sábado, 19 de octubre de 2024

Reiniciar su robot sexual puede invalidar automáticamente la garantía

Por fin alguien le ha conseguido a Megan Focs un papel a la altura de su talento.

Sea el que sea. Que parece evidente.

El momento en que un director de cine encuentra a su musa es un fenómeno mágico y misterioso que produce resultados de un superlativo valor artístico, aunque dicho milagro raras veces se materializa sin la intervención de un buen director de casting y, además, esa alquimia no devenga siempre en una buena relación personal. Quizá las mejores películas de John Wayne son aquellas que filmó a las órdenes del tuerto John Ford (quizá la única cosa en el universo, por debajo de Dios, a la que John Wayne tenía miedo): La diligencia, Misión de audaces, Centauros del desierto, El hombre que mató a Liberty Valance, La conquista del Oeste, Fuerte Apache, Tres Padrinos, La legión invencible, Río Grande, Hombres intrépidos, No eran imprescindibles, El hombre tranquilo, Escrito bajo el sol, La taberna del irlandés. La relación de amor-odio entre Werner Herzog y Klaus Kinski (aquilatada en títulos como Aguirre, la cólera de Dios, Fitzcarraldo, Cobra Verde, Woyzeck y Nosferatu, vampiro de la noche), amenazas de muerte pistola en mano incluidas, es ya parte de la historia del cine (literalmente, Herzog la plasmó en un documental éPPPPPPPPPico). Y las peloteras entre Blake Edwards y Peter Sellers (El guateque, La Pantera Rosa, El nuevo caso del inspector Clouseau, El regreso de la Pantera Rosa, La Pantera Rosa ataca de nuevo, La venganza de la Pantera Rosa) darían por sí mismas para toda una entrada de la bitácora. Y decimos una entrada de las largas.


Subservience (no confundir con esta otra Subservience) es otra vuelta al viejo tropo de la ciencia-ficción sobre la Inteligencia Artificial que se vuelve cabrona y putea a la humanidad. El mismo tema explorado con mayor o menor profundidad en Engendro mecánico (sexy-thriller cibernético con una imposible inseminación de Julie Christie a manos de un ordenador), Terminator, The Creator, Ex Machina, Trascendence, The Matrix, Nivel 13 (la película sobre realidades virtuales que tuvo la mala suerte de estrenarse el mismo año que The Matrix), Nirvana (casi ni Dios la vio y muy poca gente la recuerda), La conspiración del pánico, Tron, Juegos de guerra (clasicazo de nuestra generación), 2001: Una odisea del espacio, Yo, robot (aún se oyen blasfemias en ruso salir de la tumba del doctor Asimov), La amenaza invisible. Stealth (donde nuestra amada Jessica Biel tenía un papel protagonista), The Machine (donde casi vimos desnuda a Caity Lotz), A. I. Inteligencia artificial, Star Trek: La película, M3gan o Chappie. Por poner sólo algunos ejemplos.

La acción de Subservience transcurre en un futuro inmediato en el que los SIMs, androides domésticos dotados de avanzadísima inteligencia artificial, o algo que se le parece, son un producto más de consumo. Nick (Michele Morrone, a quien sólo habíamos visto en la penosa trilogía cinematográfica de 365 días, adaptada a partir de un 50 sombras de Grey polaco de Aliexpress pero, el mérito hay que reconocérselo, muchísimo más verde que las pelis de Dakota Johnson y Jamie Dornan) y Maggie (nuestra amada Madeline Zima, a la que hemos visto crecer, anatómica y artísticamente, desde La Niñera) son un joven matrimonio con niños cuya vida se desmorona cuando ella desarrolla una patología cardíaca que sólo se puede resolver con un trasplante de corazón. Como Nick es un Rodríguez particularmente inepto y las faenas del hogar le superan, compra un SIM para que se ocupe de la casa y los niños. Un robot doméstico al que Isla (Matilda Firth), la hija mayor de Nick y Maggie, pone de nombre Alice y que, porque guion, viene con la jeta y el cuerpo de Megan Fox.

