sábado, 20 de mayo de 2023

¿Sueñan los escritores con guiones eléctricos?

Bueno, en realidad, ¿de qué mierda va esto de la fuelga de guionistas?

No tengo ni idea.

En serio.

Y como no tengo ni idea, pero me preguntas por ello, fijando en mi pupila tu pupila azul, me agarro los machos y me pongo a investigar.


Básicamente, la huelga de escritores de Hollywood ha sido convocada por la WGA (Writers Guild of America), sindicato del gremio que dice representar a 11 500 escritores y guionistas (por más que a mí los números redondos me hagan fruncir una ceja a lo señor Spock) y que pretende con esta protesta retorcer el brazo de la AMPTP, que es la Alliance of Motion Picture and Television Producers, vamos, los nâzgul de Sauron pero en materia de cine y televisión: CBS, MGM, Paramount Pictures, Sony Pictures, Warner Bros., The Walt Disney Company, Lionsgate, NBC, News Corporation... Las 397 bestias pardas más pardas de la patronal del cine y la televisión.

No es la primera vez que el sindicato mayoritario de escritores de Estados Unidos usa la huelga como herramienta de presión contra la AMPTP. Ya sucedió en 1960, cuando lograron, entre otras cosas, algo parecido a unas pensiones dignas para los guionistas. Y en 1981, cuando exigieron participación en el mercado de vídeo doméstico y televisión de pago, episodio del que hablaremos un poco más abajo. Y una vez más en el 88, donde se renegoció la participación en beneficios de los programas emitidos en redifusión. Y de nuevo entre noviembre de 2007 y febrero de 2008, caso especialmente interesante para entender la problemática actual, así que permíteme desarrollar un poco el trasfondo de la, hasta ahora, penúltima huelga de guionistas estadounidenses. Ten un poco de paciencia y busca el próximo GIF de Riley Reid o sigue enseñándole ninjutsu a tu roedor favorito, a ver si se pone a entrenar a cuatro tortugas en una alcantarilla.


Básicamente, cada tres años la WGA negocia con la AMPTP un nuevo contrato básico para sus afiliados. Es, como si dijésemos, el convenio colectivo del sector. Este documento, llamado MBA, uséase Minimum Basic Agreement, tiene como finalidad garantizar una remuneración digna para los escritores de cine y televisión, proteger la autoría de los guionistas, establecer un protocolo de arbitraje para resolución de conflictos creativos o laborales, las modificaciones y duración de los contratos, los plazos de cotización, etcétera. El MBA recoge los pagos semanales del escritor contratado para una producción dada, sus derechos, las compensaciones que se le deberán si el estudio quiere modificar o reciclar su texto, etcétera.

Leer este MBA es como meterte por el culo un supositorio de vitriolo. Son seiscientas páginas de leguleyés avanzado que intentan cubrir todos los supuestos imaginables sobre una obra escrita para la pantalla. Para que me entiendas: el párrafo 17 del artículo 13.A del MBA de 2004 se ocupa expresamente de las compensaciones que se debían al escritor en caso de un remake de su obra para cine, siempre y cuando no se contrate a otro guionista para dicho remake. No, no te voy a desgranar todo el texto, que no soy tan cabrón. Lo que necesitas saber del MBA de 2004 es que caducó en 2007 y que, sentados a la mesa con los sindicalistas de la WGA, los productores se pusieron de no quiero y dijeron que cartujo, cartujo, por el culo te la estrujo.

¿Qué fue lo que llevó a la huelga de 2007-2008? Que la AMPTP se negó en redondo, en cuadrado, en pentágono y en dodecágono a meter en el nuevo MBA derechos y mínimos salariales para los escritores de reality shows y producciones de animación (famosas por sus abusos laborales, y no miramos a nadie, Disney) y, la pasta, siempre la puta pasta, exigían renegociar los «residuals», o sea las compensaciones por la comercialización de la obra de un escritor en reposiciones televisivas, redifusión en otras cadenas, publicación de DVDs o bajo cualquiera de los entonces llamados «nuevos medios de comunicación» (sí, la WGA no empezó a preocuparse por la distribución de contenido a través de Internet hasta 2007).

