viernes, 16 de diciembre de 2022

Esa(s seis) maldita(s) pregunta(s)

"There are two novels that can transform a bookish 14-year-kid’s life: The Lord of the Rings and Atlas Shrugged. One is a childish daydream that can lead to an emotionally stunted, socially crippled adulthood in which large chunks of the day are spent inventing ways to make real life more like a fantasy novel. The other is a book about orcs."

«Hay dos novelas que pueden transformar la vida de un niño estudioso de 14 años: El Señor de los Anillos y La rebelión de Atlas. Uno es un ensueño pueril que puede conducir a una edad adulta emocionalmente atrofiada y socialmente lisiada en la que se pasan grandes partes del día inventando formas de hacer que la vida real se parezca más a una novela de fantasía. El otro es un libro sobre orcos».

(Atribuída a John Rogers).

Todas las palabras que se dediquen a acentuar el carácter iniciático, el poder transformador de la Literatura serán siempre insuficientes. Los libros cambian a las personas y las personas, así transformadas por sus lecturas, cambian el mundo. No necesariamente a peor. Los libros, como la especia melange, expanden tu mente, alteran la percepción del espacio y el tiempo, prolongan tu vida permitiéndote experimentar otras vidas, existir a través de otros personajes, que en el momento en que lees ese libro están tan vivos como tú mismo.

A veces la Tierra Media me parece más real que mi propia casa.

Como ya dijimos en esta entrada, amado lector (pero ciertas lecciones hay que repetirlas a menudo, porque es que no te enterás, botarate), son los «ysíes» y los «porquenoes» los que te convierten en escritor.

Escribir es lo más parecido a hacer magia de lo que los humanos seremos capaces jamás. Leer es la única droga que nunca te producirá una sobredosis. Los escritores sintetizamos fantasías que se superponen, desplazan y, en ocasiones, sustituyen a la misma realidad, como cuando a Pérez Reverte cierta vez, en Sinaloa, durante la filmación de un reportaje sobre La reina del sur, se le acercó una cambiadora de dólares y, enterada de a qué venía al barrio aquel equipo de rodaje, dándose palmadas en la pechuga, le soltó: «¿Teresita Mendoza?… Yo la conocí bien, y gran amiga mía que era. En esta misma esquina se ponía».

El veterano corresponsal de guerra y novelista ha escrito un  personaje tan sólido, tan humano y real, que hay personas que afirman haberlo conocido.

(No se me ocurre mejor recomendación para que leas La reina del sur, o que la releas, si ya hace tiempo de la última vez).

Ese poder casi divino de reescribir la realidad es codiciado por muchos que no tienen ni idea de cómo ni dónde adquirirlo y ejercido con exquisita finura o cínico narcisismo por una minoría que lo detenta realmente y una jauría que pretende poseerlo, aunque sólo lo aparenta porque carece del valor, la curiosidad y la humildad de hacer las preguntas que conducen a ese poder. Porque la de escritor es una vocación, pero también una carrera, más cercana a las ciencias empíricas que a las mal llamadas ciencias sociales, más ingeniería que arte, porque escribir consiste en hacer preguntas, y sólo las personas lo bastante humildes para admitir que no tienen todas las respuestas, lo bastante valientes para buscar las respuestas y lo bastante curiosas para hacerse preguntas se convierten en escritores. En verdaderos escritores.


