viernes, 21 de abril de 2023

Evita la siguientes combinaciones

 Llevaba tiempo queriendo escribir esta entrada, pero cada vez que me ponía a ello me encontraba con el mismo problema.

La inspiración y la duda me llegaron a la vez reflexionando acerca de un concepto tan ampliamente usado como nebulosamente definido. Porque, a fin y al cabo, ¿qué factores ha de reunir una película para que se la pueda considerar «maldita», espantajerías sobre fenómenos paranormales aparte?


¿Sería maldita La reina de África? ¿Por qué? Aparte del hecho de que casi todo el equipo de rodaje pilló malaria (salvo John Huston y Humprey Bogart, que el único líquido que se llevaron a los labios antes, durante y después de la producción fue whisky), no llego a comprender cómo podría (o mis conocimientos sobre esta cinta no me proporcionan una excusa para) aplicársele la etiqueta.

¿Sería maldita Corazonada, de Coppola? Coppola te diría que sí, pues aparte de un sonoro fracaso de taquilla, esta película le arruinó, pero sus problemas financieros no le impidieron rodar, en los años siguientes, títulos ya clásicos como Cotton Club, Peggy Sue se casó, Tucker, un hombre y su sueño y Drácula de Bram Stoker (así como cintas meramente alimenticias, como Legítima defensa, basada en una novela de John Grisham, y Supernova, o sacrilegios como El padrino: Parte III, pero eso es otra historia).
(¡Sí! ¡Has leído bien! Esa película directa a VHS de 2000 con el James Spader delgado y una Angela Bassett pre-Wokanda forever fue co-dirigida por Jack Sholder, Walter Hill y Francis Ford Coppola, tan humillado por tener que aceptar este encargo que suplicó a la Metro-Goldwyn-Mayer que no usasen su nombre en los títulos de crédito de esta carísima Serie B que costó casi cien millones y recaudó menos de quince en todo el mundo. También Walter Hill, encabronado con todos los recortes que se hicieron a su metraje, pidió ser acreditado bajo pseudónimo).

Nadie murió, afortunadamente, durante el rodaje de La patrulla perdida, película de John Ford de 1934 rodada en Buttecup Valley, Arizona, en unas condiciones de sequedad y temperatura tan extremas que Ford limitó la agenda de trabajo a las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, las más frescas del día. A RKO esto le parecía una mariconada que incrementaba innecesariamente el calendario de filmación, y por consiguiente el presupuesto, así que el productor Cliff Reid (ningún parentesco documentado con nuestra amada Riley) empezó a presionar al genio alcohólico de Maine para que alargase las horas de trabajo, algo a lo que Ford no estaba dispuesto. Para demostrarle que no había ningún peligro, Reid salió a dar un paseo por el desierto a mediodía, con el mercurio casi a 50 grados centígrados. Por suerte lo encontraron a tiempo, inconsciente y con el color de una gamba muy cocida pero a tiempo. Sólo tuvo que pasarse un par de días en el hospital y seguro que Ford se echó mas de unas risas contando la anécdota a sus amigotes de borrachera.

En algún punto había que trazar la línea que separa una película maldita de otra que no lo es, o la presente entrada no tendría coherencia alguna. Finalmente decidí ponerlo en los daños corporales y, especialmente, en la muerte. Daños corporales accidentales. De acuerdo a este criterio, aunque seguro que con toda la coca que Scorsese se metió en el cuerpo durante el rodaje de New York, New York se podría haber matado a dos docenas de alumnos de primaria, dado que de alguna manera el director de Malas calles y Taxi Driver vivió el tiempo suficiente para rodar Toro Salvaje e Infiltrados y, achaques de la edad aparte, sigue vivito y coleando y haciendo cine, no podemos contar la cinta protagonizada por Liza Minnelli y Robert de Niro en la lista de «malditas», pero sí encajaría en esa categoría El arca de Noé de 1928, donde, en la escena de la inundación, murieron ahogados como mínimo tres extras, otro perdió una pierna y hubo récord de huesos rotos y casos de neumonía en una producción cinematográfica. En fin, culpemos a la laxa legislación sobre riesgos laborales de la época y a las aparentemente impredecibles consecuencias soltar más de dos millones de litros de agua helada sobre inocentes NPCs.
(Una leyenda que he sido incapaz de verificar sitúa a un joven y todavía desconocido John Wayne entre los extras que casi quedaron moñecos durante la escena de la inundación de El arca de Noé. De ser cierta, Michael Curtiz y Darryl F. Zanuck pasarían a la historia como los responsables de casi acabar con la carrera de El Duque antes incluso de que empezase).
¿Ves tú a John Wayne por aquí?

En fin, amado lector, para tu pasmo, recreo y educación, en Paratroopersdon'tdie hemos seleccionado cinco películas que, a nuestro parecer, merecen ser consideradas «malditas» por haberse convertido en arquetipos de fatalidad, negligencia o estupidez. Si te parecen pocas, te curras tu propia lista y nos comes los cojones. Ahí van:

1. En los límites de la realidad
[Y nos referimos a la película, que no conviene confundir con la serie homónima de los años 60), de 1983 son en realidad cuatro episodios de terror y ciencia-ficción dirigidos por George Miller (sí, ese George Miller), John Landis (el de Desmadre a la americana, The Blues Brothers, El príncipe de Zamunda y el videoclip de Thriller de Michael Jackson), Steven Spielberg (sí, ese Steven Spielberg) y Joe Dante (el de Aullidos, Gremlins y El chip prodidigioso)].

En el capítulo Time Out de En los límites de la realidad, el personaje de Bill Connor, interpretado por Vic Morrow, un rabioso racista (el personaje, no el actor, que sepamos) furioso porque han promocionado en su trabajo a un colega judío, es transportado, por algún fenómeno mágico, primero a la Alemania nazi, luego a la Alabama rural de los años 50, a continuación al Vietnam en guerra y finalmente a un vagón de ganado rumbo a un campo de extermino nazi. En cada uno de esos escenarios es percibido por las personas con la que interactúa (un par de oficiales de la SS, un grupo de Klansmen, un pelotón de soldados americanos y otra vez unos oficiales nazis) como un judío, un negro, un campesino vietnamita y de nuevo un judío, sufriendo en sus carnes el odio y represión correspondientes.

Pues bien, Vic Morrow no llegó a ver el estreno de En los límites de la realidad. Él y dos niños actores de siete y seis años, Myca Dinh Le y Renee Shin-Yi Chen, contratados en negro para subvertir la legislación californiana sobre el trabajo infantil en horario nocturno, murieron el 23 de julio de 1982 en un accidente de helicóptero en el rancho Indian Dunes durante el rodaje de este segmento de la película. El personaje de Morrow debía cargar con los dos niños a través de una aldea vietnamita arrasada, huyendo de un helicóptero americano que los perseguía. Era una de esas «tomas del millón de dólares» en las que todo tiene que salir bien a la primera, porque de lo contrario no queda dinero para repetirla (se habían gastado una pasta en construir el decorado que iban a arrasar completamente). Pero, claro, no todo salió bien o no estaríamos hablando de ello en una entrada dedicada a películas malditas: un artefacto pirotécnico detonado a destiempo que debía simular el impacto de una granada de mortero arrancó el estabilizador de cola del helicóptero, haciendo que el piloto perdiese el control del aparato y cayese encima de Renee, a la que aplastó bajo un patín, mientras que Morrow y Myca murieron decapitados por las aspas de la aeronave.
El lugar del accidente.

Esta tragedia no sólo desencadenó una investigación del Panel Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB por sus siglas en el idioma materno de Sasha Grey) y la implementación de nueva doctrina legal por parte de la Administración Federal de Aviación (FAA), sino a un proceso civil y penal contra los responsables de la película, a los que se acusaba de negligencia criminal, que duró casi una década y, además, acabó para siempre con la amistad entre Landis y Spielberg, co-productor de la cinta.

John Landis y Dorcey Wingo, el piloto del helicóptero, fueron finalmente absueltos. Si algo positivo se puede sacar de esta catástrofe fue la implementación de nuevos protocolos de seguridad para la industria cinematográfica. Que no parece gran cosa si ignoramos que, por ejemplo, en The Woman God Forgot, película de Cecil B. DeMille de 1917, había un señor con un cubo de Betadine esperando al pie de la «pirámide azteca» desde lo alto de la cual arrojaron a una docena de extras. Para darle a la pirámide el aspecto de piedra, cubrieron la estructura de madera y papel maché con pegamento y la rociaron con arena, convirtiéndola, de facto, en una gigantesca lija. Imagínate, querido lector, cómo llegaron abajo esos pobres extras.