Aquellos fueron buenos años. Básicamente.


Y si te parece, lector caro a mi corazón, que lo de 2007 fue una pataleta de licenciados universitarios que lloraban por la panoja, te conviene saber que la huelga de 1981 buscaba obtener para los afiliados de la WGA una parte de los beneficios del mercado de televisión de pago y venta directa y alquiler en vídeo. En aquella época, la patronal argumentó que el coste de producción de las casetes de vídeo lo convertía en un negocio minoritario (las primeras películas en vídeo doméstico alcanzaban unos exorbitantes precios de entre 40 y 100 dólares la copia), y lograron imponer al sindicato de guionistas un residual para sus afiliados del 0,3% sobre el primer millón de beneficio bruto acuñado por cada título vendido en vídeo. Puede que no sea necesario decirlo, pero cuando los costes de producción de cintas de vídeo se desplomaron y el mercado de vídeo doméstico se extendió por el mundo entero, la WGA y sus afiliados sintieron que los productores les habían hecho la del trile, el tocomocho y la de la estampita todo a la vez. Llegados a 2007, el sindicato de escritores no estaba dispuesto a permitir que se la volviesen a meter doblada con los DVDs, que sólo entre enero y marzo de 2004 había cosechado casi cinco mil millones de dólares contra los 1 780 000 000 millones de dólares en taquilla.
La AMPTP negociando el tema del vídeo con la WGA.

Entre enero y marzo de 2004, las ventas de películas en formato físico representaron para la industria cinematográfica y televisiva un 270% más de ingresos que la venta de entradas para esas mismas películas y series. Y los guionistas de Hollywood estaban decididos a que los dueños de los estudios no, repito no les empollasen de nuevo el cacas y exigieron un pellizco del negocio. Y la patronal dijo que verdes las han segado, así que la WGA fue a la huelga y jodió, y de qué manera, series entonces en emisión y muy lucrativas como The Big Bang Theory, que no había llegado a filmar todos los episodios previstos de su temporada inaugural cuando la huelga fue convocada, Bones, Breaking Bad, Mentes Criminales, todas las franquicias de CSI, el tercer año en antena del doctor Gregory House y la pedante Cómo conocí a vuestra madre. La séptima temporada de 24, prevista para 2008, no llegó a emitirse hasta 2009. La quinta temporada de El séquito se retrasó hasta septiembre de 2008 (todas las demás se estrenaron entre abril y julio) y los 22 episodios de la primera temporada de Life se quedaron en 11.

En lo que se refiere al cine, la huelga de 2007-2008 convirtió Quantum of Solace en un pifostio sin pies ni cabeza (analizamos las más recientes cabronadas a la saga de 007 en esta entrada), pudo contribuir a que X-Men Origins: Wolverine fuese la mierda insufrible que acabó siendo (el guion se escribió a toda prisa para tener algo, lo que fuese, antes de que se convocara la huelga, y se rumorea que el director empezó a filmar sin ni una mala línea de diálogo que proporcionar a los actores), dudo mucho que hubiese dejado Terminator Salvation peor de lo que llegó a nuestras pantallas, nos salvó de todos los chistecitos y coñas marineras que a J.J. Abrams y Damon Lindelof les habría gustado colar en el reinicio de Star Trek pero no impidió, lamentablemente, que llegase a los cines Dragonball Evolution, la prueba definitiva de que no todo se puede adaptar a una película con actores (pero sigue habiendo gente que no aprende y por eso tenemos una película de imagen real de Los caballeros del zodiaco que, o mucho me equivoco, o no va a ver ni su puta madre).

