sábado, 28 de agosto de 2021

"Fear profits man nothing": el problema de hacerse viejo

Aunque The Suicide Squad le tomó la delantera, mi intención inicial para la anterior entrada era escribir mis impresiones sobre Old, de M. Night Shyamalamachinchán, y que sepas que ya le saco unas ocho o nueve películas de ventaja a ésta y se me están empezando a fusionar las sinapsis de una manera que ríase usted del Caribe Mix remezclado por un Avicii a tope de anfetas, así que no esperes en esta entrada menos incoherencia de la acostumbrada.


Old Tiempo» en su doblaje castellano, palmaria confirmación de que las traducciones de las películas anglosajonas siguen en nuestro país leyes arcanas indescifrables) nos relata la historia de tres familias atrapadas en una playa de la que no pueden salir y en la cual el tiempo avanza a una velocidad anormalmente elevada. En sólo unas pocas horas, los adultos alcanzarán la edad provecta y morirán de senectud. En el proceso, presencian atónitos cómo sus hijos crecen minuto a minuto, alcanzan la pubertad y empiezan a follar y convertirse en padres solteros.
(No. Ojalá fuese coña).
Old recoge los esfuerzos de los personajes por huir de esa cala maldita, situada en algún lugar del Caribe, creo, y comprender el fenómeno que los hace envejecer a toda mecha. Pero la cosa pinta mal: si intentan volver por el camino por el que llegaron, pierden el conocimiento y lo recuperan de nuevo en la playa. Si intentan escalar los acantilados que los envuelven, se desmayan y despeñan. Si intentan huir a nado, se adormecen y ahogan. Y encima, para incrementar la humillación, desde la distancia, alguien les está observando, como si fuesen cobayas en algún experimento sádico.

La película también refleja las tensiones que surgen entre los personajes, enfrentados a una fuerza desconocida e imparable y a la inminencia de la muerte, y la fricción desencadenada por sus diferentes personalidades (el racista psicótico interpretado por Rufus Sewell da un juego extraordinariamente rico). En ese sentido, Old es una película de atmósfera y personajes, muy agradecida desde el momento en que se puso de moda el cine descerebrado de acción absurda e imparable, cuya finalidad última es impedir al espectador que se pare a pensar sobre el liliputiense argumento o la desganada interpretación de los actores. Y no señalo a nadie, saga de Fast & Furious o cualquier título dirigido o producido por Michael Bay.

Un puñado de personas ordinarias se enfrentan a lo incomprensible. No hay efectos especiales espectaculares. No hay escenas estilo John Wick. Un sencillo escenario y una docena de personajes hablando. Con esos mismos ingredientes se cocinó la insuperable Man from earth sobre la que, la duda ofende, ya hemos hablado en la bitácora como ejemplo de clásico instantánteo, narración redonda y cine bien hecho. Old aspira a ser eso mismo. Como entretenimiento, es impecable. Como narración...

...bueno, a eso vamos.

A primera vista, Old supone el regreso de su director al género que le dio fama: el género fantástico con elementos de ciencia-ficción y/o terror. Y no lo ha hecho mal, ciertamente.

Es decir, no del todo.
Ve preparando la vaselina, M. Night.

El director de El sexto sentido venía de ganarse una bien merecida reputación de veneno para las taquillas tras la más que catastrófica recaudación de El incidente, Airbender: el último guerrero y After Earth (aunque a mí esta última me gusta mucho, obvias carencias aparte) y ha tenido que reinventarse demostrando que puede ser más que rentable siempre que se autoexija trabajar con presupuestos ridículos (La visita, Múltiple y Glass no costaron las tres juntas ni 35 millones de dólares pero recaudaron en total más de seiscientos veinte megadólares).

El visionado de Old, que he disfrutado, también me ha reportado varios momentos de estupefacción. Escenas, diálogos, decisiones creativas o malabarismos autorales que me hicieron arrugar la nariz, ofendida por una inconsistencia argumental, un diálogo anémico, una infeliz idea compositiva o un tiro de cámara simple y llanamente estúpido.

Post hac die espóilers. Avisado quedas.

En el plano estrictamente cinematográfico, hay algunas cosas de Old que chirrían. Parece mentira que un director con tantas tablas como M. Night Jambalayan caiga en esos tontos alardes de cine experimental que provocan en el espectador su más sentida mueca «whathefuck» y no aportan nada, y quiero decir literalmente nada a la narración, ni desde el punto de vista expresivo, ni desde el simbólico, ni desde el punto y coma, ni desde el punto com. ¿Por qué Old rebosa de diálogos en los que el personaje que habla está fuera del plano? ¿Por qué el deterioro físico de los personajes de Gael García Bernán y Vicky Krieps se detiene súbitamente y siguen envejeciendo «por dentro» aunque sus rostros y sus cuerpos no muestren su verdadera edad? Y ¿por qué mierda el director se pasa media película haciendo mamonadas con el encuadre y la profundidad de campo?, y no, no hablo de cuando escoge planos cerrados o difumina parte de la acción, o sea cuando emplea recursos cinematográficos para transmitirnos la desorientación y estupor de unos personajes acorralados y perplejos. Hablo de la abusiva proliferación de paneos y de esos momentos en los que lo verdaderamente importante está sucediendo en segundo término y en una escena deliberadamente desenfocada because reasons, mientras ocupan el primer plano un par de gilipollas perfectamente en foco que se dedican a hablar de la epistemología sustantiva de los orgasmos anales de Sasha Grey. Hablo de cuando M. Night llena el cuadro con una puta espalda, cago en el copón bendito.
Aunque fuese la de Sasha.

Old es una película proclive a ser malinterpretada por sus estúpidas ocurrencias estilísticas. Si fuese un texto, estaría escrito con la mano tonta, en plena borrachera, haciendo muchos borrones y cometiendo diez faltas de ortografía por párrafo.

En el aspecto narrativo, también hay cosicas que huelen a puto en Old. Su longitud, por ejemplo, absolutamente gratuita e inoportuna. Le recortas media hora y obtienes una cinta mucho mejor acabada. Por otra parte... ¿de dónde cojones sacan los personajes adolescentes de Eliza Scanlen y Alex Wolff, que eran críos asexuados pocas horas antes, la inspiración no ya de echar un polvo, que eso así por accidente le puede pasar a cualquiera (léase «Brooke Shields y Christopher Atkins en El lago azul», pero, claro, como para que Brooke Shields en topless no te inspire ideas voluptuosas), sino esa superstición de «si lo haces una sóla vez no te quedas preñada», típica soplapollez de patio de colegio y que Trent y Kara, que han alcanzado la edad fértil en la trampa cronológica de la playa, no podían haber oído jamás?

¿Por qué Guy y Prisca tardan tantísimo tiempo en darse cuenta de que sus hijos están envejeciendo a ojos vista? ¡Que Maddox salió del hotel sin tetas y de repente le sirven los bikinis de su madre!

No, en serio, ¿es que están ciegos?

¿En qué universo paralelo de apollardados mierdecillas de clase burguesa blanca y anglosajona el súbito desarrollo mamario de tu hija no enciende luces rojas en el cerebro de un adulto? ¿Quién, cómo y por qué coño descubrió que la única salida de la playa es a través del coral? Son pequeños detalles que le restan verosimilitud a la ficción. Pellizcos en el escroto que te expulsan de la película. Sólo unos centímetros, pero te expulsan.


Old está basada en el cómic Château de sableCastillo de arena» en gabacho), de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy. El argumento de ambas obras es básicamente el mismo: varias familias de bañistas llegan a una playa de la que no se les permite salir y en la cual el tiempo transcurre más rápido de lo normal, de modo que a lo largo de las horas los niños alcanzan la pubertad y la madurez y los adultos envejecen y mueren. En Château de sable no nos dicen dónde está ubicada esa playa, y no importa un huevo porque no afecta a la trama, y el personaje que en la pantalla interpreta Aaron Pierre no es negro sino magrebí y la esposa trofeo interpretada por Abbey Lee, modelo vampira-caníbal de The Neon Demon y concubina de Inmortan Joe en Mad Max: Fury Road, no existe, y cito esos dos únicos ejemplos a manera de ídemes; pero, descontando las pequeñas diferencias, Old y Château de sable comparten argumento, si bien difieren ligeramente en la historia. Vuelve a leerte esta entrada del Paratroopers si has olvidado o nunca has comprendido la diferencia.

Decíamos que Old y Chàteau de sable son iguales hasta cierto punto.

Y este «punto» es el momento en el que, incongruencias cinematográficas y confusas ocurrencias técnicas aparte, Old deja pasar su oportunidad de convertirse en una muy buena película. Y, las cartas sobre la mesa, el que esto escribe le pilló el truco a M. Night Shyamalamadingdong en El protegido, le tiene manía desde Señales, se aburre con él desde La joven del agua, le perdió el respeto durante el minuto diez de Airbender: el último guerrero el poco respeto que aún le tenía y fue incapaz de terminarse la amariguanada La visita; así que bastante tengo con reconocer que Old me ha gustado, muy a pesar de las carencias de su director, a quien hace tiempo que reputo de frío, intelectual, repetitivo y antipático autor de películas cerebrales, maquiavélicas y sin alma.


Donde Château de sable es una alegoría sobre el paso del tiempo, las relaciones familiares, los sueños y proyectos de juventud que, en la madurez, lamentamos haber traicionado, la fugacidad de la vida y el frío dedo de la Parca, Old es una película en la que los personajes dedican más tiempo a intentar alcanzar una explicación racional, traidísima por los pelos, al fenómeno inexplicable que los retiene y tortura, que a la fuga en sí. Old es una lección magistral de cine sobre cómo escoñar una buena idea argumental con kilotones de sobrexposición y alargando de forma antinatural e innecesaria  escenas de transición mientras el subtexto de la película se nos escapa entre los dedos como la arena de un castillo de lo mismo. En fin, éste parece ser el fetiche de M. Night como director, y todos tenemos nuestros fetiches.
Y algunos son especialmente perturbadores. ¡Los pies! ¡Qué asco!

No obstante, el problema de Old no es que los personajes de Gael García Bernal y Vicky Krieps no representen la edad que se supone que tienen al final de sus vidas en la playa (actúan como viejos seniles aunque tienen pinta de cincuentones mal conservados, decisión tomada quizá para que los espectadores puedan seguir reconociéndolos, o sea para evitar disfrazarlos bajo toneladas de maquillaje o contratar a actores ancianos que asuman sus papeles y confundan a una audiencia ya de por sí distraída por tanto fotograma accesorio, tanto floreo de cámara, tanto desenfocado y tanta verga), ni las extrañas decisiones de encuadre y composición que toma el director (esa manía nueva de descentrar la acción... ¿habrá estado M. Night tomando unos chupitos de txakolí con Zack Snyder?). El problema, por una vez en el cine de M. Night Chimichangalamg, no es que vuelva a usar el mismo truco narrativo que en El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque... que es fiarlo todo a un golpe de efecto final, un giro de guion aparentemente imprevisible y que habría sido sembrado a lo largo del metraje mediante pistas descontextualizadas (cuando no deliberadamente ignoradas por los personajes hasta el momento del clímax) que sólo tendrán sentido una vez revelado ese giro final y que permiten al director sentirse más listo que sus espectadores.

