viernes, 22 de octubre de 2021

«Mi nombre es una palabra que mata»: non bis in diem


En el año 1965, Frank Herbert, un periodista con casi treinta años de experiencia (mintió sobre su edad para que le publicasen su primera crónica en el Glendale Star), dió al tórculo en un volumen unitario su torpedo en la línea de flotación del «Viaje del héroe» de Campbell (pincha aquí si aún no has leído el nuestro). Herbert había dedicado casi seis años de investigación a una obra vastísima sobre ecología a escala planetaria, evolución humana y los vasos comunicantes entre la religión, la economía y el poder político. Como añadidura, Herbert hacía en Dune escarnio del monomito de Campbell a través de una obra que, en apariencia, lo respetaba escrupulosamente cuando en realidad denunciaba sus contradicciones y advertía sobre los terribles riesgos de seguir ciegamente a los hombres providenciales, a los revolucionarios y salvadores de la humanidad que, por nobles que sean sus objetivos, a causa de sus flaquezas, ambiciones y prejuicios humanos, pueden cometer, desde su posición de autoridades mesiánicas, crímenes descomunales que afecten a las vidas de millones de personas.

Dune ha amasado la fama de ser la novela de ciencia-ficción más vendida de todos los tiempos (es mentira; la supera por mucho La Biblia), pero está muy lejos de haber sido un éxito inmediato. Publicada por entregas en la revista Analog entre 1963 y 1965, cuando aún John W. Campbell (ningún parentesco conocido con el otro Campbell) se ocupaba de ella, más de veinte editores rechazaron sacarla en forma de libro, al que no veían posibilidades de éxito comercial. Era demasiado largo, demasiado complejo, demasiado extraño, casi un pastiche de temas y personajes superpuestos como capas de un millefeuille. Sterling E. Lanier, editor de Chilton Book Company (editorial especializada, y juro que no estoy de coña, en manuales de mecánica del automóvil) y entusiasta lector de Analog, ofreció a Herbert un adelanto de 7 500 dólares más regalías a cambio de los derechos en tapa dura de Dune. Herbert revisó y corrigió el texto de la primera parte ya publicada por entregas y Chilton Book Company lo puso en las librerías a tiempo de ganar el Nebula de 1965 y compartir el Hugo de 1966 con Y llámame Conrad, de Roger Zelazny.

Sin embargo, Dune tardó mucho en convertirse en un best-seller. Durante su primera etapa de publicación fue un long-seller. Tres años después de llegar a las librerías, Herbert había ingresado 20 000 dólares en derechos de autor. Insuficiente para convertirse en escritor a tiempo completo, aunque la popularidad del libro
entre la crítica especializada le abrió varias oportunidades profesionales que le llevaron del Seattle Post-Intelligencer a la televisión, pasando por la Universidad de Washington, Vietnam y Pakistán. No fue hasta la década de los 70 que Herbert pudo al fin dedicarse a escribir a tiempo completo, retomó la saga de Dune y escribió otros libros como El experimento Dosadi y Los creadores de Dios.

Después de entregar la última novela de la saga que escribió él personalmente, Casa capitular de Dune, donde intentó atar definitivamente las principales tramas argumentales de los primeros libros, Frank Herbert murió en 1986 a causa de una embolia pulmonar tras someterse a una intervención quirúrgica para tratar el cáncer pancreático que padecía.
(La saga de Dune no ha dejado de extenderse en nuevas obras pese a la muerte de su autor. Y es que a Brian Herbert, como a otros hijos de escritores exitosos y no señalo a nadie, tos, tos, carrasp, Christopher Tolkien, tos, tos, gargaj, escup, le están apareciendo últimamente un montón de notas y páginas sueltas de su padre de las que nadie jamás había oído hablar y a los que ha dado forma de novelas con la complicidad de Kevin J. Anderson: Cazadores de Dune y Gusanos de arena de Dune son, presuntamente, la séptima y octava novelas de Dune que la muerte impidió a Frank Herbert escribir. En fin, así es la vida. A mí, cuando levanto la tapa de un yogur, me sale un «sigue buscando» y a los hijos de escritores famosos les salen manuscritos inéditos de sus padres. ¿Cómo lo lograrán? ¿Invocando a algún poder ultraterreno?).

