sábado, 3 de junio de 2023

Una elección difícil

Hay gente que prefiere tener razón a tener amigos.

Yep.

Los encontrarás a todos en el diccionario, en la ge de gilipollas.

Con excepciones, y me sobran la mitad de los dedos de una mano para contarlos, todos mis jefes entran de cabeza en esa categoría. En la escuela de jefes a la que sea que hayan ido (y que no me sorprendería descubrir que es la misma escuela en la que le enseñaron cine a Zack Snyder o anatomía artística a Rob Liefeld) les han debido de enseñar que un jefe nunca se equivoca, que un jefe todo lo hace bien, que siempre tiene razón y que si algo sale mal no puede ser culpa suya, sino de un empleado incompetente, un envidioso sindicalista bolivariano enemigo de la propiedad privada, el libre mercado y el Niño Jesús o una conjura internacional de la cábala judeo-masónico-jesuítica de jubilados anarquistas peripatéticos. Pero nunca suya.

Quizá por eso uno de mis jefes va ya por el tercer infarto, a otro su jefe lo puso de patitas en la calle y otro, un día, dejó las llaves de la oficina sobre la mesa y desde entonces nunca más se ha sabido de él.


Hay gente que prefiere tener razón a tener amigos. Y se empeñan en tener razón. Especialmente cuando no la tienen. Como aquel jefe que una tarde, a media hora del cierre, me llevó a la parte trasera del almacén y, señalándome las bobinas de manguera de presión que se acumulaban muy por encima de mi cabeza, me dijo que al día siguiente iban a venir unos soldadores para echar un piso extra al cobertizo y aumentar así el espacio de almacenamiento. Obviamente, había que apartar toda la manguera, no fuera a ser que una gota de soldadura les cayese encima y las atravesase de parte a parte, arruinando cientos de euros en stock. Y, con ése jefe siempre era así, no bastaba con simplemente «apartar» los rollos de manguera. Había que respetar el orden en el que estaba apilada para que fuese posible seguir encontrando la medida deseada por los clientes sin tener que remover nada que tuviese por encima (la manguera, no el cliente); porque, por supuesto, no íbamos a dejar de vender tubería de presión mientras los soldadores trabajaban. Como ya se había demostrado cuando me tocó hacer inventario, era perfectamente posible (no lo era) seguir vendiendo el artículo que se estaba inventariando y hacer coincidir luego las cantidades de stock en el ordenador (no coincidieron, y, como era de esperar, la culpa fue mía, no del jefe por seguir vendiendo artículos antes de que fuesen correctamente inventariados y dados de alta en el ordenador).

Conociendo a mi jefe (ya llevaba tres meses purgando mis pecados en aquella casa de locos), sabía que se avecinaba alguna orden absurda, contradictoria o simplemente delirante. Y que, cuando resultase evidente que era imposible hacerla, la culpa sería mía (otra vez), por no tener superpoderes, así que con resignación cristiana le dejé explicarme cómo, en qué posición y orden debía ir moviendo los diferentes calibres de manguera y dónde debía colocarlos provisionalmente mientras trabajaban los soldadores, y me guardé para mí la evidencia de que así el trabajo me iba a llevar el doble de tiempo, o más, porque yo no tenía la razón, que no era el jefe.

Cuando terminaron la instrucciones empecé a inquietarme. Durante un par de segundos casi pareció que el jefe me había pedido algo razonable, sensato, una actividad al alcance del esfuerzo humano. Aquello no podía ser. «Aquí hay más truco que en una película de Ang Lee», me dije, pero, antes de poder formular diplomáticamente mis sospechas, el jefe soltó la bomba:

«Lo quiero listo para mañana a primera hora», dijo, y se largó.

Y yo me quedé allí, rodeado por aquellos desaforados colosos, kilómetros y kilómetros de manguera para agua, apilados en montones y columnas que me doblaban la altura o que me la doblaban plus, y miré con cierto desdén los rollos de manguera de veinte y treinta milímetros, que pesan no poco pero que ya sabía que podía levantar a pulso, y miré con sincero terror los atados de tubería de 90, de 110 y diámetros mayores, los que sólo se podían mover con la carretilla elevadora, que yo nunca había aprendido a utilizar, y suspiré, miré el reloj a ver si por algún milagro relativístico el tiempo se había detenido y no, quedaban menos de cinco minutos para la hora de cierre de la nave, suspiré otra vez y dije en voz alta «vamos a necesitar un barco más grande» y me fui a casa sabiendo que al día siguiente, a primera hora, me iba a caer la madre de todas las broncas.