Por supuesto, Nick, que, con su mujer en el hospital, se siente muy solo por las noches, acaba empitonando a Alice. Y es que hay que tener anticongelante en las venas para que no te ponga verraco un electrodoméstico con la cara y el cuerpo de Megan Fox que insiste en sacarte el estrés junto con la lefa. Pero, ups, cuando Maggie recibe su trasplante, vuelve a casa y descubre que su maridito ha estado soltando el cuajo dentro del onahole más sofisticado y caro jamás fabricado por la tecnología humana, se lo toma bastante a mal. Para entonces Alice, reprogramada imprudentemente por Nick (la ignorancia es muy osada y Nick no se ha leído el manual de su SIM) en una violación de los Términos de Servicio de Usuario Final, se ha enchuminado viva de su propietario y declara a Maggie su rival. Que es que Alice ya se veía ama de la casa, madrastra con base de silicio y labios siliconados y sistema completa de ordeño espermático de Nick. Y que vuelva la esposa de tu amorcito a decirte que nanay, que tú a fregar, zorra, y a mi hombre ni lo mires, como que debe de dar mucha rabia.
«Formatéame la WiFi».

Alice, progresivamente, se convierte en una mala puta grosera, celosa, vengativa, torturadora y asesina. Y está convencida de que todos sus crímenes están justificados por su amor a Nick. Incluso amochar a su mujer e hijos, ¡que es que menudo estrés le causan, los cabrones desagradecidos, con lo relajado que se queda mi cariñín cuando le vacío los dos huevos!

(No sé cómo coño ha podido llegar Alice a ese nivel de psicopatía homicida con un único visionado de Casablanca. De seis mil consecutivos, sin dormir y tragando Pervitina, no te digo yo que no, pero ¿de uno?).
Este título es un extraordinario ejemplo de lo que en Paratroopers llamamos «el fondo de armario». Esas películas que no te van a cambiar la vida, que no van a revolucionar la historia del cine, que probablemente no van a ganar ningún premio medianamente solvente, que parecen haber sido rodadas con pajilleras intenciones, pero que son las películas que la gente de nuestra generación pillaba al pedo en el videoclub los fines de semana, sólo viendo la carátula o leyendo la sinopsis, para echar una hora y media, dos horas de entretenimiento inocente (bueno... en Subservience hay fornicación con androides, así que lo de «inocente», mejor lo pillamos con palillos), descerebrado y gratificante. Porque cuando no quieres conmoverte hasta las lágrimas con una película de Dreyer o dormirte de puro tedio en el sofá con una de Isabel Coixet, sino simplemente quemar noventa minutos de tu vida viendo un largometraje facilongo que no exija esfuerzo intelectual alguno, películas como Subservience vienen como vaselina durante la negociación de un convenio colectivo.

También a Megan Fox le ha besado un ángel con esta producción. Constatadas sus nulas capacidades dramáticas, su absoluta ausencia de registros, su inexpresividad de máscara mortuoria, incluso en títulos tan poco exigentes como Till Death (que analizamos aquí), donde, por no ser capaz, la Focs no es capaz ni de gritar de manera convincente, Subservience es un caramelo cinematográfico en el que nuestra amiga Megan, a la que, lo creas o no, amado lector, amamos mucho en esta bitácora, puede al fin alcanzar su forma sublime como actriz: la de un hermoso, aséptico e insensible pedazo de plástico que da de vicio en pantalla pero al que no le puedes pedir que hable, llore, mire a cámara o incluso se mueva con algo remotamente parecido a la naturalidad.

Y, coño (ya deberías haberte dado cuenta a estas alturas, amado lector), esto probablemente se deba a que Subservience es el segundo largometraje que une a S.K. Dale detrás de las cámaras y a su musa, la Focs, delante de ellas, desde que ambos trabajaron juntos en Till Death.

Megan Fox ha encontrado al director que puede, más o menos (los milagros, a Lourdes, señora), sacar lo mejor de sí misma como artista, y S.K. Dale ha encontrado a la actriz que puede darle a sus películas... lo poco que la Focs puede dar, pero que, eso sí, lo da de putísima madre.

Subservience no ha llegado a nuestras pantallas para abrir un debate sobre las consecuencias de una adopción entusiasta, pero quizá no lo bastante meditada, de la Inteligencia Artificial, ni de las transformaciones que va a experimentar nuestra sociedad por ello, ni de quiénes van a pagar el precio por ellas. Todos esos temas se tratan en la cinta de S.K. Dale, pero no con ánimo analítico sino como parte del escenario. Superficialmente. Para que tú mismo, como espectador, entre gayola y gayola, te plantees tus propias reflexiones. Si quieres. De hecho, Subservience podría considerarse un mero y descarado Rip-off de M3gan. Con una muñeca más alta y dotada del plug-in de succión chuminera. Pero da igual, porque Subservience tampoco fue rodada con pretensiones de ofrecer a los espectadores un mínimo de originalidad.
¡Nos dimos cuenta en seguida!

