estadounidenses; eso sí, al precio de subordinar al esfuerzo de guerra toda la economía nacional y todos sus recursos.
Sí, has leído bien.

Pero es que sobre el relato del de Halicarnaso sobre la batalla de las Termópilas ya no había consenso entre los historiadores de la antigüedad. Dice Heródoto que, descubierto por los persas el paso secreto que permitía rodear las Termópilas y atacar a los griegos por la espalda en campo abierto, sus aliados abandonaron el campo de batalla, bien por voluntad propia bien porque «como viese Leónidas que no se quedaban los aliados de muy buena gana, ni querían en compañía suya acometer aquel peligro, él mismo les aconsejaría que partiesen de allí, diciendo que su honor no le permitía la retirada, y haciendo la cuenta de que con quedarse en su puesto moriría cubierto de una gloria inmortal, y que nunca se borraría la feliz memoria y dicha de Esparta». Según Heródoto, sólo se quedaron para hacer frente al ejército persa los lacedemonios, los tespios y los tebanos, los tebanos muy a contragusto («por cuanto Leónidas quiso retenérselos como en rehenes») pero los tespios con unos cojones como planetas «diciendo que nunca se irían de allí dejando a Leónidas y a los que con él estaban, sino que a pie firme morirían con ellos juntamente».

Y es sobre este pasaje donde Diodoro Sículo, que toma como fuente principal la obra de Éforo de Cime y la Pérsica de Ctesias de Cnido, hoy perdida, dice que Heródoto delira, que todos los aliados desampararon a Leónidas y sus trescientos hoplitas, salvo los tespios; Pausanias dice que el padre de la Historia chochea y que con los espartanos no se quedó ningún tebano, sino ochenta hoplitas de Micenas, y Plutarco le recuerda a Heródoto lo de los ilotas espartanos que hemos mencionado más arriba. Así que ya en la antigüedad había gresca acerca de algunos detalles de esta batalla. O cuando menos mala baba y mucho troleo, puesto que Plutarco, por ejemplo, denunciaba el esfuerzo de Heródoto por mantener una postura neutral y ecuánime en su ensayo llamándole philobarbaros, «Amante de los Salvajes», por no barrer más para casa al escribir su relación sobre las guerras médicas.
Así veía el cine a los espartanos en 1962.

Hubo pataletas entre los autores de la antigüedad por el relato de los persas que Heródoto hace en sus libros... pero curiosamente son autores griegos o romanos helenófilos que reprochan a Heródoto haber retratado a los medos como seres humanos, no como monstruos, y señalado las miserias y rivalidades entre las poleis griegas, en vez de describir a los griegos como depositarios de todas las virtudes cívicas y viriles. Ctesias refuta a Heródoto en los veintitrés volúmenes de su Pérsica, obra monumental de la que hoy sólo conservamos algunos fragmentos copiados por Diodoro, a partir de su experiencia personal durante su estancia en Persia y de los basilikai diphterai, los «pergaminos reales» en los que supuestamente los persas escribían sus anales y cuya existencia no ha sido confirmada por ninguna otra fuente.
Y así en 2006. Homoerotismo y baja saturación.

Sin embargo, de la lectura de su Historia, podemos extraer algunas conclusiones innegables:

Las cifras que da Heródoto son irreales.

Hubo unos cinco mil hombres de varias naciones griegas defendiendo las Termópilas.

Los tespios no fueron menos valientes que los Espartanos por más que los de Lacedemonia hiciesen «prodigios de valor, mostrándose en todo guerreros peritos y veteranos».

