viernes, 18 de marzo de 2022

Perhaps you should read the instructions first

¿Sabes lo que sucede cuando te dan contenido sin contexto, querido lector? Sucede que te tropiezas con esta cita:

"We only need to be lucky once. You need to be lucky every time."

Y tú crees que estás leyendo una frase motivadora cuando en realidad acaban de tirarte a la cara un extracto de una carta del IRA en la que la banda terrorista amenazaba de muerte a Margaret Thatcher.


Matt Reeves ha hecho un esfuerzo encomiable por lograr en su The Batman un buen equilibrio entre contenido y contexto. Y, aunque a veces da la impresión de no haberse leído las instrucciones sobre cómo se rueda una película y parece confundir contenido con contexto, si me pides un resumen en cincuenta palabras te diré que, a grandes rasgos, ha logrado hacer la película de Batman que le ha salido de los cojones, que no se parece a ninguna película previa del personaje y, de alguna extraña manera y a lo mejor también por esos mismos motivos, es muy buena y me han sobrado tres palabras.

Despejemos ya la ecuación de esta entrada, amado e inteligentísimo lector:

En Paratropersdon'tdie el The Batman de Matt Reeves nos ha gustado mucho.

MUCHO.

Que sí.

Palabra.

«Y ahora es cuando viene el "pero"».

¡Coño! ¡Mi amigo el amargado! Dichosos los ojos. Sí. Obviamente ahora vienen el «pero» y los espóilers (pocos, pero alguno cae). Si no hubiese un «pero» esta entrada del Paratroopersdon'tdie no tendría razón de ser.

The Batman es una buena película por sí misma y una buena película de Batman.

 

Pero sufre de algunos problemillas que me han amargado la experiencia de su visionado, mayoritariamente satisfactoria, por otra parte. No se trata aquí del vaso de vino y el barril de mierda, como en el caso de Matrix: Resurrections, que ya pusimos de chupa de dómine hace unos meses, ni muchísimo menos. Matrix: Resurrections me dio dolor anal durante todo su metraje. The Batman me dio gustirrinín durante casi toda la proyección, media docena de escalofríos de gusto y un par de orgasmos frikis muy localizados, aunque también me rompió el frenillo y me dejó un chupetón en el cogote de esos que no se tapan ni con masilla de carrocero.

El contenido, en The Batman, a veces no está a la altura del contexto. Sucede pocas veces, pero sucede.

Me reafirmo: no sólo me ha encantado The Batman sino que opino, objetivamente, que es una buena película.

Muy, muy buena.

Si no me dicen que es Colin Farrell...

Que sí.

Dura casi tres horacas y a mí se me hizo corta.

Con eso está casi todo dicho. Puede que sea la mejor película de Batman que se ha rodado desde El caballero oscuro (que también tiene sus problemas, empezando porque en puridad no es una película de Batman sino una película del Joker, pero dejémoslo para otro día).

Pero la película de Matt Reeves tiene algunos problemas a los que no se ha intentado dar solución o que se han resuelto en falso. Ninguno de ellos me ha impedido disfrutar de The Batman, pero sí que me han hecho arquear una ceja. Como espectador, como narrador e incluso como fan del personaje.

The Batman es como una novia subiendo hacia el altar. Y ya sé que se dice que no hay novias feas (certifico que eso es una asquerosa mentira), pero aun dando por cierto tal apriorismo, The Batman sería una novia muy muy guapa, con una carita de ángel y una silueta deliciosa. Pero una novia con basurilla.

Y ése es el primer y más grave problema de la película, y al mismo tiempo su más evidente virtud: lo que funciona en ella (casi siempre el contexto y otras veces el contenido) funciona maravillosamente pero está de tal manera interrelacionado con lo que funciona un poco peor (el contenido, a veces), o no funciona en absoluto, que no sólo es difícil identificar correctamente sus puntos flacos, sino que además, si lo consigues, no puedes separar esos elementos disonantes sin que todo el conjunto se desplome.

