sábado, 10 de marzo de 2018

«Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.»

Hace unos meses, uno de mis sufridos lectores me retó a comparar las dos versiones para la pantalla de El resplandor de Stephen King; la película de Stanley Kubrick estrenada en 1980 y la miniserie para televisión del año 1997, pagada del bolsillo del propio Stephen.

A mí es que siempre me están enseñando trapos rojos, como a los Miuras. 

Y, como mala bestia que soy, entro al quite sin mirar. A ver si no acabo doblando la cerviz y apuntillado.

Allá vamos. Agárrate los machos.
La portada da casi más miedo que el contenido.
El resplandor, publicada en enero de 1977, es la tercera obra dada al tórculo por nuestro amigo Stephen King, y se disputa con It mi corazoncito como la mejor novela escrita por el feo más retorcido del estado de Maine. El resplandor nos cuenta la historia de la familia Torrance; Jack, Wendy y su hijo pequeño, Danny, contratados como guardeses de un glamuroso hotel de montaña para superpijos megarricos en el estado de Colorado, el Overlook. Jack Torrance es un escritor en horas bajas, que lleva tiempo lidiando como puede con un bloqueo creativo, y un ex profesor de Inglés que perdió su empleo por darle una capa de hostias a un alumno. Pero que conste que el alumno se lo merecía. Por añadidura, Jack tiene un pequeño problemilla con el alcohol. Vamos, que es un borrachuzo recalcitrante, aunque en el momento en que empieza la acción del libro lleva una larga temporada en seco, a raíz de cierto incidente con una bicicleta (si quieres saber a qué me refiero léete el libro, so vago) y un ultimátum de su esposa, Winnifred (en adelante, Wendy, que es más corto y, encima, es así como la llaman en la novela).

El resplandor es la historia de una familia en crisis que ha visto cómo su vida de mierda se hacía un poco más miserable por la querencia del padre hacia el alpiste líquido y sus problemillas de control de la ira. Han pasado de ser blancos de renta baja, pero con posibilidades, a casi homelesses. Jack Torrance estaba a punto de lograr una cátedra en el colegio privado donde daba clases cuando decidió que no era mala idea del todo sacarle la mierda a patadas a su alumno George Hatfield (y todo por una tontería: pilló a Georgie destripándole los cuatro neumáticos del coche con un machete de esos para matar elefantes, después de un pequeño desencuentro entre ambos en clase, ¡como si no hubiésemos hecho todos trastadas así, a su edad!). Lo único que Jack ha podido encontrar para seguir pagando las facturas, gracias a su pastoso amigo Al Shockley, es un empleo de temporada como vigilante invernal de un hotelazo tope de la gama donde jamás le permitirían alojarse. ¡Lúser! ¡Chusma! ¡Proletario!

Pero al menos Jack dejó de beber.

Por supuesto, el nuevo empleo de Jack tiene bicho, o esto no sería una novela. Muy lejos de simple retiro veraniego para cabrones ricos, el Overlook tiene una historia secreta de lo más jugosa. El hotel ha sido una inversión de la Mafia, follódromo para ricos y decadentes, escenario de suicidios y muertes violentas, cuartel general y, otra vez, picadero para ejecutivos de grandes corporaciones financieras, reposo de presidentes de los Estados Unidos y estrellas de Hollywood... ¡Si esas paredes hablasen...!
Ni aunque me pagaran dormiría aquí.
Bueno, ahí está la gracia. Las paredes del Overlook hablan. Algo de toda esa violencia, egoísmo, avaricia y desenfreno, de ese vicio y hedonismo, de todas esas miserias, ha impregnado el hotel hasta los mismísimos putos cimientos. Algunos huéspedes se quejan de ruidos extraños. Otros han visto cosas raras. Uno o dos de ellos han tenido experiencias realmente acojonantes, sobre todo en torno a una habitación concreta, la 217, donde en los años 60 le hicieron cirugía cerebral con una metralleta a un conocido gánster, y después feminizaron su cadáver.

