sábado, 14 de agosto de 2021

El trabajo se me acumula: una de besitos y otra de pellizcos

Pues, hala, ya me he visto The Suicide Squad, y aunque la idea era hacer una entrada sobre Old, de M. Night Shyamalamadingdong, que al fin y al cabo también está basada en un cómic, esto de escribir es asunto que sale de las tripas y lo que me ha salido hoy de las tripas, además de caca, era escribir sobre The Suicide Squad.

Que ya anticipo que me ha gustado.

Aunque con reservas.


En honor a James Gunn he de reconocer que ha entregado la que quizá sea, hasta la fecha, la mejor adaptación a la pantalla de un cómic DC desde el Supermán de Richard Donner de 1978 y el Batman de Tim Burton de 1989. Ambas siguen siendo, y me temo que no veo visos de que eso vaya a cambiar próximamente, imbatibles.

Y es doblemente encomiable el mérito de James Gunn desde el momento en que el director de Misuri tenía que superar una primera iteración cinematográfica de la franquicia que, por expresarlo en términos diplomáticos, no funcionó en taquilla ni tampoco agradó a los críticos; y es demasiado pronto, o quizá ya tarde, para determinar la responsabilidad de esa doble desilusión. Los defensores del corte de David Ayer, corte que nadie salvo el propio Ayer y un puñado de ejecutivos de Warner Bros. ha visto (y que en WB insisten que nunca veremos, porque ya hicieron un test con público de ambos montajes y ambos recibieron las mismas valoraciones), sostienen que su montaje ha de ser por fuerza muy superior al entregado a los cines, contundentemente saneado por decisión ejecutiva de los mismos mandamases que querían erradicar cualquier tufillo al universo conjunto que, pobres imbéciles, habían contratado a Zack Snyder para crear.

(Por más que a David Ayer se le hayan acabado hinchando los dos cojones y haya gritado en redes, a todos aquellos que pretenden convencerle de que se olvide de ver algún día su «Director's Cut», que lo que llegó a las pantallas no era su película, nunca lo ha sido y nunca lo será).
«The studio cut is not my movie. Read that again.»

E incluso triplemente encomiable, y esperanzador, el resultado de The Suicide Squad, esta «soft sequel» de la película de David Ayer, descubrir que en Warner Bros. han pasado olímpicamente de ponerle a James Gunn ninguna clase de cortapisa.

The Suicide Squad es James Gunn desatado, ciclado y hasta el ojete de estimulantes.

Y, de alguna manera, su corte gore, sádico, delirante, anfetamínico y desopilante, ha llegado a los cines sin que nadie lo haya impedido.

Gracias a Dios.

Es más, en WB están encantados con él. Han dicho que cuentan con el gafapastoso director para más películas. Que a ellos les tira del huevo del centro lo de esos polémicos tuits sobre, ya sabes, las tonterías acerca de las que escribe la gente del cine, cosas como mamadas, sodomía en público, duchas doradas con niñas de tres años, aquella vez que tu tío Bernie te metió el puño entero en el culo... Que en Warner no son tan cagapoquitos como en Disney, o eso dicen ellos.

Si The Suicide Squad demuestra algo, caída de ritmo en el segundo acto aparte (paciencia, ya llegaremos a ello) es que James Gunn era el director perfecto para dirigir esta película y a estos personajes. Y parte del éxito de una película que adapta material literario estriba en encontrar al director apropiado. Y darle carta blanca.

Que es lo que hicieron con Zack Snyder en Man of Steel y BvS.
(Y se equivocaron, porque es que aparte de no ser el director apropiado para dirigir una película de Supermán o Batman, o de Batman y Supermán, o de cualesquiera otros personajes, es que Zack Snyder no sabe un carallo de cine y no pierde oportunidad de demostrarlo).
James Gunn ha hecho lo que le ha dado la gana con The Suicide Squad. Como en su día hizo lo que le dio la gana con Guardianes de la Galaxia.

Y se nota.