Que conste que los productores también aprovecharon la huelga de 2007-2008 para hacer limpieza de primavera. Y no me refiero a que, con ánimo de revancha e inspiración estalinista, pusieran en la puñetera calle a montones de escritores ayudantes y asociados, que lo hicieron; ni que contratasen a guionistas no sindicados, que los contrataron; sino que no dejaron escapar la oportunidad que se les ofrecía para cancelar, sin haber llegado a producir o emitir todos los capítulos previstos, programas que estaban funcionando así así, como el innecesario y pobretón remake de La mujer biónica o Los 4400. Y mientras que, ratas las hay en todas partes, los programas de Jay Leno y Conan O'Brien siguieron adelante sin guionistas, algunas series como The Closer, South Park, la temporada final de The Wire o Kyle XY  pudieron ser emitidas en su totalidad porque ya
habían finalizado sus producciones antes de la convocatoria de la huelga.

La jeta de cemento armado de los productores, que llegaron a sostener en las negociaciones, según el legendario Robin Williams, que no había motivo para establecer en el nuevo MBA las regalías sobre el contenido para Internet, porque eso de Internet nunca iba a dar dinero (como tampoco, guiño, el vídeo en su día, guiño, guiño), cabreó todavía más a los curritos de la industria, hasta el punto de que aunque los afiliados a la AFTRA (American Federation of Television and Radio Artists, algo así como el sindicato de los actores de Estados Unidos), firman con la AMPTP contratos que les prohíben expresamente ir a a huelga en apoyo de otro sindicato, muchos actores respaldaron públicamente las reivindicaciones de la WGA. Gente como Alan Alda, James Woods, Elliot Gould, Kaley Cuoco, Billy Bob Thornton, Laura Linney o Rob Reiner se pusieron del lado de los escritores tanto como se lo permitían las «no-strike clauses» de sus contratos y a veces un poco más de lo que se lo permitían.
(Y sí, he llamado «curritos» a algunos de los actores mejor pagados de Hollywood. Es que en América todo es más grande que a este lado de la Mar Océana. Un escritor de la WGA tenía derecho, en 2004, a exigir por un guion terminado para película de gran presupuesto 59 927 dólares, 26 639 adicionales por reescrituras o entrega de borrador final y 13 318 por las correcciones. En 2006 esas cantidades habían ascendido a 63 577, 28 261 y 14 130 respectivamente. Pregúntale a un guionista español cuándo fue la última vez que se metió en la buchaca cien mil euros por un guion y sácale una foto a la cara que ponga).

La huelga de 2007-2008 finalizó técnicamente en febrero de 2008, cuando los afiliados de la WGA votaron, con un 92,5% de sufragios positivos, a favor de poner término a la huelga y aceptar el MBA sacado con tenazas a la patronal tras 100 días de paro y unas pérdidas para el sector que varían entre los 380 millones de dólares estimados por un informe de la Facultad de Gestión de UCLA a los 2 100 000 000 calculados por el Instituto Milken. Pero el parón de 2007-2008 sólo acabó realmente en mayo de 2011, cuando se resolvió el arbitraje instruido en noviembre de 2008 por la WGA, hasta los cojones de que la AMPTP se limpiase el culo con copias del acuerdo que había puesto fin a la huelga de guionistas.

Pero basta ya de mirar atrás con ira, que lo que tú quieres es saber por qué coño los guionistas de cine han ido a la huelga ahora, en mayo de 2023, no en 2007, no en 1988, 1981 o cuando Cristo perdió la chancleta.

Bueno, pues de nuevo el reparto de los residuals es el principal problema. Los guionistas no sólo quieren que el próximo MBA recoja un aumento de sus salarios, sino que también les garantice una ración del pastel del Pay Per View, de los servicios de streaming. Quieren que Amazon, Disney+, HBOMax, Hulu, Netflix y la madre del cordero empiecen a derivar a los escritores de Stranger Things, The Boys o La casa del dragón parte de la morterada de pasta que esos productos están ya volando a los bolsillos de los directivos y accionistas de esas empresas audiovisuales. La WGA calcula que, si la AMPTP cede a sus demandas, podrá repartir en torno a 429 millones de dólares anuales entre sus afiliados. La patronal les ofrece 86 millones, de los cuales casi la mitad saldrían de un aumento de las remuneraciones mínimas en un 4%-3%-2% (recordemos que la validez de cada MBA es trianual).

