lunes, 2 de abril de 2018

«La realidad puede ser una mierda, pero es el único sitio donde te puedes tomar una comida decente».

En el momento en que escribo esto, no hace ni doce horas que volví del cine de ver Ready Player One.

Redios. Revirgen y Recristo.

No debería escribir sobre la peli todavía, porque primero necesito desintoxicarme. Sí, desintoxicarme: casi cada plano de Ready Player One es una sobredosis de clorhidrato de frikaína en vena; frikaína pura y sin cortar.
Vamos, de la que nos gusta.
A los que vamos teniendo una edad y nuestra primera videoconsola era un monstruo con mandos parecidos a cajas de zapatos que proyectaban en nuestro televisor unos insulsos píxels monocromos del tamaño de garbanzos (¿4K? ¿Qué es eso?); a los que corríamos a la salida del colegio para no perdernos nuestro episodio de Mazinger Z y llorábamos los domingos por la tarde con los avatares de la dulce huerfanita Candy White, a los que cuando nos cayó en las manos el primer libro de Tolkien, de Moorcock, de Bradbury, nos olvidamos de comer, de beber, de dormir y casi hasta de respirar hasta volver la última página; a los que no pudimos parpadear ni una sola puta vez hasta que salieron los créditos finales de Regreso al futuro; a los que estábamos enamorados de Princess, o de Jason; a los que solo socializábamos con otros jugadores de Dragones y Mazmorras o en la tienda de cómics, con adolescentes tan desnortados, marginales y lúsers como nosotros; a los que quedamos destrozados por las muertes de Gwen Stacy y Jean Grey, a los que alguna vez hemos gritado «¡excelsior!», a los que tenemos la sospecha de que no pasaríamos el Voight-Kampff, a los que sabemos qué esconden la hache y la pe de Lovecraft, a los que hemos mantenido acalorados debates acerca de si molaban más Songoku o Arale, a los fans de Star Trek, que desprecian a los de Star Wars (y ambos a mí, porque me gustan ambas por igual), a los que alguna vez fuimos al cole con una camiseta de Supermán bajo el jersey, a los que alguna vez hemos recitado la letanía Bene Gesserit contra el miedo, a los que siempre quisimos tener nuestro propio batmóvil, a los que hicimos nuestros primeros pinitos en la informática en ordenadores sin disco duro ni sistema operativo, a los que hemos mantenido conversaciones enteras empleando exclusivamente citas de Los Simpson, a los que, en sueños, cabalgamos la moto de Kaneda, a los que al menos una vez en nuestras vidas, levantamos un martillo (un triste martillo de ferretería) y exclamamos «¡por la hirsuta barba de Odín; a los raritos, los frágiles, los parias, los protoautistas; a los que no han necesitado pinchar en los enlaces para pillar todas las referencias; a todos nosotros, hermanos míos, Ready Player One nos produce orgasmos de dulce nostalgia. OR-GAS-MOS.
¡A CORRERSE VIVOS!
(Al finalizar la proyección tuvieron que despegarme de mi butaca con disolvente y una palanca. Y os ahorraré los viscosos pormenores de la operación de ingeniería necesaria para quitarme los calzoncillos, una vez en casa).
Es casi imposible digerir de un solo bocado un mísero plano de Ready Player One. Hay tantos easter eggs en cada fotograma que el friki medio se empacha. Lo juro. Sufres una especie de síndrome de Stendhal freak. Y es que, cuando en menos de diez segundos, has visto juntos a Tracer, Chun Li, Batman, al puto Chucky y un Gigante de Hierro en una película en la que salen el Delorean de Regreso al futuro, un Alien, Goro el de Mortal Kombat, Harley Queen y el Jóker, El resplandor de Stanley Kubrick, una alusión a Buckaroo Banzai y un villano clavado al Supermán psicópata de Injustice, y la batalla final tiene lugar al ritmo de la canción que merece, por derecho propio, ser el himno internacional del orgullo friki; u orgasmas hasta la muerte o sales del cine pegando gritos de indignación y exigiendo que te devuelvan el dinero de la entrada. Simplemente, es demasiado para digerirlo todo de una vez.
Ready Player One es una orgía freak para freaks. Droja de la más dura. Abstenerse los no iniciados o los que no puedan recitar los nombres de al menos doce Caballeros del Zodíaco. Yo, que ya llevo tiempo cabalgando el unicornio rosa y tengo callos en mis venas frikis, me descubrí más de una vez incapaz de asimilar todos los homenajes, echando espuma friki por las comisuras frikis de mi boca friki y pidiendo misercordia friki con un carrillo y suplicando con el otro: «¡más, más, MÁS, MÁÁÁÁÁÁÁÁS!».

