sábado, 6 de abril de 2024

«To fall in love at first sight»: Kitagawa es la novia que todos merecemos

Wakana Gojo es un huérfano de quince años criado por su abuelo, un artesano de muñecas hina, que para el joven Wakana constituyen, desde siempre, la única medida de la belleza. Gojo es socialmente inepto, inseguro y tímido hasta bordear la misantropía, y tan tradicional y austero que sólo tiene dos mudas de ropa: su uniforme escolar y su jinbei.


Marin Kitagawa está en el espectro opuesto. Es todo lo que Gojo no ha sido jamás: extrovertida, sociable, encantadora, parlanchina, popular, obsesionada por la moda y por su aspecto. Es la clase de chica a la que, en los manga, para exteriorizar su carácter independiente, nos la dibujan con piercings, mechas de colores imposibles y lentillas de colores aún más imposibles. Vamos, que Kitagawa es una gyaru risueña y de buen corazón.

Naturalmente, cuando pones dos caracteres tan diferentes en un mismo crisol, los estás condenando a colisionar y transformarse en el proceso. El uno es el catalizador de la metamorfosis del otro, incluso aunque ambos elementos de esta maravillosa alquimia se opusieran a la reacción que ya está en marcha y completamente fuera de su control.

Marin y Gojo son los protagonistas de My Dress-Up Darling / その着せ替え人形は恋をする / Sono Bisuku Dōru wa Koi o Suru («La muñeca de porcelana se enamora») / Sexy Cosplay Doll, el manga de Shinichi Fukuda que nos ha robado el corazón en el Paratroopersdon'tdie.

Wakana, que sigue sin ser capaz de igualar la maestría de su abuelo a la hora de pintar las caras de las muñecas hina, se las apaña en cambio muy bien para sacar patrones, cortar y coserles los quimonos. Y a eso se dedica, todo el tiempo que no está en clase o en el taller. Ninguno de sus compañeros de instituto sabe de la devoción que Gojo siente por las muñecas hina, porque Gojo no tiene amigos. Y el propio Wakana,
traumatizado por una intolerante amiga de la infancia a la que horrorizaba la pasión de Gojo por las muñecas hina que fabrica su abuelo; se considera a sí mismo un «bicho raro» con una afición a pintar y vestir muñecas que casi roza la parafilia, y hace cuanto puede para mantener oculta su vocación y evitar relaciones personales que puedan descubrir y censurar su pasión secreta. Cuando la máquina de coser del taller del abuelo se estropea, Gojo decide adelantar trabajo cosiendo algunos quimonos en el taller de costura del instituto. Y se lleva consigo la cabeza de muñeca hina que le sirve de inspiración y acicate para seguir perfeccionando sus habilidades.

Y entonces sucede lo impensable: mientras está trabajando en el taller del instituto, protegido, o eso pensaba, de cualquier encuentro bochornoso con un compañero de estudios, la puerta del aula se abre y aparece Marin. Y le pesca en plena faena. Y descubre la cabeza de muñeca que es el amuleto e ideal de belleza de Gojo. Y Wakana se quiere morir. Está seguro de que su reputación acaba de quedar arruinada. Si ya era un paria social en el instituto, pronto será motivo de cuchufleta por parte de todos sus compañeros. Quince años, y acaba de quedar marcado como un freak para el resto de sus días.

Pero Wakana se ha adelantado a los acontecimientos y hecho algunas suposiciones pobremente informadas acerca de la personalidad de la chica más guapa, más popular y más tierna de su instituto.

