sábado, 24 de marzo de 2018

No lloraré sobre la tumba de Michael Cimino (I)

Sabes que empiezas a hacerte viejo cuando recuerdas tiempos mejores.

Porque, en realidad, los tiempos pasados no fueron mejores. Solo te lo parecen ahora, cuando estás ya más que harto de chingar con La Nostalgia, esa prima del pueblo, hija incestuosa y promiscua de tio Afrodisio y tía Falopia, que por «una Coca Cola de limón» fingirá que eres el empotrador de sus sueños, nivel Grigori Iefimovich, como poco. 

Pero lo cierto es que sí recuerdo una época en la que el Arte solía estar en manos de los artistas, no de los mercaderes. 
Grigori Iefimovich: intentó matarse follando. Al final, le pegaron siete tiros.
Porque cuando pones el arte en manos de fenicios, lo único que puedes esperar es un público dividido y cabreado, una crítica estupefacta y, lo peor de todo, la estandarización de producto.

¿Sabes lo que significa estandarización? Significa mediocridad. Significa poner el listón de la creatividad al nivel del tonto más embrutecido del pueblo, supeditar la originalidad a los caprichos de una fórmula ya probada y diseñada por un departamento de marketing, castigar el esfuerzo, menospreciar el talento, recompensar la sumisión y la pereza. Matar el Arte.

Y la culpa de esto no la tiene Yoko Ono (ni el espíritu de Lennon que le sale por los poros), la tiene el pobre de Michael Cimino, recientemente fallecido.
Este señor.
La puerta del cielo, la película con la cual el director neoyorquino dilapidó todo el crédito artístico obtenido con El cazador y arruinó a la United Artists, es la excusa que todas las grandes productoras de Hollywood esgrimen para no volver a darle carta blanca a un artista JAMÁS. Y es que Cimino se gastaba la pasta de la United en el rodaje de su gran epopeya americana con la alegría de alguien convencido de que en algún oscuro sótano de la UA tenían una máquina de imprimir billetes.

Entre otras carísimas cipotadas, Cimino hizo traer un tren de época de un museo de Colorado para una toma que duraba un par de minutos. Cimino mandó demoler un decorado ya terminado (TODA una calle) y reconstruirlo de nuevo porque no le gustaba la distancia a la que habían quedado las casas. Cimino grabó más de doscientas horas de metraje. En celuloide, que no se puede reutilizar. DOS-CIENTAS horas. Cimino hizo regar a diario la hierba de un campo en el que pretendía filmar una batalla cuyo rodaje duró un mes y que, para sorpresa de todos los implicados, concluyó sin que nadie se matase en el proceso. Cimino llegó a posponer horas, HORAS, el rodaje de un mísero plano de pocos segundos porque las nubes no estaban en la posición correcta, o las sombras no caían a su gusto, o la luz no era la adecuada; lo cual no solo demuestra que era un maniático, sino que tampoco veía Barrio Sésamo.

HORAS de extras y técnicos sentados sobre la hierba. Sin hacer nada. Sin ni siquiera un bocadillo o una revista para pasar el rato.

Algunos de los mejores actores del momento, y Kris Kristofferson, sentados en la hierba y cobrando, básicamente, por tocarse los cojones. 

Cimino parecía empeñado en hacer quebrar a United Artists.

Misión cumplida.
Nadie ha visto la película que quería hacer Cimino. Y nadie la verá. Nadie se sentará ante una pantalla a ver esas cinco horas y veinticinco minutos de metraje a las que, con un esfuerzo agotador, el megalómano director de cine logró reducir su monstruo.
(Personalmente opino que Cimino se había equivocado de formato. Es evidente que su historia clamaba a gritos por convertirse en una serie de televisión. Pero, en 1979, ¿a quién se le habría ocurrido gastar tremendo pastizal en una puta serie de televisión, que, hasta no hace tanto, en Hollywood se consideraba el equivalente a criar a una hija para después emplearla en un burdel?)

