viernes, 16 de agosto de 2024

Necesitas un poco más de Katsugen en tu dieta (III)

En las dos entradas homónimas precedentes (ésta y aquesta otra) te hemos recomendado, oh fénix de los lectores, luz del mundo, algunos títulos de manga japonés que, estimamos, podrías encontrar entretenidos.

Como este nuevo invento es socorrido y nos resuelve la entrada cuando no hay temas urgentes que tratar (o cuando nos sale del agujero de mear del reverendísimo carallo), ahí va otra ronda de cuadritos japoneses y gifs de asiáticas jamonas:


Empecemos con una (re)vuelta al tropo de rom-com adolescente con pintitas de elementos ecchi que empezó este espacio de la bitácora; revuelta que nadie en Paratroopers vio venir: ちえりの恋は8メートル / Chieri no Koi wa 8 metorou / El amor de Chieri mide ocho metros, de Mitogawa Wataru, retoma casi los mismos ingredientes de My Dress-Up Darling (gyaru extrovertida, tirada pa'lante y sexy; estudiante de instituto tímido y huidizo, amor adolescente, situaciones picantuelas...), y les da un montón de hormona del crecimiento. 

Pero que UN MONTÓN de hormona de crecimiento.


Kotaki Yumeji, «Yume-chan» para los amigos, ya tenía bastante lidiando con todos los problemas inherentes a la pubertad, la vida del estudiante de secundaria y todas esas mierdas. La llegada de Oomine Chieri, una estudiante transferida de otro instituto, introduce un nuevo e inesperado estresor en su vida. Yumeji y Chieri se conocen desde niños, pero se perdieron la pista muy pronto, y durante años. Oomine regresa en plena adolescencia y su obvio desarrollo físico le crea a Yume-chan no pocos problemas.

Que no es que a Chieri haya echado tetas. Que las ha echado. Dos. Y de buen tamaño. Es que, además, desde la última vez que los dos amigos de la infancia se vieron, Oomine ha crecido. Mucho.

Muchísimo.

Cuando Yumeji y Chieri se separaron, los dos eran niños de una estatura normal. Cuando se reencuentran, Kotaki es un adolescente de talla normal (para un japonés) y Oomine mide OCHO PUTOS METROS.

No es que la menarquía haya hinchado las mamas de Chieri. Es que, si a algún pobre cristiano se le cae encima una teta de Oomine, LO ATOMIZA.

Chieri es tan COLOSAL que le tienen que poner el pupitre (pupitre gigantesco hecho a medida, se entiende) FUERA del edificio, porque dentro no cabe ninguno de los dos; y la pobrecica asiste a clase A TRAVÉS DE LA VENTANA, abierta para ello. Y aún nos preguntamos de dónde coño saca la ropa, el calzado, el MATERIAL ESCOLAR GARGANTUESCO que se lleva al cole todos los días (que el gobierno japonés le proporciona a través del «Departamento de Apoyo a la Chica Gigante»).

Y, para todas aquellas otras cosas que el gobierno no puede proveer a Chieri, la escuela ha designado un «cuidador», una persona que la ayude a hacer las tareas que su gigantesca estatura no le permite, que le sirva de apoyo emocional, que la ayude a integrarse (no imagino lo difícil que debe de ser encajar en un grupo cuando, además de adolescente, mides OCHO PUTOS METROS. ¡Si su teléfono móvil lleva un letrero enorme de «¡Peligro!, caída de objetos»!).

Naturalmente, como son amigos desde niños, esa tarea recae en Yumeji. No por decisión administrativa, sino porque la propia Chieri «se atribuye» la potestad de escoger a su cuidador, y, naturalmente, se apropia de Kotaki como si fuese un muñeco Ken.

La usual cantidad de equívocos, accidentes sexys y situaciones embarazosas propias de la comedia romántica adolescente, y que hacen la salsa de este género, se multiplica por ocho cuando estamos hablando de un titán teñido, pechugón y ADORABLE como Oomine Chieri.