Espera, que me crujo los nudillos y empezamos.

♪ Las mujeres y los músicos primero ♫
♫ y los niños detrás, con una piedra al cuello ♪


The Batman, de Matt Reeves, está ambientada en el segundo año de Batman como vigilante enmascarado en Gotham. Ya ha establecido una relación de confianza y colaboración con James Gordon, que en esta película aún es teniente del GCPD, y se ha labrado una reputación en los bajos fondos. Los raterillos y punks de la ciudad empiezan a saber que los callejones oscuros no son seguros, que por primera vez en ni se sabe la de años el crimen en Gotham no siempre queda impune, que cada vez que alguien enciende esa puta señal con el murciélago y la proyecta en los nubosos cielos de la ciudad, se abre la veda y ellos podrían ser la presa.

Los referentes de esta película dentro del lore del Caballero oscuro están ahí para quien quiera o sepa verlos: mucho de Año uno y El largo Halloween, algo de Catwoman: si vas a Roma, pellizquitos y mordisquitos de Batman: victoria oscura, Batman: Ego y Batman: Tierra uno, un poco de sal y pimienta de El caballero blanco… Con eso tenemos un muy buen contexto y mucho de dónde sacar un muy mejor contenido.

Y podemos empezar citando el tratamiento cinematográfico de Gotham, puro contexto, como uno de los puntos más fuertes de The Batman.

Creo que desde las películas de Tim Burton (algo menos en Batman Returns, que siempre me ha dado la impresión de haber sido rodada en un plató, y uno bien pequeño), nadie había entendido que no puedes hacer una película de Batman sin que la ciudad de Gotham sea un personaje más. Y no cualquier personaje. No la Gotham aséptica, acristalada y cromada de la trilogía de Christopher Nolan, que la ves y sabes perfectamente que estás viendo Chicago. La Gotham cinematográfica tiene que ser un estercolero grasiento, oscuro, brumoso y corrupto; o sea la clase de ciudad en la que tiene sentido que exista un Batman. Si no consigues eso desde el principio, el resto de la película sera pura y simplemente inverosímil.

Matt Reeves lo ha hecho bien. Ha creado una Gotham fétida, viscosa, podrida; una Gotham en tonos sepia poblada por lumpenproletarios empobrecidos, castigada por la delincuencia e infectada por una policía genuflexa, venial. En esta Gotham sí veo a Batman bien enmarcado. De esta metrópolis ruinosa y tenebrosa sí que puede haber surgido un justiciero enmascarado. Cuando Robert Pattinson hace su entrada como el Caballero Oscuro, las bases para que dicho personaje pueda existir de forma coherente con su entorno han sido correctamente establecidas. Como espectador no arqueas una ceja en gesto de incredulidad. Como el vampiro en su castillo de los Cárpatos o el fantasma en la mansión victoriana británica, Batman aparece en un escenario cuya propia naturaleza hace no sólo plausible, sino inevitable el surgimiento de un vigilante oscuro, un antihéroe que reclame la soberanía sobre las sombras que lo han creado.
Diseños para la Gotham de The Batman.

Y aquí vienen mis dos primeras quejas específicas sobre The Batman.

Matt Reeves sienta un escenario en el que el Cruzado de la capa lleva dos años operando en Gotham. Y ya se ha hecho una reputación. Las tinieblas, la noche, que hasta entonces favorecían al crimen, se han convertido en una amenaza para ellos. Vándalos, robaperas y raterillos miran ahora por encima del hombro mientras cometen sus villanías, rehuyen los callejones solitarios y las sombras, desde donde tal vez un par de ojos fieros tras una máscara de murciélago, les estén vigilando.

Matt Reeves establece un escenario en el que los delincuentes de Gotham tienen miedo de Batman, vacilan y se inquietan al ver su señal proyectada en las nubes, recelan de la oscuridad...

