sábado, 9 de junio de 2018

... and I'll look down and whisper "No."

Estaba dudando sobre qué huera prosopopeya, de entre una amplia colección que guardo en el tintero, desbarrar en mi próximo vómito para el Paratroopers cuando una entrada de Damon Lindelof en Instagram me dio medio trabajo hecho.

El texto completo es un poco largo (particularmente para ti, analfabeto, que te duermes a partir de los 140 caracteres), y encima está en inglés (idioma que no dominas, convencido de que con tu castellano de polígano y cuatro manierismos espídicos se llega a Roma), pero lo sustancial, la piedra angular responsable de mi grito de angustia son las tres palabras que cierran el séptimo párrafo.
Lo cual, traducido a la lengua de Cervantes, Rubén Darío y Marianico el corto, significa:
«"¿Quién es Alan Moore?"».
Ya, ya sé que sin contexto no vas a entender mi indignación, querido lector; así que déjame proporcionarte el contexto.

Damon Lindelof (Teaneck, Nueva Jersey, 1973), por si no lo sabes, es un productor de cine y guionista a quien debemos, entre otras cosas, esa fabulosa idea de una serie para televisión a la que luego nadie tuvo cojones de dar un buen desarrollo ni un final digno, las adaptaciones de Cowboys & Aliens (que sigo pensando que no está tan mal) y Guerra Mundial Z (que se carga el tono de la novela en la que se inspira) y, agarraos la breva, del guión, ¡jump! (perdón, que me ha venido una arcada), de Prometheus.
Damon Lindelof.
Alan Moore (Northampton, 1953), por si compartes la ignorancia supina (que bastaría por sí misma para justificar la eugenesia) del desinformado interlocutor de Damon, es Dios. Literalmente Dios. Como guionista de cómics, Alan Moore no solo es el mejor escritor de cómics de este universo y cualquier otra realidad alternativa, responsable de dos de las más aclamadas historias que se han escrito de personajes tan icónicos como Batman y Supermán (Batman: la broma asesina y Supermán: ¿qué le ocurrió al hombre del mañana?, respectivamente), sino también un talentoso narrador capaz de crearse una mitología propia, resucitar con ingenio y audacia personajes clásicos, reinventar el género de superhéroes volviendo a sus orígenes o explorar con arte y cerebro uno de los episodios más siniestros y misteriosos de la historia.
¡Lo que me ha costado encontrar una foto en la que no pareciera un yonqui satánico!
Y el vínculo común que enlaza a Damon y Alan es que Moore es el autor, junto al dibujante Dave Gibbons, del único cómic que está listado en la lista de Las cien mejores novelas de todos los tiempos de la revista Time. Un único cómic entre cien novelillas sin importancia tales como Matar a un ruiseñor, Trópico de Cáncer, El sueño eterno, Ubik, El señor de los anillos, El gran Gatsby o La naranja mecánica.

Precisamente el mismo cómic sobre el cual Damon Lindelof está escribiendo una serie para televisión, serie sobre la que versa su carta publicada en Instagram.
"Hello there. My name is Damon Lindelof and I am a writer. I am also the unscrupulous bastard currently defiling something you love".

«Hola. Mi nombre es Damon Lindelof y soy escritor. También soy el cabrón sin escrúpulos que ahora mismo está profanando algo que amas».
Eso que Damon Lindelof está profanando ahora mismo, por si no has pinchado en el enlace, es ni más ni menos que:
Si sabes de qué estoy hablando, tienes mi permiso para empezar a cagarte por la pata abajo.

Yo ya lo he hecho.

Varias veces.Y en cantidad.

En su carta (narrada al estilo del Dr. Manhattan, solo en Marte, con la única compañía de una foto vieja, y desde su conciencia absoluta del tiempo), Lindelof nos cuenta su historia de amor con Watchmen, que conoció a través de su difunto padre, y cómo siente tal respeto reverencial por la obra de Moore y Gibbons que rechazó dos veces el encargo de convertirla en una serie de televisión (para finalmente acabar aceptando).

En la carta, Damon Lindelof trata de manipularnos.

