lunes, 11 de noviembre de 2019

Aunque parezca mentira, me pongo colorada cuando me miras

"I don't see them. I tried, you know? But that's not cinema. Honestly, the closest I can think of them, as well made as they are, with actors doing the best they can under the circumstances, is theme parks. It isn't the cinema of human beings trying to convey emotional, psychological experiences to another human being."
¿Y si Scorsese tuviera razón?

¿Te lo has planteado, oh probo lector de esta bitácora sin visitantes?

Quiero decir, si alguien como Martin Scorsese, que ha rodado Taxi Driver, Uno de los nuestros, Malas Calles, Casino y otros 60 títulos más, dice que las películas de superhéroes no son realmente cine, ¿no deberíamos al menos concederle el beneficio de la duda y considerar la posibilidad de que sepa de lo que está hablando?

Y si uno de los gordos más entrañables de la historia del cine, el señor que rodó El padrino, Apocalypse Now (y casi mata a Martin Sheen en el proceso), Cotton Club, Drácula de Bram Stoker y figura en otros 32 créditos como director, coincide plenamente con él, e incluso dice que su amigo Scorsese se ha quedado corto, tal vez deberíamos darle una pensada al tema.

"The value of a film that's like a theme park film, for example, the Marvel type pictures where the theaters become amusement parks, that's a different experience. As I was saying earlier, it's not cinema, it's something else. Whether you go for that or not, it is something else and we shouldn't be invaded by it. And so that's a big issue, and we need the theater owners to step up for that to allow theaters to show films that are narrative films."
La tesis de Scorsese es que el cine, dando por sentado que el director haya dominado la gramática de su Arte (que en los tiempos que corren es mucho suponer), debe ofrecer al espectador lo inesperado. Si puedes anticipar cada puñetero giro de la trama, si ya sabes, desde el minuto uno de metraje, que los buenos van a ganar, pase lo que pase, entonces no es cine.

Humildemente, creo que Scorsese se equivoca: el cine de Superhéroes sí es cine.

Pero malo. Generalmente malo.

E incluso MUY malo.

Cuando vemos una película de súpers ya sabemos que ninguno de los Vengadores va a morir antes de los créditos finales. Ya sabemos que Spiderman debe sobrevivir siempre para que los ejectivos de Sony estiren la franquicia todo lo posible. Ya sabemos que una de las razones por las cuales corrieron a hostias a Zack Snyder de Justice League era porque, al final de la peli, Batman moría. La previsibilidad de los argumentos no le quita a las películas de superhéroes la consideración de cine más de lo que lo hacen prácticamente todos los westerns, la mayoría de los thrillers policíacos y casi el cien por cien de las pelis de terror, por citar otros tres géneros que se ajustan a un formulario.

Lo que hace es convertirlas en malas películas.

Orson Welles, recordé en otra entrada de la bitácora, ya no iba al cine porque no podía ver una película sin visualizar las vías del travelling. Yo no disfruto ni siquiera del diez por ciento de los largometrajes y series de televisión que veo porque el director raras veces es capaz de ganarse mi respeto, el guionista acostumbra a fracasar en atraparme o sorprenderme con la trama y casi todos los actores no son más que caras bonitas o cuerpos mollares que es que ni se molestan en intentar que me importe un cojón lo que les suceda a sus personajes.
«¡Mira! ¡Tetas!».
Pero eso no significa que esas películas no sean cine.

Son cine.

Pero del malo.

Y aquí es donde Coppola acierta de lleno:

“I don’t know that anyone gets anything out of seeing the same movie over and over again. Martin was kind when he said it’s not cinema. He didn’t say it’s despicable, which I just say it is.”
Marvel/Disney estableció con Iron Man el formulario de cómo querían hacer una película de superhéroes y se han sujetado a él. Una y otra vez. Una y otra vez. Incluso cuando no tocaba. Incluso cuando podría ser contraproducente.
Contraproducción que debería haber sido evidente desde el principio.
Iron Man es indistinguible de Iron Man 2.