Hecho su descubrimiento, Kitagawa reacciona con exagerado entusiasmo (Kitagawa es exagerada en casi todas sus expansiones emocionales). ¿Que Wakana sabe usar una máquina de coser? ¡Pero es superchuli! ¿Dónde aprendiste, Wakana? ¿Y esa cabeza de muñequita qué es? ¿Es una muñeca hina? Déjame verla de cerca, déjame. ¡Ah, qué cosa tan bien hecha, qué bonita; mira qué líneas tan finas, Gojo, ¿la has hecho tú?! Estupefacto, Gojo resuelve las dudas de Marin: sí, aprendí a
usar una máquina de coser en el taller de mi abuelo, que hace muñecas hina; yo aún estoy de aprendiz, de momento sólo me encargo de la ropa, bla, bla, bla.
(De haber sabido Gojo lo que acababa de poner en movimiento, conociendo lo tímido que es, probablemente se habría tirado por la ventana).
«¡Pero métete en el personaje, Juju-sama

Kitagawa, al oír que Gojo sabe confeccionar ropa para muñecas, comienza a desnudarse. Imagínate el estupor del pobre Wakana, que todavía no se ha repuesto de la sorpresa de que a Marin le guste su fetiche. Ni siquiera cuando Kitagawa está a punto de quedarse en sostén y bragas y le pide que se dé la vuelta se calman los nervios del pobre Gojo, que bastante tenía con capear los temporales de la pubertad sin esta inspiradora imagen mental de la chica más guapa y con la figura más bonita del instituto. Cuando Gojo recibe autorización para mirar de nuevo a Marin, Kitagawa lleva puesto una especie de vestido negro muy corto, y obviamente confeccionado por ella misma, que parece hecho a mordiscos y que le sienta como el carajo. Gojo mira el modelo (aparentemente un personaje de anime) que Kitagawa le enseña en la pantalla de su teléfono móvil y empieza a señalarle todo lo que está mal (tarda un poco en darse cuenta de que está hiriendo los sentimientos de la pobre Marin, y se disculpa muy efusivamente cuando cae en ello).
Pero que muy efusivamente.

Kitagawa empezó a coser ese vestido porque quiere hacer cosplay, o sea disfrazarse de sus personajes favoritos de manga, anime y videojuegos como expresión pública del amor que siente hacia ellos. Pero no tiene ni idea de costura. ¿Podría ayudarla Wakana a terminar su disfraz, él que se le da tan bien coser? Y Gojo, conmovido por Marin, que ha apreciado la belleza de su muñeca hina y, por primera vez en su vida, le ha hecho sentirse aceptado, accede.

Tal vez no se habría comprometido tan voluntariosamente de haber sabido que el personaje del que Kitagawa quiere disfrazarse es Shizuku, una de las protagonistas del videojuego Las vidas lascivamente milagrosas de las chicas ricas del club de la desgracia de la academia femenina de Santa Humedad, segunda parte.

Espera, espera; que esto hay que repetirlo por si no se ha entendido bien a la primera:

Las vidas lascivamente milagrosas de las chicas ricas del club de la desgracia de la academia femenina de Santa Humedad. Segunda parte.

Sí, al parecer hay una primera parte, y, sí, en Japón hay videojuegos así de raros e incluso más. Los pollaviejas del pueblo no estamos nada escandalizados, que aún recordamos el Cobra Mission.

Kitagawa quiere vestirse de personaje de un videojuego erótico.

Y esta experiencia va a definir a partir de ahora la relación del inseguro y pudoroso Gojo y la arrolladora y entusiasta Marin.
Entusiasta y un poco cerdita.

La otaku Kitagawa tiene una natural preferencia hacia los personajes sexys (y, jum, ejem, también a pasar por alto o hacerse la sorda a, ejem, tos, la observación de Wakana de que tal vez ese tipo de videojuegos, ejem, ejem, tos, carrasp, no estén indicados para su edad, tos, tos, escup). Y el pobre Gojo, que es incapaz de acercarse a su compañera de clase sin temblar de púdica anticipación (y también un poco de tirante estro adolescente), se compromete a hacerle esos disfraces. La mayoría picantones. Algunos de ellos realmente descarados. Y, encima, Marin deja salir a ratos su lado pícaro y chincha a Wakana a sabiendas con dobles sentidos, insinuaciones maliciosas y bromas salaces, que a continuación anula con una risita o por las que pide disculpas jocundamente. ¡Joder, la escena en la que Gojo le toma las medidas a su inesperada amiga, vestida sólo con un adherente biquini, podría ilustrar por sí sola el concepto de «tensión sexual contenida»! («Pero, ¿cómo carajo mido yo a ésta sin tocar su cuerpo?; que como la toque, aquí va a pasar una catastrofía», traducimos muy libremente del japonés).

