viernes, 24 de febrero de 2023

No todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas

Hasta su muerte, debida a complicaciones por un infarto cerebral, en diciembre de 2021, Anne Rice escribió trece volúmenes de Las crónicas vampíricas (tranquilo, no te los tienes que leer todos; sólo los tres primeros merecen realmente la pena), tres de Las brujas de Mayfair, dos de Nuevos relatos de los vampiros, tres de Ramsés el maldito, sólo dos de su prometida y frustrada trilogía sobre Cristo, dos novelas de las Crónicas angélicas, dos de las Crónicas del lobo, cuatro de su serie erótico-homo-BDSMética La bella durmiente (bajo pseudónimo de A.N. Roquelaure), otras seis novelas unitarias bajo su propio nombre o bajo el pseudónimo de Anne Rampling (te recomendamos, querido lector, muy especialmente Violín y La noche de todos los santos), algunos cuentos y una autobiografía: Called Out of Darkness (algo así como «Arrancada de la oscuridad»).


Sólo de sus Crónicas vampíricas y de Las brujas de Mayfair, Anne Rice ha vendido más de 150 millones de ejemplares
(¡qué envidia nos da, rediós!). Así que nuestra amiga Anne era, definitivamente, una escritora de Best-Sellers con algo que muchos escritores de Best-Sellers no tienen: talento. Sus libros no sólo se venden como botellines de Solán de cabras en una discoteca rave, sino que el peor de ellos está mejor escrito, es más entretenido, tiene una historia mejor tramada y personajes más atractivos que la mayoría de la mierda que puedes encontrar hoy en día en las librerías.

De la larga y prolífica bibliografía de Anne Rice se han hecho varias adaptaciones para la pantalla. Exit to Eden fue llevada al cine en 1994 por Garry Marshall, con Dan Aykroyd, Dana Delany y Rosie O'Donnell en los papeles protagónicos. Cristo el señor fue adaptada en 2016. La noche de todos los santos se convirtió en un telefilm en 2001. Alexandra Daddario se ha metido en la piel de Rowan Fielding en la adaptación (a tenor de los indicios, libérrima), en forma de serie televisiva, de Las brujas de Mayfair.

Y, por supuesto, (no, no se me había olvidado) Neil Jordan llevó en 1994 a las pantallas Entrevista con el vampiro, adaptación del libro superventas de 1976 con Brad Pitt en el papel de Louis de Pointe du Lac (estuvo a punto de dejar el rodaje porque se deprimía con todos esos planos nocturnos), un casi irreconocible Tom Cruise en el de Lestat de Lioncourt, una jovencita Kirsten Dunst como Claudia y un imposible Antonio Banderas como Armand (el personaje es descrito como un adolescente en los libros). Y para los que no esperábamos una secuela de esta maravilla del cine finisecular, en 2002 nos lavaron los dientes con mierda con esa La reina de los condenados que se follaba por la oreja la novela homónima, con el desganado Stuart Townsend como Lestat y la pobre Aaliyah como Akasha. La maldita peli es más aburrida que intentar bailar la Constitución española y luce más barata que un condón de cemento.

(Y, encima, la pobrecita Aaliyah se mató durante la postproducción, en un accidente aéreo en las Bahamas).

Adolescente, sí, claro. ¿Y qué más?


La reina de los condenados fue, durante más de veinte años, la última aproximación cinematográfica al universo gótico de Anne Rice. Y menuda cagada de película. Rediós. Recuerdo que salí del cine queriendo darle un puñetazo a alguien. Entrevista con el vampiro es la única película que he ido a ver al cine cinco veces. A pesar de las licencias que se toma sobre la novela original, sigue reluciendo como una adaptación casi perfecta de material literario. La reina de los condenados la vi una vez en mi vida. Y tuve que pagar la entrada y el taxi para volver a casa porque el único cine en el que la daban estaba a tomar por culo de donde yo vivía y sólo la proyectaban en la sesión de las diez de la noche. Un tiempo, un dinero y unos kilómetros que ya no recuperaré jamás. El pobre Stuart Townsend incapaz de recoger la antorcha del Lestat de Tom Cruise. La pobre Aaliyah incapaz de convencernos de que es un superdepredador egipcio de cuatro mil años de edad. La desdichada de Marguerite Moreau intentando convencernos de que es una investigadora de La Talamasca. El pobre Matthew Newton intentando que no se le notase lo poco que se parece a Antonio Banderas. El pobre Vincent Pérez poniendo cara de «¿aquí cuándo se cobra?».