Por ejemplo: es realmente difícil tallar la ropa para una chica de OCHO JODIDOS METROS, así que a veces se le abre por las costuras, o se le salta un botón (siempre con erótico resultado, claro). Además, algo que nunca se me había ocurrido, que no soy un puto degenerado, a una chica de ocho metros de altura con falda resulta exponencialmente más fácil verle las bragas, deporte oficial de los adolescentes japoneses, aparentemente (pero Chieri es resuelta e imaginativa y ya ha chapuceado una solución que preserva su pudor... o eso cree ella).

Y, sin embargo, pese a su colosal tamaño, Chieri sigue siendo una chica, y a veces se siente indefensa y entonces es cuando Yumeji, que para Oomine tiene el tamaño de un Satisfyer, tiene que comportarse como un gigante él mismo y defender a su amiga. Y se dice a sí mismo que es lo que haría cualquier hombre que se precie. Lo menos que una chica tiene derecho a esperar de un amigo. Pero, entonces, ¿por qué el corazoncito de Yume-chan hace «doki doki» tan fuerte cuando Chieri le expresa su agradecimiento o su cariño en forma alguna? Y ¿por qué Chieri se sofoca y ruboriza cuando Kotaki le expresa, muy virilmente, su lealtad y afecto, o cuando comparten un momento íntimo, como cuando él le da a probar su almuerzo?

Chieri no Koi wa 8 metorou es una tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todos los tropos de este tipo de historias, cuando son contadas por un autor japonés.

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todo el melocotón añadido de que uno de esos adolescentes mide OCHO PUÑETEROS METROS. ¡Puf, el capítulo en el que Chieri le prepara un bentō a Yumeji! ¡Trabajo de relojería! (el propio bentō de Chieri sería suficiente para alimentar a toda la población de Saitama) ¡La risión de cuando caminan juntos al colegio y, como cada zancada de Chieri mide lo menos dos kilómetros, Yumeji hace el viaje en el hombro de su amiga y llega a decir «es como pilotar un robot gigante»!

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con una adolescente que es, técnicamente, una SUPERHEROINA capaz de levantar un coche para reñirle a un conductor desconsiderado que se ha saltado un paso de peatones en el momento en que cruzaba una anciana, apartar un árbol que se ha caído, atrapar a un carterista a la fuga (y, jum, Yumeji la «acompaña» jum jum, medio aplastado entre sus desaforadas bufas).

Cuando eran niños, Yume-chan cuidaba de Oomine. Ahora que son adolescentes y Chieri mide OCHO METRAZOS ME CAGO EN DIOS QUÉ CACHONDO QUE ESTOY, es ella la que cuida de Kotaki. Y de toda la ciudad. Del mundo entero, si hace falta. Porque ahora PUEDE HACERLO, gracias a su tamaño y fuerza proporcional. «[…] Amo más la grandota que soy que la pequeña que fui».

Chieri es ADORABLE. VALIENTE. BONDADOSA. GIGANTESCA en generosidad y ternura, que no sólo en talla de bragas.

Y ya va siendo hora de que le des una oportunidad a Chieri no Koi wa 8 metorou, amado lector.

異世界でチート能力(スキル)を手にした俺は, 現実世界をも無双する ~レベルアップは人生を変えた~ / Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru / Habiendo adquirido habilidades para hacer trampa en otro mundo, no tengo rival en el mundo real ~Subir de nivel cambió mi vida~; de Miku y Minatogawa Kazuomi, es el isekai que toca en esta entrada del Paratroopers. Porque sí. Porque nos ha hecho mucha risión esa leyenda, sin confirmar (no queremos investigar y llevarnos un desengaño) de que el sindicato de camioneros de Japón había elevado una protesta contra los dibujantes de manga. ¡Que ya está bien que casi todos los personajes de isekai se reencarnen después de ser atropellados por un camión, copóns!

Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru es la enésima expresión de una vieja fantasía de nerd gordo, feo, socialmente lisiado, vapuleado en el cole y sin pericias atléticas. Como tantos otros títulos tratados en anteriores entregas, empezó sus días como novela ligera, firmada por el propio Miku, en Kakuyomu, una página web de libros electrónicos que publicó las primeras páginas de la obra en marzo de 2017. La versión manga llegó en 2019 en la página web de Dengeki PlayStation Comic Web.

Ahí va el argumento: Tenjō Yuuya es el típico adolescente introvertido, fondón y atocinado al que dan de hostias sus compañeros de clase, ningunean sus propios parientes y aborrecen las chicas. Todo cuanto Tenjō tiene es la antigua casa de su abuelo, que se la dejó en herencia cuando falleció (y de su negativa a venderla o ponerla a nombre de sus hermanos pequeños, vino la ruptura definitiva con su familia). Yuuya se paga el ramen instantáneo con empleos a media jornada, no tiene amigos, no tiene contacto con su familia (además de unos padres que lo han echado de casa y se niegan a mantenerlo, tiene dos hermanos pequeños, Sora y Yōta, que lo putean todo cuanto pueden y más), está en pésima forma física, tiene una depresión de caballo y la autoestima en niveles subterráneos.

Pero Tenjō no ha perdido su buen corazón, cultivado y fortalecido por su abuelo (los psicópatas de sus padres poco han hecho por darle valores). «Nunca te rindas». «Atesora a aquellos que son amables contigo». «Sé amable con aquellos que te necesitan». Así que, como pese a todos los esfuerzos de su familia, sus compañeros de estudios y del mundo mismo por convertirle en un despojo sin dignidad, cuando, de regreso a casa desde el trabajo del que acaba de ser despedido (por llegar tarde, ya que cuesta ser puntual cuando tienes que arrastrarte, baldado, tras la más reciente paliza de los matones de tu instituto) Yuuya ve a una chica acosada por los hijos de puta de una banda, se mete a defenderla tras un momento de duda.

Y le dan de hostias hasta el cielo de la boca, claro. No sabemos si ya encallecido de tantas golpizas en el colegio o todavía entumecido por la que acaba de recibir, Tenjō resiste la somanta hasta que llega la policía y pone en fuga a los acosadores. La chica quiere expresarle su gratitud en alguna forma, pero Tenjō se niega incluso a permitir que llame a una ambulancia («no puedo permitir que le hable a un tipo tan feo como yo»; recordemos que tiene la autoestima por los suelos) y abandona el lugar de los hechos para refugiarse en la casa de su abuelo.

Allí, frustrado por su impotencia, tira un cubo contra un espejo, lo rompe y una sección de esa pared se retira, revelando una habitación secreta de la que nuestro agitado héroe no sabía absolutamente nada.

Tenjō acababa de descubrir el almacén secreto de su abuelo. Y allí dentro hay algo muy raro: una puerta tallada con el símbolo de un búho. Una puerta en mitad de la habitación. Una puerta que no parece llevar a ningún lado. Pero, cuando Yuuya la abre, accede a una cabaña construida en una pequeña parcela de otro mundo (algo así como el armario de los libros de Narnia, claro). Un mundo poblado de monstruos, gobernado por la magia, donde puede obtener puntos de experiencia (una vez más mecánica de videojuego de rol) y gastarlos en sí mismo. Y en esa cabaña hay ropas exquisitas, como de cuento de hadas. Y armas fabulosas, que Tenjō (que es un hombre a fin y al cabo) no se resiste a probar. Y sale al huerto de la cabaña. Y ve, al otro lado de la cerca, un ogro gigantesco y agresivo de nivel 300 (más mecánica de videojuego de rol) que le ruge. Y Yuuya le tira la «Lanza Absoluta», y lo mata en el acto. Y sube de golpe a Nivel 100. Y, después de repartir los puntos de atributos, vuelve a cruzar la puerta del búho en dirección a su mundo nativo, se echa a dormir, pasa una noche toledana (siente dolor) y despierta convertido en un adonis esbelto y físicamente superdotado, con un six-pack en el que dan ganas de cagarte y lamer la mierda después.
Tenjō puede «farmear» en el mundo que se abre más allá de la puerta mágica del búho y traerse las recompensas a éste. Matar bichos en el mundo de Arceria y después quedarse catacróquer de estupor cuando las dependientas de las tiendas se le quedan mirando babeantes, perplejo de que de repente las desconocidas corran a pedirle su número de teléfono y atónito de que sus propios compañeros de clase no le reconozcan, pero los chavales le odian al primer vistazo, y los más bravos se acercan a marcar terreno y desafiarle, y las chicas se chorrean vivas a su paso e intentan meársele encima; para marcar terreno, también (estoy exagerando un poco, ya lo sé). Usar sus nuevas habilidades para salvar a una niña extranjera a punto de ser atropellada en un paso de peatones no por un camionero, por una vez, sino por unos moteros hijos de puta (y Tenjō, traumatizado como está, se alegra de que la niña no lo demande por manosearle).

