viernes, 17 de julio de 2020

"Did you see the sun rise this morning?" (I)

Robin Masters es un novelista de éxito. Y no quiero decir un buen novelista, laureado por la crítica y alabado por su prosa resplandeciente. Quiero decir que Masters es la clase de mal escritor que, por algún misterioso motivo, consigue que millones de gilipuertas compren sus libros escritos con el culo.
(Ejem...)
Robin Masters viaja en jet privado. Robin Masters se pasa el año solazándose en sus mansiones repartidas por todo el mundo. Robin Masters folla con supermodelos vulpejas, colecciona Arte y antigüedades, supercoches deportivos y hectáreas de bienes inmuebles y lo único que tiene que hacer para mantener su nivel de vida es no derrochar y seguir escribiendo sus novelas facilongas y olvidables, a las que dedica el mínimo esfuerzo.
Y tú quieres ser Robin Masters.

Y yo.

Y todo el mundo que escribe libros, lo confiese o no.

Todos queremos decaer.


Ya seas escritor, agente de seguros o capador de puercos, hay muchas formas de ganar un millón:

Capar un puerco y pedir un millón de euros por el servicio.

Capar diez puercos y pedir 100 000 euros a cambio.

Capar cien puercos y pedir 10 000 euros por puerco.

Capar mil puercos y pedir 1 000 euros por cada par de cojones porcinos.

Capar diez mil puercos y pedir 100 euros la pieza.

Capar cien mil puercos a 10 euros el escroto.

Capar un millón de puercos al competitivo precio de un euro.

Masters optó por la penúltima opción. Sus libros son de los que se editan directamente en rústica y formato de bolsillo. La clásica literatura pulp de crímenes y misterio para amas de casa, oficinistas amargados y burgueses urbanitas que jamás han salido de sus barrios y se creen que la vida es así.


«Al grano: ¿cómo demonios se hace uno millonario vendiendo libros?»

Bueno, hay que vender muchos. Obviamente. El libro es, en sí, un producto de muy bajo valor añadido. Aunque se ocupa del 90% del trabajo, el escritor puede darse con un piedro en el carallo si consigue sacarle un 10% del precio de portada a cada ejemplar vendido. Eso, dependiendo del formato de la edición (rústica, tapa dura, bolsillo, electrónica) puede moverse entre una horquilla de algo menos de un euro por ejemplar a en torno a dos euros por ejemplar. Así que estaríamos en el caso del millón de cerdos, citado más arriba.

La receta del éxito es esquiva y requiere una participación tan elevada del azar que casi podríamos considerar dicha fórmula puramente anecdótica. Demasiados buenos libros, con todo lo necesario para convertirse en éxitos de ventas, han devenido en fracaso editorial y acabado guillotinados y descatalogados como para no tener presente el factor suerte, la intervención del azar. Ello se hace particularmente claro cuando ves los CAGARROS que acaban vendiendo millones de copias porque llegaron en el momento propicio (con frecuencia el único momento en que se podrían haber vendido), gozaron del efímero y tornadizo favor del público o fueron aupados por los ángeles del capitalismo en un fenómeno tan imprevisto como incomprensible.

Si le hacemos la autopsia al escritor de best sellers promedio nos encontramos con este mínimo común denominador:

1. El escritor de libros superventas, particularmente de un tiempo a esta parte, no escribe libros, escribe trilogías y aspira a escribir sagas. George R.R. Martin, J.K. Rowling, Suzanne Collins, Patrick Rothfuss, Dan Brown, Stieg Larsson y hasta Ken Follet se han aplicado el cuento. Llevo años quejándome a los amigos que todavía no me tiran verduras podridas y palos untados en caca de que «trilogía» se ha convertido en un género literario en sí mismo. Todos los comemierdas aspirantes a escritor se sientan delante de sus portátiles (escribir en papel es taaaaaaaaaaaaan burguéééééééééééés) a escribir trilogías.


«¿Qué estás escribiendo, Manolito

«Una trilogía sobre la intersexualidad plutopatriarcal cisgénero en un subtexto de opresión fascisto-machirúlica».

«Con un par, Manolito».
Vamos, que el escritor de best sellers ya no escribe libros. Escribe franquicias. Productos. Su editor le reclama una trilogía con la que cubrir la ventana de ventas de las próximas tres Navidades, por ejemplo, y le da un poco lo mismo que esos libros sean una mierda. Ya se encargará él, con su monstruosa maquinaria de publicidad y la colaboración servil de unos cuantos periodistas mercenarios, de que tres o cuatro millones de almas cándidas compren esa fementida trilogía.

2. El escritor superventas no se complica la vida con un lenguaje florido ni un vocabulario rebuscado. El escritor de best sellers escribe como habla. En un idioma sencillo, apegado a la tierra, conectado con el pueblo. Nada de metáforas rebuscadas, adiós a las subordinadas encadenadas. Párrafos cortos. Capítulos en píldoras de rápida digestión. De esa manera se asegura un público más amplio y diluye el prejuicio decimonónico de que la cultura es solo para las élites ilustradas.

Te lo explico en román paladino: el escritor superventas ha renunciado a escribir literatura. Emplea un lenguaje pobre porque prefiere descender al lodo de sus lectores más tontos en vez de desafiarlos a elevarse sobre su limitado vocabulario. Como bonus, el escritor de best sellers también desdeña la inteligencia de su público y lo reduce a una masa amorfa e irredimible de cretinos aplatanados incapaces de entender nada más complejo que los gruñidos de un chimpancé, genéticamente impedidos de mantener la concentración durante más de sesenta segundos y totalmente incapaces de utilizar un diccionario.


Me pregunto cómo cojones se las arreglaban Balzac y Victor Hugo, que escribían los best sellers de su tiempo. Y no pretenderás hacerme creer que la gente del siglo XIX estaba mejor formada que ahora.

3. El escritor superventas ni reflexiona ni pretende que sus lectores lo hagan. Su libro debe ser legible sin necesidad de esfuerzo intelectual alguno, o de cualquier otro tipo de esfuerzo, ya puestos. No importa lo complejos que sean los temas sobre los que versa su historia, debe evitar profundizar en ellos. E. L. James podría haberse currado una obra compleja sobre una historia de amor retorcido, sobre la dignidad humana en general y la dignidad femenina en particular, sobre las trampas y peligros de la inocencia, las sombras que arroja el engañoso resplandor del éxito, la juventud, la belleza y la riqueza. Pero ¿para qué molestarse? Mejor escribir una novelita porno, mentirosamente transgresora, de una pan sin sal empotorrada de un pijo abusivo.

Todo esto implica que el escritor de best sellers se queda en la superficie. Ni siquiera la araña, busca su reflejo en ella. con lo cual no solo degrada el Arte, sino que por el mismo precio rechaza la oportunidad de crear una obra duradera, que bucee en las claves profundas que han caracterizado la literatura desde por lo menos el Genji Monogatari y que están en la naturaleza misma del arte narrativo, una de las más agudas y precisas herramientas con la ayuda de las cuales el hombre ha intentado responder a preguntas atemporales que le acerquen a una mejor comprensión de sí mismo y del universo.


4. El escritor superventas no se complica la vida con personajes complejos. Los malos tienen que ser muy malos, dejarlo bien claro desde el principio y recordárnoslo cada vez que entran en escena. Los buenos tienen que ser irreprochables; auténticos pilares de virtud y probidad. Los dilemas morales estaban bien para Dostoievski o Nathaniel Hawthorne, pero ¿quién quiere amargarse la existencia escribiendo un pilar de la cultura universal plagiado, copiado, homenajeado y adaptado infinitas veces por otros tantos autores diferentes? Joder, nada de diálogo interior, por favor. Que la gente se aburre de leer tantas palabras juntas. Pon a tus personajes a hacer cosas. Que hablen poco y hagan mucho. Que sepan kung-fu y lleven siempre metralletas en el bolsillo. Y tampoco estaría de más que metieses en la historia algunos dinosaurios y algunos ninjas.

5. El escritor de best sellers es, fundamentalmente, un escritor de intriga. Los libros más vendidos suelen tener un componente mayúsculo de misterio. El crimen y las conspiraciones atraen a más lectores, ya hablemos de los enjuagues judiciales de las novelas de John Grisham, de la corrupción policial y las investigaciones de crímenes que escribe Michael Connelly o las idas de olla opusdeico-templáricas de Dan Brown. Apúntate el dato y aprende de los maestros.

6. El escritor de best sellers sabe que el sexo vende. Todo. Cualquier cosa. Desde abonos del Real Madrid a parcelas en la luna, así que no duda en incluir en su obra una o más de una escena erótica. Escena erótica en la que suele delatar su pobre dominio del idioma, su hambre venérea atrasada y su inepcia a la hora de escribir escenas eróticas. Pero eh, no te prives: si no tienes la suficiente fe en ti mismo como autor y desconfías de haber escrito una historia interesante, no lo dudes: tetas. Fornicio. Concupiscencia. Perros y gatos cohabitando. La histeria de las masas.


¡Zexo, zexo, zexo, zeeeexoooooo!
7. Y ya que hablamos de follar, que sepas que una historia de amor de las que duelen también resulta de lo más apetitosa para los lectores. Y no te cuento para las lectoras. ¿Quieres aumentar tu número de lectoras? Cúrrate un romance tempestuoso, con mucha montaña rusa emocional, estilo Escrúpulo o Los juegos del Tambre. ¡No, hombre, no! ¿Qué Cumbres borrascosas ni qué niño muerto? ¡Mira que te gusta buscarte problemas! Vuelve a leerte los puntos tres y cuatro. ¡Matado!

