lunes, 17 de junio de 2024

Teoría y práctica del tiro en el pie

Parafraseando de un viejo chiste de ingenieros:

TEORÍA es saber por qué las cosas funcionan. Aunque no funcionen.

PRÁCTICA es saber cómo hacer que las cosas funcionen, aunque nadie sepa por qué.

En esta productora de cine, TEORÍA y PRÁCTICA van unidas de la mano.

Porque las cosas no funcionan.

Y nadie sabe por qué.

Acaba de estrenarse The Fall Guy, cinta de acción con toques de comedia, basada en una serie de los 80 protagonizada por Lee Majors.
La serie de los 80.

Y se ha comido un meco muy respetable en taquilla.

Y mucha gente no se explica el motivo.
La peli de 2024.

Una apertura doméstica de menos de 28 millones de dólares (27 747 035 millones), y una recaudación total de algo más de 167 millones, supone, por creativo que te pongas con la contabilidad (y en la bitácora ya hemos explicado lo creativos que pueden llegar a ser los estudios de cine con la contabilidad) un fracaso comercial para este título de 125 millones de dólares de presupuesto, que tendría que haber doblado esa cantidad, como mínimo, para empezar a presumir de rentabilidad.

Y, lo peor de todo es que The Fall Guy es divertida. Es entretenida. Tiene un ritmo trepidante. Personajes atractivos. Una historia de rivalidad y otra de amor. Un guion bien tramado. Un crimen. Una investigación. Un misterio que resolver. Tres actorazos como Ryan Gosling, Emily Blunt y Aaron Taylor-Johnson, y al director de Deadpool 2, Atómica y Bullet Train.

Y The Fall Guy es sólo otro ejemplo de películas que, a priori, estaban llamadas a convertirse en blockbusters pero que a las que el público ha vuelto la espalda. Mira si no, amado lector, el caso de Furiosa: de la saga Mad Max, que tampoco ha conseguido atraer espectadores a las salas de cine a pesar de contar, en el reparto, con una actriz BESTIAL llamada Anya-Taylor Joy y un llenasalas llamado Chris Hemsworth, y detrás de la cámara a una bestia parda llamado George Miller. Sí, ESE George Miller. Y sin embargo, a pesar de estos activos, la HOSTIA que Furiosa se ha metido en las taquillas, con un primer fin de semana de poco más de 26 millones y una recaudación total de 147 millones y pico certifica que la más reciente cinta del aclamado director de Mad Max NI SIQUIERA HA ALCANZADO su presupuesto de 168 millones de producción. No hablemos ya de amortizar la inversión. Mira también si no, amado lector, el caso de The Ministry of Ungentlemanly Warfare, un entretenido y divertidísimo bélico de Guy Ritchie, protagonizado por Henry Cavill, Alan Ritchson y Eiza González, que se ha metido otro HOSTIÓN en taquilla pese a ser una película de Guy Ritchie protagonizada por Henry Cavill.
(Que en el caso del fracaso de Furiosa se aúnan diversos factores: como el hartazgo del público empachado de Strong Independent Women™, que esta película de Mad Max sea una película de Mad Max sin Mad Max, que llegue demasiado tarde para aprovechar el tirón del personaje de Imperator Furiosa presentado en Fury Road, o que no hayan fichado a Charlize Theron, a la que todos asociamos con el personaje).

La gente está dejando de ir al cine. No sólo en Estados Unidos. También en España. Y, si la pérdida de espectadores en un mercado tan masivo como el americano, sin dejar de ser una métrica significativa, podría tener un impacto medianamente relativo, en nuestra piel de toro, con 7 veces menos habitantes que Estados Unidos, comienza a tener trazas de tragedia sectorial garantizada.

Resumiendo la premisa de esta entrada del Paratroopers:

En teoría, The Fall Guy lo tiene todo para triunfar.

En la práctica, se ha estrellado. La gente no ha ido a los cines a verla.

Y nadie sabe por qué.

Pero aquí, en la bitácora, se nos han ocurrido algunas posibles respuestas a este enigma:

1. El precio de las entradas

El precio de las entradas de cine en Estados Unidos no ha dejado de crecer en los últimos años, y se ha notado especialmente tras la pandemia de Covid-19. Ver una película en una sala de la cadena AMC (más de 7 700 pantallas en América, 2 800 en Europa) o Regal Cinemas costaba en 2023 de 10 a 12 dólares por cabeza, dependiendo de la sesión, la ubicación (las entradas en las grandes ciudades son más caras que en las zonas rurales). En un cine Alamo Drafthouse o Angelika Film Center, nos ponemos ya entre 12 y 15 dólares, y el precio de una entrada en un cine Cinemark tampoco es una bicoca: de 9 a 12 dólares. Aunque, sacando la media, el precio promedio de una entrada de cine en Estados Unidos es de 9,11 dólares (según datos del 2019), en algunos de los Estados más poblados, como California o Nueva York, la broma te puede salir por hasta 15 dólares. Si nos remitimos al 2015, donde el precio promedio de la entrada de cine en Estados Unidos saltó, de un cuatrimestre a otro, de 8,12 dólares a 8,61, podemos apreciar el incremento sostenido, a lo largo del tiempo, del coste de ir a ver una película en la tierra de las libertades.

Eso, en pantalla normal para un sesión normal. Las películas 3D, que creo que ya no quedan (el 3D en el cine siempre es una experiencia transitoria), o las entradas IMAX se cagan en la boca de esos precios. Si tomamos como ejemplo los precios sólo de la cadena AMC para 2024, veremos mejor el encarecimiento: 6,99 dólares para una sesión matinal, 12,39 para una sesión de mediodía (precio para adultos; abuelos y nenes tienen precios reducidos), de 11,89 a 14,89 por barba para una sesión vespertina o nocturna. Conviene, no obstante, tener presente que estos son los precios de la modalidad AMC Dine-in, que incluyen cine, bebidas y tapas (traduzco lo mejor que puedo al español el concepto «pub-type food»). Un movimiento desesperado de la cadena AMC para intentar salvar su modelo de negocio.


PERO:

Si la película ha sido grabada con sonido Dolby (formato propietario por el que hay que pagar licencia y que, en teoría, a los distribuidores sólo les permiten reproducir en salas especialmente adaptadas para este formato de audio), los precios en AMC se disparan: 12,49 dólares para una  sesión matinal, 17,89 para una sesión de mediodía (precio para adultos, otra vez; a los niños y espectadores de la Tercera Edad les hacen un goloso descuento de... un dólar con cincuenta miserables centavos), VEINTE DÓLARES con TREINTA Y NUEVE CENTAVOS para una sesión de tarde-noche.