(Al año siguiente, Jerry London demostró a todos los ejecutivos y vacas sagradas de Hollywood que sí había mercado para una superproducción dirigida a televisión. Lo cual solo demuestra que, hasta en la industria del cine, el número de tontos es infinito).
A Michael Cimino hay que agradecerle que los directores de cine hayan perdido el poder de que disfrutaban antaño. De que las decisiones creativas en el Séptimo Arte las tomen ahora comités de ejecutivos, no artistas.

Comités de ejecutivos que no saben hacer cine, porque no es su campo y porque nadie espera de ellos que sepan; comités de ejecutivos que solo deben lealtad a sus bonus semestrales, que pueden estar motivados por intereses espurios y que, como se ha visto en ejemplos recientes, ni siquiera son de ninguna utilidad real para pararle los pies a los Michael Ciminos del mundo.
(Porque en realidad, los ejecutivos, de hacer cine, no tienen ni zorra, así que no les queda otra que recurrir a los directores de toda la vida y presionarlos para que se ajusten a las características del último éxito de taquilla, y desfigurar el resultado final, o dejarlos a su aire y que sea lo que Dios quiera).
Y no, no estoy reivindicando el derecho de un director a arruinar a sus productores (que, para empezar, nunca debieron ponerse a sí mismos en la situación de que un director pasado de vueltas, por mucho que se llamase Michael Cimino y acabara de ganar cinco Óscars, pudiese llevarlos a la quiebra).

Estoy tratando de explicarte por qué el nuevo sistema no funciona. Por qué ese sistema es también culpable de que ya todas las películas me parezcan iguales.
(Que es el mismo sistema responsable de que todas las canciones, todos los libros y casi todas las series de televisión me parezcan iguales).
¿Nos cansaremos algún día de hablar de esta peli?
Todo lo que los ejecutivos de la Metro Goldwyn Mayer llegaron a ver de 2001 hasta que Kubrick les presentó el montaje definitivo fueron doscientos folios en blanco pulcramente encuadernados y con un título en letras doradas: 2001, una odisea del espacio.

Fue una apuesta arriesgada, y estoy seguro de que más de un directivo de la Metro anduvo ligero de vientre hasta que concluyó el rodaje.
(Y también estoy seguro de que ese mismo directivo, cuando vio la peli, se cagó vivo).
No sé si un director de cine (o un escritor, o un guionista) debería gozar de semejante poder sobre el dinero de otro.

Pero sí sé que un artista debería gozar de algún poder sobre su propia obra.

Si un estudio de cine te contrata para rodar una película será porque confía en tu talento, en tu capacidad para narrar con imágenes en movimiento, en tu profesionalidad; o porque se han asomado a tu peculiar narrativa, a tus marcas de estilo, las han saboreado, les gustan y quieren incorporarlas a un proyecto patrocinado por ellos.

Porque si no ¿para qué coño iban a contratarte si lo único que quieren es que ruedes otra película indistinguible de la que podría haber perpetrado cualquiera de los nobles mercenarios de la industria?
La Twentieth Century Fox contrató a Josh Trank para rodar el reboot de Los 4 fantásticos (antes de que sus derechos para la pantalla revirtiesen a Marvel, a la sazón ya una división de Disney) porque les había encantado Chronicle. De creer lo que el propio Josh Trank dijo de su proyecto para Los 4 fantásticos, en un tweet de 2015 posteriormente borrado (pero no antes de que alguien, je je, jódete, Josh, hiciese capturas de pantalla), él tenía una película estupenda (baja, Modestia, que sube Josh), pero los malvados ejecutivos de la Fox le engañaron desde el principio y mutilaron su obra mestra.
"I told them I would take on the project if given creative control, and they agreed. Fox loved my ideas."

