sábado, 6 de enero de 2018

El único día fácil fue ayer

Considero a Clint Eastwood el último director de cine vivo y le deseo una larga, saludable y prolífica ancianidad.

Y es que Clint Eastwood es quizá el último director de cine clásico, el último que aprendió a hacer películas viendo otras películas, no videoclips de Lady Gaga. En su día, interiorizó los arcanos del oficio del maestro Don Siegel, y no se le olvidaron; y, así, Eastwood pudo dirigir maravillas como El jinete pálido, Bird, Sin perdón, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima... Se me acabará el alfabeto antes que la lista de obras maestras firmadas por este señor.

Pero eso no significa, me temo, que Clint Eastwood, actor al que admiro, director de talento innegable, lo haga siempre todo bien.

Me duele admitirlo, pero hay veces en que hasta un monstruo del cine como Clint Eastwood se equivoca.

Y cuando los genios se equivocan, tienen la fea costumbre de equivocarse a lo grande.
Así de grande. O más.
Vamos, que la cagan con ganas.

No me tengo por un fanático belicista y ni siquiera hice el servicio militar, lo cual no me impide sentir una extraña adicción por el buen cine bélico (La chaqueta metálica, Apocalypse Now, Enemigo a las puertas, Platoon, Black Hawk derribado, Patton, El cazador...) y un profundo respeto por los hombres y mujeres de uniforme y su compromiso con la protección de los más débiles (y un amor inconcidional hacia Honor Harrington, que ni siquiera es una persona real). Quizá porque me gusta el buen cine, sea del género que sea. Quizá porque me seducen las historias épicas y hay pocos lugares donde sea más fácil encontrarlas que en un campo de juego o en un escenario de combate, donde el hombre da la medida de lo mejor y lo peor de sí mismo, los fanfarrones se revelan unos cagones, los camaradas de armas aprenden el verdadero significado de la solidaridad o comienzan una amarga y solitaria travesía por el páramo de su egoísmo y los tipos silenciosos y discretos protagonizan hazañas de valor suicida.
Ojalá tuviese una novia como ella.
Quizá por todo eso leo historia militar, género que siempre me había interesado pero en el que no me metí de cabeza hasta hace relativamente poco, empujado por un amigo, que me llevaba cierta ventaja en este placer sibarita. En mis lecturas de historia militar he encontrado de todo: falaces justificaciones de ciego fanatismo, crónicas descarnadas de la miseria humana, apoteosis de abnegación, sacrificio e integridad, e incluso desgarradoras cartas de amor de un oficial a los hombres que sirvieron bajo su mando, tanto a los que regresaron a casa vivos, aunque dañados, como a los que lo hicieron bajo una bandera.

Quizá por eso me atrajo desde el primer momento la historia de Chris Kyle.

No supe de la existencia de Christopher Scott Kyle hasta 2013, cuando la noticia de su prematura muerte ocupó minutos en los informativos y titulares en la prensa. Si eres demasiado vago para pinchar el enlace a la Whiskypedia, te lo resumo: Chris fue asesinado por un veterano con problemas psiquiátricos al que estaba tratando de ayudar.

Una historia como cualquier otra, ¿no? Un joven voluntarioso cae víctima de un descerebrado al que pretendía hacer un favor y que resultó ser una serpiente.

Pues no.

Chris Kyle no solo era un veterano de guerra, como su asesino. Chris era un condenado SEAL, un comando de operaciones especiales de la Marina de los Estados Unidos. Vamos, una bestia parda. Para que te hagas una idea de qué estamos hablando: el curso básico de los SEALs dura veinticuatro semanas y tiene un porcentaje de abandono del 90%. Los aspirantes al tridente y el águila son sometidos por los instructores de la Marina a una presión física y mental constante, se les lleva al límite del agotamiento, les mantienen desvelados, helados, mojados; les exigen desempeñar con pericia los ejercicios a pesar del dolor, del cansancio, del frío, del sueño (y hasta una simple operación aritmética se convierte en una epopeya cuando llevas cuatro días mojado, helado, agotado y sin dormir).
Y creías que tu monitor de crossfit era un cabrón.
En los Equipos SEAL sólo tienen cabida los mejores de entre los mejores, y el BUD/S es la picadora de carne donde se tritura la casquería y se selecciona la vianda. Durante el Curso Básico de Demoliciones Submarinas es habitual ver a tiarrones tamaño coloso, verdaderos atletas que parecían cortados por el patrón de un comando de élite (o de nuestra estereotipada idea del mismo), abandonar entre lágrimas, mientras que chiquitines orondos y tímidos pasan por la Semana Infernal como por el salón de sus casas, porque pura y simplemente el BUD/S es más un desafío mental que físico. Separa a los hombres dispuestos a seguir adelante a toda costa, a cumplir con la misión asignada pase lo que pase, de aquellos que, en realidad, no tienen lo que hay que tener para seguir combatiendo cuando llevas tres días bajo la lluvia, comiendo cosas que harían vomitar a Bear Grylls, sin dormir y con fiebre.
Christopher Kyle. El de verdad.
Chris Kyle atravesó esa trituradora de cuerpos y mentes y salió por el otro lado convertido en un SEAL. 