Y, si nos vamos a los precios del IMAX 3D o RealD 3D, ya es para darse a uno mismo la morisión:


Naturalmente, la tentación de responsabilizar de este auge de los precios a las grandes distribuidoras de cine, a su vez presionadas por los estudios americanos, está ahí. Y, ¡conspiranoicos del mundo, uníos!, qué fácil sería echarles la culpa a estos dos sospechosos habituales. Tras la masacre para sus cuentas de resultados que supuso el confinamiento pandémico y, luego, la larga huelga de guionistas, productoras y exhibidores cinematográficos estarían intentando que el consumidor sufragase, de su bolsillo, el coste de mantener sus gigantescas e hipertrofiadas estructuras empresariales. Toda esa grasa infantil de productores, ejecutivos y mandos intermedios que poco tienen que aportar al proceso creativo del cual sale una película que acaba en nuestras pantallas, pero que, salvo joder los guiones con ideas de bombero, por algún motivo, son siempre los últimos en ver la puerta trasera del estudio, llevando las cuatro mierdas de su escritorio dentro de una caja de cartón.

Y no digo yo que ése no sea uno de los motivos principales del alza de precios. A fin y al cabo, cuando una estructura de gasto se vuelve lo bastante grande, la inercia que alcanzan las operaciones cotidianas es tan ENORME que introducir incluso el más pequeño cambio tiene que vencer terribles resistencias. Incluso aunque sea un cambio destinado a racionalizar la administración de recursos y optimizar los procesos de esa estructura.

Pero, a la hora de explicar el alza de los precios de las entradas (y, en otra derivada, de los costos de producción cinematográfica), desde el Paratroopersdon'tdie estimamos que es mejor dejarse de macumbas conspiranoicas y tener presente la alianza blasfema de bajo crecimiento y aumento de la inflación durante por lo menos los últimos dos años, tendencia que, por fin, en enero del presente año parece que empezó a calmarse un poco. En el momento en que estamos picando este párrafo, las expectativas son relativamente halagüeñas al respecto.

Como quiera que ésta no es una bitácora de economía, te buscas tú por tu cuenta estudios solventes sobre el crecimiento de la inflación en el último lustro.

«¡Ya sé por qué ha crecido! ¡Por la guerra en Ucrania!»

¿Me estás diciendo que la culpa del precio de las entradas hay que echárselo a Putin?

Tú, en realidad, no tienes todos los patitos en fila, ¿verdad?

2. La destrucción del sistema de estrellas

Puede que te parezca increíble, amado lector que todavía huele a pañal y leche materna, pero, hace no tantos años, no íbamos al cine a ver la última película de Los Vengadores, la nueva de Spiderman, el más reciente largometraje de Star Wars.

Los pollaviejas de la bitácora íbamos al cine a ver la nueva película de Schwarzenneger, la última de Jodie Foster, el más reciente largometraje de James Cameron. Porque lo que nos importaba no era el producto, era la autoría. El desempeño. Sabíamos que tal o cual actor era capaz de hacernos ver a su personaje, interesarnos en su historia, conmovernos, e íbamos a ver todas sus películas. Sabíamos que tal o cual director de cine dominaba las herramientas narrativas necesarias para sumergirnos en el universo de su película, atraparnos con su historia, mantenernos pegados a la butaca durante noventa minutos, y le dábamos carta blanca por anticipado para todos sus trabajos.

Eso se acabó.

Y de qué manera.

Y estamos pagando las consecuencias.

La destrucción del concepto de autoría ha destruido la forma tradicional de hacer cine. Grandes intérpretes son contratados para hacer un cameo o representar un papel secundario en películas donde no se les permite sacar partido a su talento y amplitud de registros y están completamente maniatados por diálogos de mierda y escenas escritas por deficientes mentales: Michael Douglas y Michelle Pfeiffer en Ant-Man y la avispa; Vincent D'Onofrio en Echo, David Harbour y Rachel Weisz en Viuda Negra. Directores con una firma propia, con un estilo característico, ponen su nombre a proyectos obviamente rodados de antemano por comités de ignorantes soplapollas en los que el director afamado apenas tiene margen para colar una o dos morcillas propias de vergüenza torera, antes de cobrar su cheque y largarse a casa blasfemando en arameo: Sam Raimi en Dr. Stonks en el lesboverso de la uterinidad carpetovetónica; Ron Howard en: Han Solo. Una historia de Star Wars, Juan Antonio Bayona en los dos primeros, y vomitivos, episodios de Los cock-rings del  mal joder.

La gente (cada vez menos) que (todavía) va al cine, ya no va al cine a ver a sus artistas favoritos. Va a ver a sus personajes favoritos. Su franquicia cinematográfica favorita. A lo mejor, si volviésemos a permitir a los actores desplegar su talento, si le permitiésemos a los directores tener de nuevo una voz creativa propia, todavía estemos a tiempo de ayudar a la gente a recuperar su hoy perdida capacidad de apreciación del trabajo cinematográfico bien hecho.

Pero los estudios y productoras no están poniendo de su parte para permitir ese proceso.

Una nueva generación de directivos ha tomado el control de los viejos estudios. Una generación de imbéciles convencidos de que el verdadero producto no es el desempeño del actor ni del director, ni la historia, sino el personaje, o sea la marca. La marca Marvel. La marca Star Wars. La marca Spiderman. La marca Indiana Jones.

Pero ese obvio golpe de timón a la estrategia comercial de los estudios de cine y televisión podría tener hasta sentido si esos mismos estudios de cine y televisión no se hubiesen embarcado en una obvia campaña de DESTRUCCIÓN de las mismas marcas en las que han depositado sus esperanzas de beneficios.

3. La pésima calidad del producto

Disney adquirió Lucasfilms en 2012 porque la compañía del director con la segunda papada más repulsiva de la historia del cine poseía un producto exitoso, rentable; una marca universalmente reconocible de la que Disney esperaba obtener pingües beneficios. Con Lucasfilms, Disney adquirió Star Wars e Indiana Jones. Dos franquicias clásicas, amadas y respetadas por millones de espectadores, de diferentes culturas, a lo largo de varias generaciones.

¿Qué ha hecho Disney con ese valioso patrimonio?

Cagarla una vez tras otra. Matar a Han Solo. Convertir a Luke Skywalker en un puto amargado (y matarlo después, para, supongo, exorcizar Star Wars de su masculinidad tóxica) y a Obi-wan Kenobi en un fugas gallinita. Otorgarle el antagonista de la última trilogía de Star Wars a un niñato con pataletas y el protagonismo a una pavisosa Strong Independent Woman™ que, sin necesidad de entrenamiento alguno, es la mejor jedi de toda la galaxia porque feminismo interseccional. Porque The Force is female. Porque nosotras parimos, nosotras decidimos. ¿Qué más han hecho por el lado de Star Wars? Currarse un villano de plastilina, matarlo porque no sabían qué coño hacer con él, darse cuenta de que la habían cagado pero bien y traer de regreso al Emperador Palpatine porque patata. Porque a alguien hay que traer. ¿Qué otras cosas le han hecho a la pobre e indefensa Star Wars? Amariconar y feminizar el producto. Literalmente. Expulsar a todos los fans de toda la vida, los que vieron la película de jóvenes y le pasaron la afición a sus hijos y nietos. Y, cuando por casualidad les sale algo medio bien hecho, como The Mandalorian, ¿qué hizo Disney cuando esta inesperadamente buena serie empezó a acumular éxito tras éxito de crítica y público? Alienar al protagonista en su propia serie. Hacerlo desaparecer de pantalla durante episodios enteros para centrar la acción en Strong Female Characters™ que le robasen los focos.