La historia de Ready Player One, basada en la novela homónima de Ernest Cline, publicada en 2011, nos presenta una distopía, el mundo del año 2045, donde todo, básicamente, se ha ido al carajo. El petróleo se ha agotado, el paro es endémico, la recesión económica ha sumido a la inmensa mayoría de la humanidad en niveles de subsistencia y la vida, en resumen, es una puta mierda. Huyendo de la miseria, el hacinamiento, el cambio climático y el tedio, la inmensa mayoría de la gente se refugia en OASIS, una mezcla de videojuego y red social (o, si eres lo bastante freak para entender el acrónimo, un mmorpg), donde pueden crearse un avatar, o sea un personaje que represente todas sus fantasías, hacer amigos (virtuales), jugar a toda clase de videojuegos de ayer, de hoy y mañana; explorar mundos alienígenas (virtuales), participar en torneos (virtuales) por ganar los cuales conseguirán cajas de botín (virtuales) y monedas (virtuales) que les permitirán comprar ítems (virtuales) para hacer más poderosos o atractivos a sus avatares o incluso cosas materiales en el mundo real.

En el mundo de Ready Player One, las personas ya casi no interactúan entre sí físicamente. Se meten en OASIS, crean una identidad virtual y «viven» sus vidas a través de ella. OASIS no solo es la primera potencia económica del planeta, a costa de la publicidad y de los contenidos premium (o sea de pago); también ejerce un innegable papel de control social (por mierdosa que sea tu vida puedes conectarte a OASIS y jugar a ser el Puto Amo, lo cual le quita todo el atractivo a salir a la calle a exigir trabajo, pan o respeto) y ha pasado a ofrecer toda clase de servicios públicos que los gobiernos, canibalizados por la contracción de gasto fruto de la crisis económica, han renunciado a prestar; la gente, por ejemplo, no va a la escuela real, van a la escuela en OASIS; una miserable escuela pública, si no pueden permitirse el lujo de pagar por una escuela premium. Tampoco salen ya por ahí al cine, o a la discoteca. No hace puñetera falta. En OASIS hay discotecas, cines, parques de atracciones, ¡planetas enteros!; además de todas las películas del mundo, todos los videojuegos, libros, discos, videclips... Toda la cultura jamás creada por el hombre.
¡Dadles CAÑAAAAAAAAAAAAAA!
El protagonista de Ready Player One es Wade Watts, conocido en OASIS por su avatar virtual, Parzival (bueno, hubo un tiempo en que se llamaba Wade_the_Great), un huérfano que vive con su promiscua y maltratadora tía en Las Torres, Oklahoma, el equivalente a un slum actual: las viviendas son, literalmente, contenedores y caravanas apiladas unas encima de otras.
Si me dieran a elegir entre esto o el infierno...
Como todos los adolescentes de clase obrera de su tiempo, Wade va a la escuela pública (en OASIS), tiene algunos amigos como Aech, a quien conoció en OASIS y al que jamás ha visto en persona; se enamora (en OASIS) de una chica a quien solo conoce a través de su avatar, Art3mis (y que parece casi patológicamente decidida a impedir que se encuentren cara a cara), y, como muchos adolescentes de su generación, y muchos adultos, e incluso corporaciones multimillonarias enteras, dedica la mayor parte de su tiempo a explotar las limitadas posibilidades de su equipo háptico (los guantes y el visor que hacen posible la inmersión en OASIS) en la búsqueda del Huevo de Pascua que el creador de OASIS, James Donovan Halliday, más conocido por el nombre de su avatar, Anorak, afirma, en un vídeo desvelado tras su muerte, haber escondido dentro de su obra.

¿Que por qué?