A lo largo de los primeros capítulos del manga, Gojo ha de superar numerosos obstáculos, pues, obviamente, coser ropa de tamaño gente requiere unas pericias distintas a las exigidas por la confección de ropa para muñecas chiquitinas. Así que Wakana tiene que educarse a sí mismo sobre la materia. Forzarse a salir de su cascarón, donde bajo ningún concepto encontrará la resolución y las habilidades que necesita para cumplir el encargo de Kitagawa. Descubrir títulos de manga y anime, y videojuegos, que hasta aquel momento le habían interesado muy relativamente (su única afición era pintar muñecas hina). Y, sobre todo, acostumbrarse a estar cerca de la preciosa, tierna, hiperactiva, picarona y dulce Marin (¡aaaaaaah! ¿por qué no hay chicas así en el mundo real?) torbellino inagotable de energía fan y
pubescente diosa de la belleza, sin entrar en ebullición hormonal.

Coser disfraces para Kitagawa también tiene también externalidades inesperadas. Y descacharrantes. Marin, que es muy echada pa'lante, se presenta sin avisar en la casa del introvertido Gojo, dándole un susto de muerte («pero ¿cómo ha averiguado esta loca donde vivo?», traducimos libremente del japonés) y se cuela hasta su dormitorio como si llevase toda la vida haciéndolo («pero ¿es que no le preocupa que la gente piense que estamos haciendo marranadas?», traducimos libremente del japonés). El abuelo de Gojo ve las medias de encaje negro que su nieto acaba de comprar para el disfraz de Shizuku y, malinterpretando su descubrimiento, se lleva un patatús de antología. Ya se había quedado muy preocupado cuando pilló a Wakana jugando a Las vidas lascivamente milagrosas de las chicas ricas del club de la desgracia de la academia femenina de Santa Humedad, segunda parte; aunque entonces se dijo que eran cosas de la edad (muy lejos de imaginar que Gojo tenía cero interés en el contenido pornográfico del juego, sino que estaba tomando notas y apuntes, como quien prepara un examen, del vestuario de los personajes). Pero es que, esta vez, de la impresión el pobre vejete se queda catacroquer y se pasa una semana en el hospital. Con el consiguiente disgusto de Gojo, entiéndase. El noventa por ciento de los momentos cómicos del manga proceden de esta aparente inconsciencia de Marin, desinformada o indiferente al perturbador efecto que ejercen sobre el pobre Wakana sus núbiles encantos y desenfadado candor (en el capítulo 18 le abre la puerta a Gojo en picardías, con media teta fuera, pero lo que la horroriza es descubrir que Wakana la está viendo por primera vez sin sus lentillas de colores).

Marin acompaña a 
Gojo a escoger telas y complementos, le presta libros y revistas de cosplay, películas, series y videojuegos. Pero Marin también, en ocasiones, sabotea los esfuerzos de Wakana. Kitagawa estropea las fotos de prueba del disfraz de Shizuku (del videojuego, conviene repetirlo una vez más, Las vidas lascivamente milagrosas de las chicas ricas del club de la desgracia de la academia femenina de Santa Humedad, segunda parte) porque está tan feliz que no puede dejar de sonreír. Y luego casi provoca una catatombe en público, durante su primera sesión de posado con el disfraz de Shizuku, de Las vidas lascivamente milagrosas etcétera, porque la víspera le pareció que sus bufas no estaban a la altura de las del personaje y, antes de vestirse, se metió tres push-ups con relleno. Y ahora las costuras del escote de su disfraz están a punto de EX-PLO-TAR (porque, obviamente, vencidos ímprobos bloqueos psicológicos, Gojo le ha tomado las medidas para el traje con su talla de busto real) y, encima, la pobre Marin está sudando como una bestia de tiro y al borde de un golpe de calor (vale, eso es culpa de Wakana por elegir los tejidos que tenían mejor caída, o sea los más gruesos. Error de novato). Y también es Kitagawa la que se hace el chichi un lío y reserva un «estudio» para unas fotos que, en realidad, ejem, ejem, tos, tos, resulta ser... la habitación de un Love Hotel. Y acaban los dos accidentalmente en una postura un poco comprometida mientras oyen, en la habitación de al lado, a otros dos clientes pasándoselo bomba, y, por un momento, casi...