Y no todos los espartanos fueron valientes. Heródoto señala  a Eurito y Aristodemo, hoplitas lacedemonios «que con licencia de Leónidas se hallaban ausentes del campo [...] por enfermos gravemente de los ojos». Enterados de la emboscada que habían sufrido los espartanos, Eurito «mandó que le trajesen sus armas, y vestido, ordenó al ilota su criado que le condujese al campo de los que peleaban, y [...] metido en lo recio del combate, murió peleando», mientras que Aristodemo por su parte decidió ponerse a salvo en Esparta, donde fue recibido con el mayor desprecio. «Si sólo Aristodemo hubiera podido por enfermo restituirse salvo a Esparta, o que si enfermos entrambos hubieran dado la vuelta, no habrían mostrado los Espartanos contra ellos el menor disgusto. Pero entonces, pereciendo el uno y no queriendo el otro morir con él en un lance igual, no pudieron menos los Espartanos de irritarse contra dicho Aristodemo». Según otra versión de los hechos que el propio Heródoto recoge, Eurito y Aristodemo se hallaban ausentes del campo de batalla no por enfermedad sino porque Leónidas les habría enviado con un mensaje a Esparta, aunque en dicho supuesto igualmente Aristodemo «estando aún a tiempo de intervenir en el combate que se dio, no quiso concurrir a él [...] pero que su compañero de viaje, retrocediendo para hallarse en la batalla, quedó allí muerto».

De regreso en Esparta, Aristodemo hubo de sufrir que sus conciudadanos le llamase «Aristodemo el desertor» y lo proclamasen atimos, «infame», condenándole al ostracismo. Heródoto dice que Aristodemo se redimió de su cobardía en la batalla de Platea, donde «supo pelear de modo [...] que borrase del todo la pasada ignominia», redención a la que no tuvo opción otro desertor de las Termópilas, Pantites, que, enviado como mensajero a Tesalia mientras sus compañeros morían en las Termópilas, «como de vuelta a Esparta se viese públicamente notar por infame, él mismo de pena se ahorcó».
¡Molla! ¡Chicha! ¡Caaaaaaaaaaaaaaaaaaachas!

Además te conviene saber, amado lector que estudias Historia en las películas de Holywood, que Leónidas I de Esparta se parecía muy poco a Gerard Butler. Leónidas había picado unos sesenta tacos de calendario cuando llevó a sus hombres al encuentro del medo. Seguro que estaba a sus sesenta en mejor forma física de lo que lo estuve yo a mis veinte, pero tampoco creo que tuviese el cuerpo para demasiadas alegrías. Y, por cierto, según Heródoto, Jerjes le tenía tales ganas al rey de Esparta por la humillación a la que acababa de someterlo que «dio orden que cortada la cabeza de Leónidas, de quien sabía ser rey y general de los Lacedemonios, fuera levantada sobre un palo», profanación de la que Heródoto se horroriza, pues «no sé que haya en todo el mundo gente ninguna que haga tanto aprecio de los soldados de mérito y valor, como los persas», y el de Halicarnaso así lo ha sugerido páginas antes, cuando nos ha relatado el caso de Pites, hijo de Isquenoo, el cual «al ser apresada su nave, resistió con las armas en la mano, hasta que todo él quedó acribado de heridas. Pero como al cabo cayese, los persas que en las naves servían, viéndole respirar todavía, prendados del valor del enemigo, procuraron con sumo empeño conservarle la vida, curándole con mirra las heridas [...]. Cuando volvieron a sus reales iban mostrándolo a toda la gente, pasmados de su valor y con mucha estima y humanidad, siendo así que trataban como a viles esclavos a los otros que en la misma nave habían cogido».

Quizá por señalar estos rasgos de bonhomía y humanidad en una cultura como la de los medos, un imperio absolutista opuesto por su propia naturaleza a la civilización griega, es que algunos historiadores de la antigüedad le hicieron la higa a Heródoto y se coaligaron para desautorizarle. Sea como fuere, tenemos un mismo relato expuesto por diferentes autores que a grandes rasgos tuvieron acceso a las mismas fuentes pero las interpretaron de diversas maneras o escogieron, fuesen cuales fuesen sus razones, legítimas o espurias, señalar unos datos y omitir otros, profundizar en unos capítulos y soslayar otros (a Heródoto se le nota su predilección hacia Artemisia de Caria, quizá porque era halicarnasia, como él, pero esa admiración del padre de la Historia le convertía en sospechoso a ojos de sus colegas, y es que ya en la antigüedad regía lo de «o conmigo o contra mí», «o full griego o full persa pero tibiezas no, gracias»). Heródoto jugó con las herramientas a su disposición como Larkin Love juega con sus... eh... gemelas.

