viernes, 10 de junio de 2022

¿Qué es realmente una buena película?

Todos los días es el día internacional de alguna estupidez

Incluido hoy.

De hecho, la mayoría de los días es el día internacional de varias estupideces.

El 1 de octubre es el Día Internacional de la Observación de la luna, que salvo a astrónomos y hombres lobo no creo yo que les preocupe especialmente, el Día Internacional del Café (satánico brebaje repulsivo excretado por los mefíticos cojones de la hija pansexual hermafrodita y vegana de Lucifer), el Día Interamericano del Agua (ah, mira, éste es importante), el Día Internacional de las Personas de Edad (vamos, de todas las personas), el Día Internacional de la Música (sí, pero ¿de qué música? Porque si aquí entra también el reguetón, a este día mejor le prendemos fuego), el Día Internacional del Vegetarianismo y el de la Hepatitis C entre otros.

Hay tantas soplapolleces a las que dedicarle un día internacional que el calendario se nos ha quedado pequeño. Y lo peor de todo es que con esta sobrecarga de onomásticas capullas hemos diluido los temas realmente importantes que sí merecen un día internacional, aunque sólo fuese para dar la impresión de que nos importan un huevo. Temas como la pena de muerte (10 de octubre), la lucha contra el cáncer (4 de febrero), la amistad (30 de julio), los derechos humanos (10 de diciembre) o quedan difuminados al lado de mongoladas como el Día Mundial de la Sangría (20 de diciembre), el Día Internacional del Riñón (10 de marzo), el Día Internacional del Hashtag (23 de agosto), el Día Internacional del Ingeniero de Sistemas (25 de noviembre) y el Día Internacional de los Nuggets de Pollo, que lo tenía apuntado por ahí y he perdido la fecha.

Tampoco entiendo por qué Los Beatles tienen, al menos que yo sepa, dos días internacionales: el 6 y el 10 de julio. ¿O acaso son cuatro, uno por cada miembro original de la banda? (Sí, cuatro, ni Derek Taylor, ni Neil Aspinall, ni Brian Epstein ni carallos en salmuera ¡Cuatro!). Sean dos, sean cuatro, ¿no hay causas mejores a las que dedicar un Día Internacional que podemos permitir a Los Beatles monopolizar no uno sino dos días? ¿Hay más reiteraciones como ésa?

Probablemente.

Desde que constaté esta evidencia, no dejo de preguntarme si habrá tantos días internacionales al año como películas de terror. Y empiezo a sospechar que sí, que tal vez los haya.

O sea, de lo que pasa hoy en día por cine de terror.


Ya he hablado de aquella amiga mía que dice, y tiene más razón que una santa, «hoy en día ya no se hacen películas de terror, se hacen películas de asco». Aquí somos mucho de repartir culpas, que son siempre de Yoko Ono (y el espíritu de Lennon que le sale por los poros), y podríamos inventarnos un responsable de esta degradación de un género que debería ser tratado con mayor respeto por la función catárquica, casi podríamos decir sanitaria, que cumple en la sociedad industrial.

Podríamos echarle la culpa, por ejemplo, a David Cronenberg, precursor del "body horror", aunque sólo sea porque David Cronenberg es el responsable de que sólo nos hayamos podido ver entera La mosca una vez (la escena de la mutilación con ácido es más de lo que podemos soportar). Aunque, técnicamente, la pionera del body horror sería, como mínimo, el Frankenstein de Mary Shelley (si una novela sobre un monstruo hecho a partir de miembros y órganos de cadáveres no es body horror no sé qué coño puede serlo), y todo lo que vino después, los muertos vivientes de George A. Romero, el Halloween de John Carpenter, el Alien de Ridley Scott y prácticamente toda la cinematografía del propio Cronenberg (Shivers, Inseparables, Rabia, Scanners, eXistenZ...), no serían más que pálidos imitadores.

