La primera historia trata sobre el valor y el orgullo, sobre una pequeña luz de esperanza ardiendo en la noche más oscura de la civilización.
La segunda historia nos habla del esfuerzo titánico de toda una generación, y el sacrificio de no pocas vidas, para expandir las fronteras de la especie humana y para que un anciano pudiese gozar del sexo oral.
Por último, la tercera historia es una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre las limitaciones de la existencia humana y la pasión con la cual deberíamos afrontar nuestros días sobre este mundo que es, hasta donde nos ha sido dado conocer, el único del que vamos a disfrutar.
(Vamos con la primera historia.)La guerra no terminó.
Londres tras recibir los afectuosos saludos de tío Adolfo. |
De entre aquellos artefactos sin estallar, no todos pudieron ser sometidos a voladuras controladas (de largo la mejor solución siempre que te enfrentas a un explosivo latente, que puede estallar a traición a poco que intentes manipularlo.) Varias bombas nazis estaban demasiado cerca de edificios estratégicos, redes de comunicaciones, refugios civiles o cualquier otra estructura que habría recibido de lleno la onda expansiva y la metralla, agravando los padecimientos de los sufridos londinenses y privádoles de una instalación crítica. Era en estos casos cuando entraban en acción los artificieros del Royal Logistics Corps, unos fieras con sangre de horchata y pulso de neurocirujano que extraían las espoletas de las bombas sin detonar y trasladaban el artefacto a lugar seguro; tarea tan bizarra como mal pagada a cambio de la cual a veces entregaban un órgano, un miembro o la misma vida.
«Que sepas, Hitler, que nos acordamos mucho de ti, pero más de tu madre.» |
«Polonia lucha todavía.»
(Agárrate los machos, que aquí viene la segunda.)De eso nada, monada.
Cuando el joven Neil Armstrong no era más que un guaje tenía por vecinos al matrimonio Gorsky. En cierta ocasión, mientras el niño Armstrong jugaba al béisbol con su hermano, lanzaron la pelota al jardín de los Gorsky, justo bajo la ventana del dormitorio principal de la casa. El intrépido Neil saltó la valla, corrió como un gamo hasta su pelota y, al agacharse para cogerla, oyó claramente cómo la señora Gorsky le decía a su marido, más o menos lo siguiente:
«¿Mamarte el rabo? ¿Mamarte el rabo, dices? Mira, nene, que una cosa te quede muy clarita: yo te succionaré la verga el día que el chico de los Armstrong camine sobre la luna.»
El 21 de junio de 1969, Neil Armstrong se convirtió en el primer ser humano que ponía el pie nuestro satélite. Él y su compañero Edwin Buzz Aldrin caminaron sobre la muda superficie de la luna, tomaron muestras, realizaron algunos experimentos, hicieron docenas de fotografías y, lo más espectacular de todo, regresaron para contarlo.
«Heil Hitl!... Estooo... ¡Que me he liao!» |
Las últimas palabras que el primer hombre sobre la luna pronunció antes de emprender el vuelo a casa fueron: «buena suerte, señor Gorsky.»
Nunca llegamos a saber si la señora Gorsky cumplió su parte del trato.
(Por último, el colofón)El tiempo que nos fue concedido.
Steve Jobs doctor honoris ego. |
(Steve, por cierto, jamás llegó a graduarse, ni en Stanford ni en ningún otro sitio. Su discurso de 2005 fue lo más cerca que estuvo de una graduación.)
Stevie en los ochenta. |
Como Apple, pero con muchísima menos pasta. |
La tercera y última anécdota que Steve compartió con los alumnos de Stanford en aquel caluroso día de junio de 2005 fue una historia sobre la muerte. Habló de cómo, un año atrás, le habían diagnosticado cáncer de páncreas. El médico le dijo a Jobs: «vete a casa y arregla tus papeles.» Enfrentado a la certeza de su propia muerte, Steve tuvo pensamientos para su esposa, para sus hijos, a los que ya no vería crecer, y para todos sus seres queridos, de los que tendría meses, tal vez semanas para decir las cosas que debería haber dispuesto de toda una vida para expresar.
Steve Jobs presentando el iPhone. |
Y ahora la patada en la boca.
Estas tres historias, aunque no lo parezcan, comparten un denominador común:
Son mentira.
Por el mar corren las liebres por el monte las sardinas, tralará.
Definitivamente, para esto hay que valer y punto. |
Soy licenciado en Historia y, si algo aprendí en cinco años de carrera (vale, fueron seis, pero porque fui aparcando todas las asignaturas optativas y de libre configuración hasta el final), es que la ausencia de datos es siempre sospechosa. Si alguien te cuenta un cuento, pero no recuerda quién se lo contó, ni sabe decirte cuándo o dónde pasó todo eso, lo más probable es que dicha persona, quizá con la mayor de las inocencias, te esté contando una mentira.
