domingo, 1 de marzo de 2020

"Remember 'The Cant'!" Aprende a escribir con 'The Expanse'

Hace ya un tiempo, en el pleistoceno de la bitácora, me hice una entrevista a mí mismo (mmmm... probablemente no me di suficiente caña; habrá que repetirla con un par de copazos de licor café) en la que explicaba por qué, en mi opinión, y a pesar de ser lenguajes radicalmente diferentes, el cine puede enseñarle a un escritor técnicas narrativas mejor y más efectivamente que ninguno de esos manuales para escritores, de insufrible pedantería, o esos cursos de escritura creativa de los cuales, que yo sepa, solo ha salido una cosa digna de provecho y se llama Camilla Läckberg.
Ella.
Volví a recordar esa entrevista mientras veía los últimos capítulos de la segunda temporada de The Expanse.

The Expanse empezó como una serie de novelas, cuentos y novelas cortas escritas por James S.A. Corey, que en realidad no es un señor, sino dos. James S.A. Corey es el nom de plume de Daniel Abraham y Ty Franck, que publicaron el primer volumen de la serie, Leviathan Wakes ya en 2011.

Doble función, sensación única.
La gracia de esta historia es que Abraham y Franck no pretendían escribir una novela, y menos aún ocho. Su propósito original era crear un MMORPG, que no es la onomatopeya de un sueco atragantándose con una espina de arenque, sino un videojuego de rol multijugador masivo (Massively Multiplayer Online Role-Playing Game, en la bella lengua de Sasha Grey). Los autores querían hacerle la competencia a World of Warcraft o, dado que The Expanse es casi una space-opera típica, más bien a Starcraft, que ni siquiera es un MMORPG. A fin de que el universo de su juego de rol fuese sólido, el autor bicéfalo empezó un proceso de worldbuilding obsesivo. Acumularon pilas y pilas de notas y apuntes sobre detalles técnicos, cálculos de ingeniería, datos astronómicos, información genética y otras categorías de porno para nerds.

En algún momento, la idea de crear un videojuego decayó (la cosa empezaba a parecer demasiado complicada, y sobre todo demasiado cara), y reorientaron sus planes a un juego de rol tradicional, de los de mesa; ya sabes: media docena de vírgenes miopes y con obesidad mórbida reunidos en torno a una mesa, tirando dados y fingiendo ser otras personas (es casi imprescindible que uno de ellos se haga pasar por una elfa medio ninfómana y de tetas bien duras), normalmente a gritos y entre porro va porro viene antes de salir a la calle a matar con katanas desvalidos padres de familia.

Así de duras o más.
Tras varios años profundizando en el proceso de documentación, Daniel Abraham, que llevaba desde 1996 publicando relatos y novelas cortas en antologías y revistas como Asimov's Science Fiction y Fantasy & Science Fiction, y que había ganado un International Horror Guild Award en 2005 por su novela corta Flat Diane (nominada asimismo al Nebula de 2006), se dio cuenta de que tenían más documentación para su juego de rol de la que la mayoría de los escritores acumulan para sus libros ("People who write books don't do this much research", dijo el propio Abraham en una entrevista que, milagrosamente, sigue en YouTube); y él de esto sabe un rato, que Abraham ha colaborado, y mucho, con GRRRR Martin, así que le dijo a su colega algo del estilo de «mira que te cuento: si intentamos convertir toda esta pila de papeles en un libro podemos quedar como los putos amos. ¿Por qué no lo intentamos?»

Y así lo hicieron.

The Expanse está ambientada en un futuro en el cual la humanidad ha colonizado la mayor parte del Sistema Solar. Las Naciones Unidas, convertidas en gobierno transnacional y superpotencia militar del Sistema, gobiernan la Tierra, mientras que los colonos humanos asentados en Marte han declarado la independencia y, en respuesta a las represalias militares y económicas de la Tierra, han abandonado la terraformación del planeta rojo para dotarse de una flota militar con la cual defender sus fronteras y sus intereses extraplanetarios. Atrapados en el medio están los «belters» (¿«cinturonianos»?),  pobladores de los planetas enanos y asteroides del Cinturón (de ahí lo de «belters») de Kuiper, Ceres y Eros, y las lunas de los gigantes gaseosos como Europa, Phoebe, Titania y Ganímedes; que son a quienes les llueven todas las hostias, pues explotan los recursos que codician tanto la Tierra como Marte, demasiado interesados en el hielo (casi única fuente de agua de los belters) y los minerales de esos asteroides como para pararse a considerar minucias del tipo de jornadas laborales dignas, hábitats saludables o derechos humanos de los belters.
The Expanse se cuenta a través de los ojos de diferentes personajes (¿herencia de sus orígenes como juego de rol o decisión narrativa consciente?) en el estilo que se denomina «Tercera Persona Limitada», o sea que no es el «Narrador Omnisciente» que algunos lectores encuentran particularmente odioso. Cada vez que toma la palabra uno de los personajes, a razón de un capítulo por personaje, solo vemos lo que él ve y solo sabemos lo que él sabe, lo cual es una excelente herramienta para construir suspense, pues vemos a un villano tenderle una trampa a los protagonistas, trampa de la cual no podemos prevernirlos, o nos desesperamos porque un personaje se aleja del lugar donde otro personaje necesita su ayuda o pone en marcha un plan que frustra los esfuerzos de un compañero, esfuerzos que el primer personaje ignora.