Y lo confiesa.
"I am forty-five and I am writing a letter to the fans. The fans of Watchmen. It's unnecesarly wordy and an exercise of oversharing, but nothing gets people on your side more than telling them about the moment your father died." 

«Tengo cuarenta y cinco años y estoy escribiendo una carta a los fans. Los fans de Watchmen. Es innecesariamente verborreica y un ejercicio de exhibicionismo, pero nada logra atraer más gente a tu bando que hablarles del momento en que murió tu padre».
Damon escribe una carta para justificarse por haber aceptado un encargo que sabe muy bien será interpretado como una herejía por los lectores de Watchmen.
"First and foremost, if you are angry that I'm working on Watchmen, I am sorry. You may be thinking I can't be that sorry or I wouldn't be doing it. I concede the point, but I hope it doesn't invalidate the apology, which I offer with sincerity and respect."

«Primero, y antes de nada, si estás enfadado porque estoy trabajando en Watchmen, lo lamento. Puedes pensar que no debo de lamentarlo tanto o no estaría haciéndolo. Te concedo eso, pero espero que no invalide la disculpa, que te ofrezco con sinceridad y respeto».
¿Por qué Damon Lindelof se preocupa tanto de lo que puedan pensar de su trabajo los fans de Watchmen? Ya lo hemos explicado aquí (tantas veces que ni voy a enlazarlo, para que no revientes del atracón), pero permíteme refrescar tus recuerdos:

Con Watchmen, Alan Moore llevó al límite la gramática del cómic. Watchmen es una exploración de los recursos narrativos que ofrece el cómic; una lección de autor sobre el máximo partido que se le puede sacar al lenguaje del tebeo si uno tiene talento, inteligencia y domina los recursos de la historieta como un puto pro. Por eso los que entendemos aunque solo sea un poco del tema sabíamos que la adaptación cinematográfica de Zack Snyder solo podía fracasar. Porque Watchmen es intraducible al lenguaje del cine. Watchmen no es un cómic más, es EL CÓMIC. Intentar trasladar esta obra a otro medio o formato suponía mutilarla, desfigurarla, deshonrarla. Podías hacer algo que se pareciese a Watchmen, que recordase a Watchmen, a partir del argumento de Watchmen y protagonizado por los personajes de Watchmen, pero, lo llamases como lo llamases, nunca sería Watchmen.
Esto me encanta. Palabra. Pero NO es Watchmen.
Pero no me creas a mí, que soy un mediahostia sin autoridad. Escucha lo que tiene que decir Dios, o sea el propio Moore al respecto:
"There is something about the quality of comics that makes things possible that you couldn't do in any other medium." 

«Hay algo en la naturaleza de los cómics que hace posibles cosas que no podrías hacer en ningún otro medio».
"Things that we did in Watchmen on paper could be frankly horrible or sensationalist or unpleasant if you were to interpret them literally through the medium of cinema. When it's just lines on paper, the reader is in control of the experience – it's a tableau vivant. And that gives it the necessary distance. It's not the same when you're being dragged through it at 24 frames per second." 

«Cosas que hicimos [el plural alude a Dave Gibbons, obviamente] sobre el papel en Watchmen podrían ser francamente horribles, o sensacionalistas, o desagradables si fueses a interpretarlas literalmente a través del medio cinematográfico. Cuando se trata solo de líneas sobre el papel, el lector tiene el control de la experiencia. Es un tableau vivant. Y eso le proporciona la necesaria distancia. No es lo mismo cuando eres arrastrado a través de ello a veinticuatro fotogramas por segundo».
Roma locuta, causa finita. ¿Te ha quedado claro, amigo lector?

Con un par de cojones como bolas de demolición, Zack Snyder se emperró en convertir en película el único cómic literalmente imposible de traducir al lenguaje del cine.
Así de gordas.
Por ese motivo nos resulta tan fácil perdonarle por haber fracasado.
(Alan Moore tiene sus propias ideas al respecto).
Y eso que la peli nos gusta. Palabrita del niño Jesús.
Y por ese mismo motivo nos estamos defecando vivos desde que supimos que Damon Lindelof estaba trabajando en una serie ambientada en el mismo universo.

Ahora ya tienes el contexto.

Pero no, no voy a castigarte con otra inhumanamente larga parrafada acerca de lo difícil que es convertir una obra literaria en una película. Hoy no toca.

