sábado, 21 de octubre de 2023

Son distintas las maneras que tienen de purgarse las porteras

♫ La portera de mi casa
se purga con clorato de potasa,
sin embargo, la de enfrente
se purga con potasa efervescente.
Son distintas las maneras
que tienen de purgarse las porteras. ♪


En la anterior entrada de la bitácora me comprometí, más o menos, contigo, amado lector, a tratar la serie Fundación, de Apple TV+, basada en las novelas del Ciclo de Trantor escritas por el buen doctor Isaac Asimov, apóstol de la ciencia-ficción.

Y como las promesas están para cumplirlas y a ti te encontré en la calle, allá que me voy.

Fundación es una novela de 1951 escrita por Isaac Asimov, sí, ése Isaac Asimov, y que inauguró el llamado «Ciclo de Trantor» compuesto inicialmente por tres novelas (Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación) a las que, con el tiempo, el viejo maestro añadiría dos precuelas (Preludio a la Fundación y Hacia la Fundación) y dos secuelas (Los límites de la Fundación y Fundación y Tierra).

La novela inicial gira en torno a la figura de Hari Seldon, matemático genial que ha desarrollado una disciplina científica completamente nueva: la Psicohistoria. A través de las ecuaciones de la Psicohistoria, Seldon puede predecir con un elevado grado de certidumbre estadística el comportamiento de naciones, planetas y sistemas estelares enteros. Naturalmente, sus problemas comienzan cuando predice el inminente colapso del imperio galáctico, extendido por toda la Vía Láctea, al que seguirá un período de anarquía de 30 000 años antes de que un nuevo poder hegemónico imponga de nuevo el orden. A fin de evitar a la humanidad esos trescientos siglos de sufrimiento, Seldon propone crear una Fundación de científicos e ingenieros consagrados a preservar el patrimonio científico y cultural del pasado y convertirse, un día, en los cimientos del nuevo Imperio que, si la Fundación desempeña con celo su misión sagrada, no se demorará mucho más allá de mil años.

Cuando me enteré de que Apple TV+ estaba preparando una serie basada en los libros de Asimov, puse cara de Samuel L. Jackson viendo al Fari chupar limones.

Cuando vi el capítulo piloto de la serie me dije «Aquí hay panoja. Y mucha».

«Pero...»

«Aparte de que se titula igual y tiene algunos personajes con los mismos nombres, ¿qué tiene esto que ver con el Ciclo de Trantor de Asimov

Despejemos de entrada la ecuación: Fundación, de Apple TV+, me ha gustado. Mucho. En serio. Apple le ha metido viruta a la producción. Y ha fichado actores y técnicos más que competentes. Y ha escrito unos guiones entretenidos (hay un abusivo uso del flashback, del «momento retrospécter», que dice un amigo mío, pero aparte de eso, bien), con relaciones complejas y creíbles entre los personajes, subtramas apasionantes y que conmueven o invitan a la reflexión, intrigas, romance, ciclos de venganza ciega y destructiva, actos de heroísmo estoico y mucho de lo mejor que ha caracterizado siempre a la buena ciencia-ficción.

Fundación, la serie de Apple TV+, me ha encantado. Lo juro por Esnupi, por el tinte rubio de Jessica Alba, los sagrados belfos lusitanos de Sara Sampaio Dominátrix y el florido chichi de Riley Reid.
Deutschland!

Pero todo parecido con la novela de Asimov es accidental y, a menudo, casi forzado.

Algunas de las decisiones creativas tomadas por Josh Friedman (escritor de La guerra de los mundos de Spielberg, de La dalia negra de Brian de Palma y responsable del argumento de ese desastre llamado Avatar: El sentido del agua) y David S. Goyer (guionista de la infravalorada Jumper y de la trilogía de Batman de Christopher Nolan, pero también de la muy mejorable Terminator: destino oscuro y de la aborrecible El hombre de acero) enriquecen superlativamente la obra original, otras no tienen puñetero sentido y las últimas y más evidentes parecen haber sido implementadas a martillazos para cumplir con la agenda identitaria de moda.

Y aunque Fundación, de Apple TV+, me ha gustado mucho, como el pobre del doctor Asimov dejó de fumar definitivamente en 1992 y ya no puede gritar que se han cargado su libro, voy a tomarme yo la molestia de señalar las diferencias más obvias entre su novela y la serie que nos ocupa la presente entrada del Paratroopers.

Agárrate los machos que voy con la primera estupidez:
Mein Herz in Flammen!

En la serie de Apple TV+, Gaal Dornick es una mujer. Chiquitita y oscura de piel para más señas.

En la novela de Asimov, Gaal Dornick es un hombre. Eso queda extraordinariamente bien establecido en un sencillo párrafo del primer capítulo de Fundación:
"Oh. Sorry, my boy. If this were a space-yacht we might manage it. But we’re spinning down, sunside. You wouldn’t want to be blinded, burnt, and radiation-scarred all at the same time, would you?"

