martes, 11 de septiembre de 2018

«Ask me about my feminist agenda».

(No puedo empezar esta entrada del Paratroopers sin cagarme vehementemente en la puta madre de los ingenieros de Google gracias a cuyo incompetente matenimiento de Blogger los tres o cuatro suscriptores de esta bitácora han recibido en sus correos un borrador del presente artículo, y no el texto definitivo, enviado automáticamente por la aplicación sin que mediara factor humano en ello. Que os revienten el culo a pollazos, cabrones. Y de los saltos de línea caprichosos, la justificación de párrafos traidora, las imágenes que no se cargan y las entradas que desaparecen del contenido publicado en un mes y aparecen en otro hablaremos el próximo día).
Harlan Ellison, apiádate de nosotros.

Resulta que los lectores americanos andan pelín revolucionados porque, al parecer, los cómics ya no son como los de antes. Ese lector, el arquetipo de blanco cristiano de clase media (y esto no es una suposición, hay cifras solventes que lo sustentan), organizado en mesnada furiosa gracias a Internet, protesta enérgicamente porque la industria, desesperada por la caída en las ventas y abocada a una expansión de su mercado potencial, se ha embarcado en un proceso de demolición de las esencias mismas del cómic, particularmente del de superhéroes, y se ha convertido en un altavoz de valores liberales e integradores completamente ausentes de las raíces de sus productos.
Ya no quedan hombres como los de antes.
Lo diré alto, claro y a lo bestia por si estoy siendo innecesariamente oscuro en mi introducción del tema:

En Estados Unidos, y cabe suponer que en otros países, hay un montón de lectores de cómics cabreados porque, de repente, en sus colecciones favoritas están apareciendo:
personajes femeninos con protagonismo, y no simples fundas de carallo;

personajes homosexuales, bisexuales o transgénero a los que no se humilla ni caricaturiza por su condición;

historias dibujadas y, perdónanos Señor, a veces escritas por ¡mujeres!, que no giran en torno a quién está enamorado de quién, dónde tienen wonderbras en rebaja o cuál es el último truco para vomitar sin que se note;

personajes no cristianos, sino musulmanes ¡y hasta ateos!, no asesinables;

y, lo que ya es el puto colmo, personajes oscuritos de piel que no son infamantes estereotipos racistas.
Sí, Harlan Ellison que estás en los cielos, has leído bien: se ha montado la mundial en tu país natal porque en los cómics de superhéroes aparecen mujeres independientes, moros, hispanos, bujarras, bolleras, ¡y hasta negros! 

Que es tanto como decir que hay un sector del fandom estadounidense cabreado porque no puede detener el progreso de la humanidad.

Así nos luce el pelo.
Ésta es, básicamente, la misma especie de gilipollas que clamó al cielo por la elección de Idris Elba para el papel de Heimdall en las películas de Thor, y no porque, en su humilde y desautorizada opinión, el actor británico no pudiese aportar al personaje la seriedad e intensidad dramática que merecía, sino porque Idris Elba, digámoslo así, no se ajusta a nuestra idea preconcebida de la raza nórdica, para qué engañarnos:
Pues nooooooooord.
Se llegó a montar una página web, hoy difunta, que invitaba a los fans del cómic a boicotear la película, porque, corto y pego:
"It [sic] well known that Marvel is a company that advocates for left-wing ideologies and causes. Marvel front man Stan “Lee” Lieber boasts of being a major financier of left-wing political candidates. Marvel has viciously attacked the TEA Party movement, conservatives, and European heritage. Now they have taken it one further, casting a black man as a Norse deity in their new movie Thor. Marvel has now inserted social engineering into European mythology."
(Lo cual demuestra que, además de racistas, estos ternascos no conocen ni la gramática de su propio puto idioma. ¿Dónde está el «is» que debería ir a continuación de ese «it»? ¡Y qué finos han sido subrayando los orígenes judíos de Stan Lee! Eso es troleo del bueno y lo demás son hostias).
Esta iniciativa contó con el respaldo de alguno de los más ultramontanos grupos de extrema derecha de los Estados Unidos. La clase de gente que lleva banderas unionistas en los parachoques de sus camionetas, sale por las noches a patrullar la frontera con México esperando poder dispararle por la espalda a algún inmigrante ilegal y cree íntimamente que violar a una negra es solo una forma refinada de zoofilia que no debería suponer ilícito penal.

