viernes, 17 de julio de 2020

"Did you see the sun rise this morning?" (I)

Robin Masters es un novelista de éxito. Y no quiero decir un buen novelista, laureado por la crítica y alabado por su prosa resplandeciente. Quiero decir que Masters es la clase de mal escritor que, por algún misterioso motivo, consigue que millones de gilipuertas compren sus libros escritos con el culo.
(Ejem...)
Robin Masters viaja en jet privado. Robin Masters se pasa el año solazándose en sus mansiones repartidas por todo el mundo. Robin Masters folla con supermodelos vulpejas, colecciona Arte y antigüedades, supercoches deportivos y hectáreas de bienes inmuebles y lo único que tiene que hacer para mantener su nivel de vida es no derrochar y seguir escribiendo sus novelas facilongas y olvidables, a las que dedica el mínimo esfuerzo.
Y tú quieres ser Robin Masters.

Y yo.

Y todo el mundo que escribe libros, lo confiese o no.

Todos queremos decaer.


Ya seas escritor, agente de seguros o capador de puercos, hay muchas formas de ganar un millón:

Capar un puerco y pedir un millón de euros por el servicio.

Capar diez puercos y pedir 100 000 euros a cambio.

Capar cien puercos y pedir 10 000 euros por puerco.

Capar mil puercos y pedir 1 000 euros por cada par de cojones porcinos.

Capar diez mil puercos y pedir 100 euros la pieza.

Capar cien mil puercos a 10 euros el escroto.

Capar un millón de puercos al competitivo precio de un euro.

Masters optó por la penúltima opción. Sus libros son de los que se editan directamente en rústica y formato de bolsillo. La clásica literatura pulp de crímenes y misterio para amas de casa, oficinistas amargados y burgueses urbanitas que jamás han salido de sus barrios y se creen que la vida es así.


«Al grano: ¿cómo demonios se hace uno millonario vendiendo libros?»

Bueno, hay que vender muchos. Obviamente. El libro es, en sí, un producto de muy bajo valor añadido. Aunque se ocupa del 90% del trabajo, el escritor puede darse con un piedro en el carallo si consigue sacarle un 10% del precio de portada a cada ejemplar vendido. Eso, dependiendo del formato de la edición (rústica, tapa dura, bolsillo, electrónica) puede moverse entre una horquilla de algo menos de un euro por ejemplar a en torno a dos euros por ejemplar. Así que estaríamos en el caso del millón de cerdos, citado más arriba.

La receta del éxito es esquiva y requiere una participación tan elevada del azar que casi podríamos considerar dicha fórmula puramente anecdótica. Demasiados buenos libros, con todo lo necesario para convertirse en éxitos de ventas, han devenido en fracaso editorial y acabado guillotinados y descatalogados como para no tener presente el factor suerte, la intervención del azar. Ello se hace particularmente claro cuando ves los CAGARROS que acaban vendiendo millones de copias porque llegaron en el momento propicio (con frecuencia el único momento en que se podrían haber vendido), gozaron del efímero y tornadizo favor del público o fueron aupados por los ángeles del capitalismo en un fenómeno tan imprevisto como incomprensible.

Si le hacemos la autopsia al escritor de best sellers promedio nos encontramos con este mínimo común denominador:

1. El escritor de libros superventas, particularmente de un tiempo a esta parte, no escribe libros, escribe trilogías y aspira a escribir sagas. George R.R. Martin, J.K. Rowling, Suzanne Collins, Patrick Rothfuss, Dan Brown, Stieg Larsson y hasta Ken Follet se han aplicado el cuento. Llevo años quejándome a los amigos que todavía no me tiran verduras podridas y palos untados en caca de que «trilogía» se ha convertido en un género literario en sí mismo. Todos los comemierdas aspirantes a escritor se sientan delante de sus portátiles (escribir en papel es taaaaaaaaaaaaan burguéééééééééééés) a escribir trilogías.


«¿Qué estás escribiendo, Manolito

«Una trilogía sobre la intersexualidad plutopatriarcal cisgénero en un subtexto de opresión fascisto-machirúlica».

