sábado, 6 de agosto de 2022

Me paresió ver un lindo gatito


Tony Soprano es un monstruo. Machista, asesino, putero, marido infiel, mentiroso, socarrón, violento, rencoroso. La clase de tipo al que imaginas pateando a un perro indefenso por el mero placer de hacerlo, aunque sea uno de esos abortos de laboratorio como el bulldog francés o el chihuahua.

Tony Soprano
también adora a los animales. Cuida de una familia de patos que anidó en su jardín. Estuvo a punto de enloquecer de dolor por un caballo que resultó malherido en un incendio.
(Y mató con las manos desnudas al responsable del incendio).
Sabiendo esto, no es difícil imaginar a Tony Soprano haciéndole mimos a un gato bien dispuesto, a lo Vito Corleone.

Como espectador, no puedes separar estos agregados del retrato del personaje. O los tomas todos o los dejas todos. Si seleccionas sólo lo que prefieres, has destruido a Tony Soprano.

Si no ves por dónde voy va siendo hora de que te metas en la cabeza que si esto de escribir fuera fácil todo el mundo lo estaría haciendo y además tú, triste aspirante a la inanición, no estarías leyendo los consejos para escritores de la bitácora de un alopécico ganapán indocumentado.

Voy a intentar explicártelo otra vez:
«¡Eso, eso! ¡Turra, turra!»

En su día, ya hablamos un bastante de Chris Kyle, centrándonos en el desfigurado retrato que hace de él Clint Eastwood en American Sniper y analizado las diferentes imágenes de sí mismo que el ya fallecido SEAL ofrecía en sus diferentes manifestaciones públicas (entrevistas, libro y, aunque sea por persona interpuesta, la ya citada película de Eastwood) y sugerido que tal vez fuesen facetas distintas, pero todas ellas igualmente reales, de sí mismo.

Como personaje, Chris Kyle es fascinante. No, o no sólo, por su encarnación de todos los ideales machocéntricos de una belicosa comunidad estadounidense blanca, anglosajona y flipada por las armas, sino por sus sangrantes e innegables contradicciones.

Salva al gato: Chris Kyle superó las veinticuatro infernales semanas del curso de selección y formación de los SEALs de la Marina de los Estados Unidos, algo que sólo uno de cada diez aspirantes puede afirmar.

Patea al perro: Pero Kyle puso en boca de Jesse Ventura palabras contra los SEALs y contra los Estados Unidos que Ventura, él mismo UDT y veterano de Vietnam, niega haber pronunciado jamás y que llevaron a un amargo proceso judicial que llevó a Ventura al ostracismo profesional y por parte de la comunidad de Operaciones Especiales de los Estados Unidos en la que siempre había sido bien recibido, y que entendió el pleito como un asalto al honor de un héroe americano y, tras la muerte de Kyle, al patrimonio de su viuda y huérfanos.

Salva al gato: Chris Kyle sobrevivió a cuatro despliegues en Irak, que no tiene poco mérito, y salvó las vidas de incontables civiles iraquíes y soldados estadounidenses. Además, adoraba a su mujer y estaba loco por sus hijos.

Patea al perro: Pero se inventó un intento de robo en 2009, pocas semanas después de su retiro de la Marina, en el que habría matado a sangre fría a dos atracadores en una gasolinera. Asesinato del que habría salido impune porque, según algunas versiones de la historia, la policía llamó a un número de teléfono secreto donde, se sobrentiende, alguien les dijo «el chico es un héroe, dejadle matar a todos los raterillos que quiera» o algo de un cariz semejante. Y sí, hay que decirlo categóricamente; a falta de que surjan nuevas pruebas es obligado concluir que Kyle se lo inventó todo. Como el puñetazo a Jesse Ventura. Ni la policía ni la fiscalía de Dallas, Texas, tienen constancia de dicho tiroteo. Las presuntas víctimas mortales de Kyle en dicho atraco frustrado jamás fueron identificadas ni se sabe qué sucedió con sus cuerpos. No aparecieron en televisión sus amigos y familiares exigiendo justicia. Las grabaciones de seguridad del incidente nunca han sido hechas públicas y tampoco se ha podido localizar a ningún testigo que las haya visto, probablemente debido  a que dichas imágenes simplemente no existen.

