viernes, 17 de noviembre de 2023

La falacia de asociación

Acabo de ver la película que, todavía hoy, a cinco meses de su estreno en Estados Unidos, casi toda la prensa mundial sigue intentando destruir.

Y estoy muy preocupado.


La historia de los problemas de Sound of Freedom es, no te quepa duda, amado lector, mucho más interesante que la película en sí. Involuntario instrumento de propaganda arrojado contundentemente por extremistas de ambas orillas del espectro ideológico a las cabezas del adversario, lo que es una peliculita relativamente menor que no desentonaría en una sesión de tarde de sábado en Antena 3 se ha convertido en un fenómeno mundial, extraordinariamente exitoso, muy a pesar de todos los medios de comunicación que, incluso antes de su estreno, pusieron todo el músculo para alienarla.

Sound of Freedom está inspirada en un personaje real: Tim Ballard, ex agente del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, que renunció a su trabajo para irse por su propia cuenta a Colombia a rescatar niños secuestrados por una red de tráfico sexual de menores y, más adelante, fundó la ONG OUR (Operation Underground Railroad, nombre inspirado, suponemos, en el Underground Railroad que, antes de la abolición, rescataba esclavos fugados de los Estados sureños de Estados Unidos y los ayudaba a llegar al norte) para continuar esa labor.
El auténtico Tim Ballard.

La historia que nos cuenta Sound of Freedom es precisamente la epifanía del personaje de Ballard, interpretado en la pantalla por un Jim Caviezel conmovedor pero malamente caracterizado con el tinte rubio más barato del Mercadona. Tras arrestar, en el transcurso de una vigilancia, a un pedófilo estadounidense, Ballard queda horrorizado por las escenas de abusos que encuentra en sus archivos y, padre él mismo de medio equipo de fútbol de hijos, no puede evitar empatizar con los padres cuyos niños han caído víctima de esa red.

Forzando un poco la mano de su jefe, Ballard, que no puede quitarse de la cabeza las horrendas imágenes que ha reunido como pruebas durante el arresto del pedófilo, consigue autorización para montar una pequeña operación paralela. Ballard no soporta la idea de que haya niños separados de sus padres y sufriendo a manos de sus abusadores. Hombre de profundas convicciones religiosas, no puede evitar abstraerse a la idea de que Dios le ha permitido asomarse a ese infierno por alguna razón. Ballard consigue autorización para montar, en la frontera con México, la operación de rescate de un niño explotado por la red que acaba de descubrir. Y lo consigue. Arrestan a otro pederasta norteamericano y liberan a Miguel, un niño secuestrado meses antes en Latinoamérica. Tal vez el jefe de Ballard confiaba en ofrecerle un poco de paz de espíritu a su subordinado permitiéndole devolver a un niño abusado a casa.

Pero ese niño tiene una hermana, Rocío, que fue secuestrada al mismo tiempo que él. Y antes de separarse, su hermanita le dio como amuleto una medalla de la capilla de San Timoteo (suponemos que sea San Timoteo de Éfeso). Timoteo. Timothy. Tim. Ballard, imbuido del pensamiento mágico de los creyentes, poco menos que considera esa coincidencia una señal divina. Maniatado por la legislación estadounidense, que le niega autoridad alguna para investigar en el extranjero crímenes, por nefandos que sean, a menos que estén cometidos o padecidos por gringos, Ballard renuncia a su trabajo (su propia esposa, interpretada en la pantalla por la excelsa Mira Sorvino, represaliada en su día por negarse a chupársela al infame Harvey Weinstein, poco menos que se lo exige) y, con la ayuda de un patrocinador privado, Pablo, y algunos contactos tanto entre la policía como en el mundillo criminal colombiano, entre ellos Vampiro (Bill Camp), un antiguo lavador de dinero del narco, monta su propia operación privada de rescate de niños.

Las estrategias de Ballard y sus compañeros para encontrar la pista de Rocío, las pequeñas victorias agridulces (en una encerrona para pederastas rescatan a cuarenta menores, ninguno de los cuales es la hermana de Miguel), la sensación de redención cuando los Servicios Sociales vienen a hacerse cargo de los pequeños que Ballard, Vampiro y Pablo acaban de liberar, y aquellos niños violados, prostituidos, sabiéndose ya de camino a casa, vuelven a ser niños y juegan, y cantan, y ríen (el «sonido de la libertad», dice Vampiro a Ballard al oírlos), sólo reafirman a Ballard en su obsesión: no parará ante ningún obstáculo para devolver a Rocío con su padre y su hermano.

