domingo, 1 de agosto de 2021

«Bye, bye, Miss American Pie»: otra vuelta de tuerca al «pero»

Con más de un año de retraso, culpad a la pandemia, al fin hemos podido ver Black Widow, la, más que seguramente, última contribución, y por muchas razones (sigue leyendo), de Scarlett Johansson al MCU como el personaje de Natasha Romanoff, pelirroja superespía ex-soviética todotorreno.


Y me ha gustado. En serio. He pasado dos horas la mar de entretenidas. Hacía tiempo que no veía una nueva peli del MCU (porque, agotada la Tercera Fase del MCU, aun están por estrenarse los nuevos títulos: Los eternos, Thor: love and thunders, Spiderman: No way home...) y la llegada de ésta cinta a mi pantalla ha sido agradecida. Tiene casi todo lo que uno espera de una película de Marvel Studios, para lo bueno y para lo malo: acción a raudales, gratuita, descerebrada y coreografiada (sino directamente ya filmada) antes incluso de tener en nómina al director (directora, en este caso), un argumento más simple que el pitorro de un botijo, un desarrollo de la historia clonado de productos similares de Marvel Studios, y unos efectos especiales más que solventes.

Y a Scarlett Johansson, claro, que siempre da gusto verla. Y nos gustaría poder añadir el «trabajar» que no haría esta frase sospechosa de falocentrismo heteronormativo y cispatriarcal.

Y ahora viene el «pero».

Justo después de que repita, y no lo haré más en este artículo, que la película me ha gustado. Incluso mucho.

A pesar de que es muy mala.

No mala nivel Zack Snyder, entendámonos (ese hombre es su propia categoría de ineptitud). Black Widow es divertida, entretenida, pero mala de cojones, mala como la carne del pescuezo, mala a tantos niveles que no me he resistido a dedicarle esta entrada del Paratroopers para intentar enumerarlos todos, y he renunciado al verlos apilarse, y me he limitado a analizar las diez lacras más dolorosas de este largometraje, parte de las cuales debe a su naturaleza de producto Marvel Studios (el puto formulario, la jodida receta matamentes y sodomiza-creatividad de costumbre), parte al descarado y torpe mensaje político que trata de mantener y, por último pero no en menor medida, parte a la propia falta de identidad del film.

Black Widow es una película del MCU que sólo es otra película del MCU. Es un Ant-Man de doscientos millones de dólares. Y Ant-Man es muchísimo más divertida.

Encima, Black Widow es una película que no sabe lo que quiere ser. Y eso, inevitablemente, la convierte en una mala película.

Empecemos.

Problema número uno: Scarlett Johansson

Me gusta Scarlett Johansson.

De verdad.

Me gusta mucho.

Lo que no me explico es que haya conseguido ganarse las lentejas, y ganárselas de puta madre, o sea toneladas de lentejas, como actriz, profesión para la cual ha dado sobradas evidencias de estar particularmente infradotada.

Aún tengo que ver una película... qué digo una película, una escena en la que Scarlett Johansson consiga hacerme olvidar que es una actriz recitando sus diálogos. Que logre conmoverme. Que me de escalofríos.

Scarlett midiendo su talento dramático.


Scarlett Johansson no transmite emociones. No sabe. No puede. No es lo suyo. Lo más cercano a un trabajo dramático medio solvente que le he visto jamás son sus papeles en Match Point, de Woody Allen, y Diario de una niñera. En el resto de las películas suyas que conozco, Scarlett se ha limitado a hacer lo único que sabe hacer bien: situarse de tres cuartos a cámara con sus muelles morritos entreabiertos y, ocasionalmente, enseñar tres cuartos de pechuga.

Eso hizo en Lost in translation, en La joven de la perla, en La isla, en El truco final, en The Spirit (que, de pura vergüenza ajena, fui incapaz de terminarme), en Iron Man 2 y en seis películas de Los Vengadores.

Scarlett Johansson está muy buena, pero no sabe actuar. Punto. Scarlett Johansson hizo dos trabajos particularmente exigentes desde el punto de vista actoral (había que dar «alma» a sendas «máquinas»), Ghost in the shell y Under the skin, y arruinó ambos títulos porque es incapaz de ofrecer nada salvo mohínes o cuarto y mitad de ubre. De hecho, arruinó Under the skin con su palmaria ineptitud dramática y fue incapaz de atraer público a las salas (en España no la quiso
licenciar ningún distribuidor hasta el 2020, siete años después de su estreno) a pesar de enseñar full frontal ambas tetas y también el hemisferio sur, depilado para la ocasión. Una película, basada en una novela que te recomiendo, sobre una extraterrestre enviada a la Tierra a «cosechar» humanos (delicatessen nivel percebes en su planeta natal) a los que atrae con su (obviamente prostética) anatomía, una alienígena que se va volviendo progresivamente más humana y empatizando con sus presas acabó travestida, en su versión cinematográfica, en un robot sin alma que empieza la película siendo un robot sin alma, llega al segundo acto siendo un robot sin alma y alcanza el clímax siendo un robot sin alma que descubre, en una de las escenas más bizarras del largometraje y ausente del libro que adapta, que no puede follar porque su cirujano plástico se olvidó de esculpirle una vagina.

(Ya le debería joder a la Johansson que Ever Anderson, la hija de Milla Jovovich y Paul W.S. Anderson, que interpreta en Black Widow la versión adolescente de su personaje, sea a sus catorce añitos mejor actriz que de lo que ella será jamás y... también mejor actriz de lo que lo será nunca su madre).
Pero Scarlett ha sido el cuerpo y la cara (sobre todo el cuerpo; sigue leyendo) de Natasha Romanoff desde los orígenes del MCU y no iban a hacer un «recast» ahora para su última película, que algunos nos tememos sólo existe porque Marvel/Disney le debía contractualmente a la Johansson un último título de la franquicia.