El problema de Old es que su director no soporta el misterio y no entiende la catarsis.

Old se estrella como película cuando M. Night nos explica, una y otra vez, lo que sucede en pantalla, como si fuésemos cortitos (no sé las veces que los protagonistas aluden a los minerales exóticos que componen las rocas que rodean la cala y que serían responsables de ese extraño efecto trans-ferolítico de aceleración galvanoplástica temporal). Old también se estrella cuando nos explica el verdadero motivo por el cual el gerente del hotel ha enviado a los protagonistas a esa playa, y por qué precisamente a esos y no a otros. Finalmente, Old se estrella por tercera vez, y queda para que la declaren siniestro total, cuando M. Night Chinchantomalacasitos nos ofrece ese degradante y anticlimático final feliz que arruina toda la tensión construida hasta el momento.

Explicar el misterio anula el misterio. Sacar a los personajes de apuros con un devs ex machina (que, para acentuar el agravio, siempre ha estado a su alcance, aunque son tan túzaros que no recurrieron a él hasta que estuvieron realmente desesperados porque... patata) y ofrecerles un desquite sobre los malvados de la película; es más, el mero hecho de que haya unos malvados en la película y que tengan motivaciones, incluso nobles motivaciones (aunque personas inocentes tengan que morir por ellas), destruye y corrompe la naturaleza de unos villanos que no son malos porque es que hay gente en el mundo que es así de hija de puta y punto, sino porque tienen buenas razones para ser unos cabrones y ¡anda, toma rima involuntaria!; sino que también arruina la pureza de Old como fábula del poder omnímodo del destino, la indefensión humana ante la inexorable erosión del tiempo y la terrible certeza de la muerte; temas clásicos como mínimo desde las tragedias griegas cuyo poder catárquico queda anulado por las torpes decisiones creativas del director.

Porque la catarsis, señor Shyamalamaranma½, es un acto de purificación y transformación espiritual. Vemos películas de terror para salir del cine aliviados por habernos librado de los mismos apuros que los personajes, vemos películas en las que esmocha gente, y si son buenas sufrimos por los protagonistas, para desarrollar nuestra empatía y, también, prepararnos para nuestra propia muerte y sentirnos agradecidos por la vida que conservamos, es decir, de momento.

Y M. Night nos priva de todo eso por su pueril necesidad de proporcionarse a sí mismo, y a los espectadores emocional e intelectualmente minusválidos, una resolución farisea a través de la cual intenta tranquilizarnos y hacernos creer que el universo de Old tiene algún sentido.

No necesita tenerlo para ser una película coherente y un drama narrativamente eficaz. Y, a la vista del resultado, el misterio de Old no debería tener resolución. De la misma manera que algunas verdades de las matemáticas jamás serán demostradas, incluso los sistemas más sencillos, con las reglas más simples, pueden ser irresolubles, impredecibles y aparentemente irracionales, pero no por ello menos reales.

Si el malvado de tu historia tiene un fin noble o está traumatizado por un acontecimiento de su infancia, diluyes su responsabilidad en los crímenes que ha cometido. Si tu misterio tiene una explicación, deja de ser un misterio y pierde todo su ominoso poder.

El final de Old relativiza la desesperación, los conflictos y muertes de sus personajes con la pretensión de que han servido a un fin superior, que es desmantelar para siempre la siniestra conspiración de esa malvada empresa farmacéutica que sacrifica vidas inocentes en el altar de la innovación. «Sí, unos pocos turistas de mierda han palmado, pero ¿y la de miles de vidas que hemos salvado gracias a ellos y la de miles de millones en stock-options que hemos repartido entre nuestros accionistas?»

»Sí, toda esa gente ha muerto, pero no ha sido por nada. Sus muertes tienen sentido. No han sido en vano. No sufráis tanto por ellos, cojones, que no es para tanto. Ya sabemos por qué pasa lo que pasa y los malos van a ir a la cárcel, ¡alegría! ¡Champán! ¡Putas!»

En Château de sable, el cómic que inspira Old, no hay explicación para el misterio, no hay revancha final sobre una malvada compañía farmacéutica porque no hay compañía farmacéutica. El universo de El castillo de arena es coherente y cognoscible, pero no tiene sentido. Porque el universo puede ser descrito en términos racionales (en caso de que tal aspiración sea posible) pero no tiene necesariamente por qué tener sentido y cualquier pretensión en tal aspecto es absurda y, encima, destruye el drama construido sobre los cimientos de la indefensión de los personajes ante un fenómeno inexplicable.

El universo es amoral. Al universo no le importa si eres buena o mala persona, te comes todas las acelgas o rezas
todos los días a tu hombre mágico chuchu-yuyu del cielo. Desde el momento mismo en que eres engendrado, el universo no hace otra cosa sino intentar matarte y, al cabo de cierto número de intentos, número sobre el que no puedes influir en modo alguno por mucha dieta vegana y tabatas que hagas ni por muchas veces que votes a Podemos, lo acabará logrando.

Old intenta venderte una moto muy distinta. Una moto que no tiene ruedas, sino cuatro patas, no tiene manillar, sino orejas, no tiene carenado sino pelo, no consume gasolina, sino alfalfa y no hace bruuuun-bruuuuum sino jiiiiiii-jaaaaaaa.

Old es un burro, pero su director nos lo vende como si fuese una moto.

No lo es. Y al intentar darnos burro por moto, M. Night anula la potencialidad de Old como fábula iniciática y corta los vasos comunicantes que lo vinculan al viaje de Odiseo por el Hades, a los ritos dionisíacos y los misterios de Eleusis, y también, ¿es fuerza decirlo?, al angst de Kafka y sus personajes zarandeados por un destino despiadado e irracional: Gregor Samsa transformado durante el sueño en un insecto y repudiado y enclaustrado por su propia familia por algo que no es responsabilidad suya, Josef K. juzgado por una acusación anónima, de un delito sobre el cual ninguno de los implicados condesciende en informarle, procesado ante un tribunal que no le permite presentar pruebas ni testigos de descargo, ejecutado en secreto en un lugar que ha de elegir él mismo; Karl Rossmann convertido en juguete de personajes sin empatía ni escrúpulos que lo tiranizan y llevan de aquí para allá como una cometa.

Antes de sacar Old a la lona del escrutinio público, su director le rompe primero brazos y piernas.

Y podríamos caer en la tentación de echarle la culpa de este desarrollo torpón y de este final estúpido y cobarde a los infames screen tests. No sería la primera vez que los «pases de prueba» con público cambian el final de un largometraje. Sucedió con la malísima Deep blue sea (la película que nos demostró que Samuel L. Jackson no ha salido ya en una  porno porque aún no se lo han ofrecido): en el montaje original el personaje de Saffron Burrows sobrevivía. A los espectadores del screen test no les gustó eso. Querían que la fría científica responsable de desarrollar a esos escualos mutantes psicópatas del averno muriese en más que justificado acto de expiación por todas las vidas que había segado su blasfema progenie cartilaginosa. Así que se rodó un nuevo final en el que la malvada bruja pelirroja, que se había atrevido a intentar curar el alzheimer y la cosa se le había ido un pelín de las manos, esmochaba y, así, el público norteamericano, imbuido de esa milenarista noción de Antiguo Testamento sobre el pecado y el castigo que los puritanos se llevaron a Nueva Inglaterra, pudo irse a su casa con la falsa noción de que se había hecho justicia, de que Dios escribe recto en renglones torcidos.

En el corte provisional de Atracción fatal no había ejecución sumarísima del personaje de Glenn Close a manos de Ann Archer, sino que Michael Douglas acababa en chirona, incriminado en el homicidio de su psicótica ex-amante, que se las había arreglado para suicidarse de manera que pareciese que Douglas la había asesinado. La buena gente de los Estados Unidos no quiso comprar que el marido infiel y putero fuese a la trena por una loca del chocho que se había hecho ilusiones después de trajinárselo. En el montaje original de Titanic, el personaje Billy Zane no renunciaba a dar caza a Rose y Jack, sino que enviaba tras ellos a su guardaespaldas, Lovejoy (David Warner), que llegaba a agarrarse a madrazos con el personaje interpretado por Leonardo DiCaprio. Esa escena se cayó del corte definitivo porque el público de prueba la declaró infumable. Rambo moría al final del primer corte de Acorralado (como, por cierto, sucede en la novela que inspiró la película). Julia Roberts volvía al puterío de acera y Richard Gere a joder empresas en crisis al final de Pretty Woman. Michael Cera mandaba a la mierda a Mary Elizabeth Winstead y escogía a Ellen Wong al final de Scott Pilgrim vs. The World. Cillian Murphy no sobrevivía a 28 días después y hasta Ridley Scott ha perdido ya la cuenta de los diferentes cortes de Blade Runner que existen.

Ni siquiera los grandes maestros están a salvo de esta tiranía de las audiencias. Scorsese tuvo que volver a montar Uno de los nuestros porque la gente se ponía mala con la hiperviolencia del corte original (en el proceso, logró hacer casi simpático y entrañable al psicópata con problemas de control de la ira interpretado por Joe Pesci). Paradójicamente, los pases de prueba de Destino final tuvieron la acogida opuesta: el público de prueba quería menos historia de amor entre los personajes de Devon Sawa y Ali Larter y más muertes rebuscadas, por favor, gracias. Billy Wilder tuvo que cortar la escena de la «resurrección» del personaje de William Holden en la morgue porque el público de prueba de Sunset Boulevard se hacía la picha un lio con ese arranque de comedia negra que introducía una historia profundamente oscura y dramática, y así acabamos con la voice-over y el cadáver flotando en la piscina.
Es llegar el fin del mundo y todos se ponen cachondos.

No sé si M. Night introdujo algún cambio en Old después de leer los comentarios del «público profesional» que asistió a los pases de prueba o se puso la venda antes de la herida y preparó de antemano ese final decepcionante. Y además no me importa.

Lo que me importa es que Old es una buena película que no consigue llegar a ser una gran película porque tiene un problema.

Y, aunque es uno de sus mejores trabajos desde hace años, el problema de Old se llama M. Night Shyamalan.

sábado, 14 de agosto de 2021

El trabajo se me acumula: una de besitos y otra de pellizcos

Pues, hala, ya me he visto The Suicide Squad, y aunque la idea era hacer una entrada sobre Old, de M. Night Shyamalamadingdong, que al fin y al cabo también está basada en un cómic, esto de escribir es asunto que sale de las tripas y lo que me ha salido hoy de las tripas, además de caca, era escribir sobre The Suicide Squad.

Que ya anticipo que me ha gustado.

Aunque con reservas.


En honor a James Gunn he de reconocer que ha entregado la que quizá sea, hasta la fecha, la mejor adaptación a la pantalla de un cómic DC desde el Supermán de Richard Donner de 1978 y el Batman de Tim Burton de 1989. Ambas siguen siendo, y me temo que no veo visos de que eso vaya a cambiar próximamente, imbatibles.