Y Jack Torrance, un alcohólico en recuperación con problemas de autocontrol, pretende pasar el invierno con su familia en este paraíso. Un paraíso que quedará aislado del mundo, durante semanas, cuando empiece a nevar con ganas en Colorado. ¿Qué coño era lo peor que podía pasar?

La historia se le ocurrió al bueno de Steve tras una estancia en el Stanley Hotel de Colorado (échale un ojo, por si no tienes lugar para las vacaciones). Él y su esposa Tabita eran casi los únicos residentes. Cenaban en un comedor vacío. Arrancaban ecos en los pasillos con sus pasos. Disfrutaban de los ascensores en exclusiva. En algún momento de su visita, Stephen se paseó solo por el hotel y sus inmediaciones, trabó amistad con un camarero y el germen de una novela arraigó en su mente. ¿Qué pasaría si un matrimonio con problemas, una familia al borde de la ruptura, quedase aislada por la nieve en un hotel como el Stanley? En palabras de Steve, para el día en el cual dejaron el hotel, «I had the bones of the book firmly set in my mind.» Y con esos huesos, cualquier escritor medianamente decente habría compuesto una buena novela.

Pero El resplandor es una novela de Stephen King. Y por eso el protagonista absoluto de El resplandor no es tanto Jack Torrance como su hijo Danny, un crío extraordinariamente sensible a los fenómenos psíquicos (Carrie no estaba tan lejos en el tiempo) que identifica en el acto el hotel como una amenaza; un pozo negro de negatividad y maldad que, poco a poco, transformará a su padre en un monstruo, una marioneta enloquecida, violenta y asesina, a través de la cual el hotel, un ente que ha medrado alimentándose de todas las mierdas que sucedieron entre sus paredes, se hará con los poderes de Danny, a los cuales preferimos no saber qué cojones de uso se proponía darles, pero ninguno bueno, seguro.
Sin tele y sin cerveza Homer pierde la cabeza.
King, que estaba empezando ya a malcriar a sus editores, escribió un nuevo éxito de ventas. Y todo el mundo dio por sentado que antes o después el libro se convertiría en película. Carrie se había adaptado en 1976, con éxito de taquilla, por el siempre polémico Brian de Palma. El misterio de Salem's Lot había sido serializada por Tobe Hooper para televisión, y recabado audiencias multitudinarias. Estaba cantado que la versión cinematográfica de El resplandor no podía tardar.

La responsabilidad recayó en Stanley Kubrick, uno de nuestros directores cabrones preferidos. Stanley venía de darse una hostia en taquilla con Barry Lindon (31 millones de recaudación para un presupuesto de 11 millones. Vamos, lo que en el Hollywood de toda la vida, cuando no cuadruplicas ni quintuplicas tu inversión, se considera un fracaso) y sospechamos que buscaba un proyecto más comercial para reenganchar con las audiencias y, para qué engañarnos, con los productores, que en última instancia son los que ponen la pasta. Estamos hablando de Kubrick, el de La naranja mecánica, Lolita, 2001: una odisea del espacio, Atraco perfecto, Senderos de gloria... ¡Joder! ¡El (hasta entonces) mejor libro de Stephen King iba a ser convertido en una película por uno de los diez mejores directores de cine vivos! ¡Eso tenía que ser un peliculón, ¿no?!

Podría haberlo sido. Y, de hecho, lo es.

Pero Stanley no entendió El resplandor.

Ni por un momento.
Stanley en plan Jiménez del Oso.
En el momento en que Stephen King escribió El resplandor, lidiaba, como podía, con una lujuria autodestructiva que, en su caso, se traducía en el consumo de cantidades veterinarias de alcohol y, a partir de 1985, también cocaína. «One snort and cocaine owned me body and soul. . . It was my on-switch.» Escribía con pañuelos de papel metidos en las narinas para contener la hemorragia causada por la nieve en polvo boliviana y solo levantaba las manos del teclado para empezar el sexto pack de Miller Lite de la jornada. No es extraño que Jack Torrance, el padre de la familia disfuncional de El resplandor, sea un alcohólico. Steve estaba escribiendo acerca de sí mismo. Y ni siquiera era consciente de ello.

