martes, 15 de septiembre de 2020

De "autor de culto" a "autor del culo" no hay tanta distancia

Hay dos tipos de autores de culto: los que en vida no se comieron un colín (aunque sí tuvieron que engullir muchos sapos) pero, una vez finiquitados, gozaron de un éxito muy superior, no necesariamente clamoroso, al que el público les había concedido en vida y los autores, vivos o muertos, «de nicho», o sea aquellos que nunca coleccionarán Ferraris porque tienen un reducido, pero muy fiel, grupo de seguidores, nunca lo suficientemente grande como para convertirse en autores de best-sellers.

Kurt Vonnegut goza desde hace años del predicamento de autor de culto. Y no entiendo el motivo. Cuna de gato fue un éxito de ventas en su momento y Matadero Cinco, otro best-seller, se considera una obra clave de la literatura estadounidense del siglo XX. Ateniéndonos a la definición que he dado más arriba (y que no tiene por qué ser la única, ni la verdadera, ni la universalmente aceptada), Vonnegut nunca fue ni ha sido un autor de culto. Se ganó la vida bastante bien con sus libros y se ganó el respeto de la crítica. Al menos, de parte de ella.

Éste.
Durante mucho tiempo tuve a Vonnegut en una vitrina, sin tocarlo. Me había pasado una buena parte de mi vida bombardeado con exigencias para que leyese a Vonnegut. No únicamente mis conocidos insistían en que Kurt Vonnegut era el mejor autor de ciencia-ficción que había existido jamás (lo cual, ahora lo sé, sólo demostraba que mis conocidos no habían leído ciencia-ficción en su puta vida, o la que habían leído era muy mala, o no entendían el significado de la palabra «mejor»), sino que otros autores, en otros libros que yo sí leía por entonces y también en películas, series de televisión y toda clase de productos culturales, le comían la verga a dos carrillos a Vonnegut. Lo reverenciaban. Lo elevaban a los altares. Y en los foros de Internet no te cuento a qué extremos llegan los groupies de Vonnegut. Si no has leído aún a Vonnegut eres un lúser, un mierdas y un puto. Si no proclamas a Vonnegut el fénix de los ingenios y el Atlas de los escritores, no tienes autoridad para hablar de Literatura. Si no vas ya mismo a casa a tallar un busto a tamaño real de Vonnegut, no mereces vivir.

Como me pasó en su día con Parque Jurásico, la adoración servil que algunas personas le dedican a Kurt Vonnegut me lo hizo tan antipático durante años que convertí en un proyecto personal el no leer nada de Vonnegut. Hasta tuve un ejemplar de Matadero 5 en la mano, durante una de mis visitas a los saldos de libros, y lo dejé del montón del cual lo había sacado y me llevé otro título. No recuerdo cuál.

Sólo consideré la posibilidad de leer algo de Kurt Vonnegut cuando, de repente, dejó de estar de moda. Llevaba años sin oír hablar de él, sin tropezarme con uno de sus acólitos, sin verlo ni oírlo mencionado en las obras de otros. A mí es que me gusta ir a contracorriente. Por eso las pajas me las casco con la mano débil.

Así que ahora que, de repente, Vonnegut ya no es trending topic, le di una oportunidad a Cuna de gato, una de sus novelas más famosas.

Lo resumiré así y ya puedes dejar la lectura después de esta frase, si quieres: Kurt Vonnegut es un fraude.

Leer a Vonnegut es agotador. E inútil. Cuna de gato no lleva a ninguna parte. No cuenta nada. Es la antinovela: una colección de chascarrillos, un desfile grotesco de personajes odiosos que son pintorescos porque sí. Un dislocado ejercicio de estilo completamente vacío narrado con extraordinaria torpeza y que deja en muy mal lugar a los miles de gilipollas que lo convirtieron en un best-seller.


En Cuna de gato, Kurt intenta ser satírico y se queda en graciosillo, intenta ser experimental y se convierte en ilegible, intenta hacer humor negro y se muestra nihilista y cínico.

Leer Cuna de gato me rompió los cojones. Párrafo a párrafo.