Pero, por increíble que te parezca, amado lector, no hemos venido aquí a hablar de Heródoto de Halicarnaso, de Jerjes, de las Termópilas o de Leónidas y sus 300. Lo que precede a este párrafo es sólo uno de los innecesariamente largos proemios marca de la casa para introducir el tema de la presente entrega de la bitácora: como hay más de una manera de interpretar las fuentes históricas, hay más de una forma de pelar un gato, creativamente hablando, y obtener buenos resultados. Y, al igual que los refutadores de Heródoto, la manera más inteligente y productiva de afrontar el proceso creativo es respetar el argumento, la historia y los personajes por lejos que quieras llevar tu enmienda a los detalles meramente adjetivos; porque en última instancia son el argumento, la trama y los personajes, más que los materiales con los que trabajajes, los que decidirán si tu mensaje conmueve a tu público o es mayoritariamente rechazado por él.

No me gusta la idea de volver a darle patadas en el hígado al derroche, al desperdicio de mil millones de dólares de Los anillos de poder de Amazon Studios porque queda feo maltratar un cadáver, pero no me podía sacar de la cabeza este capricho multimillonario de Jeff Bezos mientras veía Calls, de Apple TV, serie de 10 capítulos creada por Fede álvarez, director de la Posesión infernal de 2013 y de No respires (y del ruinoso reboot de la saga Millennium de 2018, con una Claire Foy a la que su acento británico convertía en una imposible Lisbeth Salander; y es que no se puede mejorar la perfección), serie a la que, por perversas razones que no tienen justificación salvo que tengamos en cuenta la misteriosa y alambicada circuitería de mi cerebro, tampoco podía evitar comprar con Counterpart.
Lo siento, Claire, pero no eres mi Lisbeth.

¿Que en qué se parecen estos tres productos? En nada. Ahí está la gracia.
Éstas son mi Lisbeth.

Empecemos a pelar el gato:

Calls es una serie de diez mini-episodios (ninguno llega a veinte minutos y la mayoría apenas pasa de quince) a lo largo de los cuales asistimos a un drama y un misterio: una serie de extraños fenómenos están sucediendo a lo largo y ancho del planeta. Por motivos desconocidos (hasta el capítulo final, del cual no voy a hacer espóilers), diversos individuos están siendo capaces de entablar conferencias telefónicas con personas de otras líneas temporales.

Mark (Aaron Taylor-Johnson) descubre que su novia, Rose (Riley Keough), está embarazada y, conmocionado por la novedad (Mark nunca quiso ser padre), coge el coche y sale a conducir por el desierto. Recibe y hace varias llamadas desde su teléfono móvil, pero entre cada una de ellas sus interlocutores le dicen que han pasado días, meses o incluso años desde la anterior aunque Mark sólo lleva unos pocos minutos conduciendo.

Patrick (Mark Duplass) recibe una llamada de su vecino Pedro (Pascal), al que apenas ha tratado, que va camino del aeropuerto, pidiéndole que se haga cargo de una bolsa que Pedro guarda en su dormitorio. Cuando Patrick la abre, descubre que está llena de fajos de billetes. Llama a su mujer, Alexis (Judy Greer), que trabaja en un banco y comprueba que el dinero ha sido robado de su propia sucursal y le pide a su marido que la destruya para evitar que las sospechas recaigan sobre ella. Cuando Patrick se encara con Pedro por este asunto, su vecino le dice que lleva meses acostándose con su mujer, que han ejecutado el golpe juntos pero ella se ha arrepentido y que Pedro huyó de su casa antes de que llegase la policía porque el propio Pedro, llamándose a sí mismo desde el futuro, le alertó de la traición de su cómplice.