¿Y qué decir del bulo mamandicio de Armstrong? Por Dios, que es más falso que un euro de madera. Aunque el vejete cabrón de Neil permitió, con su silencio, que la leyenda creciese y creciese. ¡Algo tendría que hacer el hombre para entretenerse, cuando ya al mundo se la bufaba la carrera espacial y a él no se lo ponía firme la butifarra sin pastillitas azules!
Para años de recochineo tuvo, con la puta mentira. |
(Pero no me creas. Haces bien: los escépticos heredarán el Cielo. Anda, coge las transcripciones de las transmisiones de la misión Apolo XI y repásatelas tú mismo, campeón.)Pero creo que la trola más gorda es la de Steve Jobs y su cáncer.
Steve Fassbender haciendo de Michael Jobs. |
Todo lo demás es mentira. Bullshit, Steve. Bullshit.
¡Que sí! |
Steve se pasó nueve meses recitando mantras y tomando tisanas de escroto de ciervo, o esnifando bayas de goji o vete tú a saber haciendo qué, y colgándole el teléfono al médico cada vez que le llamaba para suplicarle que se sometiese a la cirugía o prometerle un 100% de supervivencia como mínimo diez años tras la intervención. «¡Guárdate tus venenos destilados del petróleo y probados en animales, curandero! ¡Yo me voy a sanar a mí mismo moviendo la kundalini a través de mis propios chakras y gracias a la autosuficiencia ayurvédica de mis todopoderosos cojones!»
Cuando Jobs regresó al médico, porque ni toda la estevia, las cataplasmas de perejil y los preparados homeopáticos lograban detener el deterioro de su salud, el cáncer ya se había extendido. Y mucho.
Steve ya más allá que acá. |
Imagina que oyes el mejor discurso que te han dado en tu puta vida.
Y la parte más importante está basada en una mentira.
(Yo también me emocioné con el discurso de Steve, cuando me enviaron el enlace a un vídeo de Youtube hace años.)
(Y era mentira.)
(El cabrón me miró a la cara, por así decirlo, y me mintió.)Por supuesto que Jobs no estaba obligado a compartir conmigo las truculencias de su historial médico, pero yo tampoco le había preguntado nada. Fue él quien decidió hablarme de su enfermedad. Él escogió qué quería contarme y qué no.
Y escogió mentirme, tal vez creyendo que nunca le pillaría.
Le pillé.
Y no puedo perdonarle que se haya reído de mí.
Todo el mundo miente. Pero no importa, porque nadie escucha. |
Los novelistas sabemos un cacho largo de esto de contar mentiras. De hecho, por algo a las novelas les pegan la etiqueta «ficción». Una ficción es una fantasía, un cuento, una fábula, una mentira.
Escribir una novela es contar una mentira. Una muy larga.
Pero los novelistas contamos mentiras para contar la verdad. Escribimos ficción para provocar una fricción con la realidad. Nuestras mentiras hacen saltar chispas para que nuestros lectores sean conscientes de cosas que ignoran, temen, que permanecían invisibles ante sus ojos o a las que no osan enfrentarse en el campo abierto de la realidad.
Contamos mentiras porque sabemos que, si les contásemos la verdad, los lectores volverían la cara para el otro lado.
Las tres historias que he contado más arriba tienen su propia fuerza dramática. La primera vez que oí cada una de ellas se me quedaron grabadas. Las he contado muchas veces, deleitando a audiencias más o menos interesadas.
Y luego he confesado el truco.
Marchamo de calidad. |
Primer caso de estudio: el valiente prisionero polaco.Varias docenas de personas me han oído relatar la valentía de ese trabajador polaco, arrancado de su hogar por las tropas fascistas y enviado a trabajar hasta la muerte por extenuación en las fábricas de armas del Reich. Esas personas se han emocionado conmigo imaginando las trémulas y descarnadas manos de ese valiente prisionero de guerra polaco saboteando la espoleta de una bomba nazi (sabotaje que, de ser descubierto, le habría costado la vida) y dejando en su interior un mensaje de esperanza, un testimonio de valentía. He empleado la historia del valiente polaco, esclavizado en las industrias de muerte de Hitler, como metáfora de la resistencia frente al mal, del orgullo indomable, del triunfo de la humanidad. Ese librito de cerillas usado ha encendido en mi público una luz cegadora que, por un momento, les devolvió la fé en el género humano.