Iron Man 2 es un pésimo clon de Iron Man 3.

Iron Man 3 repite el mismo esquema argumental que Capitán America: el primer vengador.

Capitán América
apenas se diferencia de Thor.

Thor es un calco de Capitana Marvel.

En cada nueva producción del MCU, vemos repetida la misma estructura, los mismos estereotipos de personajes, el mismo argumento, los mismos gags cómicos, los mismos giros de guión, la MISMA MIERDA.


Esa fidelidad al formulario, esa comodidad en la fórmula, esa cobardía creativa ha determinado que una película que debería ser oscura, siniestra, deprimente, apocalíptica, como Thor: Ragnarok, acabase siendo una comedia con la que nos partimos el hueso del ano.

Nos partimos el ojal de risa con una película, y ya me estoy citando otra vez a mí mismo (señal preocupante que debería hacerme reconsiderar el seguir con la bitácora), «con una película en la que Thor pierde a su padre, su reino, sus poderes, su martillo, su dignidad y Hela asesina a sus mejores amigos e impone un régimen de terror en Asgard. Me descojoné con una peli que empieza con una masacre y acaba en el armageddón nórdico».


Como no podía ser de otra manera, los freaks se le han echado a la yugular a estos dos señores. Hasta el freak profesional, Kevin Smith, se ha sentido obligado a desautorizar a ambos maestros:

"My feeling is, Martin Scorsese never sat in a movie theater with his dad and watched the movies of Steven Spielberg in the early ’80s or George Lucas in the late ’70s."

(Y, Damon Lindelof, que siendo como es el co-creador de Lost debería callarse la boquita más a menudo, tampoco ha dejado pasar la oportunidad de conseguir un poco de notoriedad gratuita, que tal vez podría aprovechar para atraer la atención sobre su serie de Watchmen que, sin haberla visto, muchos seguimos creyendo que es una mala idea).
Pero, en su alegato, Kevin Smith no parece ser consciente de que le sale el gorrino mal capado, porque precisamente los puretas del Séptimo Arte señalan a Spielberg y Lucas como los principales responsables de la destrucción del cine en cuanto que medio artístico, de la corrupción del lenguaje cinematográfico en favor del espectáculo descerebrado y la entronización de los golpes de efecto facilongos por encima de la narrativa coherente. Con todo lo que el primer Spielberg podría enseñarles a los jóvenes directores de cine acerca del lenguaje, ritmo y estética cinematográficos, ni siquiera el mejor Spielberg es digno de lamerle la mierda del perineo a Fritz Lang, Cecil B DeMille o Alfred Hitchcock.

Digámoslo alto y claro por si alguien no lo ha entendido: ni todas las películas del MCU juntas suman el valor artístico, expresivo, técnico, emotivo y cinematográfico de un solo fotograma de una película de Scorsese o Coppola. Incluso de las peores (a mí Shutter Island me pareció un cagarro, impecablemente rodado pero cagarro a fin y al cabo, y Jack  es que ni siquiera fui capaz de reconocerla como una película de Coppola).

Pero podría coger ese mismo argumento, ponerme estupendo (quiero decir estupendamente gilipuertas) y decir que toda la filmografía de Scorsese y Coppola juntos no merece ni lamer la sangre menstrual de la escena de la escalera de Odesa de El acorazado Potemkin. Porque eso es lo que pasa cuando te subes a tu caja de jabón y empiezas a pontificar desde una autoridad a la que, por muy duro que hayas trabajado para ganártela, nunca le faltará un dinamitero dispuesto a mandarla a Lima. De hecho, Scorsese es tan consciente de haber sacado los pies del tiesto, de que todas las generalizaciones son peligrosas (me va a convencer a mi Scorsese de que ha intentado verse TODAS las pelis de superhéroes de la última década, ¡ja!), que ha tenido que salir a matizar sus propias palabras y decir que Joker, por ejemplo, que, ejem, estuvo a punto de dirigir y, ejem, jum, jem, ha salido de una de sus productoras, sí es cine.

