miércoles, 15 de abril de 2020

No todo lo de ahí afuera apesta (contenido no patrocinado por el Covid-19)

"I’m stranded on Mars.
I have no way to communicate with Earth.
I’m in a Habitat designed to last 31 days.
If the Oxygenator breaks down, I’ll suffocate. If the Water Reclaimer breaks down, I’ll die of thirst. If the Hab breaches, I’ll just kind of explode. If none of those things happen, I’ll eventually run out of food and starve to death.
So yeah. I’m screwed."

En Paratroopersdon'tdie nos hemos tirado a la yugular de vete tú a saber cuántas adaptaciones cinematográficas de libros y cómics, las más recientes It: Chapter II y Dr. Sleep. Sin por ello obviar las evidentes dificultades de traducir un libro a una película (porque de eso se trata, de coger una historia redactada en un determinado lenguaje, con una gramática establecida, y trasladarla a otro lenguaje diferente, con una gramática propia), hemos arremetido contra todas aquellas adaptaciones que fracasaban en transportar ese libro a la pantalla ya fuese por emplear medios inadecuados, desfigurar la obra original hasta hacerla desaparecer, partir de una lectura incorrecta o sesgada del material original, limitarse a copiar lo que otros han hecho, plegarse a la tiranía de un formulario elaborado por un departamento de márketing o NO TENER LOS COJONES de hacer el trabajo como debía haberse hecho.

Y esa reiteración en el tema «joder qué malas son las adaptaciones de libros» puede transmitir el mensaje de que, a nuestro juicio, TODAS las adaptaciones de libros son malas, mensaje clasista y prepotente que reduciría esta bitácora al proverbial ventilador de un hater de mierda.

Y no, no todas las adaptaciones de libros son malas.

The Martian es un digno ejemplo de ello.

La película de Ridley Scott adapta la novela de Andy Weir, y es probablemente una de las mejores adaptaciones cinematográficas de una novela que se han hecho jamás, así como la única película de Ridley Scott desde El consejero que no da mucho asco.

La historia recoge los esfuerzos del astronauta Mark Watney por mantenerse vivo en Marte después de que sus compañeros, dándolo por muerto, hayan abandonado el planeta rojo dejándolo atrás. La única posibilidad de Mark es sobrevivir hasta la llegada de la próxima misión a Marte, y para lograrlo Mark tiene que ingeniárselas para proveerse de aire, agua y alimento en un mundo en el que no hay prácticamente nada, o directamente nada, de ninguna de esas cosas. Y, al principio, ni siquiera puede contar con el consejo y guía de los cerebros de la NASA, porque por carecer hasta carece de un medio de ponerse en contacto con la Tierra (fue la antena de la radio de alta ganancia, arrancada por una tormenta de polvo, la que empaló a Mark, rompiendo en el proceso su monitor médico, y haciendo que sus compañeros de la misión ARES le diesen por muerto).

Se han escrito muchas cosas acerca de esta película, y del libro en el que se inspira, casi todas ellas referentes a la verosimilitud de la misión espacial, de la descripción de Marte y de la tecnología que se presenta en la historia. Pero no es aquí donde vamos a señalar que la ausencia de una atmósfera y su baja gravedad impide que se produzcan en marte los vientos huracanados que son, en definitiva, el McGuffin de The Martian; o que los trajes presurizados que emplean los protagonistas son inverosímiles (un traje de vacío como el que emplean los astronautas en sus paseos espaciales es muchísimo más grueso, mucho menos flexible de lo que sugieren tanto la novela como la película, además de ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE de ajustar sin ayuda externa), o que la radiación a la que Mark estaría expuesto mientras esperaba rescate lo expondría a tener una vida muy corta y llena de cáncer. No entraremos al trapo porque ése no es el propósito de esta bitácora.

Esta entrada solo tiene el propósito de señalar The Martian como la excelente adaptación de un libro que es.


