sábado, 20 de julio de 2024

Ira furor brevis est

Es fácil hacer escarnio de Furiosa. Yo mismo he estado a punto de titular esta entrada de la bitácora «Estoy furioso con Furiosa», «La precuela que nadie pidió de la secuela que nadie esperaba» o algo por el estilo. Pero mentiría. No estoy furioso con la más reciente película de George Miller. Estoy triste. Y además sería injusto. Una lanzada a moro muerto. Porque Furiosa se ha comido tres cuartos y mitad de HOSTIÓN en las taquillas y, cambios en los hábitos de consumo cultural del público y de las estrategias corporativas de distribución cinematográfico aparte, esa catástrofe es culpa en buena medida de la propia Furiosa.

Pero darle de patadas en el hígado a un luchador caído en el suelo es propio de canallas, y aquí canallas no somos, así que vamos a intentar descifrar las razones de esta debacle.

(Si eres incapaz de leer nada más largo que un tuit, búscate el resumen en esta entrada anterior del Paratroopers y pasa a otra cosa).


En realidad, George Miller es mucho mejor director de cine de lo que Furiosa te puede hacer creer. Y tú has visto más películas suyas de las que recuerdas. Miller dirigió Las brujas de Eastwick, aquella extraña fábula fantástico-promíscua basada en la novela de Updike e interpretada por Jack Nicholson, Susan Sarandon, Cher y Michelle Pfeiffer en los principales papeles. Miller dirigió la conmovedora El aceite de la vida, dramatización del caso real de Lorenzo Odone, aquejado de una enfermedad degenerativa que va destruyendo poco a poco su sistema nervioso, y recreación cinematográfica de los esfuerzos heroicos de sus desesperados padres, que lograron encontrar un tratamiento que prolongó su vida veinte años más de los que los médicos más optimistas le habían pronosticado. Miller dirigió también Babe, el cerdito en la ciudad, secuela de Babe, el cerdito valiente así como Happy Feet y su secuela, entre otras cosas.

Y, a diferencia de James Cameron, que lleva muy a gala el marchamo de ser el único director de cine que jamás ha perdido dinero con una película, George Miller ha tenido mejores y peores momentos en su carrera profesional. Entre los peores están Tres mil años esperándote, cuya producción se estima que costó sesenta millones de dólares pero que recaudó poco más de veinte millones de dólares, sumando las taquillas internacionales. El aceite de la vida, pese a su historia humana y conmovedora e impecable factura cinematográfica, fue un DESASTRE de 30 millones de presupuesto que recaudó poco más de siete millones en taquillas de todo el mundo. La secuela de Babe, con una recaudación de bastante menos de setenta millones, tampoco recuperó su presupuesto de noventa millones. Los aciertos de Miller con el público serían fundamentalmente Happy Feet, que costó 100 millones y recaudó casi 390 millones (Happy Feet 2, en cambio, se estrelló con 159 millones de recaudación sobre 135 de presupuesto) y Las brujas de Eastwick, que costó unos 22 millones en 1987 y recaudó casi 64.


Pero George Miller, por supuesto, es más conocido por sus títulos de la saga Mad Max: la trilogía canónica protagonizada por Mel Gibson (Mad Max, Salvajes de autopista; Mad Max, El guerrero de la carretera; y Mad Max, Más allá de la cúpula del trueno) y estas secuelas no del todo canónicas, este «universo expandido» al que pertenecen Fury Road y Furiosa.

Y, a grandes rasgos, podemos decir que la saga Mad Max (cinco películas hasta la fecha y planes para una sexta que tal vez no llegue a rodarse jamás, sigue leyendo) pura y simplemente es un reflejo de la carrera de George Miller, con sus luces y sus sombras o, si lo prefieres, amado lector, una especie de fábula de la Ley de rendimientos decrecientes aplicada a la producción cinematográfica. Mad Max se rodó con 300 000 dólares y recaudó 8 773 932 dólares. Veintinueve veces más. Mad Max 2 costó 3 millones y recaudó 23 670 464. Ocho veces más. Mad Max 3 recaudó 3,6 veces su presupuesto de 10 millones de dólares.

¿Ves la tendencia, oh, preclaro lector?