(Y tal vez Disney vaya a lamentar amargamente haber hecho esta película, porque ese mismo contrato especificaba que Black Widow se estrenaría exclusivamente en salas comerciales, de cuya recaudación Scarlett Johansson se llevaría una parte. El estreno simultáneo en cines y Disney+ reduce sensiblemente el porcentaje por venta de entradas que Scarlett se embolsa, así que la Johansson, y ole sus nórdicos ovarios, ha demandado a Disney por los 50 millones de dólares que entiende que se le deben, harta de que en la megacorporación maligna del ratón nazi le mareasen la perdiz. Disney por supuesto ha contrataatacado llamando a la Johansson pesetera e insensible con las víctimas del Covid-19. Algún día tenemos que hablar de las artimañas contables que emplean los grandes estudios para no pagar a sus actores. ¿Sabías, por ejemplo, que David Prowse, o sea el puto Darth Vader, seguía sin cobrar sus derechos de taquilla en 2008 porque, según Lucasfilms, El retorno del jedi aún no había dado beneficios?)

(ACTUALIZACIÓN 3.10.2021: Scarlett y Disney han llegado a un acuerdo extrajudicial por el cual la corporación del ratón nazi se compromete a pagarle a la dramáticamente poco dotada actriz cuarenta minolles de vellón).

Problema número dos: Black Widow es (casi) una película de orígenes que llega tarde y mal

Black Widow nos alcanza cuando la formación original de Los Vengadores ha concluido su andadura cinematográfica y ya todos sabemos que el personaje de Natasha se ha suicidado en Vormir durante Avengers: Endgame.

(Ups, perdón. Espóilers. Y a partir de aquí, muchos más).

Cuando la primera película de Los Vengadores llegó a los cines en 2012, casi todos los personajes de la formación original habían tenido su cinta de orígenes. Algunos, como Hulk, incluso dos (la tediosa de Ang Lee con Eric Bana como Banner/Hulk y la de Louis Leterrier protagonizada por Edward Norton, al que pusieron de patitas en la calle bajo la acusación de no saber trabajar en equipo, algo que tanto él como su agente niegan enérgicamente). Sí, faltaban las historias de orígenes de Ojo de Halcón y Viuda Negra, pero ambos habían sido presentados ya, el uno en Thor, la otra en Iron Man 2.

Algunos de nosotros nos preguntamos si realmente existían planes de hacer una historia de orígenes de estos personajes. Nos llegaron rumores, noticias contradictorias, chismorreos... En fecha relativamente reciente hemos confirmado que Jeremy Renner tenía contrato para una película de Hawkeye, película que finalmente no se hará, porque ha sido convertida en serie de Disney+ donde, nos tememos, el Hawkeye original va a ceder el testigo a una nueva generación (la maravillosa y cejinegrísima Hailee Steinfeld; ¿ves, Scarlett?, una actriz que está cañón y encima sabe hacer su trabajo. ¡Si las dos cosas no son incompatibles, copón!).
Aunque lo de combinar colores no es lo suyo.

El caso de la Viuda Negra es muy distinto. Incluso después de Vengadores aún había tiempo de hacer la película de orígenes del personaje, amado por los fans y extraordinariamente carismático muy a pesar de las limitaciones de la actriz que lo encarna. De hecho, en Vengadores: la era de Ultrón se nos daban unas migajas del pasado del personaje (escenas de su infancia y su educación en la Habitación Roja, que no, no tiene nada que ver con el puñetero Christian Grey), que sugerían una inminente cinta de orígenes de Natasha Romanoff.

Esa película no llegó. Hasta ahora (o sea tarde, cuando ese ciclo del MCU está más que amortizado y ya no podemos sufrir ni temer por el destino de un personaje que ya ha muerto... aunque podrían clonarlo, como hicieron en los cómics). Y no llegó en su momento porque en Marvel/Disney no querían hacer películas de superhéroes con vagina. «Nadie querría ver eso», dijeron. Estaban tan seguros que se descojonaron de Warner Bros. en su puta cara por emperrarse en sacar un largometraje de Wonder Woman (luego vieron la recaudación de la cinta de Patty Jenkins y dijeron «ouch!»). De hecho, Kevin Feige tenía tan claro que en Disney no querían ni oír hablar de superheroínas que, cuenta Marc Ruffalo, justo al acabar Vengadores el productor le dijo «puede que mañana no esté aquí». Feige tenía una reunión con Isaak Perlmutter, el accionista mayoritario de Disney por aquel entonces, en la que iba a defender la necesidad de hacer películas protagonizadas por mujeres (y fueron los cabrones de Disney y, en vez de una película de Hulka, de la Gata Negra o Spiderwoman, nos dieron una de la Capitana Woke).
Scarlett Johansson intentando transmitir emociones.

Las palabras textuales de Ruffalo sobre este tema:

«When we did the first Avengers, Kevin Feige told me, ‘Listen, I might not be here tomorrow.’ [He was going to talk to Disney about the issue of why there were no female superhero movies.] And he’s like, ‘Ike [Perlmutter] does not believe that anyone will go to a female-starring superhero movie. So if I am still here tomorrow, you will know that I won that battle.’»

Con la misma intolerancia blanca, primermundista e ignorante de Brie Larson, que quiere ver más mujeres y más pieles oscuras en sus ruedas de prensa, sean o no representativas del colectivo de informadores sobre cine y cultura («si no hay periodistas racializados y vaginalizados en las redacciones, que los inventen», supongo que pensará), en Disney no querían hacer películas de héroes menstruantes.

Ahora han cambiado de idea. O eso parece (sigue leyendo). Y se están pasando de frenada, claro, como los ceporros  directivos de todas las empresas lo bastante grandes a las que preocupa más su imagen corporativa que ofrecer un buen producto. Las que se ponen la bandera arcoiris el Día del orgullo gay, para que no les tiren piedras, y la quitan el resto del año. Así que prepárate para el diluvio de inclusividad uterina, negritud y sexo fluido (que aún nadie me ha explicado a qué temperatura y presión se vuelve a convertir en un sólido) en Marvel Studios/Disney, del cual ya hemos visto algunas preocupantes avanzadillas (escena de baile estilo bollywood confirmada para The eternals, ¿por qué? Porque inclusión. Porque Black Lives Matters. Porque patata. Porque drogas). Y no hablo de Pantera Negra, que es una pequeña carísima maravilla. ¡Ojalá ése fuera el problema y ojalá tuviésemos más películas así! Hablo de la agenda política que películas como Capitana Marvel y Black Widow, estrenada, insistimos, tarde, mal y arrastro, destilan por todos sus mefíticos poros. Y luego volveremos sobre esto.

