lunes, 28 de septiembre de 2020

La piel en el pellejo: el resbaladizo mundo de la abstracción

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el cual mis protagonistas ni bebían, no follaban, ni fumaban, los muy sosos.

Y todo por la más ridícula de las razones: porque yo no bebo, ni fumo, ni foll... Porque yo no bebo ni fumo. Así de tonto. Así de simple.
(Deja de temblar, querido lector. Te prometo que ésta entrada de Paratroopersdon'tdie no se va a convertir en un bloque de consejos sobre salud).
Esto puede parecer una anécdota (a fin y al cabo empecé a escribir antes de tener pelo en la pelotera), pero no lo es. Mi resistencia consciente, o inconsciente, a escribir sobre fumadores o bebedores era el síntoma de una grave enfermedad creativa:

Yo no sabía crear personajes.

Mis personajes abstemios no eran personajes. Eran yo mismo.

Y así no se escribe ficción. Así se escribe un diario, o una de esas bitácoras en plan «¡Mi ombligo es muy feo! ¡Voy a suicidarme!»

Ni que decir tiene que un aspirante a escritor de ficción incapaz de crear un personaje tiene un serio problema.

Pues ése era mi caso. No escribía novelas ni cuentos. Todos mis relatos eran un género menor de biografía timorata en el cual todos los personajes hablaban como yo, pensaban como yo, actuaban como yo y se abstenían de lo mismo que me abstenía yo porque todos eran el mismo personaje y ninguno en realidad. Todos eran yo mismo.
Y, como todos los personajes eran yo mismo, no era capaz de disfrutar a Raymond Chandler porque Philip Marlowe es un alcohólico, me ponía muy incómodo ver a Sherlock Holmes chutándose morfina, me negaba a leer Drácula, porque Drácula es un puto asesino, y ni se me habría pasado por la imaginación leer Justine o los infortunios de la virtud ni ninguna otra obra de ese marrano torturador cisgénero hetereopatriarcal y tránsfobo de Donatien Alphonse François de Sade, ni siquiera por el morbo. Y no sé lo que habría pensado si por aquel entonces hubiese abordado la lectura de alguna obra de Balzac de ésas en las que triunfan los canallas, como El primo Pons o Perriette.

Construir personajes solventes es un desafío mayor, para cualquier novelista, que dar con una historia original, un tema interesante o un estilo literario atractivo. Es el meollo mismo de la ficción. Sin él, querido lector y aspirante a Premio Cervantes, básicamente estás haciendo el gilipollas. Con GI mayúscula.

Mi fracaso a la hora de construir personajes era mi fracaso a la hora de hacer abstracción. No sé si lo has comprendido ya sin ayuda, mi querido lector, pero un escritor, particularmente uno de ficción, incapaz de pensar en abstracto, es un fracaso de escritor. A fin y al cabo, el lenguaje (y muy especialmente el lenguaje escrito) es abstracto, aun cuando se emplee para designar cosas concretas, incluso a pesar de que en Lingüística se diferencie entre «Lenguaje Concreto» y «Lenguaje Abstracto», etiquetas extraordinariamente absurdas que demuestran que los lingüistas tienen demasiado tiempo libre entre paja y paja, porque... ¿puede alguien explicarme cuál es la relación entre la palabra «manzana» y el fruto del manzano?

La palabra no se deriva directamente del concepto que designa, pues, si lo hiciese, los antiguos romanos no la llamarían «mala», los franceses «pomme», los alemanes «apfel», los rusos «yabloko» ni los chinos «píngguǒ». Y si, en cualquier idioma, la palabra «manzana» no fuese un ente abstracto, en inglés no se escribiría «apple», en serbio «јабука», en árabe «تفاحة» ni en japonés «林檎». Si «lo abstracto» es «aquello que no posee realidad propia», la relación entre los diferentes signos lingüisticos y la realidad que representan es puramente abstracta. Y más o menos esto mismo ya lo determinó en su día Saussure  al establecer la arbitrariedad del signo lingüistico.
(Sí, sí, estoy de acuerdo: basta de turra por hoy, que los ojos empiezan a hacerte cosas raras, como si te estuviesen subiendo un par de Mitsubishis).
La abstracción es connatural al lenguaje, y muy especialmente al lenguaje escrito. El escritor incapaz de pensar en abstracto es, o bien un inepto o un comodón. Que, puestos a elegir, yo siempre me inclino a acusar al escritor primerizo de comodón. No es accidental que tantos autores noveles se inclinen, en sus primeros trabajos, por un escenario, unos personajes y una historia con la que se sienten cómodos. Y por esto en los 80 y 90 tantos adolescentes o post-adolescentes escribían mierdas de fantasía heroica, en los primeros años del siglo XXI escribían clones de Harry Potter y en los segundos años del siglo XXI escriben ripoffs de Crepúsculo.
(Que ya tiene delito, pasar de Tolkien y Robert E. Howard a Stephenie Meyer).
Escribir sólo de aquello que nos resulta fácil, que no nos incomoda, que nos hace sentir cómodos, es infantilismo creativo. En el desarrollo creativo de un escritor, es un estadio primitivo en algún punto entre la fase anal y la oral, una etapa primitiva en la que los músculos de la abstracción no están desarrollados todavía.