...y luego Batman llama a la puerta del Iceberg Lounge de El Pingüino y los porteros gemelos pasan de él como de la mierda. Como si fuese un puto noob y no la sombra ominosa que lleva dos años atormentando a la fauna de los más bajos fondos de Gotham. Los porteros de la sala de fiestas reaccionan como haría cualquier persona con el número correcto de cromosomas ante un gilipollas disfrazado. Nadie le tiene miedo. A nadie intimida. Nadie le respeta. Tiene que abrirse camino a hostia limpia, romper narices, brazos y piernas como si no hubiera un mañana para demostrarles que es una amenaza, que es peligroso, que la próxima vez que le vean recordarán el dolor o la factura del quiropráctico y no volverán a hacerse los chulitos.

Así que Matt Reeves sienta unas normas y luego renuncia a atenerse a ellas. Habiendo dado con el contexto apropiado, va y se folla por la oreja el contenido. Eso es de mal escritor, y no es el único patinazo narrativo de la película. Aunque tampoco el más grave.

Mi segunda protesta tiene que ver con Robert Pattinson.

Robert Pattinson es un gran actor. Es británico y con eso tiene media carrera hecha. La formación de los actores británicos, que suelen empezar en el teatro, encarnando a algunos de los personajes más arquetípicos de la cultura universal, antes de dar el salto a medios dramáticos de mayor audiencia (cine, televisión), que educan su voz y estudian cómo transmitir diferentes impresiones jugando con la entonación, el énfasis, el timbre, los acentos... Si quieres un personaje bien hecho, contrata a un actor británico. Punto. Por eso tan a menudo en las películas estadounidenses contratan a un actor británico para que interprete al villano (Tom Hiddleston, Ben Kingsley, Anthony Hopkins, Christopher Eccleston), porque si no tienes un antagonista respetable no hay drama, y un británico siempre sabrá imbuirle trascendencia shakesperiana al más ridículo de los villanos.

El trabajo de Robert Pattinson en The Batman es bestial. ¡Lo que es capaz de decir este talentoso hijo de puta con sólo una mirada! Increíble. Yo sólo lo había visto, hasta ahora, en la odiosa Escrúpulo, de la que el mismo Pattinson abomina visceralmente, en Z, la ciudad perdida, en Maps to the Stars, de David Cronenberg y en la rarísima, maravillosa y marciana High Life, a la que deberíamos dedicar una entrada del Paratroopers lo antes posible. Sabía que era un actorazo, que desde el punto de vista interpretativo estaba más que capacitado para interpretar a Batman/Bruce Wayne, a Winston Churchill y a la hermana María de Sonrisas y lágrimas, si se lo propone. Porque esta bestia de la profesión es puro contenido.

Pero, más allá del desempeño actoral de Robert Pattinson, que es indiscutible, los ojos también piden su parte. O sea contexto. Y yo no veía a Batman en los teasers, no vi a Batman, más que momentáneamente, en los tráilers y, con media docena de excepciones en las que sentí electricidad recorriéndome el cuerpo, y que a grandes rasgos correspondían a algunas escenas de acción (y un par de escenas expositivas), no he visto a Batman en The Batman.
Y la culpa es del peinado que le han hecho a Robert Pattinson.

No, a ver, ese corte de pelo a lo Kurt Cobain tiene parte de la culpa de mi dificultad para meterme en la película, sí, pero fundamentalmente el responsable de que me cueste ver a Batman en este Robert Pattinson grunge que, insisto, lo peta en este largometraje y consigue, por momentos, hacerme olvidar que no es Batman lo tiene Ben Affleck.
(El parecido con Cobain es intencionado, el propio Matt Reeves lo señala: "We'd already seen Bruce as the ultra-rich playboy, but I wanted him to feel almost like a fallen American Prince [...] instead of fostering the image of the storied Waynes, he completely withdrew and became what I saw as an almost rockstar-like recluse. I saw him kind of like Kurt Cobain.")
No es que yo sea gay, es que Ben está así de bueno.