Y, aprovechando que el Anduin pasa por el Campo de Celebrant, el sindicato de escritores también quiere el compromiso de la patronal de que los productores no reemplazarán a sus asociados por chatbots como ChatGPT o similares.
(La lista completa de sus demandas y la contraoferta de la patronal, hasta el momento, aquí. Si te da pereza pinchar en el enlace, te resumo la respuesta de la AMPTP: quieren seguir follando de gratis).
Deutschland!

Y aunque seré de los primeros en ponerme en cabeza de la exigencia de que a los escritores se les remunere de forma justa por su trabajo, personalmente y a falta de ver cómo se resuelve esto, creo que esta vez la WGA ha pinchado en hueso.

En primer lugar porque calcular cuánto ingresan realmente los servicios de streaming por las reproducciones de sus programas es realmente complicado. En parte debido a que las productoras no sólo son extraordinariamente opacas acerca de sus audiencias, sino incluso al respecto de qué puede considerarse un «espectador» de sus servicios. Para Netflix, si ves los primeros dos minutos y medio de una película o del capítulo de una serie, ya cuenta como una reproducción. Aprovechándose de esa misma estrategia de opacidad, Amazon Prime intentó vendernos la moto de que 100 millones de personas habían visto la puñetera orgía de estulticia narrativa e incompetencia dramática de Los anillos de poder aunque fueron los primeros en enterarse (y qué callado se lo tenían, los muy cabrones) de que poco más de un tercio de los que empezaron a ver la serie llegaron a acabársela. Cómo puede considerarse «un éxito» un producto con el que se rindieron el 63% de los pobres incautos que le dieron una oportunidad sólo se explica en base al cinismo corporativo y la necesidad de amansar a los accionistas. Oh, y en la oscuridad de los datos reales de audiencia, que siguen siendo desconocidos.
Con un incremento de la inversión en nuevos contenidos para streaming que ha pasado de 5 000 millones de dólares en 2019 a 14 000 millones en 2022 y una estimación de crecimiento para 2023 de hasta 19 000 millones y un mix de ingresos totales de la industria del entretenimiento en los que la recaudación por venta de entradas, video doméstico y televisión tradicional han declinado sensiblemente desde 2013 (con el cisne negro del hostión pandémico y confinamiento domiciliario obligatorio en 2020 que puede haber modificado de manera irreversible los hábitos de consumo culturales del hemisferio norte en su totalidad) al tiempo que crecían espectacularmente las partidas procedentes de la publicidad y cuotas de suscripción de los servicios de streaming a demanda, de los proveedores de televisión y de los vMVPDs (Virtual Multichannel Video Programming Distributors, o sea servicios como YouTube en los que un agregador principal, gratuito o de pago, da acceso a varios canales o emisoras lineales), de poco más de 150 000 millones en 2013 a más de 200 000 millones en 2022, poco más hay que decir para explicar que la WGA quiera redistribuir entre sus afiliados una porción de ese tsunami de pastuza.
Lo cual puede ser un problema. Porque las audiencias de los cines se miden a través de las entradas expedidas en taquilla. Las ventas de DVDs y Blu-Rays también son fácilmente cuantificables, así como las emisiones por los canales de televisión generalistas o por suscripción, a través de los audímetros. Pero desde el momento en que los servicios de streaming recogen y cocinan sus propios datos y los publican o no cómo y cuándo les da la gana, pueden adulterar esos mismos datos, o el criterio en base al cual miden el número de espectadores, al margen de cualquier auditoría. Si mañana Netflix decide que «espectador» es cualquiera que haya picado por error el icono de la película en su app, aunque inmediatamente haya cancelado la reproducción, nadie puede impedírselo.