No descarto que seas capaz de escribir una buena historia sin hacer un esfuerzo de abstracción.

Aunque personalmente lo dudo, porque también leer exige un esfuerzo de abstracción, por los motivos citados arriba y sobre los que no voy a profundizar en exceso, que bastante chapa te he dado ya sobre el tema y llevo siete párrafos intentando meter alguna cuchufleta para aligerar esto, que pedazo coñazo te estoy colando, sufrido lector, y menuda mirada de emporrao se te está poniendo.
Los escritores hacen un esfuerzo de abstracción para que luego sus lectores hagan un esfuerzo de abstracción. Es un trabajo en equipo. Por acertada que sea la palabra que el escritor escogió para nombrar un concepto completo (y el escritor siempre corre el peligro de pasarse de listillo con el diccionario), puede que su procedencia o significado no sean evidentes para el lector, lo que le obligará a un esfuerzo de ABSTRACCIÓN. Por detalladas que sean las descripciones de un personaje o un escenario (y cada vez lo son menos porque cada vez los escritores son más vagos e incapaces), toca al lector poner lo que falta, inferir lo que sólo se sugiere, completar el retrato, dar las últimas pinceladas al cuadro, o sea: hacer ABSTRACCIÓN. Por eso es tan importante para un escritor (como para un lector) desarrollar su capacidad de pensamiento abstracto (que para el lector se traduce en comprensión lectora). Si como escritores no somos capaces de escribir en la misma gramática narrativa que usan nuestros lectores cuando leen, apaga y vámonos.

¿En qué se traduce eso a la hora de caracterizar un personaje? En meterte en su cabeza. Ponerte su piel en el pellejo, parafraseando a los de Gomaespuma. Calzarte sus bragas. Como a todo hétero digno de ese nombre le gustaría meterse dentro de Riley Reid (con su consentimiento, y previamente desinfectada), un escritor que se precie debería ser capaz de coger a cualquiera de sus personajes, ponerlo a veinte uñas y darle como a un cajón que no cierra.
Y eso no tiene nada de fácil.

Porque algunos de nuestros personajes son gentuza. Seres deleznables en cuya cabeza preferíriamos no meternos. Pero si no somos capaces de hacerlo nosotros ¿cómo lo va a lograr el lector? ¿Cómo vamos a lograr hacerlos parecer reales, o al menos creíbles, o como mínimo coherentes, si no alcanzamos a meternos en su pellejo, entender cómo piensan, cómo reaccionan, por qué hablan como hablan y toman las decisiones que toman? No podemos delegar en los lectores esa tarea. No es su parte del contrato. Y si no entendemos a nuestros personajes, no estamos escribiendo una historia con coherencia interna. Estamos escribiendo un pastiche lleno de ideas felices en el cual las cosas pasan, simplemente, porque sí. Porque patata. Porque drogas.
(Ejem...).
Si somos básicamente buena gente, nos va a resultar muy difícil escribir sobre canallas. Escribir sobre un violador, un criminal de guerra, un torturador, un asesino en serie, un verdugo, se le hace muy cuesta arriba a cualquier plumífero con corazoncito a menos que haga un esfuerzo de abstracción. Puede intentarlo sin ese esfuerzo, pero ya te digo que, para un escritor, tiene peores consecuencias que matarle el perro a John Wick: lo único que logrará será copiar fórmulas y soluciones ya empleadas por otros, con dispar fortuna, y sólo por accidente le saldrá un personaje creíble, sólido, congruente.
La abstracción es la documentación espiritual de nuestra obra. Si no queremos ambientar una escena en la abadía de Westminster y quedar como unos perfectos parguelas por no haber visto jamás una miserable foto del templo, ni leído una descripción de su planta y arquitectura, tampoco deberíamos permitirnos el sonrojo de ser caracterizados como unos mancos por no haber hecho un mínimo esfuerzo de abstracción a la hora de diseñar a nuestros personajes.

