domingo, 4 de mayo de 2025

«Attendre et espérer!»

La dificultad de adaptar un libro para la pantalla, grande o chica, es uno de los temas recurrentes del Paratroopers, ya desde sus orígenes, y probablemente uno de los factores fundacionales de la transmigración de lo que empezó como una bitácora literaria (y ventana pública de promoción de los libros de su autor. Pregúntanos luego qué tal nos ha ido eso, querido lector) a algo más parecido a un blog de cine.


Aunque, en realidad, este gabinete digital sigue siendo la piscina de bolas donde Herbert Klein Sommer viene a hablar de lo que le sale de la bolsa de los cojones sin especial consideración al lenguaje, la coherencia, la corrección política o el sentido común. Y eso no ha cambiado ni cambiará a corto plazo.

Dado que estamos hablando de dos lenguajes diferentes, con sus gramáticas y convenciones diferentes, y puesto que el éxito raras veces merece largas meditaciones, casi en cada ocasión en la que hemos introducido el tema de las dificultades a la hora de trasladar una obra literaria a una película o serie ha sido para ciscarnos en todos los muertos del insensato que lo había intentado. Llámese ese necio Peter Jackson, Rupert Sanders, Andrés Muschietti, Clint Eastwood, el mismísimo Stanley Kubrick o el jrande Steven Spielberg.
Malos tiempos para el cinéfilo.

En párrafo corto, cuando hablamos de una adaptación para la pantalla de un libro o un cómic, normalmente es para ponerla de vuelta y media. Y con motivos. ¡Ya nos gustaría que todas las traducciones al Séptimo Arte de nuestras historias favoritas fuesen cojonudas! Lamentablemente, hay más Los ladillos del cagar, Dunes Segunda parte y Hellflops que Batmans de Matt Reeves, Dunes Primera parte o Miércoles. Y no por ninguna conspiración judeomasónico-jesuítica para destruir la cultura (aunque confieso que a veces es más fácil que otras descartar esta conjura), sino porque simplemente es mucho más sencillo hacer las cosas más que hacerlas bien y porque nunca falta un comité para joder una idea, por buena que sea.

Además, en los últimos tiempos no hay que descontar de la ecuación de malas adaptaciones cinematográficas el factor Escritor Imbécil. El diversity hiring («¿eres negro/mujer/homosexual/obeso mórbido/inmigrante/musulmán/tu colectivo victimizado favorito? ¡Contratado! Ah, no, lo de ser analfabeto como que no es un problema. Tu pertenencia a una minoría oprimida te dota de cualidades artísticas innatas») y el virtue signaling («¡Mirad qué anticapitalistas/gay-friendly/rojos/tolerantes/anti-Trumpistas/progresistas/queer que somos! ¡No nos crucifiquéis en twitter! ¡No le prendáis fuego a nuestras mansiones!») le ha hecho más daño a la industria del cine que Uwe Boll, las ambiciones monopolísticas de Disney, la deriva grandilocuente de Zack Snyder, el abaratamiento del gramo cocaína y la carrera de Madonna como «actriz» juntas. No importa lo interesante que sea un argumento, una historia o unos personajes. Un mal guion o una mala decisión creativa vuelve irredimible la película más prometedora. Como hacer negro a Louis de la Pointe du Lac en la serie de Entrevista con el vampiro y trasladar la acción al siglo XX. Si estaba más que dispuesto a perdonarle CASI todas sus carencias a la primera temporada (por estas razones), en la segunda temporada, ya tuve que rendirme. Por pura vergüenza ajena. Menudo derrape de escritura ya desde el primer episodio, con los guionistas de la serie fracasando en arreglar su propia cagada (por más que fuese una cagada casi seguramente impuesta por AMC Studios). Imagínate intentar hacerte pasar por un campesino ucraniano ante un soldado nazi, cuando eres clarísimamente NEGRO.

De unos años a esta parte, oír que han hecho una película o una serie de televisión con un libro, un cómic, que amas, nos produce amziedaz. Y queremos decir amziedaz nivel «¿por qué coño mi dulce hermanita pequeña se cepilla los dientes tan raro desde que volvió de su Erasmus?»