Hay que admitir, de entrada, que Ridley Scott partía con ventaja; y es que he leído pocos libros más cinematográficos, más fáciles de adaptar que la novela de Andy Weir. Casi parece que hubiese escrito su libro con la película en mente. De hecho, solo hay dos escenas clave, y un plano, que echo de menos en la película: el momento en que el rover marciano derrapa y vuelca en el cráter Schiaparelli, la forma ingeniosa con la cual Watney, aislado una vez más de la Tierra, detecta, establece el tamaño y dirección de una segunda tormenta de polvo que podría haberle, esta vez sí, matado, y el momento en que Mark llega al MAV (Mars Ascent Vehicle) que ha de devolverle a casa y celebra su victoria. El resto, con algunas concesiones inevitables para que Scott pudiese hacer suya la historia, está ahí. Hasta la última coma. Todos y cada uno de los retos que Mark debe superar para mantenerse con vida está ahí. Todos sus problemas y todas las soluciones que les aplica. Todas y cada una de las putadas que Marte, convertido en un personaje más, le hace para fustrar sus esfuerzos y convertirlo en polvo. Polvo marciano.
"Really looking forward to not dying."
Mark cultiva patatas (si quieres saber cómo cojones consiguió patatas en Marte, léete el libro o bájate la peli, aprovechando la pandemia) usando sus propias heces (y las del resto de la tripulación) como abono. Mark piratea la sonda Pathfinder (después de localizarla y desenterrarla) para comunicarse con la tierra. Mark vandaliza el segundo rover de la misión para proveerse de lo necesario para un viaje a larga distancia que le granjee siquiera alguna posibilidad de sobrevivir. En un planeta y en unas circunstancias en las que un agujero del tamaño de un grano de arena en su traje de presión podría matarle, Mark descompone los problemas en tareas más pequeñas y se las compone para resolverlas una por una, en orden de prioridad, y de esa manera gana unas horas más, un día más, una semana más a la espera del rescate.

Pero Mark también la caga. Porque no es infalible. Y después de armar un quilombo de la hostia, Mark Watney tiene que discurrir cómo arreglar el Cristo que él mismo ha provocado. Mark fríe la radio del Pathfinder, su único contacto con la Tierra, al apoyar en él un taladro con una salida a tierra sin protección. Obligado a economizar toda la energía posible para funciones vitales, Mark rescata el RTG para emplearlo como calefactor del rover marciano en sus expediciones. Mark se hace la picha un lío con las reacciones químicas e inunda el hábitat, su único refugio, con una atmósfera rica en hidrógeno, extraordinariamente inflamable, y tiene que comerse el tarro para arreglar el marrón.
"It’s Hydrogenville in the Hab.
I’m very lucky it hasn’t blown. Even a small static discharge would have led to my own private Hindenburg.
So, I’m here in Rover 2. I can stay for a day or two, tops, before the CO2 filters from the rover and my space suit fill up. I have that long to figure out how to deal with this.
The Hab is now a bomb."
Eso hace que Mark sea un personaje aún más atractivo: comete errores, se descuida, se enfada, se cabrea, blasfema, tiene que chuzarse Vicodina a pasto y chapucear una bañera para darse un baño caliente porque de tanto trabajo físico tiene la espalda hecha mixtos.

La actuación de Matt Damon realmente ayuda a meterse en la película. Su composición de Mark es tan fiel al libro, tan desenfadada, sin excluir la gravedad de los momentos de suspense y drama, que puedes casi ponerte la peli mientras lees la novela y oir la voz de Damon como narrador (en la práctica sería una estupidez, porque los diálogos han sido adaptados para la película, y por eso he usado el «casi» antes del «ponerte»). Y además, si eres un puto freak, si te gustan la ciencia-ficción, los cómics y los juegos de rol (los de mesa, no los de marranos), en seguida reconoces a Watney como a uno de los tuyos. Un freak, pero un freak exitoso que ha logrado algo que tú jamás lograrás por mucho que lo intentases: alcanzar las estrellas y compartir tienda de campaña con Jessica Chastain. Nuestra marca de pelirroja.


Esos pómulos. ¡Esos pómuloooooghssssss!
Insisto: lo de Ridley Scott con esta película tiene medio mérito porque Andy Weir se lo puso realmente fácil a cualquier hipotético director de cine porque su novela es realmente cinematográfica, tiene la estructura y el ritmo de una película de aventuras y cierto sabor añejo a los pulps de ciencia-ficción de los 50 y 60 que escribían señores como Asimov, Heinlein, Arthur C. Clarke y de los que Andy Weir se declara adicto. Mark Watney no es un superhéroe, es un científico que afronta obstáculos potencialmente letales y los supera (o al menos los palía) con ciencia. Usa las meninges antes que el músculo. Lo único que le diferencia de esos sabios cerebrales y analíticos de la Edad de Oro de la ciencia-ficción es su sentido del humor deliciosamente profano y su actitud transgresora.
"[11:52] WATNEY: The crops are potatoes, grown from the ones we were supposed to prepare on
Thanksgiving. They’re doing great, but the available farmland isn’t enough for sustainability. I’ll run out of
food around Sol 900. Also: Tell the crew I’m alive! What the fuck is wrong with you?
[12:04] JPL: We’ll get botanists in to ask detailed questions and double-check your work. Your life is at stake, so we want to be sure. Sol 900 is great news. It’ll give us a lot more time to get the supply mission together. Also, please watch your language. Everything you type is being broadcast live all over the world.
[12:15] WATNEY: Look! A pair of boobs! -> (.Y.)"
Que Ridley Scott renunciase a intervenir en el guion y a imponerle a la película su sello de autor, es algo que, después de ver Todo el dinero del mundo («todos los italianos son sucios, sudorosos y violentos y todas las italianas unas putas o trabajan para la Mafia»), Alien: Covenant («En realidad, lo que me saca de cama cada mañana es mi deseo de encontrar nuevas formas de lograr que la gente a la que solían gustarle mis películas me odien a muerte») y Prometheus («En realidad ya hace la tira de años que me la pela todo muchísimo»), no terminaremos nunca de agradecerle. De hecho, ésta es la menos Ridley Scott de todas las películas de Ridley Scott que he visto en años, y nunca creí que acabaría diciendo eso como un elogio. La de vueltas que da el mundo. Lejos de intentar estampar su firma en el largometraje, Scott se limita a hacer de mercenario y entrega una película cinematográficamente irreprochable, y quizá debería plantearse hacer eso más a menudo, además de no volver a trabajar con Damon Lindelof. Está claro que no hacen buena pareja.