Scorsese no dice que no se deberían hacer películas de superhéroes, dice que su lugar no es el cine, porque una sala de cine está para que se proyecten otras cosas; la enésima vuelta de tuerca de Scorsese a la película sobre gánsters, por ejemplo. Scorsese dice que las pelis de superhéroes son entretenimiento visual, pero que debería ser un placer culpable que te descargas de Netflix o de donde sea y te ves en tu casa, mientras que las salas de cine quedarían reservadas para las películas de verdad que hacen los cineastas de verdad.

Lo cual no es sino apestoso clasismo. Y encima parece un pelín ataque de cuernos; «¡es que se me comen las mejores salas ahora que voy a estrenar The Irishman! ¡Es que me dejan sin presupuesto para rodar mi Goodfellas 2ª parte!». Scorsese parece más que nunca el Scorsese muy quemado que estrenó hace unos años Silencio, su película más personal y toda una lección de cine que se comió un hostión en taquilla porque, digámoslo así: es un coñazo de casi tres horas de duración, con un presupuesto de más de cuarenta millones de dólares, que no llegó ni a 24 kilos de recaudación porque es lenta y aburrida de cojones, y hay que tener los huevos muy pelados en la butaca, estar muy enamorado del cine de Scorsese o ser un talifán de todo lo japonés para poder verla entera sin dormirte. Yo casi lo conseguí.

Pero Scorsese apunta otro argumento al que no puedo menos que adherirme: hace tiempo que las obscenas recaudaciones del cine palomitero, de los blockbusters megamillonarios, del «cortipego el guión de Iron Man, invierto doscientos kilos en un cagarro de tarados con mallas de colorines y gano mil millones», están pervirtiendo la industria misma del cine.

"[...]we now have two separate fields: There’s worldwide audiovisual entertainment, and there’s cinema. They still overlap from time to time, but that’s becoming increasingly rare. And I fear that the financial dominance of one is being used to marginalize and even belittle the existence of the other."
Y eso, me temo, tiene mala solución. Mientras los estudios de cine sigan tomando las decisiones creativas en base a las expectativas de reparto de dividendos entre los accionistas, mientras el objetivo no sea crear arte, sino minimizar el riesgo de la inversión, el cine de autor sufrirá. Por esa regla de tres, It, que tendría que haber sido la cinta más terrorífica del año 2017, más terrorífica que El Fary en bañador, se convirtió en otra película de sustos (para miedo el que pasé el año siguiente viendo Utøya 22. juli, en la que ni siquiera salen payasos chupacabras asesinos); Justice League y Suicide Squad fueron desmembradas y remezcladas para ajustarse al guión de lo que los ejecutivos de Warner entendían que los ejecutivos de Marvel Studios habían establecido que debe ser una película de superhéroes, con resultados ya conocidos; tenemos nueva película de La maldición y Star Wars: los últimos jedi fue una puta mierda solo ligeramente menos peor que Star Wars: el despertar de la fuerza.
Hasta películas comparativamente menores, como Tolkien, recientemente estrenada, (que tiene mérito haber rodado una película sobre la vida del autor de El hobbit, que nunca pasó de ser un ratón de biblioteca), se revelan, durante su visionado, no un genuino ejercicio de Arte cinematográfico sino otro vergonzoso intento de sacarle los cuartos a las mesnadas de descerebrados frikis que se zurraban a pajas en el patio de butacas durante los pases de El señor de los anillos, metiendo, a patadas, toda suerte de alusiones visuales a las películas de Peter Jackson, basadas en libros que el Tolkien de la película acaba el metraje sin haber llegado a escribir.