Esto sí, por favor. Todo lo que queráis y más.

Problema número tres: ¿Dónde está el director, que yo no lo veo?

Black Widow ha sido dirigida por Cate Shortland.

Exacto. ¿Quién?

Antes de Black Widow, una producción con un presupuesto de 200 millones de dólares, esta mujer había dirigido tres cortometrajes, dieciocho episodios de tres series de televisión que no conocemos de nada, un telefilme, y tres películas que no hemos visto (y por lo tanto no vamos a opinar sobre ellas, que no somos críticos profesionales) y que no parecen tener nada en común aparte de estar, aparentemente, protagonizadas por mujeres.

¿Era Cate Shortland la persona apropiada para encargarse de una superproducción con un presupuesto declarado de 200 megas de dólares? Pues no tengo ni idea y tampoco importa un mojón, porque, a nivel autoral, la película es anónima. La ha dirigido Cate Shortland como la podría haber dirigido Rainer Werner Fassbinder, Chiquito de la calzada o Everando Pichahuerta. No es que en Disney le hayan impedido a la directora imprimir su marca personal en la cinta, es que le han dado el trabajo ya hecho. Sólo tenía que atenerse al formulario Marvel, cobrar su cheque y fingir que no se daba cuenta de que probablemente sólo la ficharon para presumir de lo feministas e inclusivos que son al contratar a una mujer que acabó entregando un producto absolutamente indistinguible del que hubiese rodado un hombre, un eunuco, un chimpancé amaestrado o un moai.


Black Widow ha costado 200 millones. ¿Sabes lo que significa eso en términos contables, querido lector? Significa que para empezar a ser rentable tiene que alcanzar una recaudación de 400 millones. Y, aunque en su estreno alcanzó unos jugosos 215 millones de ingresos en todo el mundo, 132 de ellos en las pantallas estadounidenses, en su segunda semana en pantalla se pegó una soberana hostia en la taquilla americana, con poco más de 26 millones de recaudación. Una caída del 67%.

¿La culpa? Según el departamento de prensa de Disney, es de la pandemia y la piratería, no necesariamente por ese orden. Que la película llegue tarde, que el ciclo vital del personaje ya esté agotado, que su condición de propaganda misándrica sea tan evidente y que, pese a la morterada de pasta que se han gastado en ella (apenas un poco menos que en la primera de Los Vengadores), Black Widow sea en realidad sólo otra película más de Marvel Studios, una aportación tardía, no de las peores, pero indiscutiblemente tampoco de las mejores, un adjetivo e intrascendente epílogo a la Tercera Fase del MCU, al parecer es algo que nadie en Disney se ha planteado todavía como causa de ese desplome en la recaudación.

Problema número cuatro: ¿de qué cojones va esta película?


En el momento en el que empieza la acción, Natasha Romanoff es una fugitiva. Hawkeye, Ant-Man, Wanda Maximoff y El Halcón han sido hecho prisioneros, el Capitán América
está buscado por la pasma y Bucky Barnes congelado en Wakanda. La Viuda Negra tiene que esconderse de sus antiguos compañeros, Tony Stark, La Visión, Máquina de Guerra, el recién introducido Pantera Negra, (¡Chadwick Boseman, cómo te añoramos!) y del gobierno de los Estados Unidos, que la persiguen por negarse a refrendar los acuerdos de Sokovia, que pondrían a Los Vengadores bajo la jurisdicción de la ONU.

Black Widow arranca como una película de orígenes de Natasha Romanoff, una niña normal, aparentemente sana y feliz, en su barrio de clase media de zona residencial random de Norteamérica e inserta en su falsa familia americana (en realidad, todos ellos agentes soviéticos «durmientes»). Vamos, algo al estilo de The Americans.

Y de repente la familia de espías comunistas infiltrados es descubierta y debe huir, a tiro limpio, en mitad de la noche (por cierto, peaso essena de persecusión y peaso essena de acsión, con David Harbour pegando tiros desde el ala de una avioneta en marcha). Y, de repente, Black Widow se convierte en otra película. Nos han engañado, los cabrones de Disney, y finalmente no vamos a tener esa película de orígenes de la Viuda Negra, sino que saltamos al momento inmediatamente posterior al desmantelamiento de Los Vengadores en Civil War, con la mitad del grupo encarcelado o en busca y captura.

Pero, oye, que esta nueva película promete. De hecho, esta segunda parte del primer acto de Black Widow tiene tan buen aspecto que empiezas a plantearte si no habría sido mejor que la acción hubiese empezado aquí. Y lo que ves te suena. Ya lo has visto antes, pero no lo repudias porque en su momento te gustó. Y es que, de repente, estás viendo una de las películas de Jason Bourne protagonizadas por Matt Damon, sólo que ahora Scarlett Johansson hace el papel de Matt Damon.

Y podríamos hablar de cómo, cuando las películas de superhéroes llegaron al fin (y digo llegaron cuando quiero decir «llegaron con suficiente dignidad... a veces»), el terreno ya estaba abonado por franquicias como las de Jason Bourne o James Bond, que, aunque te resulte difícil de ver, o incluso de creer, son superhéroes. Como también lo era John Wayne.

¿O es que en serio alguien se ha creído que Matt Damon puede sobrevivir a todos los intentos de asesinato, atentados, heridas, huesos rotos y balazos que sicarios al menos tan motivados y bien entrenados como él cometen contra su persona, le infligen y obsequian? ¿O que un pistolero, por mucho que tenga la cara y las espaldas del Duque, puede matar a seiscientos treinta y cuatro mil doscientos dos indios bisiestos, a distancias de hasta catorce años-luz, sin recargar ni una sola vez su Colt de cinco tiros? ¿O que Scarlett Johansson, que no alcanza cincuenta kilos de peso, y eso con la ropa mojada, puede poner en órbita de una patada a un bestiajo de cien arrobas con unos pectorales como tapas de alcantarilla y unas espaldas como un ropero de cuatro cuerpos con las puertas abiertas?