Y sí, hay infodump, imprescindible en una novela de estas características, obligada en su condición de homenaje a la ciencia-ficción de los «escritores sabios» de los 50 y 60, que aprovechaban sus desbarres sobre amazonas espaciales para darte una lección de mecánica orbital, pero el volcado de datos en The Martian no se presenta en la forma atosigante, pedante y torpe que hemos denunciado otras veces. Si no te interesan la exploración espacial ni la física y no tienes ni repajolera idea de qué mierdas es un RTG (Radioisotope Thermoelectric Generator, básicamente una cápsula llena de plutonio 238 que transforma en electricidad el calor de su propia descomposición atómica), Andy Weir se toma unos párrafos para explicártelo, pero no rompe el ritmo de la narración para soltarte turra y más turra que no viene a cuento solo para que admires lo larga que tiene la documentación, Y NO ESTOY MIRANDO A NADIE.

Gracias, Andy.

Pero lo que me parece todavía más apasionante no es la historia que el libro cuenta y la película adapta (historia que me ha encantado), sino la historia del libro en sí y de su autor, que se convirtió en novelista de éxito por accidente. Y eso es algo que le envidiamos mucho.

"I like writing, but I also like regular meals and I wanted sleep somewhere rather than a park bench so I went into computer programming."
Andy escribió su primer libro estando en la universidad. Cuenta que mientras lo escribía no paraba de decirse a sí mismo: "This is bad. This is crap." Por suerte, cuando lo escribió aun no existía Internet ni mierdas de esas, así que no encontrarás copias electrónicas de esa opera prima deleznable y la única copia física está en poder de la madre del autor, que la guarda celosamente.

Andy trabajaba como programador informático, porque lo de morirse de hambre y ser asociado con maricones y podemitas no le atraía lo más mínimo, y escribía, en sus ratos libres, obras más o menos malísimas que a él mismo le repelían, y las publicaba en su página web personal, donde comenzó a tener un cierto feedback de sus lectores y se labró una pequeña audiencia.

Andy Weir
no se sentó a escribir la obra que le haría famoso, y rico, hasta que, accidentalmente, se hizo con un colchón económico que le permitió dedicarse exclusivamente a escribir por un período de tres años. Sucedió cuando le despidieron de su trabajo en AOL (justo cuando la fusión con Netscape) y fue informado de que tenía la obligación contractual de vender, en un plazo de dos meses, todas las acciones de la compañía, que había recibido como complemente de su sueldo y a las que nunca había prestado excesiva atención. Caprichos de las moiras, resultó que cuando Andy Weir vendió sus acciones de America Online, éstas habían alcanzado su máxima cotización ever, con lo que el atónito Andy Weir se hizo con un buen fajo y pensó «hey, tengo pasta pa' quemar antes de verme tan apurado como para buscarme otro curro. ¿Por qué no me siento ahora mismo a escribir en serio? Si no lo hago ahora, no lo haré nunca». En sus propias palabras: «I was like, “I can live for years on this without having to work. I’m gonna take a shot at being a full-time writer.”»

Y eso fue lo que hizo.