Para los que entendemos que el cine de terror es, o debería ser, más un cine de atmósfera opresiva y malasana que un cine de tripas y amputaciones, soplan malos vientos desde hace por lo menos cuarenta y cinco años. Se ha extendido la especie de que el cine de terror y el cine gore son lo mismo, de que para espantar al público tienes que darle casquería y borbotones de sangre, no personajes inquietantes y escenarios desazonadores, y esto tiene mal remedio. Como los Días Internacionales del Año, hay tal inflación de cine de terror cuyo único recurso estético son la saña y los litros de tomatina que las buenas películas del género no sólo pasan desapercibidas, sino que literalmente no tienen terreno en el que existir.

Y si hay un subgénero dentro del género de terror en el que esto quede especialmente patente es en el slasher. ¿Qué es toda película de asesinos múltiples de adolescentes follanderos sino un body horror, donde el desasosiego del espectador debe proceder de la empatía de ver todos esos ríos de sangre vertida, heridas abiertas y huesos rotos? Salvo en La casa de cera, donde en cada plano que salía Paris Hilton el cine entero empezaba a corear «¡muere, muere, muere!». Al menos en la sala donde yo la vi.
Yo era el que más gritaba.

Y aunque, si fuésemos gilipollas y estuviésemos desesperados por legitimar falsamente una tipología cinematográfica de sesión doble de autocine, podríamos remontarnos a los orígenes del slasher al mismísimo M de Fritz Lang, éste es un género eminentemente contemporáneo (digamos de los años 70 en adelante) y característicamente estadounidense (versiones más cruentas del giallo de Dario Argento aparte), por lo tanto un reflejo en espejo roto del ethos y los valores de los puritanos de las colonias de Nueva Inglaterra recién desembarcados. Que sí, piénsalo: ¿quiénes son los primeros en morir? Las descocadas y los fornicadores. ¿Eres una zorrupia, te pasas el primer acto calentando pollas y enseñas las tetas? Muerta. ¿Eres un mononeuronal que sólo piensa en vaciarse la huevada y te follas a la guarra del grupo? Mueres. ¿Eres negro o de alguna otra minoría racial? Pues... esto no te va a hacer ninguna gracia, pero... Aunque, digo, podríamos intentar buscar los orígenes históricos del género, la única retrospectiva que nos interesa es la de nuestra propia relación con el slasher, porque desde hace algunos años tengo problemas con el slasher como género cinematográfico. Recuerdo que de adolescente me fascinaba. A los veinte años me encantaba. A los treinta empezó a aburrirme y, en ocasiones, ofenderme. Hoy en día apenas lo tolero.

Puede que sea una cuestión de edad. Quizá el slasher deja de tener sentido a medida que empiezas a picar tacos de calendario. Quién sabe si, simplemente, es un género cinematográfico para pre, meso y postadolescentes con el que los pollaviejas ya no comulgamos. Quizá ver películas de maníacos sedientos de sangre acabando estudiantes de instituto constituye en sí mismo un rito de paso que marca el tránsito de la adolescencia a la edad adulta, o bien a partir del momento en que comprendes que los mayores asesinos del mundo son unos tipos con traje y corbata por los que muy probablemente hayas votado, no un mongólico con mono de obrero, un cuchillo y una máscara de Capitán Kirk al revés, el slasher empieza no sólo a parecerte intragable, sino que empiezas a sospechar una conjura jesuítico-masónica para distraerte de los verdaderos problemas de la sociedad.

Y éste podría ser el motivo de que X no me haya parecido ni la milésima parte de buena película que a aquellos que me la vendieron como la sensación de la temporada.

X, de Ti West (director del que no nos da apuro alguno admitir que no hemos visto ninguna otra película), narra las vicisitudes de un reducido equipo de rodaje que en 1979 le alquilan a una pareja de ancianos su granero, en una zona rural de Texas, para rodar una película de muy bajo presupuesto titulada Las hijas del granjero.

Sí, es una peli porno. El equipo de rodaje son dos actrices, un actor, un productor ejecutivo, y dos estudiantes de cine con relativamente pocos escrúpulos y bolsillos vacíos.