8. Al escritor superventas no le tiembla la mano a la hora de hacer malabares con hechos históricos conocidos. ¿Que eso acaba poniendo en evidencia su nulo conocimiento sobre la época histórica que describe y su pereza a la hora de elaborar una documentación solvente que pudiese encubrir su palmaria ignorancia? Pero, hombre de Dios, ¿qué lector se va a tomar la molestia de comprobar en la güisquipedia hasta dónde llegan las barrabasadas históricas cometidas por su escritor favorito? La perversión y prostitución de la Historia sigue gozando del favor del público y irradiando atractivo hacia los escritores, que pueden ampararse en la escasa familiaridad con el pasado del lector promedio para imponer sus propias reglas (y esto deviene a menudo en unos diálogos alucinatorios) y gozar de una libertad a la hora de caracterizar personajes, sucesos y ambientaciones, que harían echar espuma por la boca hasta al licenciado en Historia más tonto.


9. Stephenie Meyer, J.K. Rowling y Suzanne Collins están en la lista Forbes de gente hiperpastosa. Las tres son escritoras. ¿Quieres unirte al club de escritores que figuran en la lista Forbes? Plantéate imitar a estas señoras, que, además de respetar prácticamente todas las recomendaciones que te hemos dado hasta el momento, optaron también por escribir para un público adolescente obras protagonizadas por adolescentes. «Escribe sobre jóvenes y para jóvenes» parece una fórmula infalible que justificaría, por sí sola, los ocho puntos precedentes. A fin y al cabo, a la chavalada le gustan las franquicias, que les permiten establecer un sentimiento de identidad imprescindible en esos convulsos años de primeras menstruaciones y primeras pajas, pierden la concentración con los párrafos largos y ni saben qué es un diccionario ni quieren saberlo, son incapaces de reflexiones profundas y de discernir dilemas morales, adoran la intriga, que en realidad forma parte de su cotidianidad (tú ya no recuerdas las camarillas, rivalidades y tensiones, cuando no odios abiertos, del instituto, ¿verdad, amado lector?), no le van a hacer ascos a un buen caliqueño, o incluso dos, siguen creyendo que el verdadero amor tiene que doler, que ser complicado e incluir un componente de abuso, y les trae al pairo la Historia, coñazo de asignatura que no sirve para nada y no tienen interés en estudiar y por eso unos votan a Jodemos y otros a Box.

Tampoco estorbaría tu camino hacia la fortuna que te sometieses a una reasignación de sexo, en el caso de que tengas la poca fortuna de haber nacido con picha y huevos.

10. El escritor superventas escribe sin parar. James Patterson tiene más de cien novelas. Hasta hace poco, Stephen King sacaba prácticamente un libro al año. El escritor de best sellers encarna, en sí mismo, el proverbial millón de monos aporreando un millón de máquinas de escribir. A la hora de escoger entre calidad y cantidad, debe quedarse siempre con la cantidad. Si perservera, antes o después le saldrán dos o tres best sellers. Así pues, no te esmeres mucho en ninguno de tus libros. Siempre puedes volver a intentarlo con el siguiente, con el que tampoco pretende nadie que te dejes los dientes. Tú insiste. Escribe, escribe y escribe. Lo que tú quieres es lograr marcarte un éxito de ventas. Ya te saldrá.


Puede que, como lector de best sellers, hayas sido incapaz de llegar hasta aquí, pero si quieres llegar a convertirte en un Robin Masters de la vida puede que estés dispuesto a escuchar otro dato útil que podría llevarte al nirvana de los escritores superricos:

Si nos atenemos al gráfico elaborado por Mediaworks para Furniture UK, podrías alcanzar el éxito a través del género de fantasía (un 13% del total de ventas), misterio (11%) o el de ficción a secas (16% del total), sea lo que sea esa «ficción literaria moderna», que parece un cajón de sastre en el que meter cualquier novela escrita después de 1950, y en el que caben obras maestras como El guardián entre el centeno de Salinger o la Lolita de Nabokov, libros menores, desde el punto de vista de su aportación a la literatura, pero entretenidos como Kane y Abel, de Jeffrey Archer o Los cañones de Navarone de Alistair MacLean y auténticas mierdas como El valle de las muñecas de Jacqueline Susann o El alquimista, de Paul Coelho.

(Si nos atenemos a un gráfico que no sé de dónde ha salido ni por qué. ¿Por qué una empresa de muebles encargaría ese análisis? ¿Qué mierda está pasando aquí? Manéjense estos datos con cuidado. Parecen coherentes pero no me fío del todo).
Sin embargo, deberías evitar géneros menores, «de nicho», como el realismo mágico, la novela histórica o la ficción para adolescentes, otra etiqueta genérica en la que meter títulos como Los juegos del hambre. Y no, no es una contradicción. La trilogía de Los juegos del hambre, como producto, ha vendido 65 millones de ejemplares solo en los Estados Unidos, pero el género de ficción juvenil como tal es porcentualmente minoritario en las estadísticas. Collins sube la media de un género literario que tiene, relativamente hablando, pocas ventas sobre el total de libros perdidos.

Pero yo en tu lugar no lo dudaría: mira el porcentaje de ventas de la literatura infantil. Sí, en ese sector competirás contra una verdadera legión de auténticas bestias pardas que llevan mucho tiempo en la brea, pero dado el tamaño del pastel a repartir, hay más probabilidades de que te toque un trozo, aunque no necesariamente uno con guinda.

«Pero toda esa gente que has citado son estadounidenses o británicos y escriben en inglés, ¿qué me estás contando?»

Buena observación, querido lector. En efecto, el mercado editorial angloparlante tiene sus propias peculiaridades que no vamos a analizar en profundidad aquí (para no desentonar con la temática de la entrada) y que incluso para los especialistas en la materia son ocasionalmente indescifrables. James Patterson, por ejemplo, que es asquerosamente rico gracias a los libros que vende en Estados Unidos, en España no se come un colín. El aspirante a Robin Masters español, ateniéndonos a los datos de ventas de ficción para 2018, no tiene mucho donde elegir: o novela contemporánea (una vez más sea lo que sea eso) o prácticamente nada. El género negro, al que Patterson consagra su producción, supone poco más de un 14% del total de ventas, a años luz de la «ficción contemporánea» (58,3%) que encabeza las preferencias del público lector ibérico. Incluso la novela romántica, que tiene la reputación de gozar de gran predicamento y un fiel público, no alcanza ni un miserable 4% del total de ventas en 2018. Y de los parientes pobres de todo librero, como la ciencia-ficción, el terror y ese «otros» tan intrigante, mejor ni hablamos, que nos da hasta pena.

(Aunque si E.L. James no enseñó algo es que la tendencia actual es confundir la clásica novela romántica, con sus escenas de amor de chirriante puritanismo donde todo queda a la imaginación del lector, con escribir mommy porn).
Y ya ha llegado el momento de decirte que Robin Masters, nuestro multimillonario escritor superventas, no existe. Es un personaje de la serie de televisión de los ochenta Magnum P.I., recientemente actualizada («remade») con nuevos actores y nuevas tramas.
Lo que pides a Aliexpress.
(Dato curioso: hay al menos una persona escribiendo con el nombre o pseudónimo de Robin Masters, que hasta se curró una página web, hoy abandonada, para promocionar la obra de «autores de novela negra» que, a día de hoy, aún no se han presentado, y en la que solo aparece un libro suyo, libro que he sido incapaz de encontrar a la venta. ¿Estamos ante un caso flagrante de fanpage? ¿O de cara de cemento armado ablandada por la amenaza de un pleito civil? Lo dejo a tu elección).
Robin Masters no existe. Pero hay escritores reales con los que se le podría comparar. Stephen King hace décadas que escribe por vicio. Podría muy bien vivir de las regalías de sus primeros libros, que no han dejado de reeditarse ni de generar productos derivados (películas, series de televisión, cómics, videojuegos; sí, videojuegos) desde que vieron la luz por primera vez. Stephen ha acumulado una fortuna personal que se estima en torno a los 500 millones de dólares, que no te lo has gastado en costo ni en un mal día y, encima, es una mierda al lado de los 800 millones que ha amasado James Patterson
Lo que te llega
Sorprendentemente, y como prueba de su carácter, el bueno de Steve vive de forma relativamente modesta. Aunque no encuentro en Internet el dato para enlazarlo aquí, recuerdo haber leido en una entrevista que le hicieron hace años que se había impuesto un tope de gasto anual de en torno a 300 000 dólares. Y 300 000 dólares en un señor que sólo en 2018 ganó 27 millones es dinero para pipas. Tal vez Stephen recuerda sus orígenes, cuando intentaba criar a su primogénito en una rulotte aparcada en un párking para caravanas y una simple visita imprevista al pediatra podía arruinar por meses la economía familiar. Quizá temía volverse loco con toda esa riqueza y adoptó un estilo de vida relativamente modesto. Quizá la influencia de su religiosa madre le ayudó a mantener la disciplina. Quizá aún recuerda sus adicciones y sabe que no hay nada más peligroso que un yonqui con dinero. Quién sabe. El caso es que, dando por cierto el dato, Stephen King es un millonario que se permite a sí mismo no hacer vida de millonario.
En el extremo opuesto estaría Patricia Cornwell. La autora de las novelas protagonizadas por la forense Kay Scarpetta no es, ni hasta donde sepamos lo ha sido nunca, tan acaudalada como Stephen King. Se le calcula una fortuna personal de 25 millones de dólares, o sea ni siquiera los ingresos de Stephen King en junio de 2018. Y sin embargo esta mujer gasta como una lima nueva. Entre sus muchas excentricidades tiene un helicóptero que pilota ella misma y que ha personalizado con el logotipo de su personaje estrella. No sé cuántos leuros al año cuesta el seguro, revisiones y combustible de un helicóptero, pero seguro que más que los de una Vespa (se ha dado la cifra de que solo en impuestos, ese helicóptero le causa a Patricia Cornwell un quebranto de 152 000 dólares en impuestos). También ha incurrido en gastos absolutamente caprichosos, como alquilar por 30 000 dólares al mes un apartamento en la Trump Tower, apartamento que abandonó a los pocos meses, pagar 756 euros diarios por un servicio de coches de alquiler, invertir siete millones y medio en la renovación de una mansión en Massachusetts (¿será la que dicen que acabó abandonando porque los vecinos hacían mucho ruído y no le permitían concentrarse en la escritura?), abonar casi un millón por un apartamento en Florida, gastarse cinco millones en jets privados, coleccionar coches de lujo...