Salva al gato: Una vez retirado de los SEAL, que abandonó enfrentado a la tesitura de conservar su tridente pero perder a su familia, Chris hizo todo lo posible por ayudar a veteranos con problemas.

Patea al perro: Pero, aparte de que no tenía la más puñetera formación en medicina o psiquiatría, osada ignorancia que tal vez desencadenó su prematura muerte (¿a quién con dos neuronas funcionales se le ocurre llevarse a una persona con estrés postraumático y esquizofrenia a un campo de tiro y ponerle un arma cargada en la mano?), Chris Kyle, en vida, también afirmó que había sido desplegado en Nueva Orleans tras el devastador paso del huracán Katrina para disparar desde el tejado del Superdome a los saqueadores, causando docenas de muertos entre esos negros desarrapados que atentaban contra el sacrosanto derecho a la propiedad privada. El problema es que el SOCOM (Mando Operativo de Operaciones Especiales de los Estados Unidos) niega taxativamente que se desplegase ningún equipo, sección o personal SEAL de los equipos de la Costa Oeste en Nueva Orleáns durante los días post-Katrina. Que no existe la más mínima evidencia de francotiradores operando en aquel escenario, en aquellas fechas (sólo rumores sin confirmar). Que, una vez más, esas treinta personas a las que, según una versión de la historia, Kyle habría matado son muñecos sin rostro ni nombre, cadáveres que no figuran en registro alguno, que nadie encontró, cuyas muertes nadie denunció ni investigó porque no aparecieron jamás los cuerpos, porque, parece ser, de nuevo Chris Kyle se lo estaba inventando todo.


Chris Kyle tenía muchas virtudes innegables.

Y también era un mentiroso. Mintió sobre sus condecoraciones. Mintió sobre su total de bajas. Mintió sobre Jesse Ventura. Mintió sobre ese intento de robo en la gasolinera. Mintió sobre el Katrina.

Y eso es lo que lo hace un personaje tan interesante. Tan rico como protagonista de su propia tragedia. Las personas no son unidimensionales. Y si los son, son aburridas. Y tú, como escritor, no quieres aburrir a tus lectores.

Empieza por no ofrecerles personajes aburridos.

Plantéate si deberías empezar, digamos, por patear al perro y salvar al gato, o explorar este recurso como yo acabo de hacer para proporcionar a tus historias, a tus personajes, la profundidad y complejidad que los hará más terrenales.

No, no te estamos invitando a cometer actos de inefable crueldad con animales, querido lector. Sólo recogemos y elaboramos el consejo que daba Blake Snyder (ningún parentesco conocido con el peor director de cine del siglo XXI) en su libro multiventas Save the Cat! The Last Book on Screenwriting You'll Ever Need, donde escribe: "Heroes should be introduced by a selflessly heroic moment in which they ‘save a cat’ or similar, to show they’re a good person." Y aunque este consejo creativo, como todos, puede devenir en fórmula rutinaria y predecible, usado con un poco de cabeza es una herramienta muy útil para establecer la personalidad de un personaje y señalarle al lector que deben prestarle atención.
(Pero que conste que los únicos guiones que Snyder escribió en su vida son los de cinco episodios de Kids Incorporated (donde salía Fergie, la de los Black Eyed Peas antes de Black Eyed Peas y de descubrir la metamfetamina), el de Cheque en blanco y el de la que es unánimemente reconocida como la peor película de Stallone ever).

Como todos los sistemas que buscan simplificar o sintetizar el proceso creativo, el de Snyder ha sido criticado por justificar historias predecibles y aburridas. Lo cual no es en absoluto descabellado si tienes en cuenta que Snyder llega en su libro al extremo de decirte en qué página del guion debes incluir este punto de giro u otro. Si esto fue idea suya o sólo resultado de la observación de películas y lectura de guiones previos a la sistematización de su fórmula es debatible pero en realidad no supone diferencia alguna.

Tópico y predecible o no, salvar al gato es una buena indicación de quién es el héroe.