Y básicamente aquí se terminan las diferencias entre X y cualquier otro slasher pasado, presente y futuro: el contexto, el escenario, el trasfondo de las víctimas, que de adolescentes, o casi adolescentes, apollardados, pasan a ser resabiados actores y actrices de películas ginecológicas.

Pero, oye, que los actores, y especialmente las actrices, están de lo más mejor. Que te crees que Brittany Snow y la siempre raruna Mia Goth llevan toda la vida siendo colegas de Riley Reid. Que parecen actrices porno de verdad, ¡hostia ya!, no como Marine Vacth en Jeune et jolie, donde hace de meretriz adolescente y pone semejante cara de tedio supino mientras chinga que así no hay quien se ponga romántico, copón.
Esta cara. En.Cada.Puta.Escena.

Bueno, vale, y mientras no folla también.

Las interpretaciones de los actores, e, insisto, de las actrices de X, que fingen el recreo venéreo con la misma sensualidad golosa con la que come el perrete enamorado de los burritos, no son el problema de esta película.
Life is good, bro.

Tampoco la dirección me ha parecido inepta o desganada. La fotografía es correcta. La música, destinada a incrementar la sensación de inmersión en la década en la que está ambientada la cinta, resulta muy útil y cumple su función (salvo cuando durante el primer esmochamiento suena Don´t Fear (The Ripper) de Blue Oyster Cult ("I got a fever, and my prescription is more cowbell!"), que es exactamente el mismo uso cojonazos de banda sonora que no le perdonamos a Zack Snyder). El montaje tiene momentos de genialidad. Lo juro.

Pero X no funciona. O sí funciona, pero sólo como otro slasher más, vamos, que aburre un poco por mucho que Mia Goth enseñe sus lívidas mamurcias, que además ya se las habíamos visto (en The Survivalist, High Life y La cura del bienestar).

¿Que por qué? ¿Que cuál es el problema?

A nuestro entender el problema con esta película, como con tantas otras del género, es el mismo que el de los Días Internacionales: el espectador no puede desprenderse en ningún momento de la sensación de estar siendo teledirigido. («Ah, ¿que hoy tengo que celebrar por cojones el Día Internacional de la Dismenorrea de los Canguros? ¿Y si no me sale de las pelotas qué pasa?»). El visionado de X te deja con la sensación de que hay una serie de etapas que la película tiene forzosamente que atravesar antes de llegar al desenlace. Etapas conocidas y sobrexplotadas en sus precedentes del género y que hacen del visionado de X una experiencia previsible, rutinaria y, en cierto modo, aburrida, cuando hay tanto potencial en esta cinta que no llega a desarrollarse completamente.

Es, otra vez, el caso de las vías del travelling, cuando ya has visto tanto cine, o tanto cine de un género concreto que ya es difícil sorprenderte.
Maxine desayunando.

No es una tragedia; porque quejarnos en un slasher de que podemos decir, con suficiente antelación, en qué momento va Freddy Kruger/Michael Myers/Jason Vorhees/Quiensea empezar a matar gente es tanto como quejarse de que en una producción de Netflix haya negros y maricas a porrillo, en una de Disney la mascota parlanchina/alivio cómico asesinable o de que en una porno, ya que hablamos de X, la chica deleite a su compañero de reparto con sutiles artes francesas, después le den a sacar la aceituna como gorrinos y, finalmente, él le eche el grumo en la cara. En ese sentido, en la sujección a los estereotipos del género, X es intachable. Pero lo que podría ser una virtud se convierte en un vicio, porque precisamente en su inflexible respeto a la plantilla del slasher, X es sólo otro slasher más. Predecible, plano, anodino, pelín cargante cuando su director se infla como un pavo y nos regala planos realmente interesantes, chispazos de talento completamente desperdiciados en una película de la que puedes predecir con un margen de error de segundos, cuándo va a mostrarte el siguiente asesinamiento.

Pero una cosa es que la película no consiga sorprenderte y otra muy distinta que ni siquiera lo intente.

Cuando habría sido tan fácil darle un giro inesperado.