Cada película de Mad Max de la trilogía canónica costó sensiblemente más que la anterior y recaudó, en términos relativos, sensiblemente menos que su precuela. MM2 multiplicó por diez el presupuesto de MM, pero recaudó veintiuna veces menos, tomando su presupuesto como base de cálculo. MM3 triplicó el costo de producción de MM2 y sin embargo consiguió vender cuatro veces menos entradas que MM2.
(Por supuesto, en este cálculo hay factores que no estamos teniendo en cuenta, como la fluctuación en el precio de las entradas de cine entre 1979, fecha de estreno de Mad Max, y 1985, cuando llegó a las pantallas la última iteración del Loco Max protagonizada por Mel Gibson).

Y, pese a la ola de fans y el tifón de críticas positivas que generó en su momento (críticas positivas que siempre me parecieron más oportunistas que sinceras; mierdecillas sojas subiéndose al carro del empoderamiento femenino), Fury Road consolidó esta decadencia. Con un coste PROHIBITIVO de 150 millones y una recaudación de 380 418 444 dólares, la trepidante versión postapocalíptica del París-Dakar protagonizada por Charlize Theron y Tom Hardy (que se llevaron a matar durante todo el rodaje) apenas recaudó 2,5 veces su costo de producción, lo cual entra directamente en el pantanoso terreno del fracaso de taquilla (para que Warner Bros. lo considerase un éxito, con semejante tsunami de pasta invertido en el rodaje, Fury Road tendría que haber recaudado al menos cuatro veces su presupuesto).
(Las broncas entre Hardy y Theron se recogen en el libro Blood, Sweat & Chrome: The Wild and True Story of 'Mad Max: Fury Road', de Kyle Buchanan. Sin meternos en detalles, basta con decir que Charlize llegó a pedir que la protegiesen de Hardy. En serio).

Así que tampoco debería sorprendernos que Furiosa se haya dejado los dientes en la taquilla. Se limita a seguir la tendencia de sus predecesoras. Desde el punto de vista de la fría aritmética, Furiosa era un desastre anunciado durante décadas y su ruina un acontecimiento inevitable.

Pero da mucha rabia.

Porque cualquiera que se haya visto Furiosa puede detectar dónde ha fracasado la película a la hora de convertirse en un blockbuster rompeaudiencias. Todo lo que no funciona en Furiosa está a la vista. Y es doloroso ver este accidente vehicular múltiple a cámara lenta de un director de cine capaz de hacer películas mucho mejores que esta tardía y fracasada precuela de una secuela.

Empecemos por una perogrullada: Anya Taylor-Joy no es Charlize Theron. ,Y en cuanto se nos dijo que había en marcha una película de Furiosa SIN Charlize Theron, algunos de nosotros empezamos a temernos un desastre. Porque Furiosa no es Furiosa porque la haya escrito George Miller, sino porque la ha interpretado Charlize Theron. La identificación entre el personaje y la actriz es absoluta para toda una generación de espectadores. Encima, Imperator Furiosa es un personaje tan atractivo que SECUESTRA al personaje de Max Rockatansky (Tom Hardy) EN SU PROPIA PELÍCULA. Hacer una película de Furiosa SIN Furiosa (Charlize Theron) parece a priori una estupidez tan grande como hacer una película de Indiana Jones sin Harrison Ford, una de Harry Potter sin Daniel Radcliffe o una de Regreso al futuro sin Michael J. Fox y Christopher Lloyd.

George Miller
justificó esta controvertida decisión de casting en que Furiosa iba a ser una precuela del personaje interpretado por nuestra sudafricana favorita en Fury Road. Furiosa nos mostraría la infancia y adolescencia de Furiosa, y al director de Mad Max el maquillaje no le parecía suficiente para disimular la verdadera edad de Charlize (que pronto cumplirá 49 años y empieza a no estar para escenas de acción) y la tecnología de «lifting digital» utilizada por Scorsese para rejuvenecer a Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, en El irlandés o Ang Lee en Géminis le daba canguelo (y lo cierto es que no podemos culparle por ello).

Problema: Anya Taylor-Joy, actriz colosal y mujer de belleza... única, no es Charlize Theron, actriz colosal y mujer de belleza extraordinaria. En cine, los ojos también piden su parte y el fandom de un actor no perdona ni olvida. O, si no, explícame por qué tantos tíos heterosexuales fueron como borreguitos a ver Barbie (pssst, pssst; ahí va una pista, porque hasta en su peor momento profesional o recién levantada, sin ducharse ni maquillarse, después de empalmar tres días seguidos de parranda, a todos nos gusta Margot Robbie). Pon a Anya Taylor-Joy en un papel escrito para Charlize Theron y, de repente, has perdido a todos los fans de Charlize Theron. Si, encima, pones a la pobre Anya Taylor-Joy, a la que amamos muchísimo, en una película de Mad Max sin Mad Max, de postre has alienado a todos los fans de Mad Max.