2. El cuervo

En The Captive, durante una escena en la que un grupo de soldados revientan una puerta cerrada a tiros, el director, Cecil B. DeMille (sí, otra vez él), les ordenó usar munición real para que el plano luciese más realista. Cuando llegó el momento de repetir la escena usando sólo munición de fogueo, uno de los extras se dejó accidentalmente una bala en la recámara, alcanzando en la cabeza a Charles Chandler, otro extra, que murió en el acto. Y aunque parezca mentira me pongo colorada cuando me miras y desde 1915, año en el que esta lección básica de seguridad fue aprendida tan dolorosamente, directores y actores han seguido cagándola con todo el equipo al manejar armas de fuego durante los rodajes. Alec Baldwin ha estado muy cerca de sentarse ante un juez para explicar cómo coño acabó herido el director Joel Souza y muerta la ayudante de producción Halyna Hutchins por un disparo accidental de revólver durante el rodaje de Rust, película de la que algunos empezamos a preguntarnos si se estrenará jamás.

Que nunca se debe llevar munición real a un plató de cine, BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA, es una obviedad que no parece necesario ni siquiera formular en voz alta. Pero dada la cantidad de gente que ha resultado herida o muerta por un negligente, irresponsable o criminal uso de armas de fuego en un rodaje, es una triste evidencia que ésta es la lección de seguridad laboral más costosa y también la más fácil de olvidar.

Y el pobre de Brandon Lee podría explicarnos por qué, si todavía estuviese vivo.

El único hijo varón del legendario Bruce Lee murió durante el rodaje de El cuervo, la única película medio decente de Alex Proyas, basada en el cómic homónimo de James O'Barr, cuando el actor Michael Massee le disparó con lo que debería haber sido munición de fogueo. La investigación policial y judicial del incidente determinó que el revolver empleado por Massee había sido cargado con munición real para fotografiar unos primeros planos del arma amunicionada y luego con cartuchos de salvas para la escena del tiroteo, momento en el que el proyectil de uno de los cartuchos empleados en los primeros planos se habría desprendido de la vaina sin que el maestro de armas (el responsable de las escenas de tiros en un rodaje) lo detectase. La pequeña carga de pólvora del cartucho de fogueo fue suficiente para propulsar el proyectil fuera del revólver con la velocidad necesaria para causarle al pobre Brandon Lee una herida mortal.

Para ahorrarse cuatro duros en la producción, la productora se cargó a su estrella protagonista. Los cartuchos de fogueo son fáciles de ocultar en un arma semiautomática, pero destacan mucho en un revólver. El maestro de armas podría haber empleado cartuchos falsos para esos planos cerrados, o sea simples piezas de plástico moldeadas y coloreadas para que parezcan balas, o un revólver específico para cine, construido en material ligero que no soporta la presión de munición real, con el cañón obturado para impedir que dispare nada y subcalibrado de manera que nunca, bajo ninguna circunstancia, se pudiese alimentar con cartuchos de los buenos, de los que matan. Pero con un presupuesto de poco más de veinte millones de dólares y los plazos de rodaje comiéndoles el culo, alguien decidió tomar atajos, emplear armas reales y munición real o, al menos, balas auténticas en casquillos vacíos para los primeros planos. Y un hombre joven y una de las más firmes promesas del cine de acción del momento lo pagó con su vida.
(Michael Massee, uno de esos eternos secundarios a los que estás harto de ver pero a los que a priori no pones cara, murió en 2016 sin haber podido ver la película que le costó la vida a su compañero de rodaje. Arrastró toda su vida los remordimientos de conciencia por el accidente, se pasó un año entero tras la muerte de Brandon Lee sin aceptar papeles y llegó a considerar muy seriamente dejar el cine para siempre).
Michael Massee.

Una impredecible consecuencia de la trágica producción de El cuervo es que el pobre Brandon gozó de mayor popularidad una vez muerto que en vida, gracias en buena medida a las teorías conspiranoicas difundidas por los gilipollas de gorro de papel Albal que existen y han existido desde antes incluso de que se inventase el papel de aluminio. No sólo se convirtió en el primer zombi digital del que tengo conocimiento cuando los productores emplearon a un doble, trucos de cámara e insertos del verdadero rostro del actor fallecido sacados de tomas previas o planos descartados y empastados con la entonces todavía tecnología de edición de imagen generada por ordenador, sino que los gilipuertas arriba citados comenzaron a hacer correr la especie de la ficticia e inexistente «maldición de la familia Lee» que también habría costado la vida a su padre.

A ver si os enteráis, comemierdas: Bruce Lee murió el 20 de julio de 1973 a causa de un edema cerebral causado por la reacción adversa a un analgésico llamado Equagesic. Lee llevaba como mínimo desde mayo de ese año quejándose de jaquecas. Ya había sido ingresado en el hospital el 10 de mayo de ese año, y diagnosticado con edema cerebral, tras desplomarse y sufrir convulsiones durante una sesión de grabación de diálogos para Operación Dragón. Recientemente, un artículo de investigación publicado en el Clinical Kindey Journal sugiere que el edema cerebral de Bruce Lee, una vez descartados otros factores, pudo ser el resultado de una hiponatremia fatal, una insuficiencia de sodio en la sangre causada, entre otros factores, por exceso de ingesta de agua (potomanía), por la cual Lee era conocido entre sus allegados, agravada por el uso de esteroides anabólicos y diuréticos, su sobrehumano programa de ejercicio y una disfunción renal detectada durante su primer ingreso hospitalario en mayo.

Pero en uno de esos casos de superposición entre realidad y ficción, Bruce Lee murió durante el rodaje de Juego con la muerte, una película en la que interpretaba a un actor de películas de acción embarcado en una venganza contra los mafiosos que intentaron asesinarlo, durante un rodaje, cargando con munición real un arma de fogueo.

Como lo oyes.

En Juego con la muerte, el personaje de Bruce Lee sobrevive a un atentado contra su vida pero finge su propia muerte para vengarse de sus asesinos y rescatar a su novia, secuestrada por ellos y retenida en el último piso de un restaurante defendido por diversos luchadores. El argumento de la cinta póstuma del fundador del Jeet Kune Do, que a su muerte tuvo que ser completada con dobles y tomas de otras películas de Lee, así como, en un ejercicio de necrofilia intolerable, planos del funeral real del actor (aún no estaba disponible la tecnología que emplearon los productores de El cuervo), reescribía la primera versión de la película, de la cual se habían rodado más de cien minutos de metraje en 1972 aunque las bobinas originales se perdieron en los archivos de la productora Golden Harvest (a día de hoy sólo han sido localizados y publicados unos treinta minutos y algunos planos descartados). Y si no hemos incluido la cinta póstuma e inconclusa de Lee entre las películas malditas es porque no podemos atribuir directamente a su producción la temprana y lamentable muerte del actor.

Como tampoco entra en esta categoría Proyecto Brainstorm. Y ya nos joroba, porque esta cinta, uno de nuestros clásicos favoritos, fue vil e injustamente vapuleada en su día y no despertó sino rechazo e indiferencia entre el público por razones absolutamente ajenas a su argumento, reparto o realización. La muerte en circunstancias sospechosas de Natalie Wood, cuando la producción de la cinta de Douglas Trumbull ya casi había terminado, arrojó tal sombra de sospecha sobre esta pequeña joya de la ciencia-ficción que fue rechazada visceralmente por crítica y público antes incluso de su estreno. Y tampoco redundó en favor del largometraje que Douglas Trumbull le hiciera imposible a MGM, por aquel entonces casi en bancarrota técnica, intentar la del almendruco tras la muerte de Wood. Como la parte de la difunta ya estaba prácticamente terminada, el director se emperró en acabar el rodaje y estrenar la cinta, privando a la Metro de la oportunidad de contabilizar la inversión en Brainstorm como una pérdida y embolsarse la pasta del seguro para minimizar sus penurias financieras. Y por eso la Metro-Goldwyn-Mayer no hizo prácticamente ningún esfuerzo por promocionar Proyecto Brainstorm y probablemente también por eso Trumbull no volvió a hacer cine hasta 2011.

3. El mago de Oz

El mago de Oz de 1939 quizá no sea el rodaje más desastroso de la historia, pero no puede estar muy lejos de ese infame honor.

Te explico, amado lector con olor a vainilla y sabor a Riley Reid, mis razones para tan radical afirmación. Durante la filmación de El mago de Oz:

La protagonista, Judy Garland, se desmayaba una y otra durante el rodaje. El estudio, descontento con su aspecto físico, que, a juicio de los psicópatas con traje de tres piezas que ponían la pasta, no se correspondía con la edad de su personaje (12 años), no sólo la obligaron a usar un ceñidísimo corsé que ocultaba el ya obvio desarrollo de su cuerpo adolescente, sino que la sometieron a una dieta brutal que consistía, básicamente, en matarla de hambre. Además, el monstruo de su madre llevaba años atiborrándola de anfetas para que pudiese aguantar más tiempo en el plató y barbitúricos para ayudarla a dormir al final del día.
(Garland, descrita por su antiguo agente Stevie Phillips, como una «demente, exigente y sumamente talentosa drogadicta» falleció de sobredosis de Seconal el 22 de junio de 1969 después de una vida entera de inseguridad, bulimia nerviosa e ingesta de barbitúricos).
Otro juguete roto de Hollywood.