¿Que por qué le ha hecho Disney todas esas cabronadas a una franquicia de rentabilidad garantizada, alejándose tanto del producto original que han expulsado a su fiel fandom? Porque en realidad en Disney no tenían ni idea de qué hacer con Star Wars. No tenían un plan para el universo creado por Yoooors Lucas, más allá de comprarlo y sentarse a esperar a que llegasen los volquetes de pasta. No tenían escritores ni directores competentes a los que confiar el proyecto (que para trabajar para Disney en algo relacionado con Star Wars te exigían no ver las películas canónicas, ignorarlo absolutamente todo del lore y no leerte las novelas ni cómics del Universo Expandido empezó siendo un chiste y acabó siendo una tragedia cuando aparecieron los primeros guionistas confirmando que ése eran realmente el criterio de contratación, y sigue sucediendo hoy en día). Querían la gloria, pero no el esfuerzo.

Y, aunque Screenrant aseguraba, en marzo de este mismo año (artículo que es casi un calco de este otro de Cinemablend de 2018), que la compra de Lucasfilms por Disney era una milmillonaria historia de éxito, un artículo de Forbes de abril del presente año cuestionaba la rentabilidad de la inversión al señalar los artificios contables (¡otra vez!) con los cuales la Casa del Ratón Maligno intentaba ocultar a sus accionistas el poco jugo que le estaba sacando en realidad a su dinero (entre otras cosas, habrían OLVIDADO muy convenientemente descontar el coste de adquisición de Lucasfilms a la hora de calcular la rentabilidad de su compra, «[...] Disney based the ROI on the revenue generated by the movies, merchandise, DVDs and Blu Rays rather than the profit they made as it should have done»).

Y ojalá los apóstoles de la secta woke se hubiesen limitado a joder Star Wars.

Han convertido a Indiana Jones en un viejo porreta medio chocho y más inútil que un cepillo de dientes para gallinas. En una vieja pasa encorvada y triste al que putea, chotea y supera una Strong Independent Woman™ llamada a sustituirle.

Han renunciado a recastear y reiniciar a los únicos héroes Marvel que realmente dan pasta, y de los que conservan los derechos (Iron Man, Capitán América, Thor y casi para de contar) y marcarse otra serie de pelis de Los Vengadores, con un tono diferente (un poco menos de coñitas marineras por segundo sería de agradecer), nuevos directores y guionistas con una visión nueva sobre los personajes, historias interesantes, tal vez interpretaciones originales de las viejas sagas clásicas de los cómics, tal vez argumentos nuevos, sacados del material publicado (¿qué tal una visita al universo Ultimate?), o de un conocimiento profundo del universo marveliano. Y han empezado a raspar el fondo del barril, quemando millones de dólares en películas y series de televisión de personajes que raras veces, o nunca, fueron populares o rentables en los cómics, y que sólo tienen en común que tienen vagina o han sido queerificados (como R2D2, que ahora nos acabamos de enterar que es una lesbiana, y supongo que negra y neurodivergente) o raceswapeados.
«Look How They Massacred My Boy».

Han convertido al Doctor en un negro marica que baila.

Dr. Who solía ser una serie en el que un personaje inmensamente sabio se enfrentaba a terribles dilemas éticos y debía tomar decisiones de las que dependía el destino de países, civilizaciones, planetas enteros, del universo y de la continuidad del tiempo mismo. Eso solía ser Dr. Who, antes de que llegase el Doctor con vallaina y la pobre Jodie Whittaker, que mira que no tiene culpa de nada, enviase la serie a abismos históricos de audiencia interpretando a ese Doctor con vallaina que le escribieron, y que no es más que una Charo intragable en perpetua lucha contra el heteropatriarcado opresor y el privilegio blanco cisgenérico.

Y aquellos fans que creían, esperaban, deseaban, que su serie favorita hubiese tocado fondo y, cuando oyeron que volvía David Tennant (era mentira y un sucio truco publicitario), creyeron que por fin, Dr. Who comenzaría a remontar, han tenido que ver cómo convertían al Doctor en un negro marica que baila cuya característica definitoria no es la inteligencia, el valor, la sabiduría ni las férreas convicciones éticas, sino ser un homosexual racializado. Y que se note.

Un negro

marica

que baila.


Las audiencias de la serie NUNCA habían sido tan bajas (y cayendo). Y los mismos fans, esos leales whovians que, antes de que existiese el vídeo doméstico, filmaban los capítulos de Dr. Who directamente en las pantallas de sus televisores con cámaras de aficionado de 8 y 16 milímetros, tienen, encima, que soportar que los acusen de racistas, homófobos, fascistas, machorros y ultraderechistas por no ver la serie que ya no reconocen, que ya no se parece a Dr. Who, con la que no se identifican y que cada vez les gusta menos (y cayendo).
(¡Ah, y tránsfobos! Se me olvidaba el «tránsfobos». ¿Que por qué tránsfobos? Porque las eminencias grises de la BBC, en otra inteligentísima decisión creativa, han fichado a la drag queen Jinkx Monsoon para hacer de El Maestro [que se llama El Maestro pero, al parecer, no es el auténtico El Maestro, la archinémesis del Doctor en anteriores temporadas]).

Una drag queen.

Una artista de cabaré. De burlesque.

En una serie para (más o menos) niños y familias.

Esto no tendría ningún problema, de entrada, si al menos las historias de esta nueva época racializada y homosexualizada de Dr. Who tuviese buenas historias.

Que, aparentemente (nosotros, incondicionales de Tom Baker, nos rendimos con la serie cuando Peter Capaldi la abandonó), no las tiene.

Y fíjate que no hay ningún motivo por el cual la BBC no pueda producir una serie televisiva de viajes en el tiempo y grandes amenazas cósmicas con un personaje negro marica que baila. Podrían incluso titularla El negro marica que baila, y hacerla competir contra Dr. Who. Y los espectadores decidirían cuál de las dos merece la pena.

Pero en vez de eso han decidido transformar al Doctor hasta hacerlo irreconocible y culpar a los fans por no respaldar la serie. Que tal vez sea una estrategia deliberada: las personas interesadas en hacer una serie sobre un marica negro que baila y viaja en el tiempo, una serie de audiencias minoritarias, sobre un personaje minoritario, compita con una serie mainstream, de grandes audiencias y sobre un personaje al que espectadores de todos los olores, colores y sabores pueden encontrar atractivo. Quieren que los productos culturales de masas estén monopolizados por estos personajes minoritarios, orientados a un público minoritario; quieren reeducar al público tradicional de Dr. Who o expulsarlo de la serie para así poder imponerse en el desierto. Como si Dr. Who no hubiese sido lo bastante inclusiva, desde el momento en que la legislación británica dejó de perseguir la homosexualidad.
Los espectadores de Dr. Who.