Joder, Recristo, qué panzada de llorar me he echado con esta puta película.

Sound of Freedom es hermosa. Sound of Freedom es desgarradora. Sound of Freedom es esperanzadora. Sound of Freedom es oscura. Sound of Freedom es catártica. Sound of Freedom es una de las películas más entretenidas y conmovedoras que he visto en mucho tiempo.

Y me importa tres puntas de carallo si decir, con mi santo papo, que esta película me ha gustado, que esta humilde producción de 15 millones de presupuesto me ha parecido mejor escrita, dirigida, producida, sonorizada, fotografiada y musicada que el 99,99% de los estrenos de los grandes estudios que he visto este año; me convierte en automático reo de ultraconservadurismo, fanatismo religioso y supremacismo blanco para una jauría de deficientes morales y lisiados intelectuales.

Porque sí, oh, probo lector, por arte de birlibirloque de la politización castrante y el fanatismo ponzoñoso que caracterizan el diálogo cultural contemporáneo, no ya decir que te ha gustado, como yo acabo de hacer, sino simplemente ver esta película, puede pintarte una diana en la frente o coserte una letra escarlata en la ropa. Porque en las tinieblas de los abismos de estulticia desde los que gritan algunos de los más ignorantes, cobardes y miserables periodistas culturales que ha parido jamás hiena alguna, hacen parecer posible esta alucinada e incomprensible alquimia por la cual, si lees ciertos libros, ves ciertas películas o escuchas cierta música, estás haciendo una declaración de valores que te coloca, automáticamente, en las trincheras del enemigo a destruir en esta batalla cultural que no cesa.

¿Y esto a qué es debido?

A correlaciones tan risibles que darían mucha piedad, si no diesen tanto miedo. A acusaciones con escaso o ningún fundamento que se presentan como simulacros de argumentos.

Sound of Freedom es considerada, por algunos, como una película contaminante, un papel reactivo útil para detectar a fanáticos de turboultramegaderecha (como paso previo a ponerlos en una lista negra, sospecho). ¿Por qué? Porque ya no se estudia Filosofía en los institutos, ni hay profesionales en las redacciones, ni puedes aprobar la carrera de Periodismo sin que te extirpen la glándula de la integridad y el ganglio de la vergüenza ajena, y porque la mayoría de la gente dispuesta a comulgar con tremenda rueda de molino sin agujero no sabe lo que es una Falacia de asociación.

Leer las presuntas críticas cinematográficas de Sound of Freedom es mejor que el aceite de hígado de bacalao.

Lo juro.

Cinemanía la trata de «controvertida» y afirma que la película ha sido muy criticada «por divulgar teorías de la conspiración como QAnon», algo que Sound of Freedom no hace. En ningún momento. Aunque sí es cierto que a Jim Caviezel se lo ha asociado con la difusión de esas teorías
(asociación más que justificada, afirmo).

Y, claro, como alguien ha asociado al actor protagonista con la difusión de las teorías de QAnon, para algunos indocumentados que vuelcan su ignorancia en letras de molde o en las redes sociales, Sound of Freedom TIENE que ser, forzosamente, una película de propaganda sobre QAnon. Que, insistimos, no lo es.

Falacia de asociación.
El Tim Ballard de mentirijillas. Y más badass que el original.

Y, como el propio Caviezel es un fervoroso (hay quien diría fanático) cristiano, y la película está distribuida por los mormones de Angel Studios, y como Mel Gibson, él mismo un conocido fundamentalista cristiano, la ha recomendado; para esa misma reata de deficientes mentales que confunden el culo con las témporas, Sound of Freedom DEBE ser, por cojones, propaganda fundamentalista cristiana.

Que no lo es.

Falacia de asociación. Otra vez.