Y es que la vida de esta mujer es casi una plantilla del topicazo «los ricos también lloran». Ha vendido más de 100 millones de ejemplares de sus libros pero, en un momento dado, descubrió que en su cuenta no quedaban sino algo menos de 13 millones de dólares (algo menos de diez según otras fuentes). Les pidió explicaciones a sus administradores financieros, Anchin, Block y Anchin, de Nueva York, a los que había confiado la gestión de su economía porque Cornwell, que sufre de un trastorno bipolar, no se fiaba de sí misma a la hora de administrar su patrimonio, y tuvieron el cuajo de decirle que la culpa era suya por gastar como un príncipe saudí borracho. La escritora tuvo que denunciar a su propio banco para conseguir sus registros contables, a través de los cuales descubrió que, sin dejar de ser cierto que se había vuelto un poco loca con los gastos, sus administradores se habían pegado la gran vidorra a costa de sus ahorros: ventas de propiedades (entre ellas un Ferrari) cuyo importe nunca fue ingresado, regalos y entradas para conciertos con cargo a sus cuentas y toda suerte de tropelías. Un juez acabó dando parcialmente la razón a la escritora y condenando a Anchin, Block y Anchin a abonarle una indemnización de 50 millones de dólares (ella reclamaba el doble),      

Y mejor no entramos en la vida privada de esta señora, que no nos incumbe y se escapa a los propósitos de esta entrada. Porque su vida personal es droga dura, ¿eh? Maltratada psicológicamente por su padre, huérfana a los siete años, criada en hogares de acogida cuando su madre fue internada por sus problemas depresivos, sufrió anorexia... y con la madurez no ha mejorado su estabilidad personal y mental. Odia a muerte a Kathy Reichs, la escritora de las novelas de Temperance Brennan, o sea Bones; sí, la de la serie de televisión. Llevó a los tribunales a otra escritora, Leslie Sachs, a la que le ganó un juicio por difamación. Sachs acusaba a Cornwell de plagiar uno de sus libros y comenzó una campaña on-line para perjudicarla. Una de sus ex amantes, la agente del FBI Margo Bennet, (sí, Patricia Cornwell es boller, ¿algún problema?), fue víctima de un intento de homicidio por parte de su celoso marido (sí, la amante lesbiana de Cornwell estaba casada con un señor que, cuando se enteró de que su legítima mordía el multimillonario felpudo de una escritora de misterio superventas intentó asesinarla)...


Kathy Reichs es la de la izquierda. A la dra. Brennan (Emily Deschanel) ya la conocíamos.
¿Que cómo son los libros de Patricia Cornwell, me preguntas, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul?

Solo leí el primero, Postmortem.

Y fue una de las experiencias lectoras más vacías y deprimentes de mi vida. Coge todo lo que he dicho más arriba sobre cómo se escribe un best seller, súmale un lenguaje paupérrimo, una intriga de corchopán y dispárale salva sobre salva de adverbios y obtendrás el mismo resultado.

Ya ves que hay algunos ejemplos de escritores multimillonarios. Auténticos Robin Masters de carne y hueso. Pero si lo que quieres es llegar a millonario, ya te voy diciendo que lo de hacerte escritor no es el camino más corto, ni el más recto. Ni siquiera creo que sea un camino. Honestamente, pondría la mano en el fuego de que con la lotería primitiva tienes más probabilidades.

Por cada escritor que consigue publicar un libro hay unos mil que jamás lo logran. Y de cada mil libros publicados, solo uno se vende relativamente bien, y «relativamente bien» en España significa unos dos o tres mil ejemplares. Sí. En España se considera un éxito de ventas todo libro que vende más de mil ejemplares. Los de Valdemar, una de las mejores editoriales de este país, con unas traducciones impecables y unas ediciones respetuosas y dignas, te sacan tiradas de mil, mil quinientos ejemplares, y sudan tinta, sangre e isótopos de uranio para venderlos todos. Y si los de Valdemar, profesionales como la copa de un pino, tienen problemas para colocar mil ejemplares en un país de cuarenta millones de habitantes, haz las cuentas y llora.

Fíjate otra vez que todos esos novelistas pastosos son angloparlantes. En un mercado como el Estadounidense, de 328 millones de habitantes (unos 420 si les sumas la población del Reino Unido y Australia), es posible amasar esas fortunas por el tamaño mismo de la potencial masa lectora. Por nuestra parte, en total habrá unos 580 millones de hablantes de castellano en todo el mundo, de los cuales más de 480 millones son hablantes nativos.

Solo hay un problema con esa cifra.

Y es que, aparentemente, esas personas no compran libros escritos en español.

Los escritores españoles superventas no venden, en un buen año, ni el equivalente a lo que se gasta Patricia Cornwell en litio en seis meses. Pérez Reverte ha vendido unos 15 millones de copias de sus libros. El recientemente fallecido Ruiz Zafón colocó 14 millones de ejemplares de La sombra del viento. Ildefonso Falcones vendió cuatro millones de catedrales del mar y al menos otras cuatro manos de Fátima. Matilde Asensi: 3 millones de ejemplares. Javier Sierra: algo más de tres millones. Julia Navarro: algo más de tres millones solo con La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro y La sangre de los inocentes.

«Hostia, tío, entonces hay esperanza. Yo también puedo entrar en ese club».

Vamos, que te gustaría ser un Robin Masters.

Decaer.



Ay, hijo mío, cuánto te queda por aprender.

¿No ves que te estoy presentando las excepciones a la norma? Vuelve a leerte las claves para escribir un best seller. ¿Tienes alguna duda, siquiera muy pequeña, de que el 99% de los libros de mierda que llegan a los lectores de las editoriales se atienen estrictamente a esa plantilla? Y sin embargo ¿cuántos de ellos llegan a publicarse y cuántos de los que se publican se convierten en éxitos de ventas? ¿Cuántos Pérez-Revertes y Matildes Asensis conoces? ¿Cuántos Javieres Sierra encuentran editor al año? ¿Eh?

NADIE sabe cómo se fabrica un éxito de ventas. Ni siquiera los editores. Corrijo: ESPECIALMENTE los editores, que han rechazado libros que luego se vendieron fabulosamente bien. NADIE quiso publicar la saga de Canción de fuego y hielo en España. Ningún editor español le veía mercado a esa pitorrada estilo Tolkien-con incesto-y palabrotas. Fue Gigamesh, UNA LIBRERÍA de Barcelona la que peleó por esos derechos y sacó una modestísima tirada de las primeras novelas de la saga. Se cuentan leyendas de que, con el exitazo de la serie de televisión, han circulado maletines llenos de efectivo, volquetes de cocaína y cheques en blanco de algunos de los más poderosos grupos editoriales de este país para hacerse con la exclusiva de la obra de GRRRRRR Martin, que, de momento, se mantiene obstinadamente fiel a Gigamesh en lo que a las novelas de Juego de Tronos se refiere... pero ha sacado Fuego y sangre con Plaza y Janés. Tampoco ninguna de las grandes quiso los derechos en español de Harry Potter. Fue Salamandra (Emecé Editores España hasta que Planeta compró Emecé, fundada por exiliados españoles en Buenos Aires en 1939, y los administradores de la filial española tuvieron que cambiarle el nombre a su empresa) la que se hizo con el libro (y en 2019 Random House se hizo con el libro al comprar Salamandra, cuando ya los libros y las películas se habían convertido en una mina de oro).

Pero no, no voy a ponerte otra media docena de ejemplos de best sellers despreciados por los primeros editores a los que se les ofrecieron.

«Menos mal, porque ya me estaba echando a temblar».


El propósito de esta entrada es desalentarte de alcanzar un patrimonio millonario a costa de la literatura.

«Pero hombre, que según yo lo veo, aún tengo posibilidades».

Que sepas que el escritor español promedio ingresa menos de mil euros en derechos de autor.

«Hombre, mil al mes no está nada mal. Yo firmaba ahora mismo. Con no gastar a manos llen...»