A lo largo de las novelas de The Expanse, seguimos las desventuras de los supervivientes de la nave Canterbury (y futura tripulación de la Rocinante), James R. Holden, Naomi Nagata, Amos Burton y Alex Kamal, tratando de descubrir qué mierda le ha pasado a su nave, quién la ha destruido y por qué. Acompañamos en su investigación al detective Josephus Aloisus Miller, (¡jajajajajá, Josephus, jajajá!) a quien encargan la búsqueda de la desaparecida Juliette Andrómeda Mao, hija mayor del plutócrata terráqueo Jules-Pierre Mao. Nos asomamos al pasado de Frederick Lucius Johnson, «El Carnicero de la Estación Anderson», un ex marine de las Naciones Unidos reconvertido en lider de la OPA (Outer Planets Alliance, «Alianza de Planetas Exteriores»). Descubrimos las primeras evidencias de vida alienígena. Somos testigos de los sucios manejos de la clase política, podrida de ambición y dispuesta a toda clase de enjuagues con tal de mantener sus prerrogativas, y a las luchas de poder entre Chrisjen Avasarala, Subsecretaria de las Naciones Unidas, y su compañero de administración Sadavir Errinwright. Asistimos al grito de libertad de los belters, hartos de ser el último mono y llevarse todas las hostias y persuadidos de que solo reivindicando su soberanía recibirán un trato respetuoso por las superpotencias de La Tierra y Marte. Y todo eso en un entorno de ciencia-ficción, o sea con viajes espaciales, la amenaza del vacío espacial, combates entre naves, et caetera.
En 2015, el canal SyFy estrenó la primera temporada de The Expanse, que, a grandes rasgos, adapta el primer libro de la serie. A lo largo de diez capítulos se nos presenta el drama y a los personajes (quien no se haya enamorado de Naomi Nagata por culpa de Dominique Tipper que me espere en la calle. Llevaré a unos amigos) y aquí es cuando termina esta introducción, por lo demás larga (marca de la casa).
En primer plano Naomi y su estilismo badass sista.
Introducción que nos lleva a la tesis de esta entrada: la serie de The Expanse es una lección para escritores y un Satisfier mental para espectadores.
(Jajajajajá, pero ¿cómo puede llamarse Josephus?)
Tres son los elementos más exquisitos (y, para un escritor, pedagógicos) de esta serie:

Uno: de la misma manera que las novelas renuncian a tener un narrador omnisciente, la serie renuncia a tener unos personajes puros e intachables. Fred Johnson pasa de leal bulldog de las Naciones Unidas a estadista comprometido con el movimiento de autodeterminación de los mismos belters a los que masacró en su etapa como soldado del imperio. Jim Holden, a priori el más noble de todos, desciende a casi criminales abismos de obsesión en su sed de venganza por la destrucción de la Canterbury y la epidemia de Phoebe. No hay arquetipos en The Expanse. Ningún héroe es intachablemente altruista ni ningún villano descerebradamente malo. Jules-Pierre Mao puede ser un pijo cabrón multimillonario, pero su temor a que la humanidad sea erradicada o sustituida por la especie alienígena que creó la protomolécula es real y sus esfuerzos por proteger la civilización son encomiables, aunque en el proceso no se detenga a reconsiderar el asesinato de masas y hacer una porrada de beneficios para su empresa. Joe Miller empieza la serie siendo un policía absentista y corrupto, que se alza del fango de sus propios defectos a causa del amor que despierta en él la niña rica malcriada, pero idealista, a la que le han encargado encontrar y devolver a su padre con un par de cachetes en su asiático culete.