La crítica de Miles Klee para la Rolling Stone'Sound of Freedom' Is a Superhero Movie for Dads With Brainworms», «Sound of Freedom es una película de superhéroes para papás con parásitos cerebrales») es un perfecto ejemplo de la reacción chillona e histérica que Sound of Freedom provoca a algunas personas. Esta crítica podría ser tan cínica y cáustica como lo permita el lenguaje. En vez de eso es REPULSIVA. El subtítulo ya deja bien claras las intenciones de su autor: «El thriller, salpicado de QAnon, sobre tráfico de menores está diseñado para apelar a la conciencia del boomer conspiranoico». ¿Cómo se puede escribir con tamaña desvergüenza? Una vez más: Sound of Freedom no hace propaganda de ninguna conspiración, ni, repetimos, alude ni siquiera a las alucinadas acusaciones de los creyentes en QAnon. Es un thriller policial sencillo, pero apasionante, con todas las convenciones que cabe esperar en el género (es realmente una desfachatez por parte del director intentar vendernos que es posible meterse, a pecho descubierto, en un campamento de la guerrilla y llevarse a un niño sin que te detecten) pero que el espectador acepta en nombre de la «suspensión de la incredulidad» y en aras a obtener la catarsis que tanto necesita después del peaje emocional que el largometraje se ha cobrado en él.

Repetid conmigo, niños: no hay nada, ABSOLUTAMENTE NADA alusivo a QAnon en Sound of Freedom. No hay ni una línea de diálogo ni un plano que aluda a orgías sexuales pedófilas y rituales satánicos organizados por las élites mundiales y los dirigentes del Partido Demócrata, ni tampoco a la extracción en vivo del misterioso y mítico adrenocromo a esos mismos niños. Y cuando esas teorías son lo bastante poderosas como, por ejemplo, decidir a un completo descerebrado a asaltar una pizzería en Washington en 2016, deberíamos andarnos con muchísimo cuidado a la hora de hacer señalamientos.

(La primera vez que leí algo sobre el adrenocromo fue en Miedo y asco en Las Vegas de Hunter S. Thompson. Desde entonces nadie ha sido capaz de reproducir los presuntos efectos estupefacientes que Thompson le atribuye en su libro, que no sabemos muy bien bajo la influencia de qué sustancias lo escribió).
«¡No pueeeeeedooooooooorl!»

La cantidad de QAnon que puedas encontrar en Sound of Freedom, si puedes encontrarla, es homeopática. Diga lo que diga Lo País. Pero la mera mención en el largometraje a un grupo de trata infantil organizada ha sido cuanto necesitaban los defensores de la conspiración para proclamar la película como poco menos que una evidencia más de la existencia de esa cábala pedófilo-satánica-drogadicta. En fin, anormales te los puedes encontrar en todas partes.

El problema es que, en el clima de intolerancia ideológica y narcisista ceguera actuales, ver salir cualquier cosa por la boca de tu adversario político es motivo suficiente para desacreditarla y corromperla. ¿Esta película gusta a los trumpistas y a la Alt Right? Entonces es mala para cualquier persona que se considere a sí misma de izquierdas. Y todo aquel que vea Sound of Freedom, que la publicite o que le guste tiene que ser un trumpista y un ultraderechista también.

Falacia de asociación. Y van tres.

Ahora imagínate el pasmo de todos esos aplatanados pigmeos culturales, autosugestionados por el espejismo de que Sound of Freedom es un instrumento de propaganda de la derecha más derecha de toda la derechidad, cuando la película dirigida por el mexicano Alejandro Monteverde se puso en 100 millones de dólares de recaudación. 100 millones que nunca habría recaudado, estoy seguro, si los gilipuertas de la extrema izquierda papanatas y con pronombres no le hubiesen hecho, de gratis, la campaña de promoción, señalándola como un título pernicioso, peligroso, amenazador seductor, como todo lo prohibido.
(Ya se ha puesto es más de 240 millones, mientras escribo esto, a partir de un misérrimo presupuesto, recordemos, de 15 millones).

Y la misma gente, cualesquiera que sea su ideología, que pone los sentimientos por encima de la razón y las falacias por encima de las pruebas, sigue defendiendo todas y cada una de las soplapolleces alusivas a Sound of Freedom que respaldan su discurso prefabricado. Y por más fuerte que grite el productor, Eduardo Verástegui, que no, que por supuesto que Disney no ha intentado censurar la película, no logrará convencer a todos los aturdidos que ya han tomado su decisión sobre qué es y qué debería ser verdad.

La explicación del retraso en el estreno de Sound of Freedom es mucho más prosaica que conspiración alguna: la cinta iba a ser distribuida por 21st Fox Films, pero quedó pillada en tierra de nadie cuando Disney adquirió la división de cine de Rupert Murdoch en 2019. ¿Iba a encontrarle la Casa del Ratón encaje en su catálogo de princesas y animalitos cantarines a esta cinta desgarradora? Ni madres. Con un poco de diplomacia, Verástegui consiguió recuperar los derechos del largometraje y empezó un peregrinaje por los estudios, buscando nuevo distribuidor. Ni Lionsgate, ni Netflix, ni Amazon quisieron tocarla ni con un palo (ahora mismo se deben estar arrepintiendo), y finalmente fueron Angel Studios, de Utah, los que se hicieron con los derechos de distribución.