«Oh, lo siento, muchacho. Si esto fuese una nave de recreo no habría inconveniente, pero estamos bajando en picado, de cara al sol. Seguramente no te gustaría quedarte ciego, quemado y afectado por la radiación todo al mismo tiempo, ¿verdad?».

Gaal Dornick es un hombre. Asimov no llega a decirnos nunca de qué color tiene la piel, probablemente porque al viejo maestro le importaba tan poco como a nosotros, porque, asumámoslo, lo cierto es que Asimov no le dedicaba un excesivo tiempo a individualizar a sus personajes, y porque el color de la piel de Gaal Dornick no tiene ningún impacto en la trama de la novela. Los motivos por los cuales Apple TV+ ha decidido convertir a Gaal Dornick en una mujer negra escurrida de pecho se me escapan completamente.

Pero me parece increíblemente racista.

El Gaal Dornick de la novela de Asimov es doctor en Matemáticas y viaja a Trantor para trabajar con Hari Seldon.

La Gaal Dornick de la serie de Apple TV+ es una savant, una matemática innata que se ha enseñado a sí misma a partir de libros prohibidos en su planeta (donde la ciencia está anatemizada), o aprendido por ciencia infusa, o un poco de ambas cosas, y que resuelve una especie de «acertijo galáctico» que Seldon publica como método de reclutamiento de nuevos psicohistoriadores.

Donde Asimov, que se conoce que era un misógino machista lleno de odio hacia todo lo femenino (lo cual hace todavía más inexplicable que Gladia Solaria acabe siendo la protagonista de su Ciclo de la Tierra), creó un Gaal Dornick masculino, Apple TV+ nos pone una Gaal Dornick con vallaina.

Donde Asimov nos presenta a un matemático genial al que Hardin confía la misión de desarrollar la tarea de la Fundación cuando el mismo Hardin, pronto impedido por una enfermedad degenerativa que precipitará su muerte, ya no pueda, o sea al que básicamente nombra su sucesor, la serie de Apple nos ofrece una Gaal-racializada y con vallaina Dornick que, si bien todavía matemática genial, es engañada y manipulada por Hardin, ese maquiavélico y abusivo hombre blanco y seguramente heterosexual y carnívoro, se rebela contra sus planes y pone en peligro su propia vida, en puro ataque de Karen hidrófoba, escoñando el sistema de refrigeración de la nave que la transporta, para obligar al «fantasma» digital de Hardin a dejarla marchar en la criocápsula, porque es que es una chica millenial y empoderada que no tiene por qué estar supeditada a ningún peneportador.

Ni parece igual ni es lo mismo.

Y lo es menos y lo parece todavía menos desde el momento en que esta Gaal-racializada y con vallaina Dornick esquiva un escombro a velocidad casi-lumínica que debería haberla matado y descubrimos que Dornick ¡puede ver el futuro y anticiparse a los sucesos inmediatos! Atchon burike!

Así que ahora, además de una matemática excepcional, Gaal Dornick tiene superpoderes. Sentido arácnido, precognición. Como coño sea que se llame. Ser atea, o por lo menos agnóstica, en una cultura hiperteocratizada, ser independiente, valiente y honesta y una de las pocas matemáticas capaces de descifrar las ecuaciones de Seldon no era suficiente. Gaal no era lo bastante especial. Además tenían que convertirla en una especie de jedi con el poder de predecir el futuro a corto plazo.

¡RRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRREDIOS!

Esta decisión narrativa es imperdonablemente machista. «Vamos a acumular habilidades sobre habilidades encima de este personaje para compensar de alguna manera las taras que arrastra por haber nacido con vallaina. No, con lo de ser un intelecto no basta. Tiene que tener algo extra que la haga todavía más especial». Puestos a seguir con las capulladas, no descarto que en la segunda temporada de Fundación descubramos que Gaal-racializada y con vallaina Dornick es Cristo reencarnado o Nancy A con mucho autobronceador.
¡Ojito, Sara Sampaio! ¡Peligra tu trono!

Feminismo, ¡qué crímenes se cometen en tu nombre!

Siguiente pitoflautada:

El Emperador de la novela es un títere en manos de las grandes casas nobles. Una figura decorativa sin autoridad real. Los clanes patricios se reparten el imperio sin que el Emperador pueda hacer nada. «Me temo que Trantor esté en manos de las familias aristocráticas, miembros de las cuales componen la Comisión de Seguridad Pública» / "Trantor, I am afraid is in the hands of the aristocratic families, members of which compose the Commission of Public Safety." Tanto no se implica el Emperador en los asuntos de gobierno que el proceso contra Hari Seldon lo lleva Linge Chen, el jefe de la Comisión de Seguridad Pública.