Y es doblemente encomiable el mérito de James Gunn desde el momento en que el director de Misuri tenía que superar una primera iteración cinematográfica de la franquicia que, por expresarlo en términos diplomáticos, no funcionó en taquilla ni tampoco agradó a los críticos; y es demasiado pronto, o quizá ya tarde, para determinar la responsabilidad de esa doble desilusión. Los defensores del corte de David Ayer, corte que nadie salvo el propio Ayer y un puñado de ejecutivos de Warner Bros. ha visto (y que en WB insisten que nunca veremos, porque ya hicieron un test con público de ambos montajes y ambos recibieron las mismas valoraciones), sostienen que su montaje ha de ser por fuerza muy superior al entregado a los cines, contundentemente saneado por decisión ejecutiva de los mismos mandamases que querían erradicar cualquier tufillo al universo conjunto que, pobres imbéciles, habían contratado a Zack Snyder para crear.

(Por más que a David Ayer se le hayan acabado hinchando los dos cojones y haya gritado en redes, a todos aquellos que pretenden convencerle de que se olvide de ver algún día su «Director's Cut», que lo que llegó a las pantallas no era su película, nunca lo ha sido y nunca lo será).
«The studio cut is not my movie. Read that again.»

E incluso triplemente encomiable, y esperanzador, el resultado de The Suicide Squad, esta «soft sequel» de la película de David Ayer, descubrir que en Warner Bros. han pasado olímpicamente de ponerle a James Gunn ninguna clase de cortapisa.

The Suicide Squad es James Gunn desatado, ciclado y hasta el ojete de estimulantes.

Y, de alguna manera, su corte gore, sádico, delirante, anfetamínico y desopilante, ha llegado a los cines sin que nadie lo haya impedido.

Gracias a Dios.

Es más, en WB están encantados con él. Han dicho que cuentan con el gafapastoso director para más películas. Que a ellos les tira del huevo del centro lo de esos polémicos tuits sobre, ya sabes, las tonterías acerca de las que escribe la gente del cine, cosas como mamadas, sodomía en público, duchas doradas con niñas de tres años, aquella vez que tu tío Bernie te metió el puño entero en el culo... Que en Warner no son tan cagapoquitos como en Disney, o eso dicen ellos.

Si The Suicide Squad demuestra algo, caída de ritmo en el segundo acto aparte (paciencia, ya llegaremos a ello) es que James Gunn era el director perfecto para dirigir esta película y a estos personajes. Y parte del éxito de una película que adapta material literario estriba en encontrar al director apropiado. Y darle carta blanca.

Que es lo que hicieron con Zack Snyder en Man of Steel y BvS.
(Y se equivocaron, porque es que aparte de no ser el director apropiado para dirigir una película de Supermán o Batman, o de Batman y Supermán, o de cualesquiera otros personajes, es que Zack Snyder no sabe un carallo de cine y no pierde oportunidad de demostrarlo).
James Gunn ha hecho lo que le ha dado la gana con The Suicide Squad. Como en su día hizo lo que le dio la gana con Guardianes de la Galaxia.

Y se nota.

Puede que James Gunn fuese el director apropiado para The Suicide Squad por las mismas razones por las cuales era el director apropiado para Guardianes de la Galaxia (al menos de la primera; la segunda me aburrió un cacho largo). Puede que James Gunn sea la persona a la que llamas cuando quieres dirigir una película sobre un grupo de inadaptados que apenas alcanzan el mínimo nivel funcional requerido para no matarse los unos a los otros y que sólo dan realmente lo mejor de sí mismos cuando, aunque sea a regañadientes, asumen, incluso por los motivos erróneos, que en el fondo de sus negros corazoncitos quieren saber lo que se siente siendo héroes, al menos por una vez en sus deplorables vidas de gentuza.

¿Has aprendido por fin la lección, Warner? Encuentra a la persona apropiada para hacer el trabajo, dale un buen guion y quizá, sólo quizá, te encuentres en unos años con las recaudaciones de las pelis de Marvel Studios, que en realidad es lo único que te importa. ¿Has aprendido por fin la lección o The Suicide Squad es sólo un afortunado accidente?
Imagina las posibilidades.

¡La virgen! ¡La que ha armado James Gunn!
(Bombardeo en alfombra de espóilers a partir de aquí).

La película empieza y, en los primeros diez minutos, casi todo el Escuadrón Suicida muere en combate. Eso incluye a parte de los miembros de la Fuerza Operativa X que protagonizaron la anterior película
; decisión de autor mediante la cual James Gunn expresa su resolución a hacer un borrón y cuenta nueva casi absoluto con la anterior cinta.
(Luego descubrimos que había dos equipos y que el primero ha servido de cebo para alejar el fuego del segundo, dirigido por Bloodsport).
Alguien de Inteligencia olvidó averiguar si Comadreja sabía nadar (no sabe) y el pobre dicho muere ahogado cuando lanzan al Escuadrón frente a a la costa de Corto Maltese.
(Aunque...).

Peacemaker y Bloodsport asaltan el campamento guerrillero en el que creen que Rick Flagg ha sido hecho prisionero, matan a un montón de gente... y resulta que eran los buenos. Milicianos opuestos al gobierno dictatorial de Corto Maltese. Habían recogido a Flagg, le habían curado las heridas y estaban de carallada con él cuando llegó el «rescate».

El equipo de control del Escuadrón hace una porra de muertos, una «dead pool», acerca de qué miembro del escuadrón esmochará primero. Y, hablando de Deadpool, esta The Suicide Squad podría considerarse la Deadpool de WB y DC: una película irreverente, autoparódica por momentos, desatada, absurda, gamberra y, por encima de todo, y en buena medida gracias a todos esos atributos, muy, muy divertida.
(Que fue, sospecho, lo que Kaka Konpipi, que hace un cameo en The Suicide Squad como el Ratcatcher original, fracasó en lograr en Thor: Ragnarok, película cuya historia y argumento no soportaban en absoluto ese tono transgresor, satírico, desquiciado, disparatado y sinvergüenza; que es el mismo motivo por el cual llevo 24 años negándome a ver La vida es bella, porque cuestiono que una comedia sea el género apropiado para una película sobre el holocausto, porque su mensaje de pazguato optimismo frente al horror me parece puro sadismo y, bueno, porque no trago a Roberto Begnini).
Nom, nom.

The Suicide Squad es una película en la que King Shark (Sylvester Stallone) come gente.

Multitudes de gente.

A algunos de ellos, todavía vivos,
mientras gritan y suplican piedad.

Ah, y también abre en canal a un pobre bastardo, tirando de ambas mitades de su cuerpo en direcciones opuestas.

Es una película en la que Peacemaker y Bloodsport compiten entre ellos por ver quién mata al mayor número de gente y de la manera más fardona.

En The Suicide Squad hay humor negro, más negro que los cojones de un grillo, negro Vantablack Extra Supreme.

Kilotones de humor negro. De la clase que nos hace reír, con un ceño culpable, de la tragedia, las muertes innecesarias y los asesinatos accidentales.

Y funciona.

No es la mierda de fórmula Marvel, donde los personajes tienen, por contrato, que soltar un chiste de mierda cada cinco segundos, no vaya a ser que los espectadores empiecen a meterse en la trama y a pasarlo realmente mal cuando los malos parece que van a ganar o algún personaje especialmente querido por el público está sufriendo. Las coñas de The Suicide Squad no sólo no resultan anticlimáticas, sino que, en la mayoría de las ocasiones, ayudan a desarrollar la psicología de los personajes y sus dinámicas del grupo. Y es al menos la segunda vez desde Aquaman, otra película un poco ingenua, pero muy divertida, que en DC aplican con éxito lo mejor de la fórmula Marvel Studios.


James Gunn se ha atrevido a hacer en The Suicide Squad, suponemos que porque en WB le han dejado, cosas que jamás le habrían permitido en Marvel Studios: violensia en vena, canibalismo, desmembramiento, chorros de sangre y pegotes de vísceras, tortura alienígena, asesinato de inocentes, perros y gatos cohabitando, la histeria de las masas.

Pero negarse
a censurar la violencia no es lo que hace tan divertida a The Suicide Squad, es sólo uno de sus ingredientes más palatables.

James Gunn tampoco pierde el tiempo introduciéndonos a los personajes, que fue precisamente uno de los momentos bajos, narrativamente hablando, de la anterior película (cada clip de vídeo presentando a uno de los miembros de la Fuerza Especial X suponía una ruptura de ritmo y un retraso del inicio real de la película). The Suicide Squad nos mete de cabeza en la acción, la mayoría de los personajes palman antes de que tengamos tiempo de encariñarnos con ellos y a los supervivientes los vamos conociendo poco a poco a lo largo de la película, por sus acciones y, no en menor medida, por sus contradicciones.

Además, The Suicide Squad tiene a uno de los supervillanos DC más comiqueros, más difíciles de trasladar a una película «live-action»... y mejor logrados. Joder, que Starro el conquistador es una estrella de mar alienígeno-gigante que controla las mentes de sus enemigos a través de sus hijos parasitarios. Que eso, en una película con actores, es momento whatthefuck garantizado… y sin embargo lo ves en pantalla en el acto final de The Suicide Squad y no dices «¡vamos, hombre, esto es el colmo!» sino «¡joder, cómo molaaaaaaaa!», quizá porque en el momento del clímax argumental, The Suicide Squad ya ha sentado las bases para que una estrella de mar gigantesca, con un ojo en el centro, no sólo no sacuda los cimientos de tu suspensión de la incredulidad, sino que te deje con la sensación de que la aparición de semejante espantajo, digno de la peor subida de ácido de tu vida (procede recordar que Starro fue presentado en Brave and the Bold Nº 28, publicado en febrero de 1960, plena era hippy), era más que inevitable: era necesaria.

James Gunn también ha hecho algo que parecía imposible: coger a Polka Dot Man, uno de los supervillanos más tristes y patéticos del universo DC, y no sólo lograr que le compadezcamos (sin dejar de ser triste y patético o quizá precisamente por eso), sino proporcionarle un arco de transformación, una redención que le convierte, de hecho, en un héroe durante el tercer acto de The Suicide Squad.

Y ha conseguido hacernos realmente admirable al personaje de Rick Flagg (nuestro amigo Joel Kinnaman, a quien en esta bitácora conocemos de sus tiempos en la serie de Johan Falk y las películas de Snabba Cash basadas en las novelas de Jens Lapidus), que en la versión de David Ayer no pasaba de antipático militar gritón y chulopiscinas que ha visto demasiadas películas de guerra. En The Suicide Squad, Rick Flagg es un héroe y un faro moral para el resto del Escuadrón. Y el papel le viene que ni pintado… hasta que tiene que pasar el testigo a otro personaje (he gritado «¡espóilers!», no «¡te voy a joder la película hasta el último plano!»)

Todo lo cual no quita que The Suicide Squad esté muy lejos de ser perfecta.

Por ejemplo, a lo largo del metraje de The Suicide Squad no soy capaz de librarme, en ningún momento, pese al innegable carisma del personaje y la profesionalidad todoterreno de Idris Elba, de la sospecha de que Bloodsport sólo aparece en esta Suicide Squad porque los productores querían, con perdón, cubrir la «cuota racial» del largometraje sin volver a contratar a Will Smith, que no es que lo hiciese mal en la primera película (ni bien; no nos confundamos), sino que fue uno de los chivos expiatorios del fracaso en taquilla de la anterior Suicide Squad.