Furiosa fue planteada desde siempre como una precuela de Fury Road centrada en el personaje de Imperator Furiosa y Charlize Theron está demasiado talludita (algunos diríamos que en sazón, pero, para gustos, los colores) para hacer de una adolescente y una veinteañera. Tanta importancia le concedía George Miller a esta circunstancia que Furiosa se planteó, durante algún tiempo, como una serie de animación en vez de una producción con actores.
 
Estupendo.

Pero ¿por qué Furiosa tenía que ser una precuela?

Precuela, que algo queda.

Sí, claro, un escritor escribe lo que le da la gana y un director de cine hace las películas QUE LE DEJAN, porque hacer cine es caro y, hacerlo a la escala que lo hace George Miller, PROHIBITIVO (no, no vamos a retomar el tema de si es rentable o sensato hacer películas de doscientos millones de presupuesto, que se nos dispara la longitud de la entrada), y el que pone la pasta manda. Miller quería hacer la precuela de Furiosa y Charlize le estaba viejuna para el papel. Entendido, George Miller. Aceptamos «pulpo» como animal de compañía.

Establezcamos antes de seguir adelante que Anya Taylor-Joy es UNA BESTIA de la pantalla. La bruja, Morgan, Purasangre, Gambito de dama, Última noche en el Soho, El hombre del norte (a la que pusimos las peras a caldo aquí), El menú (a la que elogiamos aquí)... Anya Taylor-Joy ha resuelto con dignidad, talento y luminarias de genio papeles muy distintos, algunos de ellos realmente difíciles, y compuesto personajes extraordinariamente sólidos y carismáticos.

Si alguien podía llenar los zapatos de Charlize Theron, actoralmente hablando, era ella. Aunque hasta yo me parezca más a Charlize Theron que Anya Taylor-John.


Pero, para que un actor pueda «entregar» en pantalla, necesita que se le provean los materiales necesarios para hacer su trabajo (guion, vestuario, atrezo, maquillaje, trasfondo). Y si algo ha hecho famoso a George Miller es su personalísima forma de afrontar los rodajes: prácticamente no comparte nada con su reparto y técnicos. Él ya ha filmado la película dentro de su cabeza y espera que todo el mundo conozca su lugar y sepa dónde caer en cuanto oiga el «¡acción!». Pero esa forma de hacer cine es la garantía de que tus actores se van a sentir perdidos, desorientados (buena parte de las broncas que tuvieron Hardy y Theron en el set de Fury Road estaban enraizadas en o fueron amplificadas por esa sensación de desamparo e impotencia, de la que el propio Miller se arrepintió en entrevistas posteriores al fin de la producción). Cuando sólo tú sabes en realidad qué está pasando en un momento dado, es imposible para el resto de tu equipo decidir si ese caos organizado que es todo rodaje se ha salido o no de control, si tus protagonistas están dando lo que se espera de ellos y si hay un verdadero líder detrás del proyecto. Y trabajar en esas condiciones puede, muy fácilmente, convertirse en una experiencia frustrante y emocionalmente agotadora. Como el rodaje de Fury Road.

Y, aunque Anya Taylor-Joy se ha preparado como la profesional que es para Furiosa (aprendió a hacer pirulas con un coche, practicó artes marciales, se entrenó con armas de fuego...), sintiéndolo mucho, no ha logrado hacerme olvidar a Charlize Theron y, por añadidura, me ha hecho preguntarme, durante toda la proyección de Furiosa, si George Miller le había proporcionado a su actriz protagonista los materiales necesarios para hacer bien su trabajo.