(¿Qué es la protomolécula? ¿Por qué coño me lo preguntas? ¡Ponte The Expanse y deja de joder la marrana!)
Pero, claro, es una soñadora, es morena y un bellezón, ¡como para no enamorarse!
La variedad de matices en los personajes de The Expanse, su infinita capacidad para superar sus propios defectos, y ofrecer la mejor versión de sí mismos, o hacer lo correcto contra sus propios intereses, y cagarla, o hacer algo increíblemente egoísta y obtener una inesperada recompensa por puro accidente o ser malinterpretados y tomados por campeones de la justicia te mantiene, como espectador, en un estado de perenne ansiedad. Literalmente cualquier cosa puede pasar porque estos personajes son capaces de lo mejor y de lo peor, de sorprenderse a sí mismos, no necesariamente para bien, y son así de caóticos, contradictorios, torpes e impredecibles todo el rato. ¡La diversión nunca acaba!
Dos: en The Expanse, los personajes intentan hacer cosas mientras sus actos tienen consecuencias imprevisibles con las que luego deberán lidiar, aunque en modo alguno fuese su intención inicial provocar dicho efecto. James Holden provoca un conflicto diplomático DE COJONES y se convierte en símbolo involuntario de la rebelión de los belters cuando emite un vídeo en el cual, a partir de información incompleta, y que luego se revela falsa, culpa a Marte de la destrucción de la Canterbury. Los tripulantes de la Rocinante se convierten en héroes accidentales mientras siguen una pista sobre la destrucción de su primera nave y la masacre de sus compañeros. Bobbie Draper pasa de ser una orgullosa sargento del Cuerpo de Marines de Marte a una traidora cuando descubre que, para los prebostes del ejército marciano, ella y su pelotón son peones sacrificables en la prueba de campo secreta de un nuevo tipo de arma. La tripulación de la Rocinante mata accidentalmente al piloto de un carguero al que intentaban rescatar de unos piratas.
Los personajes de The Expanse son maravillosos porque son dolorosamente humanos.
Tres: todas las decisiones son dolorosas. Más dolorosas que un mordisco de Kylie Minogue. No hay una alternativa clara, pura e inocua para las decisiones que toman los personajes. A menudo han de escoger entre el menor de dos males. Con frecuencia, un acto de generosidad y altruismo obtiene como recompensa un terrible dilema moral que pone a los personajes en una situación terriblemente dolorosa. O sea que ni siquiera hacer lo correcto, hacer lo que está bien, sacrificarte, comportarte como un puto héroe te va a salvar del dolor, del desenlace de fuerzas que escapan a tu control «Oh, gracias por ayudarme a reparar la nave que antes me secuestraste y averiaste. Y sí, tengo espacio suficiente para evacuar a todos esos pobres refugiados que están a punto de morir como chinches. Lamentablemente solo tengo oxígeno para veinte, así que tú decides: o nos largamos y los dejamos reventar a todos o me sales ahí y me escoges a veinte, solo a veinte. Ya verás qué gracia les hace a los otros doscientos». Solo quiero hacer notar que entre esa multitud de refugiados esperando evacuación había docenas de mujeres y niños.
(Jajajajá rejá já, ¡si es que mira que hay nombres bonitos y van sus padres y le ponen Josephus jajá ja ja!)
Los personajes de The Expanse son como las moscas del discurso de Gloucester en El rey Lear. Tienen que intentar sobrevivir y conservar su humanidad en un universo frío, traicionero e implacable que no solo intenta matarlos, sino que primero quiere triturarlos, desgarrarlos, reducirlos a la impotencia y la desesperación.
"As flies to wanton boys are we to th' gods,
They kill us for their sport."


El rey Lear, Acto 4, escena 1
El mundo de The Expanse se parece sospechosamente al nuestro, lo cual es uno de los mejores atributos de la ciencia-ficción: ofrecernos un espejo deformado en el que mirar de frente nuestras propias neuras.

Y esa indefensión del héroe ante el destino, tema recurrente de la Literatura como mínimo desde el teatro clásico (y probablemente tambien desde el Poema de Gilgamesh),
es uno de los mayores atractivos de The Expanse, unido al tratamiento de sus personajes. Me creo los dilemas de la subsecretaria Avasarala, me conmuevo con los avatares tripulación de la Rocinante, asisto, lleno de empatía, al enamoramiento del detective Miller de una mujer que no le ha visto jamás, sufro con el desengaño de la sargento Draper cuando descubre que la sociedad marciana, por la que estaba dispuesta a matar y dar la vida, no es la Arcadia de virtudes y justicia que había imaginado.

No sé cuánto se esforzaron los escritores de The Expanse en la fase de documentación, pero sí se que los guionistas de la serie se quemaron desarrollando los personajes y los conflictos del argumento. Tanto que nos permite extraer algunas conclusiones útiles para un escritor.

Toma nota:


Si tus personajes no tienen defectos, tus lectores no se identificarán con ellos. Porque a todos nos repatean los pináculos morales y la perfección.
Si tus personajes no corren peligro, tus lectores no se angustiarán por ellos.

