viernes, 16 de agosto de 2024

Necesitas un poco más de Katsugen en tu dieta (III)

En las dos entradas homónimas precedentes (ésta y aquesta otra) te hemos recomendado, oh fénix de los lectores, luz del mundo, algunos títulos de manga japonés que, estimamos, podrías encontrar entretenidos.

Como este nuevo invento es socorrido y nos resuelve la entrada cuando no hay temas urgentes que tratar (o cuando nos sale del agujero de mear del reverendísimo carallo), ahí va otra ronda de cuadritos japoneses y gifs de asiáticas jamonas:


Empecemos con una (re)vuelta al tropo de rom-com adolescente con pintitas de elementos ecchi que empezó este espacio de la bitácora; revuelta que nadie en Paratroopers vio venir: ちえりの恋は8メートル / Chieri no Koi wa 8 metorou / El amor de Chieri mide ocho metros, de Mitogawa Wataru, retoma casi los mismos ingredientes de My Dress-Up Darling (gyaru extrovertida, tirada pa'lante y sexy; estudiante de instituto tímido y huidizo, amor adolescente, situaciones picantuelas...), y les da un montón de hormona del crecimiento. 

Pero que UN MONTÓN de hormona de crecimiento.


Kotaki Yumeji, «Yume-chan» para los amigos, ya tenía bastante lidiando con todos los problemas inherentes a la pubertad, la vida del estudiante de secundaria y todas esas mierdas. La llegada de Oomine Chieri, una estudiante transferida de otro instituto, introduce un nuevo e inesperado estresor en su vida. Yumeji y Chieri se conocen desde niños, pero se perdieron la pista muy pronto, y durante años. Oomine regresa en plena adolescencia y su obvio desarrollo físico le crea a Yume-chan no pocos problemas.

Que no es que a Chieri haya echado tetas. Que las ha echado. Dos. Y de buen tamaño. Es que, además, desde la última vez que los dos amigos de la infancia se vieron, Oomine ha crecido. Mucho.

Muchísimo.

Cuando Yumeji y Chieri se separaron, los dos eran niños de una estatura normal. Cuando se reencuentran, Kotaki es un adolescente de talla normal (para un japonés) y Oomine mide OCHO PUTOS METROS.

No es que la menarquía haya hinchado las mamas de Chieri. Es que, si a algún pobre cristiano se le cae encima una teta de Oomine, LO ATOMIZA.

Chieri es tan COLOSAL que le tienen que poner el pupitre (pupitre gigantesco hecho a medida, se entiende) FUERA del edificio, porque dentro no cabe ninguno de los dos; y la pobrecica asiste a clase A TRAVÉS DE LA VENTANA, abierta para ello. Y aún nos preguntamos de dónde coño saca la ropa, el calzado, el MATERIAL ESCOLAR GARGANTUESCO que se lleva al cole todos los días (que el gobierno japonés le proporciona a través del «Departamento de Apoyo a la Chica Gigante»).

Y, para todas aquellas otras cosas que el gobierno no puede proveer a Chieri, la escuela ha designado un «cuidador», una persona que la ayude a hacer las tareas que su gigantesca estatura no le permite, que le sirva de apoyo emocional, que la ayude a integrarse (no imagino lo difícil que debe de ser encajar en un grupo cuando, además de adolescente, mides OCHO PUTOS METROS. ¡Si su teléfono móvil lleva un letrero enorme de «¡Peligro!, caída de objetos»!).

Naturalmente, como son amigos desde niños, esa tarea recae en Yumeji. No por decisión administrativa, sino porque la propia Chieri «se atribuye» la potestad de escoger a su cuidador, y, naturalmente, se apropia de Kotaki como si fuese un muñeco Ken.

La usual cantidad de equívocos, accidentes sexys y situaciones embarazosas propias de la comedia romántica adolescente, y que hacen la salsa de este género, se multiplica por ocho cuando estamos hablando de un titán teñido, pechugón y ADORABLE como Oomine Chieri.

Por ejemplo: es realmente difícil tallar la ropa para una chica de OCHO JODIDOS METROS, así que a veces se le abre por las costuras, o se le salta un botón (siempre con erótico resultado, claro). Además, algo que nunca se me había ocurrido, que no soy un puto degenerado, a una chica de ocho metros de altura con falda resulta exponencialmente más fácil verle las bragas, deporte oficial de los adolescentes japoneses, aparentemente (pero Chieri es resuelta e imaginativa y ya ha chapuceado una solución que preserva su pudor... o eso cree ella).

Y, sin embargo, pese a su colosal tamaño, Chieri sigue siendo una chica, y a veces se siente indefensa y entonces es cuando Yumeji, que para Oomine tiene el tamaño de un Satisfyer, tiene que comportarse como un gigante él mismo y defender a su amiga. Y se dice a sí mismo que es lo que haría cualquier hombre que se precie. Lo menos que una chica tiene derecho a esperar de un amigo. Pero, entonces, ¿por qué el corazoncito de Yume-chan hace «doki doki» tan fuerte cuando Chieri le expresa su agradecimiento o su cariño en forma alguna? Y ¿por qué Chieri se sofoca y ruboriza cuando Kotaki le expresa, muy virilmente, su lealtad y afecto, o cuando comparten un momento íntimo, como cuando él le da a probar su almuerzo?

Chieri no Koi wa 8 metorou es una tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todos los tropos de este tipo de historias, cuando son contadas por un autor japonés.

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todo el melocotón añadido de que uno de esos adolescentes mide OCHO PUÑETEROS METROS. ¡Puf, el capítulo en el que Chieri le prepara un bentō a Yumeji! ¡Trabajo de relojería! (el propio bentō de Chieri sería suficiente para alimentar a toda la población de Saitama) ¡La risión de cuando caminan juntos al colegio y, como cada zancada de Chieri mide lo menos dos kilómetros, Yumeji hace el viaje en el hombro de su amiga y llega a decir «es como pilotar un robot gigante»!

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con una adolescente que es, técnicamente, una SUPERHEROINA capaz de levantar un coche para reñirle a un conductor desconsiderado que se ha saltado un paso de peatones en el momento en que cruzaba una anciana, apartar un árbol que se ha caído, atrapar a un carterista a la fuga (y, jum, Yumeji la «acompaña» jum jum, medio aplastado entre sus desaforadas bufas).

Cuando eran niños, Yume-chan cuidaba de Oomine. Ahora que son adolescentes y Chieri mide OCHO METRAZOS ME CAGO EN DIOS QUÉ CACHONDO QUE ESTOY, es ella la que cuida de Kotaki. Y de toda la ciudad. Del mundo entero, si hace falta. Porque ahora PUEDE HACERLO, gracias a su tamaño y fuerza proporcional. «[…] Amo más la grandota que soy que la pequeña que fui».

Chieri es ADORABLE. VALIENTE. BONDADOSA. GIGANTESCA en generosidad y ternura, que no sólo en talla de bragas.

Y ya va siendo hora de que le des una oportunidad a Chieri no Koi wa 8 metorou, amado lector.

異世界でチート能力(スキル)を手にした俺は, 現実世界をも無双する ~レベルアップは人生を変えた~ / Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru / Habiendo adquirido habilidades para hacer trampa en otro mundo, no tengo rival en el mundo real ~Subir de nivel cambió mi vida~; de Miku y Minatogawa Kazuomi, es el isekai que toca en esta entrada del Paratroopers. Porque sí. Porque nos ha hecho mucha risión esa leyenda, sin confirmar (no queremos investigar y llevarnos un desengaño) de que el sindicato de camioneros de Japón había elevado una protesta contra los dibujantes de manga. ¡Que ya está bien que casi todos los personajes de isekai se reencarnen después de ser atropellados por un camión, copóns!

Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru es la enésima expresión de una vieja fantasía de nerd gordo, feo, socialmente lisiado, vapuleado en el cole y sin pericias atléticas. Como tantos otros títulos tratados en anteriores entregas, empezó sus días como novela ligera, firmada por el propio Miku, en Kakuyomu, una página web de libros electrónicos que publicó las primeras páginas de la obra en marzo de 2017. La versión manga llegó en 2019 en la página web de Dengeki PlayStation Comic Web.

Ahí va el argumento: Tenjō Yuuya es el típico adolescente introvertido, fondón y atocinado al que dan de hostias sus compañeros de clase, ningunean sus propios parientes y aborrecen las chicas. Todo cuanto Tenjō tiene es la antigua casa de su abuelo, que se la dejó en herencia cuando falleció (y de su negativa a venderla o ponerla a nombre de sus hermanos pequeños, vino la ruptura definitiva con su familia). Yuuya se paga el ramen instantáneo con empleos a media jornada, no tiene amigos, no tiene contacto con su familia (además de unos padres que lo han echado de casa y se niegan a mantenerlo, tiene dos hermanos pequeños, Sora y Yōta, que lo putean todo cuanto pueden y más), está en pésima forma física, tiene una depresión de caballo y la autoestima en niveles subterráneos.

Pero Tenjō no ha perdido su buen corazón, cultivado y fortalecido por su abuelo (los psicópatas de sus padres poco han hecho por darle valores). «Nunca te rindas». «Atesora a aquellos que son amables contigo». «Sé amable con aquellos que te necesitan». Así que, como pese a todos los esfuerzos de su familia, sus compañeros de estudios y del mundo mismo por convertirle en un despojo sin dignidad, cuando, de regreso a casa desde el trabajo del que acaba de ser despedido (por llegar tarde, ya que cuesta ser puntual cuando tienes que arrastrarte, baldado, tras la más reciente paliza de los matones de tu instituto) Yuuya ve a una chica acosada por los hijos de puta de una banda, se mete a defenderla tras un momento de duda.

Y le dan de hostias hasta el cielo de la boca, claro. No sabemos si ya encallecido de tantas golpizas en el colegio o todavía entumecido por la que acaba de recibir, Tenjō resiste la somanta hasta que llega la policía y pone en fuga a los acosadores. La chica quiere expresarle su gratitud en alguna forma, pero Tenjō se niega incluso a permitir que llame a una ambulancia («no puedo permitir que le hable a un tipo tan feo como yo»; recordemos que tiene la autoestima por los suelos) y abandona el lugar de los hechos para refugiarse en la casa de su abuelo.

Allí, frustrado por su impotencia, tira un cubo contra un espejo, lo rompe y una sección de esa pared se retira, revelando una habitación secreta de la que nuestro agitado héroe no sabía absolutamente nada.

Tenjō acababa de descubrir el almacén secreto de su abuelo. Y allí dentro hay algo muy raro: una puerta tallada con el símbolo de un búho. Una puerta en mitad de la habitación. Una puerta que no parece llevar a ningún lado. Pero, cuando Yuuya la abre, accede a una cabaña construida en una pequeña parcela de otro mundo (algo así como el armario de los libros de Narnia, claro). Un mundo poblado de monstruos, gobernado por la magia, donde puede obtener puntos de experiencia (una vez más mecánica de videojuego de rol) y gastarlos en sí mismo. Y en esa cabaña hay ropas exquisitas, como de cuento de hadas. Y armas fabulosas, que Tenjō (que es un hombre a fin y al cabo) no se resiste a probar. Y sale al huerto de la cabaña. Y ve, al otro lado de la cerca, un ogro gigantesco y agresivo de nivel 300 (más mecánica de videojuego de rol) que le ruge. Y Yuuya le tira la «Lanza Absoluta», y lo mata en el acto. Y sube de golpe a Nivel 100. Y, después de repartir los puntos de atributos, vuelve a cruzar la puerta del búho en dirección a su mundo nativo, se echa a dormir, pasa una noche toledana (siente dolor) y despierta convertido en un adonis esbelto y físicamente superdotado, con un six-pack en el que dan ganas de cagarte y lamer la mierda después.
Tenjō puede «farmear» en el mundo que se abre más allá de la puerta mágica del búho y traerse las recompensas a éste. Matar bichos en el mundo de Arceria y después quedarse catacróquer de estupor cuando las dependientas de las tiendas se le quedan mirando babeantes, perplejo de que de repente las desconocidas corran a pedirle su número de teléfono y atónito de que sus propios compañeros de clase no le reconozcan, pero los chavales le odian al primer vistazo, y los más bravos se acercan a marcar terreno y desafiarle, y las chicas se chorrean vivas a su paso e intentan meársele encima; para marcar terreno, también (estoy exagerando un poco, ya lo sé). Usar sus nuevas habilidades para salvar a una niña extranjera a punto de ser atropellada en un paso de peatones no por un camionero, por una vez, sino por unos moteros hijos de puta (y Tenjō, traumatizado como está, se alegra de que la niña no lo demande por manosearle).

Yuuya comienza, pues, a vivir una doble vida: explora el mundo al otro lado de la puerta del búho y sigue yendo al instituto (obviamente se tiene que comprar un uniforme nuevo, porque ya no cabe en el viejo) e intentando sobrevivir a los retos de la adolescencia. En ambos escenarios afronta retos de diferente naturaleza que nunca se le habrían presentado a su antiguo yo. Rescatar a la princesa semi-elfa Lexia von Arceria, y devolverla ilesa a su castillo. Reemplazar a un modelo masculino tardón para un photoshoot de moda con la bellísima y adorable Miu (Tenjō se ha vuelto demasiado guapo para pasear impunemente por un centro comercial). Farmear aún más sus habilidades y limpiar de monstruos peligrosos los alrededores de la cabaña de su abuelo. Llevar un pollón de cajas a los clubes de su instituto (en castigo por hacer una traducción perfecta de un texto, con su nueva habilidad de «dominar idiomas», o algo así, y ser acusado de hacer trampas... y técnicamente las hizo). Rastrear, identificar y detener al asesino en la sombra que amenaza la vida de, otra vez, Lexia. Aceptar la oferta de Kaori Hōjo, la chica a la que salvó de los matones de la banda, y que quiere reclutarlo para la Academia Osei, la escuela privada más prestigiosa del país, y que preside su padre. Una escuela que prioriza el carácter de los alumnos a sus notas o su extracción social.

Esa puerta que se abre a otro mundo ha cambiado la vida de Tenjō. Para mejor. Ahora tiene un cuerpo, un aspecto y unas habilidades que le permiten sacar partido de su buen corazón y la ética personal cultivada por su abuelo. Ahora puede hacer nuevos amigos. Verdaderos amigos. En ambos mundos (y el momento en que Kaori le dice que reconoció al Kenjō transformado porque, más allá de la obvia pérdida de peso, tanto el Kenjō gordo y feo como el Kenjō delgado y guapo tienen la misma mirada, es para arrancarnos una lagrimita a todos aquellos que alguna vez creímos que existen chicas así en el mundo real). Ahora puede ser un héroe. Aspirar incluso a tener novia (de hecho, le sobran candidatas).
A través de las mecánicas de videojuego, Yuuya se convierte en el hombre que todos los fans de los videojuegos hemos querido ser siempre, aunque nunca tuvimos ni tendremos esa oportunidad.