Dune, explorada en numerosos formatos (cómics, videojuegos, series de televisión...), es uno de mis libros favoritos y uno de los pocos que he leído más de una vez. Y probablemente sea uno de los pocos libros que merece la pena leer más de una vez.
¡La de horas que le habré echado a esto!

Creo que era necesario dejarlo bien claro antes de proseguir. Espera que cojo impulso y saltamos al meollo.

La versión cinematográfica de la novela que David Lynch hizo en 1984 es una de mis películas favoritas y una de las que más veces he vuelto a ver, porque me supone un inmenso placer hacerlo.
(Aunque cuando se la presté a un amigo que sí se había leído en libro antes de ver la peli, casi le da un parraque a mitad del primer acto. Yo hice el camino inverso a él: la película me llevó al libro y no al revés).

Aunque Dune sea la única película de David Lynch que no parece dirigida por David Lynch, sino por su peluquero (los problemas de producción, las peleas entre Lynch y los De Laurentiis, los productores, y la masacre que éstos perpetraron en el corte definitivo del largometraje, sobre el montaje original de cuatro horacas, para reducirlo a sus dos horas y pico definitivas, darían para seis entradas del Paratroopers), y aunque, también narrativamente esté muy cerca del desastre sin paliativos (transiciones hechas con dinamita, por los motivos arriba explicados, montaje esquizofrénico pródigo en escenas con escasa o inexistente congruencia, acción atropellada que se come el desarrollo de los personajes...), sigue siendo una de mis películas favoritas.

Con estas dos declaraciones por delante puedes empezar a hacer una idea de cuál fue mi reacción cuando me enteré de que Denis Villeneuve, el director canadiense de Sicario, Blade Runner 2049 y La llegada, iba a cocinar una nueva iteración cinematográfica de mi ¿segundo? ¿tercer? libro favorito. Decir que me cagué encima de miedo es decir poco.

¿Qué voy yo a tener en contra del pobre Denis? Nada, copón. Si esas tres películas que te he citado me encantan. Sicario es un peliculón. Blade Runner 2049 uno de los mejores títulos de los últimos diez años y La llegada una obra maestra.
(Aunque también pienso que Blade Runner 2049 probablemente no debería existir. Si Ridley Scott no podía hacerla, y en vista de sus últimos trabajos es obvio que no puede, nadie debería haberla hecho, pero, eh, es sólo mi opinión).

Si era posible hacer Dune, y hacerla bien, era Villeneuve. Si le daban la pasta que necesitaba y le dejaban en paz.

Yo tenía fe en él.

Pero también le tenía miedo.

Mucho miedo. Y no me sirvieron de nada las letanías bene gesserit.
«I must not fear. Fear is the mind-killer. Fear is the little-death that brings total obliteration. I will face my fear. I will permit it to pass over me and through me. And when it has gone past, I will turn the inner eye to see its path. Where the fear has gone there will be nothing. Only I will remain».

Cuando leí las primeras críticas de Dune 2021, se me cayeron los dos cojones al suelo. El patio estaba dividido entre quienes la consideraban una genialidad y quienes la tildaban de grandilocuente y pretenciosa, quienes la reivindicaban como puro espectáculo «a la antigua usanza», una joya moderna escrita con los códigos de las grandes epopeyas cinematográficas del pasado, y quienes la tenían por pedante y aburrida. Hablaban de Dune los fan fatales a quienes todo lo que haga Villeneuve les parecerá siempre bien y los que la etiquetaban como una carísima decepción propia de un director megalómano.

Es muy, muy complicado que una película con críticas tan polarizadas sea redonda.

Y me temo que Dune, de Villeneuve, no lo sea.

Después de resistirme mucho, acabé por verla.

Y me gustó.

Pero...

Y, para sacarle punta a mi criterio, o sea mi «pero», me vi de nuevo la de David Lynch.