Y aunque no existen trucos, ni atajos, ni técnicas secretas, ni arcanos para convertirse en escritor, sólo método, disciplina y trabajo duro, aunque tu cuñado votante de Vox/Podemos/La corriente ideológica infantilista que esté de moda pretenda quitarle mérito a lo tuyo en la inminente cena de Nochebuena, que es que no tiene secretos, que él no se sienta a escribir porque es que no le da la gana, que eso de escribir es de rojos, yonquis y maricones, porque es que si le diese la gana... ¿eh? Aunque no hay caminito de losas doradas que te lleve a la creación literaria, decíamos, sí hay métodos de trabajo que la hacen posible, preguntas que te acercan a ella, sí hay cuestiones que reducen la distancia que te separa de ver finalizado ese cuento, ese guion de cine, ese cómic, esa novela, porque escribir, a fin y al cabo, es ir contestando preguntas. No se trata de tachar elementos de una lista, sino de saber qué preguntas debes hacer y buscar las respuestas. Por cada respuesta que alcances resolverás una escena, un capítulo, una trama de tu historia. Y si esa historia estaba basada en una buena idea y tenía personajes atractivos y una ambientación interesante, para cuando las hayas respondido todas, el trabajo estará hecho y te sentirás como si tuvieses poderes de dios nórdico.


Las preguntas desarrollan el conflicto, que es el drama, que es la historia que quieres contar. Si no contestas a esas preguntas, no estás escribiendo una historia, o, al menos, no estás escribiendo nada que vaya a emocionar a un lector o evitarte miles de tomatazos en Rotten Tomatoes.

"Speculation."

Mira un ejemplo:

Me saqué el carné de conducir a la primera.

Fin.

¿A que esta historia es sosa de cojones?

(Además de una sucia mentira).
Joder, y tanto. ¡Menuda mierda! ¿Dónde está el drama? ¿Dónde está el suspense? ¿Dónde está la tensión? ¿Dónde cojones está el conflicto?

Porque de eso se trata.

Una historia es, reduciéndola al mínimo común denominador, un personaje, un objetivo, un obstáculo, una respuesta a ese obstáculo, una derrota y una resolución.

Lo cierto es que no me saqué el carné de conducir a la primera. En mi primer prueba práctica hice un examen de cine, tomé bien todas las intersecciones, respeté las señales, los semáforos y la distancia de seguridad... Había empezado muy nervioso pero, viendo que todo me salía bien, gané confianza en mí mismo y, ya más relajado, empecé a conducir realmente bien.

Y entonces sobrevino el desastre.
El desastre.

Camino de una calle en la que, sospecho, la examinadora me iba a hacer aparcar el coche de prácticas, en una intersección muy complicada, regulada por un semáforo, el alumno al volante de otro coche de autoescuela, que iba delante de mí, caló el motor. Al intentar arrancarlo, lo caló otra vez. Empecé a perder la serenidad. Ya me veía a aquel pobre ser humano saliendo de la intersección y clavando los frenos delante de mí, o calando de nuevo su coche de prácticas y creando una situación de peligro que tal vez, Dios no lo permitiese, degenerara en un alcance, vamos en un choque automovilístico de toda la vida.

El otro alumno finalmente arrancó su coche y yo, aliviado, dejé que se distanciase y salí tras él.

A esas alturas estaba tan nervioso que sufría de visión de túnel. Un tunel tan estrecho que no me permitió ver que, en el ínterin, el semáforo que estaba abierto se había cerrado.

Y ahí se acabó mi primer examen de conducir.

Mi segundo examen duró un minuto. Nada más llegar al lugar del examen, mi tutor reconoció al examinador y tuvo la feliz idea de hacérmelo saber.

    «¡Coño! ¡Arminio el Anticristo

Mi reacción.

Por si su reacción, el tono de su voz y el escatológico apodo de Arminio no me habían puesto ya lo bastante nervioso, mi monitor tuvo el buen criterio de ponerme al corriente de todas las peores cualidades de este examinador y de todas las ocasiones en las que había suspendido a un alumno suyo por chuminaditas que cualquier otro examinador habría dejado pasar con una colleja.

Cuando me llegó el turno de ponerme al volante del coche de examen estaba literalmente cagado de miedo. De alguna manera me las arreglé para arrancar el motor y meter primera sin matar a ninguno de los ocupantes del vehículo ni a ninguno de los otros conductores, pero salí a la carretera por el sentido contrario (el único que mi visión de túnel me permitía divisar) y ahí se acabó el examen.