Porque, durante las casi dos horas y media de Furiosa, no he podido librarme de la sensación de que lo verdaderamente importante estaba sucediendo fuera de plano. De que Miller me enseñaba la espuma de la cerveza, pero no me dejaba bebérmela. De que estaba viendo un borrador de Fury Road, un texto exploratorio, muy anterior al guion de rodaje, un spec-script al que los escritores todavía no han purgado de toda la grasa infantil: las tramas, los personajes que no pintan nada, que no ayudan a la protagonista a completar su transmutación. Furiosa me hizo sospechar que la información en pantalla estaba ausente, torpemente representada o directamente distorsionada. Imagínate ver una película de casi dos horas y media y salir del cine con la sospecha de que los mejores treinta minutos se han quedado en el suelo de la sala de montaje (vamos, lo que pasa con todas las últimas películas de Zack Snyder), que es exactamente la impresión que me llevé cuando descubrí, hacia el final del tercer acto y por boca de Dementus (Chris Hemsworth con nariz postiza), de que hay UNA HISTORIA DE AMOR en Furiosa.

Imagínate la cara que puse. «¡Repsblafsgrasparuscaflops! ¿Que Furiosa y Praetorian Jack ESTABAN ENAMORADOS? ¡La leche que le han da'o! ¿Cuándo ha pasado eso?». En todas las interacciones entre estos personajes sólo he sido capaz de ver un interés mutuo. Jack (un Mad Max de Aliexpress) recluta a Furiosa porque ha perdido a todo su equipo en una emboscada y Furiosa ha dado pruebas de ser una superviviente audaz, resuelta y con capacidad de resolver problemas sobre la marcha. Furiosa se une a Jack porque es una joven sola, sin aliados ni amigos, y viajando con el Praetor estará más segura y aprenderá nuevas habilidades que le serán muy útiles en su epopeya de regreso al Lugar Verde de las Muchas Madres. Con el tiempo, nos muestran algunas escenas que sugieren que ambos compañeros de armas se han cogido cariño y desarrollado una amistad (véase la escena de la emboscada en la Granja de Balas, donde ambos tratan de sacrificarse para salvar al otro). Pero ¿amor? ¿En serio? ¿Ahora me lo cuentas?

Que no nos enteremos, hasta mucho después de la muerte de Jack (¡ups!, perdón; espóilers) y por boca de otro personaje (nos lo dicen, en vez de mostrárnoslo), que Furiosa estaba enamorada del Praetor, no es un fallo de Anya Taylor-Joy, es un fracaso flagrante del director que debía presentarnos la información que necesitamos para entender su película. Un tremendo DERRAPE de escritura cinematográfica. Es un fallo de George Miller como guionista y director.

Y Furiosa está acribillada de deméritos narrativos como ése. El primer acto es ETERNO. Desde el secuestro de Furiosa a manos de los secuaces de Dementus en el Lugar Verde y la tortura y asesinato de su madre (Charlee Fraser) hasta la llegada la Ciudadela de Immortan Joe (Lachy Hulme, desde el momento en que el GIGANTESCO Hugh Keays-Byrne tuvo la excéntrica ocurrencia de morirse en 2020), que es cuando la película empieza realmente, pasan treinta y un eternos minutos en los que no sucede prácticamente nada narrativamente relevante. Furiosa se pasa casi todo ese tiempo dentro de una jaula, convertida en silenciosa mascota de Dementus, un hijo de puta heteropatriarcal que dedica esa media hora a recordarnos una y otra lo hijo de puta heteropatriarcal que es. Por contraste, todos los personajes principales han sido presentados en los primeros ocho minutos de Fury Road, y el drama, el conflicto, empieza en el minuto 12. Todo lo que nos falta para comprender lo que está en juego, qué persigue Furiosa y por qué, qué ha motivado su traición a Immortan Joe y por qué éste la persigue con todas sus huestes, nos lo van dosificando en los siguientes veinticinco minutos.
«Me encanta el olor de la masculinidad tóxica por las mañanas».

Y, si necesitas la constatación de que Furiosa está desganadamente escrita, date cuenta de que le falta el que es, indiscutiblemente, el punto de giro argumental que convierte Fury Road en una master-class de guion: el «momento "muro"» en el que Furiosa encuentra a las últimas Vuvalini y descubre que el Lugar Verde ya no existe: se ha secado y muerto, y sus manantiales están envenenados, y la salvación prometida a las esposas de Immortan Joe se le escapa por entre los dedos para siempre, y la esperanza que Furiosa ha atesorado durante todo su cautiverio se hace pedazos.