El resplandor es una novela escrita con el corazón. Con las tripas. Es un grito de socorro de Stephen King para Stephen King. Un «¡Tío, por este camino vas a acabar destruyendo a tu familia!».

Bien, yo no sé hasta dónde llegaba la sensibilidad de Kubrick acerca de los problemas de los adictos. Ni siquiera sé si Stanley tenía alguna adicción, aparte del ajedrez y de convertir en un infierno las vidas de sus actores. Lo que sí sé es que Stanley rodaba con la cabeza. Era un director frío y cerebral como pocos. Cada puto plano de todas sus películas está trazado con compás, escuadra y tiralíneas. Y El resplandor no iba a ser una excepción.
Una muestra.
Stanley rodó con el cerebro una película basada en un libro escrito con el estómago. Era inevitable que King considerase desfigurada su obra. Pura y simplemente, película y novela hablaban lenguajes muy diferentes.
Stephen King en el pase de prensa de El resplandor.
El resplandor, la película de Kubrick es, como todas las películas de Kubrick menos esa mierda humeante y fermentada de Eyes wide shut, una joya del cine. Formalmente irreprochable, lección magistral de lenguaje y técnica cinematográfica, excelente dirección de actores, atmósfera sólida y agobiante, ¡y tiene a Jack Nicholson! Jack haciendo de chalado, que es lo suyo, porque no necesita esforzarse. Jack en el nirvana de los locatis. Un Jack Nicholson en plena forma, ¡y tan en plena forma! En la arquetípica escena de los hachazos, tuvieron que fabricarle una puerta de madera extra-dura, y más gruesa que el blindaje de un tanque Sherman porque Nicholson, que en 1980 estaba hecho un mulo y encima era bombero voluntario, desintegraba de un solo rijostio las primeras puertas que le pusieron, cargándose la tensión dramática de ese bujero abierto lentamente. Golpe a golpe. Para que Shelly Duval se cagase en las bragas poco a poco y no todo de una vez.