Al año.

«¡Flugschs!»

AL AÑO.

«...».

El ochenta por ciento de los escritores españoles ingresa menos de mil euros en concepto de derechos de autor AL AÑO.

«...».

El escritor de éxito, en España, representa un 0,001% del total sobre una muestra de 603 autores. La mayoría de los literatos de este país tienen la escritura poco más que como afición, porque no pueden permitirse más.

Ni glamour, ni coches deportivos, ni casas en la Costa Azul, ni putas deluxe ni vergas coloradas.


Llama al concesionario y diles que lo vayan devolviendo.
¿Qué tenemos, en lugar de todo eso?

La cantidad de contratos de edición que incluyen cláusulas ilegales es para echarse a temblar. Contratos en los que no se estipula el porcentaje de derechos de autor, o el vencimiento, o el ámbito territorial de la edición, que se hacen a perpetuidad o por plazos superiores a diez años (el máximo legal estipulado es de quince), que incluyen traducciones y obras derivadas, o sea los derechos para cine y televisión, que el escritor ya no podrá negociar aparte. Pero no te preocupes demasiado, porque en torno al 22% de esos contratos se incumplen sistemáticamente y el autor jamás ve un real de sus liquidaciones.

Eso cuando existe un contrato. Porque la cuarta parte de los libros se editan en este país a la buena fé, sin que medie relación contractual alguna entre autor y editor.

Escribir, en este país, es morirse de hambre y que, encima, te llamen vago, rojo, putero y maricón.

Ya va siendo hora de que te lo metas en el cabezón.

Dios, cómo me gustaría ser Robin Masters. Y a ti también.

Pero Robin Masters no existe.


El ministerio fiscal ha concluido, señoría.

miércoles, 1 de julio de 2020

«Juvenal, ¿qué haces tú en Roma? Tú no sabes mentir»

Hace un par de semanas me tropecé con este meme:

Y me hizo gracia. Me hizo gracia y fruncir una ceja.

Porque 50 sombras de Grey es la peor mierda que he leído en mi vida, pero, aunque mi memoria no es precisamente portentosa, no recordaba ese párrafo en particular. De hecho, incluso para lo penosamente mal escrita que está esa novela, esa cita parecía muy por debajo de la ya de por sí rastrera calidad del libro.

Así que le eché mano a una versión digital de las Sombras, hice una búsqueda por palabras y, oh cómo me jode tener razón, ni el adverbio «puckered» («fruncido, arrugado») ni el sustantivo «hámster» aparecen una sola vez en el libro.

De hecho, no fui la única persona con este problema, y me encontré un hilo en el que alguien no solo había notado la falsa atribución, sino que incluso había sido capaz de rastrear el verdadero origen del parrafo.

Si necesitabas alguna prueba de que Internet, quizá la herramienta más poderosa de comunicación y transmisión de cultura jamás inventada, se ha convertido en el Sustanon de los mentirosos, los demagogos y los analfabetos, aquí la tienes.

(El Sustanon es una testosterona inyectable que frena la producción de gonadotropinas. Te pones como Conan el bárbaro a poco que hagas un par de flexiones, pero, a cambio, te quedas sin espermatozoides y se te miniaturizan los cojones).
«Where are my testicles, Summer
Alguien que detesta 50 sombras de Grey casi tanto como yo se curró esta invención para intentar justificar su desprecio.

Cuando para conseguir el mismo efecto le habría bastado citar pasajes como éste, que sí está en el libro:

"I hear Paris is lovely," I murmur. Why doesn’t he want to talk about his family? Is it because he’s adopted?
"It’s beautiful. Have you been?" he asks, his irritation forgotten.
"I’ve never left mainland USA." So now we’re back to banalities. What is he hiding?
Una escritora que retrata a un genio de las finanzas TAN ABSOLUTAMENTE SUBNORMAL que no entiende su propio idioma (bola extra: ¿no debería estar ese «hear» en participio, o sea «heard»? ¿La he pifiado con el cortaypega?) no necesita que nadie se invente guarradas sobre cuevas del amor para quedar como una petarda sin idea de literatura, se desacredita a sí misma a través de sus propias palabras.

«He oído que París es adorable», musito. ¿Por qué no quiere hablar de su familia? ¿Es porque es adoptado?

«Es precioso. ¿Has estado allí?» pregunta, olvidado su enfado.

«Claro, pedazo de retrasado», contesto. «Por eso he dicho "he oído que París es adorable" en vez de "París es adorable". Porque voy allí todos los fines de semana pero me pongo una venda para no ver la ciudad y me oriento por los sonidos. Sietemesino. ¿A quién dices que se la chupaste para ganar tu fortuna?».
Un minuto de silencio por la inteligencia del humano promedio para recordar que 100 millones de gilipollas  compraron este libro.

¿Qué mierda haces en Roma, Juvenal?


Por si alguien no ha leído el libro («bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»), 50 sombras... va de una veinteañera virgen y mediahostia, estudiante de filología inglesa y ferretera a tiempo parcial, que se enchumina viva de un guapísimo entrepreneur multimillonario que está más bueno que lamer helado de vainilla con caramelo y virutas de chocolate en el ombligo sudado de Sara Sampaio. El tipo solo tiene un eeeeeh esto, problemilla y es que uh, ay, ¿cómo decirlo con delicadeza?, eeeeh le gusta atar a sus novias, humillarlas, fustigarlas con látigos, flagelos, varas y rebenques, ponerles pinzas en los pezones, analplugs en el ojete y seguro que también meterles todo el puño en el sexto mandamiento. Hasta el codo.

Pero eso no es lo peor del libro. Hay montones de novelas sobre relaciones abusivas que se han convertido en clásicos de la literatura (Cumbres borrascosas, Otelo... me da hasta como cansura currarme una lista larga).

50 sombras de Grey es un panfleto desolador del machismo más rancio y troglodita, un panegírico de las relaciones abusivas en el que un plutócrata prepotente, celoso, controlador y emocionalmente muerto al que solo se la pone dura tratar a sus parejas como a onaholes pilla a una chica sosa, insegura y sin autoestima con intención de convertirla en su obediente y sumiso consolador de carne caliente. El único momento en el que la protagonista se hace simpática, su única chispa de resolución, de individualidad, de carácter, en un truño de más de 150 000 palabras, es cuando, al final del libro, decide que ha tenido suficiente de esa mierda BDSM y manda a curtir monos al Brasil a su maromo muchimillonario. E incluso entonces actúa con desprecio hacia sí misma. Se culpabiliza por no haber podido darle a su prügelmeister lo que necesita para ser feliz y me parece que se me ha caído una ene en ese palabro.

Oh, perdón, se me había olvidado poner el aviso.


50 sombras... es de un machismo enconado y rampante en su retrato de Anastasia Steele, una frívola insoportable y una gold-digger repulsiva. «Oh my, le gustan las cosas raras y tiene una habitación llena de instrumentos de tortura, pero es guapísimo y tiene un culaco que me lo comía a bocados, así que supongo que está bien». «Oh my, sabotea todos mis intentos por conocerle mejor o provocar en él una reacción emocional y no deja de repetirme que lo único para lo que me quiere es para chingar, pero está podrido de pasta, así que supongo que está bien». «Oh my, me ha roto el chocho y me ha dado de hostias, pero, mira, a cambio me ha comprado un coche nuevo. Así que supongo que está bien».

El libro también relativiza de una manera siniestra los abusos a menores. A Christian lo violó, a los quince años, una amiga de su madre. Sorprendentemente, él no lo considera un problema y sigue en contacto con esa mujer, que parece que jamás vio el interior de una celda como resultado de sus acciones. Pero lo realmente siniestro, a mi parecer, no es la racionalización que el personaje hace de los abusos sufridos y la excelente relación que mantiene con su violadora (despacha con displicencia los escrúpulos de Anastasia como los de una ñoña que no sabe nada de la vida y del sexo), que ya pone de por sí los pelos de punta, sino el íntimo resquemor del personaje de Ana, que está, sí, horrorizada por la experiencia de su novio pastoso, pero, en el fondo, se confiesa celosa de su precocidad sexual y de que, entiendo, siga a partir peras con su ex amante pedófila.

Por increíble que parezca, eso tampoco es lo peor de 50 sombras de Grey (y sus cada vez más fétidas y torpes secuelas). Tampoco debería escandalizarte que siga habiendo gente que considera una novela romántica un libro en el que hay pasajes como:

“If you struggle, I’ll tie your feet too. If you make a noise, Anastasia, I will gag you. Keep quiet. Katherine is probably outside listening right now.”
Me señales el romanticismo en frases como ésa. Te la traduzco:
«Te voy a follar y me importa una mierda lo que tú opines al respecto. Si te resistes, te ato. Si gritas, te amordazo. Pero yo no me quedo sin joder porque a ti no te salga de los ovarios darme gusto. So puta».
Empieza cuando quieras. Aquí te espero.
This is the reality.
"He came here to fuck me, that’s all."
"Who said romance was dead?" she whispers horrified. I’ve shocked Kate. I didn’t think that was possible. I shrug apologetically.
"He uses sex as a weapon."
"Fuck you into submission?"
La escena que cierra el capítulo 12 es una violación. Punto. Christian Grey fue violado a los quince años por una adulta y ahora él reproduce esa violación en Anastasia a los veintiuno de ella. No hay otra forma de etiquetar el final de ese capítulo. Al señor Grey le estorba la virginidad de su nuevo juguete sexual y se deshace de ella con un acto sexual mecánico, metódico y que no le reporta ninguna satisfacción, y al cual la Ya No Virgen Ana se niega, con poca convicción y energía pero se niega, reiteradas veces.