Vamos, lo habitual.

A la mañana siguiente, antes incluso de acabar de cambiarme y ponerme el calzado de seguridad, el jefe me llamó a su despacho para someterme al mayor bombardeo verbal en alfombra que he sufrido en mi vida. De cada cinco palabras que salían por su boca, siete eran «hostia». Que menudo incompetente, que cómo me atrevía a desafiarle así, que parece mentira que no diera ni una, que aún no sabía muy bien por qué me estaba pagando un sueldo, que yo iba al trabajo a tocarme los pilindroques, que parece mentira que no hubiese sido capaz de hacer en media hora un trabajo tan sencillo, que si él no estuviese tan ocupado lo habría hecho en cinco minutos y con la punta del capullo, que suerte tenía de que los soldadores no hubiesen podido ir aquel día, porque si les da por llegar y no está la manguera movida me pone de patitas en la calle, que no me quería ver delante hasta que hubiese hecho lo que me había ordenado y que ya podía empezar ahora mismo.

Me pasé aquel día moviendo kilos y kilos de rollos de manguera de agua. Empecé por los más ligeros, porque por algún sitio había que empezar y porque, ya que me había caído la bronca por no haber hecho algo que era imposible, no pensaba esforzarme más que lo mínimo para cumplir el encargo. En toda la jornada, no vi al jefe ni una sóla vez. Eso fue bueno. A mediodía, después de que yo me fuese a comer, el jefe se había pasado por el cobertizo y había descubierto que el trabajo no estaba ni a medias, así que aquel día, antes de irme a casa, me cayó otra bronca por estar tardando tanto en hacer algo que mi jefe, que como todos los jefes siempre tiene razón, insistió que podía hacer en cinco minutos con la bellota del carallo.
La política de Recursos Humanos de mi jefe.

Al día siguiente fueron vacaciones. Otra vez. Quiero decir que me pasé el día entero currando en la parte trasera del almacén, sin ver al jefe más que una vez ―llegó, echó un vistazo al trabajo, movió la cabeza de lado a lado chasqueando la lengua y se volvió adentro moviendo la cabeza de lado a lado y chasqueando la lengua―, sudando como un verraco en celo en el concurso de Miss Puerca y más feliz de lo que recuerdo haber sido nunca en aquel trabajo, salvo el día que le dije al jefe «estoy hasta los cojones de ti; hazme los papeles que me largo hoy mismo».
Así salí de su oficina ese último día.

Como después de dos agotadoras jornadas de nueve horas cada una, el trabajo estaba más o menos por la mitad, al tercer día el jefe, desesperado (y convencido de que yo era un completo inútil, sospecho), me envió a un compañero para que me ayudara. De repente, la mudanza de enormes y pesadísimos rollos de tubería de presión empezó a ir al doble de velocidad. ¿Qué curioso, verdad? Al doblar la fuerza de trabajo se dobló la eficiencia. En un par de momentos, nos echó una mano un tercer compañero que no sé qué carajos fue a buscar atrás, nos vio sudando como arrieros y le dimos pena. «Hostia, pues se está bien aquí», dijeron más de una vez mis ayudantes, dándose cuenta de que allá atrás estábamos a una nave industrial de distancia del jefe y fuera de su campo visual. Éramos hombres nuevos. Übermenschen capaces de cargar un ovillo de manguera con cada brazo cuando antes habían necesitado las dos manos para levantar uno sólo. ¿Eh? No, los soldadores no aparecieron ni se les esperaba. Con el par (y medio) extra de manos, ese tercer día hicimos más que los dos precedentes, trasladamos toda la tubería de los calibres más pequeños y empezamos a mover los más grandes, para lo cual, te recuerdo, oh probo lector perfumado por el gomorriano sudor de la divina Riley Reid, necesitábamos la carretilla elevadora, lo cual no le hizo ni puta gracia a los chicos del almacén, que también la necesitaban, pero se tuvieron que joder porque el jefe había dicho que aquel trabajo tenía prioridad, y el jefe siempre tiene la razón.