Difícilmente después de ver lo hipermamadísimo que se puso Affleck para BvS, la energía comiquera que transmitía como Bruce Wayne y como Batman, lo hostiaputamente bien que le sentaba el manto del Caballero Oscuro, puede satisfacerme este Battinson tirillas, fibroso pero no corpulento, carente de la fisicalidad que transmite peligro, amenaza, batmanidad. Este Batman emo con cuerpo de Daredevil y sobrado de angst adolescente no me acaba de cuadrar en, redondeando, el 40% del metraje. Es que no lo veo. No veo a un gladiador. No veo a un tío que irradie peligro. Lo veo demasiado joven. Lo veo demasiado delgado. Le veo la puta ele de novato.

Pattinson me da mucho contenido pero su esbelta silueta carece del contexto apropiado. Se supone que es una máquina de matar, pero no lo parece.

Esta protesta no me impide ver que este Batman aún está aprendiendo el oficio. Aún no posee verdadero control de su personaje y Matt Reeves quiere que se note, pero eso pasa, para mí, para hacerme aún más visibles los puntos flacos de su concepto del personaje, cosa que no me sucedía con el Batman de Batman Begins por ejemplo, aquejado del mismo problema.

En los planos cerrados, cuando sólo se nos ofrece la cara o el busto de Batman y Pattinson tiene que actuar sólo con la mirada, o con la voz, la actitud o, más difícil todavía, con el silencio (contenido a porrillo), ves al mejor Batman de la puta historia del cine. Cuando se le ve de cuerpo entero, o repartiendo estopa (contexto a tutiplé), no sé si soy el único al que le ha pasado pero yo insertaba con la imaginación a Ben Affleck en casi todas las escenas.

Robert Pattinson
lo hace bien. Muy muy bien. Mecagoenlarecontraputísimaconchatumadre de bien. Pero no consigue el 100% del tiempo llenar el plano como entiendo que debe hacerlo Batman. Acaso llegue al 65 ó 70%. Que no es poco y sí indiscutiblemente más de lo que yo conseguiría en su lugar. Pero le falta ese 30% de contexto (casi podría decir «continente») que le convertirían en un Batman perfecto.

Tal vez no sea el peinado ni su aspecto de adolescente eterno. Tal vez sea el traje. No me gustó ni cuando se revelaron las primeras imágenes ni ahora que le he visto en la película. No transmite la impresión que debería transmitir el batsuit tal y como nos hemos acostumbrado a verlo en los cómics y en las primeras iteraciones cinematográficas del personaje. Todos esos volúmenes duros, angulosos, todas esas placas independientes impiden que Pattinson parezca un murciélago, hacen que parezca un insecto. Una hormiga, un escarabajo. Cualquier clase de bicho con caparazón, pero no un murciélago. De nuevo, fallo de contexto.

Y es que la interpretación no lo es todo. Los ojos exigen su parte. O tu encarnación es perfecta, o te dejas poseer por el personaje hasta hacer olvidar completamente al espectador que en realidad no te pareces lo más mínimo a él (Oliver Masucci en Er ist wieder da, David Suchet en Sabotage!), y la interpretación de Pattinson, siendo innegablemente colosal no es perfecta, o los ojos empezarán a exigir su parte, y entonces encontrarán los fallos en la caracterización y notarán que Oliver Masucci mide casi metro noventa, cuando Hitler no llegaba al metro ochenta ni con alzas, que hasta nuestra tía Petronisia tiene más cara de Napoleón Bonaparte que el gigantesco y talentosísimo David Suchet y que este Batman es tan diferente al que estamos acostumbrados a ver que Pattinson o Reeves deberían habernos ofrecido algunos acentos, algunos rasgos característicos del personaje más evidentes para hacérnoslo más reconocible.
Aquí mal veo a Bruce Wayne.

Tampoco, pero esto estoy dispuesto a admitirlo como punto de partida de la evolución del personaje, me acaba de cuajar su relación con Alfred, ese padre sustituto al que Bruce ningunea y maltrata verbalmente durante casi toda la película. Y el hecho de que a Andy Serkis le hayan concedido tan poco tiempo de pantalla tampoco ayuda. Las interacciones entre ambos son casi de padre consentidor e hijo nini agorafóbico y malcriado que sólo quiere hacerse pajas, fumar porros y jugar al Call of Duty (o al Arkham Knight, por mantener la coherencia).

