Tan pronto como en 2019, en esta apartada orilla, compartí contigo, oh incauto lector que se metió en esta bitácora buscando GIFs de Riley Reid y fotos de la seráfica Sara Sampaio, mi método usual para escribir una novela. No diré que siempre lo haga así ni que respete escrupulosamente mis propias normas, pero el método está ahí, para acudir a él cuando lo necesites, si lo necesitas. Vamos, como las esculturales berzas de Sydney Sweeney.
Además, entre genuflexiones al arcángel lusitano de ojos verdes y aullidos de lujuria desaforada amte cada cameo del súcubo floridano de ojos verdes, te hemos presentado otros métodos y recursos narrativos que te llevarán a sonrojo en tu grupo de amigos cada vez que admitas no saber cómo acabar ese libro de mierda que empezaste a escribir hace veintisiete años. Aquí, te presentamos algunos «plot devices» que probablemente llevabas tiempo utilizando sin saber cómo se llamaban ni cómo funcionaban (o peor, creyéndote un genio, un capo, la hostia en vinagre, el tío que se tiró el primer cuesco). Aquí te introdujimos superficialmente en el resbaladizo camino que une la idea con el texto final y te presentamos otro método para construir tus ficciones. Aquí, describimos, caracterizamos y analizamos el «Viaje del héroe» de Campbell, y luego lo destripamos y nos follamos sus tripas humeantes, calientes y llenas de caca. Aquí nos cagamos en el test de Bechdel, detector infalible de apollardados rojuelos gafapásticos. Aquí, te dimos una checklist que puede ayudarte a construir tus argumentos, historias, capítulos. Vamos, el drama. Que no tendrá nada que envidiarle al drama de acabar un libro, si es que lo acabas, que ya es de superhéroe.
Vamos, que, lo creas o no, y a pesar de que, por aclamación popular, hemos introducido en la bitácora otro elemento disruptor que pervierte el propósito original de la misma casi tanto como nos gustaría que Riley Reid nos pervirtiese a nosotros, y nos referimos a los manga japo-chino-coreanos, sí que hablamos de escribir en el Paratroopers. Y todo ello siendo muy conscientes de que es una actividad condenada, básicamente, a morirse de hambre.
Porque, guárdanos el secreto, amado lector obsesionado con los salobres sudores de los abdominales de Jessica Alba, antes de que la pasión por el cine del bípedo sin plumas (con permiso de Henry Cavill y Hunter Schafer) que esto firma, virase el timón del blog hacia el Séptimo Arte, se suponía que el Paratroopers era una bitácora sobre libros y escribir, y todas esas cosas que les gustan a los gordos calvos y miopes con cicatrices de acné que en su puta vida han tocado una teta, ni siquiera por accidente.
Y no es que no podamos racionalizar y justificar la invasión de la bitácora por el Séptimo Arte. A fin y al cabo, las películas me han enseñado más técnicas narrativas que ningún manual de «escribe tu libro de mierda en catorce lecciones o menos». El largometraje, que tiene un tiempo tasado para contar la historia (usualmente unos noventa minutos), exige precisión, economía y concreción en el retrato de personajes, la presentación, desarrollo y conclusión del conflicto, la descripción de escenarios y cualquier otro recurso que puedas necesitar en una novela, es un material pedagógico extraordinario para un escritor. Lo que funciona en una película, funciona en un cuento o una novela corta, larga o mediopensionista. Esta ley fundamental no es necesariamente reversible, dado que son lenguajes distintos. El libro permite cosas que expulsarían espectadores de la sala de cine o los sumirían en un sopor indiferente.
(Se dice que toda película se escribe tres veces: una vez cuando se escribe el guion, una segunda vez cuando se rueda y una tercera en la sala de montaje).
Por no entrar a considerar la ejecución. El papel es extraordinariamente versátil. Como placa de cultivo de la imaginación, se lo traga todo (mira, como Riley Reid, ¡ja ja ja!; tenemos un problema, lo sabemos). El celuloide (ya disco duro), no es tan comprensivo. Escribir una escena en la que mil seiscientas personas intentan tomar por asalto una fortaleza es relativamente sencillo. Rodar algo así, aunque el plano dure diez segundos, puede convertirse en una pesadilla. Dile a tu productor que necesitas presupuesto para contratar mil seiscientos extras. Maquíllalos. Vístelos. Contrata personal para coordinar al rebaño. Págales al menos una Coca Cola y un bocadillo de jamón york a cada uno. Trata de hacer entender, a esos zulúes que se comportan como si no entendiesen una palabra de castellano, que no pueden mirar a cámara ni interactuar con ella. Que se coloquen en su puta marca. Que dejen de mear en la rueda del Masseratti del jefe de electricistas. Que al próximo que le toque las tetas a la protagonista se lo lleva la Guardia Civil y le cae una denuncia por acoso sexual, y que al que vuelva a usar la palabra «sindicato» le pegas un tiro en la nuca allí mismo.