El maquillaje que le aplicaron a Ray Bolger, el actor que encarna al Espantapájaros, le dejó marcas en la cara que se acabaría llevando a la tumba. Además le tapaba los poros y no podía sudar, lo cual no es precisamente bueno para regular la temperatura corporal.

Buddy Ebsen, el primer actor contratado para interpretar al Hombre de Hojalata no sólo tuvo que abandonar el rodaje, sino que arrastró el resto de su vida una bronquitis crónica ocasionada por el polvo de aluminio con el que le cubrieron el cuerpo para simular metal. Su sustituto, Jack Haley, salió mejor librado pero sólo por poco: la pasta de aluminio con la que los maquilladores reemplazaron al metal en polvo le provocó una infección ocular que lo mantuvo dos semanas de baja médica. Sin olvidar que su disfraz no estaba diseñado para que el actor pudiese sentarse. Más de una vez, durante las sádicas e interminables jornadas de hasta 12 horas de rodaje, el director ponía en su marca a Haley, gritaba «¡acción!» y no pasaba nada porque el pobre hombre se había quedado dormido. De pie.

El disfraz de Bert Lahr, el responsable de dar vida al León Cobarde, era una auténtica SAUNA. Confeccionado en auténtica piel de león (la ecología era entonces un concepto desconocido), el pobre hombre alcanzaba tales temperaturas bajo el calor de los focos del set que nos podría haber servido sus propios huevos hervidos. Además no podía comer ni beber porque se escoñaba el maquillaje. Le daban sólo agua y tal vez batidos. Con una pajita.

Pero si vamos a otorgar medallas al sufrimiento del reparto de este musical ya clásico, la actriz Margaret Hamilton, que interpreta a la Malvada Bruja del Oeste, se lleva todos los oros. No sólo la repugnante pintura verde que le extendieron por toda la cara y manos estaba fabricada con sustancias altamente tóxicas, y encima era difícil de cojones de limpiar (Hamilton seguía verde meses después de haber finalizado el rodaje). Además, rodando la escena en la que «desaparece» en una llamarada y un fogonazo de humo rojo sufrió quemaduras de segundo grado en la cara y las manos que requirieron hospitalización. Para evitar infecciones, en el hospital tuvieron que quitarle toda la pintura verde, proceso que todas las biografías y documentales sobre este largometraje describen como «doloroso». Hamilton regresó al rodaje, pero además de demandar a la MGM se negó a volver a acercarse a nada inflamable o explosivo, por lo que el estudio contrató a una doble, Betty Danko, para grabar la escena en la que la
Malvada Bruja del Oeste vuela en su escoba dejando una estela de humo negro.
«¿"Normativa de riesgos laborales"? ¿Qué eres? ¿Comunista?»

¿Adivinas lo que pasó, querido lector? Exacto. El artefacto fumígeno estalló, causándole quemaduras diversas a la pobre señora Danko.

Lo realmente increíble de El mago de Oz es que no muriese nadie. Porque intentar, lo que se dice intentar, no dejaron de intentarlo. Por ejemplo, en la escena de la nieve, dado que las ópticas y emulsiones de relativamente baja definición de la época eran una mierda y no podían captar en la cinta la nieve auténtica ni nada que se le pareciese, los de efectos especiales buscaron otra sustancia con mayor luminosidad en cámara. En Cantando bajo la lluvia, dado que el agua no se veía en la película, resolvieron un problema parecido al teñir el agua con pintura blanca (según otras fuentes, usaron leche).

El material escogido por la producción de El mago de Oz para simular la nieve fue amianto.

¡AMIANTO!

¡DURANTE EL RODAJE DE EL MAGO DE OZ, LOS PRODUCTORES HICIERON LLOVER CÁNCER EN EL PLATÓ!


4. Y, hablando de cáncer...

Si hay una cinta que encarne el concepto de «película maldita» mejor que El conquistador de Mongolia de 1956, no sé cuál es. El director decidió filmar los exteriores en el desierto de Utah, a doscientos kilómetros a sotavento de la zona de pruebas de Nevada en la que el ejército experimentaba con sus prototipos de armas nucleares. Cada vez que el tío Sam hacía explotar uno de sus pepinos, el viento llevaba toda la mierda radiactiva directamente hasta el set de rodaje de El conquistador de Mongolia.

Actores y radiación. ¿Qué podría salir mal?

Pues que al menos 150 de las 220 personas implicadas en el rodaje desarrollaron cáncer en los años siguiente. Entre ellos el protagonista, John Wayne, que acabaría sucumbiendo a la enfermedad en 1979; sus hijos Michael y Patrick, que visitaban a su padre durante el rodaje; las actrices Susan Hayward y Agnes Moorehead, el mismo director, Dick Powell y el actor mexicano Pedro Armendáriz, que se suicidó en 1963 cuando su cáncer renal alcanzó la fase terminal.

Irse a rodar a sitios poco acogedores tiene el inconveniente de que añades al caos inherente a toda producción cinematográfica los imponderables de la naturaleza (o, en el caso de El conquistador de Mongolia, la carrera de armamentos). Que se lo pregunten a los extras de Los diez mandamientos, y no me refiero a la pobre chica a la que le prendieron fuego el vestido con una antorcha y casi muere churruscada, sino a los extras que sufrieron mordeduras de cobras y picaduras de escorpiones sacados de sus madrigueras, con un cabreo de mil pares, por una tormenta simulada mediante grandes ventiladores. O a David Niven, que, aparte de casi morir ahogado mientras trabajaba en Los cañones de Navarone, durante ese rodaje también se hizo una herida en el labio que se infectó inmediatamente y le produjo una sepsis que casi acaba con su vida.

Proveer un entorno laboral sano no ha sido una prioridad para los cineastas hasta hace relativamente poco.

Y algunos de ellos han acabado pagando con la vida su inconsciencia.

5. Stalker

La última película rusa de Andrei Tarkovski, muy libremente inspirada en la novela Pícnic extraterrestre, de Boris y Arkadi Strugatski, pretendía comprar su redención tras el fracaso de crítica y público de su anterior trabajo, El espejo, una obra tan personal y subjetiva que es casi incomprensible y que estuvo a punto de no estrenarse, simplemente porque es tan marciana que los censores comunistas no descartaban que contuviese información contrarrevolucionaria disimulada.
(Digamos que si viste Solaris, la respuesta soviética a 2001: una odisea del espacio de Kubrick, y no entendiste un carallo, te puedes poner después El espejo y ya verás como, de repente, Solaris tiene perfecto sentido. El espejo hace que Solaris parezca un capítulo flojillo de Fraggle Rock).

El rodaje ya empezó mal. Los laboratorios rusos no tenían ni idea de cómo procesar la película Kodak 5247 (la misma emulsión con la que se rodaron Blade Runner y Alien, por poner sólo dos ejemplos conocidos) que el director de fotografía Georgi Rerberg se empeñó en utilizar y se cargaron tres meses de rodaje de una sentada. Tarkovski se pilló el rebote del siglo, despidió a Rerberg y contrató a un nuevo director de fotografía, Leonid Kalashnikov, pero tampoco quedó satisfecho con su trabajo y decidió tirar todo el material a la basura y empezar de cero.

Así que sí, Stalker se rodó no una ni dos, sino tres veces.

Y las tres veces se filmó en Estonia, cerca de una fábrica de papel que permitió a Tarkovski aprovechar para su ambientación distópica, alienígena y alucinatoria las neblinas polucionadas, la lluvia tóxica y los venenosos riachuelos irisados que la factoría generaba en sus inmediaciones.

A ver si adivinas, amado lector, qué pasó después de que el reparto y personal técnico de Stalker se pasase meses respirando toda esa mierda, chapoteando en aguas emulsionadas con vete a saber qué cojones de productos de desecho y tumbándose en parches de tierra hipercontaminada. Anatoli Solonitsin, el actor que interpreta al Escritor, murió de cáncer tres años más tarde. Andrei Tarkovski falleció de la misma enfermedad en 1986 y su esposa en 1988. Además, el director de fotografía de la primera versión del largometraje, Rerberg, tuvo serios problemas mentales tras su ruptura personal y profesional con el director de La infancia de Iván. Cuentan que guardó durante años el material original del primer rodaje de Stalker, pero que cuando comenzó a sospechar que estaba perdiendo la razón le confió las bobinas a una montadora amiga suya. ¿Entonces es posible que algún día aparezca esa iteración temprana de Stalker? No. De hacer caso a la misma leyenda, la película fue accidentalmente destruida durante un incendio.

Hemos escogido terminar nuestra relación de películas malditas con uno de nuestros títulos preferidos, por raro y poético, y como homenaje a ese genio del cine, maltratado por el Comité Cinematográfico Soviético y al que las autoridades de su propio país ni siquiera permitieron despedirse de sus hijos cuando ya era evidente que no le quedaban más que semanas de vida.
No sé qué fumaba Andrei durante el rodaje de El espejo, pero era bien fuerte.

Y date cuenta de que para no eternizar la entrada nos hemos limitado a un pequeño número de casos paradigmáticos y bien documentados, dejando fuera otros muchos que podrían haber entrado en esta misma categoría, pero de los que no hemos podido encontrar suficiente información.