Y, sí, hay anime de esto. Una temporada de una serie, de la que se ha anunciado continuación, si bien no el formato de la misma. De nada. Aunque tampoco es que te vayas a herniar por leerte los
, en el momento en que escribimos esto, 29 capítulos publicados, recogidos en seis volúmenes, de Isekai de Cheat... (la lentitud de Minatogawa y Miku a la hora de entregar páginas nuevas empieza a tocarnos los huevos. ¿Se habrá cancelado o estará a punto de cancelarse Isekai de Cheat etcétera?).

Con lo muy VERRACOS y mucho VERRACOS que nos ponen a los paratroopers las amazonas y los abdominales de Lean Beef Patty, ya es raro que todavía no hayamos cubierto ningún manga de macizas atléticas. Así que, para subsanar esa deficiencia, ahí van tres, si bien muy diferentes entre sí:

彼女のそれにやられてる / Kanojo no Sore ni Yarareteru / Soy adicto a ella, de Oomi Tabi nos presenta a Tamiya (sí, como la marca de acrílicos para miniaturas), el típico lúser de instituto sin novia ni carisma, que se pasa el día leyendo manga en el club de Literatura (de hecho es el ÚNICO miembro del club), satisfecho de la tranquilidad que disfruta en él, hasta que es interrumpido en su solitario solaz por Natsuki Shino, la maciza estrella del club de atletismo, que está hasta su núbil potorro de tanto entrenamiento y entra en el club buscando refugio, perseguida por la capitana del equipo. Por supuesto, en contraste con el apestado social de Tamiya, Natsuki es popular, extrovertida, buena estudiante, desenfadada y optimista, y siempre está rodeada de admiradoras y pretendientes (mientras Tamiya está en un rincón oscuro, cazando pokemons).

Y, en cuanto Natsuki («la leoparda», le llama el protagonista de nuestra historia) atropella el espacio sagrado de Tamiya, le desbloquea al pobre ratón de biblioteca un fetiche que no sabía que tenía: abdominales femeninos. Porque hay dos clases de heterosexuales: heterosexuales a los que les gustan las chicas con un buen six-pack y heterosexuales a los que les van a gustar.

Aunque a ellas no les gustes tú.


Luego los abdominales le llevan a todo lo demás: axilas, tetas (Natsuki calza un buen par de aldabas). Y, como Tamiya es un torpón del carajo (los bibliotrastornados solemos serlo, porque si no lo fuésemos se nos rifarían para jugar al fútbol en el recreo y tendríamos coordinación y reflejos), provoca accidentalmente o se ve envuelto en toda clase de hilarantes equívocos sexys con el rotundo y bien definido cuerpo de Natsuki. Y, aunque al principio Tamiya no quiere otra cosa más que perder de vista a la Leoparda, librarse de ella, que Shino deje de avasallar su refugio en el club de Literatura, esto es una comedia romántica, así que no sólo acaba acostumbrándose a su compañía, sino que pronto se descubre esperando su llegada. Le cede el único sofá del club. Hasta se lo desinfecta y perfuma y todo, creyendo que ella no se sienta en él porque Tamiya lo ha «apestado» con su olor corporal. Y le crea un pequeño trauma porque Natsuki cree que Tamiya le está diciendo, diplomáticamente, que la que hiede es ella (a sudor, se entiende, que es de los dos la que hace deporte). Y Shino nos muestra su lado vulnerable e inseguro (¡es una adolescente, cojones!). Y, aclarado el malentendido, Tamiya le compra un cojín a Natsuki para que deje de sentarse en el suelo y todo queda dispuesto para el siguiente equívoco. El próximo tropezón de Tamiya. El nuevo accidente pícaro de contacto, roce, estrujamiento o aplastamiento no intencionado de turgencias femeninas o exposición más o menos explícita del bien fibrado cuerpo de la muchacha, como cuando pierde una partida de dados con Tamiya y éste la castiga a hacer sentadillas. Y se pone morado mirándola.

(Sí, este manga lo ha escrito un pajero. ¿Te sorprende?).
«Eso es, Sheldon. Pásate al Lado Oscuro».


El creciente amor entre Tamiya y Natsuki enfrentará obstáculos, empezando por los amigos de Tamiya (sí, no es un completo leproso como el pobre de Gojo en Sexy Cosplay Doll), sobre todo Sonoya, que no deja de recordarle a Tamiya que Shino está muy por encima de sus posibilidades y que su obsesión por ella está a dos fotos con el móvil de convertirle en un acosador. Pero también Fuumin, una amiga y compañera deportista de Natsuki, que inmediatamente, y no podemos decir que de forma injusta, identifica a Tamiya como un marranete obsesionado con las chicas atléticas y se propone destruirlo.


Kanojo no Sore ni Yarareteru nos lleva a エロティックxアナボリック / Erotikku X anaborikku / Erótico X Anabólico, de Achumuchi. Cuando me lo empecé a leer me esperaba algo parecido a Kanojo no Sore ni Yarareteru, manga con el que comparte no pocas temáticas (marginado adolescente morbosamente interesado en una compañera deportista que no puede estar más jamona porque no hoza).

Y me equivocaba.

Ageki Kyōsuke es un adolescente gordote y tragaldabas (¡que se pide una pizza a domicilio desde el puto instituto para comérsela entre clases, cagonsancarallo!) que siempre ha estado obsesionado con Mitsukura Itsuha, «Sanzo-san», una compañera de clase que no parece tener nada de especial. Ni es particularmente guapa ni horrorosamente fea, ni una plasta amorfa ni la moza más popular del Japón, ni un cero a la izquierda ni la mejor estudiante de la galaxia. Pero a Kyōsuke le gusta Itsuha (aunque sería más correcto decir que le gusta su cuerpo, o al menos la parte de él que conoce), aunque sospecha que ella le odia. Cosas del amor a esas edades.
Te acabas de enamorar.

Kyōsuke está a un par de gafas de sol y una mascarilla de acabar en un correccional. Se imagina a Itsuha desnuda. La dibuja (es un buen dibujante aficionado y miembro del club de Arte de su instituto) en poses eróticas, le pinta cuero de dominatrix y látigo. Quizá por eso un día, intrigado por el comportamiento furtivo de ella al final de una jornada escolar, la sigue hasta la azotea del instituto... y se la encuentra embutida en un sucinto bikini, sacándose selfies en poses aún más eróticas de las que Ageki se ha atrevido a dibujar.

Y en ese momento Kyōsuke descubre que Mitsukura está CAÑÓN. Tiene un cuerpazo cincelado en el gimnasio y, al mismo tiempo, rotundamente femenino. Culoso. Pechugoso. Musloso. Mucho más hermoso y erótico de lo que Kyōsuke había pintado en su imaginación. Y menuda sorpresa cuando Sanzo-san ve sus dibujos verdes DE ELLA, y oye sus explicaciones acerca de la obsesión que siente hacia el cuerpo de Mitsukura, y cómo desde hace tiempo ya no puede ni quiere dibujar otra cosa, y, lejos de vaciarle en la cara un espray de pimienta y salir corriendo, vuelve a quedarse en paños menores, deja que el muchacho la admire y le pide que la dibuje.

La relación disfuncional entre estos dos chavales se basa en el deseo de Mitsukura de ponerse maciza («quiero alcanzar mi cuerpo ideal y mostrarlo», dice en una viñeta, y en otra, más adelante, «mi meta es conseguir un cuerpo erótico») y el de Kyōsuke de dibujar el macizo cuerpo de Itsuha. Aparte de eso, estos dos personajes no pueden ser más diferentes (de nuevo un componente clásico de la rom-com adolescente en el manga). Él come toneladas de comida basura. Ella se lleva al instituto un bentō de brócoli, pechuga de pollo y patatas hervidas, y todo medido con balanza de precisión hasta el último gramo.