Una mala adaptación no es una adaptación infiel al original, pues eso las descartaría todas (es imposible trasladar fielmente un libro a la pantalla). Una mala adaptación es una adaptación que TRAICIONA el original, que desfigura el argumento, corrompe la trama, deshonra a los personajes y, encima, hay que joderse, obtiene como resultado una historia PEOR. El señor de los anillos de Peter Jackson no es ni pretende ser una adaptación fiel de la novela de J.R.R. Tolkien (para empezar, y por no extendernos, DESTROZA los maravillosos diálogos del maestro y los baraja, poniendo en boca de este personaje líneas que en el libro pertenecen a otro, etcétera), pero es una BUENA adaptación porque, sin renunciar a dejar su impronta autoral propia, Jackson consigue preservar el carácter de los personajes, hace buenas elecciones a la hora de establecer qué tramas del libro son necesarios para que funcione la película y RESPETA la obra que está adaptando. Hay verdadero amor detrás de El señor de los anillos de Jackson. Y se nota en cada plano, a pesar de algunas decisiones absurdas destinadas, sugerimos, a aligerar el tono sombrío y pesimista que oscurece la trilogía a partir de Las dos torres y que podría hacer sentir incómodos, y alejar de las taquillas, a los espectadores más jóvenes. ¡Snowflakes! ¡Que sois todos unos snowflakes, millennials de mierda!

El hobbit, también de Peter Jackson, es una PÉSIMA adaptación de la novela homónima porque Jackson comete en El hobbit todos los errores que evitó en El señor de los anillos. Estira la acción en vez de acortarla (para cumplir con el contrato de entregar tres películas y acaparar taquillas tres Navidades seguidas). Reescribe el argumento con un montón de relleno innecesario y personajes que no pertenecen a la historia, o que directamente fueron inventados. CORRIGE a Tolkien inventándose un absurdo romance que se carga el canon de la Tierra Media porque, idea de bombero de los productores, era presuntamente imprescindible meter a patadas una historia de amor que maximizase las audiencias femeninas, que nunca fueron el público objetivo de esta película ni de ninguna otra de espada y brujería, para qué engañarnos. Pero, en fin, Peter Jackson ni siquiera quería hacer El hobbit, para empezar, y estaba física, psicológica y artísticamente agotado después de los DIEZ AÑOS de producción de El señor de los anillos. No seamos muy severos con el pobre Pedro.
Qué raro que se ve el Dr. Watson.

De nuevo, volviendo al hilo conductor de esta entrada, que nos dispersamos como mantequilla untada sobre demasiado pan, adaptar un libro a una película es traducir, y traducir es traicionar, INEVITABLEMENTE. Sin embargo, hay traiciones peores que otras. Quizá porque han sido cometidas con diferentes objetivos en mente. Por ejemplo Sin novedad en el frente, que en 2023 adaptó la novela homónima de Remarque sin ninguna consideración hacia el texto original, pero captando perfectamente su denuncia de la deshumanización de la guerra moderna y del colapso emocional y mental de sus protagonistas (aquí, nuestra mirada personal sobre el largometraje) representa la forma correcta de traicionar un libro. O, aunque en una categoría diferente, The Killer de David Fincher (aquí te explicamos por qué es una buena película al mismo tiempo que una mala adaptación). O, ya hemos llegado al meollo de la presente entrega del Paratroopers, El conde de Montecristo, de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, que le han echado un par de pelotas como bombonas de butano cada una con la adaptación de este clásico de la literatura francesa.

La obra inmortal de Alejandro Dumas y Auguste Maquet ha conocido, tantas adaptaciones a la pantalla que cuesta seguirles la pista a todas. La más antigua que hemos localizado, a despecho de la Wiskipedia, sea la de 1922 dirigida por Emmet J. Flynn, con John Gilbert como Edmundo Dantés, Estelle Taylor como Mercedes, Robert McKim como Villefort y William V. Mong como Caderousse. Le siguieron la de Henri Fescourt de 1929, la de Roland V. Lee de 1934, la mexicana de 1942 dirigida por Chano Urueta y protagonizada por Arturo de Córdova y Mapy Cortés, la de 1953 de León Klimovsky, la de 1961 dirigida en dos partes por Claude Autant-Lara, la serie para el espacio Novela de RTVE, emitida en 1969 y dirigida con más amor y buena voluntad que presupuesto por Pedro Amalio López (que también adaptaría Los tres mosqueteros al año siguiente); la de 1975 protagonizada por el recientemente Richard Chamberlain (una de nuestras adaptaciones favoritas), la miniserie de 1998 protagonizada por Gerardo Depardierdo (una de las adaptaciones más fieles a la novela), la película de 2002 protagonizada por Jim Caviezel, y, finalmente, la de de La Patellière y Delaporte que justifica la presente entrada de la bitácora.