Puede que James Gunn fuese el director apropiado para The Suicide Squad por las mismas razones por las cuales era el director apropiado para Guardianes de la Galaxia (al menos de la primera; la segunda me aburrió un cacho largo). Puede que James Gunn sea la persona a la que llamas cuando quieres dirigir una película sobre un grupo de inadaptados que apenas alcanzan el mínimo nivel funcional requerido para no matarse los unos a los otros y que sólo dan realmente lo mejor de sí mismos cuando, aunque sea a regañadientes, asumen, incluso por los motivos erróneos, que en el fondo de sus negros corazoncitos quieren saber lo que se siente siendo héroes, al menos por una vez en sus deplorables vidas de gentuza.

¿Has aprendido por fin la lección, Warner? Encuentra a la persona apropiada para hacer el trabajo, dale un buen guion y quizá, sólo quizá, te encuentres en unos años con las recaudaciones de las pelis de Marvel Studios, que en realidad es lo único que te importa. ¿Has aprendido por fin la lección o The Suicide Squad es sólo un afortunado accidente?
Imagina las posibilidades.

¡La virgen! ¡La que ha armado James Gunn!
(Bombardeo en alfombra de espóilers a partir de aquí).

La película empieza y, en los primeros diez minutos, casi todo el Escuadrón Suicida muere en combate. Eso incluye a parte de los miembros de la Fuerza Operativa X que protagonizaron la anterior película
; decisión de autor mediante la cual James Gunn expresa su resolución a hacer un borrón y cuenta nueva casi absoluto con la anterior cinta.
(Luego descubrimos que había dos equipos y que el primero ha servido de cebo para alejar el fuego del segundo, dirigido por Bloodsport).
Alguien de Inteligencia olvidó averiguar si Comadreja sabía nadar (no sabe) y el pobre dicho muere ahogado cuando lanzan al Escuadrón frente a a la costa de Corto Maltese.
(Aunque...).

Peacemaker y Bloodsport asaltan el campamento guerrillero en el que creen que Rick Flagg ha sido hecho prisionero, matan a un montón de gente... y resulta que eran los buenos. Milicianos opuestos al gobierno dictatorial de Corto Maltese. Habían recogido a Flagg, le habían curado las heridas y estaban de carallada con él cuando llegó el «rescate».

El equipo de control del Escuadrón hace una porra de muertos, una «dead pool», acerca de qué miembro del escuadrón esmochará primero. Y, hablando de Deadpool, esta The Suicide Squad podría considerarse la Deadpool de WB y DC: una película irreverente, autoparódica por momentos, desatada, absurda, gamberra y, por encima de todo, y en buena medida gracias a todos esos atributos, muy, muy divertida.
(Que fue, sospecho, lo que Kaka Konpipi, que hace un cameo en The Suicide Squad como el Ratcatcher original, fracasó en lograr en Thor: Ragnarok, película cuya historia y argumento no soportaban en absoluto ese tono transgresor, satírico, desquiciado, disparatado y sinvergüenza; que es el mismo motivo por el cual llevo 24 años negándome a ver La vida es bella, porque cuestiono que una comedia sea el género apropiado para una película sobre el holocausto, porque su mensaje de pazguato optimismo frente al horror me parece puro sadismo y, bueno, porque no trago a Roberto Begnini).
Nom, nom.

The Suicide Squad es una película en la que King Shark (Sylvester Stallone) come gente.

Multitudes de gente.

A algunos de ellos, todavía vivos,
mientras gritan y suplican piedad.

Ah, y también abre en canal a un pobre bastardo, tirando de ambas mitades de su cuerpo en direcciones opuestas.

Es una película en la que Peacemaker y Bloodsport compiten entre ellos por ver quién mata al mayor número de gente y de la manera más fardona.

En The Suicide Squad hay humor negro, más negro que los cojones de un grillo, negro Vantablack Extra Supreme.

Kilotones de humor negro. De la clase que nos hace reír, con un ceño culpable, de la tragedia, las muertes innecesarias y los asesinatos accidentales.

Y funciona.