Pero, ¿sabéis qué?, todo esto sobre Thor a Idris Elba básicamente se la cruje.
"Hang about, Thor's mythical, right? Thor has a hammer that flies to him when he clicks his fingers. That's OK, but the colour of my skin is wrong?"
Me encanta este tío. Lo juro por Odín.

Pero su caso es muy significativo de por dónde van los tiros en esta historia. Estamos ante el mismo tipo de gentuza que chilló como una piara de cerdos con un cojón pillado entre el asiento y la taza del wáter cuando Marvel fichó a Michael Clarke Duncan para el papel de Kingpin en la primera y nefanda película de Daredevil, y que se inventaron, sí, sí, sí, SE INVENTARON, los ataques racistas de espectadores negros contra espectadores blancos durante los pases de Black Panther, película en la que el rey de una nación africana (que, mira que hay que joderse, para variar no es una montaña de mierda rodeada de moscas sino una nación próspera y moderna), no es retratado como un supersticioso, analfabeto, corrupto y mugriento pelele, sino como un gobernante cabal, un guerrero valiente, un paladín de la justicia y un ingeniero sobresaliente. Una especie de Tony Stark negro, sin puterío ni alcoholismo. O peor todavía: una mezcla de James Bond y Tony Stark. Y encima negro.
Gánster gordo bien, gánster negro mal. Gu-gu-ta-tá.
(Muchas de esas cuentas de Twitter han sido borradas, así que tendréis que conformaros con mi palabra y alguna que otra capturilla de pantalla).
Encima de troll, gilipuertas.
O, en lo que ya es un rizamiento rizado del rizo rizómico, ésta es la misma basca que SE INVENTÓ una conspiración supremacista blanca con el objetivo de desalentar a los espectadores negros que querían ver Black Panther.
Gilipuertas plus.
Perdón, ¿he dicho «supremacista blanca»? Me he colado. Quería decir «de votantes de Trump». Sí, ese Trump. El adulto del coeficiente intelectual escala aguacate y la capacidad de concentracion de un crío hiperactivo de once años hasta los cojones de anfetas, el colérico oligofrénico que tiene acceso a armas nucleares (me debes tus próximas cien pesadillas). El de «Make America Great Again». En acrónimo, «MAGA».
Y ¿qué objetivo persigue todo este esfuerzo de la carcundia más rancia y carpetovetónica?

Que nadie amenace sus prejuicios. Exigir su derecho a preservar pura de oliva su sensibilidad retrógrada, machista y racista. Algo de esto ya lo hemos tratado en Paratroopers.

Hay gente, no solo en América, que recuerda tiempos mejores; tiempos en los que reventar a patadas a un negro no era delito, a los maricones los podías colgar de la polla del pino más cercano y reclamar una medalla del sheriff por la hazaña y las mujeres sabían cuál era su lugar: la cocina o el tálamo marital, y por el camino, a hostias. Gente a la que portadas como ésta, de Pájaro Burlón, han hecho, literalmente, espumear bilis:
“When Marvel announced that the series had been canceled, I was tagged in a lot of celebratory tweets… My trolls had been vindicated.”
(Chelsea Cain, escritora de Pájaro Burlón, entre otras cosas).
Gente que regurgitó cicuta, meó ácido sulfúrico, sudó nitroglicerina y cagó bombas de hidrógeno cuando Marvel se sacó de la manga un(a) Iron (wo)Man mujer. ¡Y negra!
(«¡Joder, negra! ¿No bastaba con que tuviera chichi? ¿Encima tenía que ser negra? Es que... ¡Joder, encima negra!»).
Y ya no os cuento cuando Batwoman, que ya estaba bajo sospecha por ser judía y pelirroja, salió del armario. ¿Qué fue de aquella frágil muñequita encoñada por Batman, como toda mujer hecha y derecha debería estar?
Esta gente tan sensible y gritona tiene una idea inflexible acerca de cómo debe ser el mundo y no quiere que las cosas cambien, ni que se les recuerde que este planeta se está llenando de rojos, bolleras, negros, inmigrantes y maricones que todas las noches cruzan ilegalmente las fronteras de su país y devoran fetos abortados, envenenan los manantiales, se mean en la Coca Cola, promueven las energías limpias, regalan condones y propagan el islam y la sodomía.
(Me pregunto si leyeron aquel cómic de Alpha Flight en el que Estrella del Norte se convirtió en el primer superhéroe declaradamente gay. En 1992. Hace veintiséis putos años).
Bueno, que haya gente con ideas distintas a las tuyas no es ningún problema a priori. De diferentes colores está hecho el libro de los gustos.