Y pocas escenas después, Max le hace ver la evidencia: siempre ha habido un Lugar Verde en el que construir un hogar, pero está en la dirección opuesta a la que ella se dirigía: el Lugar Verde es la Ciudadela de Immortan Joe, con sus acuíferos, sus cultivos; esa misma Ciudadela que ha quedado desprotegida después de que Immortan Joe haya sacado de ella a todos sus Señores de la Guerra y warboys medias-vidas para perseguir a una Furiosa a la fuga a través del páramo. Esa Ciudadela a la que tienen que regresar lo antes posible, adelantándose al Rey del Páramo y sus tropas, lo que implica que deben pasar por el medio de las hordas de Immortan Joe, en un viaje de vuelta aún más peligroso que el de ida, pero con un premio seguro que hace que merezca la pena esa última apuesta. Furiosa y las esposas, Max y las Vuvalini ya no se van a jugar el pellejo por un sueño, sino por una certeza, y eso significa que el precio que van que pagar por su ella será, necesariamente mucho más gravoso.

(Y, manteniéndonos en el plano de la escritura, Furiosa también carece de todos esos momentos de simbolismo deliberado o accidental de los que Fury Road está trufada: Max lavándose en leche materna la marca de Caín del asesinato múltiple que acaba de cometer, o alcanzando su propia redención personal él, un padre atormentado por los espectros de su familia asesinada, dando su sangre a Furiosa para que pueda vivir, y por lo tanto convirtiéndola en hija espiritual suya, y diciéndole su nombre, por primera vez en toda la película, para que Furiosa sepa el nombre del padre que le dio su segunda vida).

En anteriores entregas de la saga, particularmente Fury Road, Miller se saca la chorra de creador de mitologías y rompe una mesa de roble a pollazos: «black thumb»,
«imperator», «Aqua Cola», «Gastown», «Bullet Farm», «eternal, shiny and chrome». En Furiosa, ése rico lore está travestido, apenas esbozado, y no hay aportaciones nuevas. Pero, si en Fury Road los personajes hablan su propio inglés: «guzzoline», «organic», «half-life», «thunder up!», «war-rig»; en Furiosa, los personajes picotean aquí y allá parte del léxico Madmaxiano y, a través de sus diálogos, son incapaces de convencernos de que existe un mundo dejado de la mano de Dios en el que la gente habla así y emplea ese idiolecto para nombrar entidades reales, tangibles. Por no mencionar que me estoy estrujando el selebro para rememorar una sola frase de Furiosa que me haya conmovido cuando no tengo que hacer el mismo esfuerzo para evocar citas memorables de Fury Road: «¡No somos cosas!», «¡Nuestros hijos no serán Señores de la Guerra!», «Estás poniendo tus esperanzas en la generosidad de un hombre realmente malo», «Cuando grite "idiota", conduce fuera de aquí lo más rápido que puedas».

Fury Road, la secuela de esta precuela que nadie pidió, es una trepidante y surrealista persecución que no da tregua al espectador. Te agarra por los huevos, te los retuerce y, mientras suplicas clemencia con voz de soprano, te obliga a presenciar una ráfaga de escenas dramáticas y de acción que apenas te dan tiempo para respirar hasta el vertiginoso final, y llegas a los títulos de crédito suplicando que no te suelten los cojones y te den más en vena de esta mierda polvorienta, grasienta y que apesta a gasolina derramada.


En Furiosa, sin embargo, hay demasiado «aire». Demasiados tiempos muertos en los que no parece que pase nada o en los que, directamente, no pasa nada pese a toda la pirotecnia desplegada en pantalla. Quizá sea un vicio connatural a su condición de película de orígenes (a Tony Stark no lo vemos ponerse la Mark II hasta más de una hora después del inicio de Iron Man; Bruce Wayne tarda algo menos de una hora en aparecer completamente equipado como El caballero oscuro en Batman Begins). En Furiosa, tenemos que esperar también casi una hora para ver por primera vez a nuestra heroína. Y ello tras la única elipsis realmente comprensible de toda la película, elipsis en la que al fin nos dan a los espectadores una sensación tangible del paso del tiempo, información que se nos hurta antes (no tenemos ni idea de cuánto tiempo pasa Furiosa como rehén de Dementus) y después (sólo la longitud del cabello de la protagonista nos sugiere que lleva meses, o años, trabajando con Praetor Jack).

Y, además, pecado mortal en una película, Furiosa cojea en imágenes impactantes. Casi cualquier plano de Fury Road es un cuadro, lleno de trágica y desoladora belleza o maníaca energía dramática: el War-Rig de Furiosa, perseguido por la partida de búsqueda de Immortan Joe, penetrando en la tormenta de arena; Max, a mil sesenta berzas por horas, de figurilla de capó del coche de Nux; Furiosa engrasándose la frente con aceite de motor quemado; los artistas del cirque du soleil contratados como extras saltando como gambas en una sartén con cada colisión vehicular. Furiosa es avara en imágenes persistentes como éstas.