Por ejemplo:

Nos hemos dejado fuera El gran rugido, película de Noel Marshall de 1981, protagonizada por el propio Marshall, Tippi Hedren y Melanie Griffith y rodada, a lo largo de 10 años de pesadilla, con leones salvajes de verdad y que es conocida por el lema «ningún animal resultó herido durante el rodaje de esta película, pero sí setenta actores y personal de la producción». Afortunadamente, nadie murió, que es más de lo que puede decir el pobre Gordon Standing, hecho fosfatina por un león el 21 de mayo de 1927 durante el rodaje de El rey de la jungla, un serial de más de tres horas del cual no se conserva ninguna copia o el técnico de sonido destrozado en 1972 por un lindo gatito de trescientos kilos durante el rodaje de sudafricana La última caza.
(Dicen que El gran rugido es la película de gente escapando de leones más realista jamás rodada porque los actores que aparecen en pantalla están REALMENTE huyendo para salvar sus vidas. Hay gente que participó en el rodaje que sigue yendo a terapia hoy en día).

Tampoco hemos tenido en cuenta El maquinista de la general, donde, para economizar, se emplearon armas antiguas reales, algunas de las cuales explotaron durante el rodaje, hiriendo a quienes las utilizaban. Buster Keaton y otros actores fueron noqueados por la onda expansiva de una explosión. El director asistente Harry Barnes recibió a bocajarro un disparo (sin bala, pero eso no hizo que la experiencia fuese menos desagradable). El ayudante Fred A. Lowry supo lo que se siente cuando te pasa por encima del pie una vagoneta ferroviaria... En fin, hubo tal cantidad de accidentes durante el rodaje que incluso antes de terminar la producción se empezaron a apilar las demandas civiles.

Nadie sabe bien qué carajo pasó durante los reshoots de The Viking, película canadiense de 1931 filmada en Terranova y la península de El labrador. Aunque el rodaje técnicamente había finalizado ya, el director y productor Varick Frissell no estaba del todo satisfecho con los insertos (planos de relleno) de que disponía, así que metió a parte de sus ayudantes en un barco de cazadores de focas y volvió al Labrador cargado con cámaras, película y explosivos por si acababan rodeados por el hielo.

Los detalles son poco conocidos y probablemente nadie sepa nunca qué mierda salió mal, pero la carga de explosivos acabó estallando y mató a veintisiete personas, el perfeccionista Frissell entre ellos.

La Cannon, productora hoy en día desaparecida (si quieres conocer un poco mejor la historia de esta compañía te recomendamos el divertidísimo documental Electric Boogaloo: la loca historia de Cannon Films), tenía una relación realmente complicada con los helicópteros. Y nos referimos a una relación estilo Vic Morrow. Durante el rodaje de Braddock: Desaparecido en combate III, de Chuck Norris, un helicóptero de la Fuerza Aérea Filipina empleado en una secuencia se estrelló, matando al piloto, a los cuatro soldados filipinos que estaban actuando como extras en la toma e hiriendo a otras cinco personas. Curiosamente, esta tragedia tuvo lugar sólo horas después de que John Landis et al. fuesen declarados inocentes por las muertes de Morrow,
Le y Chen. Lo cual no salvó a las cinco personas que se estrellaron en helicóptero contra una montaña de Filipinas durante el rodaje de Delta Force II, otra de la Cannon y Chuck Norris, que tal vez debería mantenerse alejado de los helicópteros y de los filipinos. Finalmente, en El tren del infierno, sí, aquella peli un poco rara de 1985 con Jon voight, Eric Roberts y una grasienta y teñida Rebecca De Mornay (que venía de desvirgar a Tom Cruise en Risky Business) sobre un tren sin control lanzado a toda hostia por un paisaje nevado; ya bajo la marca empresarial de Golan-Globus Productions, la Cannon vio morir a otro piloto de helicóptero que se estrelló en pleno vuelo contra una línea de alta tensión.

Tampoco hemos mencionado el episodio de Star Trek, la serie original, en la que Leonard Nimoy y William Shatner estuvieron a punto de acabar convertido en gelatina por una explosión chapucera. Y es que lo de las estrellas de cine y los explosivos es para hacérselo mirar. Desde 1920, Harold Lloyd tuvo que usar una prótesis en su mano derecha después de perder el índice y el pulgar al estallarle, durante el rodaje de Haunted Spooks, una bomba de atrezo que resultó no ser tan de pega. En The Eleventh Hour, Dick Kerwood casi se convierte en ceniza de puro cuando los explosivos a bordo del biplano desde el cual debía saltar en paracaídas explotaron cuando él seguía a bordo. Los que vieron la detonación desde tierra se pasaron el resto de sus vidas preguntándose cómo coño sobrevivió a la explosión y terminó la escena.

Y la lista de ejemplos de esta tóxica relación entre el cine y la pirotecnia sigue y sigue. Durante el rodaje de Mein Leben für Irland, película nazi de propaganda anti-británica de 1941, varios extras murieron al pisar una mina antipersonas real (las malas lenguas dicen que el metraje de estas muertes fue incluido en el corte definitivo, pero nadie ha sido capaz de confirmarlo). El técnico de efectos especiales Cliff Wenger, Jr. murió en una explosión durante el rodaje de Rambo: Acorralado Segunda Parte (Stallone ya se rompió varias costillas y casi pierde un dedo durante la producción de Acorralado). Durante el rodaje de la serie de televisión de El Cuervo (también conocida como The Crow: Stairway to Heaven o como La serie de televisión protagonizada por Marc Dacascos que no ha visto ni la madre de Marc Dacascos), una explosión presuntamente controlada lanzó escombros que alcanzaron al especialista Mark Akerstream en la cabeza, matándolo. Otro técnico de efectos especiales murió al explotar un misil presuntamente inofensivo de La guerra de Charlie Wilson. Sienna Miller se quemó las tetas, literalmente, cuando su traje empezó a arder después de un fallo con la pirotecnia de G.I. Joe. El especialista David Holmes se partió la raspa tras ser derribado por una explosión mientras trabajaba en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte...

Y si crees que la mala relación de los rodajes con la dinamita es cosa del pasado, de un tiempo en el que no se implementaban protocolos de seguridad durante las producciones, déjame decirte que el especialista Kun Lieu murió y su compañero Nuo Sun sufrió heridas terribles como resultado de una explosión durante el rodaje  en Bulgaria de Los mercenarios 2, en 2012. Si tenemos en cuenta que durante el rodaje de la secuela casi ahogan al pobre Jason Statham, no podemos evitar la tentación de concluir que la seguridad del personal no ha sido nunca una prioridad en esta franquicia.

En fin, que no nos vamos a extender más sobre este tema, que ya tenemos la entrada resuelta.

¿Qué lección sacar de esta entrada del Paratroopers?

Si eres o aspiras a ser director de cine, debes evitar las siguientes combinaciones:
1. Gilipollas y armas de fuego.

2. Materiales combustibles y llamas o explosivos.

3. Chuck Norris y filipinos.

4. Cineastas novatos, presupuestos limitados y calendarios de entrega irrealizables.

5. Actores y Cecil B. DeMille.

6. Actores y agua.

7. Leones y cualquier otro ser vivo.

8. Cineastas visionarios y entornos ecológicos degradados.

9. Armas atómicas y todo lo anterior.

10. Helicópteros y directores de cine.

Es decir, evita estas combinaciones si alguna vez quieres dedicarte al cine, que, como la literatura, ya te prevenimos que es una de las formas más absurdas de morirse de hambre.

viernes, 7 de abril de 2023

♫ ¿De dónde venís a mí? Del país de Pitufín ♪

Sucedieron más cosas, y más importantes, en los primeros minutos de vida del universo que en los 13.800 millones de años siguientes.


Según la teoría científica mayoritariamente aceptada, y refrendada por las observaciones del fondo cósmico de microondas, de las supernovas tipo Ia y de los experimentos realizados en los colisionadores de partículas, hace 13.800 millones de años todo nuestro universo se limitaba a un punto infinitamente denso y caliente. No había tiempo, ni espacio como tales. No había luz. Nuestra comprensión de esta época es más que limitada. No tenemos sino conjeturas basadas en los resultados de nuestros experimentos y en las interpretaciones de nuestras observaciones del cosmos. El huevo cósmico, en palabras del astrofísico y sacerdote Georges Lemaître (que intentaba salvar la intervención divina en la creación del universo, en abierta contradicción con los descubrimientos científicos de su época), contenía los componentes de la materia, el espacio y el tiempo.