Os voy a ahorrar la crónica de todas las burradas que cometí en mi tercer prueba práctica, cardíaco como estaba tras mis dos primeros intentos (y cada vez más frenético a medida que sumaba una cipotada tras otra). Baste decir que alcancé el máximo legal (una más y habría estado suspendido). Fue, literalmente el peor examen de conducir de los tres que había hecho (y eso que el segundo, técnicamente, no llegó a existir como tal).

Le di pena al examinador y aprobé.

¿Qué tal esta otra historia? Mucho más interesante, ¿verdad?

¿Sabes por qué?

Porque responde a las seis preguntas fundamentales que toda historia debe responder:

1. ¿De quién se trata? De mí. Tu seguro servidor, Herbert Sommer.

2. ¿Qué quiere esa persona? Aprobar el examen de conducir.

3. ¿Por qué no puede conseguirlo? Porque es un agonías y se pone nervioso debido a las cipotadas de otro conductor.

4. ¿Qué hace al respecto? Más prácticas para ir mejor preparado al segundo examen.

5. ¿Por qué eso no funciona? Porque el cabronazo de su monitor lo pone cardíaco justo antes del segundo examen.

6. ¿Cómo acaba todo? Sommer hace un tercer examen, al borde del colapso nervioso, comete un millón de pequeños errores pero, por alguna razón, al examinador le cae simpático y le aprueba a pesar de todo.

Admito que como historia es un poco decepcionante desde el momento en que nuestro héroe, yo mismo, no consigue sus objetivos por sus propios méritos y esfuerzo, sino por la bondad de un extraño, que, tal vez corresponda decirlo, ese mismo día se cargó a otros doce examinandos (parece que había agotado toda su comprensión y empatía conmigo). No es que una novela o una película no pueda funcionar con estos ingredientes, que sí pueden y sí lo hacen, sino que hacer depender el éxito del protagonista de las acciones de otro personaje puede inducir al lector la sensación de que se le ha estafado, de que el escritor ha estado mareando la perdiz y le ha negado al héroe de la historia su bien merecido y duramente conquistado triunfo.

Pgobablemente el esgritog fuma demasiado poggos, como este peggo.

Lo que funciona en la vida (que es caótica e inexorable) no siempre funciona en Literatura. Por principios, los lectores queremos que el héroe triunfe sobre la adversidad a fuerza de abnegación, sacrificio y valentía, no que la cague una y otra vez y a pesar de todo las cosas le salgan bien. Vamos, todo lo contrario de lo que les pasa a los personajes de Paul Auster.

Pero no vamos a hablar de personajes. No en esta entrada. Esta entrada va sobre historias. Y sobre las seis preguntas que todo escritor debe responder si quiere escribir una. Vamos al turrón, que te veo con ganas:

1. ¿De quién se trata?

Ésta es tu oportunidad como escritor de presentar al protagonista de tu historia. Procura hacerlo atractivo, o sea humano. La respuesta a esta pregunta debe de dejar claro al lector por qué debería importarle un cojón de madera lo que le pase al héroe de tu historia. Y no, su maldita identidad racial/sexual/de clase no es suficiente respuesta. La fórmula save the cat/kick the dog puede ayudarte a empezar a definir a tu personaje, y a ti corresponde decidir si tiene un arco de transformación o no (uno de nuestros personajes preferidos, Marty McFly de Regreso al futuro, que es casi la película perfecta, no tiene ninguno). De ti depende también que los lectores empaticen con él, se preocupen por su destino y se impliquen en sus aventuras. Danos unas coordenadas para tu héroe, y no me refiero a su edad, estatura y nacionalidad. Eso es circunstancial. Danos motivos para amarlo. Así nos dolerá más cuando empiece a pasarlo mal y desearemos con mayor ardor su triunfo final.

Cría fama y échate a sobar.