(Si escribir es difícil de cojones, hacer una película es la experiencia más parecida a un fin de semana en el infierno que puedes disfrutar a este lado del Estigio. La única vez que tuve oportunidad de asistir a un rodaje, me pasé tres horas viendo al pobre director intentando rodar un plano de tres segundos en el que la actriz era incapaz de recordar, o recitar de una manera mínimamente natural, una única línea de texto. Al acabar la jornada no se filmó ni un puto fotograma porque se puso el sol, nos quedamos sin luz y el técnico de cámara dijo que o le traían unas softboxes y unas lámparas ―y un grupo electrógeno, me dije para mí mismo, que estábamos en la puta calle, con un par de tipos de producción junando por si llegaban los polis a pedirnos el permiso de rodaje que no teníamos―, o la película la iba a rodar el señor padre del director con los cuernos. Me fui a casa y, de alguna manera, me las arreglé para que el cine me siguiera gustando).
Así, porque tenemos un poco de mala conciencia por salirnos de madre cada vez que una película o una serie de televisión nos catapulta al teclado, llenos de furor verboso, puesto que esto de currarte una entrada de la bitácora es mucho más difícil cuando no hay una recién llegada de poderosas ubres sugiriéndote el tema, y porque no queremos enviciarnos con la salida fácil de recomendar otro ramillete de tebeos asiáticos, vamos a intentar componer una entrada que tenga algo que ver con esto de escribir, aunque sea por accidente.
A ver qué sale de aquí.
Una actividad del proceso de creación literaria sobre la que no hemos profundizado, creo, es la documentación. Dependiendo, queda sobrentendido, de la temática y el tono que el autor quiera imprimirle a su obra, la documentación puede quedarse en cuatro notas mal tomadas o llegar a convertirse en un puñetero doctorado. Y esto lo escribe quien conserva dos cajas de folios, una carpeta de fuelle y un archivador de anillas llenos de apuntes para UNA sola novela.
¿Cómo coño se puede llegar a esos extremos casi patológicos, de acumulación nivel síndrome de Diógenes? De nuevo, por el tono y la temática. La historia de esa enorme novela río de más de seiscientas mil palabras (un El señor de los anillos y pico) está ambientada en un mundo muy parecido al nuestro. Tan parecido que es casi indistinguible. Hala, a documentar la historia, la situación económica y política de los años 90, que no por haberla vivido la recuerdo mejor que si me fuese desconocida. No, no es un libro de Historia y no aspira a convertirse en uno. En estas historias de mundos alternativos, el escritor se documenta mucho, escoge lo que va a utilizar, lo que va alterar porque la realidad no sirve a los propósitos de la historia que quiere contar, y lo que va directamente a ignorar. Incluso la construcción de los personajes agradece una labor previa de investigación que puede parecer innecesaria, pero que facilita el retrato psicológico de los personajes y la justificación de sus acciones. Porque somos los hijos de la época en la que nacemos y crecemos, y nuestras experiencias, o nuestra percepción de las mismas, están determinadas por la sociedad en la que crecemos y las circunstancias personales de nuestras vivencias personales.
Como escritor, cuanto más sepas sobre la sociedad, el momento histórico y la cultura que envuelve a tus personajes, más fácil te resultará describir a esos personajes y resolver los dilemas que se les presenten. Si te sumerges a ti mismo, a través de libros, artículos de prensa y películas, en la América de los años 60, sabrás cómo se sintió tu protagonista, un chaval de pueblo, criado con los westerns de John Wayne, los cómics del Capitán América y de Our Army at War y los seriales de El llanero solitario, cuando fue enviado como reemplazo a Vietnam. Y también sabrás cómo se sintió al volver, si es que volvió. Libre de la necesidad de hacer un prodigio de imaginación, podrás centrarte en contar su historia. El trabajo previo (o paralelo) de documentación ahorra tiempo de escritura, minutos muertos mirando la página en blanco o el cursor parpadeando sin saber cómo proceder.