Hay muchas razones por las cuales fracasó La reina de los condenados. Introdujeron demasiados personajes y tramas a la vez y picotearon capítulos del libro homónimo y de Lestat el vampiro, su precuela nunca rodada (y que es casi una refutación a la totalidad del relato que Louis hace de Lestat en Entrevista con el vampiro), en un totum revolutum al que le habrían hecho falta cuatro horas de metraje para ser medianamente inteligible y que parece escrito por unos completos papanatas. Townsend, que es el único que parece medio tomarse medio en serio su papel, no consigue hacernos olvidar la magistral actuación de Tom Cruise ocho años antes. Los efectos especiales y las escenas de acción, que nos habían dejado boquiabiérticos y ojipalómicos en 1994, aquí parecen hechos a desgana y en el último momento (Parece que no les alcanzó para contratar de nuevo a Stan Winston). Con cuatro duros. Y hablando de parné: treinta y cinco millones de presupuesto, promoción aparte (algo menos de sesenta millones de hoy en día, con el ajuste de la inflación), costó este horror, y se quedó por debajo de los 45 millones y medio de recaudación mundial. Lo que, por generoso que seas con la contabilidad, en Hollywood toda la vida será un hostión total.


Con esa herida aún abierta y sin cicatrizar, la franquicia de Anne Rice se había vuelto radiactiva. En el mundo del cine vales tanto como ha recaudado tu más reciente fracaso de taquilla, y La reina de los condenados fue un moco de los gordos. No un guarrazo épico pero sí una panzada de las que duelen. De ahí que durante veinte años nadie se haya vuelto a atrever a intentar llevar a nuestras pantallas las historias de la autora de Luisiana.

Hasta ahora.

En 2016, Anne Rice anunciaba, extática, en su cuenta oficial de Facebook que la opción para la pantalla de su saga vampírica había caducado ya y, por lo tanto, los derechos habían regresado a sus manos y de inmediato, con la colaboración de su hijo Christopher, él mismo también escritor, empezaba a trabajar en una serie de televisión sobre Lestat y compañía. «A "Game of Thrones" style faithful rendering of this material», especificaba la autora. En mayo de 2020, AMC (los de la serie de The walking dead) anunció que acababa de llegar a un acuerdo con Christopher Rice para adaptar tanto Las crónicas vampíricas como Las brujas de Mayfair (de cuyos derechos ahora era titular a la muerte de su madre), en forma de sendas series para televisión y finalmente se han estrenado las primeras temporadas de ambas sagas.

Y me he enterado por los gritos.

Hay que admitir que la gente está tan desollada con el diluvio de propaganda woke que ya grita por todo, incluso por lo que no es susceptible de merecer un alarido de indignación.

Que no es que la serie de televisión de Entrevista con el vampiro no tenga cosas dignas de crítica, es que realmente me da la impresión de que los que más fuerte aúllan contra ella o bien no han visto ni un solo episodio o bien gritan por el gusto de gritar.

En resumen: la serie no es tan mala.

De hecho, la serie es realmente buena y, hasta cierto punto, una mucho mejor adaptación de la novela de Anne Rice que la película de Neil Jordan.

Pero la gente sigue gritando. Y no digo yo, insisto, que no tengan motivos para pegar algún que otro grito, pero me parece que están berreando demasiado fuerte y, en algunos casos, por los motivos equivocados.

A ver si me explico, oh amado lector:
"The vampire was utterly white and smooth, as if he were sculpted from bleached bone, and his face was as seemingly inanimate as a statue, except for two brilliant green eyes that looked down at the boy intently like flames in a skull."

«El vampiro era totalmente blanco y terso como si estuviera esculpido en hueso blanqueado; y su rostro parecía tan exánime como el de una estatua, salvo por los dos brillantes ojos verdes, que miraban al muchacho tan intensamente como llamaradas en un calavera.»
A ver... admito que esta descripción difícilmente se ajustaría a Jacob Anderson.
Encuentra las siete diferencias.