Andy escribía por pasión. Escribía lo que le apetecía. Pasaba las tardes con sus amigotes, llegaba a casa, escribía hasta las cinco de la mañana y se iba a cama hasta la una o las dos de la tarde. No era todavía The Martian, pero era indiscutiblemente mejor que su primer intento. Eso sí, cuando empezó a tomárselo en serio y buscó agente literario o editor que pudiera estar interesado en la obra se dio con los dientes contra ese muro de negativas que todos, sí, todos, hasta LLei Kei Roulin, conocemos con cada hueso de nuestros cuerpos. Tres años de esfuerzos quedaron en nada. La pasta estaba a punto de acabársele y Andy renunció a convertirse en escritor profesional y se puso a buscar laburo otra vez.
«At that point, I said, “I gave [writing] a try. I don’t have to wonder what might have been, but it’s time to face reality: I am a computer programmer.”»
Andy había intentado convertirse en escritor profesional, no había conseguido un contrato de edición y volvió al mundo que conocía, a hacer el trabajo de toda su vida, convencido de que su oportunidad había pasado de largo o de que no tenía posibilidades de ver su obra publicada.

Fue en ese contexto en el cual Andy Weir empieza a escribir The Martian. Pero ya no era la misma persona. Ya no era el mismo escritor. Tenía tres años de experiencia en la chepa, tres años dedicado exclusivamente a escribir. Tres años de trinchera, de cartas de rechazo y de frustración. Ya recolocado en la industria de picar código como si no hubiera un mañana, Andy retomó una novela que había empezado cuando vivía en Boston, y esa obra era The Martian.

Andy escribía en sus ratos libres. Escribía lo que le daba la gana y, capítulo a capítulo, publicaba la obra en su página web, que llegó a tener una lista de correo de unos 3 000 lectores (que ya los quisiéramos en el Paratroopers), algunos de los cuales le sacaban los colores. «No es posible catalizar la hidrazina como lo describes en tu libro». «¿Eres consciente de que cuando exhalamos no todo lo que sale de nuestros pulmones es dióxido de carbono, sino también oxígeno no metabolizado? Porque de lo contrario no serviría de nada hacerle a alguien RCP. Lo matarías».


¡Arfs arfs, pómulos aaaaaarfs!
"I was challenging anybody to find scientific inaccuracies. All the little nerds cracked their knuckles. That was like having 3,000 fact-checkers, which is awesome. They’re not gonna let you slide on shit. They found a lot, and that’s exactly what I wanted."
Cuando el libro estuvo corregido y terminado, Andy lo subió a su página web y probablemente se habría olvidado de él de no ser por las peticiones de sus lectores.

«Hey, Andy, tío, me encanta tu libro pero me fatiga un montón leerlo en tu página web. ¿Podrías currarte una edición en eBook?»

Y Andy lo hizo.

«Hey, Andy, tío, me encanta tu eBook pero soy un completo negado con la tecnología y no consigo cargarlo en mi Kindle. ¿Podrías currarte una edición para Kindle y subirlo a Amazon?»

Y Andy lo hizo. Y las recomendaciones de los lectores pusieron The Martian entre las obras más vendidas de Amazon, de la categoría de ciencia-ficción al cielo.


Y para cuando Random House estaba buscando un nuevo libro que arrojar al mercado, se informó de lo más vendido en Amazon en aquel momento dado, encontraron The Martian y se pusieron en contacto con Andy Weir.

Y para cuando Twentieth Century Fox se puso a buscar un nuevo éxito de taquilla o un nuevo trabajo con el que mantener ocupado a Matt Damon, se fijaron en The Martian y se pusieron en contacto con Andy Weir para negociar la opción preferente para convertir la novela en una película.


Sí, por abracadabrante que suene, los tratos para la edición profesional del libro y los tratos para los derechos cinematográficos llegaron casi al mismo tiempo. Mientras Andy seguía en su cubículo, depurando líneas de código como un Oompa-loompa de la programación cualquiera. Supongo que al recibir la noticia se fue a casa a tocarse el pene durante un buen rato.

¡Florgsflargasblasplaaaaaass!
El libro, que ya era un éxito de ventas en Amazon, se convirtió en un éxito internacional, y la película se convirtió en otro éxito internacional que relanzó las ventas del libro, para regocijo de Andy Weir y de su asesor financiero.

Y algunos años después, un gilipollas se sentó a escribir sobre ello en su mierda de bitácora sin lectores, aprovechando una época flojita por causa de cierto coñavirus, como ejemplo perfecto de traslado de un libro a una película.

Varias lecciones se pueden extraer de esta experiencia:

1. Asegúrate las lentejas y escribe en tu tiempo libre. Dale las gracias a Andy Weir.

2. Que rechacen tu libro todos los editores del universo no significa que sea malo, sino que también los editores pueden ser gilipollas.

3. Búscate lectores cero que encuentren los errores de tu novela (tranquilo, los tiene) y te ayuden a perfeccionar.

4. Andy Weir tiene una suerte que probablemente no se merece y que le envidiamos muchísimo. Por otra parte, no puede negarse que hizo las cosas en el orden correcto.

5. No todas las adaptaciones de libros son una puñetera mierda, y The Martian es buena prueba de ello.
Ahí queda eso.

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