Yuuya comienza, pues, a vivir una doble vida: explora el mundo al otro lado de la puerta del búho y sigue yendo al instituto (obviamente se tiene que comprar un uniforme nuevo, porque ya no cabe en el viejo) e intentando sobrevivir a los retos de la adolescencia. En ambos escenarios afronta retos de diferente naturaleza que nunca se le habrían presentado a su antiguo yo. Rescatar a la princesa semi-elfa Lexia von Arceria, y devolverla ilesa a su castillo. Reemplazar a un modelo masculino tardón para un photoshoot de moda con la bellísima y adorable Miu (Tenjō se ha vuelto demasiado guapo para pasear impunemente por un centro comercial). Farmear aún más sus habilidades y limpiar de monstruos peligrosos los alrededores de la cabaña de su abuelo. Llevar un pollón de cajas a los clubes de su instituto (en castigo por hacer una traducción perfecta de un texto, con su nueva habilidad de «dominar idiomas», o algo así, y ser acusado de hacer trampas... y técnicamente las hizo). Rastrear, identificar y detener al asesino en la sombra que amenaza la vida de, otra vez, Lexia. Aceptar la oferta de Kaori Hōjo, la chica a la que salvó de los matones de la banda, y que quiere reclutarlo para la Academia Osei, la escuela privada más prestigiosa del país, y que preside su padre. Una escuela que prioriza el carácter de los alumnos a sus notas o su extracción social.

Esa puerta que se abre a otro mundo ha cambiado la vida de Tenjō. Para mejor. Ahora tiene un cuerpo, un aspecto y unas habilidades que le permiten sacar partido de su buen corazón y la ética personal cultivada por su abuelo. Ahora puede hacer nuevos amigos. Verdaderos amigos. En ambos mundos (y el momento en que Kaori le dice que reconoció al Kenjō transformado porque, más allá de la obvia pérdida de peso, tanto el Kenjō gordo y feo como el Kenjō delgado y guapo tienen la misma mirada, es para arrancarnos una lagrimita a todos aquellos que alguna vez creímos que existen chicas así en el mundo real). Ahora puede ser un héroe. Aspirar incluso a tener novia (de hecho, le sobran candidatas).
A través de las mecánicas de videojuego, Yuuya se convierte en el hombre que todos los fans de los videojuegos hemos querido ser siempre, aunque nunca tuvimos ni tendremos esa oportunidad.

Y, sí, hay anime de esto. Una temporada de una serie, de la que se ha anunciado continuación, si bien no el formato de la misma. De nada. Aunque tampoco es que te vayas a herniar por leerte los
, en el momento en que escribimos esto, 29 capítulos publicados, recogidos en seis volúmenes, de Isekai de Cheat... (la lentitud de Minatogawa y Miku a la hora de entregar páginas nuevas empieza a tocarnos los huevos. ¿Se habrá cancelado o estará a punto de cancelarse Isekai de Cheat etcétera?).