Sip, a mí también me ha cabreado un poco el color ligeramente oscurito de la piel de Louis en esta nueva adaptación de las novelas vampíricas de Anne Rice. Porque no es que no respete la descripción de Louis que se nos da en los libros, es que es directamente lo opuesto. Y que también hayan contratado a una actriz negra para interpretar a Claudia en la serie
(a Claudia apenas se la describe en los libros: niña de unos cinco años, muy delgada, largo cabello rubio, y vía) cabreará particularmente a aquellos que, como yo, sospechen que esa elección creativa, muy lejos de intentar representar la diversidad racial del sur estadounidense a principios de siglo XX, sólo tiene como propósito el «virtue signaling». Hacernos ver lo antirracistas, tolerantes y progresistas que son en AMC y lo viles, fanáticos y nazis somos los que entendemos que este blackface gratuito de personajes declaradamente blancos no añade ningún valor a la historia.

Pero poner a dos actores afrodescendientes en los papeles de Louis y Claudia no me molesta. En absoluto. La raza no es un factor definitorio de los personajes. Podría sin ningún esfuerzo transigir con este cambio de color.

De no ser, y esto sí me molesta, por el hecho de que capítulo a capítulo, a lo largo de Entrevista con el vampiro: la serie, me están recordando constantemente que Louis es negro. Como si eso tuviese puñetera importancia y acabo de decir que no la tiene. Podría olvidarme de que el Louis de la serie de 2023 no tiene el mismo tono de epidermis que el Louis de la película de 1994 y el de los libros de no ser porque cada vez que aparece en pantalla con uno o varios actores
anglosajones, los realizadores de la serie nos castigan con otro publirreportaje de lo jodido que es haber nacido negro y lo asquerosos y bárbaros y sistémicamente racistas que son los blancos.

La raza de Louis de la Pointe du Lac no podría importarme menos, pero a los responsables de la serie de AMC les repatea que no me importe. Quieren que me importe. Exigen que me importe porque, al parecer, el color de la piel de Louis es más importante para ellos que su personalidad, su biografía, sus relaciones con otros personajes o su papel en la historia, y por eso me han armado esta cantidad realmente abusiva de escenas en las que Louis es denigrado, amenazado o agredido por ser negro.

Hace tiempo que leí por última vez la trilogía canónica de Las crónicas vampíricas, pero hasta donde llega mi memoria la opresión de las minorías, el supremacismo blanco y los sufrimientos de los negros en Luisiana no formaban parte del argumento. Esas novelas, particularmente las dos primeras, son un grito de impotencia ante el abismo de la muerte, que unos personajes divorciados de cualquier idea de trascendencia espiritual, de la fe en Dios alguno y de la existencia del alma, rechazan de plano, arrojándose a los brazos de un materialismo tenebroso, de una carnalidad eterna como parásitos inmortales de su propia especie.

Anne Rice escribió Entrevista con el vampiro entre borrachera y borrachera durante lo más crudo de su fase atea, aún conmocionada y furiosa por la repentina muerte de su hija Michele, aquejada de leucemia. Entrevista... es un libro oscuro, nihilista, desesperado, sádico, deprimente, escrito por una madre que aún sangraba por la ausencia de su hija, pero la cosa racial como que no estaba por ninguna parte en los libros. Hasta donde yo recuerdo.

Lo que sí está en la novela es el hermano de Louis, un muchacho con una vena mística, quizá un poco trastornado, que se suicidó cuando Louis rehusó vender todos los bienes de la familia, como la mismísima Virgen María le había ordenado, y usar el dinero para restaurar en Francia el cristianismo, amenazado por la atea Revolución. Y en la serie rescatan a ese personaje, ausente en la adaptación de Neil Jordan, y, como en el libro, la familia de Louis responsabiliza a éste de la muerte de su hermano el tronado capillitas. Y, como en el libro, el hermano está hecho mierda, tiene visiones mesiánicas, se va a predicar la palabra de Dios al barrio de las putas y acaba autoesmochándose saltando de lo alto de un tejado. Y la familia de Louis sospecha que Louis tiene algo que ver con ello, que no fue suicidio, y le hacen la vida imposible por este motivo.
(En la película de 1994, son la esposa y la hija de Louis los que mueren, sumiéndole en una espiral de melancolía y autodestrucción).
En la subtrama del hermano de Louis, la serie de AMC es más fiel al libro que la película de 1994.

Lamentablemente, en lo que se refiere a los medios de vida de su familia, la serie vuelve a distanciarse radical e inexplicablemente del material que adapta.

En la novela, la familia de Pointe du Lac son terratenientes sureños. De Luisiana. Probablemente dueños de plantaciones y probablemente esclavistas.