«Con un par, Manolito».
Vamos, que el escritor de best sellers ya no escribe libros. Escribe franquicias. Productos. Su editor le reclama una trilogía con la que cubrir la ventana de ventas de las próximas tres Navidades, por ejemplo, y le da un poco lo mismo que esos libros sean una mierda. Ya se encargará él, con su monstruosa maquinaria de publicidad y la colaboración servil de unos cuantos periodistas mercenarios, de que tres o cuatro millones de almas cándidas compren esa fementida trilogía.

2. El escritor superventas no se complica la vida con un lenguaje florido ni un vocabulario rebuscado. El escritor de best sellers escribe como habla. En un idioma sencillo, apegado a la tierra, conectado con el pueblo. Nada de metáforas rebuscadas, adiós a las subordinadas encadenadas. Párrafos cortos. Capítulos en píldoras de rápida digestión. De esa manera se asegura un público más amplio y diluye el prejuicio decimonónico de que la cultura es solo para las élites ilustradas.

Te lo explico en román paladino: el escritor superventas ha renunciado a escribir literatura. Emplea un lenguaje pobre porque prefiere descender al lodo de sus lectores más tontos en vez de desafiarlos a elevarse sobre su limitado vocabulario. Como bonus, el escritor de best sellers también desdeña la inteligencia de su público y lo reduce a una masa amorfa e irredimible de cretinos aplatanados incapaces de entender nada más complejo que los gruñidos de un chimpancé, genéticamente impedidos de mantener la concentración durante más de sesenta segundos y totalmente incapaces de utilizar un diccionario.


Me pregunto cómo cojones se las arreglaban Balzac y Victor Hugo, que escribían los best sellers de su tiempo. Y no pretenderás hacerme creer que la gente del siglo XIX estaba mejor formada que ahora.

3. El escritor superventas ni reflexiona ni pretende que sus lectores lo hagan. Su libro debe ser legible sin necesidad de esfuerzo intelectual alguno, o de cualquier otro tipo de esfuerzo, ya puestos. No importa lo complejos que sean los temas sobre los que versa su historia, debe evitar profundizar en ellos. E. L. James podría haberse currado una obra compleja sobre una historia de amor retorcido, sobre la dignidad humana en general y la dignidad femenina en particular, sobre las trampas y peligros de la inocencia, las sombras que arroja el engañoso resplandor del éxito, la juventud, la belleza y la riqueza. Pero ¿para qué molestarse? Mejor escribir una novelita porno, mentirosamente transgresora, de una pan sin sal empotorrada de un pijo abusivo.

Todo esto implica que el escritor de best sellers se queda en la superficie. Ni siquiera la araña, busca su reflejo en ella. con lo cual no solo degrada el Arte, sino que por el mismo precio rechaza la oportunidad de crear una obra duradera, que bucee en las claves profundas que han caracterizado la literatura desde por lo menos el Genji Monogatari y que están en la naturaleza misma del arte narrativo, una de las más agudas y precisas herramientas con la ayuda de las cuales el hombre ha intentado responder a preguntas atemporales que le acerquen a una mejor comprensión de sí mismo y del universo.


4. El escritor superventas no se complica la vida con personajes complejos. Los malos tienen que ser muy malos, dejarlo bien claro desde el principio y recordárnoslo cada vez que entran en escena. Los buenos tienen que ser irreprochables; auténticos pilares de virtud y probidad. Los dilemas morales estaban bien para Dostoievski o Nathaniel Hawthorne, pero ¿quién quiere amargarse la existencia escribiendo un pilar de la cultura universal plagiado, copiado, homenajeado y adaptado infinitas veces por otros tantos autores diferentes? Joder, nada de diálogo interior, por favor. Que la gente se aburre de leer tantas palabras juntas. Pon a tus personajes a hacer cosas. Que hablen poco y hagan mucho. Que sepan kung-fu y lleven siempre metralletas en el bolsillo. Y tampoco estaría de más que metieses en la historia algunos dinosaurios y algunos ninjas.

5. El escritor de best sellers es, fundamentalmente, un escritor de intriga. Los libros más vendidos suelen tener un componente mayúsculo de misterio. El crimen y las conspiraciones atraen a más lectores, ya hablemos de los enjuagues judiciales de las novelas de John Grisham, de la corrupción policial y las investigaciones de crímenes que escribe Michael Connelly o las idas de olla opusdeico-templáricas de Dan Brown. Apúntate el dato y aprende de los maestros.