Con lo muy VERRACOS y mucho VERRACOS que nos ponen a los paratroopers las amazonas y los abdominales de Lean Beef Patty, ya es raro que todavía no hayamos cubierto ningún manga de macizas atléticas. Así que, para subsanar esa deficiencia, ahí van tres, si bien muy diferentes entre sí:

彼女のそれにやられてる / Kanojo no Sore ni Yarareteru / Soy adicto a ella, de Oomi Tabi nos presenta a Tamiya (sí, como la marca de acrílicos para miniaturas), el típico lúser de instituto sin novia ni carisma, que se pasa el día leyendo manga en el club de Literatura (de hecho es el ÚNICO miembro del club), satisfecho de la tranquilidad que disfruta en él, hasta que es interrumpido en su solitario solaz por Natsuki Shino, la maciza estrella del club de atletismo, que está hasta su núbil potorro de tanto entrenamiento y entra en el club buscando refugio, perseguida por la capitana del equipo. Por supuesto, en contraste con el apestado social de Tamiya, Natsuki es popular, extrovertida, buena estudiante, desenfadada y optimista, y siempre está rodeada de admiradoras y pretendientes (mientras Tamiya está en un rincón oscuro, cazando pokemons).

Y, en cuanto Natsuki («la leoparda», le llama el protagonista de nuestra historia) atropella el espacio sagrado de Tamiya, le desbloquea al pobre ratón de biblioteca un fetiche que no sabía que tenía: abdominales femeninos. Porque hay dos clases de heterosexuales: heterosexuales a los que les gustan las chicas con un buen six-pack y heterosexuales a los que les van a gustar.

Aunque a ellas no les gustes tú.


Luego los abdominales le llevan a todo lo demás: axilas, tetas (Natsuki calza un buen par de aldabas). Y, como Tamiya es un torpón del carajo (los bibliotrastornados solemos serlo, porque si no lo fuésemos se nos rifarían para jugar al fútbol en el recreo y tendríamos coordinación y reflejos), provoca accidentalmente o se ve envuelto en toda clase de hilarantes equívocos sexys con el rotundo y bien definido cuerpo de Natsuki. Y, aunque al principio Tamiya no quiere otra cosa más que perder de vista a la Leoparda, librarse de ella, que Shino deje de avasallar su refugio en el club de Literatura, esto es una comedia romántica, así que no sólo acaba acostumbrándose a su compañía, sino que pronto se descubre esperando su llegada. Le cede el único sofá del club. Hasta se lo desinfecta y perfuma y todo, creyendo que ella no se sienta en él porque Tamiya lo ha «apestado» con su olor corporal. Y le crea un pequeño trauma porque Natsuki cree que Tamiya le está diciendo, diplomáticamente, que la que hiede es ella (a sudor, se entiende, que es de los dos la que hace deporte). Y Shino nos muestra su lado vulnerable e inseguro (¡es una adolescente, cojones!). Y, aclarado el malentendido, Tamiya le compra un cojín a Natsuki para que deje de sentarse en el suelo y todo queda dispuesto para el siguiente equívoco. El próximo tropezón de Tamiya. El nuevo accidente pícaro de contacto, roce, estrujamiento o aplastamiento no intencionado de turgencias femeninas o exposición más o menos explícita del bien fibrado cuerpo de la muchacha, como cuando pierde una partida de dados con Tamiya y éste la castiga a hacer sentadillas. Y se pone morado mirándola.

(Sí, este manga lo ha escrito un pajero. ¿Te sorprende?).
«Eso es, Sheldon. Pásate al Lado Oscuro».