Sorprendentemente, y mira que tiene mérito, todo eso está muy lejos de ser lo peor del libro.

Pero, también sorprendentemente, esta entrada no va sobre 50 mierdas de Grey.

Y no, no he tecleado toda este largo proemio para hablar de las películas. Que mira que dan juego, esas putas películas (que para lo transgresoras que son acaban en una boda de lo más estándar) pero no voy a hablar de ellas.

(La noticia enlazada arriba no debería sorprenderte, ínclito lector. También después del estreno de El imperio de los sentidos en Japón, en una versión pero que MUY censurada, se acabaron las existencias de huevos en no sé cuántos supermercados del país).
De verdad que prefiero no entrar a hablar de las películas. En parte porque no las he visto (alguna escena suelta ha caído porque mi hermana es que las adora y se las pone como cada quince días) y en parte porque todo el mundo ya lo ha hecho mejor que yo.
«The whole experience has been like a bad Tinder date that lasted three years».
Si quieres ver fornicio, te pones Nymphomaniac, de Lars von Trier. Pero ya te anticipo que es el segundo mayor coñazo que he visto jamás en una pantalla: cinco horacas de insufrible peep-show (a la mitad del metraje renuncié a ver nada remotamente parecido a cine y no me tomé la molestia de castigarme con la segunda parte), artificios narrativos, falso empoderamiento femenino por vía uterina, bizarra psicología piscícola y personajes unidimensionales. (El primer mayor coñazo que he visto jamás en una pantalla fue El paciente inglés, y ahí casi no había polvos). Si quieres ver fornicio y tienes pelotas, te pones Calígula, Baise moi o El imperio de los sentidos, citado más arriba. Si quieres ver una auténtica relación de sumisión/dominación te recomiendo El último tango en París (con violación certificada incluída), Portero de noche o La secretaria.

Y si no vete directo al porno y deja de joder la marrana.

Pero ¿por qué cojones sigues en Roma, Juvenal?


Recuerda cómo empezó esta entrada: con la confirmación, por mi parte, de que un vehemente detractor de 50 sombras de Grey se había currado un pasaje falso del libro para justificar su rechazo a la obra.

«Su dedo índice trazó círculos en mi fruncida cueva del amor. "¿Estás preparada para esto?", maulló, sonriéndome como una mamá hámster a punto de comerse a su bebé de tres patas»
Lo peor no es que 50 sombras... sea una pésima serie de novelas, con una carga ideológica preocupante, que ha sido adaptada a una serie de películas incluso peores de lo esperado a partir del material original.

Lo peor es que no vas a convencer a los fans de la novela de que es una puñetera mierda. Porque están impermeabilizados a toda crítica. Porque ellos conocen la verdad y tú no. Porque ¿cómo te atreves a usar argumentos contra sus convicciones, quién te da derecho a poner la razón por encima de sus sentimientos?

A una escala diferente, la alianza de fabulación y victimismo está corrompiendo Internet, si no lo ha logrado ya. Y, esto SÍ es lo PEOR, está corrompiendo también las relaciones humanas, la cultura y la civilización misma.

Hemos convertido quizá la mayor conquista de la tecnología moderna, un herramienta que debería habernos convertido al fin en una aldea global, en instrumento de propaganda y altavoz de todos los que ponen su sensibilidad superlativa por encima de las libertades de los demás, particularmente la libertad de disentir y expresarlo en voz alta.

Hemos corrompido Internet plegándonos a las exigencias de sus usuarios más tontos, más irascibles y más gritones. Y ahora les permitimos a ellos fijar las reglas, que son extremadamente sencillas: «haced siempre lo que yo digo, aunque sea una estupidez, aunque os repugne, aunque esté en contra de todo lo que sabéis que es correcto».


Aunque profanes lo más sagrado.
Hemos puesto la opinión por encima de la verdad. Hemos puesto los sentimientos por encima de la razón. Hemos elevado los gritos de una minoría por encima del diálogo entre todos. Nos estamos cagando en la libertad de expresión y la libertad de conciencia y adjudicando autoridad a unos bebés consentidos que no toleran que nadie mancille sus delicados culitos obligándoles a oír argumentos que no les gustan y que son incapaces de refutar. Y no es un estado de ánimo ni una observación abstracta. Ya tiene su reflejo en la realidad. Ya está afectando a las vidas de las personas. Hay gente ahora mismo que está perdiendo sus empleos porque a alguien no les gusta cómo piensan, no aprueba lo que dicen o condena las lecturas que hacen.

Wizards of The Coast acaba de acaba de poner de patitas en la calle a la ilustradora Terese Nielsen, que ha hecho algunas de las ilustraciones más hermosas del juego de cartas Magic: the gathering.

Y a mí, que no juego a Magic, que ni siquiera entiendo cómo cojones se juega a eso, que debería importarme tres mierdas este despido, la noticia me ha puesto los pelos de punta.

Una muestra del trabajo de Terese Nielsen.
¿Por qué parezco un mohicano obeso ahora mismo?

La culpa de mi nuevo pinchudo estilismo capilar la tienen las razones esgrimidas por la empresa para terminar el contrato con una de sus más antiguas y admiradas trabajadoras:

Estaba siguiendo en twitter a la gente equivocada.

Concretamente a Mike Cernovich, Jack Posobiec e Infowars.

Michael Cernovich es un activista anti-feminista, polemista
pro-masculino y comentarista político vinculado a la llamada alt-right, que más que la «derecha alternativa» debería definirse como la «alternativa a la derecha». Son los que creen que el partido republicano de los Estados Unidos ha sido infiltrado por negros, rojos y maricones. Vamos, el Vox de Estados Unidos.

Jack Posobiec es un activista político, partidario de Donald Trump, propagador de noticias falsas (como la de la inexistente trama de prostitución infantil en la que estarían involucrados miembros del Partido Demócrata) y corresponsal de la cadena conservadora One America News Network.

Infowars es la web de Alex Jones, y con decir eso está todo dicho.


Ésta es la mujer a la que habéis dejado en la cuneta. ¡Hijos de puta!
¿Recuerdas nuestra entrada acerca de las cláusulas morales para escritores, mi amadísimo lector?

Otra bellísima muestra del trabajo de Terese Nielsen.
Pues bien, a Warriors of The Coast le pareció INTOLERABLE que una de sus más talentosas ilustradoras siguiese en twitter a personajes ligados a la extrema derecha estadounidense. Hasta donde yo se, Terese Nielsen no ha hecho ninguna declaración apoyando o propalando el siniestro ideario de estos señores tan vocingleros, no ha cometido ningún delito, no ha hecho ni dicho nada polémico. No se ha afiliado a los Rabid Puppies, otro colectivo de niñatos susceptibles y ruidosos.

Salvo que consideremos un delito el mantenerse informado. Que proclamemos inconveniente contaminar la pureza de nuestras convicciones leyendo las opiniones de personas que no coinciden con las nuestras, que quizá son diametralmente opuestas a nuestra propia ideología, que incluso nos repelen.

El único pecado de Terese Nielsen, si ha cometido alguno, es mantenerse informada de las ideas de otros, o negarse a dejarse llevar por la avallasadora corriente del pensamiento único buenrrollista y happyflower.

Me cago en Apolo, Juvenal. ¿Aún no te has ido?

Un amigo mío, no hace mucho, me declaraba su sorpresa al enterarse de que había leído a Ayn Rand. No entendí su estupor. ¿Cómo se supone que voy a hablar con cierta autoridad de Ayn Rand sin leer su obra? ¿Cómo mierda voy a poner a caldo a ese monstruo si no leo sus desvaríos de princesita burguesa empobrecida y adoratriz fálica de Frank Lloyd Wright? ¿Qué tiene de intrínsecamente malo leer la obra de personas que no opinan como yo, que no tienen nada en común conmigo, que incluso me repugnan, ideológicamente hablando? También leo (en este caso con sumo placer y no con mueca de haber olido un pedo) las obras sobre mitología de Robert Graves, que literalmente SE INVENTABA las etimologías para que encajasen con sus tesis preconcebidas.

La primera señal de que estás metido en una secta destructiva es que te niegan el acceso a cualquier información que contradiga los dogmas de esa secta. Dale una pensada.


Una PUTA PASADA de ilustración de Terese Nielsen.
No están tan lejos los tiempos en los que los amigos de la gauche divine de Garci le reprochaban que fuese al cine a ver películas de John Ford. «Pero, José Luís, ¿a tí como se te ocurre ir a ver las películas de ese fascista?» Joder, porque Ford es un puto genio del cine, porque más allá de su ideología, que da mucho miedo, hasta sus obras menores son una lección de cinematografía. ¡Que estamos hablando del hombre responsable de La diligencia, Las uvas de la ira, El hombre tranquilo, Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Valance, entre otros 142 créditos como director, copón! Cualquier cineasta vivo se tendría que trasplantar sesenta y tres pares de cojones para ser capaz de hacer una película digna del viejo tuerto gruñón. Coño ya.