En la película, no se llega a decir de dónde procede la fortuna de la familia.

En la serie, los Pointe du Lac fueron dueños de plantaciones de caña e ingenios azucareros, pero las leyes de Jim Crow les obligaron a malvender todo (no explican cómo ni por qué) y reinvertir el dinero en, no te lo pierdas, casas de juego ilegales y prostíbulos.

¿Qué es esto? Louis ha pasado de ser un terrateniente a un chuloputas. ¿En base a qué? ¿A su color de piel, como el de un pimp de thriller policial de principios de los setenta? ¿Qué aporta a la historia esta transformación del personaje? ¿Nada sutil venganza clasista del showrunner, que convierte en su ficción a un latifundista esclavista en un proxeneta? ¿Insinúan los guionistas que un negro de principios de siglo sólo podía trabajar de domador de putas y hombre de paja para casas de juego ilegales? Menuda colección de estereotipos. Sólo faltaría que me sacáseis a Louis comiendo pollo frito y quimgombó, escuchando jazz y bailando claqué... Oh, Dios, ¿por qué lo habré dicho en voz alta?
¿Cuándo aprenderé a cerrar la boca?

Qué estupidez.

En serio, qué maldita estupidez. Una frivolidad absolutamente engorrosa, gratuita e inútil.

Que tal vez sea el resultado de una de las decisiones creativas más cabreantes que AMC ha tomado (aparte de follarse por la oreja la historia original): trasladar la acción de 1791 a 1910. Supongo que por ahorrarse una pasta en vestuario y atrezzo. Pero al tomar esta derivada se han cargado la relación orgánica entre la figura del vampiro y el romanticismo cultural en el que se convirtió en personaje literario arquetípico, protesta contra la mecanización de la sociedad a la que empujaba el progreso de la razón y las ciencias, autoexaltación de la individualidad personal frente a la universalidad ilustrada, rebeldía contra la sociedad estamental y las convenciones burguesas.

La búsqueda de la oscuridad, las ruinas y la sordidez como protesta contra los nuevos ideales del Siglo de las Luces, el culto a la fantasía y la superstición frente a la razón y la ciencia, la entronización de lo folclórico y popular por encima de la engolada apoteosis de una cultura letrada dirigida por una élite intelectual, crearon las condiciones para que el vampiro pudiese conquistar un puesto de honor como personaje literario y alegoría de criatura nocturna, preternatural, encarnación de todas aquellas características irracionales y salvajes que la humanidad sacó a rastras del limo primordial y que, por grande que sean nuestros progresos como civilización, nunca nos abandonarán del todo.

Así que para mí ésta es la decisión más difícilmente defendible, salvo por motivos presupuestarios (hacer una serie de época cuesta un cojón y la yema de otro y, a fin y al cabo, una chaqueta de 1910 no es tan diferente de otra de 1940), de la serie de Entrevista con el vampiro. No la negrificación de Louis y Claudia, que me da bastante lo mismo, ni los cambios en el origen de la riqueza de la familia de los Pointe du Lac. No acabo de comprar la premisa de ese joven siglo XX en el que se ambienta la acción de la serie de AMC. No tengo la impresión de que los showrunners se hayan tomado demasiadas molestias en representármelo como un escenario congruente en el que que aparezcan vampiros.

Pero...

Casi nada de lo que acabas de leer, si has llegado hasta aquí, oh reverenciado lector con rostro de efebo, abdominales de atleta, olor a lavanda y sabor a Riley Reid, te habrá impedido notar lo flojillos que son mis argumentos contra Entrevista con el vampiro: la serie. No he usado mayúsculas, ni mayúsculas en negrita, ni blasfemias en lenguas muertas ni invocado una sóla vez a Sara Sampaio Dominátrix, mi Señora y Salvadora. Ninguna de las modificaciones hechas al cánon me ha impedido disfrutar la serie de AMC como si en la puta vida hubiese cogido en la mano un libro de Anne Rice o visto la película de 1994 porque este producto televisivo tiene un truco que me ayuda a disfrutarla a pesar de la derrrrrrrrrrrrrapada que la aleja de los libros y de la película de 1994. Y ese truco, esa premisa que hace menos cabreante su visionado queda establecida ya en el capítulo piloto, cuando Louis admite, enfrentado a la acusación de Daniel (Eric Bogosian, recibiendo el testigo del personaje de Christian Slater), que ha, digamos, «decorado» un poco su biografía en la primera entrevista y se pone en contacto con su amigo el escritor para escribir la versión definitiva, sin filtros, de su historia.