Que me gustó casi tanto como siempre.

Pero...

Así que me vi de nuevo la de Villeneuve.

Y creo que al fin estoy listo para hablar de ella con un mínimo de autoridad.

Para empezar diré que es obvio, muy obvio que Denis Villeneuve es un gran fan de Dune. Y quiero decir un fan que ha hecho la que probablemente sea la película de sus sueños y se ha esmerado en trasladar a ella la riqueza de la novela original.

Lamentablemente; porque en su esfuerzo por recrear el universo de Dune con la mayor exactitud posible ha dinamitado, varias veces, la narrativa de su película.

Denis Villeneuve
estaba tan obsesionado con construir un mundo sólido para su Dune que no sólo fracasó en hacerlo (tomó decisiones equivocadas sobre qué es relevante para el espectador y qué podía dejar fuera del worldbuilding) sino que se olvidó casi completamente de los personajes. Error que comparte con David Lynch en su propia adaptación, no nos engañemos.

El duque Leto, la dama Jessica, Paul Atreides, Gurney Halleck, el barón Wladimir Harkonnen, la bestia Rabban, están apenas esbozados. Hay un escudo entre ellos y nosotros. Salvo en un par de ocasiones en los que nos muestran su humanidad, los protagonistas de Dune 2021 son unos fríos y repelentes teleñecos con los que resulta realmente difícil empatizar. En una película de casi dos horas y media.

¿Dónde coño está Feyd Rautha, por cierto?
«¡Aquí toy!»

Que lo digo muy en serio. ¿Dónde mierda está el otro sobrino del barón Harkonnen, que es la Némesis de Paul, el anti-Paul y pieza fundamental del barón para su estrategia en Arrakis, que pasa por estrujar a los arrakenos bajo la tiranía de la bestia Rabban para que luego el gobierno relativamente benévolo de Feyd Rautha les parezca una mejoría. ¿Tal vez tenía que aparecer en la segunda parte de Dune 2021, segunda parte que no sabemos si va a rodarse jamás porque la tendencia sostenida en la recaudación de Dune 2021, siendo buena, está muy lejos de justificar una secuela? (Con un presupuesto de 165 millones de dólares, promoción aparte, tiene que acercarse lo más posible a los cuatrocientos millones para que Warner Brothers empiece a considerarla rentable, en esa contabilidad misteriosa de productora de cine que no comparten con nadie. Y basta con recordar que la ambiciosa, y catastrófica Warcraft, de Duncan Jones, costó también sus buenos 160 millones y, pese a sus casi 440 millones de recaudación se quedó sin las secuelas planeadas).

¿Dónde está el Emperador, responsable de tender una trampa a los Atreides, ofreciéndoles el monopolio de la minería de especia en Arrakis, para quitarse de encima al duque Leto, cuya creciente popularidad entre las casas nobles no sólo envidia, sino que interpreta como una amenaza a su reinado? ¿Por qué el principal motor de la trama de Dune no aparece en ningún momento en plano?

Dune 2021 divaga entre planos expositivos extraordinariamente engorrosos y sobrecargados y la más absoluta ausencia de exposición alguna en temas argumentales y momentos dramáticos clave.
Y nos vendieron que, además de crujir, le iba la literatura. ¡El acabose!

En la película de David Lynch, la princesa Irulan, interpretada por la seráfica Virgina Madsen, con la que todos los de mi generación teníamos un crush embrutecedor, nos hace una introducción al universo y el drama de Dune. Vamos, lo que la voz en off de Galadriel hace al principio de El señor de los anillos. Irulan nos sitúa en el espacio y el tiempo, nos inicia en los entresijos de la política de Dune, en la rivalidad entre Atreides y Harkonnen, y nos explica por qué la melange es tan importante: no sólo por sus propiedades geriátricas, además la especia otorga funciones superiores a la mente humana y, no menos importante, permite a los navegantes de la cofradía orientarse en el espacio y, en una civilización que ha prohibido la Inteligencia Artificial, hacer los complejos cálculos orbitales.