6. El escritor de best sellers sabe que el sexo vende. Todo. Cualquier cosa. Desde abonos del Real Madrid a parcelas en la luna, así que no duda en incluir en su obra una o más de una escena erótica. Escena erótica en la que suele delatar su pobre dominio del idioma, su hambre venérea atrasada y su inepcia a la hora de escribir escenas eróticas. Pero eh, no te prives: si no tienes la suficiente fe en ti mismo como autor y desconfías de haber escrito una historia interesante, no lo dudes: tetas. Fornicio. Concupiscencia. Perros y gatos cohabitando. La histeria de las masas.


¡Zexo, zexo, zexo, zeeeexoooooo!
7. Y ya que hablamos de follar, que sepas que una historia de amor de las que duelen también resulta de lo más apetitosa para los lectores. Y no te cuento para las lectoras. ¿Quieres aumentar tu número de lectoras? Cúrrate un romance tempestuoso, con mucha montaña rusa emocional, estilo Escrúpulo o Los juegos del Tambre. ¡No, hombre, no! ¿Qué Cumbres borrascosas ni qué niño muerto? ¡Mira que te gusta buscarte problemas! Vuelve a leerte los puntos tres y cuatro. ¡Matado!

8. Al escritor superventas no le tiembla la mano a la hora de hacer malabares con hechos históricos conocidos. ¿Que eso acaba poniendo en evidencia su nulo conocimiento sobre la época histórica que describe y su pereza a la hora de elaborar una documentación solvente que pudiese encubrir su palmaria ignorancia? Pero, hombre de Dios, ¿qué lector se va a tomar la molestia de comprobar en la güisquipedia hasta dónde llegan las barrabasadas históricas cometidas por su escritor favorito? La perversión y prostitución de la Historia sigue gozando del favor del público y irradiando atractivo hacia los escritores, que pueden ampararse en la escasa familiaridad con el pasado del lector promedio para imponer sus propias reglas (y esto deviene a menudo en unos diálogos alucinatorios) y gozar de una libertad a la hora de caracterizar personajes, sucesos y ambientaciones, que harían echar espuma por la boca hasta al licenciado en Historia más tonto.


9. Stephenie Meyer, J.K. Rowling y Suzanne Collins están en la lista Forbes de gente hiperpastosa. Las tres son escritoras. ¿Quieres unirte al club de escritores que figuran en la lista Forbes? Plantéate imitar a estas señoras, que, además de respetar prácticamente todas las recomendaciones que te hemos dado hasta el momento, optaron también por escribir para un público adolescente obras protagonizadas por adolescentes. «Escribe sobre jóvenes y para jóvenes» parece una fórmula infalible que justificaría, por sí sola, los ocho puntos precedentes. A fin y al cabo, a la chavalada le gustan las franquicias, que les permiten establecer un sentimiento de identidad imprescindible en esos convulsos años de primeras menstruaciones y primeras pajas, pierden la concentración con los párrafos largos y ni saben qué es un diccionario ni quieren saberlo, son incapaces de reflexiones profundas y de discernir dilemas morales, adoran la intriga, que en realidad forma parte de su cotidianidad (tú ya no recuerdas las camarillas, rivalidades y tensiones, cuando no odios abiertos, del instituto, ¿verdad, amado lector?), no le van a hacer ascos a un buen caliqueño, o incluso dos, siguen creyendo que el verdadero amor tiene que doler, que ser complicado e incluir un componente de abuso, y les trae al pairo la Historia, coñazo de asignatura que no sirve para nada y no tienen interés en estudiar y por eso unos votan a Jodemos y otros a Box.

Tampoco estorbaría tu camino hacia la fortuna que te sometieses a una reasignación de sexo, en el caso de que tengas la poca fortuna de haber nacido con picha y huevos.

10. El escritor superventas escribe sin parar. James Patterson tiene más de cien novelas. Hasta hace poco, Stephen King sacaba prácticamente un libro al año. El escritor de best sellers encarna, en sí mismo, el proverbial millón de monos aporreando un millón de máquinas de escribir. A la hora de escoger entre calidad y cantidad, debe quedarse siempre con la cantidad. Si perservera, antes o después le saldrán dos o tres best sellers. Así pues, no te esmeres mucho en ninguno de tus libros. Siempre puedes volver a intentarlo con el siguiente, con el que tampoco pretende nadie que te dejes los dientes. Tú insiste. Escribe, escribe y escribe. Lo que tú quieres es lograr marcarte un éxito de ventas. Ya te saldrá.