¿A qué mefíticos abismos de bancarrota intelectual es necesario descender para idolatrar a un escritor tan torpe, vago y odioso? Hasta Normal Mailer dijo de Vonnegut que era el Mark Twain de su generación, lo cual sólo puede significar que, o bien Norman Mailer jamás leyó a Mark Twain, o bien sus problemas con el alcohol eran peores de lo que me imaginaba. Y Norman Mailer bebía tanto que hacía que Hunter S. Thompson pareciese abstemio.

Cuna de gato ha sido una miserable pérdida de mi tiempo y me hace cuestionarme si merece la pena catar otra de las obras de este señor.

Cuna de gato es una novela en primera persona narrada por un escritor que, en el transcurso de su investigación para un libro titulado El día en que el mundo acabó, descubre las investigaciones del (ficticio) premio nóbel Felix Hoenikker, uno de los padres de la bomba atómica, acerca del Hielo Nueve, una forma alotrópica del agua que, si entra en contacto con el agua común, la convierte instantáneamente en más Hielo Nueve.



Y todo en esta novela es accidental e intrascendente.

El hijo menor de Hoenniker, Newton, Newt, es un enano.

Y es enano porque sí. Ser un enano no aporta absolutamente nada a la trama. No determina su comportamiento ni su personalidad. Vonnegut lo hace enano como lo podría haber hecho judío, azul o zurdo. Lo enaniza porque sí y, aunque no para de recordarnos una y otra vez que Newt Hoenikker es un puto fenómeno de feria, su estatura no representa nada en la narración. Nada. Newt no es un Tyrion Lannister, que ha compensado con su educación e inteligencia lo que la Naturaleza le ha negado desde el punto de vista del desarrollo físico. Newton Hoenniker es un enano y punto, y uno especialmente imbécil, además.

En el momento en que el Enola Gay hizo desaparecer a 120 000 japoneses como si jamás hubiesen existido, Felix Hoenikker estaba haciéndole a sus hijos un juego con cuerdas llamado «cuna de gato», que es el título del libro.


La famosa «cuna de gato».
¿Qué aporta ese juego con cuerdas a la trama? Nada. ¿Qué significa ese juego en la novela? Nada. ¿Por qué la novela se llama Cuna de gato y no Mierda con queso? Porque sí.

Cuna de gato es un libro lleno de porque síes. Las cosas suceden porque sí. Los personajes son de una determinada manera y no otra porque sí. El argumento gira ahora en esta dirección y ahora en la otra porque sí (en un momento dado, el narrador, Jonah-John, es propuesto como futuro presidente de la isla caribeña de San Lorenzo. ¿Por qué él y no cualquier otro o un chimpancé amaestrado? Porque sí). Cuna de gato tiene un argumento pero no tiene una historia propiamente dicha. Los personajes van de tropezón en tropezón, como si hubiesen renunciado a emprender acción alguna, hasta el apocalipsis final.

No hay un protagonista propiamente dicho. Todos los personajes van a remolque de la acción. Jonah, el narrador, nunca tuvo la menor oportunidad de escribir su puto libro ni el menor deseo de impedir que el Hielo Nueve fuese liberado en La Tierra.

Te quedas con la sospecha de que Vonnegut hace de Newton Hoenikker un enano por puro ensañamiento. Por el mismo precio, hace de su hermana Angela una clarinetista giganta, de su hermano Franklin un abúlico soplapollas obsesionado con las miniaturas de edificios y de Mona Aamons Monzano una femme fatale emocionalmente muerta, sexualmente gélida y, sin embargo e irónicamente, deliberadamente promiscua.

¿Por qué? Porque sí.

Kurt Vonnegut se inventa una religión, el bokononismo, un profeta, y toda una serie de absurdos términos propios de esa religión (karass, granfalloon, boko-maru) para hacer escarnio de todas las religiones. ¿Por qué? Porque sí. No esperarías una reflexión seria del autor sobre la estructura de las creencias y las contradicciones de la religión, ¿verdad? Vonnegut no es Frank Herbert.