También es necesario estrujarnos la pelota (singular; a mí no me vengas con mierdas si lees demasiado rápido y luego te exprimes los cojones) cuando intentamos crear personajes no necesariamente miserables. Yo, que tengo pilila (pequeña, pero tengo) me veo obligado a hacer un esfuerzo de abstracción cada vez que escribo un personaje femenino. Y probablemente fracaso, porque, y ya les jode a las más desatadas feministas, el cerebro mujeril no es igual al masculino (no digo que sea peor, ni mejor, sino que es diferente), nuestros razonamientos no son parejos y, a menudo, ni siquiera comparables. Desentrañar la mente femenina, para un tío como yo, con pilila (pequeñ... vale, liliputiense, pero pilila a fin y al cabo) es probablemente una tarea condenada al desastre, lo cual no debe tomarse como excusa para ni siquiera hacer el esfuerzo de abstracción que requiere intentarlo.
(Y eso que, en realidad, salimos ganando, ¿eh? Las mujeres sí que comprenden a otras mujeres, lo que quizá explique por qué se odian entre ellas).
Por culpa de mi pilila (que es tirando a peq... vale, lo admito, necesitas un microscopio), tengo más problemas que una mujer para entender a un personaje femenino. Pero me consuela saber que tampoco ellas entienden del todo a los personajes masculinos, que también ellas han de hace el esfuerzo de abstracción que exige entenderlos, y cuando no lo hacen se nota mucho, porque en esa tierra de nadie es donde encuentran caldo de cultivo los estereotipos, «los tíos son todos unos carallos andantes que no piensan más que en follar, hay que atarlos en corto para que no te pongan los cuernos, los tíos son basura, no tienen sentimientos, sólo cojones que aligerar, bla, bla, bla». Que no digo yo que no sea cierto. Lo que digo es que es limitador. Castrante para nuestros personajes. Predecible. Cómodo. Aburrido.

A la hora de crear a un personaje, empieza por hacerte esta pregunta: ¿tu personaje habla y se comporta de acuerdo a su sexo?

Me explico:

Imagínate que le das a una madre de familia el detonador de una bomba que debe hacer estallar al paso de un convoy de... qué se yo... ninjas nazis campeones de capoeira. Tiene que matarlos a todos o la harán prisionera y la someterán a toda clase de torturas.

¿Sería capaz de hacerlo?

Piénsalo: tu personaje es mujer y ha tenido hijos, así que también puede ponerse en el lugar de las madres de esos
ninjas nazis etcétera. Puede sentir por anticipado el dolor que les causará a esas otras mujeres a las que no conoce si mata a sus churumbeles, que tal vez no sean malos del todo, que quizá conserven un fondo bueno esperando el momento de salir a la luz (el síndrome Darth Vader).
¿Que la pregunta te parece insultante, sexista y criminal, propia de un xenófobo votante del PP, fan de Fedeguico y La Maru?

Pues mira, me importa un carallo que te ofendas, pero voy a ponerme por un momento en tu lugar y cambiar la pregunta por otra:

Imagínate que tu personaje es un oficinista miope, en baja forma y con entradas. La clase de tipo gris con el que llevas cinco años trabajando en las oficinas de una compañía de seguros y cuyo nombre nunca puedes recordar. Imagínate que le das una pistola y le pones delante de un psicópata que quiere matarle.

¿Apretaría el gatillo?

¿De verdad crees que un burócrata introvertido y sedentario haría algo así? A la mierda todas las pelis de Van Damme que has visto. Matar es una cosa muy grave y no está al alcance de todo el mundo. Por eso hay profesionales que se dedican a esa ingrata tarea. ¿Crees que tu personaje tiene lo que hay que tener para apretar el gatillo? ¿Crees que es muy fácil mirar a los ojos a otro ser humano y matarle?
Nota para que reflexiones antes de contestar: a los SEALs de la Marina de los Estados Unidos, que se disputan con el SAS británico el título a los comandos de operaciones especiales más duros y mejor preparados del puto universo; asesinos profesionales, fríos y eficaces, no los reclutan entre la burocracia del ramo de seguros. Proceden de todas las ramas de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, y muchos llegan de alguna de las unidades de élite de ese país: los Rangers, la Unidad de Reconocimiento de Marines... Son gente hecha para llevar el verde oliva, comer raciones de combate recalentadas y esmochar talibanes... Y aun así, los entrenan para automatizar el reflejo de identificar una amenaza y disparar. Toda su instrucción está enfocada a eliminar la volición en el acto de matar.