Puede que, como lector de best sellers, hayas sido incapaz de llegar hasta aquí, pero si quieres llegar a convertirte en un Robin Masters de la vida puede que estés dispuesto a escuchar otro dato útil que podría llevarte al nirvana de los escritores superricos:

Si nos atenemos al gráfico elaborado por Mediaworks para Furniture UK, podrías alcanzar el éxito a través del género de fantasía (un 13% del total de ventas), misterio (11%) o el de ficción a secas (16% del total), sea lo que sea esa «ficción literaria moderna», que parece un cajón de sastre en el que meter cualquier novela escrita después de 1950, y en el que caben obras maestras como El guardián entre el centeno de Salinger o la Lolita de Nabokov, libros menores, desde el punto de vista de su aportación a la literatura, pero entretenidos como Kane y Abel, de Jeffrey Archer o Los cañones de Navarone de Alistair MacLean y auténticas mierdas como El valle de las muñecas de Jacqueline Susann o El alquimista, de Paul Coelho.

(Si nos atenemos a un gráfico que no sé de dónde ha salido ni por qué. ¿Por qué una empresa de muebles encargaría ese análisis? ¿Qué mierda está pasando aquí? Manéjense estos datos con cuidado. Parecen coherentes pero no me fío del todo).
Sin embargo, deberías evitar géneros menores, «de nicho», como el realismo mágico, la novela histórica o la ficción para adolescentes, otra etiqueta genérica en la que meter títulos como Los juegos del hambre. Y no, no es una contradicción. La trilogía de Los juegos del hambre, como producto, ha vendido 65 millones de ejemplares solo en los Estados Unidos, pero el género de ficción juvenil como tal es porcentualmente minoritario en las estadísticas. Collins sube la media de un género literario que tiene, relativamente hablando, pocas ventas sobre el total de libros perdidos.

Pero yo en tu lugar no lo dudaría: mira el porcentaje de ventas de la literatura infantil. Sí, en ese sector competirás contra una verdadera legión de auténticas bestias pardas que llevan mucho tiempo en la brea, pero dado el tamaño del pastel a repartir, hay más probabilidades de que te toque un trozo, aunque no necesariamente uno con guinda.

«Pero toda esa gente que has citado son estadounidenses o británicos y escriben en inglés, ¿qué me estás contando?»

Buena observación, querido lector. En efecto, el mercado editorial angloparlante tiene sus propias peculiaridades que no vamos a analizar en profundidad aquí (para no desentonar con la temática de la entrada) y que incluso para los especialistas en la materia son ocasionalmente indescifrables. James Patterson, por ejemplo, que es asquerosamente rico gracias a los libros que vende en Estados Unidos, en España no se come un colín. El aspirante a Robin Masters español, ateniéndonos a los datos de ventas de ficción para 2018, no tiene mucho donde elegir: o novela contemporánea (una vez más sea lo que sea eso) o prácticamente nada. El género negro, al que Patterson consagra su producción, supone poco más de un 14% del total de ventas, a años luz de la «ficción contemporánea» (58,3%) que encabeza las preferencias del público lector ibérico. Incluso la novela romántica, que tiene la reputación de gozar de gran predicamento y un fiel público, no alcanza ni un miserable 4% del total de ventas en 2018. Y de los parientes pobres de todo librero, como la ciencia-ficción, el terror y ese «otros» tan intrigante, mejor ni hablamos, que nos da hasta pena.