Si tus personajes no sufren, tus lectores tampoco.

(Para sufrimiento, el del pobre de Josephus con ese nombre, jajá ja ja ja)
Si los malos no tienen ninguna oportunidad de salirse con la suya, las victorias de tus héroes no tendrán el más mínimo mérito.

Si las victorias de tus héroes no conllevan el pago de precio alguno, no son auténticas victorias.
«Remember the 'Cant'!»
No importa si duele. Si te duele escribirlo, probablemente a tus lectores les dolerá leerlo, y eso significa que habrás alcanzado el campamento base de la Literatura: lograr conmover a tu público. Ahora ya puedes empezar con lo más difícil: aprender a hacerlo bien. Joder, The Expanse empieza presentándote a la tripulación de la Canterbury, te los hace simpáticos, te los hace entrañables y a continuación los mata a todos menos a cuatro.

Y estas lecciones, que los guionistas de The Expanse nos permiten aprender sin necesidad de pasar por el coñazo ese de tener que leernos un libro, son especialmente difíciles de interiorizar en una época en la que se ha impuesto el estilo Joss Whedon de contar historias. Ya sabes:

"Make it dark, make it grim, make it tough, tell a joke."
«Hazo oscuro, hazlo siniestro, hazlo duro, cuenta un chiste».
Y que son los cuatro mandamientos de los escritores mierder supreme que tienen miedo de comunicar sentimientos humanos, de provocar en sus lectores reacciones humanas, de ser acusados de graves, solemnes y serios y luego, como regalo, van y te joden Justice League (que probablemente fuese insalvable de todos modos).

¿De qué cojones va el Arte sino de transmitir ideas y sentimientos humanos, de conmover a un público humano, de hacernos sentir emociones humanas? ¿Por qué hostia deberíamos aligerar un momento dramático, triste, conmovedor, con una morcilla de humor? ¿Por qué deberíamos avergonzarnos de sentir o de hacer que nuestros lectores sientan?

¿Cuándo se impuso esa idea de que avivar las emociones humanas a través del Arte era algo pecaminoso, obsceno, ridículo? ¿Cuándo coño nos volvimos tan delicados que los críticos de cine empezaron a recomendarnos no ir a ver The Joker, no fuese a suceder que nos traumatizara tanta violencia sin sentido?
Las películas del Universo Cinematográfico Marvel son, en el 90% de los casos y durante el 90% del metraje, un ejemplo lacerante de esta filosofía subnormalizadora que trata de impedir a toda costa que el espectador sufra, que se disguste, que contenga el aliento, que sea humano. O sea que yo, que veo poesía venérea en los vídeos de Riley Reid y puedo llorar como una madre escuchando el Carmina Burana, soy, más o menos, un puto monstruo.

Y sin embargo, ni siquiera los inventores de esta receta repulsiva que nos reduce a bebés emocionalmente lisiados a los que un pequeño susto podría convertir en sociópatas homicidas o retrasados mentales, se atreven utilizarla todo el tiempo. Quizá porque hasta ellos han empezado a darse cuenta de que es una trampa (en tus sueños, Sommer), de que el cine puede ser ante todo espectáculo (y escaparate de franquicias, sobre todo escaparate de franquicias), pero que no puede, no debe, no sigue siendo Arte si huye de las emociones, y no hablo de cuando nos levantaron a toda la sala de cine, en unánima aclamación, vítores, gritos, aplausos y lágrimas:
Sino de cuando, sin anestesia y con saña, en una peli que, por momentos, había llevado el método Whedon a la apoteosis de la vergüenza ajena...
...nos rompieron el corazón.
Y si hasta los reyes del pastel, los traficantes de merengue, los jodetramas y revientaargumentos decidieron, para la más épica peli de superhéroes ever ¡HOSTIA, YA!, ahorrarse en el clímax final la coñita marinera, ir al hueso y sin contemplaciones, destrozarnos vivos, dejarnos tal cicatriz que no se nos olvidase jamás, o sea aplicar el método The Expanse, quizá, solo quizá, deberías plantearte la posibilidad de hacerlo tú también en tu excrementosa El anillo de los señores, Vol. 215.
Josephus, jajajajajá! ¡Cada vez que lo pienso!)
Así que corre a ver The Expanse, antes de que te quiten el sitio.
NOTA: esta entrada debería haber salido en la última quincena de febrero. Gracias, Vomistar, que desde noviembre pasado, en tu infinita sabiduría, vienes gratificándome con interrupciones del servicio de telefonía y datos, la última de ellas de una semana de duración. Nos veremos en el infierno.

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