Hay algunos artificios que pueden emplearse aquí, como que el aparente protagonista de tu historia no sea el que aparece en la introducción del primer acto, sino otro distinto (el personaje de Janet Leigh muere acuchillada en la ducha en Psicosis y entonces descubrimos que el personaje protagónico ha sido desde el principio el de Anthony Perkins, que ni siquiera apareció hasta bien mediado el segundo acto), pero no te recomendamos recurrir a ellos hasta que hayas dominado los fundamentos de esta primera pregunta.

2. ¿Qué quiere esa persona?

Vamos, ¿qué aspira a ganar tu héroe? (¿O qué aspira a conservar, a no perder?, que eso a efectos dramáticos también funciona). Esto es importantísimo porque es el primer elemento del drama, del conflicto. ¿Qué es lo que lo pone en marcha? ¿Hacia dónde nos conduce o esperarmos que nos conduzca la acción de tu historia? Frodo sólo quiere una vida tranquila en Bolsón Cerrado, comiéndose la herencia de Bilbo y yendo ocasionalmente de carallada con Merry y Pippin. Esto no parece mucho para construir una historia, al menos a priori, pero por Dios, no me hagas como los guionistas de Black Adam (película recientemente estrenada a la que hicimos algunas observaciones constructivas en la anterior entrada de la bitácora), que se curran un personaje sin motivación alguna aparte de repartir hostias a dos carrillos como si las fuesen a prohibir mañana. Y en ningún momento a lo largo de todo el metraje de Black Adam tenemos ni idea de qué coño quiere Teth Adam, si es que quiere algo, que parece que no, o que lo disimula de vicio. Aparte de no querer estar donde está y no estar dispuesto a hacer absolutamente nada al respecto, este Black Adam es un personaje completamente reactivo, que no tiene motivaciones, no tiene objetivos, no tiene una meta aparte de destruir millones de dólares en yacimientos arqueológicos y propiedad privada y fregar el suelo con Hawkman una y otra vez.


Dale una motivación a tus personajes. Una buena motivación, no es necesariamente una virtuosa o heroica (la motivación inicial de Peter Parker es empotrar a Mary Jane), sino una motivación que pone en marcha la historia. Te diré algo más: si sabes lo que te conviene como escritor, le darás una buena motivación también al malo de tu historia. Sí, a tu antagonista también. Nada enriquece más una historia que un villano a la altura del héroe. Haz que el villano de tu historia actúe como si fuese el héroe, y que todos los personajes actúen como si fuesen el protagonista y empezarás a aprender un poco acerca de cómo se escribe una buena historia.

Dale también a tu protagonista un objetivo. No, no es lo mismo un objetivo que una motivación. Objetivo es lo que el personaje quiere conseguir. Motivación es la razón por la cual quiere conseguirlo. Los objetivos deben estar siempre claros, o tus lectores no entenderán una mierda. Las motivaciones no tienen por qué ser claras ni expresas. Pueden incluso ser  misteriosas sin que la historia deje de funcionar. La motivación es el factor que determina las elecciones que hace el personaje mientras persigue su objetivo. Sospecho que Black Adam no está funcionando en taquilla, pese a la pasta que han metido en ella, entre otras razones porque el protagonista no tiene ni motivación ni objetivo durante el 90% del metraje.

3. ¿Por qué no puede conseguirlo?

¿Qué se interpone en el camino de tu héroe? No tiene por qué ser un obstáculo físico o un adversario con nombre y apellidos. El antagonista puede ser el miedo del personaje a fracasar ante un reto que parece demasiado grande para él, o una misión que nadie más puede acometer. Frodo no puede quedarse en La Comarca porque, entre otras cosas, Bilbo le ha dejado en herencia el Anillo Único, que gente muy siniestra y peligrosa está buscando. Si se queda en Bolsón Cerrado, pone en peligro las vidas de todos sus vecinos.

En el ejemplo de Spiderman, Peter Parker no puede conseguir a la chica de la que lleva toda la vida enamorado por su patológica timidez e inseguridad y, también, un poco, porque Mary Jane parece tener fijación por los matones de instituto con coche. Así que a Peter se le mete en la cabeza que tal vez para conseguir su objetivo chuminero le vendrían bien cuatro ruedas, de modo que decide usar sus recién ganados poderes arácnidos para ganar algún dinero.