Independientemente de lo que pensemos de los militares en general y de la guerra en particular, no podemos menos que admirar su tenacidad y su fuerza de espíritu.
(Si te quieres hacer una idea de cómo es el BUD/S, mejor te lees este libro, escrito por otro SEAL, y vía. A mí no me metas en líos.)
Además, Chris Kyle no era un simple SEAL (si es que existe algo así como un «simple» SEAL): Chris era francotirador. Y no cualquier francotirador. Durante sus diez años de servicio, Chris Kyle acumuló nada más y nada menos que ciento sesenta bajas enemigas, en cifras oficiales de la Marina, y lo contó en un libro (que, sospecho, le ayudaron a escribir).
Él te veía a ti pero tú no le veías a él. Así se ganaba el pan.
De haberle conocido, dudo mucho que Chris me hubiese caído bien. Lo digo porque en las entrevistas suyas que he visto, el muchacho derrochaba esa actitud de rompechochos que supongo connatural a todo soldado de élite; una cierta chulería constante propia quienes se saben triunfadores, y me repatean los triunfadores; lo siento, no hay nada que hacer.

Además, desde el momento en que alcanzó proyección mediática a raíz de la publicación de su libro, Chris parecía obsesionado por convertirse en el centro de atención. Como cuando afirmaba haber sido desplegado en Nueva Orleáns tras el paso del huracán Katrina, para impedir a tiro limpio los saqueos (la Marina lo niega taxativamente y no he sido capaz de encontrar la más mínima evidencia que respalde la afirmación de Chris Kyle), o como cuando alardeó de haberle enlutado un ojo a Jesse Ventura (a su vez graduado en el UDT, el curso progenitor del BUD/S, y veterano de Vietnam) en una pelea de bar, pelea que el propio Ventura declaró imaginaria, y que le valió a Kyle un proceso civil por injurias (y que Ventura acabó ganando en primera instancia). O como cuando corregía a sus entrevistadores el número de sus víctimas, elevándolo a 250 o más. La Marina estadounidense había confirmado 160, pero Chris le sumaba a esa cifra casi otras cien muertes. Como si tuviera alguna importancia la cantidad y, admitiendo menos de dos centenares, le fuesen a quitar a Chris Kyle el carné de socio de Macholandia.
(Permítaseme un inciso: un francotirador debe matar solo lo imprescindible; a fin y al cabo es el único soldado que puede permitirse el lujo de ser selectivo. Se supone que un francotirador debe apretar el gatillo solo cuando esté completamente seguro de que haciéndolo impedirá otra muerte (la de un compañero, un aliado, un civil...) y de que no hay otra manera de eiliminar la amenaza. Que cuando le cuento a algún colega que el noventa por ciento del trabajo de un francotirador no tiene nada que ver con matar gente, sino con observar el territorio enemigo y transmitir la información a sus compañeros, me miran con una ceja alzada.)

(Pero es que yo he hablado con francotiradores de verdad. De los que matan gente. Así que creo que entiendo de esto un poquitín, pero un un poquitín solo, de la gente que no puede hacer la misma afirmación.)

(Dejemos eso por ahora.) 
«Cu-cú. Mira al pajaritooooo.»

No, no creo que Chris Kyle me hubiese caído bien, pero como personaje trágico es fascinante. Por eso me lancé, con todas las precauciones, justificadas por lo expuesto más arriba, sobre su libro; y por eso celebré que el último director de cine vivo anunciase su intención de convertir dicho libro en película. 

