martes, 4 de julio de 2017

Feliz cumpleaños

Cuando el VHS gobernaba el mundo.
Ahora en 2017 se cumple el 30º aniversario de una película que nunca me canso de ver.

Y quiero unirme al homenaje.

¿Por qué? 
Porque tiene el punto justo de gore.
Ni mucho, ni poco. Ni tanto como para potar, ni tan poco como una peli Disney, que en Pocahontas le disparan a un indio con uno de esos putos trabucos del abuelo, que tiraban balas del tamaño de cojones de búfalo, y el indio (presumimos que con un cráter en el pecho del diámetro de un balón de playa) la palma sin derramar ni una gotita de sangre.

Hoy en día se abusa mucho de la casquería en las pelis de miedo. Tanto que ya ni nos revuelve el estómago. «Ya no hacen pelis de terror, se hacen películas de asco», se quejaba hace poco la novia de un amigo mío, fan del género. En Predator hay algunos momentos carnicero que son canela fina, pero el director (un John McTiernan en estado de gracia) no cae en la trampa de intentar construir la tensión dramática a base de revolvernos las tripas, sino haciendo cada vez más patente esa amenaza invisible, de la que los espectadores somos conscientes antes incluso que los personajes.
Eso sí, el punto justo puede ser mucho.
Porque Sonny Landham tenía acojonado a todo el reparto.
Sonny Landham, el actor que daba vida al indio Billy, el rastreador del equipo y el primero en intuir la presencia del alienígena, se portó durante todo el rodaje como un peyotero esquizofrénico («erratic» es la palabra con la cual describe su conducta el resto del elenco, muy diplomáticos ellos). Los otros actores se defecaban vivos cuando tenían que darle la réplica, dormían con un ojo abierto y un objeto contundente a mano por si Sonny se presentaba en sus habitaciones durante sus fases REM y, aprovechándose de su indefensión, les abría la tapa de la mollera con una sierra de marquetería para prepararse un revuelto de sesos. La situación llegó a tal extremo que los de 20th Century Fox le pusieron un guardaespaldas por si se le acababan de cruzar los cables y le daba por hacer una chanfaina.
«¡Que estoy mu locooooooo!»
(Sí, el guardaespaldas de Sonny no protegía a Sonny, protegía a los demás actores de Sonny. Así de chungo era el señor Landham.)

Acerca de si el bueno de Sonny tenía problemas mentales, estaba deprimido o consumía muchos medicamentos sin receta no ha trascendido información, hasta donde pudimos llegar, pero es indudable que le hizo la vida mucho más interesante al resto del equipo de rodaje.

Cosa que, dudamos mucho, alguno de sus compañeros le haya agradecido.
Porque es la película que derrotó a Jean-Claude Van Damme.
En 1987 a Van Damme en Hollywood no le conocía ni Cristo que lo fundó. Predator iba a ser la peli que le abriría las puertas de los grandes estudios. No sabemos muy bien cómo coño le vendieron a Juan Claudio su papel (en algún sitio he llegado a leer que lo sedujeron prometiéndole que el alienígena daría patadas de artes marciales y toda esa mierda), pero tras varias semanas pegando saltitos por la selva mexicana, sudando como un pollo al horno dentro de un ludicrous traje de gomaespuma fosforita (para hacer luego el croma en postproducción), el pobre Van Damme, emaciado de transpiración, se largó del rodaje blasfemando.

De hecho, y esto es casi literal, salió por la puerta gritándole a McTiernan que le chupase sus belgas y sudadas pelotas.
(Hablando de pelotas, ahí va una bola extra: cuentan las lenguas viperinas que cuando los mandamases de la Twentieth vieron las escenas rodadas por JCVD vestido del terrible monstruo de gominola sabor mandarina ácida se partieron el cipote de la risa.)
¡Oh! ¡Es él!
Porque sus FXs han envejecido de puta madre.
«Eres ciertamente un muchacho pintoresco.»
Parece mentira que podamos seguir viendo una peli de los años 80 desde nuestro mundo de CGI y 4K y no sentir vergüenza ajena (las hay de los 90, post-Terminator 2, que da hasta cosica citar, y es que tener las herramientas no sirve de nada si no las acompañan el talento y la pasta), pero así es. Hoy, en que cualquier mongolo en su habitación te arma un escenario fotorrealista con una copia pirata de Maya, los efectos especiales de Predator siguen manteniendo el tipo. El diseño del monstruo, inevitablemente antropomorfo, se ha convertido por méritos propios en un icono de la cultura popular del cual se han hecho cómics, más películas (algunas entretenidas y respetuosas y otras puro ricino, gore porn del peor), videojuegos...

Y eso es debido a que...
...habían fichado a Stan El Puto Amo Winston.
Un tipo que tenía uno de los trabajos más chulos del mundo.