Lo que toca hoy es otro de nuestros viejos clásicos: el papel del autor en la cultura moderna.

Que es, básicamente, cero. O sub cero.

Y de eso también nos habla la carta de Lindelof. Ni siquiera tienes que leerte las seis putas páginas, la molla está en la primera de todas:
"Another man offers me the opportunity to adapt Watchmen for television. I am forty now. I tell him someone else asked me to do this a year ago and I declined. He inquires as to why I said no. I tell him that Alan Moore has been consistently explicit in stating that Watchmen was written for a very especific medium and that medium is comics, comics that would be ruined should they be translated into moving images. The Another Man pauses for a moment, then responds - 'Who's Alan Moore?'"

«Otro hombre me ofrece la oportunidad de adaptar Watchmen para la televisión. Ahora tengo cuarenta años. Le digo que alguien más me lo pidió hace un año y me negué. Él pregunta por qué dije no. Le explico que Alan Moore ha sido consistentemente explícito al afirmar que Watchmen fue escrito para un medio muy específico y ese medio es los cómics, cómics que serían arruinados de ser traducidos a imágenes en movimiento. El Otro Hombre hace una breve pausa y luego contesta: "¿Quién es Alan Moore?
«"¿Quién es Alan Moore?"».

Si me hubiesen clavado una daga de Morgul en el cipote, no me habría dolido tanto.
El productor interesado en convertir Watchmen en serie de televisión no tenía ni puta idea de quién había creado el producto que se disponía a adaptar para la caja tonta. Para él, el producto, la marca, era Watchmen, no «Watchmen, el cómic de Moore y Gibbons».

Watchmen es la marca. Alan Moore no.

¿Tal vez ese productor de televisión pensaba que Watchmen era una idea original de Zack Snyder? ¿Es que no ha visto las ideas originales que se gasta Zack Snyder?

Pero este productor no es la enfermedad. Es solo un síntoma.

Me pregunto si los responsables de convertir From Hell, otra obra de Alan Moore, en una película de Johnny Depp (que, por una vez, no aparece maquillado como la decana de las rameras) sabían quién hostia es Alan Moore.
No he visto From Hell y se me hace muy cuesta arriba emitir una opinión sobre algo que no conozco, otra vez, pero quienes vieron la película y se habían leído el cómic en que se basa no dejan de decirme que es una decepción. Que, una vez más, el productor de cine se aseguró de edulcorar, adulterar y castrar la obra que estaba adaptando a la gran pantalla. Incluso quienes no conocen el cómic me aseguran que la peli deja bastante que desear.

Me pregunto si los responsables de convertir From Hell en una película de Johnny Depp sabían quién hostia es Alan Moore.

Me temo que la respuesta sea no. Les importaba un cipote de perro atropellado From Hell. Para ellos solo era otra marca, otro producto. Por eso le encargaron el papel protagonista a Johnny Depp, que, lo desease o no, se ha acabado convirtiendo también en una marca.
Me pregunto si los responsables de convertir V de Vendetta en... en... (Cagondios, es que me falta diccionario para calificar lo que hicieron de él..., ¡y con la más sosa Natalie Portman ever, con permiso de Thor: The Dark World!), sabían quién coños es Alan Moore.
Temo que eso sea pedir mucho. Y, además, y en palabras del propio Moore, esos mismos cineastas no tuvieron pelotas de trasladar el mensaje de V a la pantalla con un mínimo de fidelidad:
"When I wrote 'V', politics were taking a serious turn for the worse over here. We'd had [Conservative Party Prime Minister] Margaret Thatcher in for two or three years, we'd had anti-Thatcher riots, we'd got the National Front and the right wing making serious advances. 'V for Vendetta' was specifically about things like fascism and anarchy."

"Those words, 'fascism' and 'anarchy', occur nowhere in the film. It's been turned into a Bush-era parable by people too timid to set a political satire in their own country."

«Cuando escribí V, aquí [el Reino Unido] la política estaba dando un serio giro a peor. Habíamos tenido dos o tres años de Margaret Thatcher, habíamos tenido huelgas anti-Thatcher, habíamos tenido al Frente Nacional y al ala derecha haciendo serios progresos. V de Vendetta trataba específicamente de cosas como el fascismo y la anarquía.

