lunes, 28 de septiembre de 2020

La piel en el pellejo: el resbaladizo mundo de la abstracción

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el cual mis protagonistas ni bebían, no follaban, ni fumaban, los muy sosos.

Y todo por la más ridícula de las razones: porque yo no bebo, ni fumo, ni foll... Porque yo no bebo ni fumo. Así de tonto. Así de simple.
(Deja de temblar, querido lector. Te prometo que ésta entrada de Paratroopersdon'tdie no se va a convertir en un bloque de consejos sobre salud).
Esto puede parecer una anécdota (a fin y al cabo empecé a escribir antes de tener pelo en la pelotera), pero no lo es. Mi resistencia consciente, o inconsciente, a escribir sobre fumadores o bebedores era el síntoma de una grave enfermedad creativa:

Yo no sabía crear personajes.

Mis personajes abstemios no eran personajes. Eran yo mismo.

Y así no se escribe ficción. Así se escribe un diario, o una de esas bitácoras en plan «¡Mi ombligo es muy feo! ¡Voy a suicidarme!»

Ni que decir tiene que un aspirante a escritor de ficción incapaz de crear un personaje tiene un serio problema.

Pues ése era mi caso. No escribía novelas ni cuentos. Todos mis relatos eran un género menor de biografía timorata en el cual todos los personajes hablaban como yo, pensaban como yo, actuaban como yo y se abstenían de lo mismo que me abstenía yo porque todos eran el mismo personaje y ninguno en realidad. Todos eran yo mismo.
Y, como todos los personajes eran yo mismo, no era capaz de disfrutar a Raymond Chandler porque Philip Marlowe es un alcohólico, me ponía muy incómodo ver a Sherlock Holmes chutándose morfina, me negaba a leer Drácula, porque Drácula es un puto asesino, y ni se me habría pasado por la imaginación leer Justine o los infortunios de la virtud ni ninguna otra obra de ese marrano torturador cisgénero hetereopatriarcal y tránsfobo de Donatien Alphonse François de Sade, ni siquiera por el morbo. Y no sé lo que habría pensado si por aquel entonces hubiese abordado la lectura de alguna obra de Balzac de ésas en las que triunfan los canallas, como El primo Pons o Perriette.

Construir personajes solventes es un desafío mayor, para cualquier novelista, que dar con una historia original, un tema interesante o un estilo literario atractivo. Es el meollo mismo de la ficción. Sin él, querido lector y aspirante a Premio Cervantes, básicamente estás haciendo el gilipollas. Con GI mayúscula.

Mi fracaso a la hora de construir personajes era mi fracaso a la hora de hacer abstracción. No sé si lo has comprendido ya sin ayuda, mi querido lector, pero un escritor, particularmente uno de ficción, incapaz de pensar en abstracto, es un fracaso de escritor. A fin y al cabo, el lenguaje (y muy especialmente el lenguaje escrito) es abstracto, aun cuando se emplee para designar cosas concretas, incluso a pesar de que en Lingüística se diferencie entre «Lenguaje Concreto» y «Lenguaje Abstracto», etiquetas extraordinariamente absurdas que demuestran que los lingüistas tienen demasiado tiempo libre entre paja y paja, porque... ¿puede alguien explicarme cuál es la relación entre la palabra «manzana» y el fruto del manzano?