No es la mierda de fórmula Marvel, donde los personajes tienen, por contrato, que soltar un chiste de mierda cada cinco segundos, no vaya a ser que los espectadores empiecen a meterse en la trama y a pasarlo realmente mal cuando los malos parece que van a ganar o algún personaje especialmente querido por el público está sufriendo. Las coñas de The Suicide Squad no sólo no resultan anticlimáticas, sino que, en la mayoría de las ocasiones, ayudan a desarrollar la psicología de los personajes y sus dinámicas del grupo. Y es al menos la segunda vez desde Aquaman, otra película un poco ingenua, pero muy divertida, que en DC aplican con éxito lo mejor de la fórmula Marvel Studios.


James Gunn se ha atrevido a hacer en The Suicide Squad, suponemos que porque en WB le han dejado, cosas que jamás le habrían permitido en Marvel Studios: violensia en vena, canibalismo, desmembramiento, chorros de sangre y pegotes de vísceras, tortura alienígena, asesinato de inocentes, perros y gatos cohabitando, la histeria de las masas.

Pero negarse
a censurar la violencia no es lo que hace tan divertida a The Suicide Squad, es sólo uno de sus ingredientes más palatables.

James Gunn tampoco pierde el tiempo introduciéndonos a los personajes, que fue precisamente uno de los momentos bajos, narrativamente hablando, de la anterior película (cada clip de vídeo presentando a uno de los miembros de la Fuerza Especial X suponía una ruptura de ritmo y un retraso del inicio real de la película). The Suicide Squad nos mete de cabeza en la acción, la mayoría de los personajes palman antes de que tengamos tiempo de encariñarnos con ellos y a los supervivientes los vamos conociendo poco a poco a lo largo de la película, por sus acciones y, no en menor medida, por sus contradicciones.

Además, The Suicide Squad tiene a uno de los supervillanos DC más comiqueros, más difíciles de trasladar a una película «live-action»... y mejor logrados. Joder, que Starro el conquistador es una estrella de mar alienígeno-gigante que controla las mentes de sus enemigos a través de sus hijos parasitarios. Que eso, en una película con actores, es momento whatthefuck garantizado… y sin embargo lo ves en pantalla en el acto final de The Suicide Squad y no dices «¡vamos, hombre, esto es el colmo!» sino «¡joder, cómo molaaaaaaaa!», quizá porque en el momento del clímax argumental, The Suicide Squad ya ha sentado las bases para que una estrella de mar gigantesca, con un ojo en el centro, no sólo no sacuda los cimientos de tu suspensión de la incredulidad, sino que te deje con la sensación de que la aparición de semejante espantajo, digno de la peor subida de ácido de tu vida (procede recordar que Starro fue presentado en Brave and the Bold Nº 28, publicado en febrero de 1960, plena era hippy), era más que inevitable: era necesaria.

James Gunn también ha hecho algo que parecía imposible: coger a Polka Dot Man, uno de los supervillanos más tristes y patéticos del universo DC, y no sólo lograr que le compadezcamos (sin dejar de ser triste y patético o quizá precisamente por eso), sino proporcionarle un arco de transformación, una redención que le convierte, de hecho, en un héroe durante el tercer acto de The Suicide Squad.

Y ha conseguido hacernos realmente admirable al personaje de Rick Flagg (nuestro amigo Joel Kinnaman, a quien en esta bitácora conocemos de sus tiempos en la serie de Johan Falk y las películas de Snabba Cash basadas en las novelas de Jens Lapidus), que en la versión de David Ayer no pasaba de antipático militar gritón y chulopiscinas que ha visto demasiadas películas de guerra. En The Suicide Squad, Rick Flagg es un héroe y un faro moral para el resto del Escuadrón. Y el papel le viene que ni pintado… hasta que tiene que pasar el testigo a otro personaje (he gritado «¡espóilers!», no «¡te voy a joder la película hasta el último plano!»)

Todo lo cual no quita que The Suicide Squad esté muy lejos de ser perfecta.