Y no te voy a engañar, querido lector: la mera posibilidad de que se confeccionen listas negras en las que adjudicar de forma nominal culpas que están muy, que digo muy, extraordinariamente repartidas entre todo el equipo de la producción de Suicide Squad y los cargos ejecutivos de DC y Warner, le toca un rato los cojones a todas mis vidas anteriores, y a la presente, y a las futuras.

Pero eso en realidad es lo de menos. Aquí lo que más nos preocupa son los elementos narrativos, ¿verdad? No en vano se supone que ésta es una bitácora sobre libros, escritores y toda esa mierda para retrasados y gordas (aunque por alguna misteriosa razón siempre acabemos hablando de cine), y ahí... huuuuuuy The Suicide Squad falla. No mucho ni de manera muy estrepitosa pero falla. Y no hablo de cuando descubrimos que Blackguard ha logrado cerrar un trato con las autoridades de Corto Maltese para traicionar a sus compañeros durante una misión secreta para la que no sabía que iba a ser reclutado... desde una cárcel de máxima seguridad para superdelincuentes... que ya sería lo bastante grave. A nuestro parecer, The Suicide Squad peta fundamentalmente en tres aspectos:

Uno: The Suicide Squad empieza y se nos permite creer que casi todo el Escuadrón muere. Acto seguido, la acción da un salto atrás en el tiempo y se nos muestra el reclutamiento del equipo. Y esos saltos adelante y atrás se repiten a lo largo de todo el largometraje como forma un tanto tramposa de crear tensión (vemos las consecuencias de una escena que no nos mostrarán hasta dentro de unos minutos de metraje; un personaje en peligro, o presuntamente muerto, reaparece de golpe y luego se nos muestra cómo se salvó de esa situación apurada, etcétera).

Esa estructura dislocada, en la que vemos las consecuencias antes de ver las causas, resulta un poco confusa y, en cierta medida, es casi una justificación para no construir el drama, el suspense, a través de otras herramientas argumentales mucho más directas. La sorpresa es menos sorprendente, o mucho más cabreante, cuando descifras el mecanismo a la primera y te obligan a sufrirlo una y otra vez.

Dos: el segundo acto de The Suicide Squad es lento y aburrido. Hay demasiadas escenas que suceden porque sí. Porque patata. Porque había que rellenar con algo el minutaje hasta que la película alcanzase las dos horas. Los miembros supervivientes del Escuadrón, pese a tener un objetivo muy claro, parecen dispersarse en el segundo acto y, simplemente, dejar pasar el tiempo, como si en realidad no hubiese ninguna prisa, lo cual destruye toda sensación de urgencia, anula la tensión dramática construida hasta ese momento y hace que los espectadores empiecen a conectarse a Pornhub desde sus teléfonos móviles hasta que en pantalla vuelva a suceder algo interesante.

The Suicide Squad empieza, desde el punto de vista cinematográfico, muy arriba, se mantiene arriba durante todo el primer acto y más o menos la primera mitad del segundo y de repente cae en picado y se mete tal hostia que acaba compartiendo una Tooheys con un atribulado pero simpatiquísimo cowboy australiano.

Y tres: creo que definitivamente lo que más me cabrea de The Suicide Squad es que Harley Quinn no pinta nada en la acción. Desaparece de la trama principal en el primer acto, tiene un argumento paralelo que no aporta absolutamente nada a la película y reaparece al final del segundo acto para sumarse a la batalla final y dar el golpe de gracia a Starro con un McGuffin que ha llevado con ella durante todo el largometraje y que no sabemos qué es, ni de dónde viene, ni para qué sirve, y ella tampoco.

Y ya me jode esta pirueta absurda porque Margot Robbie encarna como nadie más habría podido hacerlo a la loca ex-psiquiatra de Gotham obsesionada con el Príncipe Payaso del Crímen, y porque su personaje es uno de los más atractivos, divertidos y carismáticos de ambas películas.
(No. Esa otra película por la que usted me pregunta, ni la he visto, ni la veo ni la veré; es más, esa película no existe. Punto).

James Gunn se quita de en medio a Harley como si le estorbase, y sólo la saca en pantalla porque se supone que en toda película de el Escuadrón Suicida debe aparecer Harley Quinn (falso, pero aceptamos «pulpo» como juguete sexual), como si temiese incurrir en la ira de los fans, o de los accionistas de WB, si no emplease al personaje o lo matase en el primer acto (junto a casi todos los miembros de la Escuadra original y algunos infames recién llegados que prometían mucho y luego se cagaron encima al oír el primer tiro, ¡tos, tos, carrasp, Savant, tos, carrasp!).

Y no lo entiendo.

Como escritor, no entiendo que James Gunn coja a uno de los principales activos y atractivos de la Suicide Squad y lo maltrate y desperdicie de semejante manera. Joder, que el momento tiroteo-florido, en el que vemos la acción a través de los ojos alucinados de Harley, es exactamente la perspectiva psicótica a la perturbada mente del personaje que nos merecíamos y un excelente ejemplo de lo que Harley Quinn podría haber aportado a la historia principal si no se la hubiese marginado de ella por motivos que, insisto, no comprendo como espectador y no comprendo como narrador.
Resignación.

Es una decisión creativa que para mí no tiene sentido. Si la subtrama arresto-torturas-romance-jodamos como gorrinos-y ahora te pego un balazo por cabrón tuviese algún efecto, aunque fuese pequeño, sobre el eje argumental principal de The Suicide Squad; si durante esa digresión Harley tuviese acceso a algún fragmento de información o algún objeto imprescindible para hacer avanzar la trama, no necesariamente en la buena dirección, no diría absolutamente nada. Pero toda esa historia paralela sólo parece servir al propósito de demostrarnos que Harley Quinn se ha emancipado del Joker y está extraordinaria (y homicidamente) en guardia contra las relaciones abusivas, algo que se podría haber resuelto en una escena, un plano, una frase.

(¿Qué mierda pensaban lograr los militares de Corto Maltese torturando a Harley, por cierto? ¡Si cuando follaba con el Joker eso eran para ella los preliminares!).

Toda la trama individual de Harley en The Suicide Squad sólo es una fuga hacia adelante. Un callejón sin salida, argumentalmente hablando. El personaje se separa de sus compañeros, rueda libre durante media película, rebota contra una pared y vuelve con sus compañeros sin haber logrado nada. La más flagrante antítesis del Viaje del héroe desde que Mia Khalifa no sólo dejó el porno, algo a lo que tenía perfecto derecho a pesar de todas las lágrimas que nos hizo derramar a sus fans, sino que se empeñó en que todos sus vídeos debían ser borrados, tarea que, ya le anticipo, muy probablemente esté más bien cerca de lo imposible.

En The Suicide Squad, Margot Robbie es una cocina Gaggenau, un televisor Bang & Olufsen, una cafetera Marzocco; es uno de esos carísimos juguetes que se compra la misma gente que nunca cocina en casa, raras veces ve la televisión y suele tomar el café fuera. Harley Quinn sólo aparece en The Suicide Squad para que sepamos que el estudio podía permitírsela, y, encima, durante el 90% del metraje no hace prácticamente nada que afecte a la historia principal.

Salvo molar, eso sí.

Es absurdo coger a uno de tus mejores activos, una Margot Robbie que parece haber nacido para interpretar el papel de Harley Quinn y está totalmente poseída por el personaje, y relegarlo a un papel menor que, para más escarnio, sólo actúa como contrapeso de la historia principal.

Creo que ése es el mayor inconveniente que le veo a The Suicide Squad de James Gunn.

Lo cual no le impide ser una película divertidísima, enloquecida, apabullante y entrentenidísima que te recomiendo de corazón, querido lector.

Y ahí queda eso. I have spoken.

domingo, 1 de agosto de 2021

«Bye, bye, Miss American Pie»: otra vuelta de tuerca al «pero»

Con más de un año de retraso, culpad a la pandemia, al fin hemos podido ver Black Widow, la, más que seguramente, última contribución, y por muchas razones (sigue leyendo), de Scarlett Johansson al MCU como el personaje de Natasha Romanoff, pelirroja superespía ex-soviética todotorreno.


Y me ha gustado. En serio. He pasado dos horas la mar de entretenidas. Hacía tiempo que no veía una nueva peli del MCU (porque, agotada la Tercera Fase del MCU, aun están por estrenarse los nuevos títulos: Los eternos, Thor: love and thunders, Spiderman: No way home...) y la llegada de ésta cinta a mi pantalla ha sido agradecida. Tiene casi todo lo que uno espera de una película de Marvel Studios, para lo bueno y para lo malo: acción a raudales, gratuita, descerebrada y coreografiada (sino directamente ya filmada) antes incluso de tener en nómina al director (directora, en este caso), un argumento más simple que el pitorro de un botijo, un desarrollo de la historia clonado de productos similares de Marvel Studios, y unos efectos especiales más que solventes.

Y a Scarlett Johansson, claro, que siempre da gusto verla. Y nos gustaría poder añadir el «trabajar» que no haría esta frase sospechosa de falocentrismo heteronormativo y cispatriarcal.

Y ahora viene el «pero».

Justo después de que repita, y no lo haré más en este artículo, que la película me ha gustado. Incluso mucho.

A pesar de que es muy mala.

No mala nivel Zack Snyder, entendámonos (ese hombre es su propia categoría de ineptitud). Black Widow es divertida, entretenida, pero mala de cojones, mala como la carne del pescuezo, mala a tantos niveles que no me he resistido a dedicarle esta entrada del Paratroopers para intentar enumerarlos todos, y he renunciado al verlos apilarse, y me he limitado a analizar las diez lacras más dolorosas de este largometraje, parte de las cuales debe a su naturaleza de producto Marvel Studios (el puto formulario, la jodida receta matamentes y sodomiza-creatividad de costumbre), parte al descarado y torpe mensaje político que trata de mantener y, por último pero no en menor medida, parte a la propia falta de identidad del film.

Black Widow es una película del MCU que sólo es otra película del MCU. Es un Ant-Man de doscientos millones de dólares. Y Ant-Man es muchísimo más divertida.

Encima, Black Widow es una película que no sabe lo que quiere ser. Y eso, inevitablemente, la convierte en una mala película.

Empecemos.

Problema número uno: Scarlett Johansson

Me gusta Scarlett Johansson.

De verdad.

Me gusta mucho.

Lo que no me explico es que haya conseguido ganarse las lentejas, y ganárselas de puta madre, o sea toneladas de lentejas, como actriz, profesión para la cual ha dado sobradas evidencias de estar particularmente infradotada.

Aún tengo que ver una película... qué digo una película, una escena en la que Scarlett Johansson consiga hacerme olvidar que es una actriz recitando sus diálogos. Que logre conmoverme. Que me de escalofríos.

Scarlett midiendo su talento dramático.


Scarlett Johansson no transmite emociones. No sabe. No puede. No es lo suyo. Lo más cercano a un trabajo dramático medio solvente que le he visto jamás son sus papeles en Match Point, de Woody Allen, y Diario de una niñera. En el resto de las películas suyas que conozco, Scarlett se ha limitado a hacer lo único que sabe hacer bien: situarse de tres cuartos a cámara con sus muelles morritos entreabiertos y, ocasionalmente, enseñar tres cuartos de pechuga.