La palabra no se deriva directamente del concepto que designa, pues, si lo hiciese, los antiguos romanos no la llamarían «mala», los franceses «pomme», los alemanes «apfel», los rusos «yabloko» ni los chinos «píngguǒ». Y si, en cualquier idioma, la palabra «manzana» no fuese un ente abstracto, en inglés no se escribiría «apple», en serbio «јабука», en árabe «تفاحة» ni en japonés «林檎». Si «lo abstracto» es «aquello que no posee realidad propia», la relación entre los diferentes signos lingüisticos y la realidad que representan es puramente abstracta. Y más o menos esto mismo ya lo determinó en su día Saussure  al establecer la arbitrariedad del signo lingüistico.
(Sí, sí, estoy de acuerdo: basta de turra por hoy, que los ojos empiezan a hacerte cosas raras, como si te estuviesen subiendo un par de Mitsubishis).
La abstracción es connatural al lenguaje, y muy especialmente al lenguaje escrito. El escritor incapaz de pensar en abstracto es, o bien un inepto o un comodón. Que, puestos a elegir, yo siempre me inclino a acusar al escritor primerizo de comodón. No es accidental que tantos autores noveles se inclinen, en sus primeros trabajos, por un escenario, unos personajes y una historia con la que se sienten cómodos. Y por esto en los 80 y 90 tantos adolescentes o post-adolescentes escribían mierdas de fantasía heroica, en los primeros años del siglo XXI escribían clones de Harry Potter y en los segundos años del siglo XXI escriben ripoffs de Crepúsculo.
(Que ya tiene delito, pasar de Tolkien y Robert E. Howard a Stephenie Meyer).
Escribir sólo de aquello que nos resulta fácil, que no nos incomoda, que nos hace sentir cómodos, es infantilismo creativo. En el desarrollo creativo de un escritor, es un estadio primitivo en algún punto entre la fase anal y la oral, una etapa primitiva en la que los músculos de la abstracción no están desarrollados todavía.

No descarto que seas capaz de escribir una buena historia sin hacer un esfuerzo de abstracción.

Aunque personalmente lo dudo, porque también leer exige un esfuerzo de abstracción, por los motivos citados arriba y sobre los que no voy a profundizar en exceso, que bastante chapa te he dado ya sobre el tema y llevo siete párrafos intentando meter alguna cuchufleta para aligerar esto, que pedazo coñazo te estoy colando, sufrido lector, y menuda mirada de emporrao se te está poniendo.
Los escritores hacen un esfuerzo de abstracción para que luego sus lectores hagan un esfuerzo de abstracción. Es un trabajo en equipo. Por acertada que sea la palabra que el escritor escogió para nombrar un concepto completo (y el escritor siempre corre el peligro de pasarse de listillo con el diccionario), puede que su procedencia o significado no sean evidentes para el lector, lo que le obligará a un esfuerzo de ABSTRACCIÓN. Por detalladas que sean las descripciones de un personaje o un escenario (y cada vez lo son menos porque cada vez los escritores son más vagos e incapaces), toca al lector poner lo que falta, inferir lo que sólo se sugiere, completar el retrato, dar las últimas pinceladas al cuadro, o sea: hacer ABSTRACCIÓN. Por eso es tan importante para un escritor (como para un lector) desarrollar su capacidad de pensamiento abstracto (que para el lector se traduce en comprensión lectora). Si como escritores no somos capaces de escribir en la misma gramática narrativa que usan nuestros lectores cuando leen, apaga y vámonos.

¿En qué se traduce eso a la hora de caracterizar un personaje? En meterte en su cabeza. Ponerte su piel en el pellejo, parafraseando a los de Gomaespuma. Calzarte sus bragas. Como a todo hétero digno de ese nombre le gustaría meterse dentro de Riley Reid (con su consentimiento, y previamente desinfectada), un escritor que se precie debería ser capaz de coger a cualquiera de sus personajes, ponerlo a veinte uñas y darle como a un cajón que no cierra.
Y eso no tiene nada de fácil.