No demasiado superheroico.


4. ¿Qué hace al respecto?

Frodo acepta el consejo de Gandalf y parte rumbo a Rivendel, donde espera que alguien le libre de la carga del Anillo o sepa qué hacer con él para que Sauron no lo recupere y suma al mundo en una nueva oscuridad. La manera en que tu protagonista resuelve el primer reto de tu historia será definitoria tanto del tono de la narración como del caracter de tu héroe. ¿Cómo se enfrenta Frodo a la adversidad? En el libro trata de ocultar a sus primos Merry y Pippin el peligro que corre y finge mudarse a Los Gamos, aunque el Took y el Brandigamo ya han sonsacado a Sam y están decididos a acompañar a Frodo a la Última Casa Acogedora al Este del Mar pese a los esfuerzos de los Jinetes Oscuros, el Viejo Hombre-Sauce y los tumularios por impedirlo. ¿Cómo lo hace Peter Parker para conseguir un buga en cuyos asientos traseros perder el virgo con la pelirroja de su corazón? Se mete en un torneo open de pressing catch con premio en metálico en el que espera ganar gracias a sus nuevos poderes.

Cómo trata tu protagonista de resolver el conflicto después de que su primera aproximación fracase, o qué estrategia emplea para enfrentarse al nuevo problema que ha sido engendrado por el anterior (y a que a fin de incrementar la tensión, de «subir las apuestas» narrativamente hablando, debería ser más desafiante que el primero) es lo que le da una segunda patada hacia adelante a la historia. El accidentado traslado del Anillo Único hacia Rivendel, los múltiples obstáculos que Frodo y sus compañeros afrontan durante el viaje no sólo le acercan poco a poco (pero de una manera interesante) a su objetivo, sino que además escenifican la voluntad de hierro del Bolsón, que le será muy necesaria en los siguientes capítulos del libro.

Si se hubiese llevado a su primo, que las mete como panes...

5. ¿Por qué eso no funciona?

Éste es el punto en el que tu protagonista enfrenta «el abismo», a veces llamado «el muro» (pero si quieres quedar como un pro, usa el término peripeteia [περιπέτεια], o sea «peripecia», que es el que Aristóteles usa en su Poética): todo lo que ha hecho para conseguir su objetivo fracasa, y toda esperanza de alcanzar su objetivo se desvanece. De repente, parece que la película ha llegado a su final o que va a tener un destino trágico. Pero lo que en el teatro clásico supone la «cuesta abajo», la entrada en barrena del protagonista hacia su inevitable final catastrófico, en tu historia puede ser un catalizador, una piedra filosofal que transmute para siempre a tu héroe y tu historia. El protagonista es transformado por esta última y aparentemente definitiva derrota y, o bien como Eneas renuncia a toda esperanza, o la destrucción de sus últimas ilusiones le permiten al fin ver una solución a su conflicto que antes, cegado por la perspectiva de la meta, no había alcanzado a detectar.

Sylvester Stallone descubre que Tom Sizemore le ha estado engañando desde el principio y trabaja para Donald Sutherland y consigue que el malvado alcaide se autoincrimine ante testigos. A Peter Parker le tanga el organizador del torneo y, cabreado con él, deja escapar a un maleante que acaba de mangar la recaudación aunque podría haberlo detenido con una pestaña. Charlize Theron descubre que el paraíso verde lleno de agua, seguridad y alimento que recordaba de su infancia ya no existe y sólo entonces, aniquiladas todas sus ilusiones, se vuelve receptiva a la observación de Tom Hardy de que ha dejado atrás un paraíso lleno de agua, seguridad y alimento en la fortaleza de Hugh Keays-Byrne, a la que con su rebeldía y fuga ha desguarnecido de todos los defensores que podrían impedirle tomarla por las bravas. Ya en Rivendel, Frodo descubre que su gesta no ha hecho sino empezar, pues ahora le toca llevar el Anillo Único a Mordor, el único lugar donde puede ser destruído.

