domingo, 3 de diciembre de 2023

El destructor de mundos

♫ Y no 'taba muerto, no no ♪
♫ Y no 'taba muerto, no no ♪
♫ Y no 'taba muerto, no no ♪
♫ Estaba tomando cañas, leré lerele ♪


ESPÓILERS PUROS DE OLIVA A PARTIR DE YA

¿Espóilers de qué? A ver si esto te da una pista.

Me habían prevenido acerca de esta película. «Mira que es muy larga» (claro, coño; es de Nolan). «Te vas a hacer el carallo un lío, que tiene muchas líneas cronológicas distintas» (no me he hecho el carallo un lío, en todo momento me ha sido posible situar las diferentes escenas en una línea de tiempo dada; y claro que tiene elipsis y flashbacks, coño; es de Nolan). Así que, por si acaso, antes de sentarme a ver Oppenheimer me santigüé, me arreglé la huevada y le recé seis salves a Sara Sampaio Dominatrix.


Porque, claro, después de sufrir ese ñordo soporífero e históricamente falaz de Dunkerque y quedarme ojiplático con esa comedia accidental, incongruente y tramposa, de Tenet (por más que tuviese en su elenco el inmenso talento de Robert Pattinson y las patorras sin fin de Elizabeth Debicki), tenía entre pocas y muy pocas expectativas sobre la próxima película de Christopher Nolan, a quien ya casi había desterrado al infierno del «yo molo mucho porque soy yo mismo con mi mismidad» al que ya se han desplomado cineastas a los que solía admirar como Ridley Scott, Tim Burton y James Cameron.

Pero no.

Christopher Nolan no estaba muerto (cinematográficamente hablando). Estaba de parranda. Y ha vuelto. Y se ha sacado la picha y ha dado golpes en la mesa con ella. Y ha roto la mesa.

Eso sí, que conste que el rubio director británico no ha inventado nada. Basada en el libro El Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, escrito al alimón por Kai Bird y el historiador Martin J. Sherwin, para Oppenheimer, Nolan básicamente ha pillado el argumento de Cazadores de sombras de 1989 (con Paul Newman haciendo del general Leslie Groves y Dwight Schultz, ¡el «Loco Aullador» Murdock del Equipo A!, haciendo de Oppenheimer), que, a su vez, era una aproximación de gran presupuesto al tema ya tratado en 1980 por la miniserie de televisión en la que Sam Waterston (Los gritos del silencio, El gran Gatsby) hacía el papel de Robert Oppenheimer y Manning Redwood (Reds, El justiciero de la noche) el del general Groves.

En el Oppenheimer de Nolan, Cillian Murphy hace de J. Robert Oppenheimer y Matt Damon del general Groves. Y lo hacen de puta madre en un peliculón que se hace corto pese a sus tres horacas de metraje y que marca el espectacular regreso de Christopher Nolan, haciendo molinetes con el carallo, al cine de verdad. O sea, al que entretiene, se entiende y encima está bien hecho.

Por si a estas alturas sigues oyendo grillos, amado lector (no te desmoralices, que no todo el mundo puede saberlo todo sobre todos los asuntos), te diremos que Julius Robert Oppenheimer fue el físico teórico y profesor de física estadounidense que, quizá con mayor autoridad, ostentó el dudoso honor de ser apodado «el padre de la bomba atómica», al haber sido el responsable de reclutar y coordinar a todos los principales científicos del Proyecto Manhattan.
(Aunque en puridad debería ser conocido también como «el padre de los agujeros negros», pues fue el primero el describir teóricamente la génesis de estos monstruos cósmicos, a partir de los trabajos de Michell, Laplace y, sobre todo, Einstein).
Oppie y Albert en foto sin fechar.