No está tan lejos la época en la que a la cantante Lourdes Hernández, de nombre artístico Russian Red, le dieron capa sobre capa de metafóricas hostias cuando se le ocurrió decir (luego se arrepintió y se desdijo), en una entrevista publicada en Marie Claire, creo recordar, que pese a ser de la farándula, o sea de las de la ceja, el rojerío y el mariconismo, se sentía ideológicamente más de derechas que de izquierdas. ¡Las burradas que tuvo que oír, la pobre! (Y luego volvió a liarla con un comentario que se interpretó como apología de la anorexia). Acabó chapando su cuenta de Twitter y todo.

Si vas a contracorriente, aunque solo sea un poco, si disientes en el más mínimo detalle insignificante del formulario ideológico estándar tanto de los Social Justice Warriors como de la alt-Right, por poner los extremos filosóficos del puterío cultural contemporáneo, no es que pases a ser sospechoso. Es que te conviertes en el enemigo. Los nuevos inquisidores no toleran que se cuestione su catecismo. ¿Eres blanco y no te avergüenzas de ello ni reconoces tu complicidad en la tragedia de la esclavitud, de la cual en absoluto eres responsable? Pues eres un racista. Y si no defiendes el sacrosanto derecho del hombre blanco a portar armas y no te parece mal que lleguen
a tu país inmigrantes de colorcillo notoriamente más oscurito, eres un maricón y un antipatriota. ¿Eres hombre y te chirría que una ley conceda carácter de veracidad al testimonio de una mujer, en ausencia de otras pruebas, porque entiendes que eso destruye la presunción de inocencia de los hombres? Pues eres un machista y un potencial miembro de manadas violadoras. Y si te parece bien esa ley, eres un bragas, un pagafantas y un chaquetero. ¿Eres homosexual y no vas al desfile del Día del Orgullo Gay porque no te sientes representado por todos esos mariquitas de gimnasio depilados y ciclados, por las lesbianas pilosas y ceñudas? Pues eres un homófobo. ¿Te mola el desfile? Eres un maricón asqueroso. ¿Ves porno? Eres un putero y un violador por persona interpuesta. ¡Los dos cojones te tendrían que cortar! ¿Te parece que Adele está más guapa que antes ahora que ha perdido unos kilos? Eres como la propia Adele: una propagandista de la anorexia y un monstruo que odia y humilla a todas las mujeres con sobrepeso. ¿Crees que Pablo Iglesias es un cínico porque considera «jarabe democrático» el acoso en sus domicilios a los políticos del PP pero cuando los escraches se los hacen a él despliega en su calle dos escuadrones de la Guardia Civil? Pues eres un fascista. ¿Defiendes el sacrosanto derecho al descanso de Iglesias, su señora y su prole? Eres un bolivariano golpista financiado por Irán y la narcoguerrilla. ¿Le pides educadamente a una feminista que deje de llamarte machirulo opresor? Eres un misógino y un maltratador. ¿Eres lesbiana y no te van las señoras con verga? Pues eres transfóbica. ¿Escribes en una bitácora en la que haces chistes fuertes, cosificas los labios de Jessica Alba, veneras a la risueña Riley Reid y sacas fotos de señoras ligeras de ropa? Te mereces un turbosida que te cagues vivo, cabrón.
Riley Reid vestida SOLO con pan de oro y unas bragas.
Y sigue y sigue.

Si esto es ser de izquierdas, a mí que no me busquen entre esa gente.
Algo huele a podrido en Dinamarca cuando un colectivo de estómagos delicados se arroga el privilegio de decidir por ti qué querías decir realmente cuando dijiste el qué y cuáles eran tus verdaderas intenciones cuando hiciste lo que sea que hayas hecho; y además se atribuye la responsabilidad moral de castigarte a ti por sus propios sesgos ideológicos y cognitivos.
«Esta mañana le di los buenos días a mi compañera de oficina en el ascensor. El lunes tengo el juicio».
No hay posibilidad de escapar de esta trampa discursiva porque los evangelistas del nuevo Catón Millennial exigen, por anticipado, que te arrepientas de no pensar como ellos y les concedas la autoridad y la superioridad moral que ellos mismos se atribuyen. Marta Kauffman ha tenido que salir a pedir perdón por la falta de diversidad racial en Friends. Una serie de los años 90. Una serie de los noventa en la que salían dos hermanos judíos, una madre soltera, una ex convicta y ex mendiga, un inmigrante italiano y un personaje transgénero. Hace treinta putos años. Pero no había diversidad porque ninguno de los protagonistas era negro.

HBO retiró de su catálogo Lo que el viento se llevó. Por racista (que lo es). Y, en vista del cipostio que armaron, la volvieron a poner, eso sí, avisando de que su contenido podía herir ciertas sensibilidades, que tal vez es lo que deberían haber hecho desde un principio.


A Sam Mendes le llovieron las hostias a dos carrillos por la falta de representación femenina en 1917. ¡1917! ¡Una película ambientada en las trincheras de la Primera Guerra Mundial!


Y ahí tienes la mejor vara de medir para tallar a estos activistas: su completa e ignominiosa ignorancia.
«¿Por qué no has sacado mujeres luchando en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, eh, androcéntrico machista misógino machirulo opresor?»
Porque no las había.

Subnormal.

(Como todas las simplificaciones, ésta es falsa o al menos incompleta. Hubo mujeres combatiendo en la Primera Guerra Mundial, como Flora Sandes, Milunka Savić o Ecaterina Teodoroiu, pero fueron la excepción, no la norma).
¡Si hasta los defensores de los derechos de los negros han vandalizado el monumento al 54.º Regimiento de Massachussetts!

El monumento al 54.º Regimiento
de Massachussetts.

Una unidad militar compuesta íntegramente por negros. ¡Joder, hay un puto relieve en el monumento y se ve claramente que los rasgos de los soldados son negros!

Detalle del bronce en cuestión.
Es fácil reconocer a uno de estos desnortados agitadores. Observa estas señales:
  • Empiezan con una acusación, con la esperanza de hacerte sentir culpable, o parecer culpable, y ponerte a la defensiva.
  • Cuando intentas razonar con ellos descubres que es imposible, porque emplean un idiolecto indescifrable o retuercen a placer la semántica. Las palabras significan lo que a ellos les da la gana y punto. Y pueden significar al mismo tiempo una cosa y su antónimo o cualquier otra cosa.
  • Si logras encontrar un idioma en el que comunicarte con ellos con relativa soltura hacen oídos sordos a tus argumentos y solo responden con lemas y lanzan nuevas acusaciones, sin darte tiempo a responder a las primeras.
  • Si consigues hacerles ver que no tienen la razón, no has ganado nada: puesto que la razón no está de su parte, se inventan los hechos.
  • Cuando le demuestras que se ha inventado los hechos, apelan a los sentimientos o a los valores.
  • Cuando les haces notar que no estás obligado a hablar su puta jerga, respetar sus sentimientos ni compartir sus valores, empiezan a gritar y dar patadas a los muebles. Porque el ruído es lo único que valoran realmente. Porque mientras hagan ruido parecerá que controlan el campo de batalla y, encima, no dejarán que se oigan las voces de los disidentes.
Y mucho antes de llegar a este punto deberías haberte parado a reflexionar sobre una verdad fundamental de la dialéctica: aunque pelearte con un cerdo en un lodazal lleno de heces pueda parecer a priori, no imagino cómo, una buena idea, antes o después acabarás dándote cuenta de que el cerdo está disfrutando como lo que es, un cochino, y, si permites que la contienda se prolongue en el tiempo, la gente que pase cerca de la porqueriza tendrá crecientes dificultades a la hora de diferenciar entre el gorrino y tú.

La razón por la cual estos bebés gritones e hipersensibles prosiguen con sus pataletas públicas es que obtienen una recompensa. Obtienen atención. Obtienen reconocimiento. Obtienen protagonismo. Obtienen un chute de oxitocina cada vez que alguien le da un like a sus desvaríos o retuitea sus mamonadas. Por eso nunca paran de buscar objetivos («destruyamos a Kevin Spacey», «destruyamos a Woody Allen», «destruyamos a Asia Argento», «destruyamos a Johnny Depp», «ay, no, perdón, que a la que había que destruir era Amber Heard. ¡Destruyamos a Amber Heard!») y cada vez ponen el listón un poco más alto. Porque necesitan un creciente número de likes, una cantidad incremental de retweets para obtener la misma gratificación. Son yonquis de atención. «¡Miradme, soy influencer! ¡Miradme, soy decisivo! ¡Miradme, soy un líder! ¡Miradme, soy EL PUTO AMO!»
Cada vez que se les da a uno de estos justicieros de tweeter lo que exige se le hace un flaco favor a la humanidad, se agrava el problema que padecen y, encima, se les concede una atribución de autoridad de la que abusarán en lo sucesivo, reforzados en su convicción de que militan en el bando de los ángeles y de que es legítimo cualquier medio para alcanzar la utopía que pretenden conseguir. No ayudas a un yonqui dándole todo el jaco que te pida.

Apoteosis de la madurez Millennial: ¿No nos gusta la realidad? Pues inventémonos la nuestra propia. ¡Qué coño! ¡Si basta con desearlo! Como aquella mollar matrona de ubres embutidas en puntillas negras y pasamanería de la que ya hemos hablado aquí, ésa que para demostrar lo malos que son los hombres y lo caca nene caca que es la religión católica suscribió la fábula del holocausto de las brujas en la Edad Moderna. A cambio de apuntarse a una tesis neopagana sin la menor base histórica, consiguió al menos una entrevista en televisión y que le publicasen su libro lleno de invenciones.