Entonces, ¿es así de sencillo? ¿Hago que mis personajes hablen y actúen distinto dependiendo de su sexo, su educación y su origen y ya está?

Pues no.

Pero es un buen comienzo.

La abstracción también es necesaria para ponerte en el pellejo de personas nacidas y criadas en otras épocas, con escalas de valores diferentes a las que tú tienes. No sé qué idea tienes del honor, por ejemplo. Probablemente ninguna, a no ser que hayas nacido en uno de esos países de mentalidad medieval donde todavía se considera legítimo matar, incluso a los de tu propia sangre, por una ofensa a tu honor (que a menudo no es más que orgullo travestido). Pero si hubieses nacido antes del siglo XX, esta idea sería casi el vector guía de todas tus acciones. Tendrías escrúpulos de vestirte, comportarte o hablar de determinada manera, de relacionarte con ciertos colectivos o defender determinadas opiniones por miedo a ofender el honor de personas con derechos sobre tu destino. Y casi todo el mundo tendría derechos sobre tu destino: tus padres, tus hermanos mayores, el cura del pueblo, el cacique o señor feudal correspondiente, tu marido...

Si crees que de haber nacido en 1798 tendrías libertad para escoger tus amistades, tu carrera profesional o tu pareja sexual, es que estás muy, MUY necesitado de leer un par de libros de historia y hacer un esfuerzo hercúleo de abstracción. ¿Y qué me dices de nacer en España, en la Edad Media y pertenecer a una minoría? Ser judío converso, o siervo de la gleba, o mozárabe. ¿De verdad crees que lo pasarías bien, que te tratarían como a uno más, que tendrías libertad de movimientos y gozarías de la protección de la ley (que, aunque en aquella época ya estaba escrita, en última instancia su aplicación dependía un poco de lo que al rey, conde, duque o hidalgo de turno le saliese de los huevos)?

¿Puedes hacer el esfuerzo de abstracción que supone imaginar la vida en esas condiciones?

Pues ahora imagínate lo que requiere ponerse en el pellejo de una persona de otra civilización. ¿Cómo reaccionaron los mayas cuando vieron por primera vez a Gerónimo de Aguilar y sus compañeros de infortunio? Y déjate de mierdas de (in)cultura general como que cuando vieron a Cortés y compañía pensaron que caballo y jinete formaban una única bestia. ¿Qué movimiento sísmico provocó en aquellos indios que veían a un blanco por primera vez el descubrir que había pueblos en la tierra de los que no sabían nada? ¿Cómo chocó eso con su experiencia, sus conocimientos y presunciones acerca del mundo? ¿Puedes ponerte en su pellejo?
Ahora haz un esfuerzo extra e intenta imaginar otra raza. Una especie alienígena, por ejemplo, con una biología diferente, desarrollada en una ecología diferente. Antes de que empieces a gritar, ten presente que los escritores de ciencia-ficción, con mayor o menor fortuna, hacen esto a menudo. Y es droga dura. ¿Qué concepto del universo tendría una criatura sensible a diferentes longitudes de onda de las que nosotros percibimos? Un ser que sólo vea en la banda del infrarrojo, o de los rayos-x, y sólo oiga los ultrasonidos, ¿qué relación tendría con su entorno? ¿Un ser miles de veces más longevo que nosotros se tomaría siquiera la molestia de intentar comunicarse con un humano, que, en su escala de tiempo, tiene una vida tan efímera que no representaría ni un segundo de la vida el alienígena? ¿Y qué me dices de un ser inmortal? ¿Tendría algún escrúpulo hacia el asesinato una criatura que no comprende siquiera el significado del concepto de la muerte? ¿Nos reconocerían a los humanos como una especie inteligente unos seres con procesos mentales y engramas radicalmente diferentes a los nuestros?