A partir de ahí, consejos de entrenamiento y dieta aparte, Erotikku X anaborikku está veteado de los típicos episodios de este subgénero manga. El dibujo está muy lejos de ser una maravilla (de hecho es regularcillo con algunos momentos realmente bajos) y los capítulos son una sucesión de tópicos, no por trillados menos divertidos o entrañables. Cambia al dibujante y cambia los personajes y podrías estar leyendo Kanojo no Sore ni Yarareteru.

Erotikku X anaborikku podría ser OTRA historia de lúser enamorado de chica deportista salvo por ÉSE CAPÍTULO, que nos rompió el corazón a sus lectores y que sugiere una razón mucho menos frívola, y un poco más SINIESTRA, por la cual Mitsukura quiere alcanzar un «cuerpo ideal» y se machaca en el gimnasio para alcanzarlo.
Te juro que me eché a llorar.

Giro dramático que nunca esperarías encontrarte en ダンベル何キロ持てる? / Danberu Nan Kilo Moteru? / ¿Cuántos kilos en mancuerna puedes levantar?, de Sandrovich Yabako y Maam. La divertidísima historia de un grupo de amigas que se apuntan a un gimnasio. Cada una por sus propias y, a menudo, desternillantes razones. Sakura Hibiki es una alumna de instituto, desenfada y glotona (y otra gyaru), que sólo quiere perder parte del peso que ha ganado comiendo mal y tener un buen cuerpo que lucir en bikini cuando llegue el verano. Y sólo se queda en el gimnasio por el crush COLOSAL que se pilla por el instructor, Machio-san (que es básicamente la misma motivación de su profesora cosplayer clandestina, Tachibana Satomi, aunque ella no quiera quedar bien en bikini, sino en los disfraces que confecciona para su hobby).


Sōryuun Akemi, la compañera de clase de Hibiki, lo que tiene es un fetiche con los cuerpos musculados que roza la patología. Así que el gimnasio es como un sueño hecho realidad para ella. Y nos referimos a esos sueños de los que te despiertas mojada.


Uehara Ayaka ya hace bastante ejercicio en el club de boxeo de su familia (de hecho tiene unos abdominales del cagarse sin hacer, nunca, nada de trabajo abdominal), pero con la superafluencia de alumnos no queda ya sitio en el gimnasio familiar y se va a entrenar y dar clases de boxeo al Silverman Gym en el que entrenan Akemi, Hibiki y Satomi.

(Ah, y Akemi también descubre el talento oculto de Hibiki).


Y Zina Void... pero mira, mejor te lees el manga y te enteras de lo de Zina Void.

Danberu Nan Kilo Moteru? es una divertida y ligera tontada llena de escenas surrealisticamente cómicas, Macchio-san sacando bola, viñetas sexys y personajes adorables. Hibiki, tal vez la más frívola, es la más simpática de todos. «¿Que las sentadillas te ponen el culo duro?» y pega sentones hasta tener que irse a casa haciendo eses. «¿Que el press de banca te deja el pecho bonito?», y tienen que quitarle el balancín porque sus pectorales están a punto de licuarse. No hay, a priori, un componente romántico como tal en Danberu..., y sí mucha comedia, momentos picantuelos, dibujos bonitos y consejos sobre dieta y ejercicios.

Por cierto, de Danberu Nan Kilo Moteru? también hay anime (y con una de las intros más divertidas, enérgicas y llenas de positividad y entusiasmo que he escuchado jamás). Sólo una temporada, lamentablemente, pero si eres un flojo cojonazos quizá te sirva para cogerle el gustillo a este tebeo desperrechante.

«Vale, ya lo pillo. Tú sólo lees comedias románticas adolescentes en las que un inadaptado se trajina a una maciza, ¿verdad?
Me pregunto por qué, je, je, je. Y además sólo lees manga japonés».

No, y sí, y no, y te preguntas por qué porque eres un hijo de puta.
Así que prepara el orto para un cambio de dieta. La próxima vez que hablemos de manga no te voy a servir katsugen. Te voy a servir wasabi radiactivo de Fukushima. Pero antes vas a comer andong jjimdak. Porque se nos pone a nosotros en los cojones.
Cabrón.

Pero eso será en otra entrada, que ésta ya nos ha quedado de potato o de balrog.

«Has llegado tan abajo que has encontrado un balrog».

sábado, 3 de agosto de 2024

La caspa del diablo: nadie sabe lo que quiere el público (y a veces eso es una bendición)

Hacía mucho, mucho tiempo, que no lo pasaba tan bien en una sala de cine.

Hacía muchos, muchos años que no me reía tanto en una butaca, ni con más ganas.

Y ambas cosas han sucedido con la segunda secuela, que estuvo muy, muy a punto de no existir, de una película que estuvo muy, pero que muy a punto de no existir.


Ni Twentieth Century Fox ni Marvel Entertainment querían hacer una película de Deadpool. En opinión de estos dos gigantes, no había mercado posible para un largometraje del deslenguado, paródico y violento antihéroe creado por Rob Liefeld y Fabian Nicieza en 1991 para Los nuevos mutantes  Nº98. Pero ¿quién coño iba a pagar una entrada para ver eso? Si hacer una película de superhéroes sin provocar arcadas de vergüenza ajena ya es lo bastante complicado, llevar a las pantallas al único personaje Marvel que es consciente de ser un personaje de cómic, y HABLA con el lector, despertando los recelos de los demás personajes en viñeta («ya está otra vez el tronado éste hablando solo») era considerado, a nivel corporativo, un fracaso garantizado.

La historia de cómo la primera película de Deadpool acabó en los mejores cines daría para un libro bien gordo. Empezando ya por el linaje de la productora: la hoy difunta Artisan Entertainment, que empezó sus andanzas bajo el nombre de U.S.A. Home Video, subsidiaria de Family Home Entertainment (que, pese a su inocuo nombre, había empezado como subsidiaria de una distribuidora de cine porno), consolidada luego, junto a otras distribuidoras, como parte de International Video Entertainment del Noel Bloom's NCB Entertainment Group, vendida en 1987 a Carolco Pictures, consolidada de nuevo en 1988 en LIVE Entertainment tras la fusión con la distribuidora Lieberman Enterprises, reciclada en 1990 como LIVE Home Video (responsable de financiar el Reservoir Dogs de Tarantino), rebautizada en 1998 como Artisan Entertainment, adquirida en 2003 por Lions Gate Entertainment y, otra vez, rebautizada como Lions Gate Entertainment, Inc.

Sí, eso, tómate tu tiempo para respirar.

Cuando Artisan Entertainment todavía se llamaba Artisan Entertainment, allá por el año 2000, y Marvel no tenía ni puta idea de cómo comercializar cinematográficamente su riquísimo patrimonio, Artisan llegó a un acuerdo con Marvel para producir películas con varios personajes de la Casa de las Ideas, personajes entre los que se incluían pesos pesados como Capitán América y Thor y otros menos potentes, a priori, como Puño de Hierro, Pantera Negra (aún no nos habíamos enamorado de Chadwick Boseman, caracterizado como T'Challa, heredero forzoso del trono de Wakanda, en Capitán América: Guerra Civil, ni apreciado el potencial cinematográfico del personaje), Antman, Morbius y Deadpool. Faltaban dos años para el maravilloso Spiderman  de Sam Raimi (cuyos derechos Marvel había vendido a Sony  por el equivalente a unos Lacasitos y una Coca-Cola tibia) y ocho para el COJONUDO Iron Man de Jon Favreau. Marvel todavía no quería producir sus propios largometrajes y prefería subcontratar y sentarse a esperar a que llegase la pasta, si es que llegaba alguna vez. Algo de lo que muchos, en la propia Marvel, dudaban.

