domingo, 29 de enero de 2023

Regreso a las trincheras

 La Gran Guerra convirtió a Erich Paul Remark en un inflexible pacifista. Reclutado como reservista en 1916, mientras preparaba sus estudios como maestro, fue movilizado en 1917 y enviado al Frente Occidental en Flandes. Herido de metralla poco después de incorporarse a su unidad, pasó meses recuperándose en un hospital de Duisburg y luego empleado en tareas administrativas antes de ser devuelto a primera línea en octubre de 1918.


Fue en el hospital que Remark comenzó a poner por escrito sus impresiones y recuerdos de «la guerra que iba a poner fin a todas las guerras» (y que estuvo a punto de lograrlo por el procedimiento de no dejar a nadie con vida para librar la próxima) en una primera novela, Über den KriegAcerca de la guerra»), que acabaría convirtiéndose en el germen de una obra ya universal que Remark escribió alarmado por la conmoción de Alemania durante el período de entreguerras, que él describe en sus diarios, como «una lucha contra la amenazante militarización de la juventud, contra el militarismo en todas sus formas y excesos» („Kampf gegen die drohende Militarisierung der Jugend, gegen den Militarismus in jeder Form seiner Auswüchse“).

Remark, a quien la Primera Guerra Mundial volvió pacifista, antimilitarista y apolítico, publicó en 1929, bajo el afrancesado pseudónimo de Erich Maria Remarque, Im Westen nichts Neues (traducida por los editores castellanoparlantes como «Sin novedad en el frente»), para intentar impedir la Segunda Guerra Mundial, a la que estaban conduciendo Alemania los movimientos populistas de base racial (völkisch), los resentidos espadones de tradición prusiana incapaces de digerir la derrota y cierto partido de ideología a cuya cúpula dirigente acababa de auparse cierto niño-rata austríaco de bigotito amariconado.

Tristemente un libro, por bien escrito que estuviese, no podía impedir la espiral de odio, intolerancia y resentimiento que condujo a la nación más ilustrada de la Europa de principios de siglo a la glorificación de la violencia, la justificación del crimen, la efervescencia del rencor y la dogmática veneración del mito conspiranoico de la «Puñalada por la espalda» (Dolchstoßlegende) que desencadenaron una nueva guerra, mucho más terrible e inhumana que la primera, que reclamó las vidas de 55 millones de personas.
(Mucho antes de eso, Remarque abandonó Alemania y residió en Suiza y los Estados Unidos. Nunca recuperó su nacionalidad alemana, que los nazis le habían retirado en 1938, acusándole de traidor y «antipatriótico». Tampoco volvió a reunirse jamás con su hermana Elfriede, que se había quedado en Alemania con su marido e hijos, y fue arrestada, procesada por «derrotismo» y condenada a muerte por el infame Roland Freisler, el mismo hijo de puta sediento de sangre que envió a la guillotina a Hans y Sophie Schöll por distribuir panfletos pacifistas. Está documentado que Freisler le dijo a la hermana de Erich Maria, «desafortunadamente, tu hermano está lejos de nuestro alcance. Tú, sin embargo, no te nos escaparás», [„Ihr Bruder ist uns leider entwischt—Sie aber werden uns nicht entwischen“]).

De Sin novedad en el frente se han hecho hasta la fecha tres adaptaciones cinematográficas: la estadounidense de 1930  dirigida por Lewis Milestone y protagonizada por Lew Ayres, John Wray y Ben Alexander; la coproducción británico-estadounidense de 1979 dirigida para televisión por Delbert Mann y protagonizada por Richard Thomas, Ernest Borgnine y Donald Pleasence entre otros, y, por fin en 2022, una versión alemana, que es la que nos ocupa hoy.