Eso hizo en Lost in translation, en La joven de la perla, en La isla, en El truco final, en The Spirit (que, de pura vergüenza ajena, fui incapaz de terminarme), en Iron Man 2 y en seis películas de Los Vengadores.

Scarlett Johansson está muy buena, pero no sabe actuar. Punto. Scarlett Johansson hizo dos trabajos particularmente exigentes desde el punto de vista actoral (había que dar «alma» a sendas «máquinas»), Ghost in the shell y Under the skin, y arruinó ambos títulos porque es incapaz de ofrecer nada salvo mohínes o cuarto y mitad de ubre. De hecho, arruinó Under the skin con su palmaria ineptitud dramática y fue incapaz de atraer público a las salas (en España no la quiso
licenciar ningún distribuidor hasta el 2020, siete años después de su estreno) a pesar de enseñar full frontal ambas tetas y también el hemisferio sur, depilado para la ocasión. Una película, basada en una novela que te recomiendo, sobre una extraterrestre enviada a la Tierra a «cosechar» humanos (delicatessen nivel percebes en su planeta natal) a los que atrae con su (obviamente prostética) anatomía, una alienígena que se va volviendo progresivamente más humana y empatizando con sus presas acabó travestida, en su versión cinematográfica, en un robot sin alma que empieza la película siendo un robot sin alma, llega al segundo acto siendo un robot sin alma y alcanza el clímax siendo un robot sin alma que descubre, en una de las escenas más bizarras del largometraje y ausente del libro que adapta, que no puede follar porque su cirujano plástico se olvidó de esculpirle una vagina.

(Ya le debería joder a la Johansson que Ever Anderson, la hija de Milla Jovovich y Paul W.S. Anderson, que interpreta en Black Widow la versión adolescente de su personaje, sea a sus catorce añitos mejor actriz que de lo que ella será jamás y... también mejor actriz de lo que lo será nunca su madre).
Pero Scarlett ha sido el cuerpo y la cara (sobre todo el cuerpo; sigue leyendo) de Natasha Romanoff desde los orígenes del MCU y no iban a hacer un «recast» ahora para su última película, que algunos nos tememos sólo existe porque Marvel/Disney le debía contractualmente a la Johansson un último título de la franquicia.

(Y tal vez Disney vaya a lamentar amargamente haber hecho esta película, porque ese mismo contrato especificaba que Black Widow se estrenaría exclusivamente en salas comerciales, de cuya recaudación Scarlett Johansson se llevaría una parte. El estreno simultáneo en cines y Disney+ reduce sensiblemente el porcentaje por venta de entradas que Scarlett se embolsa, así que la Johansson, y ole sus nórdicos ovarios, ha demandado a Disney por los 50 millones de dólares que entiende que se le deben, harta de que en la megacorporación maligna del ratón nazi le mareasen la perdiz. Disney por supuesto ha contrataatacado llamando a la Johansson pesetera e insensible con las víctimas del Covid-19. Algún día tenemos que hablar de las artimañas contables que emplean los grandes estudios para no pagar a sus actores. ¿Sabías, por ejemplo, que David Prowse, o sea el puto Darth Vader, seguía sin cobrar sus derechos de taquilla en 2008 porque, según Lucasfilms, El retorno del jedi aún no había dado beneficios?)

(ACTUALIZACIÓN 3.10.2021: Scarlett y Disney han llegado a un acuerdo extrajudicial por el cual la corporación del ratón nazi se compromete a pagarle a la dramáticamente poco dotada actriz cuarenta minolles de vellón).

Problema número dos: Black Widow es (casi) una película de orígenes que llega tarde y mal

Black Widow nos alcanza cuando la formación original de Los Vengadores ha concluido su andadura cinematográfica y ya todos sabemos que el personaje de Natasha se ha suicidado en Vormir durante Avengers: Endgame.

(Ups, perdón. Espóilers. Y a partir de aquí, muchos más).

Cuando la primera película de Los Vengadores llegó a los cines en 2012, casi todos los personajes de la formación original habían tenido su cinta de orígenes. Algunos, como Hulk, incluso dos (la tediosa de Ang Lee con Eric Bana como Banner/Hulk y la de Louis Leterrier protagonizada por Edward Norton, al que pusieron de patitas en la calle bajo la acusación de no saber trabajar en equipo, algo que tanto él como su agente niegan enérgicamente). Sí, faltaban las historias de orígenes de Ojo de Halcón y Viuda Negra, pero ambos habían sido presentados ya, el uno en Thor, la otra en Iron Man 2.

Algunos de nosotros nos preguntamos si realmente existían planes de hacer una historia de orígenes de estos personajes. Nos llegaron rumores, noticias contradictorias, chismorreos... En fecha relativamente reciente hemos confirmado que Jeremy Renner tenía contrato para una película de Hawkeye, película que finalmente no se hará, porque ha sido convertida en serie de Disney+ donde, nos tememos, el Hawkeye original va a ceder el testigo a una nueva generación (la maravillosa y cejinegrísima Hailee Steinfeld; ¿ves, Scarlett?, una actriz que está cañón y encima sabe hacer su trabajo. ¡Si las dos cosas no son incompatibles, copón!).
Aunque lo de combinar colores no es lo suyo.

El caso de la Viuda Negra es muy distinto. Incluso después de Vengadores aún había tiempo de hacer la película de orígenes del personaje, amado por los fans y extraordinariamente carismático muy a pesar de las limitaciones de la actriz que lo encarna. De hecho, en Vengadores: la era de Ultrón se nos daban unas migajas del pasado del personaje (escenas de su infancia y su educación en la Habitación Roja, que no, no tiene nada que ver con el puñetero Christian Grey), que sugerían una inminente cinta de orígenes de Natasha Romanoff.

Esa película no llegó. Hasta ahora (o sea tarde, cuando ese ciclo del MCU está más que amortizado y ya no podemos sufrir ni temer por el destino de un personaje que ya ha muerto... aunque podrían clonarlo, como hicieron en los cómics). Y no llegó en su momento porque en Marvel/Disney no querían hacer películas de superhéroes con vagina. «Nadie querría ver eso», dijeron. Estaban tan seguros que se descojonaron de Warner Bros. en su puta cara por emperrarse en sacar un largometraje de Wonder Woman (luego vieron la recaudación de la cinta de Patty Jenkins y dijeron «ouch!»). De hecho, Kevin Feige tenía tan claro que en Disney no querían ni oír hablar de superheroínas que, cuenta Marc Ruffalo, justo al acabar Vengadores el productor le dijo «puede que mañana no esté aquí». Feige tenía una reunión con Isaak Perlmutter, el accionista mayoritario de Disney por aquel entonces, en la que iba a defender la necesidad de hacer películas protagonizadas por mujeres (y fueron los cabrones de Disney y, en vez de una película de Hulka, de la Gata Negra o Spiderwoman, nos dieron una de la Capitana Woke).
Scarlett Johansson intentando transmitir emociones.

Las palabras textuales de Ruffalo sobre este tema:

«When we did the first Avengers, Kevin Feige told me, ‘Listen, I might not be here tomorrow.’ [He was going to talk to Disney about the issue of why there were no female superhero movies.] And he’s like, ‘Ike [Perlmutter] does not believe that anyone will go to a female-starring superhero movie. So if I am still here tomorrow, you will know that I won that battle.’»

Con la misma intolerancia blanca, primermundista e ignorante de Brie Larson, que quiere ver más mujeres y más pieles oscuras en sus ruedas de prensa, sean o no representativas del colectivo de informadores sobre cine y cultura («si no hay periodistas racializados y vaginalizados en las redacciones, que los inventen», supongo que pensará), en Disney no querían hacer películas de héroes menstruantes.

Ahora han cambiado de idea. O eso parece (sigue leyendo). Y se están pasando de frenada, claro, como los ceporros  directivos de todas las empresas lo bastante grandes a las que preocupa más su imagen corporativa que ofrecer un buen producto. Las que se ponen la bandera arcoiris el Día del orgullo gay, para que no les tiren piedras, y la quitan el resto del año. Así que prepárate para el diluvio de inclusividad uterina, negritud y sexo fluido (que aún nadie me ha explicado a qué temperatura y presión se vuelve a convertir en un sólido) en Marvel Studios/Disney, del cual ya hemos visto algunas preocupantes avanzadillas (escena de baile estilo bollywood confirmada para The eternals, ¿por qué? Porque inclusión. Porque Black Lives Matters. Porque patata. Porque drogas). Y no hablo de Pantera Negra, que es una pequeña carísima maravilla. ¡Ojalá ése fuera el problema y ojalá tuviésemos más películas así! Hablo de la agenda política que películas como Capitana Marvel y Black Widow, estrenada, insistimos, tarde, mal y arrastro, destilan por todos sus mefíticos poros. Y luego volveremos sobre esto.

Esto sí, por favor. Todo lo que queráis y más.

Problema número tres: ¿Dónde está el director, que yo no lo veo?

Black Widow ha sido dirigida por Cate Shortland.

Exacto. ¿Quién?

Antes de Black Widow, una producción con un presupuesto de 200 millones de dólares, esta mujer había dirigido tres cortometrajes, dieciocho episodios de tres series de televisión que no conocemos de nada, un telefilme, y tres películas que no hemos visto (y por lo tanto no vamos a opinar sobre ellas, que no somos críticos profesionales) y que no parecen tener nada en común aparte de estar, aparentemente, protagonizadas por mujeres.

¿Era Cate Shortland la persona apropiada para encargarse de una superproducción con un presupuesto declarado de 200 megas de dólares? Pues no tengo ni idea y tampoco importa un mojón, porque, a nivel autoral, la película es anónima. La ha dirigido Cate Shortland como la podría haber dirigido Rainer Werner Fassbinder, Chiquito de la calzada o Everando Pichahuerta. No es que en Disney le hayan impedido a la directora imprimir su marca personal en la cinta, es que le han dado el trabajo ya hecho. Sólo tenía que atenerse al formulario Marvel, cobrar su cheque y fingir que no se daba cuenta de que probablemente sólo la ficharon para presumir de lo feministas e inclusivos que son al contratar a una mujer que acabó entregando un producto absolutamente indistinguible del que hubiese rodado un hombre, un eunuco, un chimpancé amaestrado o un moai.


Black Widow ha costado 200 millones. ¿Sabes lo que significa eso en términos contables, querido lector? Significa que para empezar a ser rentable tiene que alcanzar una recaudación de 400 millones. Y, aunque en su estreno alcanzó unos jugosos 215 millones de ingresos en todo el mundo, 132 de ellos en las pantallas estadounidenses, en su segunda semana en pantalla se pegó una soberana hostia en la taquilla americana, con poco más de 26 millones de recaudación. Una caída del 67%.

¿La culpa? Según el departamento de prensa de Disney, es de la pandemia y la piratería, no necesariamente por ese orden. Que la película llegue tarde, que el ciclo vital del personaje ya esté agotado, que su condición de propaganda misándrica sea tan evidente y que, pese a la morterada de pasta que se han gastado en ella (apenas un poco menos que en la primera de Los Vengadores), Black Widow sea en realidad sólo otra película más de Marvel Studios, una aportación tardía, no de las peores, pero indiscutiblemente tampoco de las mejores, un adjetivo e intrascendente epílogo a la Tercera Fase del MCU, al parecer es algo que nadie en Disney se ha planteado todavía como causa de ese desplome en la recaudación.

