lunes, 15 de agosto de 2022

Si sangra, podemos matarlo

 ¡Espóilers a lo bestia!

(Avisado quedas).

Si vas por la vida con la boca abierta, antes o después, alguien te meterá dentro sus peludos cojones.

Ahí van los míos. Que aproveche:

Prey me ha encantado.


Los fans de la saga teníamos sobrados motivos para haber renunciado a toda esperanza. Después de que el título fundacional de la franquicia sentase un nuevo estándar de calidad y casi un nuevo dialecto para el género de ciencia-ficción, de que su secuela dividiese al público entre quienes la adoraron y quienes la destestaron, y que desde entonces a los fans nos hayan salpicado a intervalos el excremento y la mierda, poner incluso una cantidad cuántica de esperanza en la nueva iteración del universo cinematográfico de Depredador era poco menos que una insensatez.

La sorpresa que representa Prey es, por lo tanto, realmente difícil de cuantificar. ¿Qué métrica le aplicas a este producto, partiendo como partíamos del punto más bajo de la franquicia? ¿Dónde pones el fiel de la balanza? La cagada colosal de 2018 es tan mala a todos los niveles, tan penosa en argumento, tan absurda en desarrollo, tan cancerosa en sus diálogos, tan patética de personajes, tan desganada en atmósfera que cualquier cosa sólo ligeramente no tan mierder nos parecería astronómicamente mejor.

No sé dónde poner el suelo. Lo juro. Prey me parece tan buena que la coloco en segunda posición entre las mejores de la serie, al lado de Depredador 2, que a mí me funciona como película, y sólo por encima de Predators, sí la de Manolet... Adrien Brody y Danny Trejo que casi todo el mundo detesta y que, a pesar de todos sus defectos (¡y anda que no tiene! ¡Jodóóóóóó!), es capaz de hacerme pasar una tarde entretenida sin chillar de cinéfila indignación y pánico freak.
(Y ahí se acaban las películas buenas de Depredador. Todas las demás son entre basura infecciosa y gore porn).

Y como aquí, que ya lo hemos dejado muy claro en tiempos pretéritos somos muy talifanes de los yautja (aunque no nos gustaría tener uno de vecino), vamos a intentar explicarnos a nosotros mismos por qué Prey nos gusta tanto y por qué entendemos que todos aquellos que la ponen a caldo se equivocan y que todos aquellos que directamente se han negado a verla, porque están completamente alienados por la propaganda woke con las que nos flagelan a diario, son gilipollas.

Apartad los pelos y saboread mis cojones, chicos.
Y, de paso, los suyos. Si tiene.

Prey intenta distanciarse hasta tal punto de la devaluada franquicia de Depredador que no lleva en ningún lado el nombre de la marca. Prey es Prey, no Predator: Prey (aunque como los distribuidores españoles nos tienen por un poco cortitos la promocionen como Depredador: La presa). De entrada, ésta es una declaración de intenciones que no podemos sino respetar, pero que se habría quedado en mera cosmética si no introdujese un producto efectivamente alejado de las últimas desastrosas y mancas cagadas de 20th Century Fox con la serie.
Aún nos dura el mal sabor de boca de la última de ellas.

Pero tampoco la última videoconsola de Sega, la Dreamcast, llevaba la marca ni el logo de Sega por ninguna parte (las frívolas y desorientadas decisiones empresariales de la casa matriz de Sonic y Golden Axe habían convertido el sello en una letra escarlata) y después de sacar
a la venta la que en su momento fue la mejor y más avanzada consola de videojuegos, con aclamados títulos como Phantasy Star Online, Grandia II ó NBA 2K, Sega cerró la producción de hardware y dejó tirados a sus clientes.

Prey podría habernos dejado tirados a los fans de Depredador.

Pero no lo ha hecho.

Aunque no seré yo el que diga que es perfecta.