Mira, querido lector, por una vez y sin que sirva de precedente, le debo una disculpa a Netflix: cuando oí que estaban preparando una adaptación de la novela de E.M. Remarque me imaginé lo peor: a Bäumer, Kropp, Müller y Tjaden convertidos en negras obesas transexuales no binarias con dislexia, aerofagia y piorrea; a las trincheras del Frente Occidental convertidas en un cabaré queer con espectáculo de burlesque a cargo de unas drag-queens sordomudas, musulmanas e inmigrantes ilegales y la Primera Guerra convertida en una lucha por el body-positive y la sororidad galvanoplástica librada por feministas interseccionales logarítmicas y post-butlerianas.

Pero no. Sin novedad en el frente 2022 es un bélico sorprendentemente sólido, sobrio y bien rodado que respeta todos los ejes temáticos de la novela original: la ceguera de unos generales que no han aprendido nada desde los tiempos de Napoleón y aún creen que las guerras se ganan arrojando mayor cantidad de carne al campo de batalla que el enemigo, la veloz e irreversible muerte de la inocencia en el frente de combate, la deshumanización de la guerra moderna, en la que el ser humano no es más que una pieza más de una maquinaria insensible, amoral e implacable que se retroalimenta a sí misma hasta mucho después de que la ausencia de resultados y el absurdo sacrificio de vidas pruebe su inutilidad; la camaradería que sólo surge entre hombres en campaña, y que supera cualquier otro tipo de vínculo emocional que se pueda construir en tiempo de paz; el trauma imborrable de los veteranos, la desesperación, la impotencia que produce su evidente sinsentido y el divorcio entre la vida civil y la experiencia castrense que hace temer a los veteranos no poder regresar nunca a sus anteriores existencias.

Bien hecho, Netflix, bien. Lo bien hecho, bien parece, y lo que es justo es de justicia: habéis hecho una buena película bélica con el tono que cabía esperarse del título Sin novedad en el frente: antibelicista, pacifista, descarnada, cruel en su denuncia sin compromisos de la sinrazón de la guerra en general y de la dureza, suciedad, horrores, miseria y absurdo de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial en particular.

Bien hecho, Netflix. Bien. Buena película.

Ahora bien, ¿por qué coño la habéis titulado Sin novedad en el frente? Porque más allá de que el protagonista se llame Paul, de que tenga unos amigos llamados Kropp, Müller, Kemmerich, con los que se presenta voluntario al frente, que un veterano llamado Katczinsky le coja cariño a Paul y le enseñe lo necesario para maximizar sus posibilidades de supervivencia, y de que la acción transcurra durante la Gran Guerra, no he sido quien de reconocer ni uno sólo de los pasajes y episodios que recuerdo del libro de Remarque.

No quiero dar la impresión de estar disculpándome, pero reitero lo sugerido más arriba: Sin novedad en el frente 2022 me ha gustado mucho.

Pero como adaptación cinematográfica se aleja tanto de la novela que en justicia deberíamos hablar de «obra derivada», «inspirada por» o «libremente adaptada a partir de».

Y en parte me jode mucho, porque es obvio que la producción tenía los medios y el talento necesario para hacer, quizá, la mejor, la adaptación canónica de Sin novedad en el frente, pero por alguna razón decidieron explorar otra vertiente, tomando a los personajes, el contexto y la temática de la novela y elaborando lo que es, a grandes rasgos, una historia completamente nueva.

Pero.

Si alguien (Netflix, Hulu, Amazon Studios, Disney+, HBOMax, Tuputamadreencamiseta) va a, tos, «adaptar», «trasladar a la pantalla», tos, tos, carrasp, «corregir», carraaaaaasp, escup, una obra literaria y, por el motivo que sea, motivo que puede ser muy respetable, no quiere ceñirse fielmente la historia original, ésta, repito en mayúscula y comillas, ÉSTA es la forma correcta de hacerlo. No cambiando la raza, los genitales o la orientación sexual de los personajes; no trasladando la acción a un escenario en el que dicho argumento carezca completamente de sentido, no descargando en el guion volquetes de chuminadas identitarias, feminismo interseccional, ecologismo blancoburgués de salón y twitter, lucha social histérica de universitario con la barriga llena, neomarxismo de usuario de iPhone y conductor de Tesla o sentimiento de culpa artificial de clase media blanca a la que en su día no dieron un buen par de hostias.