Tal vez, y admito que ésta puede ser una idea revolucionaria, la BBC (y Disney, y Warner/DC y todos los demás) debería dejar de sexualizar y amariconar a sus personajes clásicos y contratar guionistas por cuota de diversidad y empezar a llamar a verdaderos escritores. Y me refiero a gente que sepa lo que está haciendo. Entonces tal vez puedan dotar de contenido, de valor cinematográfico y genuino interés narrativo, a El negro marica que baila.

4. Las plataformas de VoD

Otra posible explicación al descenso de audiencias en las salas de cine es el auge de los servicios de streaming, la escasa vida de que disfrutan los estrenos en pantalla grande antes de acabar en una plataforma de Video on Demand.

Muchos espectadores que solían acudir a sus cines más cercanos como quien va a misa dominical han abandonado sus templos porque ¿para qué ir al cine a ver Lo que sea cuando en tres meses lo voy a tener en HBO+, Disney+, Hulu, Showtime... lo que sea?

Reformulemos la pregunta: ¿Por qué pagar doce dólares por una entrada de cine, desplazarme de mi domicilio, soportar a los adolescentes maleducados que van a la sala a gritar, hablar por el móvil, hacerse selfies delante de la pantalla o pasarse toda la proyección enviando tuits y luego darme de hostias para salir del centro comercial al mismo tiempo que otros ochenta gilipollas que han tenido la misma puñetera idea que yo, me recontracago en la concha renegrida de sus putísimas madres, cuando, por más o menos esa cantidad en forma de cuota mensual, puedo verla en el salón de mi casa, tranquilo, relajado, tapado con mi bufamanta favorita, entender todos los diálogos sin necesidad de subtítulos, disfrutar de la banda sonora, pausar una escena para ir a cambiarle el agua al canario, comerme unas palomitas de microondas recién hechas, si me apetecen, mientras mi (imaginaria) novia me come el rabo a dos carrillos?

Los estudios de cine no están respetando el ciclo vital de los estrenos en sala. No dejan que los nuevos títulos «respiren» el tiempo suficiente en los cines para completar el circuito de distribución antes de subirla a su plataforma de streaming favorita. Así no hay puta manera de rentabilizar una producción. Todavía menos con los presupuestos millonarios que se estilan hoy en día (¿es realmente sensato hacer películas de 200 millones con la esperanza de recaudar 1 000 millones?), y que en parte se explican por el abuso de los planos de CGI (como, en producción cinematográfica, casi todo se hace hoy día por ordenador, no hay Cristo que atienda a la demanda siempre creciente, no hay suficientes especialistas en 3D para atender todos los pedidos, y los precios se disparan), por el sistema de remuneraciones de los ejecutivos de los estudios, que dependen, en una proporción no pequeña, del valor en bolsa de la empresa, lo que propicia los grandes desembolsos que inflarían, al menos aparentemente el precio de sus acciones, y por la incorporación, a los puestos de responsabilidad de las productoras, de gente salida de las juntas de las empresas tecnológicas, donde se estila mucho el «fake it 'til you make it», o sea, promete la luna y gasta a espuertas como si realmente supieras lo que estás haciendo, hasta que, aunque sea por accidente, te salga un cartón de bingo completo y te forres el riñón, o te pillen y acabes en la falcona, como ésa de Theranos, la de los ojos de loca.

Puestos a diagnosticar mal el problema, los atolondrados periodistas culturales apuntan a un cambio de paradigma, a un giro copernicano en los hábitos de consumo cultural de las nuevas generaciones. Según esa tesis emporrada, el cine está muriendo porque la gente ya no quiere ver películas. Prefiere la cultura a domicilio. Y cuanto más breve e interactiva, mejor.

PERO:

Esa teoría no explica el fenómeno Barbenheimer.

Oppenheimer (nuestro análisis, aquí) abrió las salas en julio de 2023 con un primer fin de semana de más de 82 millones de dólares de recaudación, y cerró su singladura en la gran pantalla con más de 975 millones de dólares sumando recaudación doméstica y mercados internacionales. Barbie, por su parte, ARRASÓ a Oppenheimer con un estreno de 162 millones y más de 1 400 millones de dólares de recaudación global. ¿Que la mayor parte de los espectadores de Barbie fueron a ver esta película porque Margot Robbie y la mayoría del público de Oppenheimer fue a verla porque Christopher Nolan? Dando ese argumento por cierto (lo que constituiría toda una refutación de la tendencia, de destrucción de los nombres propios y glorificación de la marca, adaptada por los estudios de cine y descrita en el punto 2) Eso no basta para explicar una media de mil doscientos millones de recaudación entre las dos.

La gente fue al cine a ver estas dos películas, tan extremadamente distintas la una de la otra.

Parece ser que, si les ofreces a los espectadores una película con buenos actores (o por lo menos atractivos), personajes populares, historia interesante, buena fotografía y efectos; si les ofreces una experiencia que SÓLO SE PUEDE DISFRUTAR PLENAMENTE en una sala de cine, la gente va a las salas de cine.

¿Quién se lo habría podido imaginar?

5. La puta propaganda

Mira que los relaciones públicas sojas de la BBC se han hartado de decir que el Doctor interpretado por Ncuti Gatwa ha escenificado el primer beso gay de la historia de la serie (como si ése fuese un argumento que hiciera obligado su visionado, en nombre de la REPPPPPPPPRESENTEISHON), y mira que la prensa babiosa y canallesca se ha hartado de repetirlo, y mira que los fans pollaviejas se han cansado de desmentirlo, sin que nadie les hiciese caso, aparentemente.


Y es que, no sé los demás, pero, cuando yo me pongo una película, lo mínimo que le exijo es que durante noventa minutos me entretenga. Me distraiga. Si, de paso, me conmueve, me enseña algo que no sabía o me psicotiza con su belleza estética, mejor que mejor, pero no es absolutamente imprescindible.

Y no creo ser el único al que, hace mucho tiempo, le reventaron los dos cojones, y otros dos que pedí prestados, el descubrimiento de que era una misión cercana a lo imposible ver un largometraje o una serie sin que el director y/o el guionista dedicasen cada minuto de metraje a intentar hacerme sentir culpable por haber nacido hombre, heterosexual (Alertas Tempranas Homo causadas por la casi élfica belleza equívoca de Hunter Schafer aparte), blanco, europeo, en una familia estructurada y relativamente feliz, y haber mamado desde niño una cultura de tradición judeocristiana.
Repite conmigo: «nació con pilila, nació con pilila, nació con pilila».