El Emperador de la serie de Apple TV+ es un triunvirato de clones del primer emperador, Cleon I (el mismo que es asesinado en la novela, dejando un vacío de poder que las familias aristocráticas se apresuran en llenar), «Hermano Alba», un joven (en el capítulo piloto, un niño, en los demás un adolescente/veinteañero interpretado por Cassian Bilton), «Hermano Día», un hombre adulto (Lee Pace) y «Hermano Ocaso», un anciano (Terrence Mann), que ejercen un poder omnímodo y tiránico y, aunque técnicamente su único cometido es mantener viva la dinastía Entun y pasar el trono al siguiente sucesor clónico, no sólo se implican en tareas de gobierno, reciben y despachan embajadores, declaran la guerra e imparten justicia, a menudo expeditiva (Hermano Día ordena el extermino de toda la línea genética de una conspiradora), sino que presiden el juicio contra Hari Seldon y Gaal Dornick.
Nadie antes había cometido un asesinato en masa desde un entorno tan bonito.

Ni parece lo mismo ni es igual.

Y lo que no puedo menos que aplaudir como una decisión narrativa realmente astuta, pues ese Emperador «inmortal» ejerce de hilo conductor a lo largo de una cronología que va a durar siglos (ni uno sólo de los personajes que nos presentan en la primera parte de la novela, Los psicohistoriadores, llega con vida a la segunda, Los enciclopedistas, ambientada cincuenta años más tarde), al mismo tiempo siento la responsabilidad de denunciarlo como una violación del canon del Ciclo de Trantor. Además, este emperador «inmortal» me recuerda tanto al Emperador-Dios Leto II Atreides y los gholas de Duncan Idaho de Dios emperador de Dune, novela que si todavía no has leído no sabes lo que llevas ganado, como a los emperadores mellizos siameses Janus-Jana de La casta de los metabarones de Jodorowsky (que es, a su vez, una reelaboración del canon de Dune pero con muchos porros mojados en mescalina: los Castakas son los Atreides, el epifito, «la sustancia que desafía la gravedad», es la especia Melange, Honorata, la «sacerdotisa-puta del Shabda-Oud» enviada a Okhar para seducir y concebir al «guerrero supremo» de la estirpe de Otón es claramente una bene gesserit; Otón von Salza «el castrado» podría ser Leto Atreides y Aghnar, el hijo «nacido de su sangre» y concebido por Honorata podría ser Paul —en la novela de Frank Herbert, dama Jessica había sido instruida por la orden bene gesserit para abortar los hijos varones de Leto y concebir sólo hijas que pudieran casarse con un varón de la casa Harkonnen—, y sigue y sigue); y sospecho que me los recuerda tanto porque la dinastía clónica de Cleon de la serie de Fundación se inspira transparentemente en estos obvios referentes.

Este copipegado descarado de otras obras de ciencia-ficción es tan obvio y torpe que el capítulo piloto de Fundación abre con la voladura, a manos de unos terroristas, del ascensor orbital que permite descender a Trantor, con un mínimo consumo de energía, desde las órbitas altas del planeta. Ascensor orbital que NO EXISTE ni se menciona en ningún capítulo de la novela de Asimov pero que sí es un punto de giro argumental clave en Marte verde, la primera novela de la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson.

Los vagos copian de uno. Los genios copian de todo el mundo.

Pero lo que diferencia a los genios de los gilipollas es que a los genios no se les nota que han copiado.

Puestos a resolver el problema de mantener para el espectador una cierta unidad narrativa a través de un personaje que se convierta en «el rostro» de la serie, por así decirlo, y dado que David S. Goyer y Josh Friedman han decidido resolver ese problema inventándose un personaje que se perpetúa a sí mismo generación tras generación a través de la clonación (sí, «inventándose», porque el Emperador de la serie de Apple TV+ no tiene nada que ver con los emperadores de los libros de Asimov); decididos a hacerle un remiendo al canon de la Fundación de Asimov, decimos, para resolver un problema narrativo, ¿por qué no recurrir a Demerzel, el personaje de Laura Birn (que está colosal, por cierto, como todo el reparto de la serie)? Ese androide varias veces milenario habría resultado un «conductor» perfecto de la trama a lo largo de los siglos y habría sido una adición enriquecedora a la obra original, no un remiendo que sacude los referentes literarios de la serie.
(Eto Demerzel sí es un personaje de Asimov aunque, ¡oh, qué escasa sorpresa!, a diferencia de en la serie de Apple TV+ no sólo tiene aspecto masculino, sino que en Preludio a la Fundación descubrimos que es ni más ni menos que el androide Daneel Olivaw de la Serie de los robots, otro ciclo narrativo de Asimov).
«Where are my testicles, Summer

Utilizar a un personaje como hilo conductor, como guía a lo largo de esta historia prevista para prolongarse durante mil años, sería una genialidad aunque no respetase el material original, que no lo respeta, si en el último capítulo de la primera temporada Apple TV+ no nos hiciese la del trile.

Pero ya llegaremos a eso.

Otra infracción del canon asimoviano:

Al final del capítulo piloto, que me gustó mucho, confieso que no pude evitar gritar «¡PERO ¿QUÉ MIERDA...?! ¡Ésa no puede ser Salvor Hardin

En Fundación, Asimov retrata a Salvor Hardin claramente como un político astuto y ambicioso, Y CON CARALLO.
«La expresión de Hardin fue la de un hombre que cuenta mentalmente hasta diez». / "Hardin’s expression became that of a man counting to ten, mentally."