Subservience sólo se rodó para enseñarnos a Megan Fox haciendo como que folla. Es una película «de fondo de armario» con la que entretenernos, ahora que las tardes son cortas y oscuras, las noches frías y solitarias y el sofá del salón, la batamanta y ese tazón de castañas hervidas nos reclaman cual Megan Fox en picardías de Intimissimi. Esas películas que, antaño, llenaban los lineales de los videoclubes, emparedadas por las más recientes novedades y algunos de los mayores clásicos del Séptimo Arte, y que han desaparecido de los catálogos de las grandes distribuidoras cinematográficas, empecinadas en rodar megablockbusters de doscientos millones de presupuesto que recauden mil millones pese a que ese tipo de películas llevan al menos cinco años HOSTIÁNDOSE de manera tan aparatosa y previsible que casi parecen PROGRAMADAS PARA FRACASAR.
¡Esos pómulos! ¡ESOOOS PÓMULAAAAARGSSFSSSH!

Como Joker: Folie à Deux. Esa DESASTROSA DIARREA CINEMATOGRÁFICA CON PROLAPSO ANAL Y HEMORROIDES que, desde las primeras informaciones publicadas por la prensa especializada, cualquiera con las neuronas suficientes para no cagarse en un desfile veía venir con años luz de antelación que se iba a HACER MIERDA en las taquillas. Porque es que Todd Phillips, literalmente, había marcado todas las casillas de la lista de verificación «Cómo rodar un ñordo infecto y humeante que nadie va a querer ver».

Presupuesto desorbitadamente inflado: [CHECK]
(La primera Joker, que es magistral, costó 65 millones entre producción y distribución y habría empezado a ser rentable en algún momento a partir de 130 millones. Recaudó más de mil. Folie à Deux costó entre 190 y 200 millones de presupuesto que los espectadores de este despropósito siguen sin explicarse en qué se han gastado, 200 millones que Joker 2 NO VA A RECUPERAR JAMÁS, porque, para NO PERDER DINERO, tendría que haber recaudado como mínimo 500 millones, y como no va a ver esa cantidad ni en fotos, ya ha llegado al streaming después de vender poco más de 167 millones de dólares en entradas EN TODO EL MUNDO, lo cual va a suponerle a Warner Broke... digo Warner Bros. unas pérdidas de entre 125 y 200 millones).

Guion simplista, estereotipado, pueril y moralizante. Y, lo peor de todo, ABURRIDO: [CHECK] 

(Que parece que esta película la haya escrito un disléxico bajo los efectos de porros mojados en tolueno).
Tal que así.

Género cinematográfico impopular: [CHECK]
(Pero, en nombre de los cuernos del minotauro, ¿QUIÉN COJONES VA A IR AL CINE A VER UN MUSICAL DE JUICIOS BASADO EN UN CÓMIC DE SUPERHÉROES? ¡LA LECHE QUE MAMASTE, TODD PHILLIPS!)

Protagonista masculino alienado y su foco usurpado por la co-protagonista femenina: [CHECK]
(Pero ¡esto qué es! ¿Joker 2 o Harley Quinn 1? ¿Cuántas veces tendremos todavía que decirles a los señores de WB que Harley Quinn NUNCA fue un personaje especialmente popular entre los fans de Batman? ¡NUNCA! Y, desde que la secta del alfabeto la ha convertido en un icono queer, todavía menos).
No, a nosotros sí que nos gusta. Especialmente cuando lo interpreta Margot Robbie.

Puteo preventivo del fandom: [CHECK]
(Tod Phillips SE NEGÓ a hacer pases privados de Joker: Folie à Deux antes de su estreno, no fuese que el público de prueba le dijera todo lo que estaba mal. Y lo que llamó a los potenciales espectadores de su película antes de que ninguno tuviese oportunidad de verla ya ni lo reproducimos ni lo vinculamos porque nos da como cansura).
Campaña promocional engañosa y farisea: [CHECK]
(Mucha gente que fue a ver Folie à Deux descubrió por las malas, o sea después de que se apagasen las luces en la sala, que habían pagado entrada para ver un musical).
Flagrante traición a su referente: [CHECK]
(Del tono hiperrealista sucio, oscuro e indigesto, casi de crítica social, o sin casi, de Joker, pasamos a un viaje de ácido con coreografías y canciones).
Todd Phillips sentando el futuro de su credibilidad cinematográfica.