Y aquí es cuando empezaron mis problemas. 
Chris Kyle. El de mentira.
Me vi American Sniper, la película, y, para empezar, y era una malísima señal, fui incapaz de detectar por ninguna parte la buena mano de Clint Eastwood. ¿Dónde mierda estaba el hombre que me arrancó lágrimas con Ejecución inminente y Million dollar baby? ¿Cómo es posible que me resultase tan complicado empatizar con el Chris Kyle de la película (un transformado Bradley Cooper, que llegó a joderse la espalda por toda la masa muscular que ganó para encarnar al personaje) cuando había sentido una inmediata conexión con el gruñón fascistoide Walt Kowalski de Gran Torino (otro veterano de guerra en mis antípodas ideológicas) o los protagonistas de Banderas de nuestros padres? ¿Había perdido su toque mágico el hombre que se había labrado una merecida reputación de echar mano a un guión casi rutinario, como los de En la línea de fuego o Space Cowboys, y convertirlo en una película impecable? ¿El problema era mío o el maestro Eastwood estaba haciendo algo mal?
Luego leí American Sniper, el libro, y la cosa se puso todavía peor. El Chris Kyle de la película no era el del libro, y ninguno de los dos era el que yo había visto en las entrevistas. El Chris Kyle del libro era un personaje mucho más humano que la fría y distante máquina asesina interpretada por Bradley Cooper en el cine. Ambos tenían la conciencia muy tranquila acerca de las personas a las que habían matado durante su período de servicio, pero el Chris del libro se flagelaba por el tiempo pasado en el extranjero, lejos de la familia, por dejar a su esposa en casa, a cargo de la lucha cotidiana. Este Chris era un padre que lamentaba haberse perdido los mejores años de sus hijos, pero no dejaba de ser un soldado de élite orgulloso de los sacrificios hechos por el bienestar de su país, que se culpabilizaba por todas las personas a las que no había podido salvar y que amaba su trabajo, aunque nos revuelva un poco el estómago leer que le gustaba matar; trabajo el cual solo sus problemas de salud (diversas lesiones sufridas en combate y durante los entrenamientos) sumados a la presión familiar le decidieron a abandonar.

Con el Chris Kyle del libro sí que me habría tomado un café.

Lo cual me lleva a preguntarme cuántos Chris Kyle existieron en realidad, si no habrá al menos tantos como personas le conocieron y tuvieron trato con él; lo cual le convierte en un personaje todavía más complejo, más atractivo y fascinante.