(Perdón, que me he colado. La imagen que quería poner era ésta:)
Muchas fueron las decisiones creativas polémicas que Kubrick tomó para su película y que la alejan del libro original. El alcoholismo de Jack Torrance fue lo primero en ser descartado. Y mira que Jack es un borracho de manual, ¿eh?: autoindulgente, empecinado negador de su adicción, predispuesto a culpar siempre a otros de sus propios errores, vanidoso y totalmente autoengañado sobre su talento como escritor... y al mismo tiempo cargado por su sentimiento de culpa, consciente, en secreto, de su mediocridad. Sin embargo, en el largometraje, Jack no se viene abajo porque el ente maligno que es el Overlook manipule sus percepciones y alimente la peor parte de su personalidad. El Overlook no se impone porque, incluso sobrio, Jack no puede abstenerse de las seducciones de autodestrucción que apuntalan todas las adicciones (está completamente sobrio cuando le da la paliza a George Hatfield por la cual pierde su trabajo), sino porque tenía que pasar y basta. Habría sucedido en un hotel de las Montañas Rocosas aislado por la nieve o en una casucha de basura blanca en un barrio obrero de Boulder. También el padre maltratador y tiránico de Jack, que en la novela es responsable de consolidar las facetas más oscuras del alma de su hijo, de las que el hotel se aprovecha, ese padre bebedor y violento al que Jack termina pareciéndose y de cuyas invectivas cuando le daba una paliza («Come on and take your medicine!») incluso se apropia, desaparece del mapa.
¡Ah! ¡Dios! ¡Qué mal rollo dan, joder!
También hay notables diferencias formales: El resplandor es una película más bien tirando a lineal, con una narrativa clásica y casi cuadriculada de la cual es inevitable concluir que a Kubrick, en realidad, el destino y avatares de sus personajes le bufaba la pirola. El resplandor, la novela, muy al contrario, está narrada desde múltiples perspectivas y en múltiples capas. Vemos la acción desde los ojos de Wendy. Vemos la acción desde los ojos de Jack, de Danny, del cocinero Halloran (que hace un cameo en It, por cierto), del propio Overlook, y todos los protagonistas hacen numerosas evocaciones de su pasado que nos ayudan a conocerles mejor, comprender sus taras y fortalezas y explicarnos sus motivaciones (los recuerdos de Jack acerca de su padre son particularmente significativos). Tampoco nos quedamos en la superficie de la personalidad de los personajes, sino que buceamos en las más profundas simas de su psiquis. Nos adentramos en las visiones prescientes de Danny y en sus chispazos de telepatía. Contemplamos el descenso de Jack a los pozos de sus fantasías y su delirio y el ascenso de Wendy desde la contemplación pasiva del desplome de su marido hasta la resistencia desafiante y la determinación por sobrevivir y salvar, con ella, lo único que le queda ya, que es Danny, su hijo, aunque sea a costa de abandonar a Jack, o lo que el Overlook ha dejado de él, e irse a vivir con su madre, a la que detesta. Que siempre será mejor que morir asesinada.
(Espacio para que el lector saque sus propias conclusiones a partir de lo que ya le hemos revelado acerca de la biografía del autor.)
Los elementos más característicos de la historia de King han desaparecido en la película de Kubrick y están ausentes del tratamiento de guión que Stanley escribió para la película. No es extraño que Stephen King abominase de la interpretación de su obra que Kubrick había hecho. Esto ha pasado mil veces, y seguirá pasando, entre escritores y directores de cine. Para convertir El resplandor en una película, Kubrick tenía que traicionar en mayor o menor medida el relato original. Es una derivada inevitable de las dificultades que entraña traducir una novela a un largometraje, por las diferencias intrínsecas de ambos lenguajes, aunque algunos de nosotros nos quedamos con la molesta sensación de que Stanley dejó fuera de su film todo lo que no entendió o que le molestaba. En opinión del propio King:
«Kubrick just couldn't grasp the sheer inhuman evil of The Overlook Hotel. So he looked, instead, for evil in the characters and made the film into a domestic tragedy with only vaguely supernatural overtones... it never gets you by the throat and hangs on the way real horror should.»
Lo que ya no sucede tan a menudo es que el escritor recupere los derechos para la pantalla de su novela y se curre su propia versión de la misma.

Y eso nos lleva a 1997 y a la miniserie para televisión de El resplandor.
Ésta misma.
Los materiales de partida, para qué engañarnos, no eran muy esperanzadores. Stephen King's The Shining fue dirigida por Mick Garris, que, entre otras obras cumbres del Séptimo Arte, se encargó de Critters 2, Psicosis IV y de Sonámbulos (escrita por Stephen King en su primera experiencia directa como escritor para cine). Vamos, de mear y no echar gota. El guionista acreditado de la miniserie es el propio Steve, lo cual no tiene por qué ser nada bueno a priori, pues nada acredita a un buen guionista como buen escritor de guiones, por las mismas razones por las que un buen violonchelista puede ser un pésimo pianista. Y en cuanto a los actores elegidos, bueno... Una de cal y otra de arena. Steven Weber, responsable de encarnar a Jack Torrance, es el típico actor de series B y secundario de teleseries cuya cara no puede dejar de sonarte pero del cual eres incapaz de recordar un puto título en el que haya trabajado. Courtland Mead es el típico niño actor que lo mismo vale para un relleno que para un descosido. Eso sí, Garris al menos nos da a una Wendy Torrance fiel al original. Pasamos de la gimoteante, quebradiza y asexuada Shelley Duvall:
a la rubia, intrépida y lujuriosa Rebecca de Mornay, a la que descubrimos iniciando en las indulgencias de la carne a un joven y alelado Tom Cruise en Risky Business, donde Becky interpretaba a una putorra de luxe:
A lo mejor estamos poco informados y las rubias no están mal del todo.
Pero, por lo demás, ¿dónde están las diferencias? ¿Qué tiene de especial esta familia

que no tenga ésta?
¿Realmente puedes distinguir a esta Wendy Torrance 
de ésta
o de esta otra?
Luego lo explico.
¿Por qué el breakdown de éste Jack Torrance 
debería darnos más miedo que el de éste (que ni siquiera necesitaba molestarse en actuar)?,
o, ya puestos, éste:


Cuando compites contra un puto clásico del cine por derecho propio, firmado por uno de esos talentosos hijos de puta de los que ya no quedan, más te vale tener algo nuevo que aportar. Joder, El resplandor de Kubrick es un condenado referente cultural. Ha sido copiada y clonada hasta la náusea. Se han creado toda clase de productos derivados, ha salido en Los Simpson, ¡se ha convertido en una ópera!
¡En una ópera!
Explicado queda.
La sensación que te queda después de ver Stephen King's The Shining no es la de que acabas de meterte en vena una obra que vaya a perdurar en el tiempo. En parte es porque palidece en comparación con su predecesora. Algunas de las escenas más icónicas parecen simplemente fusiladas de la película de 1980 por el mero hecho de que aquella se rodó primero, y todos los intentos de King y Garris por alejarse del original no consiguen hacérnoslo olvidar. ¿Filmamos en el Stanley Hotel, que fue el que inspiró la novela? Filmamos. ¿Sustituimos el hacha de Kubrick por el mazo de roqué del libro? Pues lo sustituimos. ¿En qué afecta eso a la acción?
Absolutamente en nada.
La fotografía de El resplandor, como no podía ser de otra manera en un director tan maniático y obsesivo como Kubrick (y además fotógrafo), es simplemente perfecta. Cada plano, incluso el más trivial, está milimetrado hasta el último detalle. La fotografía de Stephen King's The Shining tiene ese grano grueso y luz difusa que recuerda a las pelis de VHS muy pasadas y te impide ignorar en ningún momento que estás viendo un puto telefilme.
Está muy claro que, si limitamos la comparación al apartado técnico, la miniserie de 1997 sale perdiendo. Y con el culo hecho una mierda. 

En una cosa destaca la miniserie sobre el largo de Kubrick: se toma su tiempo para desarrollar a los personajes. Para Stanley, los personajes de sus películas son solo otro elemento más con el que trabajar. Iluminación, sonido, decorados, movimientos de cámara y, qué mierda que no podamos trabajar sin ellos, personajes. Kubrick parece suscribir aquello que le atribuyen a Hitchcock, que cuando tenía su escena montada e iluminada, la óptica de la cámara y los planos decididos y era hora de hacer entrar a los actores, dicen que decía: «¡que entre el ganado!»

Para un novelista, los personajes lo son todo. Sin personajes no hay drama. Sin drama no hay novela. Incluso el narrador en tercera persona es un personaje. Sin él, que nos comunica lo que ve con sus ojos, no es posible la historia. Kubrick, un maestro en narrar con imágenes, no parecía otorgar un especial valor a lo que sucedía en el interior de sus personajes. En vez de mostrarnos el progresivo deterioro mental de Jack Torrance, su coqueteo promiscuo con la oscuridad, fotografía a Nicholson gruñendo y haciendo muecas. Kubrick, que estoy por jurar no creía en la existencia de fuerzas sobrenaturales, descarta por ese mismo motivo toda la temática paranormal y nos retrata a un Jack Torrance al cual el aislamiento, el ocio y la frustración de su bloqueo creativo agigantan sus propias neuras hasta hacerle enloquecer; a un Danny que cae víctima de sus fantasías infantiles y su imaginación hiperactiva. Nada de un ente maligno llamado Overlook. Danny ve cosas porque todos los críos pequeños tienen problemas para diferenciar realidad y ficción. Toda la charla de Halloran en el coche y toda esa mierda del «resplandor» son soplapolleces de un viejo gagá. Jack iba a chalarse sí o sí y sucedió en un hotel de las Rocosas como podría haber sucedido en cualquier otra parte.