Sí, se consideró hacer una película de Morbius antes que una película de Spiderman. Asúmelo y pasa página.

David S. Goyer y Ryan Reynolds, que se conocían por lo menos desde Blade: Trinity (indiscutiblemente la peor de la trilogía de Wesley Snipes, y la que mató la franquicia, por mucho que tuviese a nuestra amada Jessica Biel), anunciaron en 2004 que estaban trabajando juntos en una película de Deadpool para New Line Cinema. A Ryan Reynolds le hacía ilusión interpretar a Wade Wilson, David S. Goyer estaba seguro de que podía escribirle una buena historia y Jeff Katz (dibujante de cómics y, a la sazón, productor en New Line a través de su amistad personal con Robert Shaye) apostaba por el proyecto y estaba convencido de que Reynolds era la persona apropiada para el papel.

Pero 20th Century Fox dijo que nanay. Que Deadpool era parte del universo X-Men y que si a Goyer y Reynolds se les ocurría intentar hacer una película de Deadpool sin su consentimiento, los iban a cruji
de aquí al Perú con demandas por infracción del Copyright. Así que aquella película de Deadpool se fue a la puta y la Fox le dio a Reynolds, como premio de consolación, el papel de un descafeinado Wade Wilson en X-Men orígenes: Lobezno, la SOBERANA PUTADA de 150 millones que, por alguna misteriosa razón, se las arregló para recaudar 373 millones globales pese a estar escrita con el cipote por David Benioff y Skip Woods, dirigida con el orto por Gavin Hood (al que tal vez le faltase calle o le sobrase supervisión ejecutiva, porque lo hizo mucho mejor en El juego de Ender, Espías desde el cielo y Secretos de Estado; quizá confirmando que lo de los superhéroes no acaba de ser lo suyo) y pese a haberse filtrado en Internet una copia de trabajo de la película, con buena parte de los efectos especiales todavía sin terminar, a dos semanas del estreno.
(Katz estaba en la directiva de Fox por aquel entonces y resulta evidente que intentó proporcionarle un desagravio a su amigo Reynolds en la película de Lobezno que a poca gente satisfizo).

Las relativamente buenas cifras de estreno de X-Men orígenes: Lobezno decidieron a los que cortaban en bacalao en la Fox a poner a Deadpool y Lobezno en una película conjunta protagonizada por Hugh Jackman y Ryan Reynolds, escrita por Rhett Reese y Paul Wernick y dirigida por Robert Rodríguez. La película devolvería al lenguaraz e irreverente mercenario vestido de rojo a sus raíces comiqueras (su cameo en X-Men orígenes: Lobezno apenas califica de cosplay malo de Deadpool) e incluiría esa «ruptura de la cuarta pared», el diálogo con el espectador que ha acabado caracterizando al personaje.

Y... otra vez la película no llegó a hacerse. Rodríguez, que leyó el guion de Reese y Wernick (del cual se escribieron como mínimo seis versiones a lo largo del mismo número de años) y había dicho, en julio de 2010, que era cojonudo, en octubre ya pasaba de la película como de la mierda, y el proyecto volvió a la nevera, con Fox barajando nombres de directores y tirando la caña sin que ninguno mordiese el cebo, hasta que en abril de 2011 se firmó con Tim Miller, que venía de dirigir cortos de animación y hacer efectos especiales en varias películas de X-Men (y que, que Dios lo perdone, perpetró en 2019 Terminator: Destino oscuro). Para que no le volviesen a hacer la del tocomocho, Ryan Reynolds se apuntó el proyecto como productor, o sea que le tocaba encontrar parte de la pasta para producirla, otorgándose un poder de control sobre la película, prebenda que un actor raras veces puede disfrutar.

Ryan Reynolds era el celador de Deadpool. Su principal defensor y su mayor fan. Reynolds usó su popularidad, su carisma, sus contactos en Hollywood e inagotable vis cómica para mantener viva la película. El proyecto sobre Wade Wilson estaba tan vinculado a Ryan Reynolds que mucha gente en Hollywood ya era incapaz de disociar ambas cosas. Con lo bueno y lo malo que ello conlleva...

...porque en 2011 ocurrió Linterna Verde, el PETARDO de doscientos millones de presupuesto (y apenas 237 de recaudación) dirigido, es un decir, por Martin Campbell (GoldenEye, Casino Royale, Al límite) y escrito, es un decir, por Greg Berlanti, Michael Green y Marc Guggenheim, tres personas que claramente no tenían nada que contar sobre Linterna Verde o que fueron puteados para poner sus nombres en el guion escrito por un deficiente mental con dislexia y hermorroides, o por un comité de soplapollas encocados. Greg Berlanti se fue a producir varias temporadas de Arrow (sólo las dos o tres primeras merecen la pena) y The Flash (no nos pudimos acabar ni siquiera la primera), Michael Green se largó a escribir Logan (¡anda, qué casualidad!) y Blade Runner 2049 y Marc Guggenheim puso su nombre en varios guiones de series del Arrowverso y productos animados de personajes DC.

Y el pobre de Ryan Reynolds, que
en Linterna Verde hizo lo que pudo con los materiales que le dieron, fue etiquetado de veneno para las taquillas y el proyecto para una película de Deadpool clasificada R, y protagonizada por él, fue puesto en conserva (en Hollywood vales tanto como tu último fracaso de taquilla) a la espera de que floreciesen pastos más verdes. A los de la Fox ya les mosqueaba que Reynolds quisiese producir una película de superhéroes para mayores de 18 años. No les entraba en la cabeza. Porque todo el mundo sabe que sólo los adolescentes van al cine a ver pelis de superhéroes, ¿verdad? Recuerdo perfectamente que en la sala, llena a rebosar, en la que asistí al estreno de Blade, no había nadie de más de trece años. Chavalada imberbe y sin menstruación viendo asesinatos, mutilaciones y lluvia de sangre. Vamos, lo que nos ponían todos los días a la hora de la merienda entre Los Pitufos y los vídeos de decapitaciones en irán. Sí, estoy hablando de Blade, esa película, SARCASMO MODE OFF, para adultos que costó aproximadamente 45 millones de dólares y recaudó más de 131. Y que podría haber dado inicio a un universo cinematográfico de personajes Marvel mucho más maduro, respetuoso con los cómics y solemne, que lo que tuvimos finalmente (las coñitas marineras cada cinco minutos en toda producción Marvel Studios nos siguen escociendo).

Para tratar de convencer a los ejecutivos de la 20th Century Fox de que había mercado para una película R de superhéroes, Ryan Reynolds le puso su voz a un corto animado por CGI que pretendía sentar el tono del largometraje y la personalidad de su protagonista. En cuanto el comité correspondiente de la Fox vio ese metraje de prueba, llamaron a Reynolds y le preguntaron dónde compraba la mierda que se metía y le recomendaron que buscase ayuda profesional. Aquel espanto, como broma, estaba regulín; como previsualización de un título del catálogo de LA Fox, no había por donde cogerlo. Ése Deadpool no se iba hacer, nunca, jamás, en la puta vida, ni con Ryan Reynolds ni con Jodie Foster ni con Cristo que lo fundó. Y punto.

Entonces pasó algo un poco extraño.

En agosto de 2014, ese vídeo rodado con tres ochavos, y que llevaba cuatro años olvidado en un cajón de la Fox, fue filtrado.