En algún momento durante la lectura de American Sniper empecé a cuestionarme que Clint Eastwood hubiese leído el mismo libro que yo, o que lo hubiese entendido. Problema aparentemente endémico en Hollywood.
En la película, Chris es un frío asesino con un don innato para el tiro a larga distancia. En el libro, es un profesional que hace su trabajo lo mejor posible, que le debe casi toda su leyenda a sus instructores de la Marina y a haber sido destinado a escenarios de combate realmente «calientes». Oh, sí, confiesa que le gusta matar «a los malos», pero el Chris del libro desdeña su propio mito y además admite que, para qué engañarnos, tuvo una suerte del copón.
«[...] my high total and my so-called “legend” have much to do with the fact that I was in the shit a lot.
In other words, I had more opportunities than most. I served back-to-back deployments from right
before the Iraq War kicked off until the time I got out in 2009. I was lucky enough to be positioned
directly in the action
En la película, Chris ejerce de mentor y ángel de la guarda de los desorientados, mal equipados y peor entrenados Marines de los Estados Unidos destinados en Irak. En el libro, si bien admite que en el Ejército pueda haber personal mediocre, se deshace en elogios hacia el valor, profesionalidad y preparación de los Marines.
«When you’re working with Army and Marine Corps units, you immediately notice a difference. The
Army is pretty tough, but their performance can depend on the individual unit. Some are excellent,
filled with hoorah and first-class warriors. A few are absolutely horrible; most are somewhere in
between.
In my experience, Marines are gung ho no matter what. They will all fight to the death. Every one
of them just wants to get out there and kill. They are bad-ass, hardcharging mothers.»
Cuando encima de malo, eres musulmán, es que debes de ser peor que la quina.
En la película, los iraquíes son retratados como bárbaros violentos, ávidos de sangre americana. En el libro, Chris alude a ellos como gente asustada y desamparada, a merced de los señores de la guerra surgidos tras el derrumbe del régimen (y el temerario licenciamiento, por parte de las autoridades americanas de ocupación, del grueso de la policía y el ejército baazista); simples supervivientes que intentan nadar entre dos aguas sin tomar partido ni por los milicianos que ensangrientan sus calles ni por las tropas invasoras a las que combaten. No diré yo que les manifieste simpatía, pero tampoco los considera salvajes.
(A los insurgentes sí que los desprecia. Describe con horror y repugnancia su hallazgo de una cámara de torturas de las milicias iraquíes, que le reafirma en su convicción de que hay que eliminar a esa gente.)
La película es casi un vídeo de reclutamiento, una campaña pro-bélica de dos horas que parece pensada para justificar la invasión de Irak en 2003. En el libro, Chris no se cuestiona los motivos por los cuales Estados Unidos envió a sus ejércitos a Irak; se niega a participar en esa discusión, pero emplaza a todo lector disconforme a pedirle cuentas a su congresista. Sin entrar al fondo de la cuestión, Chris da a entender que él era un soldado y los soldados no deciden qué guerras libran ni qué órdenes obedecen; que las reclamaciones, de haberlas, deben dirigirse a los políticos que declaran las guerras.
Me pregunto si se dieron cuenta de cómo la estaban cagando.
En el libro, Chris recibe con el corazón encogido la noticia de que su hermano se ha alistado también y está destinado en algún lugar de Irak. Dedica varios párrafos a relatar el terror que le inspira la idea de encontrar algún día el cuerpo de Jeff entre los cadáveres de soldados americanos caídos en combate. En la película, Jeff Kyle y Chris, o sea Bradley Cooper, se encuentran en Irak (un episodio que, de ser verídico, no se menciona para nada en el libro) y Jeff se muestra hastiado y tal vez comocionado por la guerra. «Fuck this place!», dice a modo de despedida (el libro no recoge ninguna opinión de Jeff Kyle acerca de la guerra de Irak). El Chris de la película sigue con la mirada a su hermano y parece incómodo, incluso molesto porque a Jeff no le guste eso de matar moracos tanto como a él.
«My brother had joined the Marines a little before 9/11. I hadn’t heard from him, and I thought that
he had deployed to Iraq.
For some reason, as I helped pull the dead body up, I was sure it was my brother.
It wasn’t. I said a silent prayer and we kept digging.
Another body, another Marine. I bent over and forced myself to look.
Not him.»
Joder, en el puto libro, Chris le concede la palabra a su esposa. Durante casi un tercio de American Sniper, Taya Kyle se explaya en sus problemas conyugales, en el cotidiano desafío de sacar adelante una familia con un marido ausente, en lo mal que llevaba que Chris, durante sus permisos entre misiones, socavase su autoridad como cabeza de familia. En el libro, Taya nos cuenta, con una sinceridad dolorosa, cómo recriminaba a su marido que regresase a Irak una vez más, que se pusiese en peligro de nuevo; nos describe la forma en que empezaba a poner distancia emocional con Chris pocas semanas antes de su regreso al frente; un mecanismo de defensa para que la separación le resultara menos traumática. Nos describe el terrible dilema de Chris, desgarrado entre su familia y su vocación de servicio, su sentido de la responsabilidad hacia su país, su convicción de que si no regresaba al frente, soldados americanos morirían porque él no estaba allí para protegerlos.
«We had a lot of confrontations while he was home. His enlistment was coming up, and I didn’t want him to re-up.
I felt he had done his duty to the country, even more than anyone could ask. And I felt that we needed him.
I’ve always believed that your responsibility is to God, family, and country—in that order. He disagreed—he
put country ahead of family.
And yet he wasn’t completely obstinate. He always said, “If you tell me not to reenlist, I won’t.”
But I couldn’t do that. I told him, “I can’t tell you what to do. You’ll just hate me and resent me all your life.
“But I will tell you this,” I said. “If you do reenlist, then I will know exactly where we stand. It will change
things. I won’t want it to, but I know in my heart it will.”
When he reenlisted anyway, I thought, Okay. Now I know. Being a SEAL is more important to him than
being a father or a husband.»
En la película, cuando aparece en pantalla Sienna Miller en el papel de Taya Kyle es poco más o menos que para...
Ponérnosla gorda. Exacto.
En la película, Chris no parece tener relación alguna con sus compañeros de pelotón. En el libro, las menciones a sus hermanos SEALs son constantes; la muerte de dos de ellos le deja destrozado y perplejo, le sume en un dolor sordo y lancinante que se confiesa incapaz de exteriorizar, por miedo a ofender la legendaria etiqueta de invulnerabilidad y estoicismo que se espera de los comandos de la marina.
Cuando su amigo Marcus Lutrell (interpretado por Mark Whalberg en otra película basada en otro libro del que quizá hablemos otro día) es dado por desaparecido en Afganistán, Christopher sufre su pérdida, que de súbito le hace muy patente la idea su propia mortalidad, y sufre todavía más porque no se atreve a exteriorizar su dolor. Es un SEAL. No puede mostrarse débil. No puede dar lugar a sospechas sobre su entereza. ¿Quizá porque si un SEAL se viene abajo, aunque sea por un momento, podrían derrumbarse todos? ¿Tan frágiles son los hombres más fuertes del mundo?
«We’d gotten word a few days before that he [Marcus] was missing. I’d also heard through the SEAL grapevine that the three guys he was with were dead. They’d been ambushed by the Taliban in Afghanistan; surrounded by hundreds of Taliban fighters, they fought ferociously. Another sixteen men in a rescue party were killed when the Chinook they were flying in was shot down. [...]»