Bien hecho, Netflix. Bien. ¿Ves como cuando os dejáis la puta agenda woke en el forro de los cojones, que es donde debería quedarse, de vez en cuando, hasta acertáis, cabrones?

Y ya sé que parece que estoy diciendo que Netflix ha acertado al equivocarse, pero es que no creo que Netflix se haya equivocado. Si el director y guionistas (no suele ser buena señal que haya más de uno y en esta película hay ¡TRES!) les pareció que no eran capaces de hacer una película fiel a la novela que adapta y que fuese atractiva para la audiencia de Netflix, las decisiones creativas que hayan tomado para «actualizarla», siempre y cuando sean respetuosas con el material original, o cuando menos con su argumento y temas (y no incluyan permutaciones de raza, genitales u orientación sexual de los personajes, etcétera etcétera) me parecerán bien si el producto resultante funciona como la novela que traslada a la pantalla y transmite las mismas sensaciones y mensajes:

1. La guerra en general es una gran putada que destruye la inocencia, socava la civilización y envenena el alma humana.

2. La Primera Guerra Mundial, además, fue un sindiós incomprensible e inútil que transcurrió entre lodo, piojos, yperita, mierda, cadáveres fermentándose al sol en la tierra de nadie y ratas del tamaño de Land Rovers.

3. Los soldados que tomaron parte en ella sacrificaron su salud y su cordura y entregaron sus vidas a cambio de ganar unos pocos metros de barrizal que quizá perderían al día siguiente.

4. Cuando, por casualidad, esos mismos soldados se encontraban cara a cara con el enemigo, descubrían que era un hombre como ellos, con las mismas necesidades y miedos, con familia y amigos, y la conmoción de comprender al fin que estaban matando a personas con las que, en tiempo de paz, se habrían tomado de buena gana una cerveza, despertaba en ellos el remordimiento de los pecadores.

Otras decisiones tomadas para hacer más atractivo el film pasan por la, permítaseme el palabro, «segundaguerramundialización» de la película, quizá porque para el público Millennial la 2GM les pilla cronológicamente más cerca y les resulta más reconocible. Qué se yo. El caso es que vemos a los soldados alemanes equipados con los típicos Stahlhelm de acero, introducidos en 1916, no con los Pickelhaube reglamentarios al inicio de la guerra, y que tuvieron que ser abandonados en parte por la escasez de cuero para producirlos (tan acuciante que se fabricaron versiones en fieltro e incluso cartón prensado), en parte porque es que resulta que las balas y la metralla atraviesan los cascos de cuero de parte a parte como si no existieran, pequeño problemilla de un diseño anterior a la pólvora sin humo y las armas de repetición, que lo volvieron obsoleto. Esta decisión creativa, que en absoluto estoy sugiriendo que sea anacrónica, otorga a los protagonistas de la película la clásica silueta que los licenciados en historia asociamos al soldado alemán a partir de nuestros estudios y el resto de la gente a partir de películas como El día más largo, Stalingrado, Salvar al soldado Ryan, Corazones de acero o la desgarradora Bajo la arena.

¿Que si se usaron lanzallamas en la Gran Guerra? Por supuesto que se usaron. Eran un arma extraordinaria para «sanear» búnkers y trincheras si te la ponía gorda el olor a cerdo asado y te la pelabas recordando los alaridos de agonía de los quemados, pero a mí particularmente, no me atrevo a sugerir que le suceda a todos los espectadores, es un arma que me recuerda más a la Segunda Guerra mundial, al desembarco aliado en las playas de Normandía y a los marines tostando japoneses de isla en isla del Pacífico como si fuesen malvaviscos.
(Hay cifras, que no he podido confirmar, de que más del 30% de los soldados japoneses muertos en la batalla de Iwo Jima no murieron de heridas de bala, metralla o acero, sino de churruscamiento intensivo).