«Mi teshoooooooorooooooo».


6. ¿Cómo acaba todo?


Frodo acaba abandonando a la Comunidad del Anillo (salvo a Sam, que es como una garrapata) y marchándose sólo a Mordor
porque no quiere poner la vida de nadie más en peligro tras la seducción de Boromir por El Único y la muerte de Gandalf en Moria, de la que se siente responsable. El ladrón al que Peter ha dejado escapar mata a su tío Ben, el único padre que Peter ha conocido. Abrumado por los remordimientos, Peter se venga del asesino y empieza una carrera como justiciero enmascarado, y fíjate que, en el caso del Spiderman de Sam Raimi, hemos respondido a las seis preguntas antes incluso de llegar al segundo acto. Y es que estas seis preguntas, como te hemos dicho ya, que es que no prestas atención, mendrugo, funcionan a muchos y muy diferentes niveles y, empleadas con un poco de oficio y pillería, pueden resolverte párrafos, capítulos, actos o historias enteras.

Ahora que conoces el método puedes volver atrás y aplicárselo a todo el metraje del Spiderman de 2002, y ver cómo Sam Raimi respondió a esas preguntas a lo largo del film. Y al emplearlo a esa escala algunas respuestas cambiarán, pero las preguntas seguirán siendo válidas y, lo mejor de todo, útiles: «¿Quién es tu protagonista?» Peter Parker, un huérfano criado por sus abuelos que accidentalmente adquiere superpoderes. Eso no ha cambiado. «¿Cuáles son sus motivaciones (en este escenario más amplio)?» Expiar su sentimiento de culpabilidad por la muerte de su tío Ben, impedir que otras personas sufran el dolor y la pérdida que él padeció tras su asesinato e, inconscientemente, ser aceptado como un benefactor («su amistoso vecino Spiderman») por sus conciudadanos, que a través de su aprobación en cierta forma le absolverán de su interiorizado «pecado» de narcisismo y egoísmo. «¿Por qué no puede conseguirlo?» No sólo porque esos remordimientos nunca le abandonarán, sino porque, en una especie de escalada, tan pronto como empieza su «vida pública» como superhéroe empiezan a aparecer también supervillanos con poderes que suben las apuestas, por así decirlo, que perpetúan la sensación de que Nueva York se ha vuelto un lugar aún más peligroso. «¿Qué hace al respecto?» Seguir con su campaña unipersonal contra el crimen contra toda marea, aunque «eso no funciona» porque parece superado por los poderes y malicia del Duende Verde y, encima, el redactor jefe del Daily Bugle empieza una campaña de prensa contra él, llamando a las autoridades a detener a ese vigilante que se toma la justicia por su mano y culpándole de la misma violencia que trata de impedir. «¿Cómo acaba todo?» Los repetidos esfuerzos de Spiderman por detener los crímenes del Duende Verde acaban atrayéndole la simpatía de al menos una parte de sus conciudadanos (aunque Jonah J. Jameson le sigue odiando visceralmente) y culminan con éxito al derrotar a su enemigo, que accidentalmente se empala a sí mismo con su aerodeslizador, aunque en el proceso la victoria se convierte en una derrota al descubrir que el Duende es Norman Osborne, el progenitor de Harry, su mejor amigo, que ya para siempre responsabilizará a Spiderman de la muerte de su padre.

Ésta es una buena herramienta para escritores, amado lector: recuerda las preguntas que debes hacerte:

1. ¿De quién se trata?

2. ¿Qué quiere esa persona?

3. ¿Por qué no puede conseguirlo?

4. ¿Qué hace al respecto?

5. ¿Por qué eso no funciona?

6. ¿Cómo acaba todo?


Si como escritor no eres capaz de contestar estas seis simples preguntas, ya te cuento que tu historia tiene un problema de proporciones nachovidalianas. Vamos, que no tienes historia para tu libro de mierda.

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