Podríamos hablar de ello, pero no vamos a hacerlo, que nos dispersamos como mantequilla untada sobre demasiado pan y esta entrada tiene todavía cuerda para rato.

En el momento en que Black Widow deja de ser una película de orígenes de la Viuda Negra para convertirse en una versión feminizada de El caso Bourne me dije, «eh, esto puede funcionar». Me gustan las películas de Bourne. Aunque sean increíbles (y no empleo aquí el adjetivo en el sentido de «joder cómo molan» sino en el de «esto no hay quien se lo crea»). Y tener un referente, un subgénero dentro del género (el subgénero «película de Jason Bourne» dentro de género «película genérica de espías»), le iba a ser muy útil a Cate Shortland para construir algo con lo que los espectadores pudiésemos conectar; ya sabes, ese momento «eh, esto ya lo he visto, pero me gustó y no me importa verlo de nuevo; además me ayuda a orientarme, me sirve de brújula, me da una pista de lo que estoy a punto de ver».

La plantilla «película de Jason Bourne» le habría sido muy útil a Cate Shortland si se hubiese servido de ella.

Pero, de repente, Black Widow deja de ser una película estilo Bourne para ser una película Marvel estándar™, con escrupuloso respeto al formulario de película Marvel estándar™, de manera que cada persecución, cada pelea, cada giro de guion, cada estereotipo de personaje, cada broma/chiste/escena cómica inoportuna, anticlimática, burda y vergonzosa (el método Whedon, el «no queremos, pequeños snowflakes, que os traumaticéis con esta escena medianamente dramática, así que vamos a meter una morcilla humorística que relaje vuestro delicados y estresados esfínteres») se ajustan a lo que ya has visto en todas las películas del MCU que la precedieron. Y en ese momento pasas a predecir cada escena, y Black Widow, que podría haber tenido su propia personalidad dentro del Universo Cinematográfico Marvel, que podría haber sido la La identidad de Bourne del MCU, se convierte, tristemente, en «otra de superhéroes Marvel». Y no una de las mejores.

(¿Uno de los rostros más reconocibles del MCU, toda una Vengadora en rebeldía y a la fuga, es decir un personaje tipo Bourne que debería esforzarse por mantener un perfil bajo y no llamar la atención, puede permitirse el lujo de asaltar en helicóptero una prisión rusa, a tiro limpio y cara descubierta, vestida con una versión ártica de su muy reconocible uniforme de Viuda Negra, y provocar un alud que seguro que mató a todos los prisioneros, y eso después de huir de Taskmaster por las calles de Budapest, huy, perdón, Budapesht, a tiro limpio y destrozando coches? ¿Tú lo entiendes, querido lector? Yo tampoco).


Y, de repente, va Black Widow y se convierte en una road movie de Yelena y Natasha.

Y, de repente, se transmuta en un drama familiar de «disfuncionales pero unidos».

Y de repente vuelve a ser otra película Marvel estándar™ con muchas explosiones, toneladas de escombros y hostias acrobáticas.

Black Widow no sabe lo que quiere ser; una película del MCU, una película de acción, una road-movie, un drama familiar, una comedia, una de espías... y por eso mismo acaba por no ser nada. Piensa en los referentes en los que la directora y los guionistas podrían haberse inspirado. Sin salirnos del género «superespía femenina maciza que curte a hostias a adversarios con pene» tenemos, sin hacer esfuerzos de memoria, Nikita (mejor la versión francesa, aunque yo tenía un crush con Bridget Fonda casi tan grande como el que tenía con Anne Parillaud y un poco más pequeño que el que tenía con Jean Reno) es el primer título que me viene a la cabeza. El siguiente es, y aquí se me nota la edad, la serie de Los ángeles de Charlie (de la cual también hay adaptaciones cinematográficas a cual más penosa) o, si no quiero parecer tan viejo, Alias (esos pómulos de Jennifer Garner; esos pómulooooosssssffffsssggsfssffj).


Pero es que ni siquiera hay que remontarse tan atrás en el tiempo. Gorrión Rojo (donde a Jennifer Lawrence no le da tanto escrúpulo usar su cuerpo para cumplir con la misión asignada), Anna, Ava (esos pómulos de Jessica Chastain; esos pómuloooogssshblasbfghf... sí, tenemos un problema con los huesos malares, y lo sabemos) y Atomic Blonde (escena lésbica con Sofía Boutella aparte) o la mismísima Hannah podrían haber proporcionado una buena plantilla en la que basar Black Widow sin acudir a tediosas exploraciones del arquetipo de la espía femenina, que no por más realistas son mejores, al menos en el caso aquí enlazado. Y, aunque no es una espía, también podríamos citar, como ejemplo de «badass vigilante chick» que hace pupita a bigardos ciclados heteropatriarcales, Peppermint, aunque sólo sea por darnos el gusto de citar dos trabajos de Jennifer Garner (ÉSOS PÓMULAAAAAAAAJSHHHHHH), y ya no entramos en los clones de Tomb Raider o iteraciones videojugables del tropo, como Horizon Zero Dawn o Control (dos juegazos que justificarían por sí solos la compra de una Playstation o un PC Gaming y, curiosamente, ambos protagonizados por pelirrojas; ¿qué pasa últimamente con las pelirrojas?), porque ya nos iríamos a la nube de Oort de las digresiones.

El problema de Black Widow no es que su realizadora no tuviese referentes en los que buscar inspiración. Es que Black Widow no sabe lo que quiere ser.

¿O sí lo sabe, y ahí está el problema? Pasamos directamente y sin vaselina al...