El Salvor Hardin de Asimov es un hombre, y alcalde de Términus, además de dueño del periódico local (que usa para lanzar su campaña política).

La Salvor Hardin de Apple TV+ es una mujer. Otra vez. Negra. Otra vez. Y no es alcalde de nada. Lleva un arma de fuego y patrulla los terrenos de la fundación. Es algo así como la sheriff de Términus. Y tiene superpoderes, como la Gaal-racializada y con vallaina Dornick de esta misma serie. Es la única que puede acercarse a la extraña estructura (perversión de la «Bóveda de Seldon» de los libros originales), que esperaba en Términus a los voluntarios de la Fundación, sin sufrir los efectos del campo desvanecedor que la rodea. Es más, tiene visiones que la convencen de que existe un vínculo misterioso entre ella y la estructura. Y puede predecir el resultado de una tirada de moneda sin equivocarse. Jamás. O sea que, por segunda vez en la serie, ser mujer, negra, girl-boss con fusil y tener el peor corte de pelo de la historia de la televisión no era suficiente, además esta Salvor-racializada y con vallaina Hardin también puede predecir el futuro.

¿Recuerdas, amado lector, a ese emperador por triplicado que, siendo un pollazo con gonorrea en la cara del canon de Fundación, aplaudimos como una buena idea para dar continuidad narrativa a la serie de Apple (aunque seguimos creyendo que el personaje de Demerzel era el más apto para esa misión)?

Pues imagínate la cara que se te va a quedar cuando llegues al último episodio y descubras que ah, la Gaal-racializada y con vallaina Dornick sigue viva, en animación suspendida, en el fondo del mar de su planeta natal, al que ha regresado tras romper con el fantasma de Seldon because reasons. Pero, entonces, ¿de qué sirve a los creadores de la serie haberse inventado un triple-emperador clónico «inmortal» como vehículo para la trama si desde el principio estaba previsto que Gaal llegase viva al final de la primera temporada. Y, secundariamente, PERO ¿QUÉ COJONES? ¿Ahora Gaal-racializada y con vallaina y Salvor-racializada y con vallaina van a correr aventuras juntas? O sea, que después de feminizar, machorrizar y africanizar a Salvor Hardin me queréis vender la moto de que esta badass girl-boss que se las ha arreglado solita a lo largo de la serie para salir de situaciones realmente jodidas (¡ole su renegrido chumino, by the way!), en realidad, sola no es más que una cagarruta de mono y necesita de compañera a otra girl-boss racializada que, para acabar de joderla, encima es su propia madre biológica, de quien heredó ese misterioso sentido arácnido-uterínico?

¡NO HIJA, NO!

¡Que incluso pasando por alto todas las putadas que le habéis hecho a la novela de Asimov la serie está realmente bien! ¡Que este absurdo triple salto mortal hacia atrás de REPPPPPPPPPPPPRESENTEISHON, transversalidad chuminera y Wakanda forever no es ya que no hiciese falta, que no la hacía, es que es como limpiarte el ano con salfumán, carallo! ¡Tremenda falta de respeto a tus propios personajes (sí, los tuyos, Apple, los tuyos; a los de Asimov claramente no se los tuviste nunca)! ¡Como la Viuda Negra del MCU, esa superespía soviética, atleta fuera de serie y miembro fundador de Los Vengadores tan rematadamente inútil que tiene que reunir a toda su familia de pega para poder derrotar a un mierdecilla Harvey Weinstein de tres al cuarto!

Y mira que Robyn, la hija de Isaac Asimov, ha actuado de productora ejecutiva de la serie y está aparentemente encantada con el resultado. Y tengo que coincidir con ella en que el desarrollo de personajes nunca fue el fuerte del viejo doctor y que los guionistas de Fundación en ese aspecto se han sacado metro y medio de cipote (tratándose de una historia que se prolonga durante décadas, había muchos «huecos» que rellenar para que los escritores los aprovechasen para profundizar en las historias personales de los protagonistas), pero ¿había que tomarse semejantes libertades con respecto a la trama? ¿Inventarse a Phara, «la Gran Cazadora de Anacreonte» y celadora del arco sagrado de Larken Keaen, para meter en pantalla a otra girl-boss cobriza, hiperventilada y sanguinaria y descartar sin concederle la más mínima oportunidad toda la trama del príncipe Leopold y el malvado, belicoso y pérfido regente Wienis? ¿En qué mejora eso la coherencia y atractivo de la serie de Apple TV+? ¿Por qué se ha soslayado, hasta el punto de invisibilizarla en la serie, la decadencia de la civilización tecnológica y la transmisión del conocimiento científico que están en la espina dorsal de la novela de Asimov? ¿Se ha tomado esa decisión por motivos creativos, porque el desarrollo de todos esos strong lead female characters se comió todo el presupuesto y todo el metraje o por razones inconfesables engendradas por el ominoso zeitgeist postmoderno?