No pretendo sugerir que nadie del reducido equipo de producción lo colgase en YouTube. No me atrevo a señalar a Tim Miller como el responsable de la filtración. No sospecho de un anónimo quintacolumnista dentro de las filas directivas de la Fox. No acuso al buenazo de Ryan Reynolds de haberlo hecho personalmente (ni puta falta que hace, él mismo acaba de admitirlo). Todo lo que puedo presentar son las evidencias, y los hechos son que un vídeo, al que tenían acceso muy pocas personas, acabó corriendo como un jerbo hasta el chocho de anfetas por los ordenadores de medio planeta.

El vídeo de prueba de Deadpool fue filtrado.

Y se cayó Internet.

Pálidos de estupor, los mandamases de la Fox se limpiaron los bigotes de fariña importada y se miraron al espejo, espantados: «Pero ¿de verdad de la buena hay subnormales que están dispuestos a ver esta puñetera mierda?». A regañadientes, los que tenían la sartén por el mango en Twentieth Century Fox dieron luz verde al proyecto, con un presupuesto risible para una película de superhéroes (58 millones de 2016) y la exigencia implícita de que la cinta de Tim Miller sobre el mercenario vestido de rojo más mochales de la historia del cómic no se pasase de una clasificación PG-13.
(A los proletarios de uñas mugrientas, 58 millones pueden parecernos muchos si olvidamos que en 2016 también se estrenaron Rogue One: Una historia de Star Wars, que costó 200 millones; Capitán América: Guerra Civil, con 250 millones de presupuesto; Dr. Strange, de 165 millones; Jason Bourne (120 millones, millón arriba, millón abajo); Warcraft: El origen, 160 millones; Star Trek: Más allá, 185 millones; el Escuadrón suicida que David Ayer suplica que quiten de su ficha de la IMDB, y que costó 175 millones y se considera un fracaso pese a haber recaudado casi 750 millones; X-Men: Apocalipsis, 178 millones de desastre cinematográfico; Passengers, 110 millones de maravedís y Chris Pratt empotrando a Jennifer Lawrence, en la ficción; Batman v. Supermán: El amanecer  de la justicia y a saber quién fue el listillo que le dio 250 millones a Zack Snyder; Animales fantásticos y dónde encontrarlos, con Eddie Redmayne y 180 millones de presupuesto; y los 175 millones del El libro de la selva de Jon Favreau).

Así que Tim Miller y Ryan Reynolds se dispusieron a rodar Deadpool con poco más del presupuesto de 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi, también de 2016. La clasificación para mayores de 13 años se acabó cayendo al suelo muy pronto, para sorpresa de nadie. La producción terminó, y la película por la que nadie en Fox apostaba llegó a los cines.

Y Deadpool rompió las taquillas. Un fin de semana de estreno de más de 132 millones y una taquilla global de 782 millones. Y los ejecutivos de la Fox volvieron a limpiarse los bigotes de polvo de insomnio boliviano, se miraron de nuevo en el espejo y se dijeron «que esa puta mierda de peli para mongólicos, con presupuesto de videoclip de Eminem, que le dimos al Reynolds para quitárnoslo de encima ha hecho ¿cuánto dices?».
La taquilla de Deadpool saludando a los ejecutivos de la Fox.

No sólo, contra las predicciones de los ejecutivos de la 20th Century Fox, había mercado para una película de superhéroes trufada de gore, humor absurdo, puñetazos en los huevos, mutilaciones, giros de guion tan inesperados como descacharrantes, amputaciones, Gina Carano, lenguaje profano, asesinatos múltiples, chistes sobre caca, coito anal y masturbación («¡esta noche me la casco!»), sino que era un mercado ACOJONADORAMENTE RENTABLE.

(Tendencia que se vio confirmada cuando Deadpool 2, de 2018, volvió a ser un éxito de taquilla con 110 millones de presupuesto y casi 786 de recaudación. Pero no nos adelantemos).

Lo que ocurrió a continuación es una alegoría de lo complicado que es realmente hacer cine en Hollywood.

Tan pronto como Deadpool rompió las taquillas del año 2016 se anunciaron los planes para dos secuelas. 

Ávidos de viruta con la que seguir comprándose hada del azúcar, de repente los mismos ejecutivos de la Fox que habían intentado impedir que se estrenase la película fundacional de Deadpool encargaron todos los spin-offs del personaje que se les ocurrió. Querían una película individual de X-Force, hilarantemente fundada (y sumariamente liquidada antes de tener tiempo de hacer nada de provecho) en Deadpool 2. Se llegó a hablar de crear un sello «Marvel-R» para personajes estilo Deadpool dentro del universo cinematográfico Marvel. Un «Deadpoolverso», si se nos permite el palabro (y, con la adquisición de la división cinematográfica de 21st Century Fox por Disney en diciembre de 2017, Bob Iger sugirió que Deadpool podría retener su clasificación R a pesar de los requisitos PG-13 del resto del catálogo del MCU). La Fox estaba decidida a seguir ordeñando la vaca de las ubres de oro.


Pero el hombre propone y Dios dispone: Tim Miller se cayó de Deadpool 2, declarando «diferencias creativas» con Ryan Reynolds, y David Leitch, que venía de producir John Wick y John Wick: Pacto de sangre, y de dirigir Atómica, con Charlize Theron comiéndole el felpudo a Sofía Boutella (en la ficción); se sentó en la silla del director para la primera secuela del desfigurado mercenario vestido de rojo de Marvel. Hizo un buen papel y Deadpool 2, apuntalada por la expectación creada por el primer título y por toda la promoción de gratis que Reynolds le hacía a la cinta desde su cuenta de YouTube, volvió a ganar panoja de la buena y más o menos garantizó la segunda secuela.

Pero todo el rollo de la fusión Fox-Disney produjo una cantidad inconmensurable de ruido en el proyecto para Deadpool 3. Ryan Reynolds llegó a decir, tan pronto como en el mismísimo 2018 en una entrevista para Entertainment Weekly, que tenía serias dudas de que llegara a hacerse, aunque los guionistas Reese y Wernick lo daban por asegurado en cuanto se estrenase esa película de X-Force que jamás llegó a rodarse.

Sin embargo, Disney no parecía tener muy claro qué estrategia seguir con Deadpool. Se sacaron un especial de Navidad PG-13 con el personaje (Once upon a Deadpool) que es como un Deadpool 2 para todos los públicos, o sea un Deadpool 2 castrado, saqueado de todo lo que le da a la franquicia su identidad propia y su atractivo característico. La Casa del ratón monopolista aún no había renunciado del todo a sus planes de sanear Deadpool para poder incluirlo en el MCU, y Once upon a Deadpool es su más obvia confesión al respecto.

Al tercer título de la franquicia sobre Wade Wilson no paraban de crecerle los enanos. Ryan Reynolds había quedado física y emocionalmente agotado tras Deadpool 2. Hugh Jackman, que había expresado su deseo de hacer una «road movie» como Lobezno, con Reynolds en el papel de Deadpool, y que habría supuesto un reclamo publicitario BRUTAL para Deadpool 3, anunció en 2017 que la maravillosa y crepuscular Logan sería su última película como el mutante del esqueleto de adamántium. A Josh Brolin, que quería repetir como Cable, los de Marvel-Disney no dejaban de darle largas. Kevin Feige le confesaba a todo el mundo que no tenía ni idea de cómo incorporar a Deadpool al MCU (ni tampoco cómo introducir a los mutantes, ya puestos) y que estaba empezando a cansarse de rechazar propuestas de Reynolds para Deadpool 3, por bajo que fuese el presupuesto necesario para rodarlas. Por supuesto, eso de usar a Lobezno, ni soñarlo, que Jackman ya ha dicho que no y no vamos a recastear al personaje. De momento. 