El problema empieza cuando toda esa gente tan sensible y gritona pretende que se les conceda a ellos el privilegio de decidir qué cómics y libros pueden leer los demás y qué películas pueden ver, y quién puede y no puede escribir y dirigir esos libros, cómics y películas. Por el amor de Dios, ¿qué pretenden? ¿Que todos los cómics sean como las abominables tiras de Chick Tract?

Lo que esta gente reclama es una cultura dirigida, fosilizada en su propio molde ético. Un realismo soviético sin realismo ni sóviets. Un bonito teatro de máscaras que permita a una minoría de fanáticos (QUIERO creer que es una minoría) seguir engañándose a sí mismos y convencerse en falso de que el mundo no ha girado ni un segundo de grado desde esos idílicos años 50 de película de Frank Capra que en realidad nunca existieron.

La civilización está cambiando, y hay gente empeñada en impedirlo con uñas y dientes. Y no hablamos de libreros de librerías especializadas devolviendo lotes enteros de cómics afro-transgénero-vaginista-islámicos para mantener amansados a sus clientes, que algunos de estos libreros, haberlos, haylos (aunque achacar a su reacción blanca, masculina, anglosajona y cristiana la culpa de las bajas ventas de cómics se haya revelado MENTIRA); estamos hablando de lectores cabreados que exigen el despido de escritores y dibujantes (como el caso de Aubrey Sitterson y esa puta portada de G.I.Joe) o que les envían amenazas de muerte. Como suena.
“Marvel finally realises that forced diversity doesn't sell”
Díjolo David Gabriel, vicepresidente de ventas de Marvel, y quedose tan ancho aunque sabía que era MENTIRA, que la razón del ocaso de sus ventas son los cambios demográficos entre sus lectores (Marvel subsiste de los mismos gilipollas, ahora ya cuarentones, que comprábamos sus títulos de críos), la dificultad de acceso a contenido electrónico (Marvel sigue creyendo que el único cómic es el de 24 páginas y grapa), la competencia de otras empresas que ofrecen productos nuevos, diferentes, en vez de blanquear una vez más a Magneto antes de convertirlo de nuevo en el Enemigo Público Número Uno (¿Has leído Saga? Claro que no, porque no la publica Marvel, sino Image. Y ¿sabes quién sacó los cómics de The Walking dead? ¿Conoces Monstress? A ver si adivinas quién lo edita. Y del cómic europeo, y maravillas como Le tueur, mejor ni hablo, que esto se haría eterno) y eso por no entrar a valorar el fenómeno de la especulación (todos los números uno de todas las colecciones se venden bastante bien, y a partir de ahí las ventas caen en picado, porque en Estados Unidos nunca falta el friki soplapollas que quiere tener todas las portadas alternativas del número de lanzamiento de la serie, erróneamente convencido de que algún día valdrán millones de dólares) o las MALAS DECISIONES COMERCIALES (en Trumplandia, los libreros no pueden devolver al distribuidor los ejemplares no vendidos, así que no tardan en dejar de hacer pedidos de las colecciones menos rentables), las estrategias creativas impuestas desde los despachos y el abuso y perversión de personajes y tramas que ya forman parte de la cultura popular.
(Resumido para lerdos: Marvel tiene tres o cuatro colecciones que, con sus altibajos, siempre se venden bien, o incluso muy bien, y un batiburrillo de colecciones de pueden sufrir caídas de ventas, entre el primer y el segundo número, de hasta el 80%; y los directivos de la casa no se explican por qué, y exigen obtener el mismo beneficio en todas sus cabeceras).
“Marvel finally realises that forced diversity doesn't sell”
Díjolo David Gabriel, vicepresidente de ventas de Marvel, y no se si fue plenamente consciente de cuál era el mensaje que estaba transmitiendo:
«Nosotros hacemos cómics para machos héteros y blancos. Vosotras, mujeres, vosotros, maricas, vosotros, negros, deberíais leer otra cosa».
(O sea, básicamente la misma frase que, en un programa de Howard Stern, le atribuyeron a Lauryn Hill, la vocalista de The FugeesI would rather have my children starve than have white people buy my albums»], y que fuese cierta o no, y parece ser que no lo era, hizo que se despeñasen las ventas de discos de The Fugees).
La espuma de este puchero de odio, azuzado por la entrada en barrena de las ventas de cómics con grapa, empezó a rebosar con un aparentemente inocente tweet de Heather Antos, a la sazón editora asociada en varias colecciones Marvel, que invitó a unas colegas a tomarse un batido con ellas:
¡Allí vieron algunos la causa de la decadencia de la civilización occidental, el progreso del islam y la efervescencia del mariconismo! ¿Cómo se atrevía esta mujer a recordarles a los lectores de Marvel que había siete señoras trabajando en la Casa de las Ideas? ¡Siete hembras, y una de ellas oscurita de piel, por Dios, trabajando en la industria del cómic! ¿Es que no había un  hombre cerca, para enseñarles cuál era su lugar? ¿Es que Bin Laden ganó la guerra?
(A Heather Antos se le acabó inflando el chocho y se largó de Marvel. No os quepa duda: Marvel ha salido perdiendo).
¡Ay, aquellas mujeres que sí sabían para lo que han venido a este mundo y para lo que no!
Y todo este asunto del Comicsgate (no es coña, se llama así en alusión a una polémica similar en la industria del videojuego: el Gamergate, convertido por algunos en lucrativo negocio), no es sino otro de los síntomas del problema. Y, si bien puedo comprender, que no excusar, las razones detrás del Gamergate, toda esta oleada de intolerancia en el mundo de los cómics me pilló completamente por sorpresa. Porque la industria de los videojuegos, como todo el sector de las tecnológicas, es esencialmente un cortijo masculino donde hasta cuando intentan crear un personaje femenino atractivo acaban incurriendo en el pecado original del machismo. «Pongámosle a Lara Croft una camiseta verde bien ceñida a sus descomunales ubres de pornstar ochentera y proporcionémosle un par de penes sustitutivos, quiero decir pistolas, con las que eyacular, o sea disparar, a todo el mundo».
¡Mira, mamá! ¡Tetas!
Pero ¿intolerancia en la industira de los cómics, particularmente en los de superhéroes? Desde los tiempos de Fredric Wertham (que, no te quepa duda, ahora mismo está paleando carbón en el infierno mientras veinte íncubos se turnan para sodomizarlo), esto es nuevo. Quiero decir, ¿qué son los cómics de superhéroes, una vez despojados de su cascarilla de mero producto de ocio para adolescentes, sino vehículos de denuncia social y proclamas integradoras? ¿Qué nos enseñan Los Cuatro Fantásticos sino que la familia no se reduce al vínculo genético (Ben Grimm no tiene ningún parentesco con Reed Richards ni con los hermanos Storm) y que en su seno siempre hallaremos amor, comprensión y protección? ¿Qué es Supermán, dejando a un lado su componente mesiánico, sino el arquetipo del inmigrante que adopta la cultura e ideales de su país de acogida y acaba convertido en paladín y modelo de ellos? ¿Quién es el Capitán América sino la encarnación de los mejores valores morales que los Estados Unidos reivindican como connaturales a su misma fundación (aunque luego sus gobernantes y ciudadanos no siempre estén a la altura de los mismos)? ¿Quién es el mayor icono feminista de la cultura popular? Wonder Woman. ¿Qué son los mutantes de la Patrulla-X sino la personificación de todos los colectivos marginados, silenciados, perseguidos y victimizados? Un grupo de muchachos con poderes extraordinarios que, a causa de su propia singularidad, son rechazados, temidos y odiados por la sociedad en la que viven y sin embargo luchan por integrarse en ella y colaboran en asegurar su supervivencia. Cámbiese «mutantes» por «judíos», «homosexuales», «musulmanes», «negros» o cualquier otra minoría y obtendrás un desolador retrato en sepia de la mentalidad estadounidense.
¿Quién es Batman? Básicamente alguien a quien la ley le importa tres huevos fritos, pero que vive cada segundo de su vida obsesionado con imponer la justicia. Justicia, sí. Expeditiva. Contudente. Brutal. Primaria. Pero justicia. «¿La ley dice que no puedo sacarle a hostias información a un raterillo para impedir que el jodido Espantapájaros libere su gas del miedo en Gotham y mate a docenas de personas? ¡Que se joda la ley! Dime que hueso quieres que te rompa primero». Y sí, he escogido deliberadamente ejemplos que respaldan mi afirmación. Veo que estás despierto.
También nos enseña que las chicas malas son las más interesantes.
"We've had a string of embezzlers, frauds, liars and lunatics making a string of catastrophic decisions. This is plain fact. But who elected them? It was you! You who appointed these people! You who gave them the power to make decisions for you! [...] You have encouraged these malicious incompetents, who have made your working life a shambles. You have accepted without question their senseless orders. You have allowed them to fill your workspace with dangerous and unproven machines. You could had stopped them. All you had to say was 'no'."