Todos los capítulos de Calls cuentan una historia relacionada con paradojas temporales y transmisión de mensajes a través del tiempo, hilada con una subtrama de una relación afectiva o personal malsana o en decadencia: Camila (Lily Collins) y Tim (Nicholas Braun) separados por la carrera de él y el trabajo de ella en costas opuestas de Estados Unidos; la hipocondríaca Layla (Laura Harrier) saboteando con sus neuras y su necesidad constante de atención la última oportunidad de la doctora Beckett (Rosario Dawson) de salvar su matrimonio con su marido Craig (Gilbert Owuor); Floyd (Paul Walter Hauser) llamando al pasado a su novia Darlene (Edi Patterson) mientras acuna su cadáver ensangrentado para avisarla de que se dispone a llegar a casa borracho y armado con una escopeta y suplicarle que se ponga a salvo; cada capítulo de Calls es una pequeña historia de terror o ciencia-ficción sazonada con elementos de drama sentimental y un colosal trabajo de personajes y tramas.

Eso sería suficiente para engancharte a la serie, querido lector, si Calls no tuviese, además, un necesario y agradecido conflicto que acentúa su carácter dramático: en el universo ficticio en el que transcurre la serie es posible llamar o recibir llamadas telefónicas del pasado, sí, e intercambiar información entre ambos interlocutores, pero si dicha información lleva a una paradoja, si cambia la historia, el plan maestro del Universo, la invisible y despiadada máquina del cosmos le pondrá remedio. Al intentar salvar a su madre ya fallecida del accidente de tráfico que la mató, Skylar (Joey King) la condena a ella y su hermano Justin (Jaeden Martell), que seguía vivo en su línea temporal, a una horrorosa muerte termodinámica en el pasado. Daisy (Tessa de Nicola) estaba llamada a morir en un incendio forestal, pero recibió información del futuro previniéndola de ello y escogió apuntarse a una fiesta con sus amigos Sam (Nick Jonas) y Ramona (Tiana Camacho) y su primo Lou (Shane Paul McGhie). A la mañana siguiente, Daisy aparece muerta en la cama en la que, intuimos por lo que sabemos del personaje, acababa de perder la virginidad con Sam. Y no sólo muerta. Mutilada y destrozada. Como si un animal salvaje la hubiese desmembrado y luego alguien hubiese intentado quemar el cadáver. Sam es acusado de homicidio y todas sus protestas de inocencia caen en saco roto. Particularmente cuando Lou recibe una llamada del propio Sam asumiendo toda la responsabilidad por la muerte de Daisy. Llamada que Sam jura que nunca ha hecho.

Cada vez que alguno de los personajes de Calls toma una decisión que cambia su destino, el universo corrige ese «error» de manera dantesca, davidcronenbérgica: la agonía de Layla mientras ve su cuerpo desmoronarse y consumirse dura todo el capítulo 4 de Calls, It's All in Your Head, la madre de Joey y Justin, convertida en un
deforme monstruo mutilado y enloquecido de dolor persigue a su hijo pequeño por toda la casa. Y por si cualquiera de estas pequeñas tragedias no fuese de por sí lo bastante grave, lo peor de todo es que el efecto corruptor de la realidad del intercambio de información entre líneas temporales es acumulativo: cuanta más gente intente cambiar la historia, más debilitarán la estructura del espacio-tiempo, más comprometido quedará el equilibrio causal del universo, hasta el punto de que la existencia de la mera realidad se verá amenazada. Si la gente no deja de luchar contra el destino, todo cuanto existe podría, simplemente, desaparecer hasta la escala cuántica.