«Les dije [a los de la Fox] que aceptaría el encargo si me daban control creativo, y estuvieron de acuerdo. A la Fox le encantaban mis ideas [para Los 4 fantásticos]».
(O sea, que Josh Trank es gilipollas o escogió creerse las mentiras de los ejecutivos de la Fox).
Me resulta imposible leer este tweet y no interpretarlo como un berrinche. El intento de un niñato narcisista de autojustificarse.
"First, they said I was making it too drama-heavy and to add in some action scenes. I told them I take the film very seriously and to trust me with the final product. Many of the scenes I shot and filmed were not approved by Fox."

«Primero, [los ejecutivos de la Fox] dijeron que yo estaba cargando demasiado [la película] de drama y añadiéndole algunas escenas de acción. Les dije que me tomaba la película muy en serio y les pedí que me confiasen el producto final. Muchas de las escenas que yo rodé no fueron aprobadas por la Fox».
¿Lo pillas? No es que Josh Trank no tuviese un buen proyecto o fuese incapaz de dirigir una película del tamaño de Los 4 fantásticos. Es que todos los demás implicados en el rodaje estaban celosos de su talento y le ponían palos en las ruedas todo el rato.
(Sí. Es sarcasmo).
Por si no había quedado claro.
Y sin embargo, los que seguíamos las noticias sobre la producción de este largometraje nos temíamos un desastre desde el minuto uno. Porque las noticias que nos llegaban del otro lado del océano destacaban la pésima relación del director con el reparto y el equipo técnico. Literalmente no se hablaba con ellos fuera de las horas de trabajo. Se encerraba en su caravana y pasaba de ellos como de la mierda.

Es muy significativo recordar que Josh Trank iba a rodar un spin-off de Star Wars... hasta que llegaron a Lucasfilm las primeras noticias de su comportamiento en el plató de Los 4 fantásticos, y Josh fue fulminantemente finiquitado.
"My original cut 140 minutes. I had planned on the teatrical cut being around 120-130 minutes. The version you see in the theaters is 98 minutes long. What are you seeing is a botched version of my film."

«Blablabla bla blá, todos gilipollas menos yo.»
Aunque me resulta imposible, y mira que lo he intentado, simpatizar con Josh Trank, tan convencido de que todo el mundo, menos él, tiene la culpa de que sus 4 Fantásticos sea una puta mierda fermentada, lo cierto es que vi Chronicle y vi el reboot de Los 4 fantásticos con La menos agraciada de las hermanas Mara.

Y no me puedo creer que sean obra de la misma persona.
Lo siento, Kate, pero sigo prefiriendo a Rooney.
No es que las dos primeras películas de gran presupuesto de Los 4 fantásticos fuesen buenas.

Para nada.
Susan, Reed, Johnny y Mecagondiós¿esunabroma?
Joder, aquellas pelis eran de juzgado de guardia.
(Por no entrar a valorar la primerísima película de Los 4 fantásticos, esa blasfemia de 1994, peor que un cáncer de carallo, que la Fox sólo filmó porque estaban a punto de caducarle los derechos cinematográficos sobre los personajes; esa película que, aunque rodada en los noventa, tenía los mismos escenarios de corchopán y efectos especiales de saldo que las adaptaciones de Spiderman y El Capitán América rodadas en los 70; joder ese ñordo tan analmente aborrecible como un supositorio de carburo que ni siquiera llegó a estrenarse, ¡y que, AY, ojalá Jack Kirby mártir nos hubiese impedido ver!)
Cualquier capítulo de cualquier temporada de Dr. Who tiene más dignidad que esto.
Los largometrajes de Los 4 fantásticos en los que sale nuestra venerada Jessica Alba (¡que la UNESCO declare su boca patrimonio de la humanidad!) eran tan malos que el crítico de cine David Edelstein, en un derroche de generosidad, opinó talmente esto de la primera peli de la franquicia:
"[...] Fantastic Four (20th Century Fox) [...] is about what you'd expect from the genre: an overinflated B-movie with no grace, no subtext, no wit, and featuring beefcake/cheesecake actors who look like they've been plucked from the soaps. It's the sort of "franchise" picture that the studios want—impersonally directed (by Tim Story) and free of risky, offbeat casting and messy emotional excess. Will it be a hit? Maybe the fanboys will welcome the film as a relief from all the self-conscious artistry. More likely, they've been spoiled by the stylings of Raimi, Logan, Bird, etc., and will hate how disposable their beloved Fantastic Four has become."