Tolkien, la película, no es mas que un larguísimo y aburrido tráiler de veinte millones de dólares, financiado para relanzar las ventas en Blu-Ray de El señor de los anillos y El hobbit de Peter Jackson, o crear expectación hacia esa nueva serie ambientada en la Tierra Media que Amazon estrenará cualquier día de estos. Y le encargaron la campaña publicitaria al director de Tom of Finland (que, como casi todos los directores de cine, quiere poner una pica en Hollywood y tener la posibilidad de trabajar con los pastizales con los que se trabaja allí), una cinta que tampoco es que sea una de Jason Bourne, pero que tiene más intriga y tensión en el protagonista cruzando la frontera con su contrabando de dibujos de bigardos enfundados en cuero, o en cualquiera de sus redadas caza-mariquitas, que Tolkien en todo su metraje (y el discurso integrador y tolerante del protagonista en la macro-rave culera del final ya es para soltar una lagrimita). Las secuencias de este biopic de Tolkien en las trincheras del Somme son particularmente anticlimáticas, alucinaciones eruditas por la fiebre incluidas.

Que ya tiene mérito haber cogido la relativamente tediosa biografía de J.R.R. Tolkien (salvo las penurias económicas de su infancia y su paso por la Primera Guerra Mundial, de la cual volvió psicológicamente tocado, el bueno de John Ronald no deja de ser un académico obsesionado con las lenguas germánicas y las viejas leyendas nórdicas que llevó una vida tirando a regulera, y eso siendo muy generosos) y convertirla en un puto muermo. Con recreación casi explícita del viaje de Frodo y Bilbo a Mordor, eso sí, y otras escenas delirio-oníricas con Espectros del anillo y el propio Sauron de las que sacamos la conclusión de que o bien Tolkien le daba al LSD o el guionista de la película tiene muy poca vergüenza.
Así de descarado.
No veo cómo Tolkien podría haber sido una buena película (y no lo que es: un caro, torpe y evidente artificio publicitario destinado a engordar el patrimonio de sus herederos), porque es que se parece demasiado a cintas preexistentes y, además, sabiendo que el protagonista murió de viejo, famoso en todo el mundo y con relativa holgura económica, desaparece incluso la posibilidad de angustiarnos por el destino incierto del personaje en su lucha para salir de la pobreza o sobrevivir a los campos de batalla de la Gran Guerra, que, repito, en ningún momento nos transmiten sensación de peligro. Hasta la historia de amor entre John Tolkien (Nicholas Hoult) y Edith (la bellísima y solvente Lilly Collins) es un topicazo de principio a fin y el pretendidamente hermoso relato de amistad de los miembros del Tea Club and Barrovian Society (Robert Quilter Gilson, Geoffrey Bache Smith, Christopher Wiseman y el propio Tolkien), que es el puñetero eje argumental de la película, respeta todas las convenciones del género y bascula entre El club de los poetas muertos y The History Boys, con algunos toques de Cuenta conmigo, sin acabar de conmovernos o encontrar una entidad propia. Cuando Tolkien y Wiseman son los únicos que regresan vivos de la Primera Guerra Mundial, nos damos cuenta, dolorosamente, de que como espectadores nos importa exactamente una higa.
Al final todo se reduce a lo mismo: hacer Arte es difícil de cojones. Hacer una película no es lo mismo que hacer un éxito de taquilla. El productor quiere dinero y no un capítulo en los libros de historia del cine. La osadía, la experimentación, se penalizan mientras que la comodidad, la conformidad, se recompensan. En ese sentido es encomiable el esfuerzo de autores como Christopher Nolan por ofrecernos, a través del sonido envolvente multicanal, de la fotografía en IMax de 70 milímetros, etcétera, una experiencia que solo se pueda disfrutar en toda su magnitud en una sala de cine (que lo consiga o no ya es puta de otro lupanar). Pero autores como él, que se sale, un poquitín, de los raíles, son la excepción. La originalidad es un talento escaso y el talento es un don aún más escaso todavía y las opiniones son como los culos: todos tenemos una y todas apestan.

¿O no?

Ya lo he dicho más de una vez: me he visto casi todas las películas de Jessica Alba porque, no me tiréis piedras, Jessica Alba me pone malo. Y aún no he visto una película de Jessica Alba (una cara bonita que es que ni se molesta en intentar que me importe un cojón lo que le suceda a su personaje) que no diese mucho, muchísimo asco, con la contada excepción de Sin City, y no precisamente gracias a ella.