Al menos hasta que el Riddler le envía un paquete bomba a Alfred y Bruce/Batman descubre el miedo por primera vez desde el asesinato de sus padres. Pese a lo mucho que se ha esforzado por no conectar emocionalmente con nadie, ama al fatigas de su fiel y sufrido mayordomo, la última familia que le queda, su figura paterna desde que Thomas y Martha Wayne cayeron tiroteados en ese callejón. La escena en la que Batman le da zapatilla al batmóvil y llama una y otra vez por teléfono a Alfred, desesperado, temiendo no llegar a tiempo para salvarlo, y la conversación que mantienen luego en la que Bruce admite que cuando supo que Alfred estaba en peligro ha vuelto a sentir miedo son exquisitos puntos degiro para el personaje y las razones que me redimen a este Batman/Bruce borde por ese agresivo nihilismo que ha derrochado en la primera mitad de la cinta.

De nuevo, por las razones apuntadas más arriba, es difícil discernir si este tratamiento del personaje es un acierto o una rémora, porque aunque The Batman no es propiamente una película de orígenes, el Batman que nos presenta es un personaje todavía en construcción y la negativa inicial del personaje para conectar emocionalmente con su única familia ayuda a hacer más sólido el desarrollo psicológico de este Batman que aún no es la Némesis del crimen organizado de Gotham, pero apunta maneras; no puede reclamar el título de mejor detective del mundo, pero está haciendo méritos. Es, salvando mucho las distancias, el 007 del Casino Royale de Daniel Craig. Empieza la película siendo Bond pero todavía no es Bond, James Bond.

Al menos no hasta el final del tercer acto (sigue leyendo).

Pero que ese crecimiento del personaje a lo largo de la película es casi lo mejor de Batman en The Batman y, encima, Pattinson lo peta en ese proceso de madurez. Aquí el contenido se come al contexto. En serio. Mi ligera protesta acerca de este Batman que aún no ha aprendido a convivir con sus sentimientos, magistralmente interpretado por Robert Pattinson, es que no ha acabado de venderme al 100% que es Batman (quizá porque empieza la película sin ser todavía 100% Batman, con lo cual mis reservas estarían más que justificadas y, a la vez, no tendrían sentido). Algo que Ben Affleck, insisto, consiguió sin aparente esfuerzo desde el primer plano de BvS y que Michael Keaton en su día y Christian Bale después, en diferentes proporciones que resultaría extraordinariamente nebuloso cuantificar, también consiguieron.
(Tampoco me ha parecido nunca que Keaton estuviese físicamente a la altura del papel, pero no importa una mierda porque lo clavó con la interpretación, y Bale, pese a encarnar al Bruce Wayne perfecto, no sólo tuvo que ponerse a dieta porque a Nolan le parecía que su Batman estaba demasiado ciclado, es que honestamente no consiguió redondear su papel como Batman, y él es el primero que no tiene empacho en admitirlo).