Oh, por una tontería de nada: porque el que lo encuentre no solo heradará la participación multimillonaria de Halliday en OASIS, sino el control absoluto del juego, que es, ya lo hemos dicho, el motor de la economía mundial. Por eso hay millones de personas buscándolo. Por eso hay una malvada organización llamada IOI (Innovative Online Industries) que destina ingentes recursos materiales y económicos y mantiene un verdadero ejército de gunters egg hunters») profesionales (los sixers) dedicados por entero a la búsqueda del Huevo. Una organización que no se detendrá ante nada para ganar. Ni siquiera dudará en cometer un asesinato, si eso la pone más cerca del control de OASIS.
El primer y genuino easter egg.
Para llegar a este tesoro muchibillonario, los gunters  de Ready Player One dedican horas, días, años a estudiar la biografía de Halliday; ven sus películas, series de televisión y dibujos animados favoritos; leen sus diarios (El almanaque de Anorak), sus cómics y libros predilectos; escuchan los mismos discos que él y juegan a los mismos videojuegos a los que Halliday jugaba de niño. Hay tres llaves que abren el tesoro final pero, aunque la pista inicial que debería conducir hasta la primera llave es de dominio público, en el momento en que da comienzo la acción de la película, nadie la ha encontrado todavía.
James Halliday, programador de videojuegos y vejete cabronías.
La investigación de los gunters pasa inexorablemente por empollarse todos los referentes de la cultura pop de los setenta, los ochenta y los primeros años noventa. Por eso, para los que crecimos en aquella época, Ready Player One es un maelstrom de nostalgia. Pero de la buena. Y, encima, Ready Player One está dirigida por el mejor Steven Spielberg. Ese niño judío de 71 años que a veces se cansa de hacer currículum para su duramente conquistada fama de director sobrio, serio y comprometido y recuerda sus comienzos en la industria, cuando se divertía con cámaras de cine y presupuestos millonarios, cuando cada película era una maravillosa aventura, cuando hacer cine era realmente una pasión y no un tour de force en la carrera por el Óscar a la mejor película.
Uno de los huevos de Óscar.
Está claro que Spielberg se lo pasó teta rodando Ready Player One. Y ésa es la razón de que nosotros también nos lo pasemos bien viéndola. Porque siempre se nota cuándo alguien ha disfrutado con su trabajo. Esa alegría, ese feliz desenfado, se transmite a quienes contemplan el resultado final. Ready Player One es diversión de principio a fin, tanto para el director como para los espectadores que tengan la suerte de disfrutarla en pantalla grande, que es donde debemos verla. En la tele de nuestro salón no recibiremos más que una dosis adulterada y mezquina de la magia que desprende este largometraje. Nos perderemos la mayor parte de la experiencia.
No sé si lo he dejado lo bastante claro, pero Ready Player One me ha gustado a rabiar.

Me gustó tanto que estoy casi decidido a hacer el esfuerzo de perdonar a Steven Spielberg por haberse follado todo el libro en los diez primeros minutos de metraje.
A veces me pregunto cuándo cómo y por qué se convirtió Paratroopersdon'tdie en una bitácora de cine.

Pero lo cierto es que me importa una mierda.

A veces me pregunto por qué me tomo la molestia de repetir una y otra vez las mismas lecciones sencillas, si nadie me escucha, o nadie aprende de ellas.

Pero lo cierto es que eso me importa todavía menos.

Recuerdo lo que pensé cuando me dijeron que Spielberg se había hecho con los derechos cinematográficos de Ready Player One y pensaba convertir la biblia freak por antonomasia en una película.

Me dije: «es imposible».

Así de simple. Imposible.

Por lo tanto, no puedo estar completamente enfadado con Steven por haber fracasado en una tarea que nadie, ni siquiera él mismo, podría haber culminado con éxito.
Mi temor no surgía del reto técnico que suponía recrear OASIS. Hace tiempo que el CGI se quitó los pañales y, además, como OASIS es, de facto, un entorno generado por ordenador, ni siquiera era necesario empecinarse en darle un acabado fotorrealista a ese entorno virtual en el que transcurre la mayor parte de la acción de la novela; muy al contrario, dotarlo de cierta estética a lo videojuego de PS4 haría aun más sólida la atmósfera del OASIS cinematográfico.

No, mierda. Mi temor, que se ha revelado fundado, era que resultaría absolutamente imposible pagar el correspondiente copyright a los creadores de ni siquiera la cuarta parte de las series de televisión, videojuegos clásicos, películas, dibujos animados, novelas de ciencia-ficción, etcétera, que se mencionan en un simple puto capítulo de la novela. Aunque solo fuese porque, después de la muerte de sus creadores y de la desaparición, compra, venta, fusión y recompra de las empresas que los publicaron, ni siquiera está claro a quién pertenecen hoy en día los derechos de algunos de esos productos.