Problema número cuatro: ¿de qué cojones va esta película?


En el momento en el que empieza la acción, Natasha Romanoff es una fugitiva. Hawkeye, Ant-Man, Wanda Maximoff y El Halcón han sido hecho prisioneros, el Capitán América
está buscado por la pasma y Bucky Barnes congelado en Wakanda. La Viuda Negra tiene que esconderse de sus antiguos compañeros, Tony Stark, La Visión, Máquina de Guerra, el recién introducido Pantera Negra, (¡Chadwick Boseman, cómo te añoramos!) y del gobierno de los Estados Unidos, que la persiguen por negarse a refrendar los acuerdos de Sokovia, que pondrían a Los Vengadores bajo la jurisdicción de la ONU.

Black Widow arranca como una película de orígenes de Natasha Romanoff, una niña normal, aparentemente sana y feliz, en su barrio de clase media de zona residencial random de Norteamérica e inserta en su falsa familia americana (en realidad, todos ellos agentes soviéticos «durmientes»). Vamos, algo al estilo de The Americans.

Y de repente la familia de espías comunistas infiltrados es descubierta y debe huir, a tiro limpio, en mitad de la noche (por cierto, peaso essena de persecusión y peaso essena de acsión, con David Harbour pegando tiros desde el ala de una avioneta en marcha). Y, de repente, Black Widow se convierte en otra película. Nos han engañado, los cabrones de Disney, y finalmente no vamos a tener esa película de orígenes de la Viuda Negra, sino que saltamos al momento inmediatamente posterior al desmantelamiento de Los Vengadores en Civil War, con la mitad del grupo encarcelado o en busca y captura.

Pero, oye, que esta nueva película promete. De hecho, esta segunda parte del primer acto de Black Widow tiene tan buen aspecto que empiezas a plantearte si no habría sido mejor que la acción hubiese empezado aquí. Y lo que ves te suena. Ya lo has visto antes, pero no lo repudias porque en su momento te gustó. Y es que, de repente, estás viendo una de las películas de Jason Bourne protagonizadas por Matt Damon, sólo que ahora Scarlett Johansson hace el papel de Matt Damon.

Y podríamos hablar de cómo, cuando las películas de superhéroes llegaron al fin (y digo llegaron cuando quiero decir «llegaron con suficiente dignidad... a veces»), el terreno ya estaba abonado por franquicias como las de Jason Bourne o James Bond, que, aunque te resulte difícil de ver, o incluso de creer, son superhéroes. Como también lo era John Wayne.

¿O es que en serio alguien se ha creído que Matt Damon puede sobrevivir a todos los intentos de asesinato, atentados, heridas, huesos rotos y balazos que sicarios al menos tan motivados y bien entrenados como él cometen contra su persona, le infligen y obsequian? ¿O que un pistolero, por mucho que tenga la cara y las espaldas del Duque, puede matar a seiscientos treinta y cuatro mil doscientos dos indios bisiestos, a distancias de hasta catorce años-luz, sin recargar ni una sola vez su Colt de cinco tiros? ¿O que Scarlett Johansson, que no alcanza cincuenta kilos de peso, y eso con la ropa mojada, puede poner en órbita de una patada a un bestiajo de cien arrobas con unos pectorales como tapas de alcantarilla y unas espaldas como un ropero de cuatro cuerpos con las puertas abiertas?

Podríamos hablar de ello, pero no vamos a hacerlo, que nos dispersamos como mantequilla untada sobre demasiado pan y esta entrada tiene todavía cuerda para rato.

En el momento en que Black Widow deja de ser una película de orígenes de la Viuda Negra para convertirse en una versión feminizada de El caso Bourne me dije, «eh, esto puede funcionar». Me gustan las películas de Bourne. Aunque sean increíbles (y no empleo aquí el adjetivo en el sentido de «joder cómo molan» sino en el de «esto no hay quien se lo crea»). Y tener un referente, un subgénero dentro del género (el subgénero «película de Jason Bourne» dentro de género «película genérica de espías»), le iba a ser muy útil a Cate Shortland para construir algo con lo que los espectadores pudiésemos conectar; ya sabes, ese momento «eh, esto ya lo he visto, pero me gustó y no me importa verlo de nuevo; además me ayuda a orientarme, me sirve de brújula, me da una pista de lo que estoy a punto de ver».

La plantilla «película de Jason Bourne» le habría sido muy útil a Cate Shortland si se hubiese servido de ella.

Pero, de repente, Black Widow deja de ser una película estilo Bourne para ser una película Marvel estándar™, con escrupuloso respeto al formulario de película Marvel estándar™, de manera que cada persecución, cada pelea, cada giro de guion, cada estereotipo de personaje, cada broma/chiste/escena cómica inoportuna, anticlimática, burda y vergonzosa (el método Whedon, el «no queremos, pequeños snowflakes, que os traumaticéis con esta escena medianamente dramática, así que vamos a meter una morcilla humorística que relaje vuestro delicados y estresados esfínteres») se ajustan a lo que ya has visto en todas las películas del MCU que la precedieron. Y en ese momento pasas a predecir cada escena, y Black Widow, que podría haber tenido su propia personalidad dentro del Universo Cinematográfico Marvel, que podría haber sido la La identidad de Bourne del MCU, se convierte, tristemente, en «otra de superhéroes Marvel». Y no una de las mejores.

(¿Uno de los rostros más reconocibles del MCU, toda una Vengadora en rebeldía y a la fuga, es decir un personaje tipo Bourne que debería esforzarse por mantener un perfil bajo y no llamar la atención, puede permitirse el lujo de asaltar en helicóptero una prisión rusa, a tiro limpio y cara descubierta, vestida con una versión ártica de su muy reconocible uniforme de Viuda Negra, y provocar un alud que seguro que mató a todos los prisioneros, y eso después de huir de Taskmaster por las calles de Budapest, huy, perdón, Budapesht, a tiro limpio y destrozando coches? ¿Tú lo entiendes, querido lector? Yo tampoco).


Y, de repente, va Black Widow y se convierte en una road movie de Yelena y Natasha.

Y, de repente, se transmuta en un drama familiar de «disfuncionales pero unidos».

Y de repente vuelve a ser otra película Marvel estándar™ con muchas explosiones, toneladas de escombros y hostias acrobáticas.

Black Widow no sabe lo que quiere ser; una película del MCU, una película de acción, una road-movie, un drama familiar, una comedia, una de espías... y por eso mismo acaba por no ser nada. Piensa en los referentes en los que la directora y los guionistas podrían haberse inspirado. Sin salirnos del género «superespía femenina maciza que curte a hostias a adversarios con pene» tenemos, sin hacer esfuerzos de memoria, Nikita (mejor la versión francesa, aunque yo tenía un crush con Bridget Fonda casi tan grande como el que tenía con Anne Parillaud y un poco más pequeño que el que tenía con Jean Reno) es el primer título que me viene a la cabeza. El siguiente es, y aquí se me nota la edad, la serie de Los ángeles de Charlie (de la cual también hay adaptaciones cinematográficas a cual más penosa) o, si no quiero parecer tan viejo, Alias (esos pómulos de Jennifer Garner; esos pómulooooosssssffffsssggsfssffj).


Pero es que ni siquiera hay que remontarse tan atrás en el tiempo. Gorrión Rojo (donde a Jennifer Lawrence no le da tanto escrúpulo usar su cuerpo para cumplir con la misión asignada), Anna, Ava (esos pómulos de Jessica Chastain; esos pómuloooogssshblasbfghf... sí, tenemos un problema con los huesos malares, y lo sabemos) y Atomic Blonde (escena lésbica con Sofía Boutella aparte) o la mismísima Hannah podrían haber proporcionado una buena plantilla en la que basar Black Widow sin acudir a tediosas exploraciones del arquetipo de la espía femenina, que no por más realistas son mejores, al menos en el caso aquí enlazado. Y, aunque no es una espía, también podríamos citar, como ejemplo de «badass vigilante chick» que hace pupita a bigardos ciclados heteropatriarcales, Peppermint, aunque sólo sea por darnos el gusto de citar dos trabajos de Jennifer Garner (ÉSOS PÓMULAAAAAAAAJSHHHHHH), y ya no entramos en los clones de Tomb Raider o iteraciones videojugables del tropo, como Horizon Zero Dawn o Control (dos juegazos que justificarían por sí solos la compra de una Playstation o un PC Gaming y, curiosamente, ambos protagonizados por pelirrojas; ¿qué pasa últimamente con las pelirrojas?), porque ya nos iríamos a la nube de Oort de las digresiones.

El problema de Black Widow no es que su realizadora no tuviese referentes en los que buscar inspiración. Es que Black Widow no sabe lo que quiere ser.

¿O sí lo sabe, y ahí está el problema? Pasamos directamente y sin vaselina al...

Problema número cinco: no es una película de la Viuda Negra, es una película del culo de la Viuda Negra

De verdad, he perdido la cuenta del número de escenas de Scarlett Johansson, en toda la franquicia de Marvel Studios, que, o bien estaban centradas en el orondo pandero de la Viuda Negra o eran directamente un primer plano de sus duros mofletes nalgares. Y no es que me esté quejando de las ancas de Scarlett Johansson. No me ofenden ni su forma, ni su tamaño, ni la consistencia y color que les atribuyo. Lo que me resulta como poco chocante es que Johansson permita este culocentrismo, esta culofilia (quizá blindada por contrato) al mismo tiempo que se queja, y con razón, de la sexualizante actitud de Tony Stark hacia su personaje en Iron Man II, que llega a referirse a ella como un bello «trozo de carne» (aunque, por otra parte, ¿qué esperaba de un playboy multimillonario que ha empujado tantos chochos que no es capaz de recordar los nombres de las mujeres pegadas a los mil primeros?), o de aquella vez que un periodista jeta le estrujó una dominga en un fotocall, aunque su reacción del momento, tal vez por la sorpresa y lo violento de la situación, fuese un poco equívoca.


Scarlett Johansson, que ha labrado su carrera apuntando el pompis a la cámara e insinuando toplesses (porque lo que se dice actuar...), exige ahora ser respetada como ser humano y dejar de sentirse un mero trozo de carne. A nosotros nos parece muy respetable y le ofrecemos todos nuestro apoyo, aunque nos parecería incluso mejor si, además de ser un bello ejemplar de la especie humana, Scarlett Johansson tuviese algún otro talento visible. Pero aún así nos parece muy bien y apoyamos su deseo.
Scarlett Johansson intentando conmovernos.

Pero... en Black Widow,
película protagonizada por una mujer y dirigida por una mujer, Natasha Romanoff se queda sin gasofa para el generador. Va a por el bidón y... ¿dónde se centra la cámara en esta película protagonizada por una mujer y dirigida por una mujer?

Culo por Culios que no lo he ediculado.

¿Quién tiene la culpa esta vez de sexualizar a Scarlett? ¿Tony Stark, de nuevo, que ni siquiera sale en la peli?