»Estas palabras, "fascismo" y "anarquía" no aparecen en ninguna parte en la película. Fue convertida en una parábola de la era Bush por gente demasiado tímida para hacer una sátira política en su propio país».
Me pregunto si los responsables de convertir La liga de los caballeros extraordinarios en una puta peli Disney con mucho, pero muuuuuuuuuucho CGI, sabían quién cojones es Alan Moore.

¿Quieres apostar, amado lector?

Déjame que ilustre la razón de mis sospechas con tres sencillos ejemplos sacados del cómic:

En La liga..., el cómic, el legendario explorador y cazador Allan Quatermain es reclutado en un fumadero de opio, donde consumía su ancianidad quemando látex de amapola.

Al Hombre Invisible lo sacan de un internado para señoritas, territorio de caza venéreo en el cual sacaba partido de sus poderes para violar a las internas.

A ese mismo Hombre Invisible, después de que traicione a la Liga y se confabule con los invasores alienígenas que han llegado para conquistar la Tierra, Mr. Hyde lo sodomiza hasta matarlo.

Sí. Has leído bien.

Para castigar al Hombre Invisible, Mr. Hyde le da por culo hasta que revienta como un hámster en un microondas.
(Hasta que revienta el Hombre Invisible, no Mr. Hyde).
¿Que cómo trasladaron todas estas... ejem... controvertidas escenas a la película?

No lo hicieron.

Así de simple.

¿Sexo? Cero. Las escenas de sexo suponen una calificación por edades de un PG-13 para arriba y alejan a los adolescentes del cine. ¿Violaciones hétero u homosexuales? ¡No, por Dios, que nos acusan de fomentar la violencia contra la mujer y el mariconismo! ¿Consumo de drogas? Eso tampoco mola nada, pero nada, a las asociaciones de padres; pero, mira, todo tiene arreglo: ponme a Mina Harker, la sosona que en el cómic no rasca bola, haciendo cosas de vampira, que parece que los vampiros vuelven a estar de moda (o sea, que son marca), y al Capitán Nemo me lo conviertes en un Jason Bourne indio, que también es marca. Y tan felices.

Como lo oyes.
A los ejecutivos de las productoras de cine se la despantufla Alan Moore.

Porque ellos no viven de contar historias, ni siquiera de hacer cine, mejor o peor. Viven de crear y vender marca.

Por eso Watchmen, contra el deseo y opinión de sus autores, y después de una película que solo podía traicionar al original, y así fue, ha sido volcado en videojuegos, en una nueva serie de cómics y, pronto en una serie de televisión escrita por Damon Lindelof. Porque la industria ha decidido que Alan Moore no es nadie. Que el protagonista ha de ser la marca, o sea Watchmen. Y hay que explotar esa marca. Ordeñarla, mientras le quede leche que dar.

Por eso me tiran de la pelota derecha las excusas de Damon Lindelof y su lacrimógena carta de amor a los fans de Watchmen, y por eso mismo Alan Moore no quiere saber nada más de las adaptaciones de sus obras.
Silk Spectre origins: tábula rasa.
"Voilà! In view, a humble vaudevillian veteran, cast vicariously as both victim and villain by the vicissitudes of Fate. This visage, no mere veneer of vanity, is a vestige of the vox populi, now vacant, vanished. However, this valorous visitation of a by-gone vexation, stands vivified and has vowed to vanquish these venal and virulent vermin vanguarding vice and vouchsafing the violently vicious and voracious violation of volition. The only verdict is vengeance; a vendetta, held as a votive, not in vain, for the value and veracity of such shall one day vindicate the vigilant and the virtuous. Verily, this vichyssoise of verbiage veers most verbose, so let me simply add that it's my very good honor to meet you and you may call me V."
¿Por qué Alan Moore les cae tan gordos a los ejecutivos?

Porque Alan Moore es un adulto, que escribe historias para adultos, protagonizadas por personajes adultos, con preocupaciones adultas, miserias y defectos adultos y que toman decisiones adultas y cometen errores adultos.