Mi temor también era que resultaría igualmente imposible componer una película con todos esos iconos para niños raritos y que continuase siendo legible para el espectador medio; y por «espectador medio» me refiero al que no necesita jugar al Skyrim cuando quiere echar un polvo y al que se la monda a cuatro manos que el Hulk Rojo pudiese levantar el Mjölnir.
Y, siendo muy consciente de la imposibilidad de conquistar ese reto, Spielberg optó por una drástica decisión creativa.

Sodomizó todo el puto libro en los primeros diez minutos.
Y al estilo Too fast too furious.
Así que yo fui al cine a ver Ready Player One y acabé viendo otra cosa que también se titula Ready Player One y recuerda mucho a Ready Player One, y que me gustó casi tanto como Ready Player One, aunque se limita a usar los personajes y algunas tramas de Ready Player One.

Que a qué coños me refiero, dirás.

Te lo explico con un ejemplo:

En Ready Player One, el libro, Wade obtiene la Llave de Cobre (la primera de las tres necesarias para llegar al Huevo de Pascua) siguiendo la pista de Halliday (codificada en una quintilla del propio Halliday) hasta una mazmorra de La tumba de los horrores, un módulo clásico para Dragones y Mazmorras publicado en 1975. En esta mazmorra (que, por cierto, es donde conoce a Art3mis), Wade tiene que derrotar a Acererak, el villano de La tumba de los horrores, en un duelo a los mandos de una recreativa de Joust, uno de aquellos videojuegos deliciosamente timoratos de los primeros años 80. ¿Y cómo lo derrota? Jugando con el mando de la izquierda, el del segundo jugador (Joust fue una de las primeras recreativas en incorporar la opción para dos jugadores), el que Acererak había estado utilizando. Todas las veces que Wade lo había intentado con el mando de la derecha, había perdido. Era necesario conocer la historia de las recreativas y de los videojuegos para encontrar el glitch que permitía resolver el puzle.
The Copper Key awaits explorers
In a tomb filled with horrors
But you have much to learn
If you hope to earn
A place among the high scorers
En Ready Player One, la película, Wade obtiene la Llave de Cobre conduciendo su Delorean de Regreso al futuro en un videojuego de carreras repleto de obstáculos, a cual más cabrón, que concede automáticamente al ganador la primera de las llaves que conducen al Huevo. ¿Cómo lo logra? Interpretando intuitivamente la primera pista de Halliday (que no se parece en nada a la del libro ni viene codificada en ninguna quintilla) y conduciendo en dirección contraria al resto de los jugadores. Marcha atrás. Sus amigos Aech, Art3mis, Daito y Shoto, a quienes explica el truco, consiguen también así sus Llaves de Cobre.
«¿Santiago Calatrava ha pasado por aquí?»
En el libro, para resolver las pistas y encontrar las llaves, hay que conocer la cultura pop de los 70 y 80 tan bien como la biografía del propio Halliday.

En la película, casi basta con ser despierto y algo pillín.

Diez minutos de metraje y Spielberg ya se hacía fornicado toda la novela.
Me reafirmo en lo dicho más arriba: Steven Spielberg ha llegado al corazoncito del freak que hay en mí. Lo juro. Pero, por el camino, se ha cargado uno de mis libros favoritos.
What you seek lies hidden in the trash on the deepest level of Daggorath. 
En Ready Player One, el libro, superar los puzles dejados por Halliday exige ser el freakmaster supremo. Saberlo todo o prácticamente todo de ordenadores personales, videojuegos, máquinas recreativas, juegos de rol, dibujos animados japoneses, novelas y películas de terror, fantasía y ciencia-ficción y cómics de los 70 y 80. Por ejemplo, para resolver el puzle que conduce a la Primera Puerta (la que se abre con la Primera Llave), Wade identifica correctamente la pista «hidden in the trash» como una referencia al TRS-80 Color Computer 2, el primer ordenador de Halliday (conocido entre los aficionados como «Trash-80», de lo malo que era), lo cual le conduce a Middletown, un mundo de OASIS que recrea el pueblo natal de Halliday, en cuyo dormitorio de niño juega a otro juego antiguo, Mazmorras de Daggorath, que abre una puerta a un salón de recreativas de los 80 donde tiene que recitar, sin equivocarse ni en una puñetera coma, TODOS los diálogos de Matthew Broderick en Juegos de Guerra y ejecutar todas sus acciones. Vamos, usurpar el papel de David Lightman, el hacker al que interpreta Broderick en la película (una de las favoritas de Halliday), y recrear su papel a la per-fec-ción.
También una de mis favoritas, por cierto.
En Ready Player One, la película, ni siquiera hay una puerta por cada llave y nuevos retos para abrir cada una de ellas. Todas las llaves han de introducirse en la puerta final que conduce al legado de Halliday.

