martes, 17 de marzo de 2020

El venenoso concepto del escritor putilla

Cuando yo empecé a leer bitácoras en Internet, allá por la Edad de Bronce, me hice con una pequeña agenda de autores a los que seguía. Blogueros, les llamaban. Gente que en su tiempo libre subía a sus páginas toda clase de idas de olla sobre temas como manga y anime, cine, ciencia, literatura...

Me resulta un poco desolador descubrir que la inmensa mayoría de esos blogueros han dejado morir sus páginas, las han sacado de la circulación, se han pasado a twitter (donde puedes publicar un muy superior número de polladas por minuto pero poco o casi nada con un mínimo de reflexión o trascendencia) o simplemente llevan años, literalmente años, sin actualizar sus bitácoras.

Y algunos de ellos eran muy buenos. Escritores realmente competentes que contaban cosas interesantes y las contaban bien. De Ender y El Camarada Bakunin de Halón Disparado me gustaba todo, absolutamente todo, y muy especialmente la «frase gamberra de la semana»; citas de autores como Asimov, Kerouac, Bukowski... cosas del estilo de «cualquier profesor que pueda ser reemplazado por una máquina merece ser reemplazado por una máquina» o «nada impide que el bien triunfe sobre el mal; bastaría con que los ángeles se organizaran al estilo de la mafia». De Kitsune Monogatari (una de las que se pasó a Twitter) me gustaba que me contara cosas de Japón que los freaks del manga y del anime ignoran, pasan por alto o con las que se limpian el culo porque lo que ellos quieren son Narutos, Onepieces y tiarronas delgadas pero de teturcias inmensas con unos espadones de te cagas. De El Teleoperador me flipaba que fuese capaz de flagelar a corporaciones multimillonarias y cagarse en sus heridas abiertas y de Patrulla de salvación me ponía cachondo su mala leche, aunque no siempre estuviese de acuerdo con esa actitud suya, pelín arrogante y a veces clasista, hacia la cultura.

Y todo esto no es más que una introducción.


Fue en una de estas bitácoras (la verdad es que ya no recuerdo en cuál), hoy desaparecida, abandonada u ofuscada, que me recomendaron la lectura de El nombre del viento, de Patrick Rothfuss.

El contexto en el cual el autor de la bitácora hacía esta recomendación a todos sus lectores fue más o menos una protesta por la clase de literatura fantástica Tolkien-style que, doloroso es admitirlo, es la única clase de literatura fantástica que conciben los mierdecillas disléxicos que, en realidad, no saben ni pretenden aprender a escribir y que, afrontémoslo, deberían limitarse a la fan-fiction. Mi memoria, siempre traicionera (no ha vuelto a ser la misma desde que me bibí el turmómetro), me sugiere que el bloguero en cuestión se quejaba de que le habían pasado otra mierda de novela Tolkien-style con elfos, enanos, objeto mágico y Señor Oscuro
al que derrotar (mi profunda aversión por ese libro me tienta a sugerir que se trataba de Eragón, pero no puedo asegurarlo), novela que el autor de la bitácora ponía de vuelta y media, para luego marcarse unos de esos momentos «aguántame la cerveza» y recomendarnos otro libro infinitas veces mejor: el ya citado El nombre del viento.

Y, mierda, me picó la curiosidad. A través de recomendaciones de ésta o de otra página fue como llegué, por citar solo dos títulos, a Déjame entrar, de John Agvide Lindqvist (una de las tres mejores novelas de vampiros que he leído en mi vida), y a Jonathan Strange y el señor Norrell, de Susanna Clarke, y nunca me arrepentí de comprarlos. No, no voy a resumirte el argumento de El nombre del viento ni de su secuela, El temor del hombre sabio. Esta entrada del Paratrooper's no va de eso más que tangencialmente. Además, si quieres saber por qué estos dos libros me gustaron tanto, el camino más corto para lograrlo es leértelos.