En segundo lugar, el acuerdo sobre los servicios de streaming o Video On Demand se hace especialmente arduo desde el momento en que incrementar la parte del pastel de los guionistas supone, necesariamente, reducir la participación en beneficios de los accionistas de esas productoras y de sus directivos, que cobran parte de sus salarios en forma de acciones u opciones sobre acciones. Ya no es sólo que a Jeff Bezos se le haga un pelín cuesta arriba la perspectiva de decirle a sus accionistas en la próxima junta general que ese año tocan a menos en el reparto de dividendos porque los guionistas piden un aumento. Es que, a pesar del espectacular crecimiento que las cuentas de resultados de compañías como Amazon Prime, Netflix o Disney+ han experimentado en los últimos años (como los videojuegos on-line durante el confinamiento por la pandemia mundial, y por los mismos motivos), el modelo de negocio de las plataformas de VoD todavía está muy lejos de haberse asentado y hay gente que duda incluso de su viabilidad.
Mein Herz in Flammen!

Netflix, el caso paradigmático, a fuerza de perder suscriptores frente a sus rivales, ha tenido que subir tanto y tantas veces sus tarifas que ahora mismo tener una cuenta básica de Netflix cuesta tanto como la suscripción a todos los demás servicios de streaming. En su ansia de pasta, necesaria, no nos engañemos, para seguir produciendo las mierdas de series y películas de propaganda woke escritas por analfabetos funcionales, y ocasionalmente alguna que otra joya, han llegado a proponer un «plan barato con anuncios»  (vamos, que en Netflix han vuelto a inventar la televisión) y eliminado la opción de compartir cuentas con la esperanza de obligar a esos 100 millones de usuarios que veían sus productos de gratis a hacerse una cuenta propia. Algo que, a corto plazo, no parece que vaya a suceder.

El aumento de la competencia (de tener sólo Netflix hemos pasado a que cada estudio, canal y productora se hayan currado su propio servicio de streaming) y la necesidad de seguir ampliando sus catálogos exige a los servicios de VoD una inversión constante en nuevos contenidos que no siempre se ve recompensada. En parte porque en un catálogo tan inmenso como el de Netflix, por poner un ejemplo, es muy fácil que grandes películas y series acaben absolutamente engullidas, invisibilizadas. Los productos cuya existencia se ignora nunca encontrarán su público potencial ni ofrecerán métricas solventes sobre su rentabilidad comercial. Nadie verá Las aventuras del guajiro cojonero, por mucho que le fuese a gustar, si ni siquiera sabe que esa obra existe. Y si El guajiro cojonero es un western psicodélico rodado en Super8 y blanco y negro con actores sordociegos y el hipotético fan de esta película hasta el momento sólo ha visto noir turco, nunca sabrá que El guajiro cojonero existe porque el algoritmo de la aplicación, entrenado por sus elecciones previas, nunca se la recomendará.

Que pueda estar a punto de reventar la burbuja del streaming es una posibilidad, y tanto que Netflix haya cedido a regañadientes el trono del sector a Amazon Prime como el cierre de CNN+ sólo 35 días después de su fundación son dos evidencias que así lo sugieren. Aunque algunos analistas sospechan que lo que ha estallado o está a punto de estallar es en realidad la burbuja de la especulación de los servicios de streaming. «The events suggest that the speculative, spend-big-at-all-costs era of streaming video is over». Pura y simplemente, el mercado es finito, está saturado o a punto de saturarse y lo de gastar a manos llenas esperando que, en algún momento, la cosa ésta sea rentable, ya no es una práctica empresarial juiciosa, si alguna vez lo fue.
«¡Pero no me digas esas cosas, ganso!»

Bien, sea lo que sea que le pase al streaming, análisis que se escapa al propósito de esta entrada y a nuestras preocupaciones, yendo a la letra menuda del MBA propuesto por el sindicato de escritores, en lo que se refiere al Video On Demand, la WGA exige para el nuevo convenio un rapel de regalías para las suscripciones en el extranjero que se mueve en una horquilla de menos de veinte millones a más de 75 millones de abonados y de un 50 a un 150% de regalías, mientras que la patronal ofrece una horquilla de residuals de menos de un millón a más de 45 millones de abonados y del 8% al 60% de regalías y rehúsa siquiera entrar a discutir el establecimiento de un programa que bonificaría a los escritores de las series y películas con mejores audiencias, así como a incrementar los royalties e implementar un sistema de pagos semanales para los escritores de programas de alto presupuesto para Video Bajo Demanda, que libraría a esos guionistas de la tiranía de unos productores que retienen el resto del pago acordado por contrato mientras obligan al guionista a reescribir, corregir e introducir cambio sine die hasta que el estudio se declara satisfecho. Vieja práctica de la industria que siempre me ha parecido discutible, cuando no abiertamente repugnante o simplemente dolorosa. Y quiero decir tan dolorosa como el procedimiento a través del cual perdiste la virginidad.