Como patear al perro te permite mostrar a tus lectores quién es el villano.

Aunque por la misma regla de tres este instrumento se puede usar para engañar al público. Mostrarle un acto de altruismo para hacerle creer que dicho personaje es de buena pasta y descubrirle después que ese acto generoso ha sido una pamema, una cínica estrategia, y que nuestro pretendido héroe es en realidad un hijo de puta de cuidado, o hacer que el héroe, turbio pero con bueno fondo, o que aún está a tiempo de comenzar su transformación en héroe, entre en escena haciendo una canallada para que su apoteosis sea más meritoria.

Emplear fórmulas para escribir, lo repetimos por enésima vez, no tiene nada malo. El viaje del héroe, el eneagrama, el enésimo clon de Tolkien o la inestimable y atchonburística colaboración de una IA con Machine Learning son sólo herramientas y como tales, son útiles si se les da buen uso.

Usar la fórmula save the cat, kick the dog no tiene nada de malo. Siempre que seas tú el que use la fórmula, no la fórmula la que te use a ti. Como la silicona de Meowri no tiene nada de malo, a priori, siempre que no se altere demasiado la relación materia orgánica/muñeca de goma.
Lo dicho: con mesura, todo es aceptable.

Y siempre, también, que no tengas miedo de ir un poco más allá de la fórmula.

Los moldes no van a escribir tu libro (guion, cómic...). Como el test de Bechdel no va hacerlo inclusivo ni feminista. Pueden ayudarte a salir de un atasco o desafiarte a buscarle un nuevo enfoque, pero no sustituyen a la creatividad. Si no tienes ni historia, ni talento, ni la disciplina para sentarte de cinco a ocho horas diarias delante de una pantalla en blanco, ni el método de Black Snyder, ni el de David Mamet ni ningún otro va a escribir el libro por ti.

Pero a mi, al menos, me ha valido para resolver esta entrada del Paratroopers, en la que voy a desbarrar sobre algunas posibles formas de darle la vuelta a este método tan relamido:

Bien, empecemos:

«Salva al gato». Mostrar a tu protagonista haciendo algo extraordinariamente encomiable sin evidente beneficio para él es una buena manera de señalarlo como el héroe de tu historia, el «bueno», el que más mola. El que va a encontrar el tesoro, rescatar a la princesa y matar al dragón.

Pero si el retrato de tu héroe se reduce a esto, lo estás haciendo condenadamente mal. Porque no estás retratando a un personaje, estás haciendo un manifiesto. Estás intentando manipular a tus lectores. Les estás diciendo, básicamente, «mirad qué superior moralmente a vosotros es mi personaje, ¡comedle la polla!»
«Has sido malo. Culo, culo.»

No sé tú, mi querido e ignorante escritor primerizo, pero a mí y a un porcentaje nada desdeñable de seres humanos nos repatea que nos larguen sermones. Y por eso entre otros motivos, como que la burbuja de los canales de televisión de pago tiene que empezar a reventar por alguna parte, las últimas películas y series de Disney son tan penosas, David Zaslav ha ordenado a WB enterrar en un búnker lleno de perros radiactivos con rayos de SIDA en los ojos el desastre de 90 millones de dólares de Batgirl (aunque aquí también puede empezar a pesar el hartazgo del público random, que se va al cine a ver una peli y vuelve a casa sin verla, harto de que en cartelera sólo haya films de superhéroes), la serie de Los poderes del anillo de Mamazon va apuntando maneras de epic catastrophe y Netflix, no contento con haber perdido un millón de clientes y contando, sigue tirando volquetes de dólares en propaganda woke que se caga en su público potencial y que, fuera de ese nicho, nadie con un mínimo de dignidad quiere ver. Porque la gente no disfruta que ningún mierdecilla sin redaños le diga lo poquita cosa que es ni se recrea en los cínicos oropeles de virtud superficial de cualquier multinacional maligna que compone sus comités con gente incapaz de poner en su sitio a los gritones snowflakes de twitter.
¡REPPPPPPRESENTEISHON!