Pero ese valiente prisionero polaco no existió. Le he buscado en mis libros de texto. He interrogado a mis compañeros y a mis profesores de la Facultad. Nadie ha oído hablar de él.
Aquí tampoco estuvo nuestro amigo polaco. |
Porque hubo no uno, sino cientos de trabajadores esclavos, enviados a las factorías del III Reich, que sabotearon las armas nazis. Prisioneros polacos, húngaros, rusos, rumanos que, enfrentados a unas condiciones de hacinamiento indignas incluso del ganado destinado al sacrificio, mantenidos en permanente estado de inanición con una dieta asesina, sometidos a jornadas laborales interminables y a los abusos de sus carceleros, incubaron dentro de sí mismos la voluntad de seguir resistiendo, hasta donde se lo permitía su condición, y, ante la disyuntiva de conservar sus miserables existencias y colaborar en los crímenes nazis o arriesgarlas estorbando la lujuria asesina de Hitler, optaron por esto último. Se negaron a armar a las SS, inutilizaron municiones, averiaron los motores de los bombarderos de la Luftwaffe y de los carros blindados de las divisiones panzer sabiendo que, de ser descubiertos, lo pagarían con la vida. Porque todos ellos descubrieron algo que les importaba más que la mera subsistencia y empeñaron sus vidas en defenderlo.
Y así, el anónimo saboteador polaco de la bomba nazi se convierte en un arquetipo, en la personificación de todos los hombres y mujeres que, con sus menguadas fuerzas, contribuyeron a frustrar el esfuerzo de guerra nazi.
Birkenau, mayo de 1944. Mujeres judías declaradas aptas para el trabajo. |
Así se escribió Primera sangre, de David Morell. John Rambo nunca existió, pero ¿cuántos John Rambo volvieron de Vietnam y de otras guerras traumatizados por lo que habían visto y hecho, estigmatizados por unos compatriotas que no apreciaban su sacrificio o que les acusaban de crímenes nefandos? Bien entrado el siglo XXI, David Morell sigue recibiendo cartas de veteranos agradeciéndole que les devolviese su dignidad con esta novela.
Cuando una buena novela se convierte en una buena película. |
¡Pero no así, por Dios! ¡Menudo orgasmo de frivolidad y mal gusto! |
Segundo caso de estudio: al señor Gorsky le van a dejar los cojones como pasas.La historia de la mamada del señor Gorsky se hizo tan famosa que muchas personas que jamás escucharon las cintas originales de la misión Apolo ni leyeron las transcripciones la dieron por buena. Zack Snyder hasta la aprovechó para sus Estados Unidos alternativos en Watchmen. La razón de por qué esta mentira concreta tuvo tanto éxito salta a la vista: un hecho histórico conocido, un personaje universal, un oscuro secreto de la infancia y una mamada. ¿A alguien se le ocurre cómo mejorarla?
La felación de espoleta retardada del señor Gorsky (y los buenos deseos de su antiguo vecino Neil Armstrong) es una mentira llamada a perdurar en la memoria. Dentro de cien años, los extraterrestres que realicen prospecciones arqueológicas en este planeta que nos habremos cargado entre todos (con la inestimable ayuda de Donald El Cambio Climático es un Invento Comunista Trump) desenterrarán la vieja historia del pito del señor Gorsky y se descojonarán con ella. Si tienen cojones; que esos extraterrestres podrían ser asexuados, como las estrellas de mar o como Keira Knightley.
Es una criatura preciosa, pero, a la vista está, no tiene sexo definido. |
Juntando esos elementos, De eso nada, monada nos cuela una mentira gordísima. Una falsedad como un piano de grande. Un embuste tan evidente que nadie debería darle la más mínima credibilidad.
Y sin embargo nos la creemos. Porque queremos creerla. Porque nos produce un placer culpable pensar que sucedió tal y como nos lo cuentan. Porque toda mentirijilla sale ganando si le metes a un famoso y algo de sexo. Por eso había gente que aseguraba haber visto el famoso vídeo de la niña, la Nocilla y el pastor alemán llamado Ricky. Aunque ese vídeo no fue emitido. Y no podía ser emitido porque nunca existió. El inventor de tremenda patraña era un auténtico doctor honoris causa en ficción malsana. Una adolescente, una cámara oculta, un coño menor de edad untado en crema de cacao y un poco de zoofilia. ¡Tachán! Los que iban a dar la sorpresa acaban siendo los sorprendidos. Ese giro final, propio de un chiste (de uno del peor gusto) debería haber puesto sobre la pista de la verdad a todos los que oyeron la historia de la Nocilla y el perro Ricky.