En Fury Road, la acción forma parte de y hace avanzar la historia. En Furiosa, la acción ES la historia. Y una no demasiado interesante.


Fury Road es una lección de cine. Furiosa es una película sobresaltada y extraordinariamente mejorable en los aspectos de escritura y exposición. Hay momentos memorables, de suspense y acción, que nos recuerdan a algunas de las mejores escenas de anteriores entregas de la saga. Pero casi todos los elementos estilísticos que brillan en Furiosa son los mismos que ARDEN con cegadora llama en Fury Road, y la incansable vocación autorreferencial de este largometraje, que no puede dejar de recordarnos cada pocos minutos que es una precuela de la película de 2015, como si temiese secretamente que ésa sea su única virtud; la cita constante de planos, personajes, paisajes, estética y lore de Fury Road devalúa Furiosa como título independiente, con valor propio. Casi parece que George Miller se estuviese justificando plano tras plano. «Esta película TIENE que gustaros: mirad, salen los war boys, sale Immortan Joe, salen las Vulvalini, digo Vuvalini, sale un Mad Max que no es Mad Max, sale Furiosa».

Aunque esa película de orígenes que ahora nos ha sido presentada estaba prevista desde la preproducción de Fury Road, aunque fue finalmente descartada, aparentemente Miller tal vez no se hizo la pregunta de si alguien quería ver una historia de orígenes de Furiosa (la respuesta, sugiero, es un rotundo «no»; o, al menos, un rotundo «no queremos ver ÉSTA historia de orígenes de Furiosa») en vez de cerrar su saga con esa película de un Mad Max crepuscular, interpretado por su actor original, película que probablemente nunca llegaremos a ver porque la reputación de antisemita y negacionista del Holocausto de Mel Gibson le convierte en UNA PESADILLA CON OJOS para el más pintado departamento de Relaciones Públicas de la más poderosa productora cinematográfica.
(«[Joe] Eszterhas [el guionista de Showgirls e Instinto Básico, que trabajó con Gibson en un guion nunca filmado sobre Judas Macabeo] accuses Gibson of having "continually called Jews ‘Hebes’ and ‘oven-dodgers’" during their work together. He claims that Gibson also called the Holocaust "mostly a lot of horseshit." At one point, Eszterhas remembers Gibson claiming that the Torah mentioned the sacrifice of Christian babies. When Eszterhas insisted that Gibson was thinking of the "The Protocols of the Elders of Zion," Gibson insisted "It’s in the Torah — it’s in there."»).

La buena acogida de Fury Road y la IMPRESIONANTE caracterización de Imperator Furiosa por parte de Charlize Theron avivaron, tras el estreno de la película, los rumores de película del segundo personaje de ficción que nos tienta a desarrollar un fetiche con mujeres amputadas desde la Gazelle de Sofia Boutella en Kingsman. La prensa babiosa y canallesca estaba decidida a presionar a George Miller para darles otra película de Furiosa. Pero Miller, que se había tirado QUINCE AÑOS desarrollando el guion de Fury Road con Nico Lathouris, no quería comprometerse. Llegó a decir que tenía suficiente material para escribir películas sobre todos los personajes de Fury Road. Hasta el músico ciego de la guitarra-lanzallamas podría tener su propio largometraje.

A mí eso no me suena a un plan bien meditado. A la gente golosa, que se bloquea cuando entra en una confitería porque no es capaz de decidirse por un dulce, no deberían permitirle hacer cine. Rodar una película es tomar decisiones. Descartar opciones. Trazar una línea y seguirla, no explorar todos las posible rutas, porque son infinitas, y tu presupuesto no. Que, dos años después del estreno de Fury Road, Miller demandase a los pillines contables de Warner Bros por escamotearle su bien ganado sueldo no ayudó a aclarar las aguas y, puestos en capilla, tuvo como consecuencia que la productora cerrase el grifo y congelase todos los planes para rodar ninguna otra película de Mad Max hasta que se pronunciasen los tribunales o se llegase a un acuerdo (que se alcanzó en 2020). Y sin dinero no hay películas. De ningún tipo. Sobre ningún personaje.