«No, la gente no se ha negado a ir al cine a ver Aves de Presa y la nueva versión de Los ángeles de Charlie porque sean espantosas. Es porque hay una siniestra conspiración testículi-machista-chuminófoba que quiere boicotear las obras culturales hechas por mujeres y protagonizadas por mujeres. Particularmente si esas mujeres tienen un colorcillo de piel que se aleja del blanco, como en el caso de Cathy Yan. Y sí, por supuesto que hay que seguir financiando películas dirigidas y protagonizadas por mujeres, aunque sean tan lancinantemente malas, tendenciosas y venenosas para las taquillas como estos dos ejemplos. ¿Por qué hay que hacerlo? Porque no hacerlo te convierte en cipayo del patriarcado, maltratador misógino, señoro falócrata, machirulo opresor y violador en manada».

Cuando aplicamos la ecuación del victimismo empoderador al gomorriano mundo de la cultura, observamos los réditos inmediatos que reporta.

«Soy una mujer. Producid mi película de mierda. ¡No seáis como Harvey Weinstein

«Soy una mujer negra. Producid mi disco de eructos armónicos en compás de cuatro por siete. ¡Racistas misóginos!»

«Soy una mujer-negra-lesbiana-con disforia de género-vegana-inmigrante ilegal-víctima de malos tratos-ex prostituta-coja-mazdeísta-tuerta-celíaca-hija de primos hermanos incestuosos. ¡Publicad mi libro... eh... uh... holófobos!»


Y también observamos que todos los creadores de cultura quieren asegurarse de proyectar la imagen más conciliadora posible, para que los francotiradores ideológicos apostados en Twitter no se los coman vivos. Así nos encontramos en los libros, las películas, la música, con un feminismo forzado que da hasta risas de lo torpe, desganado, paródico e inoportuno que es, una integración racial metida a patadas, una inclusividad artificial de personajes homo-bi-trans-lo que sea que te ponga burro-sexuales que produce perplejidad, como poco, y cualquier macedonia injustificada e injustificable de minorías que puedas imaginar. Toda película, serie de televisión, novela, cómic, debe tener su homosexual o equivalente, su negro o equivalente, su personaje en silla de ruedas, su musulmán, su mujer empoderada, su vegetariano, su mormón, su hipster, su...

Hasta los de Marvel Cómics se han sacado el primer «superhéroe no binario» y su hermane gemele o lo que coño sea eso.

Y han fallado el tiro, claro. Porque no tienen ni puta idea de cómo se construye un personaje no binario. ¡Joder, si el puto superhéroe se llama Snowflake, coño (y su hermane gemele Safespace, para mostrar lo inclusivo que es, se viste y se tiñe el pelo de rosa)! El siempre vigilante colectivo LGTBIPMXYZTPLK está que trina con este asunto, que consideran una parodia insultante.
NO, no te estoy tomando el pelo. SÍ, esto existe.
(Snowflake, es, en argot, un término despectivo equivalente a «hipersensible», «finito de piel», «vulnerable»... En ingles: «“Snowflake” is right-wing web-slang for an over-sensitive person») .
Si quieres un excelente ejemplo de inclusividad, dale un tiento a Euphoria. El personaje de Jules Vaughn, interpretado por Hunter Schaefer, es una delicia y ya se ha convertido en un icono. Porque no es «el personaje transgénero que había que poner en la serie para demostrar lo inclusivos que somos». Es un personaje más al que, salvo un par de imbéciles, nadie cuestiona ni victimiza por ser transexual. Jules es OTRO de los personajes de Euphoria y se da la casualidad de que es transexual. Punto. Jules es trans como Rue (Zendaya) es mulata, Kat (Barbie Ferreira) es obesa, Maddy (Alexa Demie) es latina y Cassie (Sydney Sweeney) tiene las tetas grandes. No es ser transexual lo que la define. Es solo una parte de lo que es.
Maciza la rubia, ¿eh? Pues que se sepas que nació con pilila.
Eso sí, ya te prevengo de que Euphoria no es para todos los estómagos. No solo se ven tetas, mariconismo y alguna que otra picha, es que ofrece un desolador retrato de la sociedad actual a través de los ojos de unos adolescentes hechos mierda por las neuras y vicios de sus padres.

Meterte en la cama con un paladín ideológico de gatillo fácil e indignación selectiva (por buenas que sean sus intenciones, mejor dicho, especialmente si solo tienen buenas intenciones en vez de cerebro y talento) conlleva el riesgo de amanecer con el chichi lleno de garrapatas.

Y si crees que no pregúntale a J.K. Rowling.

Juvenal, admítelo: a ti te va la marcha, ¿verdad?

La obra de teatro basada en los libros de Harry Potter no se estrenó sin polémica. La actriz escogida para interpretar sobre las tablas a Hermione Granger era Noma Dumezweni, que por el apellido ya te has coscado que se parece más bien poco a Emma Watson.


A mí, sinceramente, me importan tres puntas de carallo ajeno el color de la piel de Hermione Granger.

Abracadabra.
Ésa no es la cuestión.

La cuestión es que, a las protestas de los fans de Harry Potter, tanto la autora como varios medios de comunicación buenrrollito-inclusivos-BLM-Antifa-MeTooistas-Multiculturales-Redios como molamos, respondieron con un displicente y desdeñoso ademán de la mano tonta, negándoles cualquier razón para la pataleta y argumentando que J.K. Rowling jamás había dicho expresamente que Hermione fuese blanca.

Lo cual es mentira.

Sí que lo dijo. Expresamente. Al menos en las primeras ediciones de los libros.


Pero claro, estamos hablando de la misma escritora que se intentó subir al tren chuchú arcoiris gayfriendly afirmando, años después de que se publicase el último libro de la saga, que Dumbledore era homosexual (a pesar de que no hay ab-so-lu-ta-men-te ni un solo pasaje en ninguno de los libros de la que pudiera extraerse tal conclusión) e incluso habría mantenido un bonito romance culero con Grindenwald. Romance que no se menciona en ningún libro ni se verá en las películas de Animales fantásticos. Que una cosa es ser inclusivo y otra muy distinta gilipollas y renunciar a que distribuyan tu película en China.

Que es la misma J.K. Rowling que, cada vez que una minoría denunciaba la evidencia de no verse representada en los libros de Harry Potter, tenía la caradura de darle satisfacción retroactiva a ese colectivo ofendido. «¿Cómo que no hay judíos en Harry Potter? ¿Y Anthony Goldstein (exacto, ¿quién?) qué coño es sino un judío de toda la vida? ¡Si está más que claro!» ¿Y musulmanes? ¿Y lesbianas? ¿Y negros? ¿Y diabéticos? ¿Y jamaicanos? ¿Y ateos? ¿Y albinos? ¿Y daltónicos? ¿Y filatélicos?

Sí, la misma Jota Ka Roulin a la que acaban de remachar en la chepa la etiqueta de tránsfoba. Y le está bien empleado, por meterse en la cama con el paladín, o en la cochiquera con el cerdo. Lo que sea que haya pasado.


Porque además de ser muy tontos, valientes en proporción a su ignorancia, intransigentes, implacables y gritones, si has estado atento a esta entrada del Paratroopers no te sorprenderá que estos voceros extremistas y los paniaguados que, bien porque es tendencia o quizá por miedo a sufrir el linchamiento mediático (única herramienta discursiva que esos fanáticos manejan con solvencia) o ser señalados como reaccionarios, les llevan la palangana para sus abluciones matinales exijan, contra todo sentido común, que la realidad se acomode a sus ideas preconcebidas o su agenda política más o menos declarada.

¿Cuál fue el pecado de J.K. Rowling?

Apoyar a Maya Forstater, una asesora de impuestos de un Think Tank británico fulminantemente despedida por afirmar en Twitter que el sexo es real.

El sexo.

Eso con lo que naces.

Eso que tienes (normalmente) entre las piernas (y, si eres un tío o una tía con suerte), ocasionalmente entre las piernas de otra persona consentidora.

Eso que te cuelga o que se te remete para dentro no es real.

Es una construcción cultural. Un concepte metafísique. Y yo he visto a parte de la concurrencia a una charla sobre feminismo abandonar el paraninfo porque la ponente exigía, antes de decir una palabra, su compromiso de asumir las innegables diferencias físicas entre hombres y mujeres. Y todos esos chicos y chicas, universitarios a los que se supone un mínimo de materia gris, se largaron ofendidísimos porque alguien, en su presencia, se atrevió a afirmar
lo que es evidente hasta para un crío de cinco años: que los niños tienen pene y las niñas tienen vagina.

Y, por la misma razón, ahora los trabajadores de Hachette se niegan a publicar el próximo libro de J.K. Rowling. Porque se atrevió a cuestionar el dogma del catecismo feminista Millennial que dice que el sexo no existe, que es una construcción cultural y una herramienta opresora del patriarcado.

Como digo, le está bien empleado.

¿Por qué de repente se pretende (y se está consiguiendo) que es legítimo destruir al que no sigue nuestra agenda, sea la que sea; inmolar al que opina diferente?