La especia prolonga la vida, expande la consciencia y hace posibles los viajes espaciales. Sin la melange, los seres humanos vivirían vidas más breves, no desarrollarían las habilidades cerebrales avanzadas que les otorgan, literalmente, superpoderes, y vivirían aislados en sus mundos natales, a años o siglos de viaje unos de otros. El Imperio no existiría y los seres humanos de la diáspora sufrirían una especialización evolutivo que acabaría convirtiéndolos en especies, que no especias, diferentes.

La melange no sólo es el motor económico de la galaxia y el catalizador evolutivo de la humanidad, es casi el único recurso que, en una civilización donde son posibles los viajes interplanetarios, mantiene la unidad biológica del hombre.
Y la cofradía de navegantes se pilla unos globos con ella que no veas.

He echado en falta algo remotamente parecido en la película de Villeneuve. En su iteración de Dune, el espectador no tiene más que una ligera idea de por qué la especia es tan importante. Dune 2021 abre con Chani (Zendaya), un personaje que en la novela no tendrá verdadera trascendencia hasta la segunda mitad del libro, y que por lo tanto carece de sentido presentar tan pronto en la película, contándonos, en voice-over, lo chachi piruli Juan Pelotilla que es Arrakis cuando se pone el sol, lo malos malísimos que son los Harkonnen y lo obscenamente ricos que se han hecho con el comercio de especia. Pero no nos proporciona contexto alguno. No sitúa Arrakis cartográfica ni políticamente, no nos muestra por qué los
Harkonnen son tan malos, sólo nos lo dice y tenemos que creérnosla, y tampoco nos cuenta qué carallos en vinagre es la especia. Tenemos que esperar a ver a Paul escuchando un audiolibro para medio enterarnos del papel de la melange en este universo ficticio.
(Y, protesta personal, ¿por qué todas las visiones de Paul con Chani parecen anuncios de colonia como los que hace la propia Zendaya? Al menos David Lynch intentó replicar en su obra la textura cambiante y etérea de los sueños).
¿Escena de Dune o anuncio de colonia?

La hermandad bene gesserit es una cofradía de mujeres sabias que lleva 90 generaciones conspirando en las sombras y oficiando de alcahuetas, asesinas y casamenteras entre las casas nobles del Landsraad para escoger los mejores rasgos genéticos de la humanidad y alumbrar un día un ser superior, el kwisatz haderach, un hombre capaz de ver el pasado, presente y futuro, y conducir a la humanidad a su siguiente etapa histórica y evolutiva. Un hombre al que las bene gesserit aspiran a someter a su autoridad. La dama Jessica, una bene gesserit enviada a seducir al duque Leto y engendrar de él una hija que pudiese casarse con un heredero Harkonnen, poniendo fin a la rivalidad entre ambos clanes y preservando ambas líneas genéticas, se enamora de Leto y concibe de él un hijo, Paul, tal y como era deseo del duque. La reverenda madre Gaius Helen Mohiam le reprocha la vanidad de haber creído que podía engendrar, por sí sola, al kwisatz haderach.

(Los que leemos los libros sabemos, además, que la dama Jessica es la hija secreta del barón Harkonnen y la bene gesserit enviada por la orden a quedarse preñada de él. Así que en sus martingalas genéticas las bene gesserit estaban planeando un incesto de te cagas por las bragas).

(Huy. Perdón. Espóilers).

¿Escena de Dune o anuncio de colonia?

Denis Villeneuve sólo nos da parte de la información contenida en el párrafo precedente. Y nos la da mal. Exposición, exposición y exposición; personajes hablando, explicando en voz alta lo que el espectador debería saber ya si hubiese leído los libros. La madre Mohiam parece más cabreada porque Jessica haya proporcionado a su hijo entrenamiento bene gesserit, reservado a una mujer, que por el hecho de que Jessica haya engendrado un barón, contra las instrucciones recibidas de la Orden. Se larga de Caladan y sigue otra escena expositiva en la que Jessica le explica al fin a su hijo la misión secreta de las bene gesserit. Así medio por encima, que tampoco hay por qué esmerarse demasiado. Que si no te estás enterando, haberte leído los libros.