Los soldadores se presentaron a media mañana del cuarto día. Los dos tíos más majos del sector del metal. Curritos de los de antes, con los cojones pelados de arrastrarlos por el mundo para ganarse el pan y un instinto de clase tan desarrollado que llegaron, nos vieron, nos dieron los buenos días, y sin dudarlo ni por un momento, se pusieron manos a la obra y nos ayudaron a quitar de en medio los últimos atados de tubería ―flipando kilotones cuando vieron las montañas de polipropileno y mi compañero les dijo que la mayor parte de aquel trabajo lo había hecho yo solito. Hasta ojitos me hacían los soldadores, y eso que estoy casi seguro de su heterosexualidad―, aunque no creo que acabaran de entender la necesidad de apilarlos en correcto orden y orientación, y tuve que, simplemente, decirles que ésas eran las instrucciones del jefe. Hacia la hora de comer, el espacio para soldar estaba despejado. Nos estrechamos las manos, les di las gracias y volví al almacén, ya nunca más protegido de la inquisitiva y suspicaz mirada del jefe.

Pues bien, incluso después de haberle demostrado por la vía de los hechos que el trabajo que me había encargado necesitó tres días y medio y cuatro (y medio) hombres, el jefe nunca, nunca, NUNCA me perdonó haber sido incapaz de hacerlo yo solito en media hora, como él me había ordenado; y de los treinta minutos me tendrían que haber sobrado veinticinco, porque él lo habría hecho en cinco con el cabezón del cimbel; y yo no podía hacerle ver su error porque el jefe era él, no yo, y el jefe siempre tiene razón. Especialmente cuando no la tiene.

Como mi jefe, hay gente que prefiere tener razón a tener amigos.

Y como yo no preferiría pegarme un tiro a parecerme lo más mínimo a mi jefe de aquellos años, no tengo problema en admitir que Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves me ha gustado. Mucho. Toda una confesión para alguien que no tenía intención de ver esa película y que, al publicarse el tráiler de la misma, dijo «oh, Sara Sampaio Dominátrix, no. Otra vez la coña por la coña no».

Y es que el tono de comedia del largometraje, sugerido por los avances liberados por el estudio, me produjo un inmediato rechazo inicial. No creía que pudiese funcionar una comedia ambientada en el universo de D&DDungeons and Dragons», por si te pierdes con el acrónimo), dudaba mucho de que fuese a gustarme y estaba, y estoy, un muchísimo hasta los cojones de que toda producción de fantasía tenga que convertirse en una carallada con jijis y jajas, prejuicio consolidado por la repulsiva fórmula Marvel de profanar la gravedad y trascendencia del drama y la tragedia, no vaya a ser que el público sufra ni siquiera por un momento viendo pasar un mal rato a los héroes con los que ha logrado empatizar.

(Todavía me sorprende, y lo agradezco, que los hermanos Russo no arruinaran la muerte de Tony Stark haciendo que se tirase un pedo o algo parecido, y me permitiesen llorar, con la dignidad que se merecía, por el héroe que se ha sacrificado para salvar el universo).

No iba a ver D&D Honor Among Thieves. Después del desastroso y ruinoso experimento fallido del año 2000 (sí, la de Jeremy Irons dando vergüenza ajena; 45 millones de presupuesto, que son 80 millones de los de ahora, para menos de 34 millones de recaudación global), que había fracasado estrepitosamente con una atmósfera de drama y ficción seria, estaba persuadido de que la comedia era la peor elección posible para aproximarse a este universo. Lo único peor que aproximarse a D&D con gravedad shakespeariana y solemnidad épica y un guion que parecía escrito por un deficiente mental (y eso que Ernest Gary Gygax, uno de los co-creadores de D&D con David Dave Lance Arneson estuvo implicado en la redacción del libreto, no he podido averiguar a qué nivel, vamos, que si se limitó a escribir un tratamiento de guion, a sugerir un argumento para la peli o si llegó a trabajar sobre algún borrador del texto), lo único peor, digo, que intentar hacer una película «seria» sin el talento ni los medios para lograrlo, era, creía yo, darle un tono de coñita marinera al material original. Eso sería cagarla hasta el corvejón.

Me equivocaba.