La fusión entre Disney y Fox culminó en 2019 y todos los proyectos en desarrollo de películas sobre héroes de Marvel fueron puestos en la nevera. No volvimos a oír hablar seriamente de Deadpool 3 hasta 2022, cuando Shawn Levy, con quien Reynolds había trabajado en Free Guy y El proyecto Adam, fue confirmado como director (después de que David Leitch tuviese que renunciar al bolo por problemas de agenda), y Reese y Wernick volvieron para escribir el guion, secundados, que alguien nos explique el motivo, POR FAVOR, por Zeb Wells (que ha perpetrado la deprimente Abogaaadaaa Solteeeeraaa, practicaaaaa muuuchooooo el seeexooo y la catastrófica y aberrante The Marvels).

Pero faltaba una idea central. Un tema para la primera película de Deadpool integrada en el MCU. Perdida la relativa independencia de la que habían gozado en los dos primeros largometrajes, Reynolds y el resto del equipo de producción se descubrieron batallando contra catorce años de películas y series de Universo Cinematográfico marvelita (a cual peor desde Endgame). ¿Cómo coño meter a una máquina asesina de mutilación industrial e imprecación masiva en este mundo no diré yo que de algodones y unicornios multicolor, pero poco menos?

Hugh Jackman llegó para salvar la película. Declaró que estaría dispuesto a retomar a Lobezno para una película de Deadpool con su amigo Ryan. Kevin Feige, SARCASMO MODE: ON, con su olfato para los negocios, SARCASMO MODE: OFF, intentó sacárselo de la cabeza. «Pero, Hugh, tío, ¡no puedes volver! ¡Que la muerte de Lobezno en Logan es la mejor del mundo mundial!». Ryan Reynolds sólo logró sacarle esa obcecada idea a Feige de debajo de su puta visera cuando le prometió que Jackman interpretaría a un Lobezno diferente, de otra línea temporal. Eliminado ese último obstáculo, y obtenida la bendición de James Mangold, director de Logan, tranquilizado al saber que «su» Logan no sería profanado, se anunció el proyecto a los cuatro vientos, y todos los fans de los cómics, de los superhéroes y de Hugh Jackman empezamos a comernos las uñas.

Para no prolongar (más) esta entrada ya verbosa de la bitácora, nos vamos a saltar todos los pormenores publicados sobre la preproducción y el rodaje (los cambios de fecha de estreno, los fichajes de actores que se acabaron confirmando y los de aquellos que desaparecieron sin dejar rastro a lo largo del desarrollo de Deadpool 3), la huelga de guionistas y actores de 2023 (aquí, nuestro análisis de la misma) y los infinitos rumores, filtraciones y demás mandangas del momento.

Lo que importa es que, después de vencer infinitos obstáculos, Deadpool y Lobezno ya está aquí.

Y

RE


TURBO


CONTRA


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡DIOS!!!!!!!!!!!

Sólo hay una manera de abordar el análisis de esta película: empezar por lo particular y acabar por lo general, que es como empezar bajo y acabar muy arriba o, si lo prefieres, tratar primero los aspectos meramente narrativos, artísticos, y, una vez despejados éstos, pasar a comentar la película como mero espectáculo que constituye, pese a sus palmarias flaquezas, una carta de amor a cincuenta años de historia de los cómics de Marvel.

Espóilers como ladillas del tamaño de cachalotes a partir de aquí. Si aún no has visto Deadpool y Lobezno, pasa directamente a la conclusión. La encontrarás al final de la entrada, bajo el título en negrita «CONCLUSIÓN».

Allá va:

Deadpool y Lobezno está escrita con el ojete. Es, literalmente, un catálogo de casi todos los errores que se pueden cometer a la hora de escribir una historia:

Narración caprichosa y desorientadora (las cosas pasan porque sí, porque hay que mantener en movimiento la acción. Y nadie explica nada. ¿Cómo cojones viaja Deadpool de la Tierra-10005, la suya, en la que han sucedido las dos primeras películas y empieza esta tercera, a la Tierra-616, la de Los Vengadores, Spiderman, Thor, etcétera, para tener esa entrevista con Happy Hogan? ¿Por qué nadie nos lo ha explicado, o lo ha intentado al menos? ¿Por qué coño Wade le da tanta importancia a unirse a Los Vengadores? Es un (anti)héroe por derecho propio y no le queda nada por demostrar).

Giros de trama accidentales (si realmente Deadpool es imprescindible en otra esfera del multiverso Marvel, ¿por qué los agentes de la TVA, que son como los cojones parlantes de Rick y Morty, solo que más feos y sin hablar negrata, intentan matarlo mientras desentierra el cadáver de Logan, y por qué, si sigue siendo importante para el futuro de la Tierra-616, después Paradox lo destierra al Vacío? ¿Por qué mierda los Deadpool Corps trabajan para Cassandra Nova en vez de aliarse con Wade, que sería lo natural?).

Ruptura del canon establecido en anteriores películas (¿Qué le ha pasado al acento de Dopinder? ¿Algún comemierda sojas de pelo morado, fiambrera con pan de quinoa y cargo ejecutivo en en Disney pensó que era racista que un indio, o paquistaní, o lo que sea, hablase inglés con acento indio? ¿QUE WADE Y VANESSA HAN ROTO? ¿Que Deadpool ha roto con el amor de su vida y motor argumental de las dos primeras películas? ¡PERO ESTO QUÉ ES! Y, ya dentro del canon establecido en la propia Deadpool y Lobezno, el INSULTO al sacrificio conjunto de Wade y Logan para parar la máquina del fin del mundo secuestrada por Cassandra, que se suponía que iba a matar a cualquier hombre que intentase cortocircuitarla, pero no basta para matar a dos hombres mientras suena Like a Prayer de Madonna. Y, quieto parao, ¿que la Tierra-10005 de Deadpool es el mismo universo paralelo de Logan? Pero eso no tiene puto sentido, joder. Logan transcurre en un futuro distópico en el que prácticamente todos los mutantes
, entre ellos la Patrulla-X al completo, han muerto, y, se nos da a entender, no quedan ya héroes. ¡Pero al puto cumpleaños de Wade asisten Coloso, Yukio y Negasonic Teenage Warhead! ¡PERO ESTO QUÉ ES! Ah, que no es el mismo universo, que es otro. Pero... entonces ¿qué cojones hace X-23 en el Vacío, si pertenece, teóricamente, a la misma línea temporal que Deadpool?).
¿La recuerdas?

Antagonistas de puta mierda sin objetivos mínimamente coherentes (Paradox y Cassandra Nova juntos no dan ni para medio villano ya no de la talla de Thanos, que eso son palabras mayores, sino de la talla de Falcone en Batman Begins. Además, ¿que el hijo de puta de Paradox de verdad se quiere cargar por las bravas el universo moribundo de Deadpool porque, como funcionario de mierda que es, se niega a esperar varios miles de años a que la muerte de la Tierra-10005 suceda naturalmente, que eso le obliga a hacer horas extras y le jode los fines de semana, moscosos y vacaciones? ¿Ésa es su puta motivación? ¿Y Cassandra Nova secuestra el destripatiempos ése de Paradox para cargarse todos los multiversos porque... porque patata? ¿Porque es la otra mala de la película y algo tiene que hacer, el animalico?).
Pues ya está hecha toda una mocita.