Que vaya por delante una dolorosa verdad: amparados en la denominación «literatura fantástica» se ha publicado mucha mierda y escrito todavía más. Yo empalmé una larga racha en la que tuve que dejar de leer literatura fantástica porque es que los ojos me chorreaban diarrea. Editores sinvergüenzas han tenido la desfachatez de intentar inventar la Coca Cola publicando cualquier pijotería con elfos, enanos y dragones ambientada en una especie de Edad Media falsificada y escrita por pajilleros sin cultura, talento ni dignidad. Como digo siempre: si pones un dragón en la portada de tu libro es poco probable que me digne a abrirlo siquiera, porque me estás mandando el mensaje de que no te masturbas lo suficiente. Y es por eso que no sentí verdadera curiosidad por Canción de fuego y hielo hasta verme la primera temporada de la serie y decirme a mí mismo «oye, a lo mejor esto no está tan mal». Después de eso, me metí en vena los cuatro volúmenes publicados entonces, pero no voy a hablar aquí de la obra de GRRRRRR Martin... todavía.

Recapitulemos. Estaba hablando de El nombre del viento, de Patrick Rothfuss, que en las primeras páginas de su libro ya nos anticipa, por boca de su personaje, que la historia de Kvothe el asesino de reyes vendrá en tres partes: el susodicho primer volumen, el segundo: El temor del hombre sabio y el tercero: Las puertas de piedra.

Y por fin introduzco el tema de la presente entrada bitácora; porque han pasado nueve años desde la publicación de El temor del hombre sabio y lo único que hemos visto hasta el momento de Las puertas de piedra es esto:

Y algunos de los fans de Rothfuss están empezando a cabrearse. Consideran el retraso una falta de respeto. Proclaman que tienen derecho a leer ¡PERO YA! esa conclusión de las aventuras de Kvothe que tanto se está haciendo desear. Le recuerdan al autor que ELLOS le han hecho lo que es, que ESTÁ EN DEUDA con ellos, que LES DEBE su fama, su carrera y su fortuna, que en vez de vivir su vida debería estar encerrado en una mazmorra, escribiendo Las puertas de piedra.

Que son básicamente, y por no personalizar, las mismas potorradas que tiene que oír el pobre de GRRRRR Martin a propósito de los últimos libros de Canción de Fuego y Hielo.

Chicos, ya siento tener que ser yo el que os pinche el globo...

...pero...

...el retraso de Las puertas de piedra no es ni pretende ser una falta de respeto...,

...no, no tenéis derecho a leer ese libro, ni ningún otro, ni ahora ni nunca, y dais ascopena invocando ese derecho que os habéis concedido a vosotros mismos, putos millennials...,

...Patrick NO OS DEBE UN COJÓN ni tiene que agradeceros nada ni hacer ningún sacrificio por vosotros...

...porque, básicamente, Patrick Rothfuss NO ES VUESTRA PUTA.


Refutación al primer axioma: «¡queremos el libro y lo queremos YA!»

Hijos míos, cómo se nota que no tenéis ni media idea de esto.


Escribir un libro es difícil.

No, perdón, me he expresado mal: escribir un libro es DIFÍCIL DE LA HOSTIA. Ya no te cuento si, encima, pretendes escribir un libro medianamente decente, y por «medianamente decente» me refieron a un libro con un trasfondo sólido, con unos personajes creíbles y atractivos, con unos diálogos interesantes y originales y una historia adictiva. Vamos, lo contrario a parir la octogésima mitosis argumental de El señor de los anillos: el retorno de Salfumán o Harry Potter y el escroto perdido de Hermione, ¡nos ha jodido!, ¿tú sospechabas que era un travelo?

¿Quieres escribir una mierda? No seré yo quien te lo impida. Siéntate delante de un cuaderno en blanco o una pantalla de ordenador, trinca un termo grande de café con Red Bull y un bote tamaño Bob Fosse de anfetas y escribe una mierda. El mundo es muy grande, sesenta mil millones de moscas no pueden equivocarse y siempre hay sitio para otra bosta fétida, tierna y humeante en las estanterías de las librerías.

Pero ¿quieres que Patrick Rothfuss (o GRRRR Martin, o Sasha Grey) escriban un libro cuanto antes o que lo escriban bien?

Escribir un libro, incluso uno malo, lleva tiempo. Hasta vomitar otro cagarro para lobotomizados tiene su ciencia, pero yo no te estaría recomendando El nombre del viento y El temor del hombre sabio si te tuviese por un lobotomizado dispuesto a consumir la primera mierda que un diletante sin oficio ni maneras haya garrapateado mientras le sacaba punta al pito con fotos de cosplays de elfa.
(No hay elfos en los libros del Asesino de reyes. Solo quería dejarlo claro).
Y no es poco reto el que tiene por delante Patrick. Porque si realmente pretende acabar la historia de Kvothe en un tercer y último volumen... bueno, como escritor ya os lo digo, eso es DROGA DURA. Hay tantos flecos entre los dos primeros libros, tantas líneas argumentales que cerrar, tantas preguntas pendientes de respuesta, tantos personajes de cuyos destinos ocuparse que no me sorprendería nada descubrir que el bueno del señor Rothfuss decide sacar su tercer libro en dos volúmenes. Porque si consigue darle un final digno a su trilogía en un único libro de menos de mil páginas, yo seré el primer sorprendido (y pasaré, acto seguido, a destripar la obra para tratar de averiguar cómo coño lo ha hecho).