Según la página de la película de la Internet Movie Database, el argumento de Prey es el siguiente: «El origen del Depredador en el mundo de la Nación Comanche hace 300 años. Naru, una hábil guerrera, lucha por proteger a su tribu contra uno de los primeros depredadores altamente evolucionados en aterrizar en la Tierra.»

Ya empezamos con una MENTIRA.

Naru (Amber Midthunder) es una joven comanche entrenada como curandera que no se resigna al papel reservado a las mujeres en la sociedad de los indios de las llanuras, que era básicamente el mismo de las mujeres en casi todas las sociedades humanas: llevar la casa (los tipis, en este caso), hacer la comida, cuidar de los críos, recolectar frutas y verduras y ese tipo de mierdas («¡Patriarcado! ¡Machismo!»). Pero Naru no se conforma con eso. Quiere ser cazadora y guerrera, como Taabe (Dakota Beavers), su hermano, y como su padre, ya fallecido, cuya hacha ha heredado.

Naru sueña con ser cazadora y guerrera aunque sus pretensiones hacen sentir muy incómodos a su madre y sus compañeros varones (
«¡Techo de cristal!»), su hermano entre ellos; que no diré yo que los comanches fuesen machistas, pero cuando hacían un prisionero lo ponían a ocuparse de las tareas mujeriles para humillarlo todavía más. Ahí dejo eso. Naru entrena con el hacha y puede lanzarla con una precisión acojonante, pero fracasa en cazar un puto ciervo con ella. Naru sabe seguir rastros como nadie, pero es incapaz de usar un arco y cuando avista un oso no tiene ni el sentido común de colocarse a sotavento, con lo que acaba advirtiendo a la bestia de su presencia.

Naru quiere ser una cazadora y una guerrera, como su hermano y su padre.

Pero es un desastre como cazadora y guerrera. Puede cazar una liebre, pero nada que suponga un verdadero reto. Puede pelearse con un chico, pero no derrotarlo.

«Una hábil guerrera» mis cojones peludos, señor redactor de la IMDB. Naru no es una hábil guerrera. Su falta de aptitudes físicas para el combate y la caza no la hacen menos atractiva como personaje, entre otros motivos porque el arco de transformación de Naru la lleva a buscar la forma de circunvalar
sus limitaciones para que dejen de interponerse entre ella y su objetivo y triunfar en última instancia a pesar de esas mismas limitaciones. Y lo que la motiva a seguir adelante pese a haber constatado varias veces que es un fracaso como cazadora y guerrera no es la sororidad foucaltiana de su racializado potorro cobrizo, sino las ansias de venganza sobre esa bestia de otro planeta que ha matado a sus amigos y a su hermano (¡eh, te dije que habría espóilers!).

Y a todos aquellos a quienes ha sublevado que una chica («¡chuminismo!») india («¡REPRESENTEISHON!») mate a un cabrón del espacio exterior capaz de bajarse con la punta del carallo a dos equipos de fuerzas especiales en la película de John McTiernan, dejadme que os diga:

a). Tú no has visto la película.

b). O bien la has visto y eres imbécil.

Naru no puede igualar en fuerza, resistencia y velocidad a un bicharraco capaz de despanzurrar con las manos desnudas a un oso adulto, como no podían los hombres de Jim Hopper ni los de Dutch en la película de 1987, ni Mike Harrigan, toda la policía y los señores de la droga de Los Ángeles en Depredador 2. Su biología a prueba de bomba, su arsenal alienígena, su sistema de camuflaje, su voluntad indomable y su visión infrarroja le otorgan al depredador una ventaja que Naru no puede contrarrestar con los medios a su alcance.

Naru ni es tan fuerte como un yautja ni puede serlo. Las heridas que para el depredador representan un corte al afeitarse dejarían a Naru mutilada o muerta. El hacha de obsidiana de Naru no es rival para las armas de su adversario.