Y es ese carácter de «biografía autorizada», de «Elseworlds» de Las crónicas Vampíricas, de «Fan Fiction autorizada, respetuosa y congruente» de Entrevista con el vampiro lo que me hace tan palatables las licencias que los creadores de la serie se han tomado con esta nueva iteración del canon escrito hace más de cuarenta años por Anne Rice y me permite apreciar mejor sus innegables virtudes.

¿Lo cualo, perdón? Me lo repita.

Ah, no, no, no, en absoluto. Sam Reid hace un fabuloso Lestat de Lioncourt. No comete el error de intentar clonar la actuación de Tom Cruise en la película de Neil Jordan, sino que le otorga a su Lestat un alma propia, nueva. El de Sam Reid no es el Lestat de 1994, es el Lestat de 2022, y me encanta. Es el Lestat de los libros; caprichoso, seductor, temperamental, fascinante, epicúreo, manipulador, apasionado, impredecible, cruel y con un giro a lo Hannibal Lecter (hay una escena en el segundo episodio que está fusilada de El dragón rojo) que le aprovecha mucho.
Encuentra las siet... ¡Uh! ¡Si son casi idénticos!

Me ha encantado el Lestat de Sam Reid (al que hasta la fecha sólo habíamos visto en '71). Su aproximación al personaje es diferente a la de Tom Cruise en la película de 1994 y está a años luz de la del pobre Stuart Townsend, que creo definitivamente que no sabía dónde se estaba metiendo cuando firmó el contrato para La reina de los condenados. No importa si en algún momento empiezas a tener la sensación de que el personaje empieza a escurrírsele entre los dedos, porque en ese preciso instante Reid tendrá un arranque de genio, o matará a alguien a sangre fría con delicias de sadismo, y tú pegarás un salto en tu sillón y gritarás «¡coño, LestatSam Reid se las arregla para que reconozcas a Lestat en el más pequeño gesto, como a Gianna Michaels le basta con mostrarte sólo un píxel de de una de sus descomunales tetas para que la identifiques en el acto.
Y lo sabes.

Y los otros actores también me han gustado en sus respectivos papeles, que han hecho suyos. La Claudia de Bailey Bass no es la de Kirsten Dunst pero no da menos cringe que aquella y el Daniel de Eric Bogosian, con su trasfondo de alcoholismo, abuso de drogas, matrimonios fracasados y enfermedad de Parkinson, tiene mucha más profundidad y atractivo que el atónito testigo de la película fundacional.
Encuentra las siete... okey, vale. Es negra.

¿Entonces que a qué viene el título de la entrada? Viene a que algunos de los aullidos más fuertes que han llegado hasta mí a cuenta de esta serie denunciaban el obvio y nada disimulado mariconismo de los personajes de Lestat y Louis.

Joder, vosotros no os habéis leído los libros, ¿verdad? Pues al paratroopers hay que venir preparado. Toda, repito, TODA la dinámica de amo y vasallo, de maestro y alumno entre Lestat y Louis es la sublimación literaria de una relación homosexual y la propia Ann Rice lo confirmó numerosas veces a lo largo de los años. Es tan obvio para cualquier lector de las novelas adaptadas, tan conocido por cualquier bípedo con suficiente número de neuronas para ser capaz de reír y no cagarse encima al mismo tiempo, tan patético que alguien pretenda excomulgar el show de AMC señalando como propaganda gay surgida del teclado de un guionista sojas con pelo arcoiris, dilatadores en los lóbulos y un máster en Estudios de género lo que es precisamente uno de los más llamativos rasgos identitarios de la trilogía literaria original que ni siquiera voy a dedicar una palabra más a rebatirlo salvo éstas: «No todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas».

El que quiera entender, que entienda.
Ahí van dos que «entienden».

Hala, querido lector, vete a ver Entrevista con el vampiro: la serie si te gustan las novelas que adapta. A menos que te den cosica los vampiros, te revienten los homosexuales o seas un ofendidito de derechas que no ha cogido un libro de Anne Rice en su puta vida. En cuyo caso es mejor que no. Por lo de las perlas y los cerdos.

A fin y al cabo, no todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas.

Aunque ésta maravilla sigue siendo insuperable.
 

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