Los carros de combate. Una vez más, su papel en la 1GM fue poco más que anecdótico, por mucho que varios historiadores flipados por los cachivaches se empeñen en afirmar que «cambiaron el curso de la guerra». No obstante, el director de Sin novedad en el frente 2022 no se resiste a sacar en su película la ofensiva de una escuadrilla de tanques franceses Saint-Chamond, que luce espectacular en pantalla, pero transmite una sensación equívoca acerca del desarrollo de aquel conflicto, donde es cierto que hizo por primera vez aparición el carro de asalto blindado, con todo lo que ello conlleva: los oficiales no sabían cómo incorporar aquellas nuevas máquinas a su plan de batalla, no existía doctrina sobre su uso, no había un manual de tácticas específico para carristas y su coordinación con la infantería y la artillería (que es donde el carro de combate puede explotar sus posibilidades), cuando la hubo, fue demasiado a menudo más bien ocasional y el terror que aquellos colosos sobre orugas inspiraba a los alemanes, que no tenían nada parecido (el Sturmpanzerwagen A7V se produjo en cantidades irrisorias), era sólo comparable al que sentían los propios soldados franceses e ingleses, que debían aprender a moverse entre sus propios carros de combate sin morir aplastados por ellos.
(La propia palabra «tanque», del inglés «tank», es un atavismo de cuando el Landships committee concibió inicialmente este vehículo como cisterna móvil que debía proveer a las trincheras de agua potable para los soldados británicos, de la que siempre andaban escasos).

Y sin embargo, pese a las decisiones de diseño de producción y guion que la alejan de la novela de Remarque, su condición de excelente panfleto animilitarista y antibelicista, su fidelidad casi documental al período histórico en el que está ambientada y, en último lugar pero absolutamente no en menor medida, por lo buena que es esta película, no puedo descartar esta producción de Netflix con cara de oler un pedo de vegano y un desdeñoso ademán escudándome en su escasa fidelidad al libro que adapta como no puedo descartar los cómics de Tardi ambientados en la Gran Guerra, documentos que reflejan a la perfección, por más que lo hagan de una manera artística, estilizada, y por lo tanto hasta cierto punto abstracta, las atrocidades de aquel conflicto y el sufrimiento de los hombres que lucharon en él.

Por eso, al menos en este caso, esta mala adaptación de un libro, es, paradójicamente una buena adaptación, porque con un lenguaje y unas frases distintas consigue transmitir los mismos argumentos que la novela adaptada.

Algo que, me temo, sólo se puede conseguir si tienes muy claro el mensaje original y reúnes los siempre esquivos talento y medios materiales.

Sin novedad en el frente 2022 es mejor que una fiel adaptación de la novela de Erich Maria Remarke.

Es una interpretación personal de la misma por parte del director y de los guionistas, a los que no sólo se les nota sobrados de sensibilidad, talento y conocimiento de la novela, sino también decididos a no corromper la obra original.

Y encima, es una muy buena película.

sábado, 14 de enero de 2023

♫ Siempreeee que vuelveeeees a caaaasaaaaaaa, me piiillaaaaaas en la cociiiiinaaaaaa ♪

Si eres visitante habitual de este pandemonio de misoginia, odio racial, homofobia y GIFs animados de Riley Reid pecando contra el sexo mandamiento (no es una errata), estarás más que harto de leer críticas más o menos demoledoras de estrenos televisivos y cinematográficos y abiertamente dispuesto a convencerte a ti mismo de que Paratroopersdon'tdie es una bitácora de amargados hijos de puta que, en realidad, odian el cine y todo lo que rodea al Séptimo Arte y desean destruirlo escondidos en el caballo de Troya de la cinefilia y el amor a las buenas películas y las buenas historias.

Deutschland!


Y no podríamos culparte del todo, a fin al cabo sólo en el 2022 hemos puesto a caldo The Matrix Regurgitations, Los eternos, La casa Gucci, la temporada 2 del Brujero, Uncharted, El hombre del norte, X, Obi-Wan Fallobi y Doctor Stronzo en el muermoverso de la inclusividad contra heteronormativa, La mujer rey (¡si tan sólo hubiese una palabra en español para denominar ese concepto!) y sobre todo y por encima de todo ese despropósito de Los ladrillos del joder y seguro que se nos ha escapado alguna.