Si quieres calibrar el impacto cultural de una obra, te basta con buscar sus traslaciones a otros medios o géneros artísticos. De la naturaleza UNIVERSAL de la colosal novela de Dumas da buen testimonio su vertido a película de dibujos animados, trhillers coreanos, anime japonés, telenovelas venezolanas, mexicanas, turcas, argentinas, chilenas, colombianas, brasileñas, un culebrón producido por Telemundo, una serie gringa con Emily VanCamp, un capítulo de Los Simpsons, una narconovela de Pérez Reverte que ha dado lugar a sus propias adaptaciones a la pantalla, una serie de capital italo-francés, rodada en inglés, de 2024, e incluso una serie española, protagonizada por la bellísima y talentosa Megan Montaner, que resulta ser una de las actualizaciones de la obra de Dumas que más nos gustan en el Paratroopers.

¿Que qué tiene El conde de Montecristo para haber apelado a lectores y audiencias de culturas diferentes durante los últimos doscientos años? Es probablemente la obra humana definitiva sobre la traición, la venganza y la obsesión. Incriminado
en una conspiración bonapartista, con pruebas falsas y testimonios comprados, por un rival envidioso, Danglars, y un intrigante procurador de provincias con secretos propios que proteger, Gérard de Villefort; traicionado por su amigo Fernando Mondego, que quería levantarle la novia, abandonado por la mujer a la que amaba y con la que iba a casarse, Mercedes, deshonrado, arruinado, encarcelado en la peor prisión de Francia, muerto para el mundo, el marino marsellés Edmundo Dantés regresa casi literalmente de la tumba, oculto bajo la identidad falsa de Conde de Montecristo y forrado el riñón por el tesoro de Cesare Espada cuyo escondrijo le fue revelado por el abate Faria poco antes de morir, y dedica su fortuna a administrar justicia sobre todos los que le perjudicaron.
Ni Smaug tenía tanta pasta.

A lo largo de las más de mil páginas de la novela (la extensión de El señor de los anillos), Dantés usa diversas identidades y disfraces, reúne información, miente, soborna, amenaza, corrompe, convencido de que se ha convertido en un enviado divino, en la espada de la justicia de Dios, y lleva a la ignominia, la deshonra, la locura y la ruina a sus enemigos. Su determinación sólo flaquea cuando su plan de venganza lleva a Héloïse de Villefort al suicidio, después de envenenar a su hijo Eduardo. Es entonces cuando Edmundo toma consciencia de las terribles consecuencias de la venganza. En el proceso de desquitarse de quienes le traicionaron, ha lastimado a otros que no lo merecían. El Conde ha asesinado a Edmundo Dantés. El hombre que fue jamás perdonará al ángel de la muerte en que se ha convertido. El precio de su venganza ha resultado ser demasiado alto, porque víctimas inocentes han pagado una parte de él. Su camino le ha llevado al destino que codiciaba, pero ya no le permite volver atrás.

Lo mejor de Edmundo Dantés murió en el castillo de If. Su cólera y su odio se evadieron y adoptaron el nombre de Montecristo.

La película de
de de La Patellière y Delaporte es, además, un ejemplo de cómo debe adaptarse un libro para la pantalla, cuando no tienes a tu disposición tres películas de tres horas cada una y casi trescientos millones de dólares como disfrutó Peter Jackson para adaptar El señor de los anillos, obra de extensión similar a El conde de Montecristo.  En ese caso, hay que meter la podadora, prescindir de tramas y personajes secundarios, simplificar, reescribir. Con todo, El conde... dura casi tres horas de experiencia cinematográfica. Pero, ¡vive Sara Sampaio Dominátrix!, se te hace corta (sigue leyendo).
Regalo para mis lectoras, en caso de que alguna acabe aquí por accidente.

Entre otras decisiones de escritura, 
de La Patellière y Delaporte (guionistas además de directores de este largometraje), refunden en uno solo los personajes de Haydée y Valentina de Villefort, por una parte, y los de Alberto Mondego y Maximilien Morrel, por otro, y convierten su romance en la historia de redención del Conde. En su búsqueda compulsiva de venganza, Dantés se ha puesto a sí mismo en la posición de no poder amar ni ser amado jamás, ha hipotecado su humanidad y ha perdido, esta vez para siempre, a Mercedes. Pero puede patrocinar el amor puro y sincero de Haydée y Alberto y ponerlos a salvo (en la novela, inmunizando al personaje de Valentina contra el veneno que le está dando su madrastra y fingiendo su muerte), negándose a matar en duelo a Alberto, aunque ello le cueste la vida, y aconsejando a los jóvenes enamorados que huyan de París, que dejen atrás las intrigas, prosopopeyas y mezquindades de la sociedad y vivan el uno para el otro.