Esta contradicción de los tiempos de las Instagram Whores (que pretenden que les paguen por hacer morritos y apuntar el reflejo de sus culos a la cámara de sus iPhones pero al mismo tiempo exigen ser no ser cosificadas y reivindican el respeto a sus muchas otras cualidades, que de profundas deben de ser subterráneas, si es que existen, que lo dudo porque no han tenido necesidad de ejercitarlas; ¿y por qué cojones esta frase es tan larga, que a estas alturas ya no recuerdas cómo empezaba el párrafo, amado lector?)... En estos tiempos, decíamos ayer, donde si una mujer es atractiva y emplea su belleza y su sexo para obtener algún tipo de ventaja, es etiquetada por los Social Justice Warriors de pobre víctima alienada del heteropatriarcado estuprocapitalista que debería vestirse con un saco de arpillera y ponerse inmediatamente a engordar como una bestia para no hacer «body shaming» de las mujeres genéticamente peor dotadas, podría estar hasta justificado el oxímoron...

...de no ser porque precisamente la Viuda Negra está entrenada para emplear su imponente físico como herramienta de acceso a hombres poderosos y a los que sonsacar la información que necesita (como la Dominika Egorova de Gorrión Rojo, y por cierto, el concepto de espías rusas megacrujientes entrenadas para abrirse camino hasta la información estratégica a golpe de chumino no tiene nada de fantasioso). La escena del interrogatorio al principio de Los Vengadores, donde Natasha está a punto de ser torturada pero, en realidad, retiene en todo momento el control de la situación, es puro Viuda Negra.

Scarlett Johansson descubriento el horrible secreto de la muerte de su madre.

Así que no. No compro. O una película es empoderadora, feminista y lo que mierdas sea de lo que trate de convencernos en un minuto treinta dado cualquier megacorporación que no quiere enmierdarse en un problema de relaciones públicas, o es respetuosa con la historia que está adaptando y el personaje que la protagoniza, o es una colección de planos de los fondillos de Scarlett Johansson, pero las tres cosas a la vez no, пожалуйста, que me hago un lío y además es hipócrita y cabreante.

Mira tú: una Viuda Negra de verdad... y también es pelirroja.

Para quitarnos ya de encima el tema anatómico: yo personalmente prefiero los labios sospechosamente turgentes de Scarlett, pero el libro de los colores está en blanco.


Problema número seis: ¿es el enemigo? Que se ponga

¿Quién es el villano de Black Widow?

No, en serio. ¿Quién es? ¿Quién es ese antagonista al que Natasha Romanoff tiene que vencer. Quién es esa Némesis igualada en poder a ella, o, mejor aún, superior en recursos (de modo que la victoria final de nuestra heroína sea aún más meritoria)?

¿Quién es? ¿Un nerfeado y desfigurado Taskmaster que puede luchar como cualquiera de los Vengadores, salvo tal vez Thor, por aquello de ser un dios y tal, pero que escoge no hacerlo como ninguno de ellos sino «homenajearlos» con un movimiento de uno, una posturita de otro, una floritura de aquel… y se acabó? ¿Ese Taskmaster que debería ser una bestia parda pero que casi no transmite sensación de amenaza y que, para postre, por aquello de la inclusividad forzada, acaba resultando ser una Taskmistress, y anda que no canta la cabeza de la pobre Olga Kurylenko enchufada digitalmente en el cuerpo, obviamente masculino, del especialista que se ha currado todas las escenas de acción en su lugar?

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¿Quién es el villano de Black Widow? ¿El tal Dreykov (pobre y desaprovechado Ray Winstone), director de la Habitación Roja, al que se ve claramente que hasta mi abuela podría fulminar de una hostia, y mi abuela lleva diez años tomando licor café con San Pedro? Si él es el villano, ¿por qué la directora no se toma ni un minuto, en una película de dos horas, para construirlo y, antes de que podamos hacernos una idea de la amenaza que supone, si es que supone alguna, lo destruye?

¿Por qué, en una película de la Viuda Negra, hecha para lucimiento de la Viuda Negra, a la Viuda Negra le ponen un antagonista tan penoso, tan patético, tan mierdoso, tan de risa, tan asqueroso? Joder, no digo yo que le soltasen un Thanos, así sin avisar, que encima no abundan, pero un Taskmaster remotamente parecido al de los cómics habría sido un enemigo más que correoso. Que el subtexto del retrato de Dreykov y su rivalidad con Natasha es terrible. Pura y simplemente grita: «la Viuda Negra no se merece un antagonista que suponga un auténtico desafío». A lo mejor por eso de ser una chica y tal.

Aparte de un manipulador cínico y despiadado, la única cualidad mefistofélica, que no digo yo que no sea lo bastante grave, de Dreykov es que es un puto machista. Y para poner en su lugar a un cabrón cipotócrata que tortura y lava el cerebro a pobres huerfanitas y las hace cometer los crímenes que él no tiene cojones de cometer, no hace falta una superheroína. Basta con la policía o, en su defecto, un lanzallamas.


Dreykov no es una amenaza inmediata para el mundo. Sólo es una amenaza para las mujeres a las que ha esclavizado. Para hacerle frente, no hace falta una Vengadora. Una Lisbeth Salander habría sido suficiente, y esa película ya la hemos visto. Tres veces, con tres actrices distintas. Y dado que Dreykov no es un enemigo a la altura de la Viuda Negra, resulta tentador rendirse a los argumentos de los fans más cabreados, de esos montagnards que gritan a pleno pulmón que Black Widow sólo existe por una cuestión de imagen de Disney, que acaba de fundirse doscientos millones de dólares en un panfleto turbofeminista tan transparente y mal concebido que desvirtúa a uno de los personajes más carismáticos del universo Marvel.

Según esta teoría, que no me atrevo a calificar de desorientada, queda explicado el tratamiento del personaje de Red Guardian (David Harbour), que, después del increíble primer acto de Black Widow, donde se revela como una mala bestia muy a tener en cuenta (como para no serlo; piensa, querido lector, que estamos hablando del Supersoldado comunista, la respuesta soviética al Capitán América), pasa, por obra y magia de la alquimia narrativa, a convertirse en un zopenco que sólo aparece para hacer el ridículo, escupir su resentimiento por la decadencia de Rusia y la ingratitud de su jefe y hacerse la víctima; sus «hijas» lo escarnecen y menosprecian, su «mujer» lo llama «gordo» con todas las letras y bautiza a un cerdo con su nombre y él cuenta batallitas con el Capitán América que jamás sucedieron porque, en aquellos años, Steve Rogers seguía bajo el océano Ártico con sus barras y estrellas.


La directora se toma su tiempo para construir a Red Guardian como un superhéroe soviético, un reflejo del Capitán América. ¡Esa primer mitad del primer acto, esa fuga nocturna de la falsa familia feliz americana, ese Alexei manteniendo a raya a sus perseguidores a tiro limpio desde el ala de una avioneta, esas llaves de admiración, de las que los buenos escritores no abusan!

La realizadora de Black Widow construye al personaje de Red Guardian y luego lo destruye. Como construye y destruye sucesivas veces su película (ahora cinta de orígenes, ahora versión femenina de Jason Bourne, ahora cinta Marvel Studios estándar™, ahora...). El caso opuesto al de Dreykov, al que deconstruye sin haber llegado nunca a construirlo.

Salvo el «conseguidor» de Natasha, Mason (O-T Fagbenle), todos los personajes masculinos de esta película están caricaturizados o maltratados (y al tal Mason se le intuye que está encoñado sin esperanza por la Viuda Negra, así que su cuelgue también le coloca en un plano de inferioridad con respecto a ella). O aparecen como rancios machirulos o como patéticos alivios cómicos. Joder, que Red Guardian se enfrenta a Taskmaster y recibe ochenta y cinco capas de hostias. ¿Éste es el Capitán Marxismo, el Héroe del Pueblo, el Paladín del Materialismo Dialéctico? ¿Éste es el mismo Red Guardian de los cómics? ¡'amos, hombre, no jodas!

(Y el peor construido de todos los personajes es la propia Viuda Negra, a la que llegan a desposeer del mismo trauma que podría haberla hecho más humana; le quitan su arco de su transformación, le roban las sombras que la motivaban a brillar aún con más intensidad en el seno de Los Vengadores. ¡Oh, qué tragedia la de esa pobre niña a la que asesinó a sangre fría, pero en realidad no, y, para más INRI, en una escena fusilada de Munich, de Spielberg!)
Natasha contra el heteropatriarcado.

Y que la lucha de Natasha Romanoff en Black Widow no sea una lucha por encontrar la verdad sobre sus orígenes, ni una lucha por la supervivencia, ni una lucha contra un enemigo ominoso y aparentemente imbatible y ni siquiera ya, a partir de su acto final, una lucha por la redención, sino, aparentemente, una lucha contra el machismo estructural que afecta a todos, todas y todes, machismo encarnado en Dreykov, nos lleva de forma inexorable al:

Problema número siete: la maldita agenda woke

Que ya hemos tratado en los párrafos precedentes, en más extensión de la que merece, y al que nos da tanta pereza seguir haciéndole publicidad que saltamos directamente al:

Problema número ocho: en realidad, Marvel sigue sin querer hacer películas protagonizadas por mujeres, y ésta es la prueba

Natasha Romanoff no es en ningún momento la protagonista de su propia película.

En ningún puto momento.

(El protagonista es su culo).

Antes de que nos demos cuenta, la superespía a la fuga, entrenada, o eso suponemos, para fundirse con el entorno, sobrevivir por sus propios medios, adoptar una identidad falsa y desaparecer, ha formado un team-up con su «hermana», la pequeña Yelena (Florence Pugh) de los viejos tiempos de infiltradas soviéticas infantiles en los Estados Unidos, Bye, bye, Miss American Pie, y, como juntas tampoco parecen capaces de dar pie con bola, se van a buscar a su «padre», Alexei, el Guardián Rojo
(ya degradado de héroe épico a patán fatasmilla), que tampoco es que sea de gran ayuda, y los tres juntitos se va a pedir ayuda a la «madre», Melina (Rachel Weisz).

Suponiendo, que es mucho suponer, pero hay preocupantes indicios que apuntan en dicha dirección, que Black Widow sea efectivamente un carísimo publirreportaje de empoderamiento femenino, esta tardía película del MCU le hace un flaco favor a la causa feminista. El subtexto de Black Widow es que Natasha Romanoff, separada de sus compañeros Vengadores, es tan inútil que necesita la ayuda de toda su familia de pega para acercarse siquiera a su objetivo, que, encima, es un rival de mierda y un media hostia indigno de la mejor espía y luchadora cuerpo a cuerpo del universo Marvel, con permiso de Elektra Natchios.

Pero, joder, al menos Natasha consigue acabar la película sin violar a nadie. Es un progreso. Y también más de lo que puede decir Wonder Woman.

Problema número nueve: los putos comités

Hay tanta gente mojando su pan en la salsa de las producciones cinematográficas (y en las series de televisión también pasa) que, en realidad, lo que llega a las pantallas es un palimpsesto sin autor conocido. En los estudios de cine, y ya no sé cuántas veces he explicado esto, hace tiempo que las decisiones creativas las toman los ejecutivos, no los directores ni los guionistas. Yuppies que sabrán la mitra de finanzas y dirección de empresas, pero que no podrían filmar ni por accidente una sex tape medio decente con sus iPhones, toman decisiones tan osadas como ignorantes no ya sobre el reparto, que sería de por sí lo bastante grave, sino sobre el argumento, el guion, los diálogos, la fotografía… Y viendo la clase de películas que puede llegar a perpetrar un Zack Snyder, por poner un ejemplo, ¿quién podría reprochárselo?