Hace tiempo que mis personajes beben, fuman, follan, se drogan y hacen cosas reprochables. No sé si eso ha hecho que mis libros sean mejores, pero sí ha hecho a mis personajes más humanos, más coherentes, más sólidos. Como los personajes de The Expanse, a cuya serie te remitimos en su día, querido lector, como cursillo expréss de escritura creativa. Los personajes de The Expanse no son monolíticos. Están llenos de contradicciones, arrastran sus miserias por el Sistema Solar y a menudo se dejan guiar por sus más bajas pasiones, y no estoy hablando de jodienda, que también, y actúan movidos por el odio, las ansias de venganza, la codicia...
Además, y para terminar, te prevengo que no es posible elaborar un adversario creíble para tus protagonistas si no haces el esfuerzo de ponerte sus zapatos. Empatizar con cabrones raras veces resulta agradable (a menos que seas un cabrón), pero un escritor ha de hacer siempre el esfuerzo. Un villano sólido no es un personaje de opereta, con sombrero de copa y bigote retorcido, que hace el mal porque sí, porque le pone, porque para eso es el malo de la historia. Si no eres capaz de hacer el esfuerzo de abstracción de ponerte en el lugar del villano de tu novela, tu cuento, tu lo que sea, sólo te saldrán caricaturas que moverán a risa y ascopena.
Otórgale a tu villano un objetivo y unas motivaciones. Hazle el héroe de su propia historia. Como Lex Luthor, que intenta anular a Supermán antes de que se convierta en una amenaza para la humanidad, o como Thanos, que intenta salvar el universo, si bien con métodos expeditivos. Adjudícale al malo de tu historia una flaqueza, un pasado trágico, una pérdida que nos lo haga simpático. Tienta a tu lector para que se sienta identificado con él. Acentúa sus virtudes para que no parezca tan hijo de puta. Aplica la regla «save the cat, kick the dog».

Tal vez así consigas que tu libro de mierda no de tanto asco.

martes, 15 de septiembre de 2020

De "autor de culto" a "autor del culo" no hay tanta distancia

Hay dos tipos de autores de culto: los que en vida no se comieron un colín (aunque sí tuvieron que engullir muchos sapos) pero, una vez finiquitados, gozaron de un éxito muy superior, no necesariamente clamoroso, al que el público les había concedido en vida y los autores, vivos o muertos, «de nicho», o sea aquellos que nunca coleccionarán Ferraris porque tienen un reducido, pero muy fiel, grupo de seguidores, nunca lo suficientemente grande como para convertirse en autores de best-sellers.

Kurt Vonnegut goza desde hace años del predicamento de autor de culto. Y no entiendo el motivo. Cuna de gato fue un éxito de ventas en su momento y Matadero Cinco, otro best-seller, se considera una obra clave de la literatura estadounidense del siglo XX. Ateniéndonos a la definición que he dado más arriba (y que no tiene por qué ser la única, ni la verdadera, ni la universalmente aceptada), Vonnegut nunca fue ni ha sido un autor de culto. Se ganó la vida bastante bien con sus libros y se ganó el respeto de la crítica. Al menos, de parte de ella.

Éste.
Durante mucho tiempo tuve a Vonnegut en una vitrina, sin tocarlo. Me había pasado una buena parte de mi vida bombardeado con exigencias para que leyese a Vonnegut. No únicamente mis conocidos insistían en que Kurt Vonnegut era el mejor autor de ciencia-ficción que había existido jamás (lo cual, ahora lo sé, sólo demostraba que mis conocidos no habían leído ciencia-ficción en su puta vida, o la que habían leído era muy mala, o no entendían el significado de la palabra «mejor»), sino que otros autores, en otros libros que yo sí leía por entonces y también en películas, series de televisión y toda clase de productos culturales, le comían la verga a dos carrillos a Vonnegut. Lo reverenciaban. Lo elevaban a los altares. Y en los foros de Internet no te cuento a qué extremos llegan los groupies de Vonnegut. Si no has leído aún a Vonnegut eres un lúser, un mierdas y un puto. Si no proclamas a Vonnegut el fénix de los ingenios y el Atlas de los escritores, no tienes autoridad para hablar de Literatura. Si no vas ya mismo a casa a tallar un busto a tamaño real de Vonnegut, no mereces vivir.

Como me pasó en su día con Parque Jurásico, la adoración servil que algunas personas le dedican a Kurt Vonnegut me lo hizo tan antipático durante años que convertí en un proyecto personal el no leer nada de Vonnegut. Hasta tuve un ejemplar de Matadero 5 en la mano, durante una de mis visitas a los saldos de libros, y lo dejé del montón del cual lo había sacado y me llevé otro título. No recuerdo cuál.

Sólo consideré la posibilidad de leer algo de Kurt Vonnegut cuando, de repente, dejó de estar de moda. Llevaba años sin oír hablar de él, sin tropezarme con uno de sus acólitos, sin verlo ni oírlo mencionado en las obras de otros. A mí es que me gusta ir a contracorriente. Por eso las pajas me las casco con la mano débil.

Así que ahora que, de repente, Vonnegut ya no es trending topic, le di una oportunidad a Cuna de gato, una de sus novelas más famosas.