Con estos mimbres, no te sorprenderá que tanto a los detractores de la película como a los que la jalean como una denuncia de la conspiración QAnon se la pongan dura los pequeños escándalos que rodean o tocan tangencialmente a Sound of Freedom. Los unos porque creen que la desprestigian. Los otros porque refuerzan sus sospechas de que existe una conjura para desacreditarla, promovida por... a ver si lo dices tú, querido lector.

En el apartado de las polémicas relacionadas con Sound of Freedom cabe mencionar que Tim Ballard lleva desde principios de este año, apartado de su propia organización con motivo de unas gravísimas acusaciones de acoso sexual. En ese plano, las acusaciones que se le han hecho a Ballard y a OUR de redondear al alza el número de niños rescatados, o, directamente, de haberse inventado toda la historia que cuenta Sound of Freedom casi parece pellizco de monja. También se ha atacado a Verástegui, tildándolo a la vez de homófobo y de hipócrita gay clandestino según de dónde sople el viento, pegándole la etiqueta de ultra religioso antiabortista y, probablemente, también acusarlo de darle la cocaína al toro que mató a Manolete. Falacia ad hominem para, de nuevo, atacar Sound of Freedom mediante una falacia de asociación. La moralidad, o ausencia de la misma, de Tim Ballard, su presunta conducta delictiva, en caso de que sea certificada por la investigación en curso, las preferencias sexuales de Verástegui, siempre que las ejercite con adultos y bajo previo consentimiento, sus creencias religiosas, las del actor protagonista o las de Mel Gibson, y cualquier otro de los imponderables de la gente implicada en la producción de esta película no pueden ser empleadas como argumento para atacar Sound of Freedom sin producir sonrojo y confesar la propia impotencia.

Y mira que Sound of Freedom tiene frentes por donde se la puede cuestionar como obra cultural. La actuación de Jim Caviezel, por ejemplo, es casi autista y, comparada con la de los actores niños, Lucas Ávila y Cristal Aparicio (¡joder, qué pedazo talentos! ¡La firgen, qué dos actorazos en tamaños tan pequeñitos!), deleznable. La película es innecesariamente larga (más de dos horas para un argumento que se puede contar sin prisas en noventa minutos). El retrato de algunos personajes (estoy pensando en esos mugrientos, analfabetos y sudorosos guerrilleros comunistas), es infamantamente racista. Las creencias religiosas del protagonista están pobremente integradas en la trama y casi parecen un McGuffin accidental. La crítica de Sound of Freedom, como la de toda película, debería centrarse en sus características cinematográficas. ¿Está bien dirigida o parece que la haya firmado uno de esos mercenarios maniatados por las decisiones de un comité? ¿La fotografía está ajustada a la acción mostrada en cada escena y cada plano o han contratado a Zack Snyder? ¿Y los escenarios? ¿Son realistas y apropiados? ¿Y el trabajo de actores? ¿Y el montaje? ¿Y el sonido? ¿Y la música?
Si no me la echan a perder, esta chiquilla va a llegar lejos en el cine.

En la facultad me enseñaron que no puedes aprovechar un comentario de texto para contestar una pregunta, sea cual creas que sea la pregunta que plantea ese texto. El comentario de texto debe ceñirse al texto en sí, como la crítica cinematográfica debería ceñirse a la película objeto de la misma, pero muchos mal llamados periodistas han arremetido como juggernauts hasta el escroto de anfetas contra Sound of Freedom porque un puñado de señores de mentalidad conservadora la han defendido, viendo en ella un reflejo de sus propias neuras. Por la misma regla de tres deberíamos quemar todas las copias de todas las películas de Polanski, conocido pedófilo, y empezar cualquier alusión a un título de Kubrick señalándolo como maltratador machista por las que le hizo pasar a Shelley Duval durante el rodaje de El resplandor, que, por si no lo sabes, fueron las de Caín.

Madre de Sara Sampaio Dominátrix. ¡La que estamos liando!

¡Quién me diría a mí que, en pleno siglo XXI, ver una película se convertiría en un acto político!

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