Y no, no estoy diciendo que en las historias de Alan Moore  se vea alguna que otra teta.
(Que se ven).
Lo que estoy diciendo es que Alan Moore es la clase de escritor que contribuye a que los adultos sigamos leyendo cómics. Porque hay un momento en el que compras tu último Mortadelo y tu primer Batman. Y un momento en el que hasta el Cruzado de la Capa empieza a saberte a sudor rancio, y entonces pueden pasar dos cosas: o dejas de comprar cómics o te compras Blankets, Persépolis, V de Vendetta, Maus, y así es como mantienes esa línea vital con tu infancia y puedes seguir disfrutando de Mortadelo y Filemón, de Batman, de todo lo que siempre te había ilusionado, aunque haga años que entraron en bucle y se limiten a contarte una y otra vez las mismas historias, porque siguen reluciendo con el engañoso oropel de la nostalgia y, además, ahora, como adulto, sabes que siempre te quedará Alan Moore.

Y eso es precisamente lo que impide a Alan Moore convertirse en marca: no es lo bastante genérico. No se atiene a ninguna fórmula. No cuenta una y otra vez la misma historia. No es para todos los públicos. Ni siquiera es PG-13. No seduce a multitudes de pre-adolescentes descerebrados, público objetivo de toda multinacional que se precie (desde el momento en que los estudios de marketing determinaron que son ellos quienes establecen los patrones de consumo de las familias), atraídos por la marca Alan Moore; no enamora a esos adocenados, inexpertos, ignorantes borregos, inconscientes del verdadero valor de las cosas, artificialmente mantenidos por la industria de las marcas en una insatisfacción permanente y ávidos de novedades, aturdidos por una «cultura» diseñada en laboratorio con el único fin de hacerlos más gilipollas y adoctrinarlos para consumir, consumir, consumiiiiiiiiir compulsivamente la mierda irrelevante, azucarada, estandarizada, empalagosa, no saciante y producida en masa que les venden.

Alan Moore no es franquiciable. No es un creador de marcas. Y la industria no se lo perdona, toda vez que Alan Moore tiene las ideas tan puñeteramente claras:
"There are three or four companies now that exist for the sole purpose of creating not comics, but storyboards for films. It may be true that the only reason the comic book industry now exists is for this purpose, to create characters for movies, board games and other types of merchandise. Comics are just a sort of pumpkin patch growing franchises that might be profitable for the ailing movie industry."

«Marvel y DC son Hitler y Satanás».
La industria quiere alienar al autor. No quiere escritores, directores de cine, músicos. Quiere que la estrella sea el producto, la marca, no el autor (que debe permanecer en el anonimato hasta que la Inteligencia Artificial haga posible eliminarle por completo de la ecuación), porque los autores tienen la fea costumbre de, ocasionalmente, crear productos imposibles de vender a un público mainstream. Y eso no hay industria que lo resista. Por eso, a pesar de los pesares, las aventuras de Asterix seguirán aunque Albert Uderzo haya dicho que ya no puede más. Otros dibujantes y guionistas retomarán los personajes. Y, ¿sabes qué? Los muy cabrones están haciendo un trabajo asombroso. Trabajo que nadie les reconocerá, porque solo son mercenarios, no protagonistas. El protagonista es el producto. La marca Astérix. Una marca capaz de vender 350 millones de ejemplares, cuota de mercado que ninguna editorial se resignaría a perder.
Lo que cuenta es el producto. La marca. El autor estorba. Como le estorbaban Kojima a Konami o Alan Moore al desorientado productor de televisión.
La industria odia tanto al autor que aspira a convertirle a él mismo en producto, para así poder descatalogarle si se sale de madre. Como a Amy Winehouse. Como a Elena Ferrante, a quien ni siquiera reconocieron el derecho a refugiarse en su pseudónimo. Como al pobre Alan Moore.

¿Crees que exagero?
Alan Moore action hero. Imperivs rex!
Perdón, ¿decías?

Alguien decidió, hace no mucho, que la cultura ya no es algo creado por humanos y destinado a otros humanos. Que su papel ya no debe ser el ofrecernos respuestas o, al menos, ayudarnos a comprender las preguntas, proporcionarnos valores o elevar nuestro espíritu, emborracharnos de belleza o hacernos olvidar, durante veinticuatro páginas, lo solitaria y mierdosa que es nuestra adolescencia provinciana, o incluso rompernos el corazón.