Por razones todavía desconocidas, en un tiempo inferior a un nanosegundo esa singularidad original se expandió de sopetón. ¿Cómo y por qué se produjo esa dilatación, confusamente llamada «Big Bang», que ni fue Big ni probablemente fue un Bang? No tenemos ni idea y nadie ha propuesto un experimento capaz de arrojar luz sobre este enigma, hasta el punto de que el modelo estándar de la física prácticamente ha renunciado a explicarlo o proclamado la estupidez de la pregunta desde el momento en que no se puede hablar de un «antes» del Big Bang, pues el mismo tiempo y el espacio no surgieron sino hasta los 10 elevado a menos 43 segundos tras el Big Bang, menos de la septillonésima parte de un segundo. En este período de tiempo, de 0 a 10e-43 segundos de la existencia del universo, llamado Época de Planck, las cuatro fuerzas fundamentales (gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil) eran un totum revolutum indisoluble, una especie de «superfuerza primaria», y la temperatura extrema de este caldo de cultivo cósmico impedía la existencia de las partículas fundamentales. Ni fotones había entonces. El universo recién nacido era increíblemente denso y más oscuro que los cojones de un grillo. Más negro que el pelo del potorro de Riley Reid pero no tan negro como el alma de un concejal de urbanismo.
Aquí no lo enseña pero, créeme, ¡negrísimo!

Sobre cómo coño se comportaban las leyes de la física en este momento lo ignoramos absolutamente todo. Hasta la Relatividad General se queda en pelotas como herramienta teórica cuando mide sus fuerzas con la Época de Planck, pues fracasa al intentar describir efectos cuánticos que tendrían lugar a esta escala y temperatura. Todos los modelos que tratan de explicar este momento temprano de la creación son puramente especulativos: el «Estado inicial Hartle-Hawking», el «panorama de teoría de cuerdas», el «Universo ecpirótico», etcétera. La Época de Planck concluyó 10e-43 segundos tras el Big Bang cuando la gravedad se separó de las otras fuerzas fundamentales.

Entre los 10e-43 y los 10e-36 segundos de vida del universo, tuvo lugar la llamada Gran unificación, en la que la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil y el electromagnetismo se comportaban como una sola, hasta que la gravedad, por su cuenta y riesgo, decidió emanciparse, que ya tenía la edad. El cosmos seguía expandiéndose y comenzaba a enfriarse. Aún tenía un tamaño decenas de miles de millones de veces menor que un átomo, era 4.000 millones de veces más denso que el agua y estaba a una «agradable» temperatura de 10e27 ó 10e28 grados Kelvin. En grados centígrados, un uno seguido de un hostión de ceros. Vamos, el universo era como Cádiz en agosto, pero ya lo suficientemente fresquito para que se rompiera la conservación del número de bariones y se produjese un exceso de materia sobre la antimateria. No sabemos muy bien qué carajo pasó en este momento ni por qué carajo pasó, pero la fuerza nuclear fuerte se fue a por tabaco y dejó en petite comite
a las otras dos fuerzas fundamentales, hibridadas en forma de Fuerza Electrodébil.

Entre 10e-36 y 10e-33, de acuerdo a la cosmología tradicional del Big Bang, tuvo lugar la Época Electrodébil, caracterizada por el dominio de la Fuerza homónima. Hay modelos que sitúan aquí la Época Inflacionaria o que superponen ambas fases, lo cual te dará una idea de lo escaso que es nuestro conocimiento de esta fase de desarrollo del universo. El cosmos seguía expandiéndose y enfriándose (del tamaño de una pelota de tenis ya habría alcanzado más o menos las dimensiones del sistema solar), pero aún era insoportablemente caliente y la fuerza nuclear débil y el electromagnetismo, c
on cara de no entender nada, seguían esperando a que volviesen la gravedad y la fuerza nuclear fuerte.
Concretamente esta cara.

En algún momento, no sabemos muy bien cuándo, un poco antes de 10e-32 segundos tras el Big Bang, el universo entró en la Época Inflacionaria o de Expansión Rápida del Espacio, durante la cual pegó un estirón salvaje y se recalentó. Sí, has leído bien, se recalentó. Una fracción de segundo antes se estaba enfriando y de repente empezó a calentarse otra vez. ¿Por qué pasó esto? No tenemos ni puñetera idea. Ciertos escenarios teóricos dicen que justo antes de este momento el universo estaba frío y vacío, 
con lo cual todos los párrafos precedentes estarían dolorosamente equivocados, y que el calor y energía asociados a los primeros estados del Big Bang se generó en este momento, cuando la energía potencial del campo inflatón se descompuso en forma de calor. Pero dado que nadie en su puta vida ha visto un inflatón, esa mágica partícula hipotética que sería responsable de la inflación cósmica, esta conjetura no es más que una fábula. Según el modelo Lambda-CDM que hemos más o menos seguido hasta ahora, el universo originario, que no tenía aún ni siquiera un segundo de vida, vio incrementado su volumen a la septuagésima octava potencia en menos tiempo que se tarda en teclear la primera ese de «septuagésima». Para ponerlo en contexto, es como si cogiésemos la mitad del espesor de una molécula de ADN y la estirásemos hasta los 10,6 años-luz en una sexillonésima de segundo. Ni tú te haces las pajas tan rápido.

¿Que por qué pasó esto? Una vez más, no tenemos ni idea. Hay varias teorías al respecto, ninguna de ellas refrendada hasta el momento. En este momento, el universo era un charco de radiación que ríase usted de Chernobil después de petar el reactor. También en este momento que aparecieron los quarks, anti-quarks y gluones (a unos «saludables» 1,66x10e12 grados Kelvin).

Entre 10e-22 y 10e-15 segundos tras el Big Bang (época que, para romper más aún los cojones a los pobres estudiantes de astrofísica, también se llama 
Época Electrodébil en ciertos modelos teóricos), el universo seguía, básicamente, siendo un sindiós muy denso y caliente. Creemos que todas las partículas existentes entonces carecían de masa, o sea que o el campo de Higgs no existía aún o era incapaz de trabajar en aquellas condiciones intolerables de calor y energía. De acuerdo con el modelo estándar de Física de Partículas, es en esta fase en que se produce la bariogénesis, creando un desequilibro entre materia y antimateria. Se llame como coño se llame esta fase, terminó a una temperatura de unos 10e15 K, 10e-12 segundos tras el Big Bang, con la ruptura de la simetría electrodébil, o sea el cese definitivo de la convivencia entre el electromagnetismo y la fuerza nuclear débil, argumentando diferencias irreconciliables, y ya las cuatro fuerzas fundamentales quedaron separadas y con sus valores establecidos e inmutables hasta el presente. Aquí sí empieza a operar el Mecanismo de Higgs, que confirió masa a las otras partículas, ralentizándolas y contribuyendo a reducir la temperatura del cosmos, y sentó los cimientos del universo actual.
Christopher Walken aún lo está celebrando.

A la Época de los Quarks (del 1x10e-12 al 1x10e-5 segundos después del Big Bang), en la que la temperatura del universo descendió hasta los 10.000.000.000 de grados (todavía demasiado elevada para que los quarks se uniesen y formaran hadrones) y el Universo había tomado la forma de una «sopa» o plasma de quarks, leptones y sus correspondientes antipartículas (que colisionaban entre sí con semejante energía que se fusionaban en mesones o bariones) siguió la Época de los Hadrones (entre 10e-5 segundos y 1 segundo tras el Big Bang), en la que el enfriamiento del plasma de quarks-gluones no sólo permitió que se formasen bariones (los protones y neutrones son bariones), sino que puso fin a la producción de los pares hadrón/anti-hadrón y la mayoría de los nuevos pares se aniquilaron mutuamente, convirtiéndose en fotones de alta energía. Según los modelos teóricos, sólo sobrevivió a esta fase un neutrón de cada seis protones. Que es más o menos como si hubiese una hecatombe en España y sólo sobreviviésemos los gallegos y los madrileños. También fue en esta época que los neutrinos se fueron de carallada por el espacio y, creemos, se formaron los agujeros negros primordiales, en el caso de que existan.

A partir del primer segundo de vida del universo, tras la aniquilación de la mayor parte de los hadrones tuvo lugar una masacre similar entre los leptones, que dieron nacimiento a pares de fotones. 10 segundos después del Big Bang, el cosmos estaba ya tan frío que ya no era factible la creación de pares leptón/anti-leptón. Lo que siguió fue un universo de luz, una Era Fotónica en la que la mayoría de la masa del universo eran fotones de alta energía interactuando con electrones y fotones, y que duró hasta 370 000 años más tarde.

Entre 2 y 20 minutos después del Big Bang comenzó la Nucleosíntesis de elementos ligeros. La temperatura y densidad del universo había descendido lo suficientes para permitir la fusión nuclear. La cuarta parte de los protones y todos los neutrones se fusionaron en forma de deuterio y una pequeña proporción de tritio, y la mayor parte del deuterio se fusionó en forma de helio-4. El universo seguía enfriándose, y se componía fundamentalmente de un 75% de deuterio, un 25% de helio-3 y helio-4 y cantidades homeopáticas de litio-7, los únicos elementos estables a aquella temperatura (aunque es muy posible que se generasen otros isótopos estables como litio-6, berilio-9, boro-11, carbono, nitrógeno y oxígeno en cantidades indetectables).