"V" for vendetta. Libro 2, capítulo 4.
Asisto estupefacto a este temporal de mierda en el seno de la industria del cómic. Y eso que los lectores de ciencia-ficción ya habíamos flipado con la controversia de los Premios Hugo y los Sad Puppies, aunque tal vez entonces no nos dimos cuenta de que formaba parte de un fenómeno mucho más extenso. E infeccioso.

Por no alargar en exceso esta ya pantagruélica entrada, intento resumir, que el tema es bastante complejo: el Hugo es, básicamente, uno de los tres más prestigiosos premios literarios del género de fantasía y Ciencia-Ficción. A diferencia del Nebula, que es otorgado por los miembros de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de América, en las votaciones del Premio Hugo puede participar cualquiera que haya pagado una suscripción para la Convención Mundial de la Ciencia Ficción de ese año.

El Nebula procede de la industria mientras que el Hugo fue pensado para que los lectores se implicasen en la industria, para que pudiesen votar las obras que más les gustaban.

Y aquí empieza el problema, digamos.

Porque, desde hace unos años, una camarilla de escritores de ciencia-ficción y bla, bla, bla, protesta muy ruidosamente por lo que consideran una devaluación del premio, que se habría doblegado a la moda liberal y políticamente correcta y estaría premiando obras mediocres, o con un casi inexistente toque de fantasía o Ciencia-Ficción, o con una vocación culterana, literaria, reñida con el mero entretenimiento que, afirman ellos, es la médula de ambos géneros (sí, yo también considero desolador que unos escritores ataquen la literatura y la conviertan en un gueto elitista del que aconsejan mantenerse alejados a sus lectores) pero que, eso sí, han sido escritas por mujeres, o negros, o reconocidos homosexuales, o ponga en la línea de puntos su colectivo marginal favorito; o por transmitir valores izquierdistas, de integración, tolerancia, respeto a la diversidad... dejando de lado a la Ciencia-Ficción y al género de fantasía clásicas, tecnocrática la una, recreacionista-medieval la otra, machistas, blancas y heterosexuales ambas, y muy especialmente al subgénero de Ciencia-ficción militarista y criptofascista del estilo de muchos títulos del difunto y controvertido Robert A. Heinlein (por cierto, ganador de cuatro Hugos). Acusación poco original que llevo veinte años oyendo a los jurados de varios reconocidos premios literarios y a algunos críticos con una Cruzcampo de más.
"In the last decade we’ve seen Hugo voting skew more and more toward literary (as opposed to entertainment) works. Some of these literary pieces barely have any science fictional or fantastic content in them. Likewise, we’ve seen the Hugo voting skew ideological, as Worldcon and fandom alike have tended to use the Hugos as an affirmative action award: giving Hugos because a writer or artist is (insert underrepresented minority or victim group here) or because a given work features (insert underrepresented minority or victim group here) characters."