Alguien decidió que había que amordazar a todos los escritores, músicos, poetas, pintores y cineastas del mundo. Que lo que ellos producían ya no era cultura, sino marca. Porque la marca se había ganado el derecho de convertirse en la nueva cultura y el único propósito de esta nueva cultura debía ser mantenernos permanentemente frustrados e invitarnos a mitigar esa insatisfacción, siquiera por un segundo, mediante el consumo de esa misma marca.

Por eso Nike ya se gasta más dinero en publicidad que en fabricar zapatillas. Porque el producto ya no es la zapatilla, sino la marca. Por eso trasladaron la producción a países sin derechos laborales y con salarios de mierda, para así poder emplear todo el dinero que antes destinaban a pagar los sueldos de sus trabajadores en promocionar su nuevo producto: la marca Nike.

Por eso el necio productor de televisión con quien habló Damon Lindelof no sabía quién es Alan Moore. Porque se la soplaba Alan Moore. Alan Moore no es el producto. No es la marca. La marca es Watchmen. Y la marca es lo único que importa.
«Oye, que quiero que me escribas un guión para una película sobre Macbeth».
«Uf, no. No me atrevo. Shakespeare lo dejó todo atado y bien atado. No podría hacerlo mejor que él».
«¿Shakespeare? No le conozco. ¿Quién es? ¿Qué otras películas ha hecho?».
Y, a partir de aquí, amadísimo lector, ya solo puedo entrar yo mismo en bucle y repetir, una y otra vez, los mismos argumentos. La misma fórmula empleada varias veces en la presente entrada. Y en otras anteriores.

Para terminar, déjame ilustrarte con una anécdota personal acerca de las siniestras consecuencias de convertir la cultura en marca:

En mi etapa universitaria conocí a gente de todo pelaje. El individuo del cual voy a hablarte a continuación (y a quien podemos llamar, si te parece bien, Pijoprogre) no fue el más original de todos, pero sí uno de los que me dejaron peor sabor de boca.

Pijoprogre era rojo como un tizón. Rojo como la sangre. Para Pijoprogre, Stalin era un moñas, un acomplejado y una madraza. He conocido poca gente tan radical como él. Pijoprogre no quería acabar con los pobres. Quería acabar con los ricos. Literalmente ponerlos de rodillas y regalarle a cada uno de ellos una bonita bala en la nuca. Pijoprogre era de los que hablan y escriben un gallego de ciencia-ficción que nunca ha existido y tiene pocas probabilidades de existir jamás, con fonética y otros préstamos gramaticales del portugués. Pijoprogre iba a todas las manifestaciones, sin importar quién o para qué las convocase, y sacaba la bandera de la estrella al grito de «Independencia! Fora exército español fascista-represor!». Cuando se convocó la huelga de estudiantes por el cambio en la Ley de Universidades, Pijoprogre estaba a la cabeza de uno de los piquetes más rabiosos y violentos, y me refiero a los que entraban en las aulas donde se estaba celebrando una clase clandestina y, con exquisito respeto al derecho de sus compañeros a no secundar la huelga y aprovechar el dinero de sus matrículas, expulsaba a alumnado y profesor mediante descargas de extintor antiincendios.

En la cara.

Así era Pijoprogre. El angelito.