Escribir siempre será una jodienda, pero se vuelve mucho más fácil cuando las preguntas aparentemente menos importantes, pero que tienen el potencial de convertirse en chinas en el zapato, ya están contestadas.
El ejemplo de Vietnam no está traído por los pelos. Surge de un libro real, de un escritor vivo y que deberías estar leyendo, porque el muy cabrón es entretenido de cojones y no escribe para nada mal. Jack Carr, había firmado siete libros protagonizados por James Reece cuando el cuerpo le pidió escribir la historia del padre de su héroe, Tom, destinado en Vietnam justo antes de la ofensiva del Tet.
Para escribir Cry Havoc, Carr leyó libros, periódicos y revistas de la época, diarios y testimonios de veteranos, vio documentales y películas para asimilar cómo hablaban los estadounidenses de 1968 (el peor año, en términos de bajas, de toda la guerra), qué lenguaje empleaban, qué modismos y conectores caracterizaban el inglés de su tiempo, sobre qué temas giraban sus conversaciones, cuáles eran sus preocupaciones como seres humanos, sus debilidades, sus esperanzas, sus temores. El mundo de 1968 había moldeado el carácter de sus personajes, y conocer mejor ese mundo significaba, por extensión, conocer mejor a sus personajes.
Un pequeño aparte, aquí, entre tú y yo, para que te le des una oportunidad al menos al primero de los libros de la serie de James Reece, o, si eres un analfabeto de mierda y un vago sillonero de los cojones, te veas en Prime Video La lista final y su precuela La lista final: Lobo negro, si todavía no lo has hecho. De nada.
Hablando de acumuladores, Daniel Abraham y Ty Franck comparten nuestro problema. Este escritor bicéfalo llegó a acumular tal cantidad de documentación para ese MMORPG (que no es la onomatopeya de Sasha Grey atragantándose con siete cipotes de mandingo sino un videojuego de rol multijugador masivo/Massively Multiplayer Online Role-Playing Game) que nunca existió, que acabó escribiendo nueve novelas de The Expanse, y puedo asegurar, por propia experiencia en tamañas lindes, que se dejó la mayor parte en el tintero. Pero ya te hablamos de este tema aquí, si te acuerdas, oh lector fiel entre los fieles.
(Estas novelas también te las recomendamos, así como las primeras temporadas de la serie homónima, antes de que a SyFy se le acabasen el mardito parné y la paciencia y Amazon Prime Video terminase la historia de cualquier manera y en cuatro capítulos mal contados, dejándose la mayoría de las tramas en el aire. Si la serie hubiese acabado con un Pikachu gigante, creo que los fans no se hubiesen sentido más decepcionados).
El problema de Ty Franck y Daniel Abraham al reunir sus notas para The Expanse demuestra que la documentación puede llegar a ser tan intrusiva como tus pensamientos acerca de tu ex. Que llegas a pensar que el universo mismo conspira para atormentarte. Que todo lo que te ves, por algún motivo, te recuerda a ella.
Personalmente, la documentación es para mí, en calidad de escritor, como ahorros en el banco. Nunca tengo suficiente, no entiendo qué quiere decir «demasiada», y siempre estoy intentando conseguir más, aunque sólo sea por esos deliciosos momentos de superioridad, todo fachenda y prosopopeya, en los que alguien te señala un error y tú le restriegas en la cara la documentación de la que obtuviste el dato. Que puede estar equivocada, pero incluso en ese caso te absuelve del pecadillo de ignorancia y, en los otros, te convierte por dos segundos en un superhéroe del intelecto.
Pongámonos en un ejemplo práctico que conozco muy de cerca, porque es el de la novela que estoy escribiendo ahora mismo. Servirá como caso de estudio.
La mayor parte de la acción de esa novela transcurre en la Corea del Sur actual. ¿Que qué sé yo de Corea del Sur? Pues prácticamente nada, y lo poco que he aprendido a través de series de animación y manhwa podría tener una conexión muy relativa con la realidad. Es una novela con no pocos elementos fantásticos, pero es precisamente en ese tipo de novelas donde hay que poner especial cuidado en sentar unas bases sólidas, pegadas a tierra, en las que el lector pueda apoyarse y que actúen como contraste y amplificador de los ingredientes fabulosos e imaginarios.
| Coreanas del sur, una tailandesa y una neozelandesa. ¿Cuál es cual? Exacto. |
Así que empezamos por el principio. ¿Cómo es Corea del sur, Seúl, escenario principal de la acción? Pues, gracias señor Internet, con Google Maps me puedo hacer una idea informada acerca de su urbanismo, recorrer algunas de sus calles, hacer tours virtuales por algunos monumentos y zonas turísticas. Sé cómo son las estaciones de metro, los barrios comerciales, los espacios industriales, las zonas residenciales, los parques, los puentes.