«[...] Los cuatro fantásticos (20th Century Fox) [...] va de lo que esperarías del género [de superhéroes]: una serie B sobredimensionada con cero gracia, nada de subtexto, sin talento, y representada por niños bonitos que parecen arrancados de un culebrón. Es la clase de película "franquiciada" que los estudios quieren que sea dirigida impersonalmente (por Tim Story) y libre de temeridades como un reparto sorprendente o excesivas complicaciones emocionales. ¿Será un éxito de taquilla? Puede que los aficionados acojan la película como un descanso de todo ese incómodo marchamo de autor. Muy posiblemente han sido malcriados por los estilos de Raimi, Logan, Bird, etcétera; y odiarán lo desechables que se han vuelto sus queridos Cuatro Fantásticos».
Lo único que se salva de la peli. En serio.
Y, palabrita del niño Jesús, la de David Edelstein es la opinión más suave y menos corrosiva que he encontrado. La crítica de Roger Ebert, por ejemplo, podría resumirse en una frase tan directa y contundente que no necesita traducción:
"Are these people complete idiots?"

¿Qué habría pensado de ESTO?
Mira si las dos primeras pelis de Los 4 fantásticos eran malas que hasta una mala actriz como Jessica Alba (beso sus tiernos mofletes) se dio cuenta de lo malas que eran:
"The director [Tim Story] was like, ‘It looks too real. It looks too painful. Can you be prettier when you cry? Cry pretty, Jessica."

«El director [Tim Story] estaba en plan: "Resulta demasiado real. Parece demasiado doloroso. ¿Puedes estar más guapa cuando lloras? Llora [sin dejar de estar] guapa, Jessica"».
Como si fuese anatómicamente capaz de llorar de otra manera.
Tan consciente, de hecho, que el rodaje de esas dos películas estuvo a punto de lograr lo que no lograron ni el truño de Inmersión Letal ni la diarreica The Eye: que nuestra amada Jessica se plantease muy seriamente poner fin a su carrera como actriz.
"He [Tim Story, otra vez] was like, ‘Don’t do that thing with your face. Just make it flat. We can CGI the tears in.’ And I’m like, But there’s no connection to a human being. And then it got me thinking: Am I not good enough? Are my instincts and my emotions not good enough? Do people hate them so much that they don’t want me to be a person? Am I not allowed to be a person in my work?"

«Él [Tim Story, once more] estaba en plan: "No hagas eso con la cara. Hazlo plano. Podemos añadir las lágrimas por ordenador". Y yo diciéndome "pero no hay conexión alguna con un ser humano". Y eso me hizo preguntarme: ¿No soy lo bastante buena? ¿Mis instintos y mis emociones no son lo bastante buenos? ¿La gente los odia tanto que no quieren de mí que sea una persona? ¿No se me permite ser una persona en mi trabajo?».
Fue la última en enterarse de que solo la contrataron porque la consideraban un bonito cacho de carne.
Las primeras dos superproducciones de Los 4 fantásticos eran malas con ganas, pero al menos tenían a la divina Jessica Alba, ¡que jamas se le acabe el tinte rubio, y que sus latinos labios jamás pierdan su turgencia!
Amén.
Los 4 fantásticos de Josh Trank no tienen ni eso. Nada. Ni siquiera tienen a Josh Trank, (desde luego no el Josh Trank de Chronicle).