Maya Forstater
perdió su empleo porque a una persona transgénero le ofendió que se negase a emplear con él/ella/ello/ell@/X pronombres personales neutros. Que es cuarto y mitad de lo que pasó con la activista transgénero Jessica Yaniv, que compartió con todos nosotros su atolondrada desolación al descubrir que los ginecólogos, ¡cómo se atreven!, no pasan consulta a hombres, los muy tránsfobos.


No estoy hablando de identidad sexual. Ni siquiera de identidad, a secas, que ya sería un concepto lo bastante complejo de consensuar. Estoy hablando de órganos. Independientemente de con qué sexo te identificas o hacia qué sexo te sientes atraído, ni si te sientes atraído hacia alguno. Estoy hablando de anatomía y estoy rodeando la cochiquera, y el cerdo me mira muy chulito. ¡Suerte tengo que esta mierda de bitácora no la lee ni Cristo, o seguro que los piquetes de la Justicia Social también acamparían en mi puerta!

Por decir que las mujeres menstrúan (o, en el caso de Yaniv, que por muy transgénero que seas no tienes vagina ni útero funcionales que un ginecólogo pueda palpar), ha comenzado una campaña de destrucción de J.K. Rowling, se ha decretado su muerte social, se llama al boicot de sus libros, algunos fans de Harry Potter han hecho el voto de no volver a leer sus novelas y animan a la gente a dejar de comprarlas, los actores de las películas han contraatacado declarándose escandalizados por la carencia de sensibilidad de la escritora y, si no ha pasado aún pasará, las librerías acabarán negándose a vender sus obras.

Y todos ellos quieren evitar el señalamiento. Quieren evitar ser tomados por cómplices, por camaradas ideológicos de la tránsfoba J.K. Rowling. Como Oprah Winfried saltando en marcha al carro en llamas del MeToo a ver si la gente olvidaba su larga y fructífera amistad con Harvey Weinstein.


Que es, salvando las distancias, y generalizando probablemente en exceso, el mismo comportamiento de los delatores que contribuyeron a alimentar, entre los años 40 y 60, la paranoia del senador McCarthy, ese borracho demente que puso en listas negras a miles de profesionales, entre ellos muchos actores, directores y guionistas de Hollywood, que se negaron a renegar de sus ideas y abrazar el pensamiento único del capitalismo triunfante.


Por ser de izquierdas, o abiertamente comunistas, a muchas personas de la tierra de las libertades se les privó del derecho de trabajar o comer los frutos de su esfuerzo y su talento. Ochenta años más tarde, por cuestionar en los más minúsculos detalles el catecismo transfílico-hembrista-integrador-gayfriendly-WOC-somos mejores que tú y lo sabes se está destruyendo la carrera profesional y la vida social de personas cuyo único pecado, si han cometido alguno, es disentir.


Tú es que eres muy tonto. ¿Verdad, Juvenal?

Fíjate en esta extraña pero pedagógica dicotomía:

Si eres mujer, tienes derecho a enseñar en público la raja del culo, hacer ejercicio en la calle prácticamente desnuda o vestirte con menos centímetros cuadrados de ropa que una compresa (lo que antes, de toda la vida, se llamaba «actuar como una perfecta calientapollas» y que ahora no se puede decir, porque si no es delito no le falta mucho para serlo) y recorrer a pie indemne los peores barrios de las más sórdidas ciudades; si eres hombre, tienes la obligación de fingir no haber visto nada, ¡y ni se te ocurra abrir la boca! Lucir canalón femenino es empoderamiento, hacer observaciones al respecto es maltrato cosificador y misoginia falocéntrica. Tú, como mujer, tienes derecho a autocosificarte; el hombre que te vea no tiene derecho a comentarlo, reprochártelo o malinterpretar tu actitud explícita y deliberadamente sexual como una imprudencia que puede poner en riesgo tu seguridad o una declaración decididamente torpe de que ha empezado la happy hour en tu matriz.

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Tiznarte la cara para representar el papel del rey Baltasar en la cabalgata de Reyes de Villapandemia de los Isótopos es racismo, colonialismo, supremacismo blanco y apología del esclavismo; convertir a Alexander Hamilton en un negro es Black Lives Matter.

Si te tiñes las manos con alheña o cantas flamenco siendo catalana eres reo de apropiación cultural. Si un inmigrante marroquí se hace socio del Betis y aprende a bailar sardanas, ole sus santos huevos, que se está integrando. Pronto comerá Cinco Jotas y se sacará el abono de los toros.

Exigir que todas las publicaciones oficiales aparezcan redactadas en lenguaje inclusivo («los y las españolos y las españolas trabajadores y trabajadoras del sector y la sectora de los servicios y las servicias...», «l@s funcionari@s de prisiones...») es discriminación positiva y feminismo, exigir a una mujer musulmana que se quite el niqab para poder ser identificada en un control de seguridad es atentar contra su herencia cultural.

Amén, Harley.
Y podría seguir. Pero ya ves la pauta, ¿verdad? En todos los ejemplos que acabo de darte hay un sujeto titular de derechos y otro que solo tiene obligaciones. El representante de un colectivo al que se debe proteger y el representante de otro que debe consentir que se recorten sus libertades. Y me parece que llevo mil años repitiendo el mismo argumento. ¡Gilipollas!

Y de eso se trata, básicamente, en esta ofensiva cultural, sea cual sea el color ideológico de sus promotores: de construir un enorme muro, con una única puerta, de la que los ideólogos y sus cancerberos se reservan la única llave, para así poder dejar fuera a toda la gente que no piensa como ellos.

Y después plantarle fuego al mundo exterior. Con todos los réprobos, disidentes e infieles que viven en él. Y reinar sobre las cenizas.


¿Y qué tenemos cuando observamos un movimiento que rinde culto a la acción en detrimento del razonamiento y el diálogo, condena todo espíritu crítico, persigue el desacuerdo, señaliza un enemigo al que responsabilizar de todos los males (el patriarcado, los inmigrantes, los transexuales blancos, las feministas, Venezuela, Britney Spears) y en el que concentrar la lucha, construye una mitología en torno a la entronización del héroe (Social Justice Warrior, Minutemen, Incel) como agente del cambio y motor de la revolución, proclama la sumisión del individuo a la voluntad «democrática» de la mayoría, sacraliza una lucha eterna e incansable por el triunfo de la ideología y usa e impone una neloengua (exigir que empleemos el término «género» incluso cuando hablamos de «sexo», lo cual denota una pobre comprensión del idioma inglés y un entendimiento todavía peor del español, hablar de «una biopolítica positiva a nivel foucaultiano, bueno foucaultiano no, butleriano, y la imposibilidad de evadir el carácter corporal de la performatividad», inventarse unas «miembras» o une ridicule génere gramatical neutre que no existe en le castellane...)?
(¡A eso digo no!)

No quiero incurrir en falacias lógicas, pero esas son ocho de las catorce características que Umberto Eco formuló como atributos del fascismo. Yo ahí lo dejo.

Todos los que incendian las redes cada vez que sienten lesionada su frágil autoestima no exigen respeto a sus ideas, exigen el sometimiento de los discrepantes, reclaman la rendición incondicional con armas y pertrechos de aquellos a quienes han identificado como sus enemigos. Y los que, subiéndose al carro del enésimo homicidio a manos de la policía de un hombre negro desarmado en Estados Unidos, creen llegada la hora de ver reivindicadas sus aspiraciones (y exigen, entre otras putas locuras, la disolución de la policía) y claman por una revolución, que cojan un puto libro de historia, si es que saben leer: la revolución jamás ha sido complaciente con aquellos que la invocaron.

Admítelo: ahora no puedes quitártela de la cabeza y lo de la verga como que te empieza a dar un poco lo mismo.

¡Juvenal, no te lo repito más! ¡Lárgate de una puta vez!

Imagínate un mundo en el que cómicos famosos por sus chistes polémicos como Bill Burr o Jimmy Carr no se pudiesen ganar la vida. Un mundo en el que Terese Nielsen pierda su trabajo por seguir en Twitter a la gente que sus empleadores, o algunos de los clientes de sus empleadores, han etiquetado como «equivocada».

(Jimmy Carr es el de: «Cuando estaba en el colegio, un compañero me pilló pajeándome en las duchas. Eso arruinó completamente la excursión a Auschwitz»).
Ése es el mundo en el que vivimos o hacia el que nos dirigimos a marchas forzadas, si nadie lo impide.
Internet se ha convertido en el Sustanón de los ignorantes y de los apocados: da apariencia de musculatura pero te vuelve filosóficamente estéril y te encoge los cojones del razonamiento.
 

Juvenal nada hacía en Roma, pues no sabía mentir. Y si estabas en Roma se esperaba de ti que mintieses. Nadie valoraba la verdad en la Roma de Juvenal. Solo la hipocresía, la doblez, el cinismo, la traición y la mentira otorgaban recompensas en la sociedad romana de su tiempo. Solo medrabas si decías lo que se esperaba de ti que dijeses, aunque fuese en contra de tus principios, si halagabas a la gente correcta, aunque esa gente te repugnase, si te dejabas llevar por la corriente y renunciabas a la lógica, a la decencia, a la honestidad y la justicia en nombre de tus propias ambiciones, más o menos inconfesables.

¡Harlan Ellison, vuelve, te necesitamos!

Y tú, cerdo. Sí, tú, deja de mirarme así. No pienso bajar al barro contigo.
Porque eres un gilipollas y yo no pierdo el tiempo con gilipollas.

Gilipollas.