Cuando el Arte sirve a una ideología no es cultura, es propaganda.

Cuando una película renuncia a contarme una historia, presentarme unos personajes atractivos, sugerirme un drama interesante o epatarme con su belleza formal para intentar cambiar mi forma de pensar, no es una película, es una sesión de lavado de cerebro.

Y yo sólo voy al cine a olvidar, durante al menos hora y media, que la vida es una mierda y, encima, vas al final y te mueres.

Y no creo ser el último. Puede que algunas de esas personas que han dejado de ir al cine últimamente también se sientan igual que yo.

En fin, no sé. Es sólo una teoría.

La práctica es que la gente está cada vez más harta del cine.

Y tal vez la industria debería empezar a dejar de mirarse el ombligo y comenzar a hacer algo al respecto, en vez de seguir repitiendo los mismos errores y culpar a sus clientes del resultado.

sábado, 1 de junio de 2024

Necesitas un poco más de katsugen en tu dieta (I)

«¡Joder, Sommer, me encantó la entrada que le dedicaste a Sono Bisuku Dōru wa Koi o Suru / My Dress-Up Darling! Me puse a leer el manga y estoy enganchadísimo. ¿Tienes algunas otras recomendaciones de lectura, de un estilo parecido, que me puedan gustar?»

Me alegra de que me hagas esa pregunta, lector imaginario que me acabo de sacar de mis peludos cojones morenos. La respuesta es sí: tengo otras recomendaciones de manga parecidos a My Dress-Up Darling. Y también tengo recomendaciones de manga que no se parecen para nada a la obra más famosa (que no la única) de Shinichi Fukuda, salvo muy accidentalmente.

Ya que me lo pides, ahí va una lista pequeñita, con la esperanza de que encuentres en ella algún título que te ponga al menos un 25% de lo cachondos que nos pone a todos ver a Kirsten Joy Weiss disparando armas tan grandes como ella.

Está locatis, le van los pistolos y encima está buena, la jodía.

Empecemos. Let's empez. Y gracias por resolvernos la bitácora de la semana, oh lector fabuloso que sólo existe en nuestra mente esquizofrénica.


Ya que te ha gustado nuestra historia favorita de chicos tímidos enamorados de gyarus, empecemos por 道産子ギャルはなまらめんこい / Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi / La gyaru dosanko es mega chachi, de Ikada Kai. El título no tiene ningún sentido si no sabes, amado lector, que dosanko, aparte de denominar a un tipo de poni autóctono de la isla de Hokkaido, es el nombre que reciben, coloquialmente, los nativos de la isla más jodidamente fría de todo Japón. Y hasta allí se va Shiki Tsubasa. En pleno puto invierno. Llevando puesta encima más abrigos que capas tiene una cebolla, y cagando el kilo a pesar de todo. Y, con la ignorancia del forastero, y malacostumbrado por el excelente servicio de transporte público de la capital, abandona su taxi una ciudad antes de su destino. Para descubrir, horrorizado, que no hay tren ni autobús y que la localidad a la que se dirige está a TRES HORAZAS de distancia. Temiendo morir congelado en plena calle, su perplejidad alcanza cimas olímpicas cuando ve llegar por la acera a Fuyuki Minami, una gyaru local de tinte rubio, minifalda, tetas enormes y piernas al aire (a pesar de la temperatura abismal, la única prenda de abrigo de Fuyuki es una bufanda), tan calentita como un pollo asado y estupefacta de encontrarse a aquel muñeco de Michelín de ropa en mitad de la calle.


Sí, por supuesto que entre estos dos surgirá el amor. Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi es, ante todo, un romance estudiantil con elementos de comedia (como Kitagawa con Gojo, la pícara Fuyuki tiene un talento especial para crear situaciones que hagan sentir incómodo, y sexualmente perturbado, al pobre Tsubasa). A lo largo de los capítulos publicados del manga, y de la primera temporada del anime, Minami se convierte en la guía nativa que ayudará a Tsubasa a adaptarse a su vida en Hokkaido, tan diferente de la lejana Tokyo, de donde el muchacho acaba de llegar (desterrado, por así decirlo, por su tiránica madre; y, si quieres conocer los pormenores, ya puedes empezar a leer Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi).

Como en Sono Bisuku Dōru wa Koi o Suru, la chica extrovertida y picarona es la guía del protagonista masculino en ese nuevo mundo que acaba de descubrir. Es Fuyuki la que enseña a Shiki que DEBE llevarse una manta de abrigo al instituto, y cubrirse el regazo con ella durante las clases. Es decir, si quiere sobrevivir al invierno. Es Fuyuki la que sirve a Shiki su primer vaso de Katsugen y la que lo invita a su primer festival de invierno. Y, si bien es cierto que el carácter desenfadado, y un poco guarrillo, de Minami, pondrá al pobre Tsubasa, pusilánime a más no poder y sin experiencia romántica, en más de una situación embarazosa, ninguna de ellas devalúa la ternura oculta que Minami atesora en el interior de su alma, quizá porque es más tímida de lo que se atreve a admitir, de ahí la armadura de su «disfraz» de gyaru, quizá porque
esa cálida terneza sólo está bien protegida, del frío inhumano de su isla natal, en el núcleo mismo de su ser.

Pero también Shiki enseña a Fuyuki un Hokkaido que ella misma ignoraba. Porque no es lo mismo recorrer tú sola los paisajes que ya conoces que hacerlo de la mano de una persona que los ve por primera vez. Sobre todo si esa persona te gusta. Y no te digo ya si te estás enamorando de ella. Shiki, que pasó su infancia en Kitami pero se mudó con su familia a Tokyo siendo muy pequeño, ha tenido que volver a Kitami para que Fuyuki pueda redescubrir su propia ciudad. Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi es una historia de primeras veces. La primera vez que Shiki entra en la habitación de una chica. La primera vez que prueba yakisoba instantáneo. La primera vez que entra en un konbini. La primera vez que se enamora, de una fuerza de la naturaleza (una fuerza de la naturaleza rubia de bote y tetuda) llamada Minami Fuyuki.

Si te gusta viajar a destinos remotos, un aliciente de este manga es que está salpimentado de fichas acerca de la vida en la más septentrional de las prefecturas japonesas. Como, por ejemplo, que los nativos de Hokkaido comen más helados en invierno que en verano, porque el interior de sus casas está más caliente en invierno que TODA LA PUTA ISLA en verano. O que los envases de fideos precocinados que venden en Hokkaido contienen caldo instantáneo en polvo, de modo que, después de calentarlos, puedes reciclar el agua caliente y bebértela como una sopa.
Si leer te da como cansura, de Dosanko... también hay anime.