En este momento de la infancia del universo ya existían todos los ingredientes para la aparición de estrellas, galaxias y planetas, y ya se habían establecido las reglas de la danza que las esferas celestes bailarían en los próximos millones de años. Aún no se habían encendido los primeros luceros, pero la materia ya había ordenado sus piezas en el tablero y se disponía a darle jaque mate a la energía. Todo lo que sucede a partir del segundo, del tercer minuto de la creación, es comparativamente aburrido comparado con los increíbles acontecimientos precedentes. Sobrevino una Edad Oscura en la que el universo era una impenetrable neblina de polvo y gas que ninguna luz podía atravesar. Las primeras estrellas no se encendieron hasta unos 400 millones de años tras el Big Bang (aunque el telescopio James Webb acaba de darle un buen mordisco a la cronología), y a su muerte dejaron atrás estructuras nuevas y exóticas (enanas blancas, estrellas de neutrones...) y esparcieron elementos pesados por el cosmos. Pero desde que comenzó la inexorable formación de núcleos pesados hasta el momento actual, o sea en los últimos trece mil ochocientos millones de años, en el cosmos han pasado relativamente pocas cosas de relativamente poca importancia, salvo la aparición de las primeras formas de vida en la Tierra y que Sara Sampaio ganase el premio Pelo Pantene de Portugal.
¡Y qué pelazo tiene, la condenada!

Por circunstancias aún sin determinar, en virtud de fenómenos físicos misteriosos o poco comprendidos o debido a la acción de leyes físicas, tal vez a escala cuántica, que se nos ocultan o en las que no hemos profundizado, en los primeros minutos tras el Big Bang todas las piezas del cosmos cayeron en sus lugares correctos, todos los valores de todas las constantes alcanzaron una armonía mutua y las cantidades de materia y energía y las interacciones entre ambas permitieron que el universo recién nacido continuase con su expansión en una forma en la que aparecieron las primeras estrellas, las primeras galaxias y, con el tiempo, las primeras formas de vida, una de las cuales están escribiendo este soberano coñazo, por motivos que se explicarán en seguida, en una bitácora presuntamente dedicada a la escritura.

Mientras veía Avatar: The Way of Water he tenido la misma experiencia que estudiando los orígenes del universo: la sensación de que todo lo realmente interesante pasó en los primeros minutos de metraje (o peor aún, en la primera película), por razones que no comprendemos y en virtud de leyes que desconocemos, y que el resto de la película no es más que una broma de James Cameron, empeñado en demostrarse a sí mismo que es capaz de hacerme tragar tres horas de la nada más absoluta.
El póster se lo encargaron al becario que hacía los cafeses.

Tengo una relación complicada con la primera Avatar. Como experiencia cinematográfica, muy particularmente si la viste en su día (2009) en un cine medio decente, en una buena pantalla y en 3D, es irreprochable. Como película de ciencia-ficción, más que correcta. Por ese lado no hay queja. Es al descender a la escala narrativa cuando empiezo a verle el cartón. Yo mismo he dicho tantas veces que Avatar es Bailando con lobos con pitufos de tres metros que ya no hace ni pitufa gracia por mucho que siga siendo cierto. Como espectáculo, Avatar no tiene complejos y sus casi tres mil millones de pitufos de recaudación global la avalan en ese aspecto. Como película, el argumento es interesante, pero se traiciona a sí mismo a partir del segundo acto, y la trama debe tanto a la película de Kevin Costner de 1990 (y a títulos similares en los que un forastero acaba adoptando la cultura y valores de una pitufa ajena que lo acoge, aunque sea a regañadientes, películas como Un hombre llamado caballo, de 1970; El último samurái, de 2003; Jugando en los campos del señor u Outlander, por no pitufar de la más que obvia deuda del largometraje de Cameron con La selva esmeralda de John Boorman o, y esto casi duele, El nombre del mundo es bosque, de Úrsula K. Le Guin) que acaba por volverse casi insufriblemente predecible.

Pero funciona. O sea pitufa.

¿Y qué si empezamos viendo a Jake Sully (Sam Worthington) siendo reclutado como segunda mejor opción, tras la muerte de su hermano gemelo, para pitufar Pandora e interactuar con sus nativos y de repente Cameron nos intenta colar el argumento de Bailando con lobos con un gran despliegue de pitufos especiales? Llevamos siglos representando y reinterpretando a Homero y Shakespeare y siguen apasionándonos.

Es fácil ver todas las semillas argumentales de Avatar, detectar la evolución de todas las interacciones entre personajes (más que nada porque Cameron no hace ningún esfuerzo por disimularlas). Sabes que Jake se pitufará de Neytiri y que ella pasará de detestarlo a amarlo a su vez. Sabes que Jake Sully como «agente infiltrado» entre los Onomatopeyas, digo los Omaticayas, se convertirá en valedor suyo ante la malvada corporación explotadora y colonialista. Sabes que la doctora Augustine pasará de putear a Jake a convertirse en su mentora y figura maternal. Sabes que Tsu'tey acabará haciendo pitufa común con Jake contra los invasores humanos. Sabes que el coronel Quaritch es un hijo de puta nada más verlo. Sabes que Jake montará el Toruk y se convertirá en el William Wallace de los Na'vi. Sabes todo eso y no te importa, muy al contrario: prácticamente lo estás deseando. Ése es el pitufo que has establecido con el director y asumes tu parte del contrato.

Y pitufa.

Avatar tiene un mecanismo más sencillo que el de un pito. El instrumento musical, no el pitufo viril. Pero, eh, la historia es entretenida. Cada vez que James Cameron te la intenta jugar, sonríes con media boca y pitufas con la película porque has pitufado con los personajes, porque apenas notas que lo que estás viendo no pitufa, que todo ha sido generado por ordenador; la suspensión de la incredulidad apenas te supone pitufo y te tragas todos los MacGuffins (la minería del macguffinio, perdón, del inobtanio; la muerte del gemelo de Jake), todos los Red Herrings (el mensaje ecologista y anticolonialista, la misma idea de usar unos carísimos drones biológicos para tratar de convencer a unos nativos de que te dejen despitufar sus hogares, el personaje de Giovanni Ribisi, que es un malo de todo a cien, un verdadero lúser comparado con el coronel Guarritch, digo Quaritch), todos los Devs ex machina (Trudy ayuda a fugarse de la cárcel a Jake y a la doctora Augustine cuando la propia Trudy debería estar en el calabozo por negarse a obedecer órdenes durante el asalto al Árbol Madre; la intervención de Eywa cuando los protagonistas estaban pitufando la batalla), todos los Plot Armors (a pesar de lo torpe e imprudente que es Jake, y de todas las situaciones peligrosas en las que se ve envuelto, no consigue matarse en las casi tres horas de metraje, ni siquiera cuando una desbrozadora gigante pitufada casi le pasa por encima estando dormido y desconectado de su avatar ni cuando Quaritch, en vez de dar la alarma, le dispara durante la fuga, ni cuando respira durante no sé cuantos minutos, la atmósfera pitufosa de Pandora), todas las incongruencias argumentales (Neytiri le echa la bronca a Jake por matar a los perroides salvajes del pitufo exterior que intentan comérselo y luego los Na'vi participan en una cacería. Nadie, al parecer, en todo el clan Onomatopeya, digo Omaticaya, sospecha que Jake pueda ser un espía. Quaritch sale sin escafandra, en una atmósfera que se nos dijo que era venenosa para los humanos, y se pitufa a pegar tiros en el hangar. Que los Na'vi sepan que se puede trasladar una pitufa humana a un cuerpo de avatar, algo que no se ha hecho nunca, o si se ha hecho no nos lo dicen) todas decisiones caprichosas de un personaje dado (la propia Trudy más arriba; reclutar a un completo pitufo en cuestiones científicas como Jake en calidad de «piloto» del avatar que su hermano pasó años pitufándose para usar), las rupturas de las propias reglas de la ficción (el coronel, que ya hemos dicho que se caga en todos los pitufos de seguridad y las normas establecidas por el propio guion durante la evasión de Jake y los científicos) cuando no del sentido común y la más elemental lógica táctica (Quaritch desplegando infantería en una zona de sombra radar en vez de pitufarla a distancia con bombas y misiles) y todas las elipsis (a Cameron, aparentemente, no se le ocurría una escena épica para la doma del Toruk por parte de Jake y nos la hurtó del montaje incluso en la versión pitufada).
«Si es que en tres horas no daba tiempo, bato».

Avatar chirría por las costuras, pero te importa una mierda y te la sigues viendo. ¿Que caen cascadas de unos pedruscos gigantescos flotando en medio de la pitufa? ¿Y a mí qué? ¿Que los personajes son estereotipos con piernas? Me la trae al pitufo. ¿Que Neytiri se comporta como una ciclotímica de libro al pasar, en tan breve pitufo, del desprecio al amor por Jake, del amor al desengaño y de nuevo al amor a tiempo para la batalla final? Me la repitufa. ¿Que se nos dice que Eywa no toma nunca partido y luego la pitufa de Pandora acaba tomando partido? ¿Esto le sorprende a alguien? ¿Que la tecnología de los avatares es prácticamente pitufa negra, absolutamente inexplicable, y que soltar en un pitufo alienígena un cuerpo cultivado en laboratorio que vale mil millones de pitufos sin ponerle un GPS o algo es una soplapollez como la pitufa de un pino? ¡Que te pires ya, cansino!