Aquel primer disfraz, que podría haber sido una simple experiencia divertida para ambos, se convierte en el comienzo de una colaboración permanente y el germen de una relación de afecto y complicidad en el tren de regreso del primer evento de cosplayers de Marin y Wakana como «equipo artístico». En sus asientos, Gojo, resignado a volver a su antigua vida, escucha, extático, cómo Kitagawa declara que tiene por lo menos cincuenta disfraces más que quiere ponerse (y, enfrentado a la perspectiva de seguir cosiéndole trajes a su primera, y de momento única, amiga, Wakana se siente revivir). Agotado por el esfuerzo final para tener listo el disfraz de Shizuku,
de Las vidas lascivamente milagrosas etcétera, amodorrado en su butaca del tren, Gojo, a punto de dormirse, llama a Marin «preciosa», la palabra que reserva para sus muñecas hina, su métrica de toda belleza. Y Kitagawa le oye, y sabe lo que significa esa palabra para Wakana, y de repente el corazoncito de Marin empieza a hacer «doki doki», que es «pom pom» en japonés, y la relación entre ambos adquiere una naturaleza completamente nueva. Y así se subvierten los cánones de la comedia romántica adolescente tal como suele ser tratada en el manga y el anime, donde es casi siempre el chico el primero en enamorarse y el responsable de hacer todo el camino hasta el corazón de su amada.

Leer el manga de My Dress-Up Darling obliga al lector cómplice, a preguntarse cada pocas páginas, y entre sonrisa y carcajada, «pero ¿cómo pueden no darse cuenta este par de hipoglúcidos de que YA SON NOVIOS

Cuando Marin agarra un gripón de sesenta pares (por salir a la calle, una de las noches más frías del año, vestida de conejita de Playboy,
uniforme que por supuesto le confeccionó Wakana), Gojo falta a clase para llevarle medicinas y comida caliente, le da la cena en la boca, como a un pollito, y se queda con ella hasta que le baja la fiebre.

Cuando Kitagawa se agobia porque no ha hecho ni una sola página de los deberes que les pusieron en el instituto para las vacaciones de verano, Gojo lo abandona todo para ayudarla con su tarea. Y se come la bronca por entrar al instituto sin llevar puesto el uniforme cuando Marin descubre, ¡será cabeza loca!, que se ha dejado allí la libreta de Matemáticas.

Cuando Wakana ve a Marin en una situación equívoca, en la que parece que unos chicos la están acosando, se abalanza sobre ellos como un puma, dispuesto a machacar cabezas. Poco importa que fuesen los compañeros de trabajo de Kitagawa en el salón de belleza, unas reinonas los dos, que le estaban comunicando su decepción porque Marin se ha arruinado el pelo con las planchas de alisar.

Cuando Marin se lastima con las sandalias durante un festival de fuegos artificiales, de esos que son tan populares en Japón, Gojo se la echa a la espalda como una mochila para que no siga haciéndose daño en los pies.

Cuando Gojo y su abuelo descubren cómo se ha estado alimentando Marin, que no tiene ni idea de cocina y pasa la mayor parte de la semana sola, pues su padre trabaja fuera, la invitan a cenar a su casa para que al menos una vez al día se eche al coleto una pitanza decente.

¿Quién se ha pasado una semana casi sin pegar ojo para terminar el primer disfraz de Marin?
«Atchon burike! ¿De dónde han salido todas esas rosas?»