La Fox contrató a Josh Trank para que le diese su particular toque de autor a Los 4 fantásticos y después le quitaron todo el poder creativo y le exigieron que rodase tan solo otra película de Los 4 fantásticos. Cualquiera. La que fuese. Una película que, por no tener, no tenía ni a Jessica Alba, o sea la única razón por la cual fui al cine a ver las dos anteriores.
¡La de truños que nos habremos visto solo porque aparecía ella!
Era el dinero de la Fox. Era su decisión.

Pero si en la Fox querían más de lo mismo, si sólo querían otra «overinflated B-movie with no grace, no subtext, no wit, and featuring beefcake/cheesecake actors who look like they've been plucked from the soaps», en palabras de Edelstein, ¿por qué coño contrataron a Josh Trank cuando podrían haber resuelto igual de bien (o sea igual de mal) la papeleta con cualquier mediahostia de segunda división, que, además, les habría salido muchísimo más barato?
(Y ¿por qué coño no le pusieron de patitas en la calle, como finalmente hicieron, cuando todavía estaban a tiempo de enmendar la gran cagada?).
¿Es que en Hollywood viven en perpetua tensión entre sus pretensiones de arte y sus ansias de pasta?
(O, si lo prefieres, ¿es que en Hollywood son como Emilio Aragón, que toda la vida fue un muy digno payaso pero está obsesionado con que la gente lo considere un artista?).
Las productoras de cine nos dicen que lo suyo es hacer películas. Pero es mentira. Lo suyo no es hacer películas. Lo suyo es hacer dinero. Cuanto más, mejor.

Y el dinero es cobarde.

MUY cobarde.
A mí esto me pasa a diario. ¡Si va a ser cierto que veo demasiado porno!
Yo opino, simplemente, que Josh Trank, que, de justicia es recordarlo, antes de Los 4 fantásticos sólo había dirigido una película y cinco capítulos de la serie The Kill Point, no tenía ni la experiencia ni la cabeza ni la sangre fría para ocuparse de una superproducción como Los 4 fantásticos; un monstruo de 120 millones de dólares.

Ciento v... ¿Puedes siquiera imaginar 120 millones de dólares? Porque yo no puedo. Bueno, pues la Fox le dio todo ese dinero a Josh Trank para que rodase su película. Y luego se limpiaron el culo con ella. Dos veces. Y media.

Porque el dinero tiene miedo. Especialmente de los monstruos que él mismo crea.

Los directivos de la Fox, que van por la vida de artistas, que intentan hacernos creer que lo suyo es hacer películas, le dieron a un completo novato 120 millones de dólares.
(Sí. Lo de poner a imbéciles a cargo de la pasta no ha cambiado nada desde la debacle de United Artists).
A cambio de ese dinero no esperaban recibir una película. Esperaban un retorno de 300, 400, 500 millones en taquilla. No querían riesgos. Confiaron en que Josh Trank rodase otra película de Los 4 fantásticos, la que fuese, siempre y cuando se ajustara al formulario de películas en las que inviertes cien kilos y ganas trescientos. Que es un formulario que nadie conoce, en realidad. Porque está cambiando todo el rato. Porque la gente también acaba harta de que le den siempre lo mismo, y entonces busca otra cosa, aunque solo sea por variar. Y entonces el formulario cambia, y hay que empezar a hacer las películas de otra manera, y entramos en un círculo vicioso al que no se le ve fin.