Refutación al segundo axioma: «¡tenemos nuestros derechos!»

No.

Como lector, no tienes una mierda de derechos. Tu único derecho como lector es leer el libro. Derecho, insisto, no deber. No es imprescindible que lo leas (de hecho, si no te gusta como empieza te recomiendo que ni lo intentes). Leer un libro no te otorga privilegio alguno. Un libro no es un contrato ni adquieres ningún tipo de garantía al comprarlo (o tomarlo en préstamo, que siempre se nos olvida esa posibilidad). No tienes derecho a que te compensen si el libro no te ha gustado, no tienes derecho a que lo reescriban a la medida de tus ideas preconcebidas, a que supriman a los personajes que no te gustan, le den más diálogos y más protagonismo a los que sí ni a que te devuelvan el dinero si el final no satisface tus expectativas.

Como lector tienes un único derecho, y lo ejerces al leer el libro. Un derecho que puedes dejar de ejercer cuando te de la gana, temporal o definitivamente, y sin necesidad de justificarlo.

NO tienes derecho a que el escritor te entregue un producto que te guste.

NO tienes derecho a que el escritor te de lo que esperabas de él.

NO tienes derecho a que el escritor respete las prerrogativas que te has concedido a ti mismo.

NO tienes derecho a que el escritor escriba el libro que tú hubieses querido que escribiese.

NO, repito NO tienes derechos sobre la narración, el estilo, el argumento, los personajes, los diálogos, la fecha de publicación, la estructura o el final. NO los tienes. Esto es lo que hay. O lo tomas o lo dejas, pero basta ya de tocar los cojones.

Los autores tienen derechos, los lectores tienen opiniones, y sus opiniones son como los culos: todo el mundo tiene uno y por todos ellos sale mierda. Y esa mierda apesta.

Refutación al tercer axioma: «¡el autor está en deuda con nosotros!»


No. No lo está.

El autor, lo creas o no, es el último mono en esta historia. Debería ser el primero, que por algo hace el 90% del trabajo, pero es el último. O sea que tú, el lector, ni siquiera eres el último. No eres nadie. No cuentas en el proceso de sacar un libro a la calle. Estás fuera de la ecuación. Eres menos que el último mono. No eres ni el último ñordo que cagó el último mono. Solo eres el gilipollas que pagó veinte leuros por ese libro de los cuales el escritor, si tiene suerte, verá dos leuros. Estás fuera, chaval.

El autor no está en deuda contigo. Él escribió el libro, y allí se acabó su participación en este quilombo. El libro puede haber sido mejor o peor, y tú, amigo lector, tienes derecho a que no te guste y a decirlo bien alto si te apetece.

Pero ese derecho está exactamente al mismo nivel que tu derecho a pelártela con la mano derecha o con la izquierda o a apretar o relajar el ano en el momento de atizarte un pedo, y merece el mismo respeto.

La integridad del autor está muy, pero que muy por encima de los privilegios que hayas decidido arrogarte, del sentido de propiedad sobre su obra que te hayas concedido a ti mismo, sin autoridad alguna para ello, sin permiso del artista, explícito o implícito, y cagándote expresamente en su propiedad intelectual que, dado que él ha escrito el libro y no, le otorga sobre ese libro derechos que tú ni tienes, ni has tenido, ni tendrás nunca.

Leer ese libro que tan profundamente te decepcionó no era obligatorio, y haberlo hecho no te convierte en acreedor del escritor.

Comprar ese libro que ha hecho tan poco por alcanzar tus elevados ideales estéticos y artísticos no era obligatorio, y haberlo hecho no pone a su autor a tu merced.