Así que Naru tiene que renunciar a intentar superar a su antagonista precisamente en todo aquello en lo que el depredador la supera a ella y aprender a sacar provecho de aquellas cualidades en las que le aventaja.

En el clímax de la película, el depredador ya ha descartado a Naru como una amenaza. El depredador no tiene miedo de ella. Sabe que es físicamente más fuerte que Naru y que sus armas son superiores y cree que con eso tiene la batalla ganada.

Me pregunto si lo último que le pasó por la cabeza al yautja, de Prey, además de una de sus propias municiones, fue algo así como «¿por qué coño se sigue esforzando esta loca del choch...?»

Naru tiende una trampa a su enemigo, exactamente igual que Dutch en la película fundacional de la serie. Naru vuelve la tecnología del depredador contra él, como Dutch, cubriéndose de barro frío y encendiendo una hoguera como cebo para joder la visión térmica de su oponente, o Harrigan en Depredador 2 acuchillando y finalmente esmochando a su yautja con su propio disco inteligente. Igual que sus predecesores en la franquicia, Naru
aprovecha el entorno y debilita a su presa con pequeñas heridas, las únicas que puede producirle, o se aprovecha de su debilidad, causada por las heridas recibidas en combates previos, hasta encontrar una oportunidad de matarlo.

Naru no tiene los recursos físicos ni técnicos para matar al depredador por más crossfit con tomahawk y parkour comanche que haga, así que usa la malicia, el cerebro y esas flores mágicas nativas que bajan la temperatura corporal.

Y Naru triunfa. Naturalmente. Porque es la protagonista y, pese a sus limitaciones físicas frente a un enemigo abrumadoramente superior y su notoria incompetencia en artes marciales, tiene que llegar viva al tercer acto por extremas que sean las situaciones en las que se vea envuelta y por mayores que sean sus meteduras de pata. Porque Naru como heroína de Prey tiene un plot armor de manual, pero igual lo tenía Dutch en Depredador y Harrigan en Depredador 2, y Ripley en Alien y Aliens y Sarah Connor en Terminator, y Conan en Conan el bárbaro, y absolutamente TODOS los demás protagonistas de cualquier historia y también todos los superhéroes Marvel y DC que no mueren al final de la película.
(Aunque, las cosas claras y las Rileys Reids, como hemos dicho el yautja ya venía considerablemente baldado por tanto mosquetazo de trampero francés y tanto flechazo y lanzada de guerrero comanche).

Como Ripley en Alien. Como Sarah Connor en Terminator. Como todas las heroínas que, en vez de inflarse de Clembuterol y agarrar una ametralladora de bombas atómicas en cada mano y usurpar un rol descaradamente masculino, Naru vence a su antagonista con códigos femeninos, con armas y talentos femeninos, no convirtiéndose por unos minutos en un hombre con ovarios, ignominiosa caricatura de machorra amazona en chuminal cruzada contra el malvado heteropatriacado intergaláctico.

Naru quería convertirse en un hombre (al menos simbólicamente) y perservera contra toda evidencia y a pesar de sus reiterados fracasos.

Pero sólo triunfa sobre su rival cuando abraza su naturaleza femenina, deja de intentar igualar la fuerza y habilidad de sus compañeros cazadores y hace lo que mejor se le da: pensar, planear, ir por delante de su presa y tenderle una trampa.

Se me ocurren pocos mensajes más feministas que éste, aunque pueda resultar impopular en una época de kulturkampf esquizofrénica en la que algunas voces del feminismo gritan que el sexo biológico no existe y que no hay nada, absolutamente nada físicamente al alcance de un hombre que una mujer empoderada no pueda hacer también.
¿Cómo va a matar a una reina alien? ¿A un Terminator?