Y si fuese una de esas personas que prefieren tener razón a tener amigos, no estaría escribiendo esta confesión. Estaría, no sé, soñando que soy capaz de elaborar una estrategia con la que seducir a la voraz Brooklyn Gray, que no todo se reduce a nuestra venerada Riley.

Me equivoqué con respecto a Honor Among Thieves. Convertirla en una comedia de acción, con ocasionales y agradecidos momentos de drama y suspense, era la mejor aproximación posible al universo de D&D. Me lo he pasado como un enano viéndola. Me he reído como no me reía desde la última vez que me duché con la luz encendida y vi el reflejo de mi cuerpo desnudo en el espejo, aunque esta vez no me eché a llorar a continuación.

(Ojito con los espóilers que se vienen pero a la voz de ya).

El argumento, en realidad, es lo de menos en D&DHAT, y el guion, francamente, no peca de original ni corre ningún peligro de pasar a la historia y enseñarse en las escuelas de cine, pero te lo resumo igual: Edgin (Chris Pine), un antiguo Harper reconvertido en ladronzuelo y jefe de una banda de lúsers como él, es traicionado durante su último laburo, organizado por una maga misteriosa y siniestra a más no poder (y perversamente sexy) llamada Sofina (Daisy Head) que se larga con el botín y deja tirado a casi todo el equipo, y acaba cumpliendo condena en una prisión en Atomarporculo Deabajo, de donde se fuga, acompañado de su fiel camarada Holga (soberbia Michelle Rodríguez en el papel de guerrera bárbara badass), ejem, durante su «vista para la revisión de condena» (lo juro) en la que, ejem, precisamente iban a concederles la libertad condicional.

(Que te suelten semejantes anacronismos en una película de ambientación falsomedieval es la prueba del nueve. Si eres capaz de comprar eso, te gustará la película. Si te chirría, ver Honor Among Thieves será el equivalente a que te practique una endodoncia un epiléptico en pleno grand mal).
Edgin no quiere fugarse por fugarse ni porque la comida de la cárcel sea horrible (lo es), sino porque ha dejado fuera a su hija, su única familia, con la que quiere reunirse. En el proceso, también le gustaría recuperar un objeto mágico obtenido durante su semi-fallido último encargo bajo la dirección de Sofina, un MacGuffin estándar que permite resucitar a una persona muerta y que Edgin pretende utilizar para resucitar a su esposa asesinada, la madre de su hija Kira.

Sí, la de la izquierda es la pelirroja de It. Sí, aún actúa de puta madre.

Naturalmente, las cosas no salen como esperaba y su antiguo colega, ahora ennoblecido, Forge (Hugh Grant), accidentalmente tutor de Kira mientras su padre cumplía condena, no sólo se niega a devolverle a la muchacha y la tablilla de Re-Animator ésa de los cojones, sino que hace prender a Edgin y Holga y ordena su ejecución. Se escapan por un bigote de gamba y comienzan a reunir una banda de viejos y nuevos compañeros con la que rescatar a Kira, hacerle la puñeta a Forge y Sofina todo lo posible y más, recuperar la reliquia resucitadora y, de paso, hacerse ricos con el tesoro reunido por Forge.

Y nada sale como planean. Nunca. Ya sea por que se encuentran obstáculos con los que no contaban, porque descubren que antes de llegar al punto B tienen que pasar primero por el C, el D y así todo el abecedario hasta la Z, bien por su propia torpeza e incompetencia, la banda de ladrones de Edgin va dando bandazos, resolviendo problemas que sólo desencadenan nuevos y más complejos problemas, improvisando sobre la marcha, adaptándose a las dificultades, no siempre de la manera más eficiente, mientras se ven obligados a reinventar, una y otra vez, una ruta distinta para aproximarse a su objetivo final.

Exactamente igual que en una auténtica partida de D&D.

Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves proporciona la experiencia más parecida a jugar una partida de Dragones y Mazmorras que jamás tendrás en tu salón o en una sala de cine. Lo único más parecido que esto a jugar una partida del D&D es jugar efectivamente esa partida, si eres capaz de reunir por lo menos tres amigos y consigues que permanezcan sentados a una mesa durante un par de horas usando su imaginación, algo que cada vez resulta más difícil. Y si no, pregúntale a los guionistas de Hollywood qué tal les está yendo con eso de usar la imaginación.