Porque algunos de nuestros personajes son gentuza. Seres deleznables en cuya cabeza preferíriamos no meternos. Pero si no somos capaces de hacerlo nosotros ¿cómo lo va a lograr el lector? ¿Cómo vamos a lograr hacerlos parecer reales, o al menos creíbles, o como mínimo coherentes, si no alcanzamos a meternos en su pellejo, entender cómo piensan, cómo reaccionan, por qué hablan como hablan y toman las decisiones que toman? No podemos delegar en los lectores esa tarea. No es su parte del contrato. Y si no entendemos a nuestros personajes, no estamos escribiendo una historia con coherencia interna. Estamos escribiendo un pastiche lleno de ideas felices en el cual las cosas pasan, simplemente, porque sí. Porque patata. Porque drogas.
(Ejem...).
Si somos básicamente buena gente, nos va a resultar muy difícil escribir sobre canallas. Escribir sobre un violador, un criminal de guerra, un torturador, un asesino en serie, un verdugo, se le hace muy cuesta arriba a cualquier plumífero con corazoncito a menos que haga un esfuerzo de abstracción. Puede intentarlo sin ese esfuerzo, pero ya te digo que, para un escritor, tiene peores consecuencias que matarle el perro a John Wick: lo único que logrará será copiar fórmulas y soluciones ya empleadas por otros, con dispar fortuna, y sólo por accidente le saldrá un personaje creíble, sólido, congruente.
La abstracción es la documentación espiritual de nuestra obra. Si no queremos ambientar una escena en la abadía de Westminster y quedar como unos perfectos parguelas por no haber visto jamás una miserable foto del templo, ni leído una descripción de su planta y arquitectura, tampoco deberíamos permitirnos el sonrojo de ser caracterizados como unos mancos por no haber hecho un mínimo esfuerzo de abstracción a la hora de diseñar a nuestros personajes.

También es necesario estrujarnos la pelota (singular; a mí no me vengas con mierdas si lees demasiado rápido y luego te exprimes los cojones) cuando intentamos crear personajes no necesariamente miserables. Yo, que tengo pilila (pequeña, pero tengo) me veo obligado a hacer un esfuerzo de abstracción cada vez que escribo un personaje femenino. Y probablemente fracaso, porque, y ya les jode a las más desatadas feministas, el cerebro mujeril no es igual al masculino (no digo que sea peor, ni mejor, sino que es diferente), nuestros razonamientos no son parejos y, a menudo, ni siquiera comparables. Desentrañar la mente femenina, para un tío como yo, con pilila (pequeñ... vale, liliputiense, pero pilila a fin y al cabo) es probablemente una tarea condenada al desastre, lo cual no debe tomarse como excusa para ni siquiera hacer el esfuerzo de abstracción que requiere intentarlo.
(Y eso que, en realidad, salimos ganando, ¿eh? Las mujeres sí que comprenden a otras mujeres, lo que quizá explique por qué se odian entre ellas).
Por culpa de mi pilila (que es tirando a peq... vale, lo admito, necesitas un microscopio), tengo más problemas que una mujer para entender a un personaje femenino. Pero me consuela saber que tampoco ellas entienden del todo a los personajes masculinos, que también ellas han de hace el esfuerzo de abstracción que exige entenderlos, y cuando no lo hacen se nota mucho, porque en esa tierra de nadie es donde encuentran caldo de cultivo los estereotipos, «los tíos son todos unos carallos andantes que no piensan más que en follar, hay que atarlos en corto para que no te pongan los cuernos, los tíos son basura, no tienen sentimientos, sólo cojones que aligerar, bla, bla, bla». Que no digo yo que no sea cierto. Lo que digo es que es limitador. Castrante para nuestros personajes. Predecible. Cómodo. Aburrido.

A la hora de crear a un personaje, empieza por hacerte esta pregunta: ¿tu personaje habla y se comporta de acuerdo a su sexo?

Me explico:

Imagínate que le das a una madre de familia el detonador de una bomba que debe hacer estallar al paso de un convoy de... qué se yo... ninjas nazis campeones de capoeira. Tiene que matarlos a todos o la harán prisionera y la someterán a toda clase de torturas.

¿Sería capaz de hacerlo?