Patada en los dientes a los críticos cinematográficos que alabaron la primera Joker, y, de postre, patada en los dientes también a los que la odiaron rabiosamente: [CHECK]

Y sobre todo y por encima de todo: profanación de su personaje protagonista: [CHECK]
(Joker es la historia de un pobre diablo sin talento ni dinero, pero con extraordinarios problemas mentales, que, maltratado por su madre, puteado por sus compañeros de trabajo, ninguneado por la sociedad y abandonado por su propia terapeuta, a la que han dejado sin trabajo, finalmente se rompe en una espiral de violencia y se convierte en accidental símbolo de rebeldía contra una civilización deshumanizada, insensible; un inesperado héroe de clase obrera que desencadena una rebelión de los enanos contra Gulliver. Joker: Folie à Deux es la historia de un patético mierdecilla al que hasta los guardas de Arkham dan por el culo, al que Harley Quinn manipula, chulea y engaña, y del que, al final de la cinta, justo antes de SER ASESINADO descubrimos ¡QUE NI SIQUIERA ES EL VERDADERO JOKER! ¡ME CAGO EN EL PLÁTANO BALÚ Y EN TODO EL LIBRO DE LA SELVA! ¡WARNER BROS., QUE NOS HABÉIS METIDO UNA LAVATIVA DE SALFUMÁN Y CARBURO, HOSTIA YA!).
¡Y cómo PIIIIIIIICAAAAAAAAAAAA!

No cabe duda de que alguien con mando en plaza en Warner Bros., allá por el 2019, quedó horrorizado por el éxito de Joker y la simpatía que despertó su protagonista, a pesar de ser un alienado asesino múltiple. Ésa no era la reacción que esperaban. No era la respuesta que querían provocar en el espectador. Y se han currado esta aberrante y blasfema secuela para destruir al pobre Arthur Fleck. Y no les ha importado quemar en el proceso de 125 a 200 millones de dólares

Joker 2 es tan REMATADAMENTE MALA que, en Estados Unidos, mucha gente que ya tenía su entrada comprada para Folie à Deux LA DEVOLVIÓ o se comió el desembolso pero no fue a ver la película. Los propietarios de las cadenas de multicines están que trinan con WB y violan analmente monigotes con la cara de Todd Phillips.

Alguien en un despacho de WB, en 2019, se llevó las manos a la cabeza al ver las cifras de Joker. Una película y un personaje («a poster boy for incels everywhere», como dice aquí un señor que, obviamente, en lo que menos interesado está es en hacer crítica cinematográfica) que, en ese mismo despacho de WB y otros despachos, se etiquetó como combustible para el fan tóxico, sea lo que sea ese fan tóxico. Y probablemente ese mismo directivo anónimo ha programado esta DEMOLICIÓN controlada de Arthur Fleck. No cabe sospechar de James Gunn y Peter Safran a quienes, pese haber tomado la responsabilidad de reconstruir de sus cenizas el DCU, Todd Phillips literalmente NINGUNEÓ, negándose a admitir ninguna clase de supervisión por su parte (y en WB se lo permitieron porque era el tío que les había hecho, hace cinco años, una peli de mil millones de recaudación).
Cuando pasan cosas como ésta es cuando, en Paratroopers, más apreciamos las películas sencillas, sin pretensiones, y HONESTAS. Películas como Subservience.

Películas de fondo de armario como Cuckoo.

En los kits de prensa distribuidos a los periodistas especializados se afirma que Cuckoo ha costado unos siete millones de dólares. Y parece coherente, pues Waypoint Entertainment y Neon son productoras independientes que se centran en películas de en torno a los 10 millones de presupuesto. Siete millones no representan ni la décima parte de la partida reservada para cocaína de Joker: Folie à Deux, aunque tal vez suponga una cantidad sensiblemente mayor que la factura de colágeno labial de Megan Focs en Subservience (largometraje del cual, subvención de un millón de dólares del Centro Nacional de Cine de Bulgaria incluida, no está siendo nada fácil averiguar su presupuesto total, que algunas fuentes algo turbias cifran en unos 4 millones de dólares).