(¡Y eso que cuando escribimos la primera entrada, allá por el pleistoceno, ésta iba a ser una página sobre literatura, libros y esas cosas de vírgenes gordos y mosquitas muertas con gafas).
Me pregunto por qué.


Pero no es el caso. En Paratroopers nos sigue gustando el cine. Lo seguimos amando y aún no hemos perdido la capacidad de apreciar una buena película cuando la vemos. Y por eso nos cabrea tanto la mediocridad y la incompetencia, particularmente cuando el material de partida es tan rico y maravilloso.


Por enésima vez: no es que seamos unos capullos, es que el actual mercado cinematográfico está sumido en una burbuja de mediocridad creativa, infantilismo temático, narcisismo woke, fórmulas repetitivas y cobardía corporativa que hace casi imposible esperar una buena película.

Y si crees que estamos exagerando, déjanos proponerte un ejercicio: mira, este calendario con una selección de estrenos para 2023 que se han currado los chicos de Geek Facts:

Hagamos como ellos y empecemos tachando todas las secuelas. Se van fuera Ant-Man & The Wasp: Quantumania, Creed 3, Shazam: Fury of the Gods, John Wick 4 Chapter 4, Guardians of the Galaxy vol. 3, Fast (and Furious) X , Spider-Man: Across the Spiderverse, Transformers: Rise of the Beasts, Indiana Jones and the Dial of Destiny («probablemente la secuela más esperada de todos los tiempos», dijo nadie nunca), Mission: Impossible - Dead Reckoning Part One, The Marvels, Dune: Part Two y Aquaman and the Lost Kingdom. Me salen trece títulos. El 45% de la lista.

Ahora saquémonos de encima los spin-offs, o sea las películas que pertenecen a otros universos o que desarrollan a personajes relativamente secundarios de las grandes franquicias del momento: The Flash, que es lo que nos dan en vez de una nueva película de Batman o de la Justice League, Blue Beetle, que es lo que nos dan en vez de una película de Supermán o Wonder Woman (pero que no sea como WW1984, por favor) y Kraven the Hunter, que es lo que nos dan en vez de una nueva película de Spiderman.

Le toca el turno a los reboots o remakes, que de todo hay en la lista; o sea, pasamos a certificar la masacre de las películas del cambio de siglo que ya estamos hasta los cojones de ver y a nuestros adorados clásicos de los ochenta y los noventa que son simplemente perfectos tal y como se hicieron en su momento pero que a algún showrunner soplapollas y con tabique nasal de platino le parece que no son lo bastante gay-friendly, o lo bastante inclusivas, o que no conectan con las audiencias modernas y necesitan nuevas caras, a ser posible interseccionales y racializadas, para contar esencialmente la misma historia, o que los viejos actores les pasen la antorcha a una nueva generación (
a ser posible interseccional y blablá), o que él, con la punta de su circuncidado carallo y su máster del universo en Gestión y Producción Cinematográfica, las puede y debe hacer mejor: Scream, Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves, que tiene una pinta de producto de una noche de porros mezclados con Centramina que no se le acaba nunca, Evil Dead Rise, La Sirenita Negrificada because reasons, Teenage Mutant Ninja Turtles: Mutant Mayhem, Wonka (como si fuese posible mejorar la de Gene Wilder de 1971) y la secuela de Ghostbusters: Afterlife, que la contamos entre los reboots porque devuelve a la familia Spengler a Nueva York, sospechamos que para tomar el relevo del equipo de Cazafantasmas original.

¿Ves ya el problema, mi querido lector?
Mein Herz in Flammen!