El Dantés de la película ya no puede amar ni hacerse digno de amor, pero todavía puede dar esperanza a otros, a Alberto y Haydée, en cuyo amor ve un reflejo del que unió a Mercedes y a sí mismo. Para él, ya sólo queda el mar. Su primer amor y el único que se le ha mantenido fiel. El desierto vivo al que tanto Dantés como Montecristo se retiran para convertirse en fantasmas.

En otra concesión a la economía narrativa y la gramática cinematográfica, la película prescinde del personaje de Noirtier, padre de Villefort y agente bonapartista destinatario de la carta conspiratoria que determinará la ruina de Dantés, y lo reemplaza por una mujer, Angèle (bellísima y convincente Adèle Simphal), hermana, que no padre, de Villefort (y portadora de la carta incriminatoria) a la que Dantés rescata de un naufragio en los primeros segundos de metraje, extraordinario retrato de carácter del personaje en el que Pierre Niney SE TRANSFORMA en esta grandiosa producción que derrocha los mejores valores del cine francés.

También, en un intento de modernizar la obra sin renunciar a su ambientación de época, esta adaptación atribuye a Dantés una serie de convenciones más propias de El Zorro o de Batman que del antihéroe de Dumas. ¡Si hasta tiene su propia batcueva y emplea prótesis faciales para disfrazar su verdadera identidad! Esta escenografía más apropiada para una película de superhéroes es tan refrescante, y está incorporada con tanta inteligencia y mano derecha, que revaloriza la película, cuando el resultado más previsible de esas decisiones de diseño hubiese sido que esos tropos aparentemente anacrónicos (SÓLO aparentemente, léete más clásicos franceses, analfabeto de mielda) chirriasen como uñas contra una pizarra o un hábito de monja sobre Sasha Grey.

Y, quitémonos de encima la tensión de una puñetera vez, El conde de Montecristo de de La Patellière y Delaporte es un PELICULÓN como los de antes. Grandiosa sin ser grandilocuente, lujosa sin pompa, ambiciosa pero no insensata, con una música magistral, unos decorados preciosos, una fotografía ACOJONANTE y un reparto tocado por las musas que nos hace olvidar, desde el minuto cero, que estamos viendo una ficción, y nos mete de cabeza, y hasta las uñas de los pies, en la más famosa historia de obsesión y venganza jamás escrita.

Además de su buen hacer, también ayuda, al menos al redactor de este párrafo, que Pierre Niney tenga el aspecto que nos imaginamos que debía tener Edmundo Dantés cuando leímos por primera vez la novela. Y encima el peaso cabrón del Pierre es un actorazo convicente como lo son los mejores actores franceses. Que habría que hacer un estudio de busque correlaciones entre el nivel de talento de un actor francés y el tamaño de su napia (Niney alardea de una buena nacha, no decimos grande y patatuda sino ganchosa): Christian Clavier, Depardieu, Vincent Cassel, Jean-Paul Belmondo, Louis Garrel, Jean Dujardin, Gaspard Ulliel...

Con una mirada, con una PUTA MIRADA, Niney es capaz de transmitirnos la desolación de un hombre a quien su búsqueda de la venganza ha puesto para siempre al margen de la humanidad, la agonía del alma que se ha enviciado en el pecado pero no ha encontrado placer en él, el vacío del campeón, que ha conquistado su meta y ya no se reconoce ya, tras los sacrificios que ha hecho para alcanzarla. Y los otros actores también sacan pecho y RELUCEN de talento puro de oliva, hasta el punto de que es difícil destacar a uno solo de ellos sin menoscabar el impresionante trabajo de todos los demás. Pero aquí no nos arrugamos ante los retos y vamos a significar a la dulce y PODEROSA Anamaria Vartolomei, que en su papel de Haydée no sólo nos conmueve, enamora y AVASALLA con su autoridad interpretativa, sino que convierte el CHISTE de papeluco de mala muerte que le escribieron para Mickey 17 (tremendo mojón firmado, ¡ay!, por el antaño irreprochable Bong Joon-Ho) en un insulto infamante a sus capacidades como actriz, completamente desaprovechadas en esta burda parodia de película de ciencia-ficción.
La moza saca petróleo de su personaje. ¡PETRÓLEO!

A ver, cabezabolo, ¿necesitas seguir leyendo otra pitochada más para correr a ponerte El conde de Montecristo? ¡Deja de perder el tiempo en esta bitácora de mierda y corre a verla ya, hostia en diez, antes de que venga el próximo HAPAGÓN!

 «l'humaine sagesse était tout entière dans ces deux mots: attendre et espérer!»

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