Cuckoo nos cuenta la historia de Gretchen, una adolescente estadounidense, huérfana de madre, que se traslada, con su padre, su madrastra y su media hermana, Alma, a un complejo turístico en los Alpes alemanes (la mayor parte de los exteriores fueron fotografiados en escenarios naturales de Renania del Norte-Westfalia) donde su padre ha sido contratado para construir un nuevo hotel. Desde su llegada, queda muy claro para Gretchen que en el hotel sucede algo RARO DE COJONES y que el dueño, König, no es trigo limpio. Huéspedes femeninas se ponen enfermas misteriosamente y vomitan como skin-heads en un concierto de Blitz. Extraños sonidos tremolantes surgen desde algún punto en los frondosos bosques que rodean y atraviesan el hotel. Una misteriosa mujer encapuchada de ojos llameantes ataca a Gretchen durante un trayecto nocturno en bicicleta. Gretchen comienza a experimentar déjà vus en los que parece que revive la misma escena una y otra vez. En el transcurso de uno de esos bucles temporales tiene un accidente de coche con Ed (la barcelonesa Astrid Bergès-Frisbey).

Encima, Gretchen sigue elaborando el duelo por su madre, y para acabar de cagarla está en plena pubertad, así que atraviesa una fase vital contestataria. No se aclimata a su nueva familia (de hecho, planea escaparse, volver a América y vivir en la casa vacía de su madre fallecida), odia lo fácil que le ha sido a su padre pasar página, cuando ella no ha podido hacerlo aún, y no está muy segura de que le guste su medio-hermana. Gretchen es rebelde, emotiva, regañona, y no encuentra apoyo alguno en su familia cuando intenta hacerles ver que algo, insistimos, RARO DE LA HOSTIA está pasando a su alrededor y está afectando a Alma. Por eso le resulta tan fácil formar equipo con Henry (Jan Bluthardt), un detective que está investigando la muerte de su prometida, ahogada en su propio vómito en una habitación de aquel mismo hotel, y que cree que esos extraños sonidos fantasmales, la mujer encapuchada que atacó a Gretchen y los síntomas inexplicables de las inquilinas están de alguna manera relacionados.

Y, dado que la persona que da vida a Gretchen en Cuckoo es nuestro/a amado/a Hunter Schafer, puedes estar seguro, querido lector, de que al menos el personaje protagonista está impecablemente interpretado.
¡Qué mal nos lo hace pasar, joder!

En el pasado, hemos elogiado el talento innato de Schafer para el drama. Es casi sobrenatural ver cómo CLAVA cada una de sus frases y escenas de la primera temporada de Euphoria y obligarte a recordar que estás viendo su debut ante las cámaras; que, antes de la polémica y, reconozcámoslo, indigesta serie de Sam Levinson, Schafer NUNCA HABÍA ACTUADO ANTES. El excelente trabajo del director de casting, unido a la impecable dirección de actores de Levinson («permítete sentirlo todo», fue el consejo que le dio a Hunter) resultaron el maridaje perfecto para hacer aflorar un BESTIAL talento interpretativo innato que sorprendió incluso a muchos que conocían a Schafer desde la infancia. Y nos remontamos a cuando aún tenía pene.

Pero ese éxito actoral entrañaba un riesgo. Cuando se produce tamaña identificación entre un creador y su musa, entre un director de cine y su actor fetiche, siempre existe la posibilidad de que la química creativa, la retroalimentación artística funcione sólo en ese mecanismo bicéfalo. Hunter Schafer podría ser la rehostia en vinagre en Euphoria y un desastre bajo la batuta de cualquier otro director. Así que en el Paratroopers afrontamos el primer largometraje de Schafer como protagonista (tiene un papel en Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes, pero no era la protagonista y, además, esa película la vio relativamente poca gente y no le gustó a casi nadie) embargados por cierta dosis de ansiedad.
A ver si encuentras a Hunter en el cartel.

No había motivo para ello.
¿Te habíamos dicho ya que nació con pilila? Como que te vas a zurrar la sardina igual, ¿verdad?

Aunque Cuckoo no es en absoluto perfecta (por momentos se toma demasiado en serio a sí misma para la película de terror cursi y exagerada que en realidad es), la interpretación de Schafer es inatacable, su emotividad creíble y conmovedora, y su identificación con el personaje que interpreta, absoluta. Hunter saca partido a las lecciones aprendidas en Euphoria para explorar terra incognita en esta cinta de terror que, por momentos, recuerda a alguno de los mejores trabajos de Dario Argento. Y nos proporciona un nuevo ejemplo de simbiosis casi perfecta entre director y protagonista.

Como Subservience, que convierte las dolorosamente obvias carencias de
Megan Fox en virtudes y le permite entregar una actuación fría, artificial y robótica que, por una vez, beneficia a su personaje y revaloriza la película.

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