Denis Villeneuve quiere demostrarnos su amor por Dune, aunque sea de la forma equivocada y deje fuera de la película a todos los espectadores que no están familiarizados con las novelas. En vez de darnos un trasfondo legible para todo espectador ajeno a la saga literaria, se dedica a bombardearnos con planos y escenas de una belleza cinematográfica innegable pero que se dilatan sin que en ellos suceda nada de interés, y se hinchan, y se hinchan, y se hinchan, y se hinchan, y cuando algo se hincha tanto corre el peligro de provocar una castrátofe.

¿La escena de Paul en el jardín de palmeras? Procede directamente del libro, pero en la novela introduce dos de las líneas argumentales principales de Dune: las esperanzas mesiánicas de los fremen y la posibilidad de hacer un poco menos inhóspito el clima de Arrakis.

En la película de Villeneuve, esa escena no introduce nada que yo, poniéndome la piel en el pellejo de un espectador que no haya leído las novelas, sea capaz de descifrar.


¿El lenguaje de signos que la dama Jessica emplea para enviar mensajes secretos a Paul y otros Atreides antes de la entrevista con la Reverenda Madre y en otras escenas de Dune 2021? También es una disciplina bene gesserit sacada directamente de los libros, si bien la primera vez que lo vemos, a menos que la memoria me traicione, no es hasta El mesías de Dune, durante una entrevista entre Irulan y la Reverenda Madre.

En la película de Villeneuve es una mayoritariamente una anécdota, no un recurso dramático decisivo. Mola. Y nos pone la verga como el cuello d'un canta'or a los lectores de la novela. Pero nada más.

¿El cuadro del yayo Atreides con su uniforme de luces? Pues sí, está en el libro. Realmente. El viejo duque murió empitonado mientras practicaba el arte de Cuchares, que era su pasión.

¿La shadout Mapes dando un kryss a Jessica cuando ella, casi accidentalmente, lo reconoce como «un hacedor»? Sacada directamente del libro.
(Jessica iba a decir «hacedor de muerte», que era la respuesta incorrecta y le habría costado la vida, pero Mapes no la dejó terminar. Y es que Dune también va sobre cómo las esperanzas de un pueblo oprimido pueden llevarlo a cometer terribles, aunque útiles, errores de juicio).
Pero ¿de qué nos vale encontrarnos todas estas miguitas de fan service si el director canadiense incurre básicamente en los mismos errores que David Lynch? Los momentos explicativos que Lynch fiaba a la voz en off, el peor recurso narrativo del director de cine, Villeneuve los confía a la verborrea de los personajes, a los que hace hablar, y hablar, y hablar, como si recitasen un artículo de la Enciclopedia Galáctica, mientras la película espera a que hayan terminado de explicarnos las cosas para poder continuar con lo importante. Y mira que se explican mal, ¿eh? No sabemos por qué los Harkonnen odian a los Atreides, ni si realmente Jessica ama realmente a Leto (algo que Lynch dejaba bastante claro) o sólo engendró a Paul en un monstruoso acto de arrogancia, como le reprocha la reverenda madre. El pobre retrato de los personajes, cuyas relaciones y motivaciones apenas alcanzamos a comprender, es un error que comparten ambos largometrajes.

¿De qué nos sirven los homenajes al fan de Dune si las escenas de acción son de coña? ¿Duncan Idaho es el mejor luchador de la casa Atreides y Gurney Halleck el maestro de asesinos del clan? Pues qué bien lo disimulan los dos. ¿Y Paul es el mejor alumno de ambos? He visto a yonquis borrachos repartir hostias mejor dadas que las suyas. Además, Timothée Chalamet, por mucho que a sus veintiséis tacos de calendario aparente precisamente los quince añitos de su personaje, no me acaba de convencer como Paul Atreides, como en su día no me convenció como Enrique V, que mira que es alto el cabrón, 1,82 nada menos, que hay que ponerlo la lado de Zendaya o Rebeca Ferguson, que también son de talla familiar, para darte cuenta de lo alto que es, y en pantalla, no sé por qué, luce como un retaco.
Las pruebas.