Y se le daba de puta madre.

Y era feliz haciéndolo.
Hay gente que no debería morirse nunca y punto.
Aprovechando la fuga del Van Darra y el descojone padre que se habían pegado los ejecutivos de la Fox al ver los primeros copiones de escenas del alienígena, Stan rediseñó completamente al Depredador. Pasamos de ésto:
Hormiga con esteroides.
a esto:
Alienígena motherfucker.
Y en cuanto a la boca de nécora mutante del Depredador, eso fue idea de James Cameron, que también está muy malito de la cabeza.

Sí, ése James Cameron.

Gracias, Stan

Chúpamela, Jimmy. Estoy tan hasta los cojones de esperar por Avatar 2 que a lo mejor sólo voy a verla dos veces, si algún día tienes pelotas de estrenarla.
Por el arma de infantería más cabrona de la historia del cine.
Fue a un concurso de bestias y perdió. Por bestia.
Que hay que ser bestia.

Pero bestia de las que tiran del arado.

Que cómo se les pudo ocurrir colgarle a un ser humano con esfuerzo un arma diseñada para artillar vehículos de combate.

Que ese monstruo no lo maneja un simple mortal.

Que el retroceso te arrancaría los brazos.

Que os habéis pasado de frenada.

Que cómo se os ocurre, ¡batusis!

Pues se les ocurrió. Y nadie ha conseguido superar ese espíritu destroyer. Igualarlo tal vez. Superarlo, mis cojones. The Good Ol' PainlessLa Impaciente», en otra inexplicable traducción bastarda al español) se convirtió en un personaje más, trascendió esta película y se coló en otros muchos formatos. ¿O nadie se acuerda de la chaingun del Doom original? El mensaje nos llegó a todos alto y claro: o metes a un becerro armado con una Gatling en tu peli o todo el mundo sabrá que eres tope gay.
¡Ou llea beibi!
Porque le encantaba a mi abuelo. 
Y si sólo tuviese un motivo, éste sería suficiente.

Te echo de menos, abu.
Porque mezcla a la perfección varios géneros.
Empiezas viendo una película bélica. 

Que poco a poco se transforma en una cinta de terror.

El bicho te ve pero tú no le ves a él. ¡Cágate vivo!
Y, antes de que te des cuenta, estás viendo un largometraje de ciencia-ficción.

Y en ningún momento gritas indignado «¡Eh! ¡Que yo estaba viendo una peli de tíos duros matando gente!» La transición es tan suave, la gramática que articula la narración está tan cuidada que no te queda sino rendirte a la evidencia y reconocer que ése era el único desarrollo posible para Predator. Que te la han metido de canto y te ha encantado. Y pides repetir. Y ésta vez con la luz apagada, que da más morbo.
Porque Elpidia Carrillo nos enseñó cómo construir un personaje femenino en una peli de acción sin tener unas tetas como boyas ni pasarse todo el rato pegando tiros. 
Pedazo de carne. Y no demasiado fresca.
Personaje femenino atractivo.
Porque no hace falta ser un macho castrado ni asumir actitudes y comportamientos masculinos para construir un personaje femenino interesante. Lady Macbeth no corre por las paredes estilo Matrix, disparando una M60 contra los hombres de Macduff, pero los tiene tan bien plantados como Buffy Cazavampiros o incluso más.

Además, en aquel verano de 1987 todos estábamos un poco enamorados e Elpidia Carrillo.

Que, insisto, no pega ni un tiro en toda la peli.
Porque hasta 300 no volvimos a ver tremendo derroche de testiculina.
¡Esto es Espartaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Porque es ÉPICA.
En caso de duda, vuelve a leer el argumento anterior. 
Si con esta imagen no te crece pelo en los huevos es que eres puto y sanseacabó.
Es decir, si te atreves.
Porque es una peli de John McTiernan en estado puro. 
Es decir, cuando John McTiernan aún era John McTiernan.
El buen y viejo John.
Cabrea, y mucho, pensar que el director de Depredador, La jungla de cristal y La caza del Octubre Rojo, tres títulos que agarraron de los huevos al género de acción, le dieron la vuelta y lo sacudieron para ver qué caía; un director con un sólido dominio de su oficio, capaz de construir películas impecables, desde el punto de vista de la narrativa cinematográfica, lleve catorce años sin dirigir.

Pero en 1987 las cosas eran muy diferentes. McTiernan agarró sus cojones, dio un sonoro golpe con ellos en la mesa y dijo «¡aquí estoooooooooooy!», y Predator es su declaración de intenciones, su «¡así es como hacen cine los machotes, perras!» John McTiernan llegó a ser uno de los directores más solicitados de la industria. Su nombre, en un cartel, era garantía de éxito.