Cuando Kitagawa se empeña en ver una película de terror, ¿a quién llama por teléfono de noche, cagadita de miedo, porque oye ruidos de asesinos en serie y demonios cenobitas por todo su apartamento? ¿La voz de quién la relaja y tranquiliza y le quita la inquietud?

¿Quién se desafía a sí mismo una y otra vez, y lucha contra sus limitaciones, y se obliga a superarlas, para hacer feliz a Kitagawa?

Gojo, que, entre su ansiedad social y su temor a arruinar la imagen popular y sexy de Kitagawa, no deja de negar a lo largo de los primeros cien capítulos de Sono bisque doll... que él y Marin estén saliendo juntos, actúa en todo momento como un novio abnegado, sensible, cariñoso; acompaña a Kitagawa a los eventos de cosplayers y las sesiones de fotos, lleva siempre agua, para que Marin beba si tiene sed, un pequeño kit de costura por si es necesario reparar el disfraz, parches fríos por si le vuelve a dar un sofocón a su «amiga», y una maleta en la que custodiar las ropas de calle de Kitagawa mientras ella posa para las fotos.

My Dress-Up Darling es un cuento de iniciación a la vida, una oda al valor de la amistad, una elegía a la cultura popular (cómics, videojuegos, series y películas de animación) y a su carácter de lingua franca, de espacio común en el que personas muy diferentes en carácter, e incluso procedentes de sociedades muy distintas (aquí escribe un occidental enamorado de la cultura oriental en general y de la japonesa muy en particular), pueden reunirse, entenderse, forjar vínculos duraderos y enriquecedores. El manga de Shinichi Fukuda es el punto de encuentro de todos aquellos que se han sentido rechazados y excluidos por sus aficiones, santuario especialmente valioso en Japón, donde se considera poco menos que como una conducta antisocial la devoción abnegada hacia un hobby (el manga, el anime, el coleccionismo de juguetes, el deporte, los coches, las idols...) y la palabra otaku tiene la consideración de insulto.

Sono bisque doll... me gusta tanto que, en un típico mecanismo freudiano, estoy dispuesto a justificar mi afición a este manga afirmando que cada disfraz que Gojo confecciona, además de un reto en sí mismo que llevará a Wakana a desarrollar una habilidad nueva o poner a prueba las que ya tenía, y a Marin a meterse en la psicología del personaje y darle alma al disfraz, es toda una lección vital para ambos que los prepara un poco mejor para la edad adulta.

El disfraz de Shizuku, de Las vidas lascivamente milagrosas de las chicas ricas del club de la desgracia de la academia femenina de Santa Humedad. Segunda parte enseña esto a Gojo y Marin: no te cargues de lastres innecesarios y concédete espacio para moverte con libertad.

El disfraz de Soma, de La feroz princesa flor, para Shinju: a veces da miedo decirle a otras personas qué es lo que amas, qué es lo que quieres hacer, y debemos recompensar el coraje que delata esa confesión.

El disfraz de la Prisionera Verónica, de Killing Gigs: ver un buen bajoteto te hace sentir saludable.

El disfraz de Rizu del manga Soy un autor adolescente súper popular de novelas ligeras pero cada noche soy importunado por un súcubo: a veces la vida no te da todo lo que necesitas para salir adelante, y en esos casos te las tienes que arreglar para rellenar los huecos con tu ingenio y tu iniciativa. Y, por el amor de Osamu Tezuka, no vuelvas a organizar una sesión fotográfica sexy en un Love Hotel.

Pero sobre todo, y por encima de todo, Sexy Cosplay Doll es una hermosa fábula en defensa de la tolerancia. La convivencia. La dignidad humana. Como no podía ser de otra manera, habiéndose inspirado Fukuda en la historia personal de una cosplayer a la que su novio amenazaba con romper la relación si ella persistía en vestirse de mamarracha.