Éste sí es Frank Herbert.
¿Habría supuesto alguna diferencia que los nativos de San Lorenzo, en vez del bokononismo, practicasen el budismo, el jainismo, el pastafarismo o el sashagreyismo? Ni la más mínima. El bokononismo, pese a ser omnipresente en la novela y la religión que el narrador acaba adoptando, no aporta absolutamente ningún trasfondo, ninguna luz sobre la psicología de los personajes, ningún sentido a la historia. Vonnegut te suelta un calipso tras otro de profecías y preceptos de Bokonon como si pretendiese averiguar en qué momento empiezan a tocarte el nardo.
(Sí, el libro sagrado de los bokononista está escrito en forma de calipsos, otra forma de escarnio de la religión. Calipsos tan absurdos como: «Qué pueblo penoso, sí, encontré aquí. No tenía música ni tenía cerveza. Y cualquier sitio donde trataba de instalarse pertenecía a Castle Sugar, Inc. o a la iglesia católica.»).
Cuna de gato es una carrera de vallas. Tiene 127 capítulos. Sí, 127. Y algunos de ellos son tan breves que se podrían haber resuelto con un único párrafo. Y la mayoría de los otros sólo existen porque Vonnegut decide introducir cortes arbitarios en la narración, cuanto más inoportunos mejor. No recuerdo cuánto dura la visita del narrador a la General Forge and Foundry Company en la que trabajaba Felix Hoenikker en el momento de su muerte, y esta novela me reventó tanto los cojones que no me tomé la molestia de tomar notas, pero por breve que fuese esa visita, Vonnegut nos la hace eterna cortando conversaciones entre dos frases, interrumpiendo caprichosamente escenas al final de un capítulo para proseguir con esas mismas escenas al principio del siguiente... una vez más, como si se hubiese propuesto adivinar hasta dónde llega nuestra paciencia.

Definitivamente me quedo con el sashagreyismo.
De la misma manera que los británicos inventaron el rugby para poder manosear a otros hombres sin ser recriminados por su viciosidad, Kurt Vonnegut parece haber escrito Cuna de gato con sabe Dios qué oscuras y perversas intenciones.

O con el sarasampaisimo. O con los dos.
Los 127 capítulos de Cuna de gato se habrían quedado en 25 si Vonnegut le tuviese algún respeto a sus lectores, al lenguaje o a la Literatura. El libro seguiría siendo una mierda, pero al menos sería una mierda legible.

Un científico criminalmente irresponsable y antipáticamente autista inventa una molécula de hielo que puede exterminar toda vida sobre la faz de la Tierra.

¿Por qué?

Porque sí.

Deja en herencia el Hielo Nueve a los tres subnormales de sus hijos: el enano, la giganta y el miniaturista.

¿Por qué? Porque sí.

En vez de entregarlo a las autoridades o destruirlo, los tres herederos subnormales parten el Hielo Nueve en tres trozos y cada uno se queda con un fragmento.

¿Por qué? Porque sí.

Una enana del KGB le roba un trozo de Hielo Nueve a Newton Hoenniker.

¿Por qué? Porque sí.

El subnormal miniaturista tiene problemillas con la ley y huye a una república bananera en manos de un dictador loco y le entrega su fragmento de Hielo Nueve.

¿Por qué? Porque sí.

Párrafo tras párrafo, leer Cuna de gato es como ver a Tom Sharpe intentando escribir un libro de Philip K. Dick, si Tom Sharpe no tuviese ni pizca de gracia y Philip K. Dick (que, en vez de libros de caballerías, leyó a un montón de teólogos y fue y escribió la trilogía de La invasión divina, y, por el camino, pasó un tiempo creyéndose la reencarnación del profeta Elías) no hubiese escrito un libro en su puta vida.

Al final de la novela, Mona Monzano, la calientapollas frígida (al parecer se puede ser las dos cosas) de la que el narrador está desesperadamente encoñado (para indiferencia de la propia Mona) se suicida lamiendo un trozo de Hielo Nueve.

¿Por qué? Porque sí.

Kurt Vonnegut destruye todo el planeta en Cuna de gato.

¿Por qué? Porque sí.


No deja de sorprenderme que este libro tenga partidarios. Incluso acérrimos defensores. Lo que ya no me sorprende es que todos empleen los mismos argumentos.

¿No ves que Cuna de gato es una sátira de la religión?

No. Lo que yo veo es que Cuna de gato es una sátira de una religión tan absurda, ridícula y cínica como el bokononismo que lo raro sería no escarnecerla. Es una forma retorcida de la falacia del hombre de paja.