Oppenheimer es un biopic del Padre de la Bomba Atómica que no vacila en asomarse a a algunas de las más controvertidas coordenadas del personaje histórico, como su pichabravismo incurable (Kitty Oppenheimer tenía unos cuernacos que la obligaban  a cruzar las puertas de costado y conducir con las ventanillas del coche abiertas), el intento de envenenamiento de uno de sus profesores de Harvard, su complacencia (hay autores que, amparados en sus donaciones al bando republicano durante la Guerra Civil española, lo acusan de colaboracionismo) o tolerancia, durante un tiempo, con el catecismo comunista, su extraordinaria ineptitud como padre de familia (intentó dar en adopción a su propia hija, a la que se veía incapaz de criar), su activa oposición, en la postguerra, al desarrollo de armas nucleares, la innoble bajeza con la que denunció a amigos y colegas como rojeras a la auditoría de Seguridad a la que fue sometido en 1953, a iniciativa de sus enemigos políticos (encabezados por Lewis L. Strauss, a quien en la película de Nolan da vida un sobradísimo y casi irreconocible Robert Downey Jr.), y los terribles remordimientos de conciencia que jamás le abandonaron tras las masacres de Hiroshima y Nagasaki.
Dos masas subcríticas a punto de comenzar una reacción estable de fisión.

Oppie tenía problemas. Grandes problemas. Problemas del tamaño de las siliconadas tetas de Meowri. Hombre contradictorio y depresivo (después de ayudar a convertir en polvo a doscientos mil japoneses, se derrumbó psicológicamente en el despacho oval en medio de una diatriba contra la escalada nuclear, horrorizando y asqueando a Eisenhower), inseguro y torpe en las interacciones sociales (balbuceaba y se sonrojaba ante las mujeres a pesar de ser un putero marca mayor), y también petulante, obsesivo en su trabajo (absorto en la resolución de un problema o la consecución de un proyecto, podía olvidarse incluso de comer), intelectualmente gigantesco (un profesor suyo en Berkeley le introdujo en el estudio del sánscrito y Oppenheimer, que ya hablaba alemán, latín y griego, descontento con las traducciones del Bhagavad Gita que conocía, perfeccionó sus conocimientos de la lengua sagrada india para poder leer el texto original. También, durante su estancia en Leyden, donde debía pronunciar una conferencia sobre Física Cuántica, aprendió en sólo seis semanas el suficiente neerlandés para salir airoso del trance), era también un hombre psicológicamente frágil, terriblemente roto hasta el punto de que, en su época de estudiante, intentó estrangular, sin provocación alguna, a su amigo Francis Ferguson, que se libró por los pelos de su garra.

Fumador empedernido, Oppenheimer murió de cáncer de garganta en 1967, a los 62 años, pocos años después de haber sido «rehabilitado» por el presidente John F. Kennedy, en una ceremonia pública meramente cosmética (Oppenheimer jamás recuperó su acreditación de seguridad), que le concedió el premio Enrico Fermi (amigo personal y otro de los padres de la bomba atómica) aunque de camino a la ceremonia se tropezó con una bala en Dallas y sería Lyndon B. Johnson el que se tragase el sapo de casi reivindicar, pero no, al mismo hombre al que los Estados Unidos habían destruido una década antes (y al que Eisenhower llamó «hijo de puta» y «llorón» y expulsó a perpetuidad de la Casa Blanca después de la escena descrita en el párrafo precedente).
(Este episodio aparece en la película, pronosticado a Oppenheimer por Einstein, un irreconocible Tom Conti en otro de sus impecables papeles secundarios).

Y, conociendo la miniserie de 1980 (que creo recordar haber visto, pero de la que no puedo evocar ni una escena) o el largometraje de 1989 (que seguro que he visto, y varias veces), hay poco que añadir sobre el argumento, si bien las dos primeras se centran el desarrollo de la bomba atómica (en el caso de la serie, abarca cuatro de sus siete episodios), con aproximaciones a la vida personal y biografía de Oppenheimer, la extensa duración de la película de Nolan le permite convertirse en un extensivo retrato de la más visible cabeza del Proyecto Manhattan, a su problemática psicología y contradictoria conducta, a sus muchas flaquezas como ser humano y sus innegables dotes de liderazgo y aptitudes científicas, a sus victorias y a su tragedia.