Apelación a la nostalgia, y digo de la peor clase. La clase que pretende cegar al nerd promedio a los muchos cacharrazos narrativos que tiene esta película. ¡Mira, si resulta que Lobezno llevaba la capucha con orejas todo el tiempo, aunque le hemos visto la nuca mil veces a lo largo de toda la peli y no estaba allí! ¡Mira, Coloso! ¡Mira, la portada de Uncanny X-Men 251! ¡Mira, un Lobezno «comic accurate» que da mucho ascazo! ¡Mira, el Old Man Logan! ¡HOOOOOSTIA, LA PELEA ENTRE LOBEZNO Y HULK DEL THE INCREIBLE HULK Nº 180! ¡Mira, el Lobezno de La Era de Apocalipsis! ¡Mira! ¡Parche! ¡Mira, Cavilezno! ¡HOSTIA PUTA; WESLEY SNIPES HACIENDO DE BLADE! ¡Pero si decían que él y Ryan Reynolds se llevaban a matar! ¡ME RECONTRACAGO EN LA PUNTA DEL PIJO BISIESTO DEL MISMÍSIMO SATANÁS; EL PUTO REMY LEBEAU, CHANNING TATUM HACIENDO DE GAMBITO!

Desarrollo circular y fútil. La película empieza básicamente igual como acaba. Sí, han salvado la Tierra-10005 y le han proporcionado un nuevo Lobezno, pero, a grandes rasgos, después de todos esos saltos entre dimensiones, masacres, alianzas y discusiones entre Logan y Wade, nada ha cambiado en el Multiverso Marvel. La Tierra-616 se ha quedado como estaba (y, aparentemente, los acontecimientos de Deadpool y Lobezno son anteriores a los eventos de Endgame, ya que se dice explícitamente que Tony Star sigue vivo en ese universo. Y ¿no debería haber muerto Laura en el Vacío cuando Alioth se comió a todos los demás héroes allí desterrados? ¿Qué coño hace en la cena final, con Logan y los demás?).

Devs ex machina a cascoporro (Peter Pool apareciendo justo a tiempo para distraer al Deadpool Corps y permitir que Wade y Logan lleguen a la máquina destripatiempos. Laura pasándose casualmente por donde Lobezno y Deadpool están durmiendo la mona dentro del coche, después de intentar sacarse los ojos el uno al otro). Y podría seguir, pero la entrada ya da para potato.


En párrafo corto: Deadpool y Lobezno está tan lastrada de errores de escritura que el propio Wade se pasa la mitad de la película «sosteniendo una lámpara», como dicen los ingleses, y señalando los fallos, contradicciones, caprichos narrativos, puñaladas traperas al canon, obvios cebos para fans muy fans (reconocibles porque, cada vez que aparecen en pantalla, se le da al espectador un par de segundos para chillar y aplaudir) y falacias argumentales de la película. ¡Hasta se permite chotear a Hugh Jackman por su vida privada! «No creo que se quite esa chaqueta amarilla, que es que se ha abandonado un poco desde el divorcio» (parafraseo).

Y no importa un carajo, como no importaba en las dos anteriores películas (pese a estar mucho mejor escritas), porque...
(Aquí viene la parte alta en la que queremos terminar esta entrada).

...Deadpool y Lobezno es divertidísima, y no es, ni pretende ser, una lección de cine, sino un espectáculo. Una excusa para que, durante dos horas, dejes de pensar, te permitas sentir, simplemente disfrutar de este desternillante despropósito sin pies ni cabeza y jugar, con tu compañero de butaca, a señalar todos los guiños de «fan-service». Y claro que no tiene coherencia narrativa, ni una historia congruente, pero ¿acaso tiene coherencia narrativa El sentido de la vida, o casi cualquier otra película de los Monty Phyton? ¿Aterriza como puedas no está trufada de gags de TikTok antes de que se inventara TikTok? ¿Tienen antagonistas sólidos las películas de los hermanos Marx? ¿Los giros de trama y rupturas de la cuarta pared del cine de Mel Brooks tienen razón de ser? Por no olvidar el género musical en su totalidad. ¿Tiene algún puto sentido que, en mitad de una película, alguien se ponga a cantar y bailar y todos los actores y figurantes en plano se sepan la puta coreografía? ¿Hace falta acaso que la comedia absurda se atenga a la estructura narrativa en tres partes y el viaje del héroe de Campbell, o para disfrutar de este tipo de cine basta con sentarte, apagar tus neuronas, abrir bien los ojos y darte cuenta de que estabas extraordinariamente equivocado y de que, teniendo a los actores correctos y los diseñadores de vestuario apropiados, Brian Singer fue marica perdido por no proporcionar a sus X-Men los uniformes de los cómics?
Aquí fue cuando me corrí.

Y, para escándalo de los finolis gafapastas que se pajean con fotos de Bergman y Passolini, en su primer fin de semana, Deadpool y Lobezno ha hecho más de doscientos millones de recaudación sólo en Estados Unidos y más de cuatrocientos sumando las taquillas internacionales.

Sólo en su primera semana de exhibición, la película que reúne a Logan y Wade Wilson amasó casi quinientos millones de recaudación. Y, sospecho, en buena medida gracias al regreso del primer, el único y, hasta nuevo aviso, mejor Lobezno cinematográfico que ha existido jamás. Mucho me temo que Deadpool esté en lo cierto y al pobre de Hugh Jackman, en nombre de la cuenta de beneficios de Marvel, lo tengan sacando las garras de adamántium hasta los noventa años.

En el momento en que escribo estas líneas, Deadpool y Lobezno se ha puesto en seiscientos treinta millones, va camino de los mil, de los que no creo que se quede muy corto, y hay gente que está yendo al cine a verla una y otra vez, porque después de toda la soberana mierda, escrita por sojas soplapollas que odian los cómics a quienes los leemos, con la que Hollywood nos está castigando en la última década, esta extraordinariamente mal escrita superproducción de dos de los personajes más populares de Marvel es un soplo de aire fresco en nuestras caras llenas de cicatrices de acné.
¡Te jodes, Kevin Feige!

CONCLUSIÓN

Deja de leer bitácoras de mierda y ve al cine más cercano a ver Deadpool y Wolverine.

ACTUALIZACIÓN QUE NOS LA PONE MUY GORDA:

Deadpool y Wolverine ya va por ochocientos millones y sumando.


Te jodes, Kevin Feige.

OTRA actualización con la que NOS CORREMOS VIVOS.

Tal y como predijimos en la primera versión de la bitácora (3 de agosto; ¡ojalá fuese así de fácil predecir la combinación del Bote de la Primitiva!), Deadpool y Wolverine han alcanzado los mil millones de dólares de taquilla.

Y continúa en exhibición.

Y ahora todos los directivos de Marvel/Disney, que no sabían qué coño hacer con el personaje y estaban decididos a dejar caer la película, se están atribuyendo el mérito del éxito.

Te jodes, Kevin Feige.

JAJAJACTULIJAJAJAJACIÓN JAJAJAJAJAJOCOSAJAJAJA

Un mes después de su estreno, Deadpool y Lobezno ha superado al Joker de Todd Phillips como la película de clasificación R más taquillera de la historia.

Con 1 144 millones de recaudación, Deadpool y Lobezno, esa película por la que prácticamente nadie en Marvel/Disney apostaba, ya ha recaudado más (sin ajustar la inflación y el precio de las entradas) que El señor de los anillos: El retorno del rey, Spiderman: Far from Home, Harry Potter y la piedra filosofal, Star Wars: Episodio I, Parque Jurásico y otros 23 blockbusters milmillonarios de los últimos 30 años.

Te jodes mucho, Kevin Feige.