(Aunque si E.L. James no enseñó algo es que la tendencia actual es confundir la clásica novela romántica, con sus escenas de amor de chirriante puritanismo donde todo queda a la imaginación del lector, con escribir mommy porn).
Y ya ha llegado el momento de decirte que Robin Masters, nuestro multimillonario escritor superventas, no existe. Es un personaje de la serie de televisión de los ochenta Magnum P.I., recientemente actualizada («remade») con nuevos actores y nuevas tramas.
Lo que pides a Aliexpress.
(Dato curioso: hay al menos una persona escribiendo con el nombre o pseudónimo de Robin Masters, que hasta se curró una página web, hoy abandonada, para promocionar la obra de «autores de novela negra» que, a día de hoy, aún no se han presentado, y en la que solo aparece un libro suyo, libro que he sido incapaz de encontrar a la venta. ¿Estamos ante un caso flagrante de fanpage? ¿O de cara de cemento armado ablandada por la amenaza de un pleito civil? Lo dejo a tu elección).
Robin Masters no existe. Pero hay escritores reales con los que se le podría comparar. Stephen King hace décadas que escribe por vicio. Podría muy bien vivir de las regalías de sus primeros libros, que no han dejado de reeditarse ni de generar productos derivados (películas, series de televisión, cómics, videojuegos; sí, videojuegos) desde que vieron la luz por primera vez. Stephen ha acumulado una fortuna personal que se estima en torno a los 500 millones de dólares, que no te lo has gastado en costo ni en un mal día y, encima, es una mierda al lado de los 800 millones que ha amasado James Patterson
Lo que te llega
Sorprendentemente, y como prueba de su carácter, el bueno de Steve vive de forma relativamente modesta. Aunque no encuentro en Internet el dato para enlazarlo aquí, recuerdo haber leido en una entrevista que le hicieron hace años que se había impuesto un tope de gasto anual de en torno a 300 000 dólares. Y 300 000 dólares en un señor que sólo en 2018 ganó 27 millones es dinero para pipas. Tal vez Stephen recuerda sus orígenes, cuando intentaba criar a su primogénito en una rulotte aparcada en un párking para caravanas y una simple visita imprevista al pediatra podía arruinar por meses la economía familiar. Quizá temía volverse loco con toda esa riqueza y adoptó un estilo de vida relativamente modesto. Quizá la influencia de su religiosa madre le ayudó a mantener la disciplina. Quizá aún recuerda sus adicciones y sabe que no hay nada más peligroso que un yonqui con dinero. Quién sabe. El caso es que, dando por cierto el dato, Stephen King es un millonario que se permite a sí mismo no hacer vida de millonario.
En el extremo opuesto estaría Patricia Cornwell. La autora de las novelas protagonizadas por la forense Kay Scarpetta no es, ni hasta donde sepamos lo ha sido nunca, tan acaudalada como Stephen King. Se le calcula una fortuna personal de 25 millones de dólares, o sea ni siquiera los ingresos de Stephen King en junio de 2018. Y sin embargo esta mujer gasta como una lima nueva. Entre sus muchas excentricidades tiene un helicóptero que pilota ella misma y que ha personalizado con el logotipo de su personaje estrella. No sé cuántos leuros al año cuesta el seguro, revisiones y combustible de un helicóptero, pero seguro que más que los de una Vespa (se ha dado la cifra de que solo en impuestos, ese helicóptero le causa a Patricia Cornwell un quebranto de 152 000 dólares en impuestos). También ha incurrido en gastos absolutamente caprichosos, como alquilar por 30 000 dólares al mes un apartamento en la Trump Tower, apartamento que abandonó a los pocos meses, pagar 756 euros diarios por un servicio de coches de alquiler, invertir siete millones y medio en la renovación de una mansión en Massachusetts (¿será la que dicen que acabó abandonando porque los vecinos hacían mucho ruído y no le permitían concentrarse en la escritura?), abonar casi un millón por un apartamento en Florida, gastarse cinco millones en jets privados, coleccionar coches de lujo...

Y es que la vida de esta mujer es casi una plantilla del topicazo «los ricos también lloran». Ha vendido más de 100 millones de ejemplares de sus libros pero, en un momento dado, descubrió que en su cuenta no quedaban sino algo menos de 13 millones de dólares (algo menos de diez según otras fuentes). Les pidió explicaciones a sus administradores financieros, Anchin, Block y Anchin, de Nueva York, a los que había confiado la gestión de su economía porque Cornwell, que sufre de un trastorno bipolar, no se fiaba de sí misma a la hora de administrar su patrimonio, y tuvieron el cuajo de decirle que la culpa era suya por gastar como un príncipe saudí borracho. La escritora tuvo que denunciar a su propio banco para conseguir sus registros contables, a través de los cuales descubrió que, sin dejar de ser cierto que se había vuelto un poco loca con los gastos, sus administradores se habían pegado la gran vidorra a costa de sus ahorros: ventas de propiedades (entre ellas un Ferrari) cuyo importe nunca fue ingresado, regalos y entradas para conciertos con cargo a sus cuentas y toda suerte de tropelías. Un juez acabó dando parcialmente la razón a la escritora y condenando a Anchin, Block y Anchin a abonarle una indemnización de 50 millones de dólares (ella reclamaba el doble),      