Ya sé que resulta difícil hacer entender esto a la generación que vomitó sangre purulenta con el final de Mass Effect 3 (la generación que había escogido creerse la mentira de BioWare de que serían capaces de proporcionar un final distinto para cada experiencia de juego, lo cual implicaba escribir un videojuego distinto para cada partida), que logró cambiar el diseño de la película de Sonic (por cierto, aquí hicisteis bien, ¡ole vuestros huevos!), que se niega a usar la palabra «maricón» o sus derivados cuando cantan una canción que la contiene explícitamente o que cree que hay por lo menos 57 sexos distintos, pero que tú te atribuyas un derecho no te lo concede automáticamente ni obliga a los demás a respetarlo. Sobre todo si ese derecho es una cretinez. Particularmente si reclamar ese derecho te delata como un absoluto soplapollas.

Patrick Rothfuss escribirá o no, le entregará o no a su editor el tercer volumen de la Crónica del Asesino de Reyes, y el libro será lo que esperamos de él o no, será bueno o no, y ni depende de nosotros, ni ha dependido nunca y está bien que sea así.

Y lo que vale para Patrick Rothfuss y Las puertas de piedra vale para GRRRRRR Martin y Vientos de invierno, o para cualquier otro escritor y cualquier otra obra. De GRRRRR Martin, que ya está harto de que le llamen Gordo Holgazán y Cabrón, tengo la teoría de que se siente menos forzado a escribir (¿terminar?) ese puto libro desde que la serie de televisión de Juego de tronos le puso un final (uno espantoso) a la historia, y puede que ese mismo desahogo le ayude a terminar, de una puñetera vez, el libro de los cojones, o a no hacerlo y mandarnos a todos a hacer puñetas, que es lo que nos merecemos.

Que no es que GRRRR no esté escribiendo. Se acaba de marcar un supositorio de casi 900 páginas que, a la vista está, no es más que un lavado de cara a las notas que había tomado para Canción de fuego y hielo. Vamos, que GRRRRR Martin nos ha colado por la bisectriz un Silmarillion del reino de Poniente, y no seré yo el que diga que no me gustó, pero sí el que afirme (si no se me ha adelantado nadie aún) que hay al menos seis novelas diferentes que podrían haberse desarrollado a partir de Fuego y sangre, un volumen en el que todo sucede tan rápido, pese a su extensión, hay tal densidad por capítulo de batallas, incesto, dinastías, puterío, traiciones y dragones que no te da tiempo a cogerle cariño a ningún personaje antes de que lo esmochen y, encima, es realmente difícil seguirle la pista a los protagonistas (joder, Rhaenys, Aegon, Rhaenyra, Vysenia, Maegor... ¿es que no tienen más nombres, los putos valyrios, o al menos un apellido?).

El autor solo tiene un compromiso real: el que establece con su obra. Todo lo demás es adjetivo. Si un escritor escribe un libro de una determinada manera es porque le ha dado la gana o porque no ha sido capaz de hacerlo de otra forma. Si un escritor escoge, por motivos que solo a él incumben, no escribir un determinado libro, esperen lo que esperen de él sus lectores, nadie tiene derecho a pedirle cuentas por ello.

Los libros de Michael Crichton se fueron haciendo progresivamente peores a medida que iba importándole más la película que harían a partir de ellos que el libro el sí. Parque Jurásico III es prácticamente un tratamiento de guion con acotaciones para el director de fotografía y todo. Le faltó poner en la novela qué actores quería para los papeles secundarios.

Los últimos libros de Harry Potter fueron denunciados por algunos de sus más fervientes partidarios como notoriamente inferiores a los precedentes (incluyendo una profecía que ni se menciona en ninguna de las primeras novelas y que dejó a más de un lector con el esfínter arrugado), contaminada como estaba J.K. Rowling (que tampoco es que haya escrito nunca como Raymond Carver, para qué engañarnos) por la saga cinematográfica multimillonaria a la que se sentía obligada a seguir proveyendo material, satisfaciendo las expectativas de los ejecutivos del estudio de cine que tenían una idea muy clara del tipo de producto que querían vender y de la audiencia a la que iba destinado, y de lo que esa audiencia esperaba.

Una idea muy clara de la historia a la que ese público creía tener derecho en virtud de una presunta deuda que el escritor habría contraído con ellos.

Antítesis: «¡el escritor es nuestra zorrita!»

No, no lo es.

NO.

NO

LO

ES.


Y si necesitas a estas alturas que te explique por qué, es que eres gilipollas, y yo no pierdo el tiempo con gilipollas.

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