Pero pasemos a hablar de Oppenheimer, la película, y no tanto ya de Oppenheimer, el personaje histórico, que te veo, oh burbujeante lector, con ganas de hablar de Oppenheimer. Si quieres profundizar más en la historia tras el personaje, te recomiendo esta lista de reproducción, de la serie que Javier Santaolalla le dedicó, en su canal de YouTube, tras el estreno de la película.

Empecemos por el principio: Cillian Murphy se parece casi tanto a J. Robert Oppenheimer como mi cojón derecho.

Pero a los cinco minutos de metraje, ya te has olvidado.

Es increíble lo que la bestia parda de los Peaky Blinders, el monstruo de Operación Anthropoid, el leviatán de Luces Rojas, el hombre que hizo pruebas de cámara y vestuario para ser Batman (pero al que le sentaba el manto del Caballero Oscuro como a un Cristo dos pistolas) es capaz de lograr en esta película. Completamente poseído por su personaje, Murphy no sólo consigue hacernos olvidar que no tiene el menor parecido físico con el Oppenheimer real, sino que por momentos consigue decírnoslo todo sin necesidad de palabras; sólo con miradas, gestos, con su postura o su actitud ante la cámara. El lenguaje corporal de Murphy, y un poco de maquillaje, es casi la única brújula que necesitamos para orientarnos a través de la cronología de Oppenheimer. Su progresivo deterioro anímico, agravado tras la calcinación masiva de civiles por el artefacto que ayudó a crear y la posterior campaña de desprestigio durante la paranoica era McArthista, es tan transparente en el trabajo del autor que vuelve todavía más innecesaria y cabreante la cara de palo que John David Washington mantiene a lo largo de todo el metraje de Tenet. Si te despistas un poco durante la proyección de Oppenheimer, querido lector, fíjate en el amigo Cillian: si parece ansioso pero desorientado estás viendo imágenes de su pasado, si disciplinado y dueño de sí mismo, estás viendo su época como director del Proyecto Manhattan, si atormentado y arrepentido, los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Pero el trabajo de Cillian Murphy sólo es el diamante de un joyero de actores tocados por las musas. Emilia Sin Punta... perdón, Emily Blunt está colosal como Kitty Oppenheimer, esa fuerza de la naturaleza siempre capaz de levantar a su marido cuando se derrumba, aunque se venga abajo porque una de sus amantes (la ciclotímica Jean Tatlock, interpretada por Florence Pugh, infeliz heredera del testigo de Scarlett Bustonson en el MCU) se haya suicidado. Matt Damon se mueve con un prodigioso aplomo y autoridad dentro del uniforme de Leslie Groves. Robert Downey Jr. nos demuestra, una vez más, que es un actorazo muy mal aprovechado y que, además del adorable canalla Tony Stark, es capaz de interpretar a un grandísimo hijo de puta como Lewis Strauss. Incluso el cameo de Kenneth Branagh como Niels Bohr es grandioso.

El reparto y la dirección de actores en esta producción es AGILIPOLLANTE. Hasta los secundarios de mierda se comportan como debe hacer todo personaje que aspire a perdurar en la memoria del espectador: como si ellos, y no Cillian Murphy, fuesen las estrellas de la película. Danny Deferrari (Enrico Fermi), Benny Safdie (Edward Teller), Gustaf Skarsgård (Hans Bethe), James Urbaniak (Kurt Gödel), Máté Haumann (Leo Szilard) o Jack Quaid (sí, Hughie Campbell de The Boys hace de Richard Feynman, ¡y sale tocando sus bongos, como Feynman!) están QUE LO ROMPEN Y LO CRUJEN aunque sólo tengan unos minutos en pantalla.