La serie funciona.
Yo, disfrutando la serie.

Lo jodido. Lo realmente surrealista es que la serie funciona. No a pesar de todos los cambios sobre el material original que los guionistas y productores han introducido, sino GRACIAS A ELLOS. Si le quitas a este show todas las alusiones a la Psicohistoria, la Fundación, Hari Seldon y su puta madre, te queda una space-opera realmente solvente, congruente y otro montón de cosas buenas acabadas en -ente.

Así que no lo entiendo.

No entiendo nada. ¿Por qué tomar el nombre de Isaac Asimov en vano, o sea por qué pagar por los derechos de su obra, cuando la producción de Fundación no tenía verdadero interés en adaptar su obra y sí eran capaces de entregar una historia entretenida, interesante y relativamente original? La novela se purga con clorato de potasa y la serie se purga con potasa efervescente, pero las dos funcionarían perfectamente aunque cortásemos todos los vasos comunicantes entre ellas.
¡Esoooooos pómuuuuuuuloooooooooooorshfgggg!

En fin, quédate con lo positivo, amado lector: Fundación es una buena serie de ciencia-ficción.

Aunque todo parecido con la obra del viejo doctor ruso sea pura coincidencia.

domingo, 8 de octubre de 2023

¿Quedan justos en Sodoma?

Si a los quince minutos de poner una película o el episodio de una serie te metes en el Onlyfans de Riley Reid y te descargas sus más recientes vídeos, es que la película es un mojón.

Eso, por desgracia, me pasa cada vez más a menudo, de unos años a esta parte. La experiencia colectiva de sentarse toda la familia delante de una pantalla a ver exactamente la misma película o el mismo programa de televisión, experiencia común a todos los ternascos que nacieron en la misma década que yo, no sólo ha quedado anulada por la hiperinflación de oferta audiovisual, que ha fragmentado las audiencias, sino por la mayoritariamente paupérrima calidad de dicha oferta. Que, a este paso, y por comparación, las comedias chabacanas de nuestra juventud se van a estudiar en las escuelas de cine como clásicos atemporales y Benny Hill va a ascender al Parnaso de Aristófanes, Menandro y Terencio.


Ya no nos sentamos papá, mamá, el nene, la nena, el abuelo, la abuela y el vecino del quinto derecha, que no tiene tele desde que unos yonquis le desvalijaron el piso, a ver el Un, dos, tres; M*A*S*H, Más vale prevenir, Candy, Candy o aquellos ciclos de cine de la Segunda Cadena que despertaron mi amor por el Séptimo Arte. Cada uno se aísla ante su pantalla personal, PC, portátil, tablet, teléfono móvil, y ve una cosa diferente. A veces a 1.5X de velocidad de reproducción, para acabar antes.

Y para satisfacer esa demanda insaciable de ocio, cada vez se hacen más películas y series.

Y, por la misma Ley de Sturgeon, la mayoría de esos productos audiovisuales son una puñetera mierda.

Y los que aún no tenemos el paladar estragado de tanto regurgitar estiércol lo pasamos especialmente mal por este motivo.

Déjanos ventilar un poco de nuestra frustración, amado lector:

Debo reconocerle el mérito a Warner Bros. No esperaba nada de ellos y aun así han logrado decepcionarme.

Blue Beetle no pasa la prueba del porno.

Es tan mala que no me sale ni quejarme de lo mala que es.

Pero lo voy a intentar.

Debería ser una sorpresa para nadie que la película de un superhéroe relativamente oscuro y poco conocido del universo comiquero de DC, incluso para los que nos hemos metido en vena algunos cientos de números de la Liga de la Justicia, con un argumento fotocopiado de otros cuarenta productos similares, unos actores desconocidos, un refrito de escenas y conceptos saqueados de otras películas de superhéroes (desde el Spiderman de Sam Raimi y el Iron Man de Jon Favreau a El chapulín colorado pasando por Pantera Negra y Ant-Man), una vieja gloria de los setenta y ochenta haciendo el mínimo esfuerzo, un protagonista desorientado y anodino, una infame y condescendiente colección de ignorantes tropos racistas de anglosajón-protestante-eurodescendiente-con-título-universitario-y-ni-puta-idea-acerca-del-resto-del-planeta sobre lo mucho que mola ser latinx y el transparente abuso de la obvia e hipócrita propaganda anticapitalista y anticolonialista se haya comido tres cuartos y mitad de hostia en taquilla.

En el momento en que escribo esto, Blue Beetle ha amasado unos 128 millones de recaudación sobre un presupuesto declarado de 104 millones (luego quizá nos enteremos, como con Dr. Strujo en el potorrerso de la sororidad vaginocarpática, que en realidad ha costado mucho más). Eso, por si no estás al tanto de la curiosa contabilidad de los estudios de cine, es un MOJÓN COMO UN CAMIÓN. Sólo para no perder dinero, Blue Beetle debería hacer más de doscientos millones en taquilla, una cifra que ahora mismo parece casi inalcanzable para la cinta de Angel Manuel Soto.