Y mejor no entramos en la vida privada de esta señora, que no nos incumbe y se escapa a los propósitos de esta entrada. Porque su vida personal es droga dura, ¿eh? Maltratada psicológicamente por su padre, huérfana a los siete años, criada en hogares de acogida cuando su madre fue internada por sus problemas depresivos, sufrió anorexia... y con la madurez no ha mejorado su estabilidad personal y mental. Odia a muerte a Kathy Reichs, la escritora de las novelas de Temperance Brennan, o sea Bones; sí, la de la serie de televisión. Llevó a los tribunales a otra escritora, Leslie Sachs, a la que le ganó un juicio por difamación. Sachs acusaba a Cornwell de plagiar uno de sus libros y comenzó una campaña on-line para perjudicarla. Una de sus ex amantes, la agente del FBI Margo Bennet, (sí, Patricia Cornwell es boller, ¿algún problema?), fue víctima de un intento de homicidio por parte de su celoso marido (sí, la amante lesbiana de Cornwell estaba casada con un señor que, cuando se enteró de que su legítima mordía el multimillonario felpudo de una escritora de misterio superventas intentó asesinarla)...


Kathy Reichs es la de la izquierda. A la dra. Brennan (Emily Deschanel) ya la conocíamos.
¿Que cómo son los libros de Patricia Cornwell, me preguntas, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul?

Solo leí el primero, Postmortem.

Y fue una de las experiencias lectoras más vacías y deprimentes de mi vida. Coge todo lo que he dicho más arriba sobre cómo se escribe un best seller, súmale un lenguaje paupérrimo, una intriga de corchopán y dispárale salva sobre salva de adverbios y obtendrás el mismo resultado.

Ya ves que hay algunos ejemplos de escritores multimillonarios. Auténticos Robin Masters de carne y hueso. Pero si lo que quieres es llegar a millonario, ya te voy diciendo que lo de hacerte escritor no es el camino más corto, ni el más recto. Ni siquiera creo que sea un camino. Honestamente, pondría la mano en el fuego de que con la lotería primitiva tienes más probabilidades.

Por cada escritor que consigue publicar un libro hay unos mil que jamás lo logran. Y de cada mil libros publicados, solo uno se vende relativamente bien, y «relativamente bien» en España significa unos dos o tres mil ejemplares. Sí. En España se considera un éxito de ventas todo libro que vende más de mil ejemplares. Los de Valdemar, una de las mejores editoriales de este país, con unas traducciones impecables y unas ediciones respetuosas y dignas, te sacan tiradas de mil, mil quinientos ejemplares, y sudan tinta, sangre e isótopos de uranio para venderlos todos. Y si los de Valdemar, profesionales como la copa de un pino, tienen problemas para colocar mil ejemplares en un país de cuarenta millones de habitantes, haz las cuentas y llora.

Fíjate otra vez que todos esos novelistas pastosos son angloparlantes. En un mercado como el Estadounidense, de 328 millones de habitantes (unos 420 si les sumas la población del Reino Unido y Australia), es posible amasar esas fortunas por el tamaño mismo de la potencial masa lectora. Por nuestra parte, en total habrá unos 580 millones de hablantes de castellano en todo el mundo, de los cuales más de 480 millones son hablantes nativos.

Solo hay un problema con esa cifra.

Y es que, aparentemente, esas personas no compran libros escritos en español.

Los escritores españoles superventas no venden, en un buen año, ni el equivalente a lo que se gasta Patricia Cornwell en litio en seis meses. Pérez Reverte ha vendido unos 15 millones de copias de sus libros. El recientemente fallecido Ruiz Zafón colocó 14 millones de ejemplares de La sombra del viento. Ildefonso Falcones vendió cuatro millones de catedrales del mar y al menos otras cuatro manos de Fátima. Matilde Asensi: 3 millones de ejemplares. Javier Sierra: algo más de tres millones. Julia Navarro: algo más de tres millones solo con La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro y La sangre de los inocentes.

«Hostia, tío, entonces hay esperanza. Yo también puedo entrar en ese club».

Vamos, que te gustaría ser un Robin Masters.

Decaer.



Ay, hijo mío, cuánto te queda por aprender.