Piénsalo: tu personaje es mujer y ha tenido hijos, así que también puede ponerse en el lugar de las madres de esos
ninjas nazis etcétera. Puede sentir por anticipado el dolor que les causará a esas otras mujeres a las que no conoce si mata a sus churumbeles, que tal vez no sean malos del todo, que quizá conserven un fondo bueno esperando el momento de salir a la luz (el síndrome Darth Vader).
¿Que la pregunta te parece insultante, sexista y criminal, propia de un xenófobo votante del PP, fan de Fedeguico y La Maru?

Pues mira, me importa un carallo que te ofendas, pero voy a ponerme por un momento en tu lugar y cambiar la pregunta por otra:

Imagínate que tu personaje es un oficinista miope, en baja forma y con entradas. La clase de tipo gris con el que llevas cinco años trabajando en las oficinas de una compañía de seguros y cuyo nombre nunca puedes recordar. Imagínate que le das una pistola y le pones delante de un psicópata que quiere matarle.

¿Apretaría el gatillo?

¿De verdad crees que un burócrata introvertido y sedentario haría algo así? A la mierda todas las pelis de Van Damme que has visto. Matar es una cosa muy grave y no está al alcance de todo el mundo. Por eso hay profesionales que se dedican a esa ingrata tarea. ¿Crees que tu personaje tiene lo que hay que tener para apretar el gatillo? ¿Crees que es muy fácil mirar a los ojos a otro ser humano y matarle?
Nota para que reflexiones antes de contestar: a los SEALs de la Marina de los Estados Unidos, que se disputan con el SAS británico el título a los comandos de operaciones especiales más duros y mejor preparados del puto universo; asesinos profesionales, fríos y eficaces, no los reclutan entre la burocracia del ramo de seguros. Proceden de todas las ramas de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, y muchos llegan de alguna de las unidades de élite de ese país: los Rangers, la Unidad de Reconocimiento de Marines... Son gente hecha para llevar el verde oliva, comer raciones de combate recalentadas y esmochar talibanes... Y aun así, los entrenan para automatizar el reflejo de identificar una amenaza y disparar. Toda su instrucción está enfocada a eliminar la volición en el acto de matar.

Entonces, ¿es así de sencillo? ¿Hago que mis personajes hablen y actúen distinto dependiendo de su sexo, su educación y su origen y ya está?

Pues no.

Pero es un buen comienzo.

La abstracción también es necesaria para ponerte en el pellejo de personas nacidas y criadas en otras épocas, con escalas de valores diferentes a las que tú tienes. No sé qué idea tienes del honor, por ejemplo. Probablemente ninguna, a no ser que hayas nacido en uno de esos países de mentalidad medieval donde todavía se considera legítimo matar, incluso a los de tu propia sangre, por una ofensa a tu honor (que a menudo no es más que orgullo travestido). Pero si hubieses nacido antes del siglo XX, esta idea sería casi el vector guía de todas tus acciones. Tendrías escrúpulos de vestirte, comportarte o hablar de determinada manera, de relacionarte con ciertos colectivos o defender determinadas opiniones por miedo a ofender el honor de personas con derechos sobre tu destino. Y casi todo el mundo tendría derechos sobre tu destino: tus padres, tus hermanos mayores, el cura del pueblo, el cacique o señor feudal correspondiente, tu marido...

Si crees que de haber nacido en 1798 tendrías libertad para escoger tus amistades, tu carrera profesional o tu pareja sexual, es que estás muy, MUY necesitado de leer un par de libros de historia y hacer un esfuerzo hercúleo de abstracción. ¿Y qué me dices de nacer en España, en la Edad Media y pertenecer a una minoría? Ser judío converso, o siervo de la gleba, o mozárabe. ¿De verdad crees que lo pasarías bien, que te tratarían como a uno más, que tendrías libertad de movimientos y gozarías de la protección de la ley (que, aunque en aquella época ya estaba escrita, en última instancia su aplicación dependía un poco de lo que al rey, conde, duque o hidalgo de turno le saliese de los huevos)?