Y aquí empieza la salva de argumentos, repetidos hasta la saciedad en esta bitácora, acerca de por qué los productos culturales patrocinados por los grandes grupos mediáticos son, últimamente, tan dolorosamente malos.

Blue Beetle no es una película. Es un panfleto. «Una carta de amor a la comunidad latina». Al parecer la idea de que haya latinos rubios y de ojos azules aún no ha penetrado en las impermeables cabezotas de los comités de Hollywood y los periodistas sojas. Sí, esos mismos que felicitaron a la actriz «de color» llamada Anya Taylor-Joy cuando ganó un Globo de Oro. Y como va dirigida a una minoría, (los latinos, presuntamente mexicanos, que no se sientan profundamente insultados por este monstruo de estereotipado cinismo), fracasa en aspirar a convertirse en una obra universal y apelar a la totalidad de la especie humana independientemente de su cultura, origen o color de piel, con lo cual expulsa a todos los potenciales espectadores que no hayan nacido al sur del Río Grande y a todos los hispanos que estén hasta los cojones de verse reducidos a un cromo de telenovela barata.
Anya Taylor-Joy, ¡abriendo camino para las mujeres «de color»!

¡Por el amor de san Pitopato el estilita, que no tardan ni veinte minutos en poner a toda la familia mexicana en una taquería!

Blue Beetle no cuenta una historia. Cuenta veinte, que ya fueron contadas antes con mayor destreza y mejor fortuna por narradores de talento, no aficionados teledirigidos por un especialista en Relaciones Públicas. Blue Beetle es la farisea carta de admisión de la «culpa blanca» de los directivos de WB y el hueso reseco y medio apolillado que le tiran a la comunidad mexicana de Estados Unidos, con la esperanza de que durante los próximos disturbios raciales no les prendan fuego a sus carísimas mansiones de Bel Air o saqueen sus áticos de Brentwood. Y como el propósito de Blue Beetle no es entretener al público que la vea durante al menos hora y media, sino comprar la absolución por cualesquiera pecados imaginarios contra los latinos por los cuales los directivos de WB teman ser acusados en el futuro, Blue Beetle ni siquiera se esfuerza en hacer algo que merezca la pena llamarse cine.

Es muy curioso como Blue Beetle, comparada con Guardianes de la galaxia Vol. 3 y Spider-Man: Across the Spider-Verse, ni siquiera parece pertenecer al mismo género cinematográfico. La cinta de despedida de James Gunn del MCU es una película de aventuras vertiginosa, emocionante y digna de todo respeto (hay un par de escenas con las que echarás el trapo como una plañidera) y la digna secuela de la refrescante, sorprendente, divertidísima y dignísima Spider-Man: Into the Spider-Verse de 2018 (que es una carta de amor a la comunidad latina y una carta de amor al cine de superhéroes en general y al personaje de Spider-Man en particular), a pesar de algunos anticipos de mierdecilla woke y de un cliffhanger final que toca un poco los cojones, es tan entretenida, frenética, divertida y respetuosa y está hecha con tanto oficio, cariño y talento, que mandan a la verga a la cinta protagonizada por el pobre Xolo Maridueña, que probablemente esté en su casa, preguntándose qué carajo ha podido salir mal, cuando la culpa, si de asignar culpas se trata, no es suya en absoluto sino de la indiferencia del público ante un personaje casi completamente desconocido y exento de carisma, de un argumento formulario, guion amateur y casi plagiario, una dirección perezosa,  una campaña de promoción cicatera y un universo cinematográfico muerto, enterrado y a punto de ser rebooteado por James Gunn.
Pero que conste que se os está yendo de la mano eso de los multiversos.

Blue Beetle es, en su mayor parte, tan aburrida, predecible, absurda, genérica y racista que no me sale ni escribir una palabra más sobre ella.

En serio.
Turno de Amazon Studios.

La segunda temporada de La rueda del tiempo es un completo desastre insalvable e imperdonable.

Hay escenas de Blue Beetle que aún cumplen como ficción palomitera. Pocas, pero alguna hay.

(Y casi todas ellas corresponden a escenas plagiadas de películas previas).

La segunda temporada de La rueda del tiempo NO.HAY.POR.DONDE.COGERLA.

Por eso me he castigado sólo son el capítulo piloto, he abandonado la serie para siempre y a continuación me he propuesto ver toda la filmografía de Riley Reid antes de Navidad.
(Sí, puedo decir que la segunda temporada de La rueda del tiempo no hay por donde cogerla sin haber visto la segunda temporada de La rueda del tiempo. No. No lo necesito. No. No me siento culpable ni falso por ello).
Y, porque he tomado la determinación de no volver a ponerme jamás un capítulo de La rueda del tiempo, soy más feliz que el pobre de Shad M. Brooks, que se está torturando con esta abominación de Amazon Studios. Aunque no lo hace por amor a sus seguidores, no nos engañemos, sino porque mientras los ejecutivos sojas continúen pariendo engendros como éste a él no se le va a acabar el contenido de su canal de YouTube dedicado a la ficción.
Pobriño!