Y precisa, y paradójicamente, uno de los problemas de Stephen King's The Shining es que se toma su tiempo para desarrollar a los personajes. Mucho tiempo. Demasiado tiempo. Su mayor virtud es su error más infame. Cuando escribió el guión de la miniserie, Stephen evidentemente no tuvo en cuenta que los ritmos de una novela y los de una película son radicalmente distintos. La miniserie de 1997 es lenta hasta decir basta. Infuriatingly slow (traducción: aburrida de testículos). Los diálogos son eternos porque King usa a los personajes para proporcionarnos el trasfondo que, en su libro, obtendríamos de los párrafos expositivos. Y ésa es precisamente la peor forma de usar los diálogos en una película. Un escritor solo tiene palabras. Un guionista y un director de cine tienen palabras, imágenes, ritmo, sonido, música y efectos de cámara, y deben elegir el mejor instrumento para transmitir la información que nos quieren hacer llegar. Lo cual a veces exige traducir esa información a la gramática específica del instrumento empleado, o simplemente renunciar a ella. «Una pálida mañana de invierno» es una frase que todos podemos comprender. Ahora bien, ¿cómo filmarías eso? ¿Cómo le mostrarías a tus espectadores una pálida mañana de invierno? ¿Cómo te asegurarías de que son muy conscientes de estar viendo una pálida mañana de invierno y no una ofuscada tarde de verano?
La acción en Stephen King's The Shining es casi tan vertiginosa como un torneo de ajedrez. Salvo por la escena de la paliza a George Hatfield (minutaje 11:26 del primer capítulo), a lo largo del primer capítulo nos empachamos de escenas familiares de la familia Torrance que no parecen tener mucho sentido y que, además de retratar a Jack básicamente como un buenazo risueño que está pasando una mala racha, sin rastro de ese lado oscuro que explotará en el tercer acto, impiden avanzar a la trama. Confieso que no recuerdo si la Wendy Torrance del libro tenía alguna clase de inquietud artística, pero ¿realmente me aporta algo como espectador el que sí las tenga?
Pregunta retórica.
Transcurre una hora, del primer capítulo de noventa minutos, hasta que los Torrance se quedan solos en el Overlook. Al finalizar esa entrega inicial ni siquiera han caído los primeros copos, así que, después de hora y media de metraje, los Torrance ni siquiera han empezado a desempaquetar y todavía no están aislados, todavía tienen escapatoria; no hay suspense, no hay conflicto, no hay drama. Joder, noventa minutos y la puta peli sigue sin empezar. Y la cosa mejora en la segunda parte. Las primeras nieves se hacen esperar hasta más o menos la mitad del capítulo. Así que ya llevamos como dos horas de metraje y todavía no ha pasado nada. Pero ¿al menos el hotel ha comenzado ya a obrar su magia negra sobre Jack? ¿Da el señor Torrance alguna muestra de estar empezando a desmoronarse? Pues no lo parece. Sigue siendo el buenazo de Jack, escritor en crisis creativa y profesional pero padrazo cariñoso y maridito amante y apasionado que le echa unos polvos de campeón del mundo a su sabrosa señora. Ni siquiera empieza a ponerse picajoso hasta el tercer capítulo, en donde sí, por fin, vertiginosa y atropelladamente, se convierte en un peón del mal, intenta matar a su familia y tiene un último instante de lucidez y redención antes de sucumbir entre las llamas del Overlook.