Counterpart por su parte es otra serie con un hilo conductor de ciencia-ficción aderezado por otros ingredientes temáticos. En Counterpart, Howard Silk, el siempre cumplidor J.K. Simmons, oscuro empleado de una oscura agencia de las Naciones Unidas con sede en Berlín, descubre que bajo las oficinas en las que trabaja (leyendo códigos incomprensibles) se oculta un portal a una dimensión paralela casi indistinguible de la suya propia. En esa dimensión, una facción de la misma agencia para la que él trabaja en su propio mundo (el «Mundo Alfa»), ha decidido cometer un atentado contra su dimensión espejo, en venganza por una epidemia de gripe que en 1996 mató a cientos de millones de personas en su lado del portal (el «Mundo Primo»), epidemia de la que responsabilizan al Mundo Alfa y por la cual ambas dimensiones llevan tiempo en una tensa Guerra Fría. Howard Alfa tendrá que trabajar en colaboración con su contraparte, Howard Primo, para detectar a los agentes infiltrados y saboteadores durmientes que la agencia del Mundo Primo ha introducido ya en Alfa.

Los elementos propios de novela de espías están tan bien introducidos en Counterpart que el ingrediente de ciencia-ficción prácticamente desaparece. Es un vector de la acción, no el motor de la misma. Ese extraño pasaje subterráneo que comunica ambos mundos paralelos se convierte, por obra y gracia de la ambientación y la temática de la serie, en un punto de control fronterizo como los que conectaban ambos lados del Telón de Acero y pierde así su carácter casi sobrenatural. El excelente trabajo de actores y el minucioso desarrollo de los personajes acentúa la sensación de estar viendo una historia de John le Carré más que una de Gregory Benford. En Counterpart tenemos agentes dobles, traidores, facciones enfrentadas dentro de las mismas agencias secretas, conspiraciones, personajes contradictorios y vivos, que evolucionan capítulo a capítulo, héroes convertidos en canallas por sus propios intereses mezquinos y villanos que lo son a su pesar por deudas contraídas en el pasado.
Howard descubre a Howard.

Counterpart es fabulosa, y bien que lamento que Starz haya decidido descontinuarla y la producción no haya podido encontrar una nueva plataforma en la que consumar su ciclo vital.
(Y quisiera poder decir que Counterpart se ha quedado sin hogar porque las audiencias o las críticas no acompañaban, pero, más allá de que fuese una serie de nicho, su cancelación se debe, en palabras de Jeffrey Hirsch, presidente y Director Ejecutivo de Starz, a que era «demasiado masculina» para su audiencia. Cómo una serie en la que que destaca el trabajo sensacional de tres bestias pardas de la pantalla como Olivia Williams, Sara Serraiocco y Nazanin Boniadi, cuyas aportaciones a la trama son decisivas para el desenlace final, no es lo bastante femenina para un canal de televisión que ha decidido reorganizar su programación sobre la base de una "premium female strategy" es algo que nadie ha logrado explicarme aún).
Al parecer, tres personajes femeninos poderosos no satisfacen a una audiencia femenina.

Sí, hombre, no hace falta que pongas esa cara. Ya sé que estás fracasando en comprender qué demonios tienen en común Calls y Counterpart o cómo coño se relacionan estas dos pequeñas joyas con Los anillos del desastre, toda vez cuando aquellas son series de ciencia-ficción que ni siquiera comparten entre sí el peso que tiene en la trama el elemento de narración especulativa.

¿Que qué tienen que ver Calls y Counterpart entre sí y con Las catástrofes de poder?

La respuesta es nada.

Y todo.

Amazon Studios se ha gastado mil millones de dólares en una completa hecatombe de la que no se puede salvar nada. Nada. Ni historia, ni argumento, ni trabajo actoral, ni fidelidad al material de referencia, ni ritmo, ni ambientación, ni música, ni acción, ni nada. Jeff Bezos quería filmar, a golpe de chequera, la mejor serie de televisión de todos los putos tiempos y ha desembolsado una fortuna para filmar una mierda así de grande.