Pero algo empezó a joderse en 1999. John consiguió acabar un decente remake de El caso Thomas Crown protagonizado por Pierce Brosnan (el hombre que puso de moda el piercing) y René Russo, pero fue incapaz de terminar El guerrero número 13. Corren diversas versiones acerca de qué pasó con esta última película. Mi favorita es la que describe a Michael Crichton, tristemente fallecido, pegando amariconados gritos de espanto a la salida de un pase de prueba de este largometraje, que adaptaba su novela Los devoradores de cadáveres. Según esta misma versión, McTiernan habría echado el resto en el rodaje: destripamientos, desmembramientos, decapitaciones... Elija su muerte violenta preferida. Horrorizado de ver su libro convertido en un slasher medieval, en una cinta de auténtico gore porn, Crichton habría presionado a los productores para que le diesen puerta a McTiernan, y, desempolvando sus mañas de director, se habría currado su propio montaje de la peli (reshoots incluidos), más digerible o, por lo menos, no tan indigesto. 

 

John intentó vengarse de la industria del cine y en 2002 defecó Rollerball, un remake tan innecesario como soso de la peli de 1975 y que, para más jodienda, nos enseñaba a Rebecca Romijn en top-less... pero de espaldas y a contraluz, para que no nos asustásemos al descubrir que, a diferencia de la muñeca Barbie, las mujeres tienen pezones.
Lo juro.
Pero ¡eh, si no quieres que exploten por tu sexo haber exigido que te contratasen por tu talento en vez de por tu cuerpo!
Le duelen las verdades.
Luego John dijo «oh Dios mío qué he hecho» y en 2003 filmó Basic, una peli que debo de ser el único en el universo que fue a verla al cine y le gustó. Lo suficiente para decir «éste es mi John y no el otro, que me lo habían cambiado» y para que se me hiciese larga la espera hasta la próxima peli de McTiernan, en un año o dos. Espera que se me está haciendo un poco más larga de lo previsto porque, hacia 2006, John McTiernan estaba demasiado ocupado (en los tribunales) para hacer cine y en 2013 ya había ingresado en la cárcel.

Los motivos puedes leerlos aquí, o, si te da pereza, esnífate este resumen: John mintió a un agente del FBI. En Estados Unidos es delito mentir a un agente federal. Fin.

Predator fue su primera obra maestra. La primera de una filmografía realmente corta. Y por eso nos gusta todavía más.
Porque nos desvela al monstruo poco a poco, como debe ser. 
Y tendrías que ser muy cenutrio para necesitar más explicaciones.
Por el BIGOTÓN de Carl Weathers.
Cuando llevar bigote era de machos, no de gayers.
Porque Jesse Ventura fue un SEAL de los de verdad.
Bueno un UDT, que es prácticamente lo mismo.
En serio.

Y algunos añitos después, otro SEAL no menos famoso ni menos peliculero le enlutó un ojo.

Bueno, eso dicen algunos. Otros dicen que no, que eso no pasó.
(Que conste que probablemente Ventura se lo habría ganado.)
(Pero no seré yo el que se lo diga.)
Porque no se puede ser más macho que Dutch.
Que no.
Pero no te culpo por intentarlo.
Lo del ojo cortado de Un perro andaluz sentó un mal precedente.
Por los acojonantes cuchillos de Jack W. Crain que-estás-en-los-cielos, hechos adrede para la película. 
Dutch, a punto de cortarse un metro de picha, que tiene demasiada.
Porque es un guión original.
¿A que es increíble? Hubo una época en la historia del cine en la que era posible rodar películas que no estuviesen basadas en libros, cómics, videojuegos, series de televisión de los años sesenta, setenta u ochenta, en atracciones de Disneyland, ¡o en otras películas! Me refiero a una época en la que no se rodaban trilogías, ni sagas, por el mero placer de hacerlas; una época en la que era posible rodar una peli como Depredador y olvidarte del tema...

Al menos, ésa es la teoría. Luego a alguien se le ocurrió rodar Depredador 2 y todo empezó a ir cuesta abajo.
Por la música de Alan Silvestri. 
Que se defiende muy bien solita.

Porque hemos olvidado cómo se hacen películas así.
Y es que parece que a los guionistas de Hollywood ya no les compran historias si no aparecen en ellas subnormales en mallas. Y si traen el sello Marvel o DC, mejor.
Porque una mala bestia con sus dos pelotas y algunas armas de baja tecnología derrota al cazador definitivo, equipado hasta el culo con gadgets mega high-tech 4G y con Wi-Fi compradas en la Apple Store de su planeta.
Con un par.
Porque no todo ha de ser Fritz Lang y Theodor Dreyer.
Y finalmente:
Porque cumple treinta años y no nos cansamos de verla, me cago en Dios.

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