Avatar está escrita con tanta desgana y amateurismo (sí, es una palabra) que no debería pitufar.

Pero pitufa.

Y después de todo el tiempo que Cameron nos ha hecho esperar por su secuela, me gustaría poder pitufar lo mismo de Avatar: The Way of Water.

Pero han pasado 13 años y me he quedado con la impresión de que la pitufa no ha merecido la pena, digan lo que digan las taquillas.

Avatar consigue conmoverme no una, sino muchas pitufas (cuando Jake vuelve a caminar a través de su cuerpo de avatar, cuando la doctora Augustine muere, cuando Neytiri salva a Jake del coronel Quaritch, le pone la pitufa de oxígeno y se miran, por primera vez el uno al otro cara a cara, con sus verdaderos ojos). De principio a fin, la película no me da pitufo. La vi en el cine por lo menos tres veces (una de ellas la versión extendida) y en DVD no sé ya cuántas, y todavía tiene que llegar el pitufo en que me canse de ella.

Avatar 2, por su parte, me ha parecido una película perfecta para echarte la siesta. Lo más sustancioso te lo cuentan en voice-over o lo pitufan fuera mediante elipsis y, hasta el clímax del tercer acto, durante el resto del pitufo no sucede prácticamente nada. Jake y Neytiri descubren un cuerpo avatar de repuesto de la doctora Augustine. Embarazado. Exacto, ¿qué? ¿Por qué no hemos sido pitufados de ello en Avatar? ¿Y por qué se le dedican apenas pitufos de metraje a esta revelación perturbadora pero absolutamente trascendental para la trama? En la misma base se ha abandonado a un niño, Spider, hijo del difunto coronel Quaritch y una hembra humana no identificada y que los humanos han dejado atrás porque los niños pequeños no pueden pitufarse en criosueño para el pitufo espacial (pero vamos a ver, cabrones, sabiendo que los críos no pueden hacer viajes espaciales, ¿quién ha sido el hijo de Satanás que ha decidido no suministrar antipitufivos a todos los humanos enviados a Pandora, para impedir precisamente que nazcan niños que, en caso de pitufación, deban ser abandonados allí?). Jake y Neytiri tienen hijos y adoptan a la hija póstuma de la doctora Augustine y básicamente también a Spider y les pitufan las tradiciones y costumbres de los Na'vi. Y todo eso en los primeros tres minutos. En el minuto cuatro y pico los críos ya han alcanzado las edades que tendrán a lo largo de toda la película, en el minutaje seis vuelven los colonizadores humanos y en el minuto nueve pitufamos que esta segunda expedición se ha traído consigo clones híbridos humano-Na'vi del coronel Quaritch y sus hombres más capullos, esmochados durante la pitufa final de la anterior película, y que les han transferido los recuerdos de los difuntos, mediante una tecnología de la que acabamos de enterarnos que la humanidad posee y que al parecer no estaba disponible en la primera película para transferir la consciencia del pitufo de Jack a su avatar, y que, como el enlace inalámbrico de cobertura ilimitada entre humano y avatar de la primera película, funciona por la fuerza y el poder del guion.
«¡Por el poder del guiooooooon!»

La película pitufa con dos, si incluimos lo de la resurrección de Quarritch tres, mystery boxes y acaba exactamente igual. No descubrimos nada nuevo sobre la desconocida hija secreta de la doctora Augustine. No se nos desvela la pitufidad de la madre de Spider. No hay ninguna evolución psicológica digna de pitufación en ninguno de los protagonistas (salvo quizá en el clon del coronel). ¿Que qué es una «mystery box»? El prepucio podrido de los escritores más lerdos, engreídos y cojonazos que ha pitufado madre. Un artefacto repulsivo puesto de moda por J.J. Abrams, que
, pitufando que así se las daba de intelectual vanguardista y transgresor, se pitufó toda una serie de televisión basada en este decadente y resbaladizo concepto y que, como no podía ser de otra manera, pitufó como el culo de un mandril con hemorroides y diarrea explosiva. Pero ¿qué pitufos de idea de mierda es ésa de que el mejor misterio es el que nunca es resuelto y por qué coño James Cameron la ha pitufado en The Way of Water? Imagínate que nunca supiésemos por qué el Terminator busca a Sarah Connor para matarla ni por qué Kyle la protege, o qué sucedió con los colonos de la colonia LV-426 en Aliens, o a qué se dedica Harry en Mentiras arriesgadas. Imagina que Rose y Jack no se conociesen de nada en Titanic, ni los espectadores supiésemos por qué coño el barco se está hundiendo y ni siquiera que se está yendo pitufando. ¿Tendrían algún sentido esas películas?

Avatar no es perfecta, pero Avatar 2 es casi una clase magistral de agujeros de guion.

Visualmente alucinante, sí, pero eso no pitufa nada. Insinuar que Avatar The Way of Water es buena porque el diseño de producción y los pitufos especiales son alucinantes es el equivalente a masticar el envoltorio porque sabe mejor que el chicle.

(Y, para ser brutalmente honesto, no he notado el salto generacional que esperaba de una película para la que James Cameron se ha pitufado más de una década desarrollando la tecnología que decía pitufar. Ah, ¿que toda el agua de la película, que se podría haber recreado usando agua, en realidad está generada por pitufador? O sea, Jimmy, a ver si nos pitufamos, ¿que te has gastado una burrada de panoja en efectos especiales para que el agua parezca agua?).
Buena inversión.

Agujero de guion: Jake, dando por sentado que permanecer entre los Onomatopeya, digo los Omaticaya, les pone en peligro, abandona a la tribu y huye de la selva y se lleva a su familia a tomar por pitufo a mano izquierda. Pero en ningún momento anuncia sus intenciones al clon de Quaritch, que además no tiene ningún motivo para creerle. Así pues, Quaritch pasa a pitufar a Jake y su familia entre los clanes del mar porque sabe algo que bajo ningún concepto puede saber: que los Sully se esconden allí. Nosotros lo sabemos porque estamos viendo la película. James Cameron lo sabe porque ha pitufado el guion. Pero Quaritch no tiene acceso a esa información. Por lo que él conoce, Jake podría seguir pitufado en las Montañas Aleluya, y Quaritch no convencerse de lo contrario ni siquiera después de interrogar, torturar y asesinar al último Onomatopeya, digo Omaticaya. Pero se lo va a buscar a las islas de Pandora porque desde el puesto avanzado humano captaron una señal fugaz de una nave sin identificar que iba rumbo a la costa, un eco que podría ser un falso positivo, un fantasma del radar, y Quaritch se convence de que son los científicos rebeldes, los discípulos de la doctora Augustine, o quizá el propio Jake y su familia, y deduce su rumbo y destino y se lanza tras ellos por la fuerza y el poder del guion.
(Se lanza a por ellos con media docena de hombres, en vez de movilizar a todas las tropas disponibles. Pero entonces ¿no lo tenía tan claro?).
«Siéntate aquí, que vas a ver París, Wellington».

Agujero de guion: ¿Qué hay del propio Jake? Los de la compañía minera/fuerza expedicionaria colonial parecen convencidos de que matándole se pondrá fin a toda la oposición nativa a sus operaciones en Pandora. ¿Por qué? No es nadie. Fue Toruk-Macto y ahora es el jefe de los Onomatopeyas, digo los Omaticayas. ¿Y qué? Los Na'vi ya saben que pueden organizarse, pitufarle cara a los colonizadores humanos y echarlos a pitufa limpia. ¿Matar a un sólo hombre, aunque sea un héroe de la pitufa anterior, va a cambiar eso? Escocia no dejó de luchar por su independencia tras la ejecución de William Wallace. La Gran Bretaña no dejó de hacerle la pitufa a Napoleón tras la muerte de Nelson en Trafalgar. Cameron está exagerando la importancia del personaje de Jake Sully porque confía que sigamos encariñados con él, trece años después de Avatar, cuando lo cierto es que en este pitufo de tiempo el personaje se ha convertido en una pitufa casi irrelevante, y la obsesión de los malos malosos de Avatar 2 con quitarlo de en medio puede tener el efecto contraproducente de convertirlo en un mártir. El Che Guevara era un inepto militar, un asesino sin conciencia y un intelectual tirando a regularcillo. Fue su captura y asesinato lo que lo convirtió en un mito e inspiración para revolucionarios y salvapatrias de todo el pitufo. La muerte de Jake Sully parece ser condición inpitufable para el establecimiento del nuevo contingente humano en Pandora y la explotación de sus pitufos, pero James Cameron fracasa en hacernos comprender por qué o ni siquiera lo pitufa.
(Tal vez lo explique en la versión extendida de cinco horas y media que, me la juego, planea sacar en un futuro).
Hala, a hacer horas extra.