Y encima han hecho de Liet-Kynes una mujer. Negra. Por aquello de cumplir la cuota vaginorracial.

El esfuerzo que Villeneuve ha hecho para mantenerse fiel al libro es casi inconcebible, pero se expresa sobre todo en pequeños detalles que apenas aportan valor narrativo. Son como un código para iniciados. Un guiño que el director hace a los lectores de Dune. «¡Eh, que soy uno de los vuestros!» Vamos, puro fan service. Los ornitópteros por fin tienen el aspecto que se les atribuye en la novela y que la palabra «ornitóptero» sugiere. La entrevista entre Stilgar y el duque Leto, escupitajos de cortesía incluidos, se nos ofrece fiel al libro. La fuga de Paul y Jessica de Arrakeen, intervención de Duncan Idaho y su muerte en combate, es casi literalmente como se cuenta en la novela.

Pero las visiones de Paul, que son parte integral de la trama de Dune, aquí se muestran de manera casi accidental, como si hubiera que quitárselas de encima lo más rápido posible. Denis Villeneuve se recrea en elementos de Dune que David Lynch pasó completamente por alto y los estira, escena tras escena, cuando podría haberlos resuelto en mucho menos tiempo o dedicar ese metraje a hacernos más simpáticos a los personajes. Es otro indicio de que el director no sabe qué suma y qué no aporta valor narrativo a la película, y se hace un lío, y descarta los elementos más importantes y pone el acento en lo meramente estético.

Que la estética es el punto fuerte de Dune 2021, viniendo del director de Sicario y La llegada, no sorprenderá a nadie. La fotografía está cerca de la perfección... salvo por algunos planos particularmente oscuros y difíciles de interpretar. Los encuadres son para enseñar en cualquier escuela de cine medio decente. La banda sonora es virtuosa. La música, una maravilla. El reparto, sensacional.

La película no empieza mal. A pesar del exceso de exposición, turra que te turra y más turra, avanza con relativa fluidez hasta la mitad del segundo acto.

Y de repente se descubre la traición en la casa Atreides. Los Harkonnen y los batallones sardaukar del Emperador hacen una carnicería entre los hombres del duque Leto, el propio duque es entregado, narcotizado e inerme, al barón Harkonnen, y Paul y Jessica secuestrados y conducidos al desierto para morir, y la película cae en ritmo y drama. Falta una hora de metraje, pero todo lo que pasa a partir de aquí parece estirado artificialmente como un chicle que ya no sabe a nada. Suceden muy pocas cosas, las que suceden lo hacen muy despacio y parecen tener una importancia muy relativa en la historia.

¿Que si me ha gustado Dune 2021?

Joder, que ya lo he dicho más arriba. Sí, me ha gustado. Mucho. La fotografía es primorosa. La ambientación está logradísima. Los guiños al lector informado me han hecho sentir que el señor Villeneuve y yo compartíamos un vínculo secreto (por más que se suponía que yo debía empatizar con los personajes, no con el director). La historia, extrañas y aparentemente gratuitas decisiones creativas aparte, me ha parecido muchísimo más cercana al libro que adapta que la versión de David Lynch. Pero, con todo, estamos muy lejos de poder decir que Villeneuve ha hecho la perfecta versión cinematográfica de Dune, si es que tal cosa es posible.

Que tal vez no lo sea.

¿Que si me gusta más que la de David Lynch?

A ver, que esto no funciona así. Me gusta la Los hombres que no amaban a las mujeres de Niels Arden Oplev y la de David Fincher, y me gustan por diferentes razones, y no creo que ninguna sea superior a la otra. Cada una de ellas resplandece en aspectos en los que su competidora no arroja más que penumbra, por así decirlo. ¿Que si me gustan más Riley Reid que Sara Sampaio o cualquiera de ellas que Lean Beef Patty? Pero ¿qué pregunta es ésa? Me gustan las tres y las tres por diferentes motivos. Sin embargo, es tan cierto que ni Dune 1984 ni Dune 2021 son particularmente amistosas con el público no iniciado en el universo de Frank Herbert como que los abdominales de Lean Beef Patty no son de este mundo.
¡No los mires! ¡No eres digno!