En X todo es tan obvio que la película se vuelve trivial. Cada estereotipo de personaje se ajusta tan fielmente al modelo estándar del género que su desarrollo predecible no produce más que tedio. X cumple tan escrupulosamente los doce, o los que sean, mandamientos del catecismo slasher que no es difícil imaginar a Ti West tachando, escena a escena, los elementos de una lista de «cómo se construye un slasher típico».

Y a los que llevamos más de cuarenta años viendo cine, eso nos aburre hasta el coma. Porque nos hemos metido ya en vena tantos títulos del género slasher que podemos ver las vías del travelling. Sobre todo en casos como éste, donde el director ni siquiera se toma la molestia de intentar disimularlas.
Bueno, hay cosas que es mejor no disimular.

Yo no voy al cine deseando que la película no me guste. No me siento delante de la pantalla de mi televisor con la crítica ya escrita. Quiero ver buen cine o, por lo menos, películas que me entretengan. X embarranca en una zona gris. Ni me parece espantosa ni tampoco logró interesarme demasiado. Narrativamente depende tanto de sus antepasadas que pasa desapercibida. Las elecciones del director sobre la narración no son las correctas, porque prácticamente no toma ninguna.

Y tal vez haya alguna duda sobre qué hace una buena o una mala película, cuestión aparentemente subjetiva pero que en realidad no lo es tanto y por es el asunto titula la presente entrada del Paratroopers. Una película (o una novela, ya puestos) debe responder a una pregunta: ¿Consigue el autor ofrecer lo que se había apostado con el espectador que iba a ofrecerle y lo consigue con el uso más eficiente de los recursos a su disposición? Si la respuesta es afirmativa, entonces es una buena película, aunque la hayan rodado con cuatro duros y encima no te guste. Si la respuesta es negativa, por buena que sea en el apartado técnico, la película es un cagarro.

No digo, insisto, que X sea una mala película. Es una película de asesinatos que te da asesinatos. Ahora bien, ¿te los da en la mejor forma posible? ¿Alcanza el director de X el objetivo propuesto "with flying colors", como dicen los gringous, o cumple por los pelos ateniéndose a la fórmula del mínimo esfuerzo?

En mi opinión, X es claramente una película que aprueba por la mínima. Que saca un cinco raspado porque, enfrentado a las diferentes decisiones que podría haber tomado para intentar darle otro enfoque a su largometraje, Ti West escogió no tomar ninguna. Otro director, con este mismo guion y este mismo reparto, habría entregado una obra muy distinta. Dentro de su margen de maniobra, por restringido que fuese, Ti West pasa olímpicamente de todo y va directo hacia la meta, sin importarle si por el camino atropella a un par de viejas. Y eso que X contiene ingredientes interesantes que, mezclados de otra manera, podrían haber producido un resultado muy distinto. Sujeto con empecinada ceguera a su libro de instrucciones Slasher for dummies, Ti West ha desperdiciado la oportunidad de sorprendernos y por eso su X, rodado con herramientas melladas, es sólo otro slasher más, cuando podría haber sido EL ÚNICO SLASHER QUE DEBERÍAS VER EN 2022 y quien sabe si en toda la década.


Te explico la manera en que podría haberlo logrado. A Ti West ya no le va a aprovechar este consejo, pero si tú eres de los que aspiran a morirse de hambre escribiendo tal vez le saques jugo a la idea. Espóilers a barullo de X a partir de aquí.

Es característico del género slasher que el asesino sea alguien ajeno al círculo de relaciones de sus futuras víctimas (salvo en Scream, que precisamente por ser un slasher que deconstruía y en cierto modo parodiaba el modelo del slasher típico, hacía asesino bicéfalo a dos de los amigotes de Neve Campbell). Casi todo protagonista de leyenda urbana o individuo rarito con el que el grupo de amigotes esmochables se encuentren en el primer acto será, con raras excepciones, el matarife del largometraje.

Bueno, ¿y si no fuese así?