Lo resumiré así y ya puedes dejar la lectura después de esta frase, si quieres: Kurt Vonnegut es un fraude.

Leer a Vonnegut es agotador. E inútil. Cuna de gato no lleva a ninguna parte. No cuenta nada. Es la antinovela: una colección de chascarrillos, un desfile grotesco de personajes odiosos que son pintorescos porque sí. Un dislocado ejercicio de estilo completamente vacío narrado con extraordinaria torpeza y que deja en muy mal lugar a los miles de gilipollas que lo convirtieron en un best-seller.


En Cuna de gato, Kurt intenta ser satírico y se queda en graciosillo, intenta ser experimental y se convierte en ilegible, intenta hacer humor negro y se muestra nihilista y cínico.

Leer Cuna de gato me rompió los cojones. Párrafo a párrafo.

¿A qué mefíticos abismos de bancarrota intelectual es necesario descender para idolatrar a un escritor tan torpe, vago y odioso? Hasta Normal Mailer dijo de Vonnegut que era el Mark Twain de su generación, lo cual sólo puede significar que, o bien Norman Mailer jamás leyó a Mark Twain, o bien sus problemas con el alcohol eran peores de lo que me imaginaba. Y Norman Mailer bebía tanto que hacía que Hunter S. Thompson pareciese abstemio.

Cuna de gato ha sido una miserable pérdida de mi tiempo y me hace cuestionarme si merece la pena catar otra de las obras de este señor.

Cuna de gato es una novela en primera persona narrada por un escritor que, en el transcurso de su investigación para un libro titulado El día en que el mundo acabó, descubre las investigaciones del (ficticio) premio nóbel Felix Hoenikker, uno de los padres de la bomba atómica, acerca del Hielo Nueve, una forma alotrópica del agua que, si entra en contacto con el agua común, la convierte instantáneamente en más Hielo Nueve.



Y todo en esta novela es accidental e intrascendente.

El hijo menor de Hoenniker, Newton, Newt, es un enano.

Y es enano porque sí. Ser un enano no aporta absolutamente nada a la trama. No determina su comportamiento ni su personalidad. Vonnegut lo hace enano como lo podría haber hecho judío, azul o zurdo. Lo enaniza porque sí y, aunque no para de recordarnos una y otra vez que Newt Hoenikker es un puto fenómeno de feria, su estatura no representa nada en la narración. Nada. Newt no es un Tyrion Lannister, que ha compensado con su educación e inteligencia lo que la Naturaleza le ha negado desde el punto de vista del desarrollo físico. Newton Hoenniker es un enano y punto, y uno especialmente imbécil, además.

En el momento en que el Enola Gay hizo desaparecer a 120 000 japoneses como si jamás hubiesen existido, Felix Hoenikker estaba haciéndole a sus hijos un juego con cuerdas llamado «cuna de gato», que es el título del libro.


La famosa «cuna de gato».
¿Qué aporta ese juego con cuerdas a la trama? Nada. ¿Qué significa ese juego en la novela? Nada. ¿Por qué la novela se llama Cuna de gato y no Mierda con queso? Porque sí.

Cuna de gato es un libro lleno de porque síes. Las cosas suceden porque sí. Los personajes son de una determinada manera y no otra porque sí. El argumento gira ahora en esta dirección y ahora en la otra porque sí (en un momento dado, el narrador, Jonah-John, es propuesto como futuro presidente de la isla caribeña de San Lorenzo. ¿Por qué él y no cualquier otro o un chimpancé amaestrado? Porque sí). Cuna de gato tiene un argumento pero no tiene una historia propiamente dicha. Los personajes van de tropezón en tropezón, como si hubiesen renunciado a emprender acción alguna, hasta el apocalipsis final.

No hay un protagonista propiamente dicho. Todos los personajes van a remolque de la acción. Jonah, el narrador, nunca tuvo la menor oportunidad de escribir su puto libro ni el menor deseo de impedir que el Hielo Nueve fuese liberado en La Tierra.

Te quedas con la sospecha de que Vonnegut hace de Newton Hoenikker un enano por puro ensañamiento. Por el mismo precio, hace de su hermana Angela una clarinetista giganta, de su hermano Franklin un abúlico soplapollas obsesionado con las miniaturas de edificios y de Mona Aamons Monzano una femme fatale emocionalmente muerta, sexualmente gélida y, sin embargo e irónicamente, deliberadamente promiscua.

¿Por qué? Porque sí.