El creciente amor entre Tamiya y Natsuki enfrentará obstáculos, empezando por los amigos de Tamiya (sí, no es un completo leproso como el pobre de Gojo en Sexy Cosplay Doll), sobre todo Sonoya, que no deja de recordarle a Tamiya que Shino está muy por encima de sus posibilidades y que su obsesión por ella está a dos fotos con el móvil de convertirle en un acosador. Pero también Fuumin, una amiga y compañera deportista de Natsuki, que inmediatamente, y no podemos decir que de forma injusta, identifica a Tamiya como un marranete obsesionado con las chicas atléticas y se propone destruirlo.


Kanojo no Sore ni Yarareteru nos lleva a エロティックxアナボリック / Erotikku X anaborikku / Erótico X Anabólico, de Achumuchi. Cuando me lo empecé a leer me esperaba algo parecido a Kanojo no Sore ni Yarareteru, manga con el que comparte no pocas temáticas (marginado adolescente morbosamente interesado en una compañera deportista que no puede estar más jamona porque no hoza).

Y me equivocaba.

Ageki Kyōsuke es un adolescente gordote y tragaldabas (¡que se pide una pizza a domicilio desde el puto instituto para comérsela entre clases, cagonsancarallo!) que siempre ha estado obsesionado con Mitsukura Itsuha, «Sanzo-san», una compañera de clase que no parece tener nada de especial. Ni es particularmente guapa ni horrorosamente fea, ni una plasta amorfa ni la moza más popular del Japón, ni un cero a la izquierda ni la mejor estudiante de la galaxia. Pero a Kyōsuke le gusta Itsuha (aunque sería más correcto decir que le gusta su cuerpo, o al menos la parte de él que conoce), aunque sospecha que ella le odia. Cosas del amor a esas edades.
Te acabas de enamorar.

Kyōsuke está a un par de gafas de sol y una mascarilla de acabar en un correccional. Se imagina a Itsuha desnuda. La dibuja (es un buen dibujante aficionado y miembro del club de Arte de su instituto) en poses eróticas, le pinta cuero de dominatrix y látigo. Quizá por eso un día, intrigado por el comportamiento furtivo de ella al final de una jornada escolar, la sigue hasta la azotea del instituto... y se la encuentra embutida en un sucinto bikini, sacándose selfies en poses aún más eróticas de las que Ageki se ha atrevido a dibujar.

Y en ese momento Kyōsuke descubre que Mitsukura está CAÑÓN. Tiene un cuerpazo cincelado en el gimnasio y, al mismo tiempo, rotundamente femenino. Culoso. Pechugoso. Musloso. Mucho más hermoso y erótico de lo que Kyōsuke había pintado en su imaginación. Y menuda sorpresa cuando Sanzo-san ve sus dibujos verdes DE ELLA, y oye sus explicaciones acerca de la obsesión que siente hacia el cuerpo de Mitsukura, y cómo desde hace tiempo ya no puede ni quiere dibujar otra cosa, y, lejos de vaciarle en la cara un espray de pimienta y salir corriendo, vuelve a quedarse en paños menores, deja que el muchacho la admire y le pide que la dibuje.

La relación disfuncional entre estos dos chavales se basa en el deseo de Mitsukura de ponerse maciza («quiero alcanzar mi cuerpo ideal y mostrarlo», dice en una viñeta, y en otra, más adelante, «mi meta es conseguir un cuerpo erótico») y el de Kyōsuke de dibujar el macizo cuerpo de Itsuha. Aparte de eso, estos dos personajes no pueden ser más diferentes (de nuevo un componente clásico de la rom-com adolescente en el manga). Él come toneladas de comida basura. Ella se lleva al instituto un bentō de brócoli, pechuga de pollo y patatas hervidas, y todo medido con balanza de precisión hasta el último gramo.

A partir de ahí, consejos de entrenamiento y dieta aparte, Erotikku X anaborikku está veteado de los típicos episodios de este subgénero manga. El dibujo está muy lejos de ser una maravilla (de hecho es regularcillo con algunos momentos realmente bajos) y los capítulos son una sucesión de tópicos, no por trillados menos divertidos o entrañables. Cambia al dibujante y cambia los personajes y podrías estar leyendo Kanojo no Sore ni Yarareteru.