Aunque cada vez es más difícil encontrar los datos de audiencia y los presupuestos de las producciones audiovisuales, porque todas las productoras de cine y VoD cotizan en bolsa y mantener en nebulosa su contabilidad les ahorra a sus ejecutivos, todos ellos tenedores de paquetes accionariales, el disgusto de ver desplomarse el valor de sus carteras, puedes estar seguro de que Counterpart, rodada a caballo entre Berlín y Los Ángeles, no ha costado mil millones. Seguramente ni el diez por ciento de mil millones. La serie se ve hasta cierto punto lujosa por la sobria y profesional presencia de su reparto y por todas esas localizaciones en la capital alemana, pero la mayor parte de la acción tiene lugar en interiores reproducidos en estudio y no hay un géiser de efectos especiales producidos por ordenador, ni grandes multitudes de extras a los que alimentar (aunque sea con un bocadillo de pan de ayer y una Coca-Cola desbravada), ni batallas masivas, ni naves espaciales.

Los materiales de los que está construido Counterpart son tan sólidos y de tal calidad que la serie podría convertirse en una obra de teatro, con un mismo escenario para todas las escenas, y la historia seguiría funcionando.

Y éste es el vínculo común que comparte con Calls, serie tan humilde, y sin embargo tan poderosa, que por no tener no tiene ni actores en pantalla. Aunque Fede Álvarez logró fichar a estrellas como Aubrey Plaza, Rosario Dawson y el inmenso Clancy Brown, sólo oímos sus conversaciones telefónicas mientras en pantalla se proyectan animaciones como las del viejo Media Player, ondas y espectros de colores que reaccionan a sus voces y se transforman ante nuestros ojos en función de la acción que, oculta a nuestra vista, están protagonizando los personajes. Toda la producción de Calls podría haberse hecho vía Skype y la serie seguiría siendo una maravilla por los mismos motivos por los cuales Counterpart, un concepto muy distinto, es una delicatessen dramática: porque Calls renuncia a alardes y prosopopeyas y se centra en el tuétano de la ficción: la trama, la historia y los personajes.

El trabajo sobre la trama, la historia y los personajes es lo que hace de The Man from earth una de las mejores películas de ciencia-ficción de la historia con un presupuesto de 200 000 dólares y es lo que hará de tu película, novela, serie, cuento o cómic una obra trascendental.

Los detalles son muy relativos y cualquier cosa que apiles sobre unos cimientos mal construidos se vendrá abajo.

¿Permaneció Leónidas en las Termópilas, cuando la batalla ya estaba perdida, por su elevado sentido del honor, porque un oráculo había pronosticado que si moría en combate toda Grecia se uniría contra el persa invasor y lo derrotaría o porque a sus sesenta años le había dado un ataque de ciática y no se vio capaz de emprender el regreso a Esparta?

Pero ¿qué carajo importa por qué se quedó? Se quedó. Ése es el argumento. Y luchó hasta la muerte. Ésa es la historia. Y su nombre sigue siendo alabado, dos mil quinientos años más tarde, como el héroe que se sacrificó, con sus trescientos compatriotas, para darle una oportunidad a las poleis griegas de hacer frente común contra Jerjes. Leónidas, los Trescientos, Jerjes, son personajes que por la significación del argumento y trama que protagonizaron y por las decisiones que tomaron han conquistado un lugar de privilegio en la cultura occidental.

Argumento, historia, personajes. Ésta es la lección de hoy. No exclusivamente la de hoy, porque eres tan imbécil, mi querido lector, que de vez en cuando tengo que recordarte el abecedario, y ya iba tocando. Que pasas demasiado tiempo buscando en TikTok vídeos del perrete motero y la cabra porrera.

Aunque tengas mil millones de presupuesto para gastarte (a ver si pillas la alegoría, que si es que no ya te digo que no deberías intentar escribir), inviértelos en historia y personajes.

Los anillos de poder tiene una historia de mierda que parece escrita por un niño de ocho años subnormal profundo y unos personajes odiosos y caricaturescos. Y eso no lo remedia ni todo el dinero del universo.
Hasta la cabra porrera tiene más carisma.

Y por eso Calls y Counterpart son mejores productos en todos los sentidos.

Argumento, trama, personajes. Deja a un lado los accesorios y trabaja sobre esa santísima trinidad si quieres minimizar las probabilidades, ya abrumadoramente en tu contra, de que tu maravilloso libro acabe siendo una completa mierda.