»To that point, losing a friend in combat seemed if not impossible, at least distant and unlikely. It may seem strange to say, given everything I’d been through, but at that point we were feeling pretty sure of ourselves. Cocky, maybe. You just get to a point where you think you’re such a superior fighter that you can’t be hurt. [...]

»We don’t focus on the dangers. The families, though, are a different story. They’re always very aware of the dangers. The wives and girlfriends often take turns sitting in the hospital with the families of people who are injured. Inevitably, they realize they could be sitting there for their own husband or boyfriend.»
No se parece a Mark Whalberg, pero más te vale tenerlo de tu lado en una pelea.
Joder, que sí. Que con este Chris Kyle me iría al fin del mundo. No con el follamises al que le comían la polla la mayoría de los periodistas estadounidenses, sino con el que tenía que esconderse para llorar por un amigo tal vez muerto.

Pero es que en la película, me cago en todo lo cagable, se da a entender que la muerte de Marc Lee (uno de sus compañeros SEALs a los que aludimos más arriba), muerte que dejó a Christopher devastado, fue la consecuencia de haber cuestionado la invasión de Irak, de haber perdido la fe en la oportunidad y la necesidad de la guerra. El Marc del libro, y el de la vida real, murieron en la mesa de operciones por complicaciones de sus heridas de guerra, que le habían dejado ciego. El Marc de la película murió por perder la fe en el infalible criterio de los políticos que le enviaron a invadir un país extranjero que no representaba ninguna amenaza para el suyo propio y matar a sus habitantes.

Clint Eastwood parece intentar decirme que Chris pensaba que Marc Lee murió porque se estaba volviendo un pelín rojillo. Vamos, que se lo había buscado, el muy cabrón. Seguro que se la pelaba con fotos de Hillary y que hasta votó por Obama. O al revés.

Quisiera mencionar que American Sniper, el libro, está dedicado por Chris a su esposa e hijos y:
«...to the memory of my SEAL brothers Marc and Ryan, for their courageous service to our country and their undying friendship to me. I will bleed for their deaths the rest of my life.»
Hasta la relación del personaje con Dios recibe un tratamiento distinto. En el libro, Chris nos dice de su fe:
«I’m not the kind of person who makes a big show out of religion. I believe, but I don’t necessarily get down on my knees or sing real loud in church. But I find some comfort in faith, and I found it in those days after my friends had been shot up.
Ever since I had gone through BUD/S, I’d carried a Bible with me. I hadn’t read it all that much, but
it had always been with me. Now I opened it and read some of the passages. I skipped around, read a
bit, skipped around some more.

With all hell breaking loose around me, it felt better to know I was part of something bigger.»

Si tuviésemos que deducirlo de la película, creeríamos que Chris era un vaquero paleto y fanatizado. Y con un padre igual de paleto y fanático, y maltratador, por cierto.