Así que te recomiendo que te plantees la posibilidad de retratar a tu personaje pateando algún perro, o sea mostrando alguna debilidad, algún defecto de carácter que lo haga más complejo y más creíble. Deja al lector hecho polvo, que no sepa a qué carta quedarse. Los antihéroes se llaman así por algo, y si están bien construidos se convierten en iconos atemporales; James Bond, The Punisher, Dexter Morgan, John Constantine, Batman.

También puedes empezar tu historia «pateando al perro». ¿Para qué, me preguntas, haría nadie algo semejante? Patear al perro puede servirte para adelantar información a tu público. Si empiezas tu historia con una escena indigesta, un episodio de violencia atroz o una muestra de crueldad, le estás haciendo saber que debería empezar a prepararse mentalmente, porque en tu narración van a pasar cosas malas. Incluso muy malas. Sientas el tono de toda la narración, o sea las reglas de tu relato, que hay que dejar muy claras desde el principio. Así pues, un recurso tan moralmente deleznable como maltratar simbólicamente al animal que encarna la lealtad y el amor incondicional puede convertirse en un activo útil para advertir a tus lectores que se vienen cosas. Cosas malas. Que se hagan cuanto antes a la idea de que lo van a pasar mal.

¿Has visto Matrix Resurrections? Pues así se hace.

Las contradicciones de tu personaje también pueden ser una manera de presentar su trasfondo. ¿Por qué a alguien a quien le gusten los animales salvaría a un gato pero le atizaría un puntapié a un perro? ¿Es que le gustan los felinos y detesta a los cánidos? ¿Por qué? ¿Un gato fue su mejor amigo de niño, y por eso favorece a los avatares de Satanás mientras que un perro le mordió la punta de la pilila a los ocho años y desde entonces los odia? Conocer la respuesta no logrará que te caiga más simpático el protagonista, pero lo hará más natural. Más humano. 

Hacerlo imbécil también puede ayudar.

Eso, en el supuesto de que sea necesario conocer la respuesta. Que no lo es. A menudo basta con que tu lector se plantee la pregunta. «A ver, aquí tenemos a una perzona humana que ama a los gatos y aborrece a los perros. ¿Por qué será? Aquí hay una historia que yo no conozco.» Invitar al lector a implicarse en el argumento, ofrecerle la oportunidad de colaborar en la construcción del personaje, raras veces fracasa como herramienta para atraer su interés.

Aunque lo de darle contradicciones a tu personaje puede que te salga mal si lo llevas demasiado lejos. Por ejemplo si estás retratando al malo de tu historia. Si le buscas justificación a su hijoputismo no sólo le quitas importancia a sus cabronadas, de las que en parte le absuelves, sino que podría interpretarse como una identificación con tu antagonista. Ya sabes, «no soy mala, es que me han dibujado así».
Miau.

Y ésa es la peor forma de caracterizar a un villano. Y es que vivimos unos tiempos tan miserables que hasta los malos de las novelas y las películas no son como antes. Monstruos de pura maldad, que hacen daño a sabiendas porque eso es lo que los pone cachondos. Todo el mundo tiene que tener una excusa para su comportamiento. A todos los villanos de todos los libros, películas y series de televisión se les proporciona un atenuante. Y yo empiezo a pensar que ya está bien de que en ficción no pueda haber cabrones a la antigua usanza. Que ahora resulta que todos los antagonistas no son peores que la carne del pescuezo porque han nacido así, sino porque sus padres les arreaban, sus madres estaban como las maracas de Machín, sus compañeros de colegio no les elegían nunca para sus equipos de futbito, su abuela les inyectaba porros en las venas del cipote o la china que vende las flores se dirigió una vez a ellos con los pronombres incorrectos.
Ya no tiene por qué tirarlos al ácido. Basta con cancelarles el seguro médico.