D&DHAT es la prueba definitiva de que se puede hacer un producto audiovisual basado en un universo de fantasía épica respetando el espíritu y la atmósfera del material original sin corromperlo ni «actualizarlo para las nuevas audiencias». Algo de lo que probablemente deberían tomar nota los guionistas y productores de Los anillos de poder. De todas las aventuras, oficiales o escritas por aficionados, que conforman el lore de D&D desde la aparición del primer manual en 1974 (Dungeon of the Mad Mage, Princes of the Apocalypse, Tales from the Yawning Portal, Ghosts of Saltmarsh, Tyranny of Dragons, Descent Into Avernus, Tomb Of Annihilation...), probablemente cientos por no decir miles de historias, Honor Among Thieves decide no adaptar ninguna de ellas, a menos que esté equivocado, y concentrar todos los esfuerzos en ofrecer al espectador poco familiarizado, o incluso ignorante, de todo lo relativo a los juegos de rol (los de mesa, no los otros, puerquillo), la sensación de caos desatado, imaginación desbocada, acción accidentada, desarrollo azaroso y sobre todo diversión sin tregua de una partida de D&D.

Y lo consigue.

Sí, la del fondo es la pelirroja de It. ¡Y por fin es mayor de edad!

Honor Among Thieves no te restriega por la cara una picha de burro untada en memeces identitarias, cicuta misándrica, racialcentrismo paleto y REPPPPPPPRESENTEISHON, sólo te cuenta un argumento que ya te has visto mil veces, y te ves la película igual porque son dos horas de puro entretenimiento, acción, situaciones cómicas, magia, escenarios exóticos y evocadores y aventura pura de oliva.

No es un publireportaje de prevención del supremacismo blanco y normalización imperativa del colectivo LGTBIQ+17£½☺jochapenj, sino una ficción con personajes bien dibujados, carismáticos, adorables, contradictorios, falibles, creíbles, totalmente humanos. El color de la piel, la raza o la orientación sexual de los personajes de D&DHAT no puede importarte menos y, además, se agradece que el director y los guionistas no se empeñen en asegurarse de que te importe, que es más de lo que podemos decir de los guionistas de la serie de Entrevista con el vampiro de AMC, que ya analizamos aquí.

Ya es triste que, con mil millones de presupuesto, Los ladrillos del cagar luzca más barata que ésta.

No te presenta unos antagonistas que son malos porque el mundo los ha hecho así, porque son unas pobres víctimas del despiadado capitalismo turboopresor, o unos marginados sin acceso a oportunidades reales de ascenso social, o unas almas atormentadas a las que se les niega una sanidad pública de calidad que les permita lidiar con sus temores. Los villanos de Honor Among Thieves, Forge y la abyecta y perturbadoramente sexy Sofina, son cabrones porque sí. Porque el día que se repartieron las cartas de cabrón, ellos las cogieron todas. Porque hay gente así en el mundo y esto no hay quien lo remedie. Ni el estafador traicionero y corrupto interpretado por Hugh Grant, que vendería a su puta madre por un bocadillo de mortadela caducada en pan rancio, ni la tenebrosa (y retorcidamente sexy) bruja Sofina necesitan excusas para ser malos ni tratan de justificar sus desmanes. Están convencidos de que ellos son los protagonistas de la historia, de que tienen derecho a comportarse como lo hacen y que el resto de la humanidad es imbécil por no hacer lo mismo. Son cabrones por naturaleza, y punto en boca.

Y ya era hora de que recuperemos a los malos de película al viejo estilo. Menda está hasta sus canosos cojones de que ya ni los antagonistas del cine tengan responsabilidad alguna en sus crímenes. Mandaría chuminos que Sofina quisiera extender el reino zómbico-caníbal de su mefítico maestro Podridus (no, no se llama Podridus, ¡no me acuerdo cómo se llama, soy humano, ¿vale?!) y la culpa fuese de los pobres desgraciados a los que pretende zombificar.

¿Qué te decía? Perturbadoramente sexy.

Además Honor Among Thieves destaca en otra cosa: es una ficción escrita y pensada para un público generalista. Pese a los constantes guiños (easter eggs, se llaman en inglés) al freak aficionado a estos productos, al pollavieja que ha jugado un par de partidas al D&D (las criaturas del bestiario tradicional del juego, la toponimia, el cameo de los personajes de la serie de animación de 1983...), esta alocada y divertida película está diseñada para que cualquiera que ni siquiera haya oído hablar de los juegos de rol de mesa pueda disfrutarla.