¡Hala! ¡Ya está! ¡Hecho un hombre!
(Imagínate que fueses albañil y tu jefe retrasase el pago de tu nómina hasta que él y nadie más que él decida que ya has subido suficientes sacos de cemento a lo alto del andamio. Personalmente siempre me ha parecido que la solución para evitar esta costumbre claramente abusiva entre los guionistas americanos, que suelen cobrar un adelanto del 50% sobre el guion comprometido, es establecer por contrato un límite de correcciones y reescrituras para un proyecto dado. Algo en plan «este dinero que te comprometes a darme te compra un guion completo para la película tal, que tendrá que estar acabado en equis semanas/meses, y el derecho a dos revisiones de hasta el 50%, o el porcentaje que sea, del manuscrito original. Todos los demás cambios, los pagas aparte o te buscas otro guionista»).
Hay otras demandas en la propuesta de MBA del sindicato de guionistas que simplemente no entiendo, como la pretensión de exigir un aumento en el número de escritores implicados en el desarrollo de los programas seriales (una serie de 10 capítulos requeriría ocho guionistas, de los cuales 5 tendrían además la categoría de productores), pero no vamos a desarrollarlo aquí, que ya tenemos que poner un potato de emergencia al final de la entrada.
Pero, para compensar, te ponemos ahora una Angela White. Y sus potatos.

La otra propuesta de MBA del Writers Guild que más nos ha llamado la atención es la protección que exigen para el tratamiento de textos mediante inteligencia artificial. La WGA exige a la patronal que las aplicaciones tipo ChatGPT no puedan emplearse para escribir o reescribir guiones, no se puedan utilizar como generadores de contenido ni se pueda emplear material literario de afiliados al sindicato para entrenar IAs.

Hay al menos una cosa que no entiendo de esta reivindicación.

Lo de preservar la obra de los autores con base de carbono de las tropelías de un proto-skynet al servicio de los estudios de Hollywood lo comprendo, lo respaldo y lo respeto. Es más, me parece un caso arquetípico Harlan Ellison de protección de la propiedad intelectual. Eso dejaría fuera de todo mamoneo el entrenar IAs con guiones escritos por los afiliados de la WGA y, también, aunque un poco pillado por los pelos, el supuesto de los posibles trabajos de chapa y pintura, a cargo de un chatbot o similar, sobre el texto surgido de las meninges de un ser humano.
(Y digo pillado por los pelos porque constantemente se están contratando escritores para que reescriban, corrijan o tiren a la basura y empiecen de cero los guiones de sus colegas. Emplear un robot tampoco es que supusiese una gran diferencia).

Es en lo de no emplear IAs como autores en lo que me pregunto si, al menos en el estado actual de la tecnología, la WGA está derrapando un pelín.

No te quepa la menor duda, mi querido lector, de que la perspectiva de poder mandar a sus casas a todos los guionistas y mantener la industria en marcha con textos paridos por IAs entrenadas en procesado del lenguaje natural es ahora mismo el sueño húmedo del productor promedio. Y, si prosigue el vertiginoso ritmo de aprendizaje de la inteligencia artificial, tal vez lleguemos a ver esa fantasía hecha realidad.
O mejor no.

El problema es que la Inteligencia Artificial, al menos en este preciso momento, es absolutamente incapaz de escribir nada original. ChatGPT necesita ser entrenada. Y lo hace «leyendo» el trabajo de autores orgánicos. Puedes pedirle que escriba un western, pero, dado que nunca ha ido al cine ni visto una película de John Wayne, lo que hará es buscar en Internet todos los argumentos y guiones del género a los que pueda echar mano, buscar las estructuras y, básicamente y ya está feo decirlo, perpetrar un gigantesco plagio picoteando de aquí y de allá, de cien, quinientos o mil textos diferentes, protegidos, o no, por sus correspondientes derechos de autor.