Oppenheimer me pone realmente difícil la tarea de llenar una entrada de la bitácora, porque es simplemente una película tan buena que podría resolver la papeleta con una simple frase: «Oppenheimer es cojonuda», «Ve a verla», «Lo vas a gozar», o algo parecido (sabrosa novedad, tras el torrente de mierda que ha llegado a nuestras pantallas este año). Y con una recaudación que se ha quedado ligeramente por debajo de los MIL MILLONES de dólares con un presupuesto declarado de 100 millones (ahora mismo en Warner Bros. se deben de estar pelando a hostias las calabazas los unos a los otros por haber dejado marchar a Nolan a Universal Pictures), resulta evidente que no soy el único que lo  piensa así, de modo que ni siquiera puedo pasar por original.
(Sólo 100 millones porque, aunque estoy seguro de que insistió hasta el hartazgo, a Nolan nadie quiso prestarle una bomba atómica para hacerla estallar en el set y tuvo que conformarse con volar sólo unos cuantos quintales de gasolina y propano con magnesio y polvo de aluminio para imitar el flash inicial de una auténtica explosión atómica. Además, para presupuesto el que tuvo en su día el Proyecto Manhattan. 2 000 millones de la época que, ajustando la inflación, equivalen a unos 34 000 millones de dólares de hoy. Lo que yo me gasto a la semana en rosas rojas para hacerle llegar a Riley Reid mis cartas de amor apasionado, a las que nunca responde, la muy ingrata).
Es que está demasiado centrada en su carrera.

Todo en esta película respira el amor al detalle, el respeto al cine, la profesionalidad y el saber hacer que caracteriza al mejor cine de Christopher Nolan: la música, la fotografía, el guion, los escenarios, los Grandes Temas Universales™ que deberían tratar todas las obras, incluso las más modestas, si quieren apelar a la experiencia humana común a todos y cada uno de los monos sin pelo que nos hemos arrastrado alguna vez por esta bola de barro, grandes temas como el sentido íntimo del pecado que Oppenheimer conoce al comprender que ha robado el fuego de los dioses y lo ha puesto en manos de simples mortales, incapaces de comprenderlo o controlarlo y demasiado propensos a dejarse guiar por sus pasiones.
Y de eso Oppie entendía un rato.
"When I came to you with those calculations, we thought we might start a chain reaction that would destroy the entire world. I believe we did."
Oppenheimer ayudó a diseñar y construir un arma capaz de convertir en cenizas todo el planeta Tierra, y se pasó el resto de su vida atormentándose por ello y temiendo que le alcanzasen las consecuencias de haber puesto en manos de políticos necios y prepotentes el poder destructor del sol. Incluso Nolan nos presenta, en cierta manera, su insistencia en someterse a una audiencia a puerta cerrada que determinase su lealtad a los Estados Unidos, sabiendo como sabía que su promiscuidad y simpatías comunistas le iban a estallar en la cara, como una inconsciente búsqueda de redención a través del escarnio público, de la penitencia que representaba su desautorización oficial y la pérdida de sus privilegios como pope estadounidense de la energía nuclear. Y es este ciclo de ascenso, apoteosis y caída final lo que convierte a Oppenheimer en héroe trágico, en el moderno Prometeo del libro de Bird y Sherwin, castigado a sufrir una tortura eterna por haber provocado a los dioses del Olimpo.
Murdock viendo cómo estalla la última chapuza de M.A.

J. Robert Oppenheimer cambió el curso de la historia humana. Para siempre.

No para mejor.

Y pasó el resto de sus años de vida castigándose por ello, drama humano, y tragedia personal impregnada de fatalismo, que Christopher Nolan refleja en la pantalla con la habilidad y el talento que todos hemos echado de menos en sus más recientes títulos.

Y llegados a este momento tengo poco más que añadir, querido lector, acerca de Oppenheimer salvo recomendarte encarecidamente que la veas si te gusta el cine bien hecho o te intriga este episodio de la historia del siglo XX.

Por mucho que, de verdad, no me quepa duda de que Christopher Nolan, que recordemos estrelló un avión real en Tenet, sigue cabreado por no haber podido hacer estallar una auténtica bomba atómica.

Algo como esto.

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