Ya sé que no es ni de lejos lo mismo.
 
Pero, quizá por primera vez desde que excreto banalidades en esta bitácora, te pido que no seas demasiado cruel con el pobre director.

Mira el ejemplo que acabo de darte e imagina el cipostio que supondría recrear la secuencia descrita más arriba: dar con los dueños de los derechos de Joust y Mazmorras de Daggorath, en el caso de que alguien sepa quién cojones los tiene ahora; encontrar una unidad funcional de un TRS-80 o construir una réplica, lograr el permiso de Metro Glodwyn Mayer (que compró United Artists, ¡muchas gracias, Michael Cimino!, propietaria original de la cinta) para recrear las escenas de Juegos de Guerra; seducir a Wizards of the Coast, que adquirieron la franquicia de Dragones y Mazmorras cuando TSR quebró; convencer a los herederos, en caso de que los tenga, de Gary Gygax, redactor original de La tumba de los horrores...
(Easter egg: las referencias a Star Wars son constantes en la novela, ¡hasta la «tarjeta de visita» del avatar de Art3mis es una figura suya que imita las que fabricó Kenner a partir de los personajes de Star Wars!, pero no hay ni una puta mención a Star Wars en la película, porque Disney, pura y simplemente, se negó en redondo, en cuadrado y en cubo. No sé si como premio de consolación, o como venganza, en el hangar de Aech se puede ver, colgada del techo, la caravana voladora de La loca historia de las galaxias, de Mel Brooks. Precisamente una hiriente y desternillante parodia de Star Wars. Con el personaje de Ultraman, que en el libro es clave en el argumento, tuvieron un problema por el estilo, pues ni siquiera se sabe a quién recristos pertenece la franquicia y hay un proceso judicial en curso para determinarlo).
Juro por Dios que esto existe.
¿Podía alguien, por mucho que se llame Steven Spielberg, poner de acuerdo a tanta gente? El caso de Star Wars y Disney demuestra que no. Y todo para filmar, ¿qué? ¿Diez o quince minutos de metraje?

Y el ejemplo que te doy más arriba, querido lector, abarca solo la gesta por la primera llave. De tres. Antes del puzle final. En el caso de que Spielberg o sus productores hubieran tenido éxito deshaciendo ese nudo gordiano de propiedad intelectual (que ya vemos que no lo tuvieron), la película habría durado... ¿cuánto? ¿Cuatro horas, mínimo?
(Hum, hum y rehum... ¿Estamos otra vez ante una historia que debería haberse contado en una serie para televisión y no en un largometraje?).
Además, ¿por qué tomarse tantas molestias solo para sembrar docenas de easter eggs que apenas una de cada veinte personas que viesen Ready Player One iban a comprender?
“You’re evil, you know that?” I said.

She grinned and shook her head. “Chaotic Neutral, sugar.”
¿Cuánta gente que no haya jugado a D&D pillaría la referencia de este diálogo, arriba citado, entre Wade y Art3mis si apareciese en la peli de Spielberg?

Mira que intento cabrearme con Spielberg por cargarse Ready Player One.


Pero, joder, por una vez y sin que sirva de precedente, no puedo. Porque, pura y simplemente, como ya he explicado más arriba, ni Spielberg ni nadie podría haberlo hecho mejor. Y, al menos, Spielberg nos ha dado una película más que respetuosa y respetable; una aventura como las de antes; una explosión de pop culture que no te permite parpadear ni un momento.
Poco importa que el propio Ernest Cline firme el guión de la peli con Zak Penn (Vengadores, X-Men 2...). Habría hecho falta una millonada, una bula pontificia, las malas artes de Torquemada y los poderes de Charles Xavier para convencer a los propietarios de los derechos. Y no creo que hubiese sido suficiente. Alegrémonos de que Warner Bros. decidiese entrar en el juego. Así pudimos ver guiños a los héroes y villanos de DC y de El señor de los anillos. Lograr lo mismo con los personajes cuyos derechos para la pantalla están en poder de Disney, Fox, Paramount, Universal... habría sido una gozada. El puto colmo. Un milagro. El equivalente a poner de acuerdo a judíos y palestinos, a Trump y a Hillary o a materia y antimateria.