Y nada, absolutamente NADA de esto se desprende de la lectura de American Sniper. No son pensamientos de Chris Kyle. No son ideas de Chris. No son sus sospechas. No es su voz. No es su historia.
(Hay varias listas de las contradicciones entre libro y película. Ésta, por ejemplo.)
Clint Eastwood rodó una película sobre un tal Chris Kyle.

Curiosamente, ya había un libro con el mismo título escrito por otro Chris Kyle.

Y dudo sinceramente que se hayan conocido alguna vez, porque el Chris Kyle de Eastwood es un Harry Callahan con barba, un justiciero überfascista al que le sorprendemos apenas en un par de momentos de debilidad en una película de más de dos horas. ¿Cómo es posible que este retrato retorcido de un personaje que, con todas sus sombras o precisamente a causa de ellas, era maravillosamente humano, haya surgido de la mente del mismo hombre que nos mostró, quizá por primera vez en la historia del cine, a los defensores japoneses de Iwo Jima no como marcianos sedientos de sangre y enamorados de la muerte, sino como hombres atosigados por los mismos miedos y vanidades que nos abruman a todos? ¿Consumió Clint Eastwood toda su piedad hacia los veteranos de guerra durante los rodajes de Gran Torino y Banderas de nuestros padres? ¿Le perdió el respeto a la muerte tras rodar Más allá de la vida? ¿O quizá, simplemente, esta historia no era para él? Lo digo porque en Sully volvemos a ver al buen Eastwood, a ese director con especial afinidad hacia los personajes honestos que se enfrentan con valentía y decisión al sistema, que se saben respaldados por la verdad, la razón y la justicia, y luchan hasta el último aliento para ser reivindicados (El sargento de hierro, Poder absoluto, Ejecución inminente, Space Cowboys, El intercambio...).
Chris y Taya.
La sensación que me ha quedado es que Eastwood tomó al personaje como altavoz de sus propias neuras, que desfiguró a Chris Kyle hasta hacerlo encajar en su propia idea de cómo debería haber sido. Chris Kyle, un puñetero SEAL, un eficiente asesino orgulloso de su trabajo, un hombre que de ninguna manera habría encajado en la definición de «pacifista» o «liberal», no era lo bastante conservador, ni lo bastante devoto, ni lo bastante macho para Clint Eastwood, que, y perdón por nombrar a Satanás, hizo campaña por Trump. De un plumazo, Eastwood se cargó la humanidad de Chris Kyle. Mató al hombre que lloraba y sangraba por la muerte de sus amigos y le hizo renegar de uno de ellos en su propio funeral. Mató al marido cariñoso, pero comprometido con su país y su pelotón y por eso mismo protagonista de una vida familiar conflictiva. Mató al padre que se sumió en una nube de dolor e impotencia cuando le dijeron que tal vez su hija padeciese leucemia. Al soldado que protestaba porque le habían desplazado a una zona de guerra y luego le habían maniatado con unas normas de enfrentamiento que le dejaban indefenso frente al enemigo.
«According to the ROEs I followed in Iraq, if someone came into my house, shot my wife, my kids,
and then threw his gun down, I was supposed to NOT shoot him. I was supposed to take him gently
into custody.
»
Tal vez Eastwood estaba tan obsesionado con crear un icono para sus propias ideas que acabó destruyendo al hombre que lo inspiraba. En el camino, perdimos toda la riqueza del personaje, con sus sombras y contradicciones, y la historia trágica de este hombre, convencido de que podía presentarse ante su Creador con la cabeza bien alta y dar cuenta de cada bala que había disparado, se convirtió en un cliché, un estereotipo, un producto de comida rápida.

Y creo sinceramente que Christopher Kyle, y en no menor medida su viuda y huérfanos, se merecían algo mejor.

Porque sí, Chris era un fanático de las armas, un asesino entrenado por la Marina, un belicista confeso, un chupacirios buscabroncas y un abrazabanderas.

Pero también era un valiente, un patriota, un padre cariñoso, un marido fiel y muchas cosas más, y nadie puede esperar a comprenderle si no las conoce todas.

Solo nos queda expresar nuestro sincero deseo que haya alcanzado la paz, y de que su Creador, tal y como él afirmaba, haya dado el visto bueno a todas y cada una de esas ciento sesenta balas.
«Throw me to the wolves and I'll return leading the pack.»

(Que si no es un proverbio SEAL, merece serlo.)

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