El resto del reparto está absolutamente brutal. Creo que tardaremos en ver un Alfred tan íntegro, y a aquellos que me digan que no se parece ni física ni psicológicamente al Alfred de los cómics les recomiendo que se lean Batman Earth One de Geoff Johns y Gary Frank y que se vayan acostumbrando al sabor de mis cojones. Este Alfred, del cual sabemos por un par de líneas de diálogo que es (y en cierto modo sigue siendo) el responsable de entrenar a Bruce, de convertirlo en la máquina de combate llamada Batman, es tan completo y convincente que se hace particularmente molesto que le hayan dado a Andy Serkis tan poco tiempo de pantalla, o sea tan poco contexto cuando está claro que su Alfred puede darnos mucho contenido.
(Bola extra: ¿por qué en la versión en castellano Alfred habla de sus tiempos en «el circo» y el director de doblaje espera que los subnormales de sus espectadores millennials sepan que se refiere al servicio secreto británico y no a un espectáculo con leones y trapecistas bajo una carpa? Las cagadas en la traducción, como ese «me chiflan [los gatos]» de Catwoman por "I have a thing about strays", que destruye el doble sentido de la frase, dirigida a Batman, él mismo un "stray" por el cual Selina comienza a sentirse atraída, merecerían su propia entrada del Paratroopers).
¿Y qué decir del resto de los actores? Necesitaría una entrada entera del Paratroopers para cada uno de ellos. Zoë Kravitz es la Catwoman cinematográfica puuuuuuuurfecta, título que hasta el momento se disputaban en nuestro corazón, por diferentes razones, Michelle Pfeiffer, Julie Newmar y Anne Hathaway. ¡Joder la química que hay entre ella y Robert Pattinson! Que Pattinson se debe de haber dejado el sueldo en Predictors, porque esas miradas que le echa Zoë en la película son de las que te dejan preñado de trillizos.
¡Chispas saltan aquí! ¡CHIS-PAS!

Jeffrey Wright por su parte, y muy especialmente su relación de camaradería y fe casi ciega en Batman, es un James Gordon de quitarse el sombrero (como también era un Felix Leiter más que sólido en la saga Bond de Daniel Craig), y me importan tres puntas de carallo las lágrimas y pucheros de los trogloditas a los que cabrea su color de piel. La bestia actoral que se hace llamar John Turturro es un Carmine Falcone que remite directamente a El largo Halloween. Colin Farrell está absolutamente irreconocible como Oz/El pingüino. ¡Hasta ha dado con la voz perfecta para el personaje! (Y protagoniza la persecución más badasss de una película de Batman que hemos visto hasta la fecha) Y Paul Dano. Ay, Sara Sampaio bendita, Paul Dano está COLOSAL como el asesino del Zodi... perdón, como Riddler. Se come la puta película y pide repetir. ACOJONA lo bien que ha interiorizado este papel de asesino sociópata digno de una entrega de Saw. No es el sobreactuado e histriónico nerd de Jim Carrey en Batman Forever ni el lisérgico Frank Gorshin de la serie de los años sesenta, ni el esquizofrénico homicida de Cory Michael Smith en Gotham (serie que acabé abandonando a mitad de la segunda temporada y, viendo la espiral descendente en la que entró a partir de ahí, no me arrepiento de haberlo hecho) ni puta falta que le hace. Es un Riddler que hace lo que se supone que debe hacer el personaje: matar, sembrar el terror y poner a prueba la inteligencia de Batman. ¡Y vaya si lo hace!

Paul Dano, mis dieses.
El batmóvil es otro de esos personajes (sí, el batmóvil es en toda historia de Batman un personaje más, como la batcueva y la misma Gotham) que ayudan a construir una película de Batman. De hecho fue lo primero que Christopher Nolan hizo diseñar para Batman Begins y mostró a los ejecutivos de Warner, que en seguida se hicieron una idea del concepto de película que quería rodar el rubio director británico.

Al batmóvil de The Batman tienes que esperar una hora y veinte minutos para verlo, pero Cristo, merece la pena. ¡Joder que si la merece!

Ese monstruo acorazado, rugiente y llameante diseñado por Ash Thorp, ese demonio aullador que se lanza a la persecución del Pingüino como un engendro mefistofélico recién salido del infierno es todo lo que debería aspirar a ser un batmóvil. Una veloz e imparable máquina de acojonación masiva.