Una advertencia, no más: si decides abordar la lectura de Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi, más te vale prepararte para un poliedro amoroso. Porque muy pronto el noble, tierno y bondadoso Tsubasa empieza a atraer el interés de otras mozas de su edad. Y Fuyuki se encuentra de repente compitiendo con la solemne y reservada Sayuri Akino, a quien Shiki consigue sacar de su cascarón, y también con la albina superdotada Rena Natsukawa, que le pide una cita a Tsubasa a cambio de ayudarle a preparar los exámenes. Y este amor adolescente en flor enfrenta otros retos que amenazan con matarlo antes de que madure: un viaje de estudios de Minami fuera de Japón. La enfermedad de la madre de Tsubasa, que lo devuelve a Tokyo, aparentemente sine die. Ah, joder, para que me entiendas: si eres uno de los heavies de mi instituto que dejaron los porros para meterse los volúmenes de Video Girl Ai, muy probablemente te gustará Dosanko Gyaru ha Namaramenkoi.

Y, ya que me te veo interesado en las historias de amor adolescente entre dos personajes diametralmente opuestos, ¿qué decir de 気になってる人が男じゃなかった / Ki ni Natteru Hito ga Otoko Janakatta / El chico en el que estaba interesada no es para nada un chico? Esta pequeña maravilla de Arai Sumiko nos ha enamorado desde la primera viñeta. Aya Oosawa es, otra vez, el estereotipo de chica popular de instituto japonés, ya sabes: tinte capilar, lentillas de colores, orejas llenas de piercings... Vamos, otra Kitagawa. Aunque Oosawa, en su caso, no está obsesionada con el cosplay, sino con la música rock. Y ha comenzado a interesarse en el «dependiente» de una tienda de discos que suele frecuentar, un «muchacho» vestido de negro de pies a cabeza y cubierto siempre por una mascarilla, como si sufriese un resfriado perpetuo. Cuando ese «dependiente» le muestra una mínima señal de amabilidad y atención, ¡pum!, el flechazo es inmediato y Oosawa ya no puede sacarse de la cabeza a su anónimo y enlutado «dependiente».

Aya no sabe la que acaba de liar sin proponérselo. Porque el «chico» de la tienda de discos es en realidad Mitsuki Koga, su COMPAÑERA de aula. Una chica súperintrovertida y ultratímida, con flequillo y gafas de niño Vicente, que oculta en clase sus orejas llenas de ferretería dejándose el pelo suelto. Koga comparte con Oosawa el amor a la música, que le resulta aún más cercana por su trabajo de media jornada en la tienda de discos de su tío Joe, tienda en la que, a fin de mantener su anonimato, se recoge la cabellera, usa lentillas graduadas, ropa masculina y esa condenada mascarilla que ha llevado a error a la pobre Oosawa.

La ternura, la sensibilidad, el respeto y el cariño con el cual está tratada la relación entre las dos protagonistas de Ki ni Natteru Hito ga Otoko Janakatta es simplemente conmovedora, y su lectura haría más por promover la tolerancia y el respeto al otro que el ministerio de charos tardomarxistas y analfabetas chillonas que tenemos en España. Oosawa se enamora de una persona, no de un sexo, y, cuando descubre la identidad secreta de su «persona especial» (Mitsuki se ha dejado en el móvil una lista de reproducción que Aya envió a su «novio»), reacciona con estupor («Es la primera vez que mi amada música intenta matarme»), no sabe cómo asimilar su descubrimiento. Por un lado, se siente traicionada, por otro, no puede quitarse de la cabeza a Koga. Aunque deja de ir a la tienda de discos y evita dirigirle la palabra en clase, Oosawa está aprendiendo que sus sentimientos son reales, que su amor por Mitsuki trasciende la biología y las convenciones sociales. Y cuando sorprende una conversación entre Narita (más sobre Narita en el próximo párrafo) y Koga en la que Mitsuki comparte con su compañero de clase la sospecha de que Aya ha comenzado a evitarla porque se avergüenza de ella, sus pasos la conducen hasta la tienda de discos sin que su cerebro intervenga en esa decisión. Porque ella quiere estar con Koga. Su corazón ya ha elegido. Y aunque el amor que une a las dos muchachas las haga sufrir en algún momento, porque ninguna de las dos se atreve a encararlo con resolución y ponerse en la posición vulnerable de confesarle sus sentimientos a la otra, o porque a veces el amor duele, también las hace crecer, las hace mejores, y da a ambas compañeras de clase la motivación para ser valientes y explorar el nuevo vínculo que, accidentalmente, se ha creado entre ambas. A pesar del miedo que le da a Koga quedar emocionalmente expuesta ante su ¿«novia»?.


Lo prometido es deuda: Megumu Narita es compañero de clase de Koga y Oosawa, y el primero en descubrir quién se esconde tras la sudadera y la mascarilla del «dependiente» de la tienda de discos. Y, en una expansión de tolerancia, respeto y empatía, no sólo no mortifica a Mitsuki, ni la llama «sucia bollera muerdefelpudos», ni nada parecido, sino que lamenta que Aya y Mitsuki no puedan llevarse tan bien en clase como se llevan fuera de ella, y anima a Koga a darse a conocer a Oosawa (pero Mitsuki duda, desgarrada por el temor al rechazo y el vértigo de haber permitido, con sus inseguridades, que la situación con Aya llegase demasiado lejos para que se le pueda poner un remate sin que nadie salga lastimado). Y luego el muy pedazo de cabrón «empareja» a las dos «novias» para organizar el fin de fiesta del festival cultural de su aula. Para que pasen tiempo juntas. Para que se conozcan mejor. Para que, del roce cotidiano, Koga pierda parte de sus miedos. Para que la siesa de Oosawa se fije en todos los manierismos y muletillas discursivas con los que, inadvertidamente, Mitsuki se delata a sí misma, y para que la asustadiza Koga tenga otra oportunidad de decirle a Aya quién es en realidad el dependiente de la tienda de discos del que está enamorada.

Si nunca has tenido quince años o nunca has estado enamorado, no contamines Ki ni Natteru Hito ga Otoko Janakatta con tus manazas de robot sin alma. Esta música no suena para ti. Suena para nosotros. Deja la miel para los labios que saben apreciarla. ¡Plebeyo!

Publicado originalmente como Webcomic en Pixiv antes de que los gigantes de Kadokawa Shoten se hicieran con la opción para editarlo en formato tankoubon, en maravilloso blanco, negro y verde pistacho, Ki ni Natteru Hito ga Otoko Janakatta inició su andadura en abril de 2023 y sigue editándose en la actualidad. Y sus fieles lectores esperamos que por muchos años. Porque leer esta pequeña maravilla nos hace a todos un poco mejores.

Dejemos aparte por un momento a las gyaru y pasémenos a las rusas. Las latinas del Volga. 時々ボソッとロシア語でデレる隣のアーリャさん / Tokidoki Bosotto Roshiago de Dereru Tonari no Arya-san / Alya a veces oculta sus sentimientos (hablando) en ruso, de SunSunSun (entendemos que es un pseudónimo o que su padre era tartamudo), son una serie de novelas ligeras publicadas en 2020 en el sitio web para escritores aficionados Shōsetsuka ni Narō (小説家になろう, literalmente «vamos a ser novelistas») y posteriormente en formato impreso por Kadokawa Shoten. La versión manga, dibujada por Saho Tenamachi, se hizo esperar hasta octubre de 2022 y sigue editándose en el momento en que se redactan estas líneas.