Y este título ejemplifica a la perfección la forma en que el manga, como medio artístico, se ha revelado a lo largo de los años como una extraordinaria herramienta cultural para tratar temas universales a través de productos aparentemente ligeros, incluso frívolos, como esta serie de una chica que sólo quiere vestirse de sus personajes favoritos. Misión filosófica de la que los artistas de otros países han desertado, prefiriendo convertir sus cómics, películas y videojuegos en altavoces ideológicos de la excluyente, intolerante e hiperventilada minoría de apóstoles postmodernos y Savonarolas tardomarxistas, al parecer ignorantes de que están tirando piedras contra su propio tejado a fuerza de reincidir una y otra vez en las mismas soflamas histéricas y tácticas vandálicas.

Genuflexión al catecismo woke que explica la suspensión de la incredulidad que todos experimentamos al conocer la noticia de que Demon Slayer / 鬼滅の刃 / Kimetsu no yaiba, la colección de Koyoharu Gotoge, habría vendido más copias por sí misma en 2019 que toda la industria estadounidense del cómic. No era cierto, por muy poco, aunque sonaba plausible (y ya me gustaría poner los enlaces a las páginas que dieron esas noticias, pero esas páginas han desaparecido misteriosamente y sólo se encuentran ya capturas de pantalla y fuentes secundarias).

Si te da pereza pinchar en el enlace de Anime News Network o no te manejas con el inglés, digamos que la confusión, más o menos malintencionada, del autor de ese titular, vino de su incapacidad para distinguir entre «ejemplares en circulación» y «ejemplares vendidos» y en su
presunción, tal vez interesada, de que los 750 títulos más vendidos de 2019 representan «toda la industria estadounidense»; además de palmaria ignorancia del hecho de que, con algunos nichos por edades, la industria del manga japonés apela mayoritariamente a los lectores infantiles y adolescentes (no es el caso particular, por cierto, de Sono bisque doll..., que, sin dejar de ser una historia sobre adolescentes, se engloba en la categoría de manga seinen, o sea orientada a un grupo de lectores más bien masculino y adulto), mientras que el cómic occidental subsiste malamente de un nicho cada vez más reducido de público que ya peina canas y cada vez está más harto de no reconocer a sus personajes de siempre, y de las chuminadas queer que les exigen hacer penitencia por haber nacido.

Y si la noticia arriba citada tuvo tanto eco en redes sociales fue porque resonaba con la propaganda anti-woke fundada sobre las protestas que los lectores de cómics llevamos formulando acerca del tebeo occidental, muy particularmente el americano, contaminado de flequillos rosas, banderas arco iris, negritud, fluidez de género y body-positivity que no sirven en absoluto como muletas de unas historias anémicas, unos artistas ineptos y unos personajes deconstruidos e irreconocibles.
¡Eso es, Kitagawa! ¡Tienes posibilidades! ¡A por él!

Los lectores de cómics que amamos a Tormenta, de la Patrulla-X, que jamás vimos el color de piel de Blade o Spawn y a quienes nos importó un carallo que Estrella del Norte saliese del armario en 1992, en el número 106 de Alpha Flight, no tenemos necesidad de que nos aleccionen sobre feminismo, empatía y REPPPPPPRRRRRRRESENTEISHON.

Los lectores de manga, todavía menos. Que yo aún recuerdo a los heavies de mi instituto, ¡LOS HEAVIES!, pasándose a escondidas los volúmenes de Video Girl Ai como si fuesen costo y especulando en corrillos sobre el futuro de la relación entre Moteuchi y Amano.

Y los lectores de My Dress-Up Darling en particular no tenemos ninguna necesidad de lecciones de tolerancia.

Como en nuestra adolescencia fuimos ridiculizados y rechazados por nuestra admiración del manga y el anime, Gojo teme ser rechazado por su admiración hacia las muñecas hina y su sueño de aprender el oficio tan bien como su abuelo. Igual que nosotros recibimos cariño de otros fans, Marin le ofrece a Wakana comprensión, entusiasmo, respeto, y él a su vez devuelve esa moneda a Shinju, la supertímida hermana de Inui Sajuna / Juju, cuando le confiesa que quiere disfrazarse de hombre pero no se atreve para no hacerle sombra a su hermana menor, la auténtica reina cosplayer de la familia, y porque está acomplejada por el exagerado tamaño de su pecho. Gojo se niega a permitir que las inseguridades de Shinju la alejen de algo que desea, que la hará feliz, y le prepara un disfraz a espaldas de Marin e Inui.
Aunque casi le cuesta la vida. Ese botón habría matado a un ñu adulto.