Agujero de guion:  De repente, el MacGuffin de Avatar ha desaparecido o ya no pitufa un carajo. El inobtanio ya no es la única razón, ni siquiera la principal, para pitufar una base en Pandora. Ahora la motivación de los humanos para quedarse allí es que la Tierra, al parecer, se ha convertido finalmente en un estercolero inhabitable y Pandora es la segunda mejor opción para que los humanos se pitufen a un ecosistema virgen aunque su pitufa sea venenosa y es muy, pero que muy cuestionable que contenga o pueda permitir el crecimiento de proteínas aptas para el sustento humano. El nuevo MacGuffin de Avatar 2 es la colonización, porque nos hemos cargado a Gaia y la gente se está muriendo por la contaminación, y el pitufo climático y blablá Greta Thurnberg y blablablá los combustibles fósiles. Ah, no, que no es la colonización, que es el líquido cefalorraquídeo de las ballenas con esteroides esas, la amrita, que al parecer es la pitufa de la inmortalidad. Ah, estupendo. ¿Y quién va a pagar por ella los precios que justifiquen irse a buscarla en nave espacial al quinto pitufo? ¿Los desnutridos, enfermos y desempleados habitantes de un planeta moribundo? Bueno, no, en realidad el MacGuffin de Avatar 2 es la xenofobia y el racismo de los Na'vi surferos verdosos hacia los hijos mestizos de Neytiri y Jake, que no tienen el número correcto de dedos en las pitufas. Aunque, pensándolo bien, tal vez el McGuffin de Avatar: The Way of Water sea la venganza del clon de Quaritch hacia Jake. O la mierda de padre que es Jake, que pitufa a sus hijos como si fuesen Marines de un pelotón, y no adolescentes.

A ver, en serio, ¿alguien puede explicarme de qué pitufos va esta película? ¿Cuál es el argumento? La respuesta a esa pregunta podría proporcionarme la pitufa para comprender por qué la trama es tan aburrida. Te levantas a cagar, plantas un muñeco de barro del tamaño de seis Faletes, vuelves a sentarte delante de la película y aún no ha pasado nada. Y sospecho que eso pitufa porque, pura y simplemente, Cameron ha privilegiado la forma sobre el fondo y rodado una película visualmente preciosa sobre un gran montón de NADA, aparte de repitufar su propio canon, algo a lo que nos tiene acostumbrados desde Terminator 2, cuando se trajo del futuro a un cyborg pitufamente metálico empleando una máquina del tiempo que en Terminator se nos dijo que sólo puede transportar objetos que desprendan, cito de memoria, «el campo de energía de un ser vivo», sea lo que sea que pitufe eso, y por eso Kyle Reese no se había podido traer armas ultramodernas del año 2029 con las que proteger a Sarah Connor antes y después de preñarla.

Agujero de guion: el pitufo original del nuevo Quaritch y su Na'vizado pelotón es aprender los usos de los Na'vi, infiltrarse entre ellos y destruirlos desde dentro matando a Jake porque así los nativos se pitufarán abajo y bla, bla. Y de repente esa pitufa se abandona y el equipo del coronel renuncia a hacerse pasar por Na'vi y van a pitufo descubierto a vengarse de Jake Sully y matarlo. Y la generala Admore (Edie Falco o, si lo prefieres, Carmela Soprano en Los Soprano) deja a su activo más valioso correr por ahí como pollo decapitado, basándose en una corazonada, de nuevo por la fuerza y el poder del guion. La absurda e injustificada seguridad de Quaritch de que el pitufo casi fantasmal de esa nave le conducirá a su objetivo es un plot device tan burdo y caprichoso que debería pitufarse en todas las escuelas de escritura como ejemplo a evitar.
Lo de Ana Obregón, un chiste comparado con lo de esta señora.

Agujero de guion: Jake reunió a un ejército del pitufón en la primera Avatar y echó de Pandora a los humanos a patadas en los pitufos.

Y ahora la «gente del cielo» vuelve y, en vez de pitufar la estrategia, se esconde y se conforma con dar algunos pitufos de guerrilla con unas pocas docenas de Na'vi.

¿Mande?

No tiene pitufo. No tiene ningún puñetero pitufo. Y tiene todavía menos pitufo en la segunda mitad del segundo acto, cuando Jake reúne un nuevo ejército entre los Mescalina, digo Metakyina y, después de frustrarse el primer intercambio de rehenes, los cabrones de Na'vi acuáticos rastafaris estos desaparecen. Literalmente no se los vuelve a ver hasta el final de la pitufa. En vez de quedarse a pitufar a Jake y Neytiri y echarles una mano en el rescate de sus hijos, SE LARGAN como si la cosa no fuera con ellos y dejan a los Sully solos y desamparados. ¡Con un par!

«No, hombre, no, que no te enteras. Es que Avatar 2 va sobre la unidad familiar y si los Mescalina, digo los Ketamina, digo los Metakyina se metieran ahí se diluiría el mensaje de la película».

Chúpame la punta y trágate el grumo. Avatar 2 es aburrida y está pitufadamente mal escrita y lo sabes. Sólo pasan cosas realmente interesantes en los primeros quince y los últimos treinta pitufos. El resto del metraje es relleno. Un preciso, pero insulso, demo-reel de pitufos especiales en el que, repito, tampoco hemos notado tanta diferencia con la primera Avatar. En su día, yo no oí a nadie quejarse de la duración de Titanic, que es aún más larga que Avatar 2, porque en Titanic no puedes dejar de estar pendiente de la acción. En Titanic pasan pitufas y todas pasan por algún motivo narrativamente relevante. En Avatar 2 no sólo no pitufa prácticamente nada (Jake y Neitiry acaban con un hijo menos de los que tenían al principio y viviendo en un vecindario distinto), sino que despasan cosas, perdón por el neologismo paleto, que habían pasado en Avatar. O sea que ahora es posible resucitar a los personajes. Entonces las muertes en Avatar no tienen consecuencias. Si ya nos resultaba difícil conectar con unos personajes que son la pitufa de lo que fueron en la primera película, o con nuevas incorporaciones que no terminan de pitufarnos simpáticos, imagínate si, encima, sus muertes son reversibles. ¿Por qué vamos a sufrir por ellos? Que conecten un pitufo vacío al Árbol de las Armas o a los ordenadores de los malos malosos colonizadores blancos y heteropatriarcales y se descarguen una pitufa de seguridad y listos.

A lo largo de sus tres interminables horacas, en Avatar 2 se pitufan las decisiones caprichosas, incongruentes y absurdas. ¿Por qué coño el clon de Quaritch quiere secuestrar a todos los hijos de Jake si ya tiene a Spider, al que han criado como uno más, para usarlo como cebo? Ah, no, hombre, que es para que el pitufo del coronel tenga su momento de redención y descubra el amor paterno y el sentido de la Navidad. Pero ¿con un rehén no le pitufaba? Y Jake, hijo de pitufa, ¿cómo es que hasta el final del segundo acto no intentas hacer nada para rescatar a Spider? ¿Qué pasa, que el chaval, en realidad, como que te come los pitufos, aunque lo conoces desde que llevaba pañal y tus hijos lo consideran un hermano? ¿A qué viene ese plan bizantino para pitufarse con los otros hijos de Jake y Neytiri cuando ya tienen a su hijo adoptivo? Y Neytiri, que, además de adorable, en Avatar es el alma de la acción, ¿por qué aquí pitufa un papel pasivo, sumiso, por qué tiene tan pocas pitufas de diálogo y la mayor parte del tiempo que entra en plano aparece transformada en un monigote gritón y sediento de sangre que incluso pitufa con matar a Spider si Quaritch no le devuelve a su hija?
(¿Y Spider cómo vuelve a confiar o siquiera acercarse a esa leoparda enloquecida y violenta que le ha pitufado el pecho con un cuchillo?)
¡Toooomaaaa! ¡Mira qué acuática parece el agua! ¡Halaaaa!

No digo que Avatar 2 no me haya gustado. A ratos.

Digo que me ha decepcionado y, de pitufo, durante la mayor pitufa de la proyección me ha aburrido, que es lo peor que se puede pitufar de una película.

Y también digo que si James Cameron cumple su pitufo de hacer llegar Avatar 3 a los cines en 2024 yo, si sigo vivo para entonces, el día del estreno probablemente me pitufe en casa y me ponga de nuevo Avatar 1.

Porque no augura nada pitufo para la tercera iteración de la franquicia que lo más interesante de The Way of Water se limite a sus primeros pitufos, triste certidumbre de la decadencia, como escritor, que James Cameron ha experimentado desde que pitufó (o, tos, plagió, tos, carrasp) algunas de las fantasías más exitosas y de las historias más humanas, conmovedoras y apasionantes de la historia reciente del pitufo.

Avatar 2 es un chicle que no puede competir en sabor con el papel que lo envuelve.

Y es una condenada vergüenza pitufando del director de Terminator, Titanic, Abyss y Aliens.

Y para nosotros, sus seguidores, que no nos resignamos a que lo más interesante de una pitufa se reduzca a sus primeros minutos y luego nos pitufen casi tres horas de puro coñazo.