Tokidoki Bosotto Roshiago de Dereru Tonari no Arya-san es otra rom-com adolescente, centrada en los personajes de Alisa Mijailovna Kujō, una beldad de flotantes cabellos color platino, medio rusa y medio japonesa, y Masachika Kuze, un pedazo de haragán que se sienta a su lado en clase y no parece tener ninguna ambición en la vida aparte de jugar a videojuegos y dormir en el aula. Algo que Alya, «la princesa solitaria», deplora visceralmente. Porque está enamorada de Kuze (se empezó a fijar en él porque era el único chico de todo el instituto que no la perseguía, babeando y aullando como un babuino en celo) y ella, una obstinada estudiante modelo con unos extenuantes niveles de autoexigencia, tanto personales como académicos, no soporta a este completo mediahostia sin aspiraciones.
(Sí. Se puede estar enamorado de alguien a quien desprecias. La gente es complicada).

Así que Alya, de vez en cuando, ventila un poco su frustración, y sus afectos clandestinos hacia Kuze, de viva voz y en ruso. A menudo, donde Kuze puede oírla.

Lo cual, aunque ella no lo sabe, tiene cuarto y mitad de cojones. Porque Masachika habla perfectamente el idioma, que aprendió viendo películas con su abuelo, un enamorado del cine ruso. Así que Kuze está al corriente de los sentimientos de Alya hacia él. Pero no se aprovecha de su ventaja. Porque siente que pertenecen a ligas diferentes. Se ha convencido de que no se merece a la «princesa solitaria» de la Academia Seirei (ni a ninguna otra novia, ya puestos), a la que no se cree capaz de ofrecer nada en absoluto.

Naturalmente, estos dos papamoscas no se quedan así. Un elemento común a todas las historias de romance adolescente es el poder transformador del amor. Hay motivos ocultos tras la aparente apatía de Kuze. Motivos que, con el tiempo, Masachika confiesa al lector y se propone superar. Por amor a Alya, por supuesto, que aspira a la presidencia del Consejo Estudiantil (pertenecer al Consejo será apreciado por las universidades en las que solicites ingreso o las empresas a las que envíes tu currículum, y ya hemos dicho que Alisa es ambiciosa y obsesivamente perfeccionista), Kuze acaba postulándose a él para ayudar a Alya a alcanzar sus sueños y, en el proceso, crecer para llenar los zapatos del novio que Alisa merece.

Y, como es obligatorio en este género, nuestros protagonistas encontrarán obstáculos a su historia de amor. Queremos decir otros obstáculos, además de los cojonazos de Kuze. El primero que me viene a la cabeza son los celos de Alya hacia Yuki Suou, una compañera de colegio, y relaciones públicas del Consejo Estudiantil, que se toma unas confianzas con Masachika que a Alisa Mijailovna no le gustan un carajo. Sucede que, aunque, llevada de una vena sádica, Yuki se presenta a sí misma como amiga de la infancia de Masachika (casi aniquilando las esperanzas románticas de Alya), en realidad los dos muchachos son hermanos (ella se crió con su madre tras el divorcio de sus padres, y por eso no comparten apellido) y Yuki tomará la  iniciativa de presionar a Kuze para que regrese al Consejo Escolar, pues es el primer paso que debe dar para mostrar a Alya su verdadera valía.

Otra hermana que le crea problemas a Alya en su relación con Masachika es la suya propia. La bellísima María Mijailovna Kujō. «Masha». La «Madonna de la academia», también miembro del Consejo Estudiantil, se ha inventado un novio ausente (hasta le habla a una foto suya que lleva en un relicario) para alejar a los moscones. Pero resulta que Masha fue el primer amor de Masachika, a la que conoció en una playa cuando ambos eran aún niños.

Y no vamos a pararnos a hablar de Sarashina Chisaki porque, de lo publicado hasta la fecha, hay poco que decir y porque nos conocemos. Que las chicas japonesas con espada, aunque sea de bambú, nos ponen burros como mínimo desde los tiempos de la fría y bellísima bestia Saeko Busujima (cuyas aventuras no tendrán final porque, lamentablemente, Daisuke Sato falleció dejando inconcluso su 学園黙示録 / Gakuen Mokushiroku / Highschool of the Dead).
¡Aaaaaah, Busujima, te amo!

カナン様はあくまでチョロい / Kanan-sama wa Akumade Choroi / Kanan-sama es facilonga de la hostia (traducción un poco liberal), manga de Nonco, es tan divertido, algunos de sus capítulos, de sus viñetas, de sus situaciones tan desopilantemente absurdas me han hecho reír tanto y con tantas ganas que estuve a punto de romperme un huevo.

Explotando una vez más el subgénero del romance adolescente entre personas diametralmente opuestas tenemos, por un lado, a la orgullosa y soberbia Kanan (presidenta del Comité de Moral Pública de su instituto), y por el otro al pacato y sumiso Kyōgi (estudiante random). La colisión entre ambos personajes es APOCALÍPTICA. Kanan y Kyōgi no pueden ser más diferentes, y buena parte de Kanan-sama wa Akumade Choroi se centra en los trabajos de ambos para superar sus diferencias de carácter y construir un espacio común en el que construir su relación. Vamos, el consabido tropo que ya hemos citado varias veces en esta entrada.

Con los, carrasp, problemillas añadidos, carrasp, carrasp, tos, de que Kanan sea una diablesa hija del Gran Demonio de la Gula, Belzebú, enviada a la tierra para alimentarse de las almas de alumnos de instituto. Almas como la de Yōji Kyōgi, que no se cosca de lo que Kanan le cuenta y cree que le está proponiendo sexo irresponsable con aderezo de fetiche de cosplay satánico. Y le hace mucha ilusión estrenarse con la hermosa, altiva y resoluta Kanan. Y empieza a desnudarse en el acto, el muy chancho.

Y Kanan, que en un primer momento se felicita de poder recurrir a la púber lujuria de Kyōgi para hacerse con su alma, entra en pánico inmediatamente. Porque, a pesar de tener varios miles de años de edad, SIGUE-SIENDO-VIRGEN y JAMÁS-HA-TENIDO-PAREJA.

Que la hija del rey de los demonios nunca haya tenido novio y esté aún esperando a que le hagan el unboxing, es un giro tan absurdo y cómico al mismo tiempo que casi me caigo de la silla leyendo Kanan-sama wa Akumade Choroi. Cuando, encima, resulta que a Yōji le gusta muchísimo Kanan, desde siempre, y ha (mal)entendido que Kanan se lo ha llevado aparte no para devorar su alma, sino porque a ella también le gusta él (esa «forma de vida inferior», esa «cabeza de ganado», como le llama Kanan), la pobre virgen milenaria cortocircuita y, de alguna manera, acaba aceptando una cita con Kyōgi (que no está mal del todo; las primeras ocurrencias del muchacho salidorro fueron una mamada o una paja).