¿Que si las pelis de Jessica Alba son cine? Difícilmente. Ponme aquí una lista de sus largometrajes y desafíame a encontrar en cualquiera de esos títulos un argumento original, una actuación memorable, un guión notable, una escena conmovedora o al menos un respetable dominio de la técnica y la narrativa cinematográficas. Veo las pelis de mi latina teñida predilecta con la misma sensación de culpabilidad voluptuosa con la que leo a Bukowski. No estoy seguro de que lo que Bukowski hacía fuese literatura y estoy bastante seguro de que lo que Jessica Alba hace no merece llamarse cine, pero no me privo del placer que ambos pueden proporcionarme, y ni exijo que los libros de Bukowski sean desterrados de las librerías ni que a mi querida Jessica se la proscriba de las salas de cine, y creo tener una fundada, incluso autorizada opinión acerca de qué es cine y qué es literatura.


No es literatura. Ojalá lo fuese.
Recuerdo estar en mi butaca, intentando pillarle la gracia a Scary Movie, que se suponía que era una parodia de las películas de terror y resulta que es una chabacana sucesión de chistes verdes (y encima malos), dando un respingo cada vez que a mi alrededor el resto de la audiencia se descojonaba hasta las lágrimas y preguntándome «pero ¿de qué mierda se ríe toda esta gente? ¿Soy yo el que tiene un problema o son ellos?».

Desde mi punto de vista, Scary Movie es un desperdicio de celuloide, de dinero y de tiempo. De haber dependido de mí, jamás se habría rodado.

Pero no dependía de mí, y tampoco creo que merezca tener el poder de decidir qué películas llegan o no llegan a los cines. Me basta con no verlas. El mal cine (o el cine que no es cine pero se traviste de cine) es como la mala literatura, la mala música, el Arte vago, como la grasa en las fosas sépticas: siempre acaba en la superficie, donde el que esté interesado en ella pueda cogerla sin esfuerzo.

La mierda buena (aunque ya me he dado cuenta de que estoy llevando la metáfora demasiado lejos) está en el fondo, donde solo unos pocos se atreven a bucear.

Para encontrar a un príncipe azul hay que besar muchos sapos. No exageraba antes cuando decía que no disfruto ni de una de cada diez películas que veo. Porque ya las he visto mil veces. Porque puedo anticipar cada giro de guión. Porque los personajes son predecibles, sosos y estereotipados. Porque la cinta no me transmite la menor emoción ni me estropea la experiencia de su visionado una inoportuna micción (pareado involuntario). Porque veo las vías del travelling. Porque no sale Jessica Alba en bikini mintiendo sudores de glicerina y desnudada por CGI.

El «antes» y el «después». ¿De verdad creíste que estaba en cueros?
Pero seguiré disfrutando de las películas de superhéroes. Sean lo que sean.

O sea, le guste o no a Scorsese, seguiré disfrutando de las mejores películas de Superhéroes, sean o no sean cine, y de casi todas las películas de Jessica Alba (lo más mojada y con la menor cantidad posible de ropa encima), sean lo que sean.

Porque no todo puede ser Chaucer, Dreyer y Kandinsky, como no todo puede ser quinoa, tofu y ensalada; de vez en cuando hay que beberse una Coca-Cola; y si los retrasados mentales que se meaban con Scary Movie tienen derecho a la vida, yo también, y hasta el mal cine de superhéroes, o lo que sea eso, y las malas películas de Jessica Alba, que ya habíamos establecido que no hace nada que amerite llamarse «cine», merecen una oportunidad para encontrar su público.

Un público de gilipollas como tú y como yo; no elevados intelectuales de la categoría de Scorsese, a quien ofende el cine sin riesgos, sin sorpresas, sin valentía.
 

Por más que Scorsese lleve, desde Malas calles, rodando, una y otra vez, la misma película.
Eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.