Fin.
A veces tengo la impresión de que Stephen King sólo produjo esta versión de su novela para regalarse uno de sus famosos cameos:
¡Oh! ¡Es él!
Entre los pecados de Stephen King's The Shining no es en absoluto venial el haber desaprovechado el talento de bestias pardas como Elliot Gould y Pat Hingle (el comisario Gordon del Batman de Tim Burton), que tienen sendos papelitos (el primero como Ullman, director del Overlook, y el segundo como Watson, el conserje) indignos de su arte y experiencia. Además, su presencia, aunque fugaz y rutinaria, solo acrecienta las flaquezas de actores mucho peor dotados como Steven Weber o Rebecca de Mornay (que, bromas aparte, no lo hace nada pero que nada mal). Eso por no entrar a valorar esos efectos especiales en la prehistoria del CGI, pura y simplemente de coña; o ese maquillaje baratiuska digno de una fiesta de halloween parrandera. Parrandera y con porros. Muchos porros.
¡Pero que MUCHOS porros!
Oh, sí, en esta versión de El resplandor el alcoholismo de Jack vuelve a estar en el centro de la acción. Jack incluso asiste a reuniones de Alcohólicos Anónimos y todo.

¿Y qué? ¿Qué ganamos con eso, si el pobre de Steve Weber, destetado en culebrones de todo a cien, es incapaz de sacar adelante su papel con un mínimo de dignidad?

Esta versión de El resplandor se centra en los personajes, que son una de las carencias de la versión de Kubrick.

¿Qué ganamos con eso, si el chiquitín de Courtland Mead está demasiado verde para que nos creamos su Danny Torrance? ¿De qué sirve que King se centre en sus personajes si es para obligarnos a ver cómo los tortura con saña, en esa secuencia final entre Wendy y Jack, que literalmente se curten a hostias; patadas en los huevos, mazazos en el cráneo y amputaciones incluidas? ¿Quién quiere ver a Rebecca de Mornay convertida en un guiñapo sanguinolento  después de haberla visto desvirgar a Tom Cruise (hojas al viento al fondo)? Con toda su violencia explícita, esa misma escena es mucho menos sádica en la novela. Más compasiva. Respetuosa, me atrevería a decir.
¡Poooooolvooooo! ¡Uh!
A cambio de, sospechamos, una cantidad inconfesable de pasta y la promesa contractual, exigida por los abogados de la Warner, de no volver a hablar mal en público de la película de Kubrick, Stephen King obtuvo el derecho a producir su refutación a la versión canónica de su libro. Una versión especialmente autorizada, al llevar el sello del autor original, pero inevitablemente coja. Porque Steve es escritor, no cineasta. No domina el lenguaje del cine y nadie tiene derecho a exigirle que lo haga. Porque no es lo suyo. Steve está a otra cosa. Y, para acabar de liarla, su estilo narrativo no es particularmente cinematográfico. Él no muestra, cuenta. Los directores de cine no cuentan, muestran. Literatura y cine son lenguajes diferentes, con gramáticas diferentes, con claves diferentes. Las mejores adaptaciones de libros de Stephen King están hechas por cineastas profesionales, que dominan los códigos de su oficio y saben cómo traducir un párrafo descriptivo a un plano o una escena, como adaptar un diálogo novelesco a uno cinematográfico. Por eso las mejores películas basadas en libros de King siguen siendo Cadena perpetua, La milla verde y La niebla. Curiosamente, las tres de Frank Darabont, un señor que puede tener un mal día, como cualquiera, pero al que nadie necesita enseñarle cómo no se hace una película basada en un libro.
Las críticas de Stephen King's The Shining fueron dolorosas.

Analmente dolorosas. El crítico Tom Shales, del Washington Post, enlazado arriba, la calificó de «basura reciclada». Y es casi lo mejor que se puede decir de ella.
Que sí.
Puede que Stanley Kubrick no comprendiese el libro que estaba adaptando. Y aun así compuso una película maravillosa. Infiel a su referente literario, pero impecable. Porque Kubrick pasó toda su vida aprendiendo a hacer cine, y era de los mejores en lo suyo.