Problema número cinco: no es una película de la Viuda Negra, es una película del culo de la Viuda Negra

De verdad, he perdido la cuenta del número de escenas de Scarlett Johansson, en toda la franquicia de Marvel Studios, que, o bien estaban centradas en el orondo pandero de la Viuda Negra o eran directamente un primer plano de sus duros mofletes nalgares. Y no es que me esté quejando de las ancas de Scarlett Johansson. No me ofenden ni su forma, ni su tamaño, ni la consistencia y color que les atribuyo. Lo que me resulta como poco chocante es que Johansson permita este culocentrismo, esta culofilia (quizá blindada por contrato) al mismo tiempo que se queja, y con razón, de la sexualizante actitud de Tony Stark hacia su personaje en Iron Man II, que llega a referirse a ella como un bello «trozo de carne» (aunque, por otra parte, ¿qué esperaba de un playboy multimillonario que ha empujado tantos chochos que no es capaz de recordar los nombres de las mujeres pegadas a los mil primeros?), o de aquella vez que un periodista jeta le estrujó una dominga en un fotocall, aunque su reacción del momento, tal vez por la sorpresa y lo violento de la situación, fuese un poco equívoca.


Scarlett Johansson, que ha labrado su carrera apuntando el pompis a la cámara e insinuando toplesses (porque lo que se dice actuar...), exige ahora ser respetada como ser humano y dejar de sentirse un mero trozo de carne. A nosotros nos parece muy respetable y le ofrecemos todos nuestro apoyo, aunque nos parecería incluso mejor si, además de ser un bello ejemplar de la especie humana, Scarlett Johansson tuviese algún otro talento visible. Pero aún así nos parece muy bien y apoyamos su deseo.
Scarlett Johansson intentando conmovernos.

Pero... en Black Widow,
película protagonizada por una mujer y dirigida por una mujer, Natasha Romanoff se queda sin gasofa para el generador. Va a por el bidón y... ¿dónde se centra la cámara en esta película protagonizada por una mujer y dirigida por una mujer?

Culo por Culios que no lo he ediculado.

¿Quién tiene la culpa esta vez de sexualizar a Scarlett? ¿Tony Stark, de nuevo, que ni siquiera sale en la peli?

Esta contradicción de los tiempos de las Instagram Whores (que pretenden que les paguen por hacer morritos y apuntar el reflejo de sus culos a la cámara de sus iPhones pero al mismo tiempo exigen ser no ser cosificadas y reivindican el respeto a sus muchas otras cualidades, que de profundas deben de ser subterráneas, si es que existen, que lo dudo porque no han tenido necesidad de ejercitarlas; ¿y por qué cojones esta frase es tan larga, que a estas alturas ya no recuerdas cómo empezaba el párrafo, amado lector?)... En estos tiempos, decíamos ayer, donde si una mujer es atractiva y emplea su belleza y su sexo para obtener algún tipo de ventaja, es etiquetada por los Social Justice Warriors de pobre víctima alienada del heteropatriarcado estuprocapitalista que debería vestirse con un saco de arpillera y ponerse inmediatamente a engordar como una bestia para no hacer «body shaming» de las mujeres genéticamente peor dotadas, podría estar hasta justificado el oxímoron...

...de no ser porque precisamente la Viuda Negra está entrenada para emplear su imponente físico como herramienta de acceso a hombres poderosos y a los que sonsacar la información que necesita (como la Dominika Egorova de Gorrión Rojo, y por cierto, el concepto de espías rusas megacrujientes entrenadas para abrirse camino hasta la información estratégica a golpe de chumino no tiene nada de fantasioso). La escena del interrogatorio al principio de Los Vengadores, donde Natasha está a punto de ser torturada pero, en realidad, retiene en todo momento el control de la situación, es puro Viuda Negra.

Scarlett Johansson descubriento el horrible secreto de la muerte de su madre.

Así que no. No compro. O una película es empoderadora, feminista y lo que mierdas sea de lo que trate de convencernos en un minuto treinta dado cualquier megacorporación que no quiere enmierdarse en un problema de relaciones públicas, o es respetuosa con la historia que está adaptando y el personaje que la protagoniza, o es una colección de planos de los fondillos de Scarlett Johansson, pero las tres cosas a la vez no, пожалуйста, que me hago un lío y además es hipócrita y cabreante.

Mira tú: una Viuda Negra de verdad... y también es pelirroja.

Para quitarnos ya de encima el tema anatómico: yo personalmente prefiero los labios sospechosamente turgentes de Scarlett, pero el libro de los colores está en blanco.


Problema número seis: ¿es el enemigo? Que se ponga

¿Quién es el villano de Black Widow?

No, en serio. ¿Quién es? ¿Quién es ese antagonista al que Natasha Romanoff tiene que vencer. Quién es esa Némesis igualada en poder a ella, o, mejor aún, superior en recursos (de modo que la victoria final de nuestra heroína sea aún más meritoria)?

¿Quién es? ¿Un nerfeado y desfigurado Taskmaster que puede luchar como cualquiera de los Vengadores, salvo tal vez Thor, por aquello de ser un dios y tal, pero que escoge no hacerlo como ninguno de ellos sino «homenajearlos» con un movimiento de uno, una posturita de otro, una floritura de aquel… y se acabó? ¿Ese Taskmaster que debería ser una bestia parda pero que casi no transmite sensación de amenaza y que, para postre, por aquello de la inclusividad forzada, acaba resultando ser una Taskmistress, y anda que no canta la cabeza de la pobre Olga Kurylenko enchufada digitalmente en el cuerpo, obviamente masculino, del especialista que se ha currado todas las escenas de acción en su lugar?

Lo que pides a Aliexpress y lo que recibes.

¿Quién es el villano de Black Widow? ¿El tal Dreykov (pobre y desaprovechado Ray Winstone), director de la Habitación Roja, al que se ve claramente que hasta mi abuela podría fulminar de una hostia, y mi abuela lleva diez años tomando licor café con San Pedro? Si él es el villano, ¿por qué la directora no se toma ni un minuto, en una película de dos horas, para construirlo y, antes de que podamos hacernos una idea de la amenaza que supone, si es que supone alguna, lo destruye?

¿Por qué, en una película de la Viuda Negra, hecha para lucimiento de la Viuda Negra, a la Viuda Negra le ponen un antagonista tan penoso, tan patético, tan mierdoso, tan de risa, tan asqueroso? Joder, no digo yo que le soltasen un Thanos, así sin avisar, que encima no abundan, pero un Taskmaster remotamente parecido al de los cómics habría sido un enemigo más que correoso. Que el subtexto del retrato de Dreykov y su rivalidad con Natasha es terrible. Pura y simplemente grita: «la Viuda Negra no se merece un antagonista que suponga un auténtico desafío». A lo mejor por eso de ser una chica y tal.