Brad Torgersen, suboficial en la reserva del Ejército de Estados Unidos, mormón practicante y novelista vocacional. Y sospechamos que se masturba con fotos de Trump frunciendo el hocico.
De nada, Brad.
Y lo que podía haberse quedado en una pataleta, desde 2012 está empezando a tomar unas dimensiones ciertamente preocupantes. Porque esos escritores resentidos («los libros que estáis premiando no me gustan»), que pasaron muy pronto de autodenominarse Sad Puppies («Cachorros Tristes») a escindirse en una facción aún más radical llamada Rabid Puppies («Cachorros Furiosos»), han organizado a través de Internet un boicot contra el premio Hugo, aprovechándose precisamente de su mayor virtud, que es su mayor debilidad: el sistema de suscripción para las votaciones, y han logrado, por ejemplo, colar en la convocatoria de 2015 (el año en que Cixin Liu ganó el premio a la Mejor Novela con El problema de los tres cuerpos) tres novelas cortas de John C. Wright, uno de esos autores blancos, héteros y cristianos injustamente perjudicados por la conjura lésbico-masónico-transgénero-comunista-afro-moro-feminazi.
¿El resultado? Muchas categorías de los Hugo de 2015 quedaron desiertas por primera vez desde 1977 a causa de la adulteración de las votaciones (y, según las malas lenguas, también por la ínfima calidad de las obras presentadas), y, aunque algunos autores de renombre, como GRRRRR Martin, proclamaron que aquel tea party de todo a cien se había cargado los Hugo, a otros les faltó tiempo para hacer leña del árbol caído.
Pero no creais que esto desanimó a los Puppies.

Volvieron a intentarlo en 2016.

Y en 2017.

Y en 2018.
Y están cada vez más cabreados porque los hechos no les den la razón. Particularmente en estos tres últimos años, en los que el premio a la Mejor Novela se lo ha llevado... esperad a que me pare la risa... una obra de... ay que me deshuevo... N. K. Jemisin.
Ésta señora.
Tres años consecutivos de hermosota escritora negrísima y su trilogía de lucha contra la discriminación, el racismo y el sexismo. Nunca un autor, de ningún sexo ni color, había copado la categoría reina de los Hugo tres años seguidos, lo cual debe de estar haciendo que les hiervan las criadillas a cierto grupo de escritores de Ciencia-Ficción organizado en torno a Theodore Beale (a.k.a. Vox Day) y su editorial (Castalia House), que todavía no se han enterado de que el género nació como reivindicación social y política, como espejo deformante de la realidad; que los autores de su mitificada Edad de Oro de la Ciencia-Ficción osaban plasmar en sus obras las ideas progresistas o radicales que no osaban defender en textos académicos. ¡La ola de puritanismo que desencadenó Asimov al proponer una raza alienígena con tres sexos en su novela Los propios dioses!, por poner solo un ejemplo.