Prey es, además de una película de acción con no poco componente de ciencia-ficción y algunas pinceladas de terror, la historia del empoderamiento de Naru, una chica comanche que se da de morros contra la realidad cada vez que intenta hacer cosas que no es que sean exclusiva de hombres (aunque en la sociedad comanche pueda haberse establecido así) si no que a ella personalmente se le dan como el puto culo, y que triunfa cuando ejercita y persiste en sus dones naturales: la astucia, la empatía (necesaria para predecir el comportamiento del depredador), la inteligencia («no puedo infligirle a este cabrón verde una herida grande, pero sí un montón de heridas pequeñas; no puedo vencerle en el cara a cara, pero puedo hacerle caer en una emboscada»).

Naru merece convertirse en un icono feminista (como Ripley, como Sarah Connor) más que esa Juana de Arco de orejas picudas que Amazon va a intentar vendernos como la nueva Galadriel.
Huele a orco quemado desde aquí.

Y no entiendo por qué hay tanta gente vomitando veneno sobre Prey por tener una protagonista con vagina, muy especialmente aquellos que presumen de que no la han visto ni la verán. Y no te cuento ya la penica que dan los que intentan, mediante alambicados razonamientos que no me siento capaz de descifrar y que me da risa reproducir, explicarte por qué la primera película era buena y ésta, que comparte con ella argumento y estructura, es tan mala, o por qué Sarah Connor o Ellen Ripley son unas heroínas pero Naru no.
(Me pregunto si estos graduados de Educación Especial saben que el personaje de Ripley, como el de Jota en Lo dejo cuando quiera, fue escrito originalmente para un hombre. Pero en cuanto los directores de casting le hicieron la audición a Sigourney Weaver dijeron «ya tenemos a nuestra Ripley». Y Ridley Scott alardeaba de que prácticamente no hubo que tocar nada del guion original «unisex» de Dan O’Bannon para que el papel fuese interpretado por una mujer. Hablemos de feminismo: escribid buenos papeles y luego confiádselos al mejor intérprete para darles vida, y escoged a esos intérpretes por su talento, no por lo que tengan entre las piernas).

Pero, en fin, ya hemos establecido hace tiempo que el mundo está lleno de imbéciles.

No. Por mucho que Disney (la misma megacorporación maligna dirigida por subnormales que se está cargando el patrimonio de Marvel Cómics y ha dinamitado la franquicia de Star Wars y sumergido en ácido sulfúrico los fragmentos) sea ahora la dueña de la división cinematográfica de la Fox, y por lo tanto de la franquicia de Depredador, Prey no es una película de propaganda woke pese a los nada sutiles mensajes subliminales, como esas praderas verdes en las que viven los comanches en comunión vegano-sostenible y anarcosindicalista con Gaia, contrapuestas al erial reseco e incendiado en el que han acampado los colonialistas y contaminantes tramperos blancos, capitalistas y heteropatriarcales.

Por muy poco, pero Prey no es un manifiesto de los eunucos intelectuales de la guerrilla SJW.

Lo cual no quiere decir que Prey esté exenta de defectos.

No, no hablo de que hayan, hasta cierto punto, nerfeado al depredador, reemplazando su característica iMáscara PRO de metal y policarbonato, o lo que coño sea, por una especie de careta de hueso o por el cráneo de una presa anterior reciclado (¿cómo coño ve, por cierto?, porque es que no tiene orificios para los ojos), y permutando su arma de plasma por una especie de lanzavirotes o ballesta con proyectiles teledirigidos. Digo yo que también la tecnología de los yautja evolucionará con el tiempo y que la de 1987 no será tan avanzada como la de 1718, copón. Si esa mala bestia es capaz de cometer el sanguinariamiento que vemos en Prey con armas una o dos generaciones por detrás de la película canónica, no quiero ver lo que haría con juguetes mejores.
(Además, la pintaza que tiene el depredador con esta estética casi steampunk mola a Cristo, a Buda y Mitra juntos).
Y acojona un cacho largo.