Aunque tal vez se deje el hígado en el proceso. Honestamente, no creo que le compense.

Hace un año, traté superficialmente la primera temporada de la adaptación de Amazon de la saga del fallecido Robert Jordan y ya entonces me hice cargo de la indigestión que la racializada dramatización televisiva de La rueda del tiempo había provocado a algunos de sus más intransigentes lectores.

Después de ver el largo, lento, WOKE, aburrido, intrascendente, PÉSIMAMENTE ESCRITO, accidental, incoherente, bochornoso y PRESCINDIBLE capítulo piloto de la segunda temporada de La rueda del tiempo, empiezo a entenderlos.

Y de qué manera.

Hace un tiempo me comprometí a leerme los catorce volúmenes de La rueda del tiempo, o sea los once que escribió Robert Jordan y los tres últimos, que remató Brandon Sanderson.

Así que sabía lo que me esperaba de la segunda temporada de la serie de Amazon Studios. Sabía qué arco argumental se suponía que debía tratar. Sabía qué personajes deberían aparecer. Y qué decisiones tomarían. Y qué peligros afrontarían. Y cómo les afectaría, personal y psicológicamente.

Y por todos esos motivos no volveré a ver ni un episodio más de la susodicha serie. Ni ninguna temporada futura. Porque Amazon Studios ha decidido convertir a Rand al'Thor, el Dragón Encarnado, el indiscutible protagonista de La rueda del tiempo en un insufrible y emasculado pichafría que necesita ser salvado numerosas veces por mujeres valientes, decididas y empoderadas, que de no ser por ellas no llegaría vivo al final de ningún episodio.

Y las razones que fundamentan esa decisión son tan obvias, previsibles y justificadas que no me sale ni escribirlas. Prefiero ponerme a ver porno.

Y ahora le arreo, pero no tanto, a Apple TV:

Me he visto la primera temporada de Fundación, producción de Apple TV muy libremente basada en la saga clásica de Asimov.

Y no voy a decir que no me haya gustado, porque mentiría. Tú pillas a Lee Pace, el mejor elfo cinematográfico ever, lo pones en una producción cualquiera y ya tienes que ser excepcionalmente lerdo para cagarla.
¡Peaso Thranduil, me cago en mi calavera!

No me he puesto a ver porno mientras veía Fundación.

Pero...

Sí, Fundación tiene un «pero». Varios peros, de hecho. Así que mejor me la dejo para su propia entrada de la bitácora.

Turno de Disney, que no se libra:

No he visto Ahsoka. Ni me la veré.

No me interesa.

Soy fan de Star Wars desde que coleccionaba los cromos de El imperio contraataca que venían dentro de los envoltorios de los Phoskitos. Me encanta el personaje de Ahsoka, beso los agarenos pies de Rosario Dawson desde Men in Black II y adoro al pobre y prematuramente fallecido Ray Stevenson  desde El rey Arturo, pero ni he visto ni veré esta serie de televisión. Y las hiperventiladas opiniones derrotistas de aquellos fans cuyo criterio comparto, y que sí la han visto, me reafirman en mi determinación.

Después de sufrir lo que Disney/Lucasfilm ha hecho con Obi-Wan Kenobi y ver lo que van camino de hacer con The mandalorian desde su tercera temporada, he decidido que el universo Star Wars ha acabado su espiral de muerte (que para mí comenzó con los episodios I, II y III y para ti, que acabas de enterarte de que la Pepsicola existe, con The Force Awakens) y está ya acabado, finiquitado, desintegrado. A partir de ahora, y a menos que se produzca un radical cambio de timón en la dirección de la franquicia, me limitaré a disfrutar de la trilogía original (antes de que George Lucas la corrompiese y arruinase con sus «ediciones especiales») y de los escasos productos derivados que la sucedieron y que dan el tipo. Nada. Absolutamente nada que se ha hecho desde Rogue One, con la excepción de las dos primeras temporadas de El mandalorio, merece ni un segundo de mi valioso tiempo. A mí no me sientan delante de una pantalla a ver nada más de Star Wars hasta que no pongan de patitas en la calle a Kathleen Kennedy y toda la horda de activistas ignorantes que se ha traído con ella. Y después ya me lo pensaré.

Con semejante sobredosis de mierda audiovisual embarrándome los sentidos como legañas de estroncio, voy, me siento y tiro de uno de mis clásicos de todos los tiempos.

Normalmente, esta terapia de higiene cerebral me ayuda a seguir adelante como espectador y cinéfilo.