Aparte de un manipulador cínico y despiadado, la única cualidad mefistofélica, que no digo yo que no sea lo bastante grave, de Dreykov es que es un puto machista. Y para poner en su lugar a un cabrón cipotócrata que tortura y lava el cerebro a pobres huerfanitas y las hace cometer los crímenes que él no tiene cojones de cometer, no hace falta una superheroína. Basta con la policía o, en su defecto, un lanzallamas.


Dreykov no es una amenaza inmediata para el mundo. Sólo es una amenaza para las mujeres a las que ha esclavizado. Para hacerle frente, no hace falta una Vengadora. Una Lisbeth Salander habría sido suficiente, y esa película ya la hemos visto. Tres veces, con tres actrices distintas. Y dado que Dreykov no es un enemigo a la altura de la Viuda Negra, resulta tentador rendirse a los argumentos de los fans más cabreados, de esos montagnards que gritan a pleno pulmón que Black Widow sólo existe por una cuestión de imagen de Disney, que acaba de fundirse doscientos millones de dólares en un panfleto turbofeminista tan transparente y mal concebido que desvirtúa a uno de los personajes más carismáticos del universo Marvel.

Según esta teoría, que no me atrevo a calificar de desorientada, queda explicado el tratamiento del personaje de Red Guardian (David Harbour), que, después del increíble primer acto de Black Widow, donde se revela como una mala bestia muy a tener en cuenta (como para no serlo; piensa, querido lector, que estamos hablando del Supersoldado comunista, la respuesta soviética al Capitán América), pasa, por obra y magia de la alquimia narrativa, a convertirse en un zopenco que sólo aparece para hacer el ridículo, escupir su resentimiento por la decadencia de Rusia y la ingratitud de su jefe y hacerse la víctima; sus «hijas» lo escarnecen y menosprecian, su «mujer» lo llama «gordo» con todas las letras y bautiza a un cerdo con su nombre y él cuenta batallitas con el Capitán América que jamás sucedieron porque, en aquellos años, Steve Rogers seguía bajo el océano Ártico con sus barras y estrellas.


La directora se toma su tiempo para construir a Red Guardian como un superhéroe soviético, un reflejo del Capitán América. ¡Esa primer mitad del primer acto, esa fuga nocturna de la falsa familia feliz americana, ese Alexei manteniendo a raya a sus perseguidores a tiro limpio desde el ala de una avioneta, esas llaves de admiración, de las que los buenos escritores no abusan!

La realizadora de Black Widow construye al personaje de Red Guardian y luego lo destruye. Como construye y destruye sucesivas veces su película (ahora cinta de orígenes, ahora versión femenina de Jason Bourne, ahora cinta Marvel Studios estándar™, ahora...). El caso opuesto al de Dreykov, al que deconstruye sin haber llegado nunca a construirlo.

Salvo el «conseguidor» de Natasha, Mason (O-T Fagbenle), todos los personajes masculinos de esta película están caricaturizados o maltratados (y al tal Mason se le intuye que está encoñado sin esperanza por la Viuda Negra, así que su cuelgue también le coloca en un plano de inferioridad con respecto a ella). O aparecen como rancios machirulos o como patéticos alivios cómicos. Joder, que Red Guardian se enfrenta a Taskmaster y recibe ochenta y cinco capas de hostias. ¿Éste es el Capitán Marxismo, el Héroe del Pueblo, el Paladín del Materialismo Dialéctico? ¿Éste es el mismo Red Guardian de los cómics? ¡'amos, hombre, no jodas!

(Y el peor construido de todos los personajes es la propia Viuda Negra, a la que llegan a desposeer del mismo trauma que podría haberla hecho más humana; le quitan su arco de su transformación, le roban las sombras que la motivaban a brillar aún con más intensidad en el seno de Los Vengadores. ¡Oh, qué tragedia la de esa pobre niña a la que asesinó a sangre fría, pero en realidad no, y, para más INRI, en una escena fusilada de Munich, de Spielberg!)
Natasha contra el heteropatriarcado.

Y que la lucha de Natasha Romanoff en Black Widow no sea una lucha por encontrar la verdad sobre sus orígenes, ni una lucha por la supervivencia, ni una lucha contra un enemigo ominoso y aparentemente imbatible y ni siquiera ya, a partir de su acto final, una lucha por la redención, sino, aparentemente, una lucha contra el machismo estructural que afecta a todos, todas y todes, machismo encarnado en Dreykov, nos lleva de forma inexorable al:

Problema número siete: la maldita agenda woke

Que ya hemos tratado en los párrafos precedentes, en más extensión de la que merece, y al que nos da tanta pereza seguir haciéndole publicidad que saltamos directamente al:

Problema número ocho: en realidad, Marvel sigue sin querer hacer películas protagonizadas por mujeres, y ésta es la prueba

Natasha Romanoff no es en ningún momento la protagonista de su propia película.

En ningún puto momento.

(El protagonista es su culo).

Antes de que nos demos cuenta, la superespía a la fuga, entrenada, o eso suponemos, para fundirse con el entorno, sobrevivir por sus propios medios, adoptar una identidad falsa y desaparecer, ha formado un team-up con su «hermana», la pequeña Yelena (Florence Pugh) de los viejos tiempos de infiltradas soviéticas infantiles en los Estados Unidos, Bye, bye, Miss American Pie, y, como juntas tampoco parecen capaces de dar pie con bola, se van a buscar a su «padre», Alexei, el Guardián Rojo
(ya degradado de héroe épico a patán fatasmilla), que tampoco es que sea de gran ayuda, y los tres juntitos se va a pedir ayuda a la «madre», Melina (Rachel Weisz).

Suponiendo, que es mucho suponer, pero hay preocupantes indicios que apuntan en dicha dirección, que Black Widow sea efectivamente un carísimo publirreportaje de empoderamiento femenino, esta tardía película del MCU le hace un flaco favor a la causa feminista. El subtexto de Black Widow es que Natasha Romanoff, separada de sus compañeros Vengadores, es tan inútil que necesita la ayuda de toda su familia de pega para acercarse siquiera a su objetivo, que, encima, es un rival de mierda y un media hostia indigno de la mejor espía y luchadora cuerpo a cuerpo del universo Marvel, con permiso de Elektra Natchios.