Hablo de algunos problemillas de escritura. Empezando, pero esto no es un problema de Prey sino de la industria del cine en general, por la sangrante evidencia de que el modelo de negocio de los grandes estudios ha cambiado drásticamente desde que el año 1987 trajo a nuestras pantallas el mayor desparrame de testosterona jamás visto en una sala de cine (hasta la casi homoerótica 300, de Zack Snyder). Prey es la séptima entrega, la sexta secuela de un guion original de 1987. Su mera existencia confirma que hoy es prácticamente IMPOSIBLE hacer una película como Depredador. Las historias originales no cotizan, las cintas de presupuesto medio que rellenaban los fines de semana, como esa quimera de ciencia-ficción/terror/bélico rodada con 15 millones de 1987 (unos 40 millones de dólares de hoy en día), tienen todas las de perder en el calendario de estrenos y las tablas de Excel de los productores. Los gilipuertas trajeados que dirigen el cotarro en el mundo del entretenimiento audiovisual apuestan por franquicias que les resuelvan las ventanas de estrenos durante dos, tres, siete años consecutivos; sagas de superhéroes con beneficios milmillonarios, remakes y ridículas actualizaciones queer de éxitos de los 80 y los 90, adaptaciones de cómics y videojuegos tan desfiguradas con respecto a sus referentes que son irreconocibles como adaptación además de infumables como películas o series.

Si alguien llevase hoy el guion de Depredador a un estudio de cine, ese guion que no está basado en ningún cómic ni videojuego de éxito, ni adapta una serie vintage o una atracción de Disneyland, ni era el primero de una trilogía, ni está lleno de drag-queens transexuales negros no binarios neurodivergentes, se reirían en su puta cara, le escupirían en los ojos, le romperían el ojete entre todos los ejecutivos y secretarias de la productora, debidamente equipadas con strap-ons electrificados, y luego lo echarían a la calle a patadas. Y renunciarían a hacer una película que recaudó casi sesenta millones sólo en Estados Unidos y noventa y ocho en todo el mundo.

No, lo que me mosquea en Prey, además de lo dicho en los párrafos precedentes, son fundamentalmente un par de cosas:

De todos los personajes masculinos, sólo hay dos que no sean una completa mierda. Hasta Taabe es paternalista y condescendiente con su hermana. No le profesa abierto desprecio por pretender usurpar un rol masculino, como los otros guerreros de la tribu, pero está todo el tiempo tratando de alejarla del peligro, retrasa indefinidamente su «prueba» (en la que ha de demostrar que es una buena guerrera y cazadora; espóiler: no lo es) y se apropia del mérito de matar al puma al que han dado caza juntos y al que no habría derrotado sin ayuda de su hermana. Y el
trampero francés que habla comanche (Bennett Taylor, me parece), que le da su pistola a Naru y le enseña a dispararla, lo mismo sólo que más sucio y con peor dentadura.

Desde el punto de vista del escritor y del espectador, me parece una jugarreta hacer que todos personajes masculinos sean deleznables para que el ser de luz femenino pueda brillar más. Hubiese preferido que los hiciesen imbéciles, no malvados, y que no se creyese oportuno ensalzar a la chica rebajando a los tíos, terrible mensaje misógino.

Pero me da igual. A nivel de historia funciona y sólo es ligeramente molesto. Y además a buscar pieles a América no es que fuese precisamente lo mejorcito de cada casa, para qué engañarnos.