¡Ah, la siempre pérfida nostalgia!

Lección de la que podrían aprender algo Netflix, Disney y todas las megacorporaciones líderes de la kulturkampf postmoderna que nos aburre hasta decir basta, corporaciones que, en su obsesión por alardear de virtud moral apelando exclusivamente a las minorías racializadas, queer, afrocéntricas y veganas han acabado por hacer películas y series para nadie. Y por eso Disney, por personalizar, ha tenido que poner en la calle a 7 000 empleados, va a cerrar ese carísimo hotel temático de Star Wars de a dos mil quinientos dólares la noche y, para ahorrar costes, va a sacar de sus servidores 76 series y películas después de un año 2022 en el que la empresa del ratón tirano perdió un 44% de valor en bolsa. 123 000 millones. Ciento veintitrés mil millones de dólares.

(Y, errores de gestión aparte, puede que una parte significativa de esa debacle económica tenga que ver con las millonadas que se gastaron en películas y series de mierda, pero con muchísima REPPPPPPPPPPPPPRESENTEISHON, eso sí, que nadie quiso ver enteras).

Honor Among Thieves es un soplo de aire fresco en una cartelera llena de soplapolleces de inoportuno wokismo insustancial. Es una película divertida, entretenida e inteligente que, aunque sea por casualidad, capta a la perfección la experiencia de una partida de D&D.

A la derecha, la pelirroja de It. Sí, su personaje en D&DHAT es adorable.

Lo cual no quiere decir necesariamente que el público la esté respaldando. Con un presupuesto declarado de 150 millones de dólares y unos ingresos en taquilla de algo menos de 208 millones, y teniendo en cuenta que los accionistas y ejecutivos con stock-options y futuros de Paramount Pictures no se van a conformar con un beneficio de menos de 78 millones, desde el punto de vista contable podría considerarse un fracaso. Recordemos que el Warcraft de Duncan Jones, con un presupuesto de 160 millones de los de 2016 (unos 206 millones de los hoy en día), un total de 439 millones de recaudación en todo el mundo y una respuesta mayoritariamente positiva de los fans del videojuego, fue declarada por los contables de la Universal Pictures como un fracaso y el plan para dos secuelas abandonado por completo, en medio del escándalo por política directiva tóxica y abusos laborales y sexuales en el seno de Blizzard que coincidió con el estreno de la cinta. Desde la perspectiva puramente aritmética de los bean-counters de los estudios, todo lo que estuviese por debajo de los 677 millones de Dr. Strange, de presupuesto similar y estrenada ese mismo año, era forzosamente un fracaso, y por eso, rumores apócrifos de un soft-reboot de la franquicia aparte, no hemos visto aún la continuación de las aventuras de Anduin (y Paula Patton como la orca más sexy ever) ni descubierto si la promesa de Durotan de proporcionar a su pueblo un hogar llegó a materializarse.

¿Tendremos secuela? El tiempo lo dirá.

Y si una película de 2016 que casi triplicó en venta de entradas su presupuesto no tuvo continuidad en el tiempo (si bien la recaudación podría no ser el único factor a tener en cuenta a la hora de explicar la ausencia de una secuela), parece difícil esperar que, pese a la buena acogida por el público y las loas, aparentemente sinceras, de algunos críticos, con sólo 77 millones de beneficio, Honor Among Thieves vaya a inaugurar una nueva serie de películas de Dragones y Mazmorras.

Pero podríamos estar equivocados al respecto. Y nos gustaría estar equivocados al respecto, como cuando nos equivocamos con el Dune de Villeneuve, cuya secuela está a punto de llegar a nuestras pantallas aunque la primera parte, con sus relativamente modestos 400 millones de recaudación sobre un presupuesto de unos 165 millones, no permitiese suponerlo.

Ojalá nos equivoquemos y haya más películas de Dragones y Mazmorras tan divertidas como Honor Among Thieves.

Porque, aunque te parezca mentira, querido lector, me pongo colorada cuando me miras y nosotros preferimos tener amigos a tener razón.

Se nos había olvidado mencionar que Sophia Lillis trabaja en esta película.

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