No ha sido así en esta ocasión. Durante todo el visionado de Pelham 123 sólo se me han agravado los síntomas de agotamiento estético. Porque ya no hay directores de cine como Joseph Sargent (La ley del revolver, MacArthur: El general rebelde, El agua de la vida); ya no hay escritores como Peter Stone (Charada, Noches en la ciudad, Arabesco, Espejismo) ni John Godey (Ni un momento de respiro, Johnny el guapo y la novela original en la que se inspiró la película de 1974 y el MOJÓN de 2009) que escriban historias interesantes, inteligentes, intrigantes; diálogos brillantes, ocurrentes, oportunos, llenos de significados; no quedan BESTIAS DE LA PANTALLA como Walter Matthau, Robert Shaw o Martin Balsam, capaces de hacerte olvidar que estás viendo una película y con tal derroche de talento que pueden decírtelo todo con una mirada. Una mueca. Y porque los ancianitos en zapatillas que sabían cómo mantener en funcionamiento la vieja minerva a vapor han ido retirándose y muriendo para ser sustituidos por soplapollas sin puñetera idea de literatura, narración, composición o lenguaje cinematográfico, la calidad del cine, de la televisión y de todos los otros productos artísticos ha caído en picado y sólo remonta un poco cuando rebota contra el suelo.
(Aunque a veces ni siquiera rebota, sino que cava un cráter de impacto y se queda ahí).
Y esta evidencia me sume en un estado de ánimo funeral.

¿Ha muerto el cine como forma de arte y entretenimiento? ¿No volveremos a ver televisión como la de antaño, actores entregados y convencidos, guiones inteligentes, historias apasionantes que trataban valores universales con las que todos los espectadores podían conectar emocionalmente sin necesidad de forzar a paletadas los chorongos identitarios que envenenan el discurso cultural moderno? ¿Habrá algún día más películas como Pelham 123 y menos como Blue Beetle? ¿Volveremos a tener series como Norte y sur, Shogun, V, en vez de las politizadas y aggiornadas Ruedas del tiempo y Ahsokas con las que nos están haciendo purgar los pecados de nuestras próximas sesenta y tres vidas? ¿Llegará alguna vez a su fin este insufriblemente largo ciclo de mediocridad, incompetencia y propaganda desvergonzada vilmente disfrazada de cultura, me pregunto?

Me pregunto esto y entonces va alguien y me dice «Ponte Gran Turismo. Ya me darás las gracias».

Y yo digo «Es que...».

Y no sé cómo acabar la frase.

Y es que aunque me encantó Distrito 9, aún no me he visto Elysium porque es que Chappie me pareció un ful. Un ful como una casa. Una película que quería y no podía. Que lo intentaba y no sabía. Que derrapaba por todas partes. Después de Distrito 9, no quería permitir a su director romperme de nuevo el corazón con otra Chappie. Además... ¿otra película basada en un videojuego? Ayayayayaaaaaaaay.

Me equivocaba.
(Entre otras muchas cosas, me equivocaba al suponer que estaba basada en el videojuego, un mero McGuffin que actúa como motor de la historia y catalizador de la transformación del personaje... que es una persona real, dicho sea de paso, y Gran Turismo es la dramatización de su biografía, la historia de cómo pasó de la silla gamer de su casa a pilotar coches de verdad, en circuitos de verdad).
Gran turismo es emocionante. Gran turismo es divertida. Gran turismo te hace olvidar que estás viendo una película y te mete directamente en la historia. Los actores no sólo están tremendos, sino que son CONVINCENTES y HUMANOS. Sí, le ves las costuras a la película porque el cine deportivo, y el subgénero de carreras, tiene su propia sintaxis dramática y Gran turismo va tachando las casillas del formulario estándar de este tipo de cine (Ford vs Ferrari, Le Mans, Rush, Días de trueno...), casillas que son básicamente los doce pasos del Viaje del héroe: el protagonista talentoso e incomprendido, la familia/sociedad/autoridad que se opone a su pasión e intenta desviarle de su vocación, la aparición del mentor que lo pone en el camino de la aventura, el abismo, la apoteosis (estereotípicamente en la pelis de chiflados del motor, el triunfo sobre el miedo a matarte al volante) y la transformación final.

Pero da igual que puedas predecir cada escena de Gran turismo a partir de tu familiaridad con otras películas semejantes, y da igual porque Neill Blomkamp lo hace realmente bien en su más reciente largo.

Y David Harbour está COLOSAL. Le ha sentado bien casarse con Lily Allen. ¡Tremendo hijo de su madre, peazo actorazo es el muy cabrón! ¡Lo amo! ¡Quiero un hijo suyo!

Gran turismo no tiene, y tal vez sea candoroso e irracional esperar que los tenga, los maravillosos diálogos de Pelham 123, ni David Harbour es Walther Matthau, ni Neill Blomkamp es Joseph Sargent y no es justo exigirle que lo sean.

Pero durante dos horas, Gran turismo casi logra devolverte la esperanza en el séptimo arte. Aquel que no cambiará la historia del cine, pero te mantendrá pegado a la butaca, y casi sin atreverte a pestañear, durante por lo menos noventa minutos.

Gran turismo pasa la prueba del porno.

Así que es posible que, después de todo, todavía quede algún justo en Sodoma.