Furiosa: De la saga Mad Max, es una película de Mad Max sin Mad Max y con una Furiosa que, pese al impresionante trabajo de Taylor-Joy, apenas nos recuerda a Furiosa, salvo muy puntualmente y como de manera accidental, y tampoco consigue hacernos olvidar a Charlize Theron. Una película que llega  NUEVE AÑOS TARDE para aprovechar el tirón del personaje presentado en Fury Road. Que dedica demasiado tiempo a contar... prácticamente nada. Que está dirigida, escrita y montada de forma que marea, confunde y despista demasiadas veces al espectador, como parece que Miller tiene costumbre de hacer con sus actores, estorbándole al público potencial de esta cinta una imagen completa de la película que está viendo (¿en serio tengo que esperar al FINAL para descubrir que había una HISTORIA DE AMOR entre Furiosa y Praetor Jack? ¿En serio?). Y los intentos casi desesperados de vincular esta película con su precedente de 2015 (los últimos planos de metraje de Furiosa y las escenas de Fury Road intercaladas entre los créditos finales de su precuela) resultan, además de forzados, de nuevo una confesión implícita de que el valor de Furiosa como película depende en exceso, de sus vasos comunicantes con Fury Road, con la que compite en inferioridad de condiciones desde todos los puntos de vista.

No sé si quería saber cómo perdió Furiosa su brazo y obtuvo su prótesis. No sé si me importa. Lo que sí sé, después de haberlo visto, es que no le aporta nada al atractivo personaje finalizado que conocí y del que me enamoré en Fury Road, convertido aquí un rompecabezas en construcción cuyo arco de transformación es, básicamente, empezar la película queriendo volver a casa y terminar la película queriendo volver a casa, después de haber sido incapaz de hacerlo pese a todos sus intentos a lo largo de dos horas y media. Y, por los mismos motivos por los cuales nadie debería ver cómo se hacen las leyes o las salchichas, Furiosa te deja con la sensación de haber presenciado algo que no deberías conocer, que no tiene importancia, que ensombrece lo que ya conocías a través de la película de 2015. Hay momentos en los que disfrutas de Furiosa, pero no como película de Furiosa sino como película de acción genérica ambientada en una distopía post-apocalíptica. Y te sigue faltando información para que te importe un carajo de madera lo que le sucedan a la protagonista o a cualquiera de sus antagonistas y compañeros de aventura. No consigues empatizar con ninguno de ellos. No te sientes motivado a invertir en la historia ni los personajes. No saltas en tu butaca con una explosión, una muerte o una acrobacia con un coche hecho de retales y un V8 turbocargado. Ves la película pero no te enamoras, y eso, viniendo como venimos de Fury Road, es un delito de lesa majestad cinematográfica.

Lo menos importante de Furiosa es que sea otra película sobre una Strong Independent Women™. Lo realmente grave es que la ves con distancia. Como si te diese un poco lo mismo. Te reencuentras con el personaje que te enamoró desde el primer plano en Fury Road, y que te suscitó tantas preguntas («¿cómo ha logrado una mujer mutilada sobrevivir en ese infierno?», «¿cómo ha forjado su voluntad de hierro y su espíritu guerrero?»), y te ves su biografía filmada como podrías estar viendo cualquier otra cosa, señalando, a intervalos, todo aquello que han trasplantado de Fury Road, y que no basta para sumergirte en la acción. Acaba la proyección de Fury Road y tienes que resistir las ganas de pintarrajearte de blanco, cromarte los dientes, agarrar un boomstick con cada mano, gritar «¡sed testigos!» y saltar sobre el Seat León tuneado de tu vecino El Ketaminas. Ves Furiosa y suspiras en tu butaca pensando en todo lo que pudo ser, y en lo desaprovechada que ha sido la espera.

No son buenos síntomas para la próxima película de Miller: Mad Max: The Wasteland, precuela de Fury Road de rodaje mil veces pospuesto, largometraje que nos traería de regreso a Tom Hardy como Max Rockatansky y que, probable y lamentablemente, NO LLEGUE A RODARSE JAMÁS  después del descalabro en taquilla del más reciente trabajo del director australiano.

Descalabro que, entendemos en el Paratroopers, era totalmente predecible y absolutamente evitable si George Miller hubiese tomado diferentes decisiones de reparto, guion y montaje.

Y eso sí que nos pone furiosos.

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