Kurt Vonnegut se inventa una religión, el bokononismo, un profeta, y toda una serie de absurdos términos propios de esa religión (karass, granfalloon, boko-maru) para hacer escarnio de todas las religiones. ¿Por qué? Porque sí. No esperarías una reflexión seria del autor sobre la estructura de las creencias y las contradicciones de la religión, ¿verdad? Vonnegut no es Frank Herbert.


Éste sí es Frank Herbert.
¿Habría supuesto alguna diferencia que los nativos de San Lorenzo, en vez del bokononismo, practicasen el budismo, el jainismo, el pastafarismo o el sashagreyismo? Ni la más mínima. El bokononismo, pese a ser omnipresente en la novela y la religión que el narrador acaba adoptando, no aporta absolutamente ningún trasfondo, ninguna luz sobre la psicología de los personajes, ningún sentido a la historia. Vonnegut te suelta un calipso tras otro de profecías y preceptos de Bokonon como si pretendiese averiguar en qué momento empiezan a tocarte el nardo.
(Sí, el libro sagrado de los bokononista está escrito en forma de calipsos, otra forma de escarnio de la religión. Calipsos tan absurdos como: «Qué pueblo penoso, sí, encontré aquí. No tenía música ni tenía cerveza. Y cualquier sitio donde trataba de instalarse pertenecía a Castle Sugar, Inc. o a la iglesia católica.»).
Cuna de gato es una carrera de vallas. Tiene 127 capítulos. Sí, 127. Y algunos de ellos son tan breves que se podrían haber resuelto con un único párrafo. Y la mayoría de los otros sólo existen porque Vonnegut decide introducir cortes arbitarios en la narración, cuanto más inoportunos mejor. No recuerdo cuánto dura la visita del narrador a la General Forge and Foundry Company en la que trabajaba Felix Hoenikker en el momento de su muerte, y esta novela me reventó tanto los cojones que no me tomé la molestia de tomar notas, pero por breve que fuese esa visita, Vonnegut nos la hace eterna cortando conversaciones entre dos frases, interrumpiendo caprichosamente escenas al final de un capítulo para proseguir con esas mismas escenas al principio del siguiente... una vez más, como si se hubiese propuesto adivinar hasta dónde llega nuestra paciencia.

Definitivamente me quedo con el sashagreyismo.
De la misma manera que los británicos inventaron el rugby para poder manosear a otros hombres sin ser recriminados por su viciosidad, Kurt Vonnegut parece haber escrito Cuna de gato con sabe Dios qué oscuras y perversas intenciones.

O con el sarasampaisimo. O con los dos.
Los 127 capítulos de Cuna de gato se habrían quedado en 25 si Vonnegut le tuviese algún respeto a sus lectores, al lenguaje o a la Literatura. El libro seguiría siendo una mierda, pero al menos sería una mierda legible.

Un científico criminalmente irresponsable y antipáticamente autista inventa una molécula de hielo que puede exterminar toda vida sobre la faz de la Tierra.

¿Por qué?

Porque sí.

Deja en herencia el Hielo Nueve a los tres subnormales de sus hijos: el enano, la giganta y el miniaturista.

¿Por qué? Porque sí.

En vez de entregarlo a las autoridades o destruirlo, los tres herederos subnormales parten el Hielo Nueve en tres trozos y cada uno se queda con un fragmento.

¿Por qué? Porque sí.

Una enana del KGB le roba un trozo de Hielo Nueve a Newton Hoenniker.

¿Por qué? Porque sí.

El subnormal miniaturista tiene problemillas con la ley y huye a una república bananera en manos de un dictador loco y le entrega su fragmento de Hielo Nueve.

¿Por qué? Porque sí.

Párrafo tras párrafo, leer Cuna de gato es como ver a Tom Sharpe intentando escribir un libro de Philip K. Dick, si Tom Sharpe no tuviese ni pizca de gracia y Philip K. Dick (que, en vez de libros de caballerías, leyó a un montón de teólogos y fue y escribió la trilogía de La invasión divina, y, por el camino, pasó un tiempo creyéndose la reencarnación del profeta Elías) no hubiese escrito un libro en su puta vida.

Al final de la novela, Mona Monzano, la calientapollas frígida (al parecer se puede ser las dos cosas) de la que el narrador está desesperadamente encoñado (para indiferencia de la propia Mona) se suicida lamiendo un trozo de Hielo Nueve.

¿Por qué? Porque sí.

Kurt Vonnegut destruye todo el planeta en Cuna de gato.

¿Por qué? Porque sí.


No deja de sorprenderme que este libro tenga partidarios. Incluso acérrimos defensores. Lo que ya no me sorprende es que todos empleen los mismos argumentos.