Por ejemplo, a lo largo del metraje de The Suicide Squad no soy capaz de librarme, en ningún momento, pese al innegable carisma del personaje y la profesionalidad todoterreno de Idris Elba, de la sospecha de que Bloodsport sólo aparece en esta Suicide Squad porque los productores querían, con perdón, cubrir la «cuota racial» del largometraje sin volver a contratar a Will Smith, que no es que lo hiciese mal en la primera película (ni bien; no nos confundamos), sino que fue uno de los chivos expiatorios del fracaso en taquilla de la anterior Suicide Squad.

Y no te voy a engañar, querido lector: la mera posibilidad de que se confeccionen listas negras en las que adjudicar de forma nominal culpas que están muy, que digo muy, extraordinariamente repartidas entre todo el equipo de la producción de Suicide Squad y los cargos ejecutivos de DC y Warner, le toca un rato los cojones a todas mis vidas anteriores, y a la presente, y a las futuras.

Pero eso en realidad es lo de menos. Aquí lo que más nos preocupa son los elementos narrativos, ¿verdad? No en vano se supone que ésta es una bitácora sobre libros, escritores y toda esa mierda para retrasados y gordas (aunque por alguna misteriosa razón siempre acabemos hablando de cine), y ahí... huuuuuuy The Suicide Squad falla. No mucho ni de manera muy estrepitosa pero falla. Y no hablo de cuando descubrimos que Blackguard ha logrado cerrar un trato con las autoridades de Corto Maltese para traicionar a sus compañeros durante una misión secreta para la que no sabía que iba a ser reclutado... desde una cárcel de máxima seguridad para superdelincuentes... que ya sería lo bastante grave. A nuestro parecer, The Suicide Squad peta fundamentalmente en tres aspectos:

Uno: The Suicide Squad empieza y se nos permite creer que casi todo el Escuadrón muere. Acto seguido, la acción da un salto atrás en el tiempo y se nos muestra el reclutamiento del equipo. Y esos saltos adelante y atrás se repiten a lo largo de todo el largometraje como forma un tanto tramposa de crear tensión (vemos las consecuencias de una escena que no nos mostrarán hasta dentro de unos minutos de metraje; un personaje en peligro, o presuntamente muerto, reaparece de golpe y luego se nos muestra cómo se salvó de esa situación apurada, etcétera).

Esa estructura dislocada, en la que vemos las consecuencias antes de ver las causas, resulta un poco confusa y, en cierta medida, es casi una justificación para no construir el drama, el suspense, a través de otras herramientas argumentales mucho más directas. La sorpresa es menos sorprendente, o mucho más cabreante, cuando descifras el mecanismo a la primera y te obligan a sufrirlo una y otra vez.

Dos: el segundo acto de The Suicide Squad es lento y aburrido. Hay demasiadas escenas que suceden porque sí. Porque patata. Porque había que rellenar con algo el minutaje hasta que la película alcanzase las dos horas. Los miembros supervivientes del Escuadrón, pese a tener un objetivo muy claro, parecen dispersarse en el segundo acto y, simplemente, dejar pasar el tiempo, como si en realidad no hubiese ninguna prisa, lo cual destruye toda sensación de urgencia, anula la tensión dramática construida hasta ese momento y hace que los espectadores empiecen a conectarse a Pornhub desde sus teléfonos móviles hasta que en pantalla vuelva a suceder algo interesante.

The Suicide Squad empieza, desde el punto de vista cinematográfico, muy arriba, se mantiene arriba durante todo el primer acto y más o menos la primera mitad del segundo y de repente cae en picado y se mete tal hostia que acaba compartiendo una Tooheys con un atribulado pero simpatiquísimo cowboy australiano.

Y tres: creo que definitivamente lo que más me cabrea de The Suicide Squad es que Harley Quinn no pinta nada en la acción. Desaparece de la trama principal en el primer acto, tiene un argumento paralelo que no aporta absolutamente nada a la película y reaparece al final del segundo acto para sumarse a la batalla final y dar el golpe de gracia a Starro con un McGuffin que ha llevado con ella durante todo el largometraje y que no sabemos qué es, ni de dónde viene, ni para qué sirve, y ella tampoco.