¿No ves que te estoy presentando las excepciones a la norma? Vuelve a leerte las claves para escribir un best seller. ¿Tienes alguna duda, siquiera muy pequeña, de que el 99% de los libros de mierda que llegan a los lectores de las editoriales se atienen estrictamente a esa plantilla? Y sin embargo ¿cuántos de ellos llegan a publicarse y cuántos de los que se publican se convierten en éxitos de ventas? ¿Cuántos Pérez-Revertes y Matildes Asensis conoces? ¿Cuántos Javieres Sierra encuentran editor al año? ¿Eh?

NADIE sabe cómo se fabrica un éxito de ventas. Ni siquiera los editores. Corrijo: ESPECIALMENTE los editores, que han rechazado libros que luego se vendieron fabulosamente bien. NADIE quiso publicar la saga de Canción de fuego y hielo en España. Ningún editor español le veía mercado a esa pitorrada estilo Tolkien-con incesto-y palabrotas. Fue Gigamesh, UNA LIBRERÍA de Barcelona la que peleó por esos derechos y sacó una modestísima tirada de las primeras novelas de la saga. Se cuentan leyendas de que, con el exitazo de la serie de televisión, han circulado maletines llenos de efectivo, volquetes de cocaína y cheques en blanco de algunos de los más poderosos grupos editoriales de este país para hacerse con la exclusiva de la obra de GRRRRRR Martin, que, de momento, se mantiene obstinadamente fiel a Gigamesh en lo que a las novelas de Juego de Tronos se refiere... pero ha sacado Fuego y sangre con Plaza y Janés. Tampoco ninguna de las grandes quiso los derechos en español de Harry Potter. Fue Salamandra (Emecé Editores España hasta que Planeta compró Emecé, fundada por exiliados españoles en Buenos Aires en 1939, y los administradores de la filial española tuvieron que cambiarle el nombre a su empresa) la que se hizo con el libro (y en 2019 Random House se hizo con el libro al comprar Salamandra, cuando ya los libros y las películas se habían convertido en una mina de oro).

Pero no, no voy a ponerte otra media docena de ejemplos de best sellers despreciados por los primeros editores a los que se les ofrecieron.

«Menos mal, porque ya me estaba echando a temblar».


El propósito de esta entrada es desalentarte de alcanzar un patrimonio millonario a costa de la literatura.

«Pero hombre, que según yo lo veo, aún tengo posibilidades».

Que sepas que el escritor español promedio ingresa menos de mil euros en derechos de autor.

«Hombre, mil al mes no está nada mal. Yo firmaba ahora mismo. Con no gastar a manos llen...»

Al año.

«¡Flugschs!»

AL AÑO.

«...».

El ochenta por ciento de los escritores españoles ingresa menos de mil euros en concepto de derechos de autor AL AÑO.

«...».

El escritor de éxito, en España, representa un 0,001% del total sobre una muestra de 603 autores. La mayoría de los literatos de este país tienen la escritura poco más que como afición, porque no pueden permitirse más.

Ni glamour, ni coches deportivos, ni casas en la Costa Azul, ni putas deluxe ni vergas coloradas.


Llama al concesionario y diles que lo vayan devolviendo.
¿Qué tenemos, en lugar de todo eso?

La cantidad de contratos de edición que incluyen cláusulas ilegales es para echarse a temblar. Contratos en los que no se estipula el porcentaje de derechos de autor, o el vencimiento, o el ámbito territorial de la edición, que se hacen a perpetuidad o por plazos superiores a diez años (el máximo legal estipulado es de quince), que incluyen traducciones y obras derivadas, o sea los derechos para cine y televisión, que el escritor ya no podrá negociar aparte. Pero no te preocupes demasiado, porque en torno al 22% de esos contratos se incumplen sistemáticamente y el autor jamás ve un real de sus liquidaciones.

Eso cuando existe un contrato. Porque la cuarta parte de los libros se editan en este país a la buena fé, sin que medie relación contractual alguna entre autor y editor.

Escribir, en este país, es morirse de hambre y que, encima, te llamen vago, rojo, putero y maricón.

Ya va siendo hora de que te lo metas en el cabezón.

Dios, cómo me gustaría ser Robin Masters. Y a ti también.

Pero Robin Masters no existe.


El ministerio fiscal ha concluido, señoría.

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