Así que básicamente se podría argumentar que con la protección a los derechos de autor contra los bots de procesado de lenguaje natural ya estaría cubierto el supuesto de que las IAs acaben quitándole el trabajo a los escritores de carne y hueso, puesto que es absolutamente imposible que un robot tipo ChatGPT se invente una historia humana de la nada. Un software no tiene experiencias personales. Un logaritmo no tiene sentimientos humanos. Sólo puede imitar a otros autores. Utilizar plantillas. Enhebrar lugares comunes. Pero no puede darle un sentido humano a toda esa macedonia. Sólo un barniz de alma que se puede desprender con la uña del meñique de un bebé.

Mediante el prompt adecuado puedes lograr que ChatGPT escriba un drama imitando el estilo y la temática de Shakespeare, pero es muy dudoso que produzca una obra inmortal que vaya a pasar por un texto auténtico del bardo de Stratford Upon Avon a ojos de un experto en filología inglesa mínimamente competente.

ChatGPT y sus primas hermanas leen textos y buscan frecuencias, asociaciones, elaboran un modelo matemático con ellas y perpetran algo que parece escrito por una persona. O «leen» miles de fotos de zorrupias en Instagram y componen unas atchonburísticas imagenes fotorrealísticas con perspectivas imposibles, rostros clónicos y manos, bocas y codos de película de David Cronenberg.

Las IAs son herramientas útiles.

Pero, al menos de momento, no son la panacea de ningún productor sin escrúpulos.

Un amigo mío, ingeniero informático y desarrollador de software, describió el nuevo paradigma así: «ChatGPT lo ha cambiado todo. Antes me llevaba un mes escribir trescientas líneas de código y una semana purgar los errores. Ahora ChatGPT puede hacer el mismo trabajo en tres minutos, pero necesito dos meses para hacer el debugging».


Puesto que los chatbots carecen de criterio para discriminar lo que es importante de lo que no, lo que apela al fantasma en la máquina humana de lo que no, la información real de la falsa, es poco probable que vaya a reemplazar la mano del hombre, al menos a corto plazo. En mi opinión, la WGA está poniéndose la venda antes de la herida, prefiriendo pecar por exceso antes que por defecto para que la AMPTP no se la vuelva a jugar, como con los derechos sobre video doméstico. Es un movimiento apresurado, y quizá precipitado, para proteger los trabajos de sus afiliados ante la posibilidad de que la patronal pueda declarar obsoleto el trabajo humano en la redacción de contenidos de ficción.

Hay quien dice que intentar proteger a los escritores de ChatGPT es como intentar proteger a los fotógrafos y diseñadores gráficos de Photoshop. No sé si estoy de acuerdo con esa comparación y tampoco voy a explorarla aquí, que estamos hablando de la huelga de guionistas de Hollywood y te veo con ganas de hablar de la huelga de guionistas de Hollywood.

Pero, ya que lo mencionas, ¿a quién está protegiendo la WGA, exactamente?

¿A los guionistas de ¡Shazam!: La furia de los dioses?

¿A los de Avatar: El sentido del agua?

¿A los de Black Panther: Wombkanda Forever?

¿A los de La mujer rey?

¿A los de ¡uj!, perdón, que me ha dado una arcada, Los anillos de poder?


Ser escritor no es fácil.

Requiere un montón de trabajo.

Requiere kilotones de paciencia.

Requiere terabytes de disciplina.

Y alcohol. Litros de alcohol.

Y, no me entiendas mal, tienes tanto derecho a que se te pague y a recibir el crédito por tu trabajo como el que más. Incluso a pesar de que el 90% de tu trabajo sea una mierda. Es por el 10% que se te paga.

Pero si no eres capaz de escribir una historia mejor que una IA, mereces ser reemplazado por una IA.

Y eso no hay convenio colectivo ni acuerdo sectorial que lo remedie.

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