Erotikku X anaborikku podría ser OTRA historia de lúser enamorado de chica deportista salvo por ÉSE CAPÍTULO, que nos rompió el corazón a sus lectores y que sugiere una razón mucho menos frívola, y un poco más SINIESTRA, por la cual Mitsukura quiere alcanzar un «cuerpo ideal» y se machaca en el gimnasio para alcanzarlo.
Te juro que me eché a llorar.

Giro dramático que nunca esperarías encontrarte en ダンベル何キロ持てる? / Danberu Nan Kilo Moteru? / ¿Cuántos kilos en mancuerna puedes levantar?, de Sandrovich Yabako y Maam. La divertidísima historia de un grupo de amigas que se apuntan a un gimnasio. Cada una por sus propias y, a menudo, desternillantes razones. Sakura Hibiki es una alumna de instituto, desenfada y glotona (y otra gyaru), que sólo quiere perder parte del peso que ha ganado comiendo mal y tener un buen cuerpo que lucir en bikini cuando llegue el verano. Y sólo se queda en el gimnasio por el crush COLOSAL que se pilla por el instructor, Machio-san (que es básicamente la misma motivación de su profesora cosplayer clandestina, Tachibana Satomi, aunque ella no quiera quedar bien en bikini, sino en los disfraces que confecciona para su hobby).


Sōryuun Akemi, la compañera de clase de Hibiki, lo que tiene es un fetiche con los cuerpos musculados que roza la patología. Así que el gimnasio es como un sueño hecho realidad para ella. Y nos referimos a esos sueños de los que te despiertas mojada.


Uehara Ayaka ya hace bastante ejercicio en el club de boxeo de su familia (de hecho tiene unos abdominales del cagarse sin hacer, nunca, nada de trabajo abdominal), pero con la superafluencia de alumnos no queda ya sitio en el gimnasio familiar y se va a entrenar y dar clases de boxeo al Silverman Gym en el que entrenan Akemi, Hibiki y Satomi.

(Ah, y Akemi también descubre el talento oculto de Hibiki).


Y Zina Void... pero mira, mejor te lees el manga y te enteras de lo de Zina Void.

Danberu Nan Kilo Moteru? es una divertida y ligera tontada llena de escenas surrealisticamente cómicas, Macchio-san sacando bola, viñetas sexys y personajes adorables. Hibiki, tal vez la más frívola, es la más simpática de todos. «¿Que las sentadillas te ponen el culo duro?» y pega sentones hasta tener que irse a casa haciendo eses. «¿Que el press de banca te deja el pecho bonito?», y tienen que quitarle el balancín porque sus pectorales están a punto de licuarse. No hay, a priori, un componente romántico como tal en Danberu..., y sí mucha comedia, momentos picantuelos, dibujos bonitos y consejos sobre dieta y ejercicios.

Por cierto, de Danberu Nan Kilo Moteru? también hay anime (y con una de las intros más divertidas, enérgicas y llenas de positividad y entusiasmo que he escuchado jamás). Sólo una temporada, lamentablemente, pero si eres un flojo cojonazos quizá te sirva para cogerle el gustillo a este tebeo desperrechante.

«Vale, ya lo pillo. Tú sólo lees comedias románticas adolescentes en las que un inadaptado se trajina a una maciza, ¿verdad?
Me pregunto por qué, je, je, je. Y además sólo lees manga japonés».

No, y sí, y no, y te preguntas por qué porque eres un hijo de puta.
Así que prepara el orto para un cambio de dieta. La próxima vez que hablemos de manga no te voy a servir katsugen. Te voy a servir wasabi radiactivo de Fukushima. Pero antes vas a comer andong jjimdak. Porque se nos pone a nosotros en los cojones.
Cabrón.

Pero eso será en otra entrada, que ésta ya nos ha quedado de potato o de balrog.

«Has llegado tan abajo que has encontrado un balrog».

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