En mi reciente revisionado de la versión de 1984, los resbalones argumentales de la película de David Lynch, los casi autoparódicos excesos estilísticos de producto pulp (el barón Harkonnen saliendo disparado hacia el cielo como una bomba de palenque) y la adoración hacia la carne torturada del joven David Cronemberg (los servidores del barón están a medio camino entre demonios cenobitas de Hellraiser mal paridos y accidentes de cirujano estético con parkinson) se me hicieron particularmente dolorosos. También noté que algunos efectos especiales han envejecido especialmente mal, y eso que la película se estrenó el mismo año que El retorno del jedi, que la supera de largo en el aspecto técnico. Y nunca me gustó ese ramalazo zarista en los uniformes de los Atreides. Ni el patente mariconismo pedófilo del barón Harkonnen, si bien admito que la decadencia es un abstracto particularmente difícil de filmar. Ni Sting en su bañador de látex. Ni esa elipsis en la que pasan dos años y sólo lo notamos en que Paul cambia de peinado y consigue los ojos del Ibad. Ni lo sobreactuados que están los malos, joder. Ni lo sudorosos y pegajosos que parecen casi todos los personajes en la escenas con mayor carga dramática. Ni la absoluta mongolada del «módulo sobrenatural» (weirding module en el original) que daría a los Atreides supremacía en combate y que no es más que un autotune satánico-táctico-piroténico-hijoputístico y que, algún apóstol de Dune me corrija si estoy equivocado, salió de los morenos cojones de David Lynch, no de las novelas de Frank Herbert. Ni lo poco que se esfuerza Kyle MacLachlan en intentar convencernos de que, al principio de la película, su personaje tiene quince años, problema que comparte con Alec Newman en la miniserie de 2000 donde, una vez más en la historia de la televisión, las ganas de adaptar fielmente el libro se dieron de morros con un presupuesto misérrimo y un diseño de producción abiertamente mejorable, sobre todo en el vestuario, donde era dolorosamente obvio que tuvieron que ahorrar lo que no está en los escritos.
A las pruebas me remito.

Por lo demás, las diferencias entre la versión de 1984 y la de 2021 son simplemente de grado. Si en la película de Lynch cantaban la retroproyección y el croma de algunas escenas, aquí canta el CGI dolorosamente obvio, que estorba la capacidad de inmersión del espectador. La odiosa voice-over que nos bombardeaba con información ha sido reemplazada por unas molestas parrafadas de los personajes que convierten los diálogos en monólogos o en la ausencia absoluta de información. El montaje atropellado de Lynch toma, en Villeneuve, la forma de documental de viajes espaciales con planos de paisajes quizá innecesariamente largos y un tercer acto en el que apenas pasa nada y además lo hace muy lentamente. ¿Exceso de confianza del autor en la segunda parte que aún no sabemos si llegaremos a ver?

El tiempo lo dirá.
¡Que no eres digno! ¡Deja de tocarte el pene!

Por el momento, mi querido lector, tienes mis bendiciones para ir al cine a ver Dune 2021, tanto si has leído el libro como si no.

Aunque ya te digo que si no lo has leído te vas a armar un cipostio como el Santiago Bernabeu.

Avisado quedas.

Ninguno de los problemas listados más arriba, ni otros que ya me da dentera enumerar, me ha impedido volver a disfrutar del Dune de David Lynch, como ninguno de los problemas del Dune de Denis Villeneuve, me ha hecho insoportable su visionado.
(Demos gracias a que esta película no cayó en las mefíticas manos posmodernistas de Netflix).

Y tampoco debería hacértelo insoportable a ti.

Con la mierda de películas que están contaminando nuestros ojos de unos años a esta parte, tal vez no tengamos derecho a esperar nada mejor.

Porque, no te quepa duda, Zack Snyder ya está trabajando en su próxima fechoría.

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