Es indudable que nadie entiende mejor El resplandor que Stephen King. Pero su versión para la pequeña pantalla es un espanto. Porque lo que Steve sabe hacer es escribir libros, no rodar películas, y lo que todos sus lectores queremos es que escriba muchos, muchos más.
 
Y ésa es, a grandes rasgos, la razón por la cual no debería permitirse a un novelista adaptar al cine su propia obra.
Y ahora viene cuando os pregunto, mis queridos lectores, hasta qué punto se nota, si es que se nota algo, que me he currado esta entrada de Paratroopersdon'tdie sin haberme visto realmente Stephen King's The Shining.
A ver, no pretendo insinuar que me haya marcado una crítica y análisis de una película de la que no se absolutamente nada. Que yo he visto a críticos cinematográficos poner a pan pedir un largometraje que no habían visto ni ellos ni nadie, porque el máster aún no había salido de la mesa de montaje. Sí me he visto el primer capítulo de la miniserie. Y con eso tuve suficiente. No necesitaba nada más para formarme mi propio criterio acerca de Stephen King's The Shining, igual que para saber si va a gustarme o no el sexo anal no necesitaría que me la clavasen hasta los huevos, me bastaría con los primeros centímetros. El resto de la entrada la he compuesto a partir de mis propios conocimientos sobre el bueno de Steve y de las opiniones informadas de otras personas que sí se vieron entero este indigesto ladrillo.

Porque me pareció que este desafío era una estupenda oportunidad para mostrar, mediante un ejemplo, cómo construye la ficción un novelista. Mira si no el pedazo artículo sobre El resplandor que me acabo de currar. ¿A que parece que sé de lo que hablo? ¿Verdad que en ningún momento te dio la sospecha de que no me había visto entera la miniserie? Pues ésta es la misma habilidad de la que se sirvió Kim Stanley Robinson cuando ambientó tres maravillosas novelas en Marte sin que ningún hombre haya puesto jamás los pies allí; a Jonathan Swift cuando describió con detalle la imaginaria Laputa y a otros tantos autores que lograron hacerte creíbles sus mundos de fantasía.
El truco es tan simple como evidente: documentación. Mucha documentación. Si no sabes lo que quieres contar debes leer a las personas que saben lo que necesitas. Hablar con ellas, si es posible. Yo no me vi entera la miniserie de El resplandor, pero tenía que dar la impresión de que sí lo había hecho. Y debía procurar que no se notase mucho, o que no se notase nada. Así que leí lo que tenían que decir sobre el tema las personas que sí se la habían visto. Comprobé que sus quejas coincidían entre sí y apuntaban a las mismas carencias que yo había detectado en el capítulo piloto. Parecía haber un consenso al respecto. Yo me apropié de sus impresiones, que al menos en lo concerniente a la primera parte son también las mías, las traduje a mi estilo, hice algunas presunciones informadas, razonables, y te presenté a ti, amado lector, una pieza de ficción que, espero y deseo, no hayas podido identificar como tal hasta mi confesión. Confesión que, confío, no consideres un insulto ni una muestra de soberbia por mi parte, dado que, insisto, el ánimo que me ha llevado a manufacturar esta mixtificación es tanto permitirte dar un vistazo a los huesos de la ficción literaria como mostrarte lo fácilmente que se puede impostar la autoridad cuando no se tiene la suficiente o incluso ninguna.

Y lo fácil que es escribir una crítica de un producto que, en realidad, no conoces o solo has sobrevolado.
Sin tele y sin cerveza... bueno. Ya sabéis el resto.
Llegados a este punto espero, sinceramente, no haberme quedado sin audiencia e invoco la compresión de mis lectores.

Porque, al fin y al cabo, empezando por el impostado pseudónimo del que aquí firma, Paratroopersdon'tdie está construida en torno a la ficción, que es lo mismo que decir la mentira entretenida.
Me han entrado de ganas de volver a verla. Y eso que no trago a Tom Cruise.
O porque el día en que acepte un desafío sin asegurarme previamente de fijar las condiciones que me permitan ganarlo, será el día en que me habrán derrotado.

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