Habría sido imposible. Y lo fue. Hollywood tiene sus propias normas. Los estudios de cine protegen su propiedad como los Bloods y los Crips sus respectivos territorios. Olvida el product placement. Si permitir, aunque solo sea excepcionalmente, el uso por tus rivales de uno de tus personajes les ayuda a vender una mísera entrada más, es mejor que hagas un montón con todos tus accionistas y les prendas fuego antes de que ellos te lo hagan a ti.
Ernest Cline escribió una novela bigger than life imposible de filmar.

Pero, joder, Spielberg al menos lo intentó. Aunque el resultado, de nuevo, y por mejores motivos de los habituales, fuese más bien un «libremente inspirada por» que un «basada en».

Las diferencias entre la novela y la película son casi incontables y seguro que alguien se toma la molestia de enumerarlas todas, párrafo por párrafo y fotograma por fotograma, para que luego algún cabrón holgazán (yo mismo) las cortipegue en su blog.

Detallitos como que el avatar de Art3mis no se parece en la novela a una elfa rosa emo del espacio exterior. La primera vez que ella y Wade se encuentran en OASIS, Wade la describe así:
"She had raven hair, styled Joan-of Arc short, and appeared to be in her late teens or early twenties."
Spielberg, por su parte, nos dio esto:

Tal cual.
Y ¿sabéis qué? Que me la suda. La Art3mis de la peli tiene la personalidad de la Art3mis del juego, y eso es lo importante. ¡Joder, casi me gusta más la de la peli!

El Nolan Sorrento del libro es un personaje mucho más siniestro, maquiavélico y cabrón que el villano de plastilina, algo torpe y cuasi cómico (y encima con corazoncito), de la peli.
¿Cambia eso algo?

Joder, ni una puta coma.
Aech y Parzival.
En el libro, el personaje de Aech es declaradamente homosexual.

Como Tracer, por cierto.
En la peli, ni se menciona el tema.

¿Traiciona eso al original?

Pues... sí. Lo siento, pero sí. Aunque no tanto como para invitar a los grupos organizados de elegetebís a boicotear la proyección de Ready Player One.

La historia de amor entre Art3mis y Parzival es mucho menos lineal  en la novela, con ruptura de por medio incluida.

¿Desmerece eso Ready Player One, la película?
No veo cómo podría hacerlo.

El personaje de Ogden Og Morrow (Simon Pegg) tiene mucho más protagonismo en la novela y, de hecho, es de una importancia clave en el tramo final de la misma, cuando ofrece refugio y recursos a Parzival, Art3mis y Aech en su batalla contra IOI.
Vale. ¿Y? También en la peli es un personaje decisivo, aunque interviene sin que te des cuenta de que interviene.
 
Con todas las dificultades insalvables ya conocidas por ti, querido lector, ¿podría Spielberg haber hecho el esfuerzo de que su película se pareciese más al libro en el que libremente se inspira?

Sí, claro. Metiéndole entre cuarenta y cinco minutos y una hora más de metraje a Ready Player One, y, aparte de que los productores de cine no están últimamente para eso, lo que habría sido una merienda de negros para freaks como yo tal hubiese hecho repelente el largometraje al espectador promedio. Que es ése que en realidad no existe, por otra parte.
Por todo eso afirmo que sí, que Steven Spielberg se ha cargado Ready Player One.

Pero, por los mismos motivos citados más arriba, afirmo que le perdono. Fue en defensa propia.

Porque Ready Player One es una gozada.

Porque lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.

Porque siempre se nota cuándo Spielberg se lo pasó bien rodando.

Porque por el mismo precio tenemos dos merendolas para freaks, cada una con su propio menú de sabores.

Porque traducir siempre es traicionar, pero hasta para traicionar con estilo hay que tener talento.

Porque en realidad no estás leyendo esto. Llevas quince horas ofuscado por la realidad virtual de tu OASIS particular.

Porque Ready Player One seguirá siendo uno de mis libros favoritos y no creo equivocarme si digo que Ready Player One está también muy cerca de convertirse en una de mis películas favoritas.

Nuff said!

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