Pero, joder, al menos Natasha consigue acabar la película sin violar a nadie. Es un progreso. Y también más de lo que puede decir Wonder Woman.

Problema número nueve: los putos comités

Hay tanta gente mojando su pan en la salsa de las producciones cinematográficas (y en las series de televisión también pasa) que, en realidad, lo que llega a las pantallas es un palimpsesto sin autor conocido. En los estudios de cine, y ya no sé cuántas veces he explicado esto, hace tiempo que las decisiones creativas las toman los ejecutivos, no los directores ni los guionistas. Yuppies que sabrán la mitra de finanzas y dirección de empresas, pero que no podrían filmar ni por accidente una sex tape medio decente con sus iPhones, toman decisiones tan osadas como ignorantes no ya sobre el reparto, que sería de por sí lo bastante grave, sino sobre el argumento, el guion, los diálogos, la fotografía… Y viendo la clase de películas que puede llegar a perpetrar un Zack Snyder, por poner un ejemplo, ¿quién podría reprochárselo?

Resulta tentador atribuirle toda la culpa de la estructura caótica y resolución desganada de Black Widow a su directora, a su guionista o al mollar pandero de Scarlett Johansson, pero hacerlo revelaría un desconocimiento palmario de cómo se hacen las películas desde que Michael Cimino se cargó a la United Artists. Hablo de montadores que mutilan un largometraje por dejar caer una escena de cinco segundos que explica un giro argumental, escena cuya ausencia vuelve toda la narración un galimatías sin sentido. Hablo de productores ejecutivos que no han escrito nada más largo que un tweet ni rodado en su vida un vídeo casero pero entregan un pliego de correcciones con más páginas que el guion original. De guionistas a los que les entregan unos rushes con marca de agua que contienen las escenas de acción de la película que han sido contratados para escribir y les dicen «ahora os toca chapucearme una historia que enlace estas escenas»
. De directores que firman un contrato para una película cuyo guión no han visto y que, en realidad, no les van a permitir dirigir, porque las escenas de acción ya se las han filmado (y, ante ver las caídas de ritmo y los cambios de estilo de dirección entre las escenas de acción y las escenas expositivas de Black Widow, esta evidencia se vuelve palmaria) y el guion no lo han visto porque aún se está escribiendo y encima se atendrá, hasta la última coma, a la plantilla del último éxito de taquilla, o del formulario estándar™ del género, o al capricho del productor ejecutivo que cree que sabe de cine más que todos los directores, actores y guionistas juntos, los vivos y los muertos.

Scarlett fracasando en transmitir empatía.

Problema número diez: los fans

Lo peor de este largometraje es que nada de lo expuesto más arriba importa realmente, porque el mayor problema de Black Widow son sus fans. Sus estúpidos, autocomplacientes y malcriados fans, entre los que se podría contar al autor de estas líneas.

Aunque creo que
al menos yo he sido capaz de argumentar mis quejas de una manera más o menos coherente y ordenada, desde la perspectiva de un escritor y un espectador. He explicado por qué creo que la película está mal concebida, mal escrita, mal interpretada, mal dirigida, y he apuntado algunas observaciones de las cuales se deducen claves sencillas, y sobre todo baratas, que habrían permitido hacer un largometraje muy superior.

Pero la riada de mierda y odio que ha hecho correr Black Widow por Internet, y de la que, lamentablemente y muy a pesar de no tener redes sociales, no he podido abstraerme, es definitivamente lo peor de esta película.

Que si Florence Pugh (que presumimos será la próxima Viuda Negra en la Fase Cuatro, o Cinco, o la que toque, del MCU) tiene «cara de pan» y «un retaco», o es «demasiado rolliza», o «no lo bastante atlética». Que, vamos, «¡que no queremos a esta Viuda Negra, que está gorda, joder, resucitad a la otra, que también es una enana y no sabe actuar, pero al menos tiene un bonito culo y un buen par de perolas!»

Asumidlo: es la próxima Viuda Negra del MCU.

Que si «mira qué panfleto woke de mierda pútrida purulenta y pinchada en un palo es Black Widow y qué simps cabrones e hipócritas son los de Disney»; vamos, lo mismo que he escrito yo aquí pero con kilotones de misoginia y machismo que confirmarían la tesis de ese mismo denostado panfleto.

Que si «¿qué coño hacen todas esas negras y asiáticas en la Habitación Roja?» Pero, vamos a ver, hijos de puta. Si el programa de la Красная комната está destinado a entrenar mujeres que se infiltren en los círculos de poder de todo el mundo, tendrán que entrenar a féminas de todos los colores para que no desentonen en sus países de destino, digo yo. Y obligarme a explicaros esto es la mejor prueba de que sois gilipollas. Gilipollas.

Que si «se están cargando los cómics que leímos y los personajes a los que amamos y esto es una tragedia mayor que comer chuletón, los policías colombianos matando civiles por la calle, el Coronavirus, el desastre de Annual, la Nocilla de fresa y cualquier disco de Bon Jovi desde New Jersey». Son sus personajes, chicos. Disney ha pagado por ellos. A mí tampoco me gustan algunas de las libertades que se están tomando con el universo que me fascina desde niño y los personajes a los que aprendí a amar pero, salvo negarme a consumir sus productos, hay poco que pueda hacer al respecto.

Lo que recibes de Aliexpress.

Y ésa es también la única herramienta de que disponéis vosotros. No seáis como el dueño de la tienda de cómics de Los Simpsons «esta película es una mierda, sólo la volveré a ver tres veces más... hoy». Si no os gusta el menú, no os lo comáis. Así de simple. Hace tres décadas, Warner Bros. dejó de hacer películas de Supermán por los pobres resultados en taquilla de las dos últimas. La gente le volvió la espalda a Supermán porque su momento había pasado o porque no les gustó Supermán III (y eso que aún no habían visto Supermán IV) o porque tenían que escoger entre pagarse una entrada o el nuevo álbum de Los pitufos makineros. Haced uso de vuestro poder como consumidores. Gritar en Twitter sirve de poco porque siempre habrá alguien que grite más alto que tú y provoque la falsa impresión de que representa a la mayoría.