De la lista proporcionada, nos quedan ya sólo seis títulos que no son reelaboraciones de productos previos o secuelas o ampliaciones de alguna franquicia ya establecida: la inquietante (y nerfeada para asegurarse un PG-13) M3gan, la zoológico-farlopera Cocaine Bear, Elemental, la Barbie de Margot Robbie, Oppenheimer, que es la nueva de Christopher Nolan (ya circula el chiste de que el rubio director británico está de morros porque Universal no le permitió hacer estallar una bomba atómica de verdad) y The Super Mario Bros. Movie y no, no creo que esta última pueda considerarse reboot o secuela de la de 1993 con el tristemente ya desaparecido e inmenso actorazo Bob Hoskins, el polifacético John Leguizamo y el legendario y ya también cadáver Dennis Hopper (de quien seguimos diciendo que probablemente nunca hizo una porno porque no le ofrecieron suficiente dinero), ya que la de 2023 es de animación.
Y este dato desolador nos devuelve al año 2017 (la catástrofe no empezó ahora), cuando se constató que sólo dos de las veinticinco películas más taquilleras de ése año eran guiones originales. En el año de Wonder Woman (adaptación o secuela, al gusto), Blade Runner 2049 (secuela), La La Land (original), Dunkerque (guion original) y la vomitiva Thor: Ragnarok (secuela y al mismo tiempo adaptación, libérrima y malísima pero adaptación).

PERO.

Si quitamos de la lista de 2023 Barbie y la peli de Mario Bros., que son adaptaciones a partir de propiedad intelectual de Mattel y Nintendo respectivamente, y Cocaine Bear, que está basada en un hecho real, nos quedamos únicamente con tres guiones originales en la lista que acabamos de presentarte.

Me se ha escapado una, pero lo ves, ¿no?

Tres.

De veintinueve.

El puto 10%.

Y la cosa apenas mejora si cogemos otra lista de estrenos para el presente año (en la que se repiten algunos títulos pero casi todo son producciones «nuevas»).


Por esta miseria de la imaginación y blasfema idolatría a las franquicias y fórmulas resudadas es que títulos como El menú, que hasta donde me ha sido posible averiguar no es ni la secuela, ni el remake, ni el reboot, ni la adaptación, ni la conchasumadre de ningún otro producto cultural son tan necesarios en estos tiempos de cobardía corporativa, indigencia creativa, bancarrota intelectual y la omnipresente REPRESENTEEEEEEEISHOOOOOON subnormalizadora. Y si encima la película viene respaldada por actorazos como Ralph Fiennes y Anya Taylor-Joy, y tiene secundarios de la categoría de Paul Adelstein y John Leguizamo, que esta vez no hace de Luigi, miel sobre hojuelas.
"You can’t leave. You’re being held hostage by a story which they’re telling for hours."
La inspiración para El menú le vino a su director, Will Tracy, durante la eterna degustación en la que participó en un restaurante de lujo noruego ubicado en una isla no muy diferente de aquella en la que transcurre la acción de la película. El mamoneo, la obsesión del chef endiosado y pedante por ofrecer a sus clientes una experiencia que trascendiese lo gastronómico, más una representación teatral que una comida propiamente dicha, la estúpida y maravillosa pretenciosidad de este tipo de establecimientos, plantaron en la mente del guionista una idea:

¿Y si un chef de talento monstruoso, desesperado por haberse convertido en un payaso para esnobs ricos y por ver desfigurada y prostituida la profesión a la que ha consagrado su vida, decidiese secuestrar a un grupo de clientes en una macabra última cena e inmolarse con ellos a los postres?
(De nuevo los «ysíes» y los «¿por qué noes?»).
¿Soy el único al que esta mujer le parece perturbadoramente élfica?