Porque el verdadero objetivo de toda productora de cine, de televisión, o editorial; no es crear ni difundir Arte, sino mantener saneado su balance contable.
(Y así nos luce el pelo).
Si alguna vez nos cansamos de 2001, péganos un tiro.
Por estos motivos y otros, los directores de cine tienen cada vez menos poder, sus películas tienen cada vez menos personalidad y el cine (la música, la literatura...) es, cada vez, peor. Todo lo que se salga de la fórmula establecida para hacer caja es inmediatamente rechazado. Joder, si hasta la puta fotografía de un largometraje se decide ya conforme a una paleta de colores estandarizada. ¿Es una de terror?, filtros azules. ¿Está ambientada en un futuro apocalíptico?, grises y tierras. ¿Transcurre en el desierto?, amarillos. ¿Se sale de lo habitual?, verdes. ¿Y los tráilers? ¿Quieres que hablemos de los tráilers? ¿No has notado algo extraño en todos ellos, últimamente; como que te recuerdan algo, como que ya los has visto antes, como que esto ringuea algunas de tus bels?

A eso se le llama estandarización.

A eso se le llama mediocridad.

A eso se le llama la muerte del Arte.

Que es lo que pasa cuando pones a ejecutivos al frente de las decisiones creativas. Directivos de estudio de Hollywood haciendo cine. Personas cuya máxima preocupación es mantener contentos a sus accionistas.

Porque los productores se acuerdan muy bien de Michael Cimino.

No quieren ver ni en pintura a otro Josh Trank.

Y están dispuestos a sacrificar en el altar de los beneficios corporativos a todas las Jessicas Alba del mundo.
¡Es igual, Jessie! ¡Nosotros te seguimos amando! ¡Y a tu ombligo también!
Y esta filosofía empresarial se ha hecho extensiva también a la industria editorial. Si quieres saber qué tipo de libro se está vendiendo bien en un determinado momento, no tienes más que darte una vuelta por un centro comercial y ver los desvergonzados clones expuestos en los lineales de la sección de librería: niños magos, elfos y dragones, noir sueco, sombras de Grey, palmeras nevadas, a cada cual peor que la original.

Y la concentración empresarial, la creación de grandes grupos de comunicaciones que engullen a otros más pequeños (como Disney, que se lo está comiendo literalmente todo y, créeme, no soy el único en pensar que es una mala noticia) tiene como consecuencia inevitable la estandarización de esa fórmula. La aniquilación del autor o su reducción a la figura de sumiso mercenario. El menoscabo de la originalidad y la entronización de los trabajos por encargo. De las franquicias. La filosofía McDonalds aplicada al Arte.

Lo cual supone un problema creciente. Un problema muy gordo. Y rastreable.

Sólo dos (y hasta esta cifra hay que pillarla con pinzas) de las veinticinco películas más taquilleras de 2017 eran guiones originales. El resto se reparte entre remakes, reboots, secuelas, adaptaciones de libros...
Lo que nos faltaba por ver: el autoplagio.
Y no, no es que los guionistas de Hollywood hayan olvidado cómo escribir una historia y los directores cómo dirigirla. Es que ya casi nunca tienen prácticamente ningún control sobre las historias que pueden y no pueden contar. Y, cuando lo tienen, es para echarse a temblar, porque, más allá de que esos directores estén viciados por el nuevo sistema McDonalds (que lo están), que les den carta blanca significa, literalmente, que a sus jefes se la trufa lo que hagan, porque han renunciado a cualquier pretensión de supervisar el rodaje y asegurarse de que no les cuelen otro Michael Cimino. Normalmente por las más mezquinas razones.

Cualquiera que haya estado atento no habrá dejado de notar que las películas de Pixar son cada vez peores desde que pasó a manos de Disney. Porque en Disney no viven de hacer películas, sino de crear franquicias y vender merchandising. ¿Por qué rodar una película de Cars y vender un DVD y una colección de figuras, cuando puedes rodar doscientas y multiplicar tus beneficios? Es más, ¿por qué no explorar otras posibilidades de esa misma fórmula? Rodemos Planes, Boats, Bikes, Trucks, Starships, Skates...
La primera película de Pixar que no vi porque me importaba, literalmente, un pijo.
Hay que encontrar un término medio. No puede consentirse que los Michael Cimino y los Josh Trank del mundo arruinen a sus jefes, pero debería ser posible encontrar un compromiso entre la honrilla del autor y el negocio.