(Va Supermán volando por los cielos de Metrópolis y ve a Wonder Woman, en pelota picada y abierta de piernas, tumbada al sol en una azotea. «Ésta es la mía», se dice el Último Hijo de Kryptón. «Con mi supervelocidad puedo meterme en ese amazónico chumino, follármela y largarme antes de que se dé cuenta de lo que pasa.» Dicho y hecho, Supermán se tira como un misil entre las prietas zancas de Wonder Woman y ¡zaca, zaca, zaca! en menos de un segundo acaba y se larga. «¡Por Apolo y por Artemisa!» dice Wonder Woman «¿Qué demonios ha sido eso?». «No lo sé», contesta el Hombre Invisible, «pero me ha dejado el culo hecho una pena.»)
Pero no. Era una mentira tan buena, tan sórdida, tan sucia y perversa que tenía que ser verdad. Y sigue habiendo gente de mi generación convencida de que «algo había» tras ella.
Advertido quedas. |
De eso nada, monada, ilustra el recurso al cebo fácil, normalmente de naturaleza sexual o escatológica. Ponle algo de mierda o una señorita núbil en cuero de pelota y, aunque sólo sea por el morbo, todo el mundo querrá leer esa historia. Por eso usan modelos mollares en ropa de nacimiento para anunciar lo que sea: desodorante, relojes, zapatos, seguros... La iglesia católica, en su ignorancia, se fue al extremo opuesto y, claro, así les va ahora, subsistiendo a duras penas con las cuatro beatas rezadoras de siempre.
Que nada, que mi erección no llega. |
Tercer caso de estudio: ésta te la guardo, Steve.Te lo pido como un favor personal: nunca hagas lo mismo que Steve Jobs en su discurso ante los graduados de Stanford.
Ashton Jobs según Steve Kutcher. |
Una vez descubierta la amarga verdad tras su precioso discurso de graduación ante los alumnos de Stanford, lo primero que me viene a la cabeza cuando alguien menciona a Steve Jobs es que una vez, hace no mucho tiempo, me miró a la cara y me mintió.
Una mentira preciosa, sí.
Pero mentira, a fin y al cabo.
Entérate. |
Steve quiso contar una mentira y lo hizo. Mintió sobre su estado de salud por razones que sólo él conozce y que dudo compartiese con nosotros, en caso de tener oportunidad de preguntarle. Tal vez era demasiado orgulloso para admitir que seguía enfermo, que se había equivocado al rechazar el tratamiento, que, contra lo que había llegado a creer en los años precedentes, no lo podía todo, no lo controlaba todo, no lo sabía todo. Tal vez tenía miedo. Joder, sí, tal vez incluso el genio Steve Jobs, el infalible Steve Jobs, Steve Jobs el ave fénix había tomado conciencia de su propia mortalidad y estaba asustado. A pesar de todas esas monsergas orientales en las que había creído desde siempre, tal vez Jobs sintió el frío dedo de la muerte en la nuca y, por primera vez en su vida, dijo «¡Hostia, que esto es real!» Tal vez no quería mostrar debilidad. Tal vez no quería reventar la cotización en bolsa de Apple.
Fuera por el motivo que fuese, Steve nos mintió a todos.
Y nos mintió de la peor manera posible. Emparedó su mentira entre verdades, de manera que, cuando detectásemos la trola y la sacásemos de la estructura de su discurso, todo se viniese abajo como un castillo de naipes.
¿Cómo seguir creyendo en la filosofía de Steve Jobs, cómo otorgarle el valor que merece su consejo de vivir la vida con pasión, de aprovechar el poco tiempo que nos quede, ahora que hemos descubierto que estaba apuntalado por una mentira?
Hasta Harry se lo ha tomado a mal. |
Gay Talese tenía una sólida fama como periodista y escritor. Se le consideraba uno de los más solventes retratistas del alma estadounidense y el demiurgo, junto a Tom Wolfe, del «nuevo periodismo».
Pero Gay Talese nos contó una mentira gordísima que arroja una sombra de sospecha sobre toda su obra. Nos mintió porque sí. Porque la historia era demasiado buena para estropearla contando la verdad. Porque Gay ya está mayor y le dio pereza comprobar los datos de su fuente. Porque «soy Gay Talese y no eres digno de respirar el mismo oxígeno que yo, ¡chusma!»
La cagaste, Gay, y lo sabes. |
Esas cosas no se olvidan.
Esas cosas no se perdonan.
Nunca hagas como Gay Talese.
Nunca, nunca seas como Steve Jobs.
Porque el legado de Steve Jobs ya será siempre, al menos para mí, una mentira.
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