¿No ves que Cuna de gato es una sátira de la religión?

No. Lo que yo veo es que Cuna de gato es una sátira de una religión tan absurda, ridícula y cínica como el bokononismo que lo raro sería no escarnecerla. Es una forma retorcida de la falacia del hombre de paja.

¿No ves que Cuna de gato es una crítica de la carrera de armamentos?

No. Por ninguna parte. ¿El Hielo Nueve es una alegoría de las armas atómicas? Ah, ya lo pillo. Pues vaya mierda de crítica de la carrera de armamentos.

¿No ves que Cuna de gato intenta ser una sátira, una reflexión sobre la fragilidad de la existencia humana lo en clave de humor negro?

A mí el holocausto nuclear no me parece un chiste, pero te concedo eso: si lo fuese sería un chiste sin puta gracia. Como Cuna de gato.

Cuna de gato no tiene defensa posible. Es un puñetazo en el paladar.


Y algunos de los partidarios de Vonnegut lo saben. Por eso, en vez de defender el libro defienden a su autor, dando lugar a verdaderos diálogos para besugos:

Pero ¿no ves que Kurt Vonnegut fue hecho prisionero en la Segunda Guerra Mundial y los alemanes lo pusieron a recoger cadáveres de las víctimas de Dresde?


No. No lo veo. O sea, no lo veo en Cuna de gato. No veo nada de esa traumática experiencia en el libro ni entiendo por qué pareces insinuar que el hecho de ser un veterano de guerra y testigo de una de las matanzas de civiles más ignominiosas de la historia de la guerra podría hacer que Cuna de gato sea sólo un poquito menos peor.

Pero ¿no ves que Cuna de gato es un terrible y sincero alegato antibelicista?

Sin novedad en el frente es un terrible y sincero alegato antibelicista. Johnny cogió su fusil es un terrible y sincero alegato antibelicista. Los cuatro jinetes del apocalipsis es un terrible y sincero alegato antibelicista. Cuna de gato es una paja de ésas para adentro que Sanchez Dragó dice que se hace.

Pero ¿no ves que Kurt quedó traumatizado por la guerra y la Literatura era su válvula de escape?

Ninguna de esas dos cosas es culpa mía y, como lector, Vonnegut debería respetarlo.

Pero... pero... ¿no ves... que Kurt Vonnegut fue hecho prisionero por los nazis y obligado a acarrear cadáveres de las víctimas del bombardeo de Dresde?

¡Que hubiese corrido más!


Bien, resumamos:

El narrador de Cuna de gato no pinta nada en el libro.

Los otros personajes de Cuna de gato tampoco pintan nada en el libro.

El bokononismo tampoco pinta nada en Cuna de gato, a pesar de haber sido inventado expresamente para Cuna de gato.

El estilo narrativo (primera persona y capítulos miserables, cortísimos, que dejan la acción tartamuda, sincopada) tampoco pinta nada en Cuna de Gato; es más, se entromete, estorba, molesta, consigue que lamentes haber emprendido la lectura.

La sátira (una de las principales características de la obra de Vonnegut y, presuntamente, uno de sus más sobresalientes valores) es tan transparente, reiterativa, cacofónica y repelente que acabas odiándola.

El argumento no pinta nada en Cuna de gato. Es sólo un pretexto para esa torpe sátira-de humor negro-acerca de lo chungas que son las armas de destrucción masiva-la risa que dan las religiones-lo mierdas y patética que es la gente.

La misma «cuna de gato» no pinta nada en Cuna de gato.

El humor negro de Cuna de Gato no hace gracia. Y si el humor negro no nos arranca risas, o al menos sonrisas, culpables, no es humor.

Ni siquiera el Hielo Nueve pinta nada en Cuna de Gato hasta los capítulos finales. No es más que un McGuffin que arrastra la soporífera acción y a los apirolados personajes.


Así que tenemos una novela que no está basada en un argumento ni centrada en unos personajes, personajes cuyas motivaciones, además, somos incapaces de descifrar, si es que tienen alguna, que no lo parece (la única motivación clara del narrador, una vez olvidado su puto libro y la existencia misma del Hielo Nueve, es empotrar a la rubia mulata Mona Monzano «mírame pero no me toques-a  mí en realidad el sexo me da muchísimo asco»). Esa misma novela está expresamente estructurada para que su lectura nos resulte odiosa, frustrante e ingrata.

Pero es un clásico de la Literatura.

Claro.


Y después os quejáis de que la gente no lea.

Cabrones.