Nueva ocurrencia: ¿Y si la única forma de salvar al gato es pateando al perro? ¿Y si es el perro, digamos uno grande, un bullmastiff o un dogo argentino el que pone en peligro a un indefenso gatito chiquitín y la única manera de salvarlo es pateando al puto perro? Estarías cometiendo un mal menor en aras a lograr un bien mayor. Puede que te la bufe el dilema. Que odies profundamente a los perros y estés muy feliz por la oportunidad que se te ofrece de atizarle una volea con la zurda a uno. Pero a menos que seas un bastardo hijo de mil putas, hacerle daño deliberadamente a un perro te va a joder. Mucho. Aunque sea por preservar la integridad estructural de un dulce, esponjoso y achuchable felino doméstico.

Y así es como el estereotipado modelo save the cat, kick the dog nos remite a un artículo del Paratroopers de hace más de dos años en el que empleábamos la (ya no tan) maravillosa serie de televisión The Expanse para darte otra lección de escritura. Si eres demasiado vago para pinchar en el enlace (o tienes una memoria que te envidiamos) te resumo así la tesis de la entrada: en The Expanse no hay posibilidad de irte de rositas; todas las elecciones son dolorosas, todos los actos de los personajes tienen consecuencias, a menudo imprevisibles e inevitables y con no poca frecuencia contrarios al efecto que se pretendía obtener.
«¡Que sólo me estaba haciendo una pajaaaaaaa!».

Salvas al gato, pero al precio de darle tremenda golpiza al perro. A veces, hasta matarlo.

Enfrentar tus personajes a ese dilema, descubrir cómo reaccionan, si se transforman por su elección y en qué sentido o son incapaces de tomarla y luego han de vivir con los remordimientos de haber dejado morir al gato, puede desafiarte a ti mismo como escritor, a explorar la psicología de tus protagonistas como nunca habrías imaginado que lo harías o desarrollar subtramas completamente inesperadas.

Otra idea: ¿Y si salvar al gato y patear al perro fuesen exactamente la misma cosa?

No, no es una forma más de pegarle al perro para salvar al gato. Es cuando por salvar al gato le pegas, seas consciente o no, al pobre perro. Es la versión «salva al gato, pega al perro» de los vidrios de deriva.

Para los que nos hemos criado cerca del mar en los setenta y los ochenta (¡ja! ¡Jodeos, ratas de secano!) los vidrios de deriva son esa extraña joya no comestible que el mar nos entregaba de vez en cuando. Pedacitos de botellas, platos u otra vajilla de cristal que caía al mar y, de tanto refrotarse promiscuamente con las arenas y las rocas, acababan convertidos en aterciopelados guijarritos de colorines que, a veces, aún conservaban restos de una marca; Pyrex, Coca Cola, Duralex (no, no es una marca de condones), Acme, Umbrella.
(Las joyas comestibles del mar son las sardinas, los mejillones, las nécoras...).

Pero cada vez resulta más difícil encontrar vidrios de deriva en las costas españolas. Lo cual en parte es bueno («salva al gato») porque demuestra que hemos adquirido alguna conciencia ecológica, no mucha, pero alguna, y ya no tiramos tanto cristal al mar. Pero la ausencia de cristalitos de colorines entre nuestras arenas también es malo, porque evidencia que hemos reemplazado el vidrio como material de fabricación por una alternativa más barata y mucho menos ecológica.

Ya no tiramos tanto vidrio al mar, vidrio que acababa desmenuzado y pulido e incorporado como materia inerte, y hasta cierto punto ecológica, a la arena. Ahora tiramos plástico. Millones de toneladas de plástico que acaban formando islas de mierda flotante y ahogando tortugas y delfines, cuando no desmenuzadas e incorporadas a la cadena trófica. Y así ahora comemos merluza con PVC, berberechos con polipropileno y pulpo con poliéster. Y todos esos contaminantes entran en nuestro organismo y allí se quedan. Y no sé tú, pero yo particularmente no los quiero ahí dentro.
Ninguna relación con el texto. Sólo da risa.

Salvar al gato (reducir el uso de plásticos), en este caso, está matando al perro (el perro es el ecosistema, y también somos nosotros).

Eso es todo, por ahora, con mis reflexiones sobre el método de Blake Snyder. Puede que haya futura entrada con su versión del «viaje del héroe». Dale tú una pensada a lo de salvar el gato y patear al perro. Quizá te ayude a escribir tu libro de mierda.

De nada. A mandar.

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