El resultado de esa especulación es El menú. Una sátira feroz de la superficialidad clasista de los gourmets diletantes y nunca ahitos de nuevas experiencias (el personaje de Reed Birney está tan mal acostumbrado a conseguir todo lo que desea por el precio apropiado contrató a Margot, el personaje de Anya Taylor-Joy, para hacerse pasar por su hija, con la que tiene un asombroso parecido, y entendemos que trincársela off camera, mientras que ni él ni su esposa, que han cenado en el restaurante del chef Slovik doce veces, son incapaces de recordar ni uno de los platos que les sirvieron en sus anteriores visitas, porque lo único de lo que han disfrutado en todas ellas es de la vanidad de saber que podían permitirse pagar la carísima reserva del restaurante, no de la comida que han ingerido en él). Una comedia negra con aliño de surrealismo corrosivo (el sous-chef que se vuela la tapa de los sesos y esos clientes que siguen comiendo como tal cosa, pensando que es un numerito de grand-guignol para amenizarles la velada) y guarnición de terror puro de oliva. Una denuncia de la impostura a la que la «cocina de vanguardia» ha llevado la restauración (lo del «pan deconstruido» es que me dio hasta risa), que es a la vez es una protesta contra la gentrificación e hiperespecialización del arte, que lo ha puesto fuera del alcance de las personas que podrían realmente apreciarlo y lo ha colocado a merced de la élite embrutecida que puede pagarlo y que sólo lo consideran un objeto de consumo más, un marchamo de clase, de distinción. Ni uno sólo de los clientes del chef Slovik está en su local por la comida, salvo quizá el atolondrado y fraudulento Tyler (Nicholas Hoult), que va de padawan foodie y es incapaz de hacerse un huevo frito al punto; todos han ido allí para poder presumir de que han estado allí porque podían permitírselo y tú no, miserable proletario mugriento, jajajá, te jodes como Herodes a ratos como Pilatos.

Películas como El menú son lo que necesitamos para recordarnos que todavía hay esperanza. Que los beneficios multimillonarios, los bonos semestrales y las remuneraciones en stock-options pueden haber corrompido el sistema de estudios y acabado, esperemos que temporalmente, con el cine de estrellas (nadie va ya a ver «la próxima película de Tom Holland» sino «la próxima de Spiderman»), pero sigue sin haber suficiente dinero en el mundo para hacer buena una mala historia ni encubrir el trabajo chapucero de actores de saldo y directores mercenarios. El menú es de las buenas. Treinta millones de presupuesto y doscientos kilotones de talento hacen parecer poca su recaudación global de 76 millones, mal augurio, nos tememos, para futuras películas de esta entidad, pero aunque la recaudación en taquilla es casi siempre una buena métrica, a menudo la única, para medir el éxito de una película, en este caso duele un poco que no haya ido más gente al cine a ver esta pequeña maravilla. Quizá porque los hábitos de consumo audivisual están cambiando y eso ya no tiene remedio, y el público potencial de El menú esté en sus casas, esperando a que salga en video on demand para disfrutar de esta joya sin tener que salir a la calle, guardar cola, tragarse tráilers y anuncios y no pillar ni la mitad de los diálogos porque una poligonera subnormal de mierda se pasa toda la proyección hablando a gritos por el móvil y cuando van a protestar les dicen que no la pueden echar porque es que, claro, ella también ha pagado su entrada.

(También maravillas como Blade Runner y El club de la lucha se comieron tremendas hostias en taquilla y hoy son clásicos atemporales estudiados en todas las buenas escuelas de cine y en algunas de las malas).
No seas moñas y ve al cine a ver El menú, si aún estás a tiempo de pillarla en alguna sala, o píllala en VoD o en disco cuando esté disponible. ¡Hay que fomentar el buen cine, y la mejor forma de hacerlo no es con hilos en Twitter, sino con nuestra pasta, con nuestras decisiones como consumidores!

Porque, a diferencia del 80% del tsunami de secuelas, reboots y remakes que se nos viene encima, no sólo está primorosamente rodada, sino que, por encima de todo, es una  obra original sin mutantes, superhéroes, jedis, inclusividad intrusiva y forzada que sólo encubren la miseria de sus creadores y la ausencia de un proyecto artístico realmente sólido.

Vete a ver El menú, querido lector. Tiene nuestro sello de garantía.


O no vayas. Quizá sea demasiado buena para ti, ¡chusma, más que chusma!