Tan pronto como el equipo de rodaje llega a la granja queda muy claro que esos dos viejos siniestros que viven en Atomarporculo de Arriba no son trigo limpio. ¡Joder, que el viejales recibe al productor escopeta en mano y le recuerda que en Texas matar a alguien que entra sin permiso en tu propiedad es defensa propia! (Que ése es otro estereotipo del género que cada vez me resulta más indigesto: ¿por qué los protagonistas se quedan en un escenario amenazador, desasosegante, o toleran la compañía de alguien a quien no recogerían si se lo encontrasen haciendo auto-stop? Vamos, que por qué las futuribles víctimas del asesino son tan recondenadamente lerdos). Pero la cuestión es, ya que tienes que jugar con las mismas pelotas que los demás directores de slasher, ¿por qué no haces unos malabares diferentes?

¿Por qué el vejete gruñón y la vieja mochales tienen que acabar siendo los asesinos de X? ¿Porque él es un borde gilipollas y ella una momia con demencia senil? Ésa es una razón horrorosa para convertir a alguien en el malo de tu película. Capullos y viejos los hay a patadas, capullos viejos ya ni te cuento, y estoy casi seguro de que no todos ellos matan gente.

A veces, cuando trabajas con un material determinado, tu única posibilidad de ser original es frustrando las expectativas de tu público.

¿Y si te esfuerzas en que al espectador le caigan gordas las dos momias que viven en la granja y luego les das en los morros haciendo que el asesino/los asesinos sea/n alguien diferente?

Te diría que te inspirases en Psicosis, de Hitchcock, que empieza como un largometraje de cine negro y, súbitamente, su protagonista es asesinada, Norman Bates toma el relevo como personaje central y Psicosis se convierte en una cinta de terror... pero, ¿a quién vamos a engañar?, no te vas a ver una película en blanco y negro y ambos lo sabemos.

También podría decirte que te vieses Decisión crítica, que empieza como una película más de Steven Seagal y va Steven Seagal y se mata al principio del segundo acto (un amigo mío que la vio en el cine jura que oyó llorar a los fans de Seagal un par de filas por detrás de la suya), dejándole las riendas del drama a Kurt Russell; pero tampoco te vas a ver una película de los noventa, que te crees que el cine empezó cuando cumpliste quince años, asqueroso Millennial.

Así que no te diré nada. Te diré que si yo hubiese rodado X, maniatado como habría estado por las convenciones del slasher habría intentado sorprender a mi público no haciendo de los dos inicuos viejales cabronías los malos de la película.

Sobre todo porque habría tenido un candidato mucho mejor.

Hay en el montaje de X un punto de inflexión excelente para introducir al asesino.

Los apirolados estudiantes de cine, RJ (Owen Campbell), que pretende rodar la primera porno «de autor», la primera porno avant-garde (y luego resulta que Bobby-Lynne, el personaje de Brittany Snow, sabe más de encuadres y lenguaje cinematográfico que él), y su reticente novia y técnico de sonido Lorraine (Jenna Ortega), que se pasa media película preguntándole a RJ cómo coño se han metido en esa mierda de rodaje, protagonizan el punto de giro perfecto para convertir lo que hasta ese momento era una película pasable, y un poco aburrida, en un slasher con todas las de la ley que el espectador no hubiese podido predecir.
La voz de la experiencia.

Lorraine es, de todos los personajes de X, el más interesante por su arco de transformación. Porque es el único que no quiere estar en esa furgoneta, que no quiere ir a la granja, que no quiere colaborar en la producción de una peli porno, que sólo acompaña a su novio por hacerle un favor... o porque no se fía de dejarle solo un día entero con un par de profesionales del fornicio cinematográfico.

Pero, en algún momento, a fuerza de pasar horas con esas chicas tan... digamos «viajadas», Lorraine empieza a revisar sus prejuicios hacia ellas y su profesion. Quizá esas mujeres poderosas, que saben cómo utilizar su sexo y sus cuerpos para dominar a los hombres, acaban despertando su admiración. Quizá de tanto grabar gemidos y chapoteo de líquidos venéreos acaba el día cachonda perdida. Quizá siente curiosidad, quiere experimentar, conocerse mejor a sí misma, obligar a RJ a enfrentarse a sus propias contradicciones, o acaba de descubrir su verdadera vocación o intenta averiguar si también puede hacer lo mismo que Maxine y Bobby-Lynne o dirá lo que sea necesario para follarse a ese negro de pollón de acero y pide a Wayne rodar ella misma una escena.