Palabrita del niño Jesús que no es un fotochop.

¿Queréis que Disney haga películas de superhéroes de otra manera? Dejad de pagar por sus mierdas y veréis qué cambio.

Y estos diez puntos nos llevan a…


Till dead tiene tantas similitudes con Black Widow, pero está resuelta con un oficio tan superior, que se convierte en una lección de cine a su lado (y, por cierto, respaldada por crítica y público, si nos fiamos de Rotten Tomatoes, que a veces sí y a veces no).

Puede que, en esta generación, sólo Jessica Alba y Megan Fox sean capaces de igualar a Scarlett Johansson en esa doble ecuación de estar buenas y ser al mismo tiempo tan malas actrices (o, al menos en este momento, no se me ocurre otro ejemplo). C
omo a Scarlett, a Megan Fox da gusto verla en pantalla pero, como a Scarlett, el problema empieza cuando tiene que hablar, o moverse, o hacer algo. Joder, en Till Death, que es un thriller con elementos de terror, hay una escena, y sólo voy a citar una, en la que el personaje de Megan tiene que chillar de rabia, impotencia y agotamiento. Chillar. Parece fácil, ¿verdad? Cualquier persona debería poder chillar de una manera convincente. Salvo que te llames Megan Fox. Megan consigue, y quizá no le estoy dando el mérito que merece por ello, chillar con la boca, sólo con la boca. Su grito es el segundo grito más falso de la historia del cine desde el de aquel policía ante el cuerpo mutilado de su compañero en The relic (busca la escena, busca, y flipa de puro bochorno). Megan chilla y chilla con la boca. No con los ojos. No con la cara. No con el cuerpo. Megan Fox no sabe hacer que un chillido de «¡estoy hasta mi chochazo renegrido de que nada me salga bien, Cristojoder!» parezca convincente. Grita falso. Su mirada no grita. Su expresión no grita. Su postura no grita. Porque Megan Fox, como Scarlett Johansson, no sabe actuar.

(La anterior película de Megan Fox la abandoné en el minuto veinte. Pura y simplemente era dolorosa de puro mala).

René Falconetti: una actriz de verdad rompiéndonos el corazón de verdad.


Megan Fox es tan pobre actriz como Scarlett Johansson y, como ella, hace cine (producciones de paupérrimo presupuesto desde que tuvo el cuajo de cantarle cuatro frescas a Michael Bay durante el rodaje de Transformers: la venganza de los caídos, o eso fue lo que nos contaron, que ahora ya hay gente reescribiendo la historia) por idénticas razones, que son las mismas por las que todos los directores querían contratar a Marilyn Monroe (una diletante incapaz de aprenderse sus líneas de memoria o llegar al plató a su hora, que rompía a llorar y arruinaba su maquillaje cada vez que le hacían repetir otra toma y, encima, iba de diva): porque todos los heterosexuales del planeta quieren ver a Megan Fox, Jessica Alba y a Scarlett Johansson, con la menor cantidad posible de ropa encima, por favor, gracias, y si pueden ser mojadas, mejor que mejor; como en el pasado querían ver a Ava Gardner, Marilyn Monroe o Rita Hayworth. Porque, aunque Scarlett Johansson no quiera ser cosificada, el sexo sigue siendo un argumento de venta y sus películas, lamentablemente, por la parte que le toca a ella no tienen nada más que ofrecer que su sugerente silueta.

Till Death está muy lejos de ser original. Podría considerarse un rip-off de El juego de Gerald, libremente inspirada, más que basada, en la novela homónima de Stephen King. Así pues, Till Death es un thriller con elementos de terror psicológico que sigue, casi punto por punto, la plantilla de El juego de Gerald. Porque no tiene nada de malo usar un molde, el que sea, siempre que lo hagas bien y, si no tienes el genio ni el oficio para modificarlo, te limites a ese condenado molde.

Y, aunque empieza un poco narcotizada, a partir más o menos del minuto quince es una de las películas más entretenidas y redondas que he visto en los últimos seis meses. Está tan bien resuelta, con sus modestos medios (una fracción del presupuesto de Black Widow para un día de catering o del presupuesto de Street Fighter para un día de cocaína) y su poco talentoso reparto, se mantiene tan fiel a su referente inmediato (sin marear la perdiz con constantes cambios de ritmo y trama), que llegas a olvidar que estás viendo algo que ya has visto, consigues empezar a pasarlo mal, y quiero decir realmente mal como espectador, a sufrir con y por la protagonista; y de repente las limitaciones dramáticas de Megan Fox se hacen tan poco relevantes para la historia que, joder, ¡casi logra hacer una buena película! Cada vez que el personaje de Megan se frustra porque su nueva estrategia para desembarazarse del cadáver de su marido, al que está esposada, o consigue ocultarse in extremis, arrastrando el fiambre de su esposo, de los rateros que han llegado a la casa del lago (uno de ellos, el hombre que intentó asesinarla años atrás y que viene a por la revancha), das un respingo y un saltito en tu asiento.

Y, aunque las comparaciones son odiosas y a ti te encontré en la calle, creo que Till Death es un excelente ejemplo de cómo coger una fórmula ya explotada (una, cualquiera, la que sea, pero sólo una, joder), una actriz con cero talento pero un campo gravitatorio nalgar tan intenso que atrae los objetivos de las cámaras y un director al que no conoce ni la madre que lo parió y que jamás ha trabajado en un proyecto así, y entregar un título no sólo respetable y respetuoso, sino autosuficiente y, lo que a fin y al cabo prima en este negocio, entretenido y honesto.

Scarlett Johansson intentando... intentando... hacer... ¿macramé?

Till Death enfrentaba los mismos desafíos que Black Widow, con todavía mayores limitaciones, y los resolvió de una forma infinitamente más digna.

Y no sabes, querido lector, como lector de cómics y amante del cine, cuánto lo lamento por Black Widow.

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