Y ya me jode esta pirueta absurda porque Margot Robbie encarna como nadie más habría podido hacerlo a la loca ex-psiquiatra de Gotham obsesionada con el Príncipe Payaso del Crímen, y porque su personaje es uno de los más atractivos, divertidos y carismáticos de ambas películas.
(No. Esa otra película por la que usted me pregunta, ni la he visto, ni la veo ni la veré; es más, esa película no existe. Punto).

James Gunn se quita de en medio a Harley como si le estorbase, y sólo la saca en pantalla porque se supone que en toda película de el Escuadrón Suicida debe aparecer Harley Quinn (falso, pero aceptamos «pulpo» como juguete sexual), como si temiese incurrir en la ira de los fans, o de los accionistas de WB, si no emplease al personaje o lo matase en el primer acto (junto a casi todos los miembros de la Escuadra original y algunos infames recién llegados que prometían mucho y luego se cagaron encima al oír el primer tiro, ¡tos, tos, carrasp, Savant, tos, carrasp!).

Y no lo entiendo.

Como escritor, no entiendo que James Gunn coja a uno de los principales activos y atractivos de la Suicide Squad y lo maltrate y desperdicie de semejante manera. Joder, que el momento tiroteo-florido, en el que vemos la acción a través de los ojos alucinados de Harley, es exactamente la perspectiva psicótica a la perturbada mente del personaje que nos merecíamos y un excelente ejemplo de lo que Harley Quinn podría haber aportado a la historia principal si no se la hubiese marginado de ella por motivos que, insisto, no comprendo como espectador y no comprendo como narrador.
Resignación.

Es una decisión creativa que para mí no tiene sentido. Si la subtrama arresto-torturas-romance-jodamos como gorrinos-y ahora te pego un balazo por cabrón tuviese algún efecto, aunque fuese pequeño, sobre el eje argumental principal de The Suicide Squad; si durante esa digresión Harley tuviese acceso a algún fragmento de información o algún objeto imprescindible para hacer avanzar la trama, no necesariamente en la buena dirección, no diría absolutamente nada. Pero toda esa historia paralela sólo parece servir al propósito de demostrarnos que Harley Quinn se ha emancipado del Joker y está extraordinaria (y homicidamente) en guardia contra las relaciones abusivas, algo que se podría haber resuelto en una escena, un plano, una frase.

(¿Qué mierda pensaban lograr los militares de Corto Maltese torturando a Harley, por cierto? ¡Si cuando follaba con el Joker eso eran para ella los preliminares!).

Toda la trama individual de Harley en The Suicide Squad sólo es una fuga hacia adelante. Un callejón sin salida, argumentalmente hablando. El personaje se separa de sus compañeros, rueda libre durante media película, rebota contra una pared y vuelve con sus compañeros sin haber logrado nada. La más flagrante antítesis del Viaje del héroe desde que Mia Khalifa no sólo dejó el porno, algo a lo que tenía perfecto derecho a pesar de todas las lágrimas que nos hizo derramar a sus fans, sino que se empeñó en que todos sus vídeos debían ser borrados, tarea que, ya le anticipo, muy probablemente esté más bien cerca de lo imposible.

En The Suicide Squad, Margot Robbie es una cocina Gaggenau, un televisor Bang & Olufsen, una cafetera Marzocco; es uno de esos carísimos juguetes que se compra la misma gente que nunca cocina en casa, raras veces ve la televisión y suele tomar el café fuera. Harley Quinn sólo aparece en The Suicide Squad para que sepamos que el estudio podía permitírsela, y, encima, durante el 90% del metraje no hace prácticamente nada que afecte a la historia principal.

Salvo molar, eso sí.

Es absurdo coger a uno de tus mejores activos, una Margot Robbie que parece haber nacido para interpretar el papel de Harley Quinn y está totalmente poseída por el personaje, y relegarlo a un papel menor que, para más escarnio, sólo actúa como contrapeso de la historia principal.

Creo que ése es el mayor inconveniente que le veo a The Suicide Squad de James Gunn.

Lo cual no le impide ser una película divertidísima, enloquecida, apabullante y entrentenidísima que te recomiendo de corazón, querido lector.

Y ahí queda eso. I have spoken.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.