A Pijoprogre le preocupaba mucho que la gente pudiese tomarlo por un pijo, a secas, o peor aún, ¡un burgués!; por eso nunca se desprendía de su uniforme de revolucionario: pelo largo y desgreñado, barbita, boina con estrellita roja, vaqueros cuanto más raídos y sucios mejor, kufiya al cuello y, faltaría plus, camiseta del Che Guevara, con la archifamosa foto de Alberto Díaz (Korda) convertida en icono Pop por Fitzpatrick. Vamos, esta imagen:
No. No es un cartel de El planeta de los simios.
Desde el punto de vista de Pijoprogre, poco importaba que los pantalones de obrero ya los hubiese comprado así de sucios y raídos en una de las boutiques más caras de Compostela, que la boina fuese de Zara, la camiseta de Lefties, el pañuelo palestino de Adolfo Domínguez y que, al término de cada manifestación en la que Pijoprogre bramaba por la muerte del capitalismo, el advenimiento de la República Independente de Galiza (así, con zeta) y la imposición por cualquier medio de la dictadura del proletariado, se retirase a su pijocueva de doscientos metros cuadrado en La Alameda y le ordenase una tortilla de patatas a la inmigrante ilegal rumana, contratada por Popó y Momó en calidad de fregona y chica-para-todo, para reponer energías después de trincarse a una o dos de sus compañeras de célula revolucionaria en su cama king-size de roble, vestida con sábanas de lino de Rosa Clará, que la interna rumana le planchaba cada día, en amorosa devoción a su delicada piel de Pableras.

Y antes de proseguir debo confesar que, cada vez que evoco mi primera y última conversación con Pijoprogre, me rompo los cuernos contra un muro. No sé si fue algo que dijo, o algo que no dijo, o su actitud, o una repentina epifanía resultado de soportar durante treinta minutos sus delirantes majaderías de Pasionario de Aliexpress, pero algo, que no recuerdo o se me pasó por alto, disparó un resorte dentro de mí.
Mi filósofo favorito.
Supongo que me lo merecía, después de intentar mantener un debate con un exaltado que citaba a Marx y Engels sin, pronto se hizo evidente, distinguir al uno del otro ni haber leído en su puta vida a ninguno de los dos; un botarate que no tenía argumentos, sino eslóganes que recitaba a gritos, rociándote con su saliva y arrugando el ceño como si se esforzase en derrotar a un recalcitrante extreñimiento; un melón reseco que no es ya que no estuviese dispuesto a concederte el más mínimo crédito, es que ahora que te había agarrado en el cepo de su desordenado y huero discurso, no te iba a dejar escapar hasta que le dieses la razón, la tuviera o no.

Pero de repente dijo algo, o hizo algo, o fue su actitud, o... no sé. No recuerdo el detalle que encendió mis alarmas (y lo que pasó a continuación me dejó todavía más confuso en torno a todo lo que abarca este episodio). Sé que le detuve con un gesto de la mano y le dije algo como:
«Perdona un momento. Antes de continuar con esto necesito sacarme una cosa de la cabeza. ¿Podrías decirme quién es ese tío?».
Y señalé la efigie de su camiseta.

O sea ésta:
Insisto: era humano.
A lo que Pijoprogre, más excitado que antes, me replicó (salivando y a gritos, por supuesto):
«¿Que si se quién es el de mi camiseta? ¿Cómo coño no lo voy a saber? ¡Es el vocalista de los Rage Against the Machine!».
Aliviado (y desolado) por mi descubrimiento, le di a Pijoprogre un par de cachetillos en la mejilla, así, como unas caricias, y me despedí.
«Hala, chaval, que me dejas muy tranquilo. La revolución está a salvo contigo. ¡A las barricadas, camarada!».
Y me largué, canturreando precisamente A las barricadas.

El vocalista de los Rage Against the Machine.

¿De qué otra manera se podría haber vaciado mejor y más completamente a un personaje decisivo de la historia del siglo XX sino convirtiéndolo en un icono pop, en combustible para la industria de la publicidad, en un producto de consumo de masas, en una marca?

El Che Guevara, con sus luces y sus sombras (algunos opinamos que más sombras que luces), convertido por obra y arte del marketing en el vocalista de los Rage Against the Machine.
(Rage Against the Machine, esa combativa banda de malcriados hijos del sistema que, como Pijoprogre, hacen bandera de sus ideales izquierdistas... Los cuales no les impidieron firmar un contrato millonario con Sony Music, ese komintern del siglo XXI. Que una cosa es ser rojo y otra muy distinta gilipollas).
¿Te parece que exagero, como de costumbre?

¿Eh?
Dime los nombres de los directores de las tres últimas películas que hayas visto.

Que tengas un buen día.

Y que Rorschach se apiade de nosotros.

The accumulated filth of all their sex and murder will foam up about their waists and all the whores and politicians will look up and shout "Save us!"... and I'll look down and whisper "No.”

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