¿No ves que Cuna de gato es una crítica de la carrera de armamentos?

No. Por ninguna parte. ¿El Hielo Nueve es una alegoría de las armas atómicas? Ah, ya lo pillo. Pues vaya mierda de crítica de la carrera de armamentos.

¿No ves que Cuna de gato intenta ser una sátira, una reflexión sobre la fragilidad de la existencia humana lo en clave de humor negro?

A mí el holocausto nuclear no me parece un chiste, pero te concedo eso: si lo fuese sería un chiste sin puta gracia. Como Cuna de gato.

Cuna de gato no tiene defensa posible. Es un puñetazo en el paladar.


Y algunos de los partidarios de Vonnegut lo saben. Por eso, en vez de defender el libro defienden a su autor, dando lugar a verdaderos diálogos para besugos:

Pero ¿no ves que Kurt Vonnegut fue hecho prisionero en la Segunda Guerra Mundial y los alemanes lo pusieron a recoger cadáveres de las víctimas de Dresde?


No. No lo veo. O sea, no lo veo en Cuna de gato. No veo nada de esa traumática experiencia en el libro ni entiendo por qué pareces insinuar que el hecho de ser un veterano de guerra y testigo de una de las matanzas de civiles más ignominiosas de la historia de la guerra podría hacer que Cuna de gato sea sólo un poquito menos peor.

Pero ¿no ves que Cuna de gato es un terrible y sincero alegato antibelicista?

Sin novedad en el frente es un terrible y sincero alegato antibelicista. Johnny cogió su fusil es un terrible y sincero alegato antibelicista. Los cuatro jinetes del apocalipsis es un terrible y sincero alegato antibelicista. Cuna de gato es una paja de ésas para adentro que Sanchez Dragó dice que se hace.

Pero ¿no ves que Kurt quedó traumatizado por la guerra y la Literatura era su válvula de escape?

Ninguna de esas dos cosas es culpa mía y, como lector, Vonnegut debería respetarlo.

Pero... pero... ¿no ves... que Kurt Vonnegut fue hecho prisionero por los nazis y obligado a acarrear cadáveres de las víctimas del bombardeo de Dresde?

¡Que hubiese corrido más!


Bien, resumamos:

El narrador de Cuna de gato no pinta nada en el libro.

Los otros personajes de Cuna de gato tampoco pintan nada en el libro.

El bokononismo tampoco pinta nada en Cuna de gato, a pesar de haber sido inventado expresamente para Cuna de gato.

El estilo narrativo (primera persona y capítulos miserables, cortísimos, que dejan la acción tartamuda, sincopada) tampoco pinta nada en Cuna de Gato; es más, se entromete, estorba, molesta, consigue que lamentes haber emprendido la lectura.

La sátira (una de las principales características de la obra de Vonnegut y, presuntamente, uno de sus más sobresalientes valores) es tan transparente, reiterativa, cacofónica y repelente que acabas odiándola.

El argumento no pinta nada en Cuna de gato. Es sólo un pretexto para esa torpe sátira-de humor negro-acerca de lo chungas que son las armas de destrucción masiva-la risa que dan las religiones-lo mierdas y patética que es la gente.

La misma «cuna de gato» no pinta nada en Cuna de gato.

El humor negro de Cuna de Gato no hace gracia. Y si el humor negro no nos arranca risas, o al menos sonrisas, culpables, no es humor.

Ni siquiera el Hielo Nueve pinta nada en Cuna de Gato hasta los capítulos finales. No es más que un McGuffin que arrastra la soporífera acción y a los apirolados personajes.


Así que tenemos una novela que no está basada en un argumento ni centrada en unos personajes, personajes cuyas motivaciones, además, somos incapaces de descifrar, si es que tienen alguna, que no lo parece (la única motivación clara del narrador, una vez olvidado su puto libro y la existencia misma del Hielo Nueve, es empotrar a la rubia mulata Mona Monzano «mírame pero no me toques-a  mí en realidad el sexo me da muchísimo asco»). Esa misma novela está expresamente estructurada para que su lectura nos resulte odiosa, frustrante e ingrata.

Pero es un clásico de la Literatura.

Claro.


Y después os quejáis de que la gente no lea.

Cabrones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.