Y la renuncia expresa a convertir el batmóvil en una especie de vehículo militar, como en la trilogía de Nolan, o un estilizado coche de carreras, como en las películas de Tim Burton o el BvS de Zack Snyder, le otorga a este batmóvil personalidad propia y un extra de verosimilitud. A despecho de que en las casi garantizadas secuelas de la franquicia (la recepción en taquilla permite aventurar que las habrá, ya suenan rumores de que las secuelas están en desarrollo y algunos nos preguntamos cómo vamos a conseguir soportar la espera) se introduzcan nuevos elementos tecnológicos, quizá una nueva flota de vehículos, este muscle-car hormonado (probablemente un Dodge charger con un motor Ford Triton V10 muy pero que muy sobrealimentado) que habría ensamblado personalmente en la batcueva sin intervención de Lucius Fox alguno encaja perfectamente con el estilo de película que Matt Reeves ha hecho.

Pero que Matt Reeves haya aportado a su película exactamente el batmóvil que necesitaba para hacerla más redonda  no resuelve los fallos de ritmo y continuidad, de los cuales el más dolorosamente evidente es casi de dibujos animados del coyote y el correcaminos: Batman escapa del GCPD convirtiendo su capa en un aerosuit, cuando llega al suelo frena con un paracaídas desechable que se engancha en un puente; Batman se come una hostia de las que te cambian hasta el grupo sanguíneo, se levanta gruñendo, baldado, probablemente con un par de costillas rotas y sin capa y en la siguiente escena vuelve a tener capa y está derecho como una picha y aparentemente ileso.
En serio, ¿cómo logró levantarse?

Además de que la película dura casi tres horas y hay un par de momentos, entre la segunda mitad del primer acto y la primera parte del segundo, en los que empiezas a mirar el reloj. Digamos que The Batman sería incluso más redonda, sin descuidar ni un poquito así el desarrollo de trama y personajes, con media hora menos de duración.

Otra cosa que la película de Matt Reeves clava desde el minuto uno es el tono de película de detectives, voz en off de Batman incluida, que debe tener una película del personaje. El diálogo interior de Batman es puro cómic (algo Rorscharchiano, todo hay que decirlo) y, además, respeta las convenciones clásicas del género negro. Toda la película en sí misma, concebida como un largometraje de detectives, es la esencia de lo que debería ser siempre una película de Batman y hay que felicitar a Matt Reeves por su buen juicio al respecto. Que Batman sea una película en la que un detective investiga un caso particularmente difícil es la mejor prueba de que el director, en este particular, se ha leído las instrucciones y entendido exactamente cómo se hace una película de Batman.

Pero aunque me encanta la ambientación de la película, aunque opino sinceramente que Matt Reeves ha escogido la única escenografía posible para The Batman, no pude evitar obligarme a recordar, una y otra vez durante toda la proyección que no estaba viendo un nuevo trabajo de David Fincher.


Los diferentes experimentos que el director de fotografía Greig Fraser tuvo que hacer para darle a The Batman la textura correcta, pasando por emplear objetivos defectuosos, ("we have these lenses that were a little bit crazy an detuned", dice en este vídeo justo antes de que Matt Reeves le corrija: "they were the rejects, they were the the ones we were urged not to use"), combinar positivado analógico con las nuevas técnicas que permite el vídeo digital, filmar con cámaras realmente penosas de teléfonos móviles marca Cacalavaca, añadir ruido durante la postproducción... Toda esa combinación de técnicas no consiguen que The Batman tenga una entidad visual propia. Tienes la sensación de estar viendo The Game, Se7en, Zodiac o esos videoclips para Madonna que Fincher rodó antes de dedicarse al cine.
(Y si encima tienes la mala suerte, como yo, de ver la película en un cine donde la proyecten con escaso brillo, te va a costar un Perú enterarte de qué cojones está pasando en la mitad de las escenas más oscuras).

La estética Se7en es probablemente la mejor opción visual posible para The Batman. Quizá la única. Pero al mismo tiempo le impide conquistar su propia estética, salvo cuando Matt Reeves te regala uno de esos planos que parece sacado directamente de la viñeta de un cómic de Batman. Planos que como lector de cómics le agradezco pero que no bastan para conferirle a The Batman una identidad distintiva.