YouTube es otra extraordinaria herramienta (¡gracias, señor Internet!). Puedes encontrar vídeos de viajeros que visitan Corea. Vídeos de coreanos que callejean grabándolo todos con las cámaras de sus teléfonos móviles. Documentales. Noticias. Videoblogs. Podcasts de coreanos que tienen el inglés, ¡o incluso el español! como segunda lengua, y que te hablan de la vida cotidiana, de la cultura, del shock cultural del expatriado o turista procedente de otro país.
O hablan de K-pop y dramas makjang, temas que, dejando aparte las reacciones vasodilatadoras del sistema nervioso autónomo que me produce una de las chicas de Blackpink, como que me la bufan bastante.
| Dos fotos de Blackpink siempre serán mejores que una. |
(Ahora te quedas con la duda de cuál de las cuatro estoy hablando).
| O te zurras la sardina. Lo que prefieras. |
No he llegado tan lejos como para aprender un poco de coreano. Y esto puede parecer un agravio comparativo. A fin y al cabo, para otras novelas le he dado un tiento al ruso, he profundizado en mis elementales conocimientos del francés, me he autoiniciado en el alemán, he saboreado el afrikaans y me he metido un par de chupitos de japonés. Porque sí, porque pocas cosas pueden ayudarte más a intuir los procesos mentales de un personaje, de una determinada nacionalidad, que comprender, aunque no te lo aprendas como para poder trabajar de intérprete en la ONU, el idioma que habla.
El lenguaje construye estructuras de comprensión, proporciona herramientas lógicas para la descripción analítica del universo y el procesamiento de las experiencias personales. El lenguaje es generador, soporte y conservador de cultura. De valores. Civilización. Tal vez los países africanos no estuviesen tan sumidos en la mierda si en sus respectivos idiomas nativos tuviesen una palabra para «conservar», «mantener» (las infraestructuras y redes económicas construidas por los colonos funcionaron más o menos de puta madre hasta que estos países se independizaron). Quizá los alemanes no parecerían tan educados si, en la lengua de Goethe, el verbo no se reservase por defecto la última posición en la frase. Quizá los argentinos no fuesen tan echados pa' alante si se callaran aunque solo fuesen cinco segundos, los jodíos. Pero no, más allá de cuatro conceptos, palabros y frases, no me he avenido a estudiar el coreano.
Entre otros motivos porque, además de ser antipático de cojones para un hispanoparlante, si creías que los japoneses se pasaban la vida en modo difícil con todas esas fórmulas de tratamiento (-san, -sama, -chan, -kun, -shi, -senpai, -sensei, -dono), es porque ignoras la PESADILLA de los honoríficos en coreano. Que si hay al menos un modo formal y uno informal de dirigirte a una persona. Que, si eres hombre, tu hermano mayor es tu hyeong y tu hermana mayor tu noona, pero si eres mujer tu hermano mayor es tu oppa y tu hermana mayor tu eonni. Que también puedes llamar hyeong a cualquier hombre mayor con el que no tengas parentesco. A menos que sea muy mayor, que entonces mejor lo llamas ajussi. Que si tu tío es tu oesamchon si viene por línea materna pero samchon a secas si es tío paterno. Es decir, siempre y cuando se mantenga soltero. Porque un tío paterno casado es un keunabeoji si es mayor que tú y un jageunabeoji si es más joven que tú. Por alguna razón que seguramente tenga mucho sentido (para un coreano), el estado civil no afecta a la nomenclatura de los tíos maternos.
En fin. Cosas.