También, y aunque siga avalando el ingenio de Naru, me parece un patinazo de guion que le resulte tan insultantemente fácil a una chica comanche que sigue usando herramientas de pedernal y no ha visto
en su vida un cepo de hierro o un mosquete volver las armas del yautja contra sí mismo, o que dichas armas no tengan un «seguro a prueba de tontos» que impida precisamente lo que Naru hace en el tercer acto de Prey. Sin renunciar al principio argumental de «voy a dejar de intentar triunfar por fuerza bruta, que en eso llevo las de perder, y voy a comenzar a usar el cerebro», el director, Dan Trachtenberg (el director de Calle Cloverfield 10, donde un postapocalíptico John Goodman quiere frungirse a lo survivalista a Mary Elizabeth Winstead), que también es el guionista de Prey (aunque en ninguna de dichas facetas destaca excepcionalmente en este título el talento del que hizo gala en Calle Cloverfield 10), podría haber tomado otro partido, por ejemplo haciendo que Naru guiase al depredador hasta la madriguera de un oso o un puma, que le daría el toque final tras la balasera fransesa y er dejcabello nativo, dejándolo listo para que Naru le administrarse los últimos sacramentos comanche style, o que lo aplastase con un alud de piedras o cualquier otro tipo de trampa que respetase el tema de la inteligencia triunfando sobre el puro músculo.

De no haber establecido en escenas anteriores que los proyectiles del arma yautja son dirigidos por el puntero láser de la máscara (e incluso habiéndolo establecido sigue siendo un fallo de diseño imperdonable en una especie de cazadores que han dominado el viaje interestelar), ese lanzavirotes sin sistema de seguridad contra gilipollas es casi un devs ex machina y le quita un poco de mérito al triunfo de Naru, que derrota al depredador no exclusivamente siendo más pillina que él, sino porque también en el planeta natal de los yautja, una especie que ha dominado el viaje interestelar, hay ingenieros inútiles.
¿O es que, a diferencia del de 1987, fue a equiparse a un chino?

Y en La Tierra hay espectadores gilipollas. Tan exquisitos en su completo estreñimiento mental que se ofenden de que actores indios protagonicen papeles de comanches en una película ambientada en las llanuras americanas en el siglo XVIII. ¡Pero hombre, no vas a comparar, donde estén aquellos mexicanos pintarrajeados y con peluca de las pelis de John Wayne...!

¿Sabéis qué, mis queridos gilipollas; me he visto Prey en su versión doblada al comanche y muy pronto dejé de notar la falta de sincronización entre los diálogos y el movimiento de los labios de los actores indios (que originalmente leyeron sus líneas en inglés), atrapado por la ambientación, la música, la historia, la escenas de acción, los desmembramientos, los bellísimos paisajes naturales.

Con todo, y una vez confesado que me ha conquistado, no tiene sentido negar que Prey está muy lejos de la originalidad y ya no te digo de la perfección. Por ejemplo, desde la prensa especializada se ha tildado a Prey de fusilar planos de Mohawk, película de 2017 que no hemos visto, ni puñetera falta que hace, y por lo tanto mal podemos pronunciarnos sobre esas acusaciones, tanto como de plagiar sin atribución el fanfilm pobretón de 2019 Warrior: Predator, disponible aquí. En el aspecto técnico, el croma en varias escenas y los animales recreados mediante CGI cantan bastante, y que toooooooooda la sangre y casquería esté hecha por ordenador le quita mucha verosimilitud al asunto.

También es cierto que por momentos luce mal acabada y un pelín barata. La falta de sincronización del doblaje comanche a la que hemos aludido antes y el hecho de que Disney haya confiado este largometraje a actores prácticamente desconocidos y no haya fichado una sola estrella, aunque fuese de la lista B de Hollywood, ponen de relieve que en la compañía del ratón no tienen particular interés en invertir en la franquicia (que nunca fue excepcionalmente rentable, siendo la de 1987 la que mejor se comportó en taquilla) o que deseaban limitar al máximo los gastos de producción para incrementar el retorno de Prey. Paradójicamente, la racanería de Disney/Hulu refuerza la naturaleza pulp del título que, incluso a pesar de sus limitaciones, sigue siendo una respetable secuela de la cinta de 1987 y tú eres subnormal profundo si sigues poniéndola a caldo sin haberla visto.

Hala, a pastar, comemierda. No veas Prey. No te mereces películas como ésta. ¡Guano de yautja es lo que eres!

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