Y a RJ, su novio, ese Godard de Aliexpress que hasta ese preciso momento tenía una cara de imbécil que no se podía aguantar y estaba lleno de hipócritas razones no sólo para defender la industria del entretenimiento para adultos sino también para participar de ella, la idea no sólo no le hace ni reconchudísima gracia, sino que de súbito se convierte en el típico talibán de sacristía en el que nos convertimos la mayoría de nosotros cuando nuestra churri nos dice que quiere mambo namber faif con otro tío.

Lo cual sólo hace que Lorraine tenga todavía más ganas de hacer la escena. Aunque sólo sea para demostrar que su chocho es suyo y ella pone las reglas.

Y la insistencia de Lorraine y las estúpidas objecciones de RJ (que se aferra patéticamente a razones creativas; "it's my film, Lorraine. The story can't just suddenly change midway through". "What about in Psycho?", replica ella) para tratar de impedir que su chica se abra de patas para otro sólo hacen que Lorraine se obceque más y hasta Wayne, el productor, tiene que explicarle a RJ lo obvio: "if she's serious, she's gonna do it whether you like it or not. Now, you try to stop her, not only is she gonna do it, she's gonna go on and do it with God knows how many people in God knows how many films, and nobody wants that".

Lorraine pasa de ser la chica que "hardly says a word. She just stares at everyone" a dejarse filmar trincando como una pantera con el que veinticuatro horas antes era un perfecto desconocido.
(Pero que tiene un cipotazo como una anaconda del Mississippi).
Lorraine rueda su escena.

Y es RJ quien sostiene la cámara.
La preparasió para la fornicasió.

RJ tiene que filmar a su novia haciendo la bestia de dos espaldas con otro hombre.

Y se siente simbólicamente castrado. Humillado por su amada. Reducido a un voyeur, un cornudo.

Pocas heridas son más profundas que las que se le infligen a la masculinidad de un hombre. Pero no se lo cuentes a tu novia, si todavía no lo sabe.
Taaaaardeeeeeee.

Éste es el momento de giro en el que, como en Psicosis, que ya hemos mencionado dos veces, la película que creías estar viendo tuvo la oportunidad de transformarse en otra cosa.

Creías que los malos de la película eran los dos viejos raros.

Pero no. Podría ser un RJ completamente devastado por lo que entiende como una traición de Lorraine, un insulto a su virilidad, una emasculación pública ante testigos y registrada en celuloide; RJ, incapaz de sobreponerse, podría haber matado a Lorraine, o al menos intentarlo, y haberse convertido así en el villano del film.

Las demás muertes habrían sido muy fáciles de justificar. Alguien podría haber intentado impedir que RJ matase a Lorraine y recibir una herida mortal en el forcejeo. El resto de la masacre ya sería una mezcla de sentido práctico («mejor será no dejar testigos») y borrachera de sangre («oye, pues esto de asesinar como que da gustito. Déjame matar a otro más, que ya me estoy poniendo burro sólo de pensarlo»), mientras Lorraine y quizá Maxine, a la que Ti West ha hecho la protagonista no entiendo muy bien por qué, huyen del asesino, intentan esconderse, conseguir ayuda, en una palabra: sobrevivir, que es en el fondo el motor argumental de todo slasher.

Y creo, honestamente, que con este giro argumental, además sobradamente justificado a partir de la construcción de escenario y personajes acometida hasta ese momento, X no habría sido sólo un slasher más, sino probablemente una de las películas más sorprendentes de la temporada y, relativamente, de las más originales del género.

Y no sólo simplemente otro slasher que no se distingue de sus predecesores más que en el hecho de que se ven más tetas de lo habitual.

Todos los días es el día internacional de alguna estupidez.

Incluido hoy, que podría ser el Día Internacional de X, El Mejor Slasher que Verás en Años.

Pero no. 


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