Sigamos echándole un vistazo a la carpeta de documentación para esta novela. El personaje protagonista pertenece a una familia chaebol. ¿Qué he reunido sobre el tema? Artículos del New York Times y otras fuentes sobre el «poder en la sombra» que constituyen en Corea las familias propietarias de esos grandes conglomerados, y sus casos de corrupción (los que han llegado a los titulares, que los otros...). Espera, que me crujo los dedos:
Allá va: dossieres pormenorizados sobre los grupos Hanjin (familia Cho), Hyundai (familia Chung), LG (familia Koo), Samsung (familia Lee), Kumho (familia Park) y Lotte (familia Shin). Artículos de opinión sobre la necesidad de poner coto a los privilegios de estas dinastías de «capitanes de la industria» coreanos, a su compadreo promiscuo con las instituciones públicas y a sus reiterados abusos de poder, consentidos y alentados por la impunidad de que han gozado a lo largo de décadas. ¿De qué estoy hablando, querido lector? Pues, por ejemplo, de que ,en diciembre de 2014, Cho Hyun-ah, la vicepresidenta de Korean Air e hija del Presidente de Korean Air, Cho Yang-ho, armó un Cristo en un avión de la compañía que se disponía a despegar, y atacó a varias azafatas y al jefe cabina de Primera Clase porque le sirvieron unas nueces en su embalaje original, en vez de un platito. Cho ordenó que el avión regresase a puerta y que el jefe de cabina fuese expulsado del aparato. Todo el asunto («nutgate», lo llamó algún desalmado) enfureció a la opinión pública coreana y se saldó con la salida de Cho de la vicepresidencia de la compañía y una condena a doce meses por atentar contra la seguridad aérea, de los cuales cumplió cinco.
Porque ésa es la característica de casi todos estos episodios embarazosos o abiertamente delincuenciales de los chaebol. Casi nunca tienen que rendir cuentas ante la justicia, por PARDA que la hayan liado, y, cuando lo hacen, reciben un cachete en el culete y pa' casa. Lee Jae-yong, el heredero de Samsung, condenado en 2017 a cinco años de cárcel en el llamado «juicio del siglo», convicto entre otros delitos de malversación de caudales, perjurio y soborno, recibió un indulto presidencial que, nos tememos, estaba escrito antes incluso de que se leyera a la sentencia; no fuera a ser que en chirona le dejasen el culo como un bebedero de patos al príncipe del chaebol más poderoso de Corea.
(También indultaron, nos figuramos que casi por los mismos motivos, a la presidenta Park Geun-hye, a la que Jae-yong había cohechado, y que fue destituida, tras una moción de censura, por corrupción, abuso de poder y tráfico de influencias).
Piensa en la mentalidad, en el sentido de derecho y actitud de superioridad que un trato de favor semejante puede alentar en las familias chaebol, aristocracia plebeya educada por encima de la ley y a salvo de las consecuencias de sus actos, por nefandos que sean.
¿Qué otras cosas tengo en mi carpeta de documentación para esta novela y por qué?
En un momento determinado, mi protagonista tiene problemas legales. De hecho, varias veces. Además necesita conseguir un visado de residente y gestionar, dentro de la legalidad, varios problemas laborales que exigen la intervención de abogaaaaaadooooos. Acaparo toda la legislación en inglés que puedo encontrar sobre delitos violentos, derecho penal y de familia, nacionalización y naturalización, delincuencia juvenil y sexual, leyes sobre difamación, derecho societario. Gracias a Sara Sampaio Dominátrix que el colegio de abogados de Corea tiene una completa página de consulta en inglés.
Como los personajes se mueven en entornos corporativos, donde el olor no es siempre el de las rosas, también recopilo bastantes notas sobre delitos financieros. Y quiero decir bastantes.
También me hago una carpeta MUY GRANDE de escenarios. Particularmente Seúl y alrededores. Así, cada vez que necesite ambientar una escena o un capítulo, tengo un sólido portafolio de notas. ¿Cuáles son los barrios comerciales de Seúl? ¿Y las zonas industriales? Si necesito colocar a mis personajes en un club nocturno, ¿dónde tendría más fácil encontrar uno? ¿Qué hoteles puedo encontrar en Seúl y cómo son? ¿Y centros comerciales, cines, tiendas de moda? ¿Y si en vez de un hotel busco un mueblé donde mis personajes puedan echar un polvo low-cost? Si quisiera alquilar espacio de oficinas en Seúl, ¿dónde empezaría a buscar? ¿En qué distrito (dong) de la capital surcoreana tendría más sentido instalar una fábrica de drones, un laboratorio farmacéutico, un estudio de videojuegos, y por qué? ¿Dónde viven los ricos coreanos? ¿Cuál es el Corazón Financiero de Corea del Sur? En algún momento tengo que parar porque empiezo a acumular más archivos sobre Seúl que vídeos de Riley Reid, y eso no puede ser sano. Así que le digo a los escenarios, sin menoscabo de que pueda necesitar ampliar información más adelante, como el chavalín al balrog, digo a la oveja, «You shall not pass!».
No. Esto no es ni siquiera la punta del iceberg. Ni el agujero de mear del turbopollón del difunto, sidoso y heroinómano John Holmes.