¿Puedes hacer el esfuerzo de abstracción que supone imaginar la vida en esas condiciones?

Pues ahora imagínate lo que requiere ponerse en el pellejo de una persona de otra civilización. ¿Cómo reaccionaron los mayas cuando vieron por primera vez a Gerónimo de Aguilar y sus compañeros de infortunio? Y déjate de mierdas de (in)cultura general como que cuando vieron a Cortés y compañía pensaron que caballo y jinete formaban una única bestia. ¿Qué movimiento sísmico provocó en aquellos indios que veían a un blanco por primera vez el descubrir que había pueblos en la tierra de los que no sabían nada? ¿Cómo chocó eso con su experiencia, sus conocimientos y presunciones acerca del mundo? ¿Puedes ponerte en su pellejo?
Ahora haz un esfuerzo extra e intenta imaginar otra raza. Una especie alienígena, por ejemplo, con una biología diferente, desarrollada en una ecología diferente. Antes de que empieces a gritar, ten presente que los escritores de ciencia-ficción, con mayor o menor fortuna, hacen esto a menudo. Y es droga dura. ¿Qué concepto del universo tendría una criatura sensible a diferentes longitudes de onda de las que nosotros percibimos? Un ser que sólo vea en la banda del infrarrojo, o de los rayos-x, y sólo oiga los ultrasonidos, ¿qué relación tendría con su entorno? ¿Un ser miles de veces más longevo que nosotros se tomaría siquiera la molestia de intentar comunicarse con un humano, que, en su escala de tiempo, tiene una vida tan efímera que no representaría ni un segundo de la vida el alienígena? ¿Y qué me dices de un ser inmortal? ¿Tendría algún escrúpulo hacia el asesinato una criatura que no comprende siquiera el significado del concepto de la muerte? ¿Nos reconocerían a los humanos como una especie inteligente unos seres con procesos mentales y engramas radicalmente diferentes a los nuestros?

Hace tiempo que mis personajes beben, fuman, follan, se drogan y hacen cosas reprochables. No sé si eso ha hecho que mis libros sean mejores, pero sí ha hecho a mis personajes más humanos, más coherentes, más sólidos. Como los personajes de The Expanse, a cuya serie te remitimos en su día, querido lector, como cursillo expréss de escritura creativa. Los personajes de The Expanse no son monolíticos. Están llenos de contradicciones, arrastran sus miserias por el Sistema Solar y a menudo se dejan guiar por sus más bajas pasiones, y no estoy hablando de jodienda, que también, y actúan movidos por el odio, las ansias de venganza, la codicia...
Además, y para terminar, te prevengo que no es posible elaborar un adversario creíble para tus protagonistas si no haces el esfuerzo de ponerte sus zapatos. Empatizar con cabrones raras veces resulta agradable (a menos que seas un cabrón), pero un escritor ha de hacer siempre el esfuerzo. Un villano sólido no es un personaje de opereta, con sombrero de copa y bigote retorcido, que hace el mal porque sí, porque le pone, porque para eso es el malo de la historia. Si no eres capaz de hacer el esfuerzo de abstracción de ponerte en el lugar del villano de tu novela, tu cuento, tu lo que sea, sólo te saldrán caricaturas que moverán a risa y ascopena.
Otórgale a tu villano un objetivo y unas motivaciones. Hazle el héroe de su propia historia. Como Lex Luthor, que intenta anular a Supermán antes de que se convierta en una amenaza para la humanidad, o como Thanos, que intenta salvar el universo, si bien con métodos expeditivos. Adjudícale al malo de tu historia una flaqueza, un pasado trágico, una pérdida que nos lo haga simpático. Tienta a tu lector para que se sienta identificado con él. Acentúa sus virtudes para que no parezca tan hijo de puta. Aplica la regla «save the cat, kick the dog».

Tal vez así consigas que tu libro de mierda no de tanto asco.

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