Porque de lo contrario, le estarás dando a Zack Snyder una morterada de pasta para que haga una película con su conocido y reconocible marca personal de estilo y después gritarás como un energúmeno porque esa película de Zack Snyder es demasiado Zack Snyder.
«¿Oscuridad, apocalipsis, demonios? ¡Oh, Dios mío, Zack ¿qué cojones has hecho?!»
(Y contratarás a un competente mercenario para tratar de arreglar el desaguisado. Y la cagarás pero bien. Porque lo que esa peli requería era un borrón y cuenta nueva. Pero el reparto del bonus semestral estaba a la vuelta de la esquina, y no querías tener que explicar, en la próxima junta de accionistas, que iban todos a tener que poner más pasta en una peli que ya estaba terminada, o casi).
Michael Keaton huyó de Batman Forever cuando Joel Schumacher empezó a preguntar por qué era todo tan oscuro.
Como en todas las historias de perdedores, la gente tiene la tentación de colocarse al lado de Michael Cimino, llegando a hacer penosas defensas de su mutilada Obra Maestra, que nadie ha visto, presentándole como el epítome del creador talentoso arruinado por la codicia de una multinacional sin escrúpulos; metáfora del obrero enajenado por el capitalismo.

Y una polla.

Michael Cimino arruinó a la United Artists. Después de La puerta del cielo (44 millones de presupuesto, 5 de recaudación), ningún otro director volvió a rodar una película para la UA porque la United Artists había dejado de existir a todos los efectos, absorbida por la Metro Goldwyn Mayer, que la compró a precio de saldo. Michael Cimino impidió, con su megalomanía, ceguera, cabezonería y egoísmo, que ningún otro director de cine pudiese trabajar para UA.

¡United Artists! ¡La productora de cine creada por Mary Pickford, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y David Ward Griffith, hartos de que los grandes estudios de cine les explotasen, les negasen cualquier control sobre su trabajo y no hablemos ya de un salario digno!
Michael Cimino es el directo responsable de haber arruinado al último estudio clásico, fundado por cineastas como él, y firmado el certificado de defunción de lo que se dio en llamar «el nuevo Hollywood», ese movimiento cinematográfico caracterizado, hay que joderse, precisamente por conceder a los directores de cine un poder muy superior al de los productores; por primar el arte sobre el negocio. Y estoy hablando de la cultura cinematográfica que permitió el ascenso de directores como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, William Friedkin, Peter Bogdanovich, Dennis Hopper o Steven Spielberg entre otros, y en la que se gestaron títulos como Bonnie & Clyde, El graduado, Easy Rider, Annie Hall, El exorcista, The French Connection, El padrino, Taxi Driver y Chinatown, por poner solo unos pocos ejemplos.
(Sí, no todas esas películas fueron éxitos de taquilla, pero todas ellas son clásicos estudiados en todas las escuelas de cine dignas de ese nombre).
Y Michael Cimino clavó el último clavo del ataúd de esa época.

Por eso, y que me perdonen su familia y amigos, no derramaré ni una sola lágrima sobre su tumba.
(Aunque seguiré disfrutando como un cerdo con sus películas).
Sé que me estoy haciendo viejo porque ya empiezo a pensar que la poca dignidad que queda en el mundo del cine la atesora toda Asia Argento.
Éste exquisito súcubo italiano y tatuado.
Porque hay que tener la sorca a prueba de bomba para plantarse en la alfombra roja del festival de Cannes de 2013 y dedicarle este bonito gesto a la prensa:
¡Ole su vagina! ¡Ole, ole y ole!
(Con un par, Asia. Te adoramos. ¡No cambies nunca, nunca, nunca!).
Pero no sé de qué me quejo. Podría ser peor.