En Corea del Sur hay censura estatal de Internet (cierto tipo de páginas web, por ejemplo cualquier agregador de pornografía, que es completamente ilegal en el país de PSY, o cualquier servidor ubicado en el Norte). Notas al respecto.
¿Qué clase de fiestas celebran en Corea y qué hacen en ellas? O sea, ¿celebran la Navidad los coreanos? ¿Cómo? ¿Qué fiestas típicamente coreanas existen? Carpetita dedicada.
Ah, la comida. La comida coreana es muy característica. Y más pikkkkkkkkkkante que Alicia Pikante, digo Vikander, parece ser. Carpeta para las comidas y bebidas coreanas. Y, ya puestos, si mis personajes se pillan unas birras, ¿qué marcas intrínsecamente coreanas es más probable que escojan? ¿Dónde compran la ropa los coreanos? ¿Y los muebles? ¿Hay IKEA en Seúl y, si es que no, hay algo parecido pero con sabor a kimchi? Marcas de té. De electrodomésticos. De zapatos. De tabaco.
Vida cotidiana. TRRRRRRREMENDO carpetón porque, claro, no sé una mierda de la vida cotidiana en Corea. Cajón de sastre en el que cabe un poco de todo. Salones de baño coreanos (jimjilbang). Cajas de bentō coreanas (dosirak). Karaokes coreanos (noraebang). Puestos de comida callejeros. Líneas de metro y trenes de cercanías. Etiqueta a la hora de beber con amigos o compañeros de trabajo. Medios de pago, tarjetas monedero, de crédito y débito, físicas y digitales, servicios de pago; toda esa mierda en la que un coreano de pro no necesita pensar, porque lo vive, pero que un extranjero que jamás ha puesto un pie en ninguna de las dos Coreas pero necesita ambientar una novela en la del Sur, tiene que investigar para no quedar como un perfecto soplapollas.
Gobierno y administración. Porque, la duda ofende, mis personajes también se ven implicados en mandangas políticas o tienen que sufrir el boicot de funcionarios arrogantes. ¿Cómo es la administración en Corea del Sur? ¿Cómo es su sistema de gobierno? ¿Cada cuánto hay elecciones y cómo se organizan? Etecé etecé.
Epidemia del Conavirus. Sí, varios capítulos de mi novela está ambientada en esos años aciagos. ¿Cómo entró en Conavirus en Corea? ¿Cómo se extendieron los contagios? ¿Cuál fue la respuesta del Estado? ¿Cómo afectó a la vida cotidiana y a la economía, había restricciones a la movilidad, a las reuniones, se fomentó en trabajo a distancia, siempre que fuese posible, hubo gente que perdió su trabajo? ¿Cuántas víctimas de Covid-19 hubo en Corea del Sur y cómo ha gestionado Corea del Sur problemas de salud análogos? Carpetita sobre el tema.
«¿Y todo esto merece la pena, señor Sommer?»
¡Hostia, señorita, qué susto! ¡Pero apunte a otra parte esos obuses, que me va a sacar un ojo, copóns! Eeeeh sí, vale la pena, porque la documentación te ayuda a navegar la oscuridad de una novela que no existe hasta que la escribes. Te proporciona un escenario, una cronología, unos cimientos sobre los que sentirte cómodo como escritor para que el lector se sienta cómodo también. Por supuesto, la documentación tiene peligros. Puede que estés utilizando tetas inexactas. Y no lo sabes, porque no merece la teta cogerte un tetón y comerte diez mil tetómetros para confirmar que el tetor del hormigón de ese almacén de Itaewon es del teto de gris que tú habías tetado en tu tetela.
¿Qué tetaba tetando?
¡Ah, sí! Que la tetación te teta para tetar un teto en el que la teta de tu noteta teta tetido y teta teter tetar.
«Vale, señor Sommer. Creo que ha llegado el momento de que se tome sus medicinas y se acueste usted».
¿Tetas?
«Sí. Porque sus pupilas parecen balas de cañón y está usted temblando como un epiléptico».
Teta. Teto teté.
«Gracias, señor Sommer. Es un detalle que se haya fijado. Hala, deje que le arrope. Repóngase usted, que la primera entrada de noviembre ya está resuelta».
¿Tetito?
«Por supuesto, señor Sommer. Se lo ha ganado usted. Pero en la mejilla, ¿eh? Nada de marradas».
Tetá bien.
«Hasta la próxima entrada, señor Sommer».
Teta la vista.
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