A Marin le preocupa que Gojo piense que es un poco rarita por querer disfrazarse de personaje de videojuego. Se viene muy arriba cuando Wakana respeta su pasión y se atreve a ayudarla a transformarse en Shizuku.

La novia de Himeno Amane rompió con él cuando descubrió que, además de ser un tirillas, le gustaba vestirse de personajes femeninos. Y tiró a la basura todos sus disfraces. Lo único que preocupa a Gojo cuando conoce a Amane es a qué detalles debería prestar atención cuando maquille a un hombre que quiera parecer una chica. Marin está demasiado enamorada del cosplay de Himeno para importarle tres mierdas que debajo de esa falda haya una pilila y sólo quiere saber dónde compra Amane su maquillaje y sus tetas postizas.

Y quizá el momento más conmovedor, hasta ahora, de My Dress-Up Darling, es el capítulo en el que TODA la clase de Marin y Gojo se reparte el trabajo del festival escolar para que Gojo pueda concentrarse en el disfraz que Kitagawa va a lucir durante el desfile del aula. Así que esos mismos compañeros cuyo juicio Wakana temía cuando sólo pintaba muñecas hina LE INSISTEN en que se deje ya de joder y vaya corriendo a sacar patrones, que se juegan la victoria en el festival. Porque han visto los cosplays de Kitagawa, saben que Gojo es un capo de la costura, le respetan por su talento y le aceptan sin reservas.

Hacer disfraces para Marin le ha dado a Gojo la oportunidad de hacer nuevos amigos. Amigos que LE RIÑEN cuando les dice que ha permitido a Kitagawa, y su rubia cabecita loca, ir sola a comprar materiales porque él quería colaborar con el resto de tareas de su aula para el festival.

De su relación con la hiperexpansiva Marin y otros cosplayers, Gojo saca el arrojo para ampliar su círculo de relaciones y pedir consejo a Akira, un artista de goma EVA que accede a enseñarle a hacer complementos para disfraces.

Menuda sorpresa cuando el tal Akira resulta ser no sólo una chica preciosa
, con su propio pasado doloroso de rechazo e intolerancia por su afición al manga, sino una simp ABSOLUTA de Kitagawa que casi arma un tumulto cuando Marin, (o, como la llama la propia Akira, «mi princesa»), posa en el ComiKet de invierno llevando el cosplay del arcángel Haniel, el personaje de manga favorito de Akira. Y Kitagawa se esmera, por amor a Gojo, en meterse en el papel. Porque Gojo se ha esmerado, por amor a Marin, en hacer un disfraz que nadie jamás ha visto antes. Y Akira, y docenas de fans, miran estupefactos a Kitagawa y no ven a una chica disfrazada. Ven al personaje de manga. Ven un ángel. Y Suzuka tiene que taparle boca a Akira para que no se ponga a gritar como una posesa. Aunque eso sólo funciona unos pocos minutos.

Shinichi Fukuda ha escrito y dibujado una historia romántica que es en realidad un manifiesto. «¡No estáis solos! ¡No tenéis nada de lo que avergonzaros! ¡Hay otras personas en el mundo que comparten vuestra pasión!». Y después de ver la primera temporada de My Dress-Up Darling (ya están tardando en producir la segunda) y leer los volúmenes del manga homónimo publicados hasta ahora, en el Paratroopers sólo lamentamos una cosa:

Que no nos puedan extirpar de la memoria la experiencia para así tener oportunidad de leer esta maravillosa
carta de amor a todos los aficionados al manga, el anime y los videojuegos, como si fuese la primera vez.

Un ángel desciende en el ComiKet.

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