Resulta tentador atribuirle toda la culpa de la estructura caótica y resolución desganada de Black Widow a su directora, a su guionista o al mollar pandero de Scarlett Johansson, pero hacerlo revelaría un desconocimiento palmario de cómo se hacen las películas desde que Michael Cimino se cargó a la United Artists. Hablo de montadores que mutilan un largometraje por dejar caer una escena de cinco segundos que explica un giro argumental, escena cuya ausencia vuelve toda la narración un galimatías sin sentido. Hablo de productores ejecutivos que no han escrito nada más largo que un tweet ni rodado en su vida un vídeo casero pero entregan un pliego de correcciones con más páginas que el guion original. De guionistas a los que les entregan unos rushes con marca de agua que contienen las escenas de acción de la película que han sido contratados para escribir y les dicen «ahora os toca chapucearme una historia que enlace estas escenas»
. De directores que firman un contrato para una película cuyo guión no han visto y que, en realidad, no les van a permitir dirigir, porque las escenas de acción ya se las han filmado (y, ante ver las caídas de ritmo y los cambios de estilo de dirección entre las escenas de acción y las escenas expositivas de Black Widow, esta evidencia se vuelve palmaria) y el guion no lo han visto porque aún se está escribiendo y encima se atendrá, hasta la última coma, a la plantilla del último éxito de taquilla, o del formulario estándar™ del género, o al capricho del productor ejecutivo que cree que sabe de cine más que todos los directores, actores y guionistas juntos, los vivos y los muertos.

Scarlett fracasando en transmitir empatía.

Problema número diez: los fans

Lo peor de este largometraje es que nada de lo expuesto más arriba importa realmente, porque el mayor problema de Black Widow son sus fans. Sus estúpidos, autocomplacientes y malcriados fans, entre los que se podría contar al autor de estas líneas.

Aunque creo que
al menos yo he sido capaz de argumentar mis quejas de una manera más o menos coherente y ordenada, desde la perspectiva de un escritor y un espectador. He explicado por qué creo que la película está mal concebida, mal escrita, mal interpretada, mal dirigida, y he apuntado algunas observaciones de las cuales se deducen claves sencillas, y sobre todo baratas, que habrían permitido hacer un largometraje muy superior.

Pero la riada de mierda y odio que ha hecho correr Black Widow por Internet, y de la que, lamentablemente y muy a pesar de no tener redes sociales, no he podido abstraerme, es definitivamente lo peor de esta película.

Que si Florence Pugh (que presumimos será la próxima Viuda Negra en la Fase Cuatro, o Cinco, o la que toque, del MCU) tiene «cara de pan» y «un retaco», o es «demasiado rolliza», o «no lo bastante atlética». Que, vamos, «¡que no queremos a esta Viuda Negra, que está gorda, joder, resucitad a la otra, que también es una enana y no sabe actuar, pero al menos tiene un bonito culo y un buen par de perolas!»

Asumidlo: es la próxima Viuda Negra del MCU.

Que si «mira qué panfleto woke de mierda pútrida purulenta y pinchada en un palo es Black Widow y qué simps cabrones e hipócritas son los de Disney»; vamos, lo mismo que he escrito yo aquí pero con kilotones de misoginia y machismo que confirmarían la tesis de ese mismo denostado panfleto.

Que si «¿qué coño hacen todas esas negras y asiáticas en la Habitación Roja?» Pero, vamos a ver, hijos de puta. Si el programa de la Красная комната está destinado a entrenar mujeres que se infiltren en los círculos de poder de todo el mundo, tendrán que entrenar a féminas de todos los colores para que no desentonen en sus países de destino, digo yo. Y obligarme a explicaros esto es la mejor prueba de que sois gilipollas. Gilipollas.

Que si «se están cargando los cómics que leímos y los personajes a los que amamos y esto es una tragedia mayor que comer chuletón, los policías colombianos matando civiles por la calle, el Coronavirus, el desastre de Annual, la Nocilla de fresa y cualquier disco de Bon Jovi desde New Jersey». Son sus personajes, chicos. Disney ha pagado por ellos. A mí tampoco me gustan algunas de las libertades que se están tomando con el universo que me fascina desde niño y los personajes a los que aprendí a amar pero, salvo negarme a consumir sus productos, hay poco que pueda hacer al respecto.

Lo que recibes de Aliexpress.

Y ésa es también la única herramienta de que disponéis vosotros. No seáis como el dueño de la tienda de cómics de Los Simpsons «esta película es una mierda, sólo la volveré a ver tres veces más... hoy». Si no os gusta el menú, no os lo comáis. Así de simple. Hace tres décadas, Warner Bros. dejó de hacer películas de Supermán por los pobres resultados en taquilla de las dos últimas. La gente le volvió la espalda a Supermán porque su momento había pasado o porque no les gustó Supermán III (y eso que aún no habían visto Supermán IV) o porque tenían que escoger entre pagarse una entrada o el nuevo álbum de Los pitufos makineros. Haced uso de vuestro poder como consumidores. Gritar en Twitter sirve de poco porque siempre habrá alguien que grite más alto que tú y provoque la falsa impresión de que representa a la mayoría.

Palabrita del niño Jesús que no es un fotochop.

¿Queréis que Disney haga películas de superhéroes de otra manera? Dejad de pagar por sus mierdas y veréis qué cambio.

Y estos diez puntos nos llevan a…


Till dead tiene tantas similitudes con Black Widow, pero está resuelta con un oficio tan superior, que se convierte en una lección de cine a su lado (y, por cierto, respaldada por crítica y público, si nos fiamos de Rotten Tomatoes, que a veces sí y a veces no).

Puede que, en esta generación, sólo Jessica Alba y Megan Fox sean capaces de igualar a Scarlett Johansson en esa doble ecuación de estar buenas y ser al mismo tiempo tan malas actrices (o, al menos en este momento, no se me ocurre otro ejemplo). C
omo a Scarlett, a Megan Fox da gusto verla en pantalla pero, como a Scarlett, el problema empieza cuando tiene que hablar, o moverse, o hacer algo. Joder, en Till Death, que es un thriller con elementos de terror, hay una escena, y sólo voy a citar una, en la que el personaje de Megan tiene que chillar de rabia, impotencia y agotamiento. Chillar. Parece fácil, ¿verdad? Cualquier persona debería poder chillar de una manera convincente. Salvo que te llames Megan Fox. Megan consigue, y quizá no le estoy dando el mérito que merece por ello, chillar con la boca, sólo con la boca. Su grito es el segundo grito más falso de la historia del cine desde el de aquel policía ante el cuerpo mutilado de su compañero en The relic (busca la escena, busca, y flipa de puro bochorno). Megan chilla y chilla con la boca. No con los ojos. No con la cara. No con el cuerpo. Megan Fox no sabe hacer que un chillido de «¡estoy hasta mi chochazo renegrido de que nada me salga bien, Cristojoder!» parezca convincente. Grita falso. Su mirada no grita. Su expresión no grita. Su postura no grita. Porque Megan Fox, como Scarlett Johansson, no sabe actuar.

(La anterior película de Megan Fox la abandoné en el minuto veinte. Pura y simplemente era dolorosa de puro mala).

René Falconetti: una actriz de verdad rompiéndonos el corazón de verdad.


Megan Fox es tan pobre actriz como Scarlett Johansson y, como ella, hace cine (producciones de paupérrimo presupuesto desde que tuvo el cuajo de cantarle cuatro frescas a Michael Bay durante el rodaje de Transformers: la venganza de los caídos, o eso fue lo que nos contaron, que ahora ya hay gente reescribiendo la historia) por idénticas razones, que son las mismas por las que todos los directores querían contratar a Marilyn Monroe (una diletante incapaz de aprenderse sus líneas de memoria o llegar al plató a su hora, que rompía a llorar y arruinaba su maquillaje cada vez que le hacían repetir otra toma y, encima, iba de diva): porque todos los heterosexuales del planeta quieren ver a Megan Fox, Jessica Alba y a Scarlett Johansson, con la menor cantidad posible de ropa encima, por favor, gracias, y si pueden ser mojadas, mejor que mejor; como en el pasado querían ver a Ava Gardner, Marilyn Monroe o Rita Hayworth. Porque, aunque Scarlett Johansson no quiera ser cosificada, el sexo sigue siendo un argumento de venta y sus películas, lamentablemente, por la parte que le toca a ella no tienen nada más que ofrecer que su sugerente silueta.

Till Death está muy lejos de ser original. Podría considerarse un rip-off de El juego de Gerald, libremente inspirada, más que basada, en la novela homónima de Stephen King. Así pues, Till Death es un thriller con elementos de terror psicológico que sigue, casi punto por punto, la plantilla de El juego de Gerald. Porque no tiene nada de malo usar un molde, el que sea, siempre que lo hagas bien y, si no tienes el genio ni el oficio para modificarlo, te limites a ese condenado molde.

Y, aunque empieza un poco narcotizada, a partir más o menos del minuto quince es una de las películas más entretenidas y redondas que he visto en los últimos seis meses. Está tan bien resuelta, con sus modestos medios (una fracción del presupuesto de Black Widow para un día de catering o del presupuesto de Street Fighter para un día de cocaína) y su poco talentoso reparto, se mantiene tan fiel a su referente inmediato (sin marear la perdiz con constantes cambios de ritmo y trama), que llegas a olvidar que estás viendo algo que ya has visto, consigues empezar a pasarlo mal, y quiero decir realmente mal como espectador, a sufrir con y por la protagonista; y de repente las limitaciones dramáticas de Megan Fox se hacen tan poco relevantes para la historia que, joder, ¡casi logra hacer una buena película! Cada vez que el personaje de Megan se frustra porque su nueva estrategia para desembarazarse del cadáver de su marido, al que está esposada, o consigue ocultarse in extremis, arrastrando el fiambre de su esposo, de los rateros que han llegado a la casa del lago (uno de ellos, el hombre que intentó asesinarla años atrás y que viene a por la revancha), das un respingo y un saltito en tu asiento.

Y, aunque las comparaciones son odiosas y a ti te encontré en la calle, creo que Till Death es un excelente ejemplo de cómo coger una fórmula ya explotada (una, cualquiera, la que sea, pero sólo una, joder), una actriz con cero talento pero un campo gravitatorio nalgar tan intenso que atrae los objetivos de las cámaras y un director al que no conoce ni la madre que lo parió y que jamás ha trabajado en un proyecto así, y entregar un título no sólo respetable y respetuoso, sino autosuficiente y, lo que a fin y al cabo prima en este negocio, entretenido y honesto.

Scarlett Johansson intentando... intentando... hacer... ¿macramé?

Till Death enfrentaba los mismos desafíos que Black Widow, con todavía mayores limitaciones, y los resolvió de una forma infinitamente más digna.

Y no sabes, querido lector, como lector de cómics y amante del cine, cuánto lo lamento por Black Widow.