Y es que esta diablesa, hija del demonio de la gula, es la adolescente de cinco mil años más pudorosa, inocente, insegura y ADORABLE del mundo. Caminar junto a Kyōgi le da sofocos. Tiene miedo de quedarse embarazada si le da la mano a su «novio». Le tiembla la voz y se atraganta cuando intenta llamar a Kyōgi por su nombre propio, no por su apellido, y casi tiene un orgasmo cuando le da permiso a él a llamarla Kanan, ya no más «senpai». Roza el nirvana cuando Kyōgi le limpia los oídos. Se muere de vergüenza en su primera cita  cuando, para provocarle, le restriega las bufas contra el brazo... y descubre que ha olvidado ponerse sostén. Y ya no te cuento, querido lector, lo mal que lo pasa cuando acaba, accidentalmente, por supuesto, metida hasta sus cuernos de súcubo en alguna situación picantuela con Kyōgi, al que no para de intentar humillar y degradar, y que, desde su cociente intelectual nivel brioche, malinterpreta todas sus jugarretas como pruebas de su amor hacia él.
El modo vibración. ¡Cuántos hijos habrá hecho!

Como en todas las heroínas de las obras citadas hasta este momento, la dulzura oculta de Kanan es uno de sus principales atractivos. Su resistencia a someterse a los sentimientos que Kyōgi ha despertado en su negro corazoncito de presidenta del Comité de Moral Púb... esteee... de diablesa, no impide que se reduzca la distancia que los separa, que Kanan poco a poco se vaya enamorando de su aturdido novio mortal (porque incluso las hijas del Archidemonio de la Gula aspiran a amar y ser amadas), hasta el punto de que se lo lleva a conocer a sus padres.

Sí. Kanan se lleva a Yōji al inframundo para que conozca a sus padres y a las enfermas de sus hermanas. Y el cabestro de Kyōgi ni se da cuenta de que está en el puto infierno, ni ve nada raro en las excentricidades de la familia de Kanan. Ni siquiera cuando lo sirven, desnudo, para la cena. Todavía crudo, por suerte para él. «Pensé que era algún tipo de tradición familiar», va y dice, el muy boludo.

(Los capítulos de Kanan y Kyōgi en la dimensión diabólica son DESCOJONANTES. ¡Tienes que leértelos y conocer a esa Lilum, la madre de Kanan, que supera su miedo a los hombres y acaba ENCOÑADÍSIMA de su yerno e intenta LLEVÁRSELO AL CATRE —al principio, para poner a prueba su amor hacia Kanan, pero muy pronto porque empieza a ponerse más caliente que el pitorro de una tetera—, oh, probo lector! ¡Tienes que descubrir a esas hermanas de Kanan, Miltie y Miel, y comprender por qué en el Paratrooper's aún no hemos decidido cuál es la más turbia! ¡Intenta averiguar la identidad de ese ladrón de lencería, delito castigado con la pena de muerte en el reino de Belcebú! ¡Flipa con ese Archidemonio de la Gula que se viste con un disfraz de osito de peluche gigantesco…!).

Esto por esos perversos pensamientos que acabas de tener.

Y ya. Si con esto no te hemos dado suficientes motivos para leerte Kanan-sama wa Akumade Choroi, te vas a la mierda y tan amigos.


Y, hablando de chicas con cuernos servidoras del mal, ダークサモナーとデキている / Dark Summoner to Dekiteiru / Estoy saliendo con una Invocadora Oscura, es como Kanan-sama wa Akumade Choroi pero ambientada en un universo en plan D&D y con un cuarto de vuelta hentai, visible en historias como «El ladrón de semen», «El Gran Maestro de Teta-fu» o «Los pezones resplandecientes».

Vamos, que se folla. No estilo película de Canal + de los viernes por la noche, pero se folla. Precisamente lo que Kanan y Kyōgi no pueden hacer, por razones obvias (son adolescentes, joder, y Kanan-sama wa Akumade Choroi no es ESE TIPO de manga).
(Los capítulos de Dark Summoner to Dekiteiru no tienen título. Se lo ponemos nosotros para ahorrarnos el tener que resumirte los argumentos).

Los protagonistas principales de Dark Summoner to Dekiteiru son Amona, una hechicera semihumana (medio mujer y medio demonia), y Roni, el mago-sacerdote de una partida de aventureros. Como si dijéramos una sacerdotisa de Lucifer con superpoderes diabólicos y un cardenal católico loco por el Crossfit. Vamos, que no pueden estar en extremos más opuestos.

Si has estado atento hasta aquí, amado lector, ya sabes lo que viene, ¿verdad?

Amona y Roni acaban enamorados. Bueno, en puridad empiezan a chingar como marranos en una fiesta del fin del mundo y luego se dan cuenta de que están enamorados.. Todo ello en un entorno de cómic de fantasía con orcos, mazmorras, magia, elfos, búsquedas del tesoro... Al igual que en los ejemplos arriba citados, Amona y Roni han de superar malentendidos, inseguridades, problemas de comunicación y demás obstáculos que serían normales en cualquier relación de pareja normal. O, al menos, tan normal como pueda ser la relación con una semidemonio.

Como 
Dark Summoner to Dekiteiru tiene una naturaleza algo más picantuela que los otros títulos que te hemos recomendado en esta entrada, querido lector, buena parte de las situaciones presentadas en el manga terminan con Amona o Roni en diversos grados de desnudez o garchando como cobayas. Con un elemento de comedia verdesca inherente cada vez que uno de los protagonistas, o ambos, se mete en un embrollo del que sólo puede salir bien librado con erótico resultado, o tiene que superar un obstáculo, ya sea en su relación de pareja o en medio de una búsqueda del tesoro, con erótico resultado, o es sorprendido in fraganti por algún otro miembro del equipo, con erótico resultado, o intenta complacer a su pareja con algún refinamiento venéreo... en fin, lo vas viendo, ¿verdad?

La aventura de los pezones fosforescentes. ¡Y tú creías que a tus campañas del AD&D no le ponías suficientes porros!

«Ah. Gracias. Estupendo. Y... eeeeeh ¿tienes más recomendaciones de lectura, aunque no sean necesariamente comedias románticas? Es que le estoy cogiendo gustirrinín a esto».

Sí. Por supuesto. Pero la entrada ya se nos ha quedado un poco larga, oh, lector imaginario. Así que lo pospondremos para un próximo post.


Estate atento a futuras retransmisiones. A la misma bat-hora. En el mismo bat-canal.

Ahora que se viene el veranito, dibujo de Kanan en la playa.