Y es, de hecho, MUCHÍSIMO peor.

Porque solo hay una cosa más infame, ignominiosa y encabronante que entregarle el control de la cultura a un yuppie engominado y sin talento, y es entregársela a un puto troll.

Y, lo creas o no, querido lector, eso ya está sucediendo. Por poner solo dos ejemplos: los fans de DC organizando campañas para cerrar rotten tomatoes, porque entienden que boicotean deliberadamente las pelis de DC, o los de Harry Potter afilando sus guadañas y encendiendo sus antorchas porque en la obra teatral de su idolatrado niño Vicente, Hermione Granger es (¡Anatema! ¡Excomunión!) negra.

Y los ejecutivos de los estudios de cine están tomando buena nota. Por eso contrataron a Joss Whedon para que volviese a rodar parte del metraje de La liga de la justicia de manera que pareciese menos una peli DC y más una peli Marvel; menos una película de Zack Snyder y más una de Joss Whedon; y por eso La liga de la justicia no pasa de buena película de dibujos animados, cuando debería habernos dado orgasmos de gusto, como Los Vengadores, pero con un tono diferente, distintivo, una identidad propia; no con las mismas paletas de colores, las mismas temáticas, el mismo ritmo y los mismos chascarrillos que Iron Man.

Pero da igual. Los directivos de los estudios de cine la seguirán cagando.

Porque a ellos el cine se la sopla. Lo que les interesa es el dinero.

Y el dinero es cobarde.
«¿Y los colorines? ¿Y los chistes? ¿Y Robert Downey jnr.
A esto nos ha traido el desprecio al trabajo del artista, la negativa a reconocerle una voz propia y respetar su estilo; la devaluación de su talento: hace años se produjo un trasvase del peso creativo de la creación cultural, que pasó de manos del director de cine, el compositor, el escritor, a las de los directivos de la productora, la editorial, la discográfica. Ahora, ese mismo trasvase se está produciendo desde los ejecutivos de los grandes grupos de comunicación hacia los fans más ultramontanos, que exigen a gritos en Twitter que el Arte se ajuste a su propia «sensibilidad» (espacio para risas del público) y a sus propios prejuicios. Lo cual equivale a darle a los locos el control del manicomio y el maletín nuclear.

¿Crees que exagero?
Varios autoproclamados fans de Los juegos del hambre se agarraron una pelotera de mil cipotes y diez mil chochos porque un personaje de la película, Rue, que en el libro se dice muy claramente que es una niña negra («She has dark brown skin and eyes») es interpretado por, no te lo vas a creer, ¡una actriz negra!
Cuarto y mitad de racismo, por favor.
(Pero no sé si se les puede culpar del todo. A fin y al cabo, en las novelas también se dice que Katniss tiene el cabello negro y la piel olivácea y, para las pelis, tiñeron a Jennifer Lawrence. De castaño).
Define «olivácea» y «morena».
¿Que no te parece suficiente motivo de preocupación?

Un misógino y racista fan de Star Wars ha perpetrado su propio montaje whitewashed y vagina-free de The Last Jedi. En opinión de este pobre hombre tan concienciado con las cuestiones raciales y de sexo, había demasiados personajes no-blancos y no-hombres en la peli, lo cual ofendía su delicada sensibilidad xenófoba, machista y votante de Trump.

Ahí te quedas, Michael Cimino.

Nos veremos en el infierno. 

O, mejor aún, en la próxima entrada de nuestra irrelevante Paratroopersdon'tdie, donde seguiremos pelando este metafórico Lacasito a partir de un caso típico: ¿por qué Warner está reventando a la gallina de los huevos de oro que representan los personajes de DC, y cómo cojones nadie se dio cuenta a tiempo de que Zack Snyder es Zack Snyder y rueda sus películas al estilo Zack Snyder; o sea, que no es, ni esforzándose mucho podría nunca llegar a ser, Joss Whedon?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.