La música de Michael Giaccino para The Batman es tan buena como cabe esperar del compositor. Y, de nuevo, si nos ponemos a en detalle es que nos salimos de extensión para la entrada. Y de madre. Y de padre. Y de suegra. Y ya estamos escribiendo una entrada especialmente larga, y sintiendo la tentación de dividirla en varias partes, y eso no es bueno para tu paciencia, oh excelso lector. Que sólo enumerando y explicando el origen de todos los easter eggs (como ese busto de Shakespeare que aparece en un plano de The Batman y ES el busto de Shakespeare de la serie original con Adam West y Burt Ward) ya nos curraríamos otra entrada aparte, y con esta serían ¿tres, cuatro ya? Y ya sabemos por qué camino nos lleva eso.

Pero la música, el reparto, la ambientación, el fabuloso trabajo de los actores y los «huevos de pascua» para frikis no atenúan el impacto de las incongruencias como ese Bruce Wayne heredero de un imperio que está, aparentemente, al borde de la quiebra, y que pasa olímpicamente de implicarse en los negocios de sus empresas porque su cruzada contra el crimen es lo único que le importa. Pero, si pierde su dinero, si deja caer Empresas Wayne, ¿cómo va apagar la gasofa del batmóvil, que con diez cilindros y un potquemador no creo yo que baje de un diez millones de litros a los cien, y todos esos juguetes de megaalta tecnología Apple Design como las lentillas mágicas GoPro que graban en 4K todo lo que Batman ve y además le proporcionan visión nocturna?

Es una decisión de guion que no tiene ni pies ni cabeza.

Pero en absoluto el derrape narrativo más gordo de The Batman.
Con esa cara de gata, medio papel tenía ya hecho.

A ver, Matt Reeves, ¿o sea que en el tercer acto los seguidores de Riddler vuelan esos diques de Gotham de los que acabamos de enterarnos para sumergir esa ciudad que, después de casi tres horas de metraje, acabamos de descubrir que está por debajo del nivel del mar, creando un torpe suspense y sensación de amenaza porque toda  nos has hurtado esta información hasta este preciso momento, en el que pretendes que tengamos miedo de un peligro totalmente inesperado?

Si salvar a un personaje por medios casi mágicos o a través de una casualidad absolutamente increíble es un devs ex machina, ¿cómo llamamos a sacarte de la manga una amenaza que no has establecido previamente ni dedicado tiempo a construir y esperar que tus espectadores sientan desazón por ella? ¿Diabolvs ex machina?

Ese patinazo narrativo es imperdonable en alguien que ha tenido cinco años para hacer su película, pandemias coronavíricas mediantes, retrasos inesperados y demás mierdas, y casi tres horas para construir el drama.

Mal, Matt Reeves.

Mal.

Y como esta entrada está empezando ya a alcanzar unas proporciones nachovidalianas, será mejor que le vayamos poniendo fin, que ya nos da la risa imaginarnos cómo se va a buguear Blogger cuando intentemos subir las imágenes.

Fin de The Batman: Batman es incapaz de detener a su adversario y Enigma gana. Enigma GA-NA. Consigue todos sus objetivos salvo uno (matar a Bruce Wayne)... pero al mismo tiempo Enigma pierde, porque su victoria es la derrota del Batman huidizo, del "almost rockstar-like recluse", misántropo y obsesionado con la venganza que conocemos al principio de la película y el triunfo del Batman nuevo, que descubre que ha corrompido su cruzada (e inspirado a gente muy jodida como el propio Riddler) sustentada por sus ansias de venganza y comprende que ya no puede conducirse como un matón de patio de colegio ni permanecer en la oscuridad, como una leyenda urbana. Ya no es un vigilante, es un protector. Ya no puede permitirse el lujo de ser un pijo traumatizado y lleno de ira, ha de convertirse en un símbolo de justicia y esperanza. En un salvador. En un héroe.

Bruce Wayne empieza la película siendo Bruce Wayne. La acaba convertido en Batman.

No sé cómo mierda sigues aquí, leyendo estas chorradas. ¡Corre a tu cine más cercano a ver The Batman de una puñetera vez!

No le hagas venir a buscarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.