Sí, Theodore Bale, ese caballero de exquisita educación y exacerbada conciencia de género, convencido de que la igualdad entre hombres y mujeres es «la principal amenaza a la supervivencia de la civilización occidental» ("the primary threat to the survival of Western civilization"; no te molestes en buscarlo en Internet, el link ha sido guillotinado), y que usó el hilo oficial de Twitter de escritores de la SFWA para llamar a N.K. Jemisin, mira tú qué coincidencia, «ignorante semisalvaje» ("Ignorant half-savage." ¡Mira que es susceptible la gente! ¡Ni que la hubiese llamado «simio con tacones», como alguien dijo de Michelle Obama!) y a Teresa Nielsen Hayden «rana gorda». Insultos por los cuales fue expulsado de la SWFA.

Y cuanto más lees sobre este tema, mayores dimensiones alcanza la sospecha de que tanto en el Gamergate, como en el Comicsgate, como en el tema de los Sad/Rabid Puppies, no se trata tanto de gente protestando porque se otorgue visibilidad a autores, historias e ideologías que, a su juicio, carecen de talento o, aun teniéndolo, no son dignos de tribuna y deberían resignarse al silencio, la marginalidad y la intrascendencia; sino de autores cabreados porque estos escritores, dibujantes, creadores de videojuegos, están vendiendo más obras y adquiriendo más popularidad que ellos. Son la generación de creadores de la era Trump.
Esta gente de epidermis tan fina, que exige protección para su sensibilidad mientras se esfuerza en herir la de los demás, no quiere que las cosas cambien. Ni siquiera cuando cambian para mejor

¿Que por qué digo «para mejor»? No solo porque estemos oyendo por primera vez las voces de colectivos a los que nos hemos complacido en ignorar durante siglos, sino porque, a pesar de que este soplo de aire fresco en la cultura popular está produciendo mucho ruido y mucha más morralla, también ha acuñado varios diamantes. Algunas historias tan hermosas como una puesta de sol sobre el cuerpo de Sara Sampaio untado en aceite Johnson's.
Hacía mucho, mucho tiempo, que un cómic de superhéroes no me llegaba al corazón.

Hasta que leí esto: 
Thor, diosa del trueno, es el mejor cómic de Thor que he leído desde que aún tenía pelo. Esa mujer lo bastante digna para levantar el Mjolnir le da sopas con onda a todas las encarnaciones masculinas del dios del trueno, What ifs... incluidos. Jean Foster es una diosa valiente, decidida, inteligente, sensible, compasiva y, lo más importante de todo, dispuesta a morir luchando por proteger a los débiles, castigar a los malvados y enmendar las injusticias.

Jean Foster es la mejor diosa del trueno que tendremos jamás, porque es una diosa humana. Conoce nuestra naturaleza. Ha vivido en sus propias carnes la miseria, el pecado, el miedo y la culpabilidad de nuestra imperfecta especie.

Y sabe que es mortal. Está enferma de cáncer, y cada vez que empuña el martillo de Thor y asume sus poderes, su maltrecho cuerpo se debilita un poco más y la enfermedad progresa, de manera que al término de su misión está aún más débil, aún más enferma, un paso más cerca del sepulcro.

Pero eso no le va a impedir seguir luchando para proteger la Tierra, a la humanidad, y a los aesir, divididos entre el rechazo a su condición de intrusa, usurpadora del arma más temible del arsenal de los dioses, y el franco y abierto odio machista.

Aunque empeñe la vida en el proceso.

Juro por Dios que llevaba años sin emocionarme con un cómic de chiflados en mallas. 

Hasta que una simple «s» cambió el pronombre de una inscripción en el indestructible metal uru y una mano femenina alzó el Mjolnir.
Me habría gustado leer esta historia hace veinte años. Hace treinta.

Pero no era el momento.

Ahora es el momento.

Y ha valido la pena la espera.
No soy un pánfilo. ¡Claro que ponerle vagina a Thor fue una vil maniobra de marketing de Marvel para incrementar las ventas de cómics!  ¡Por supuesto que las intenciones de esa multimillonaria corporación maligna, vendedora de chicle mental, fundada por hombres blancos y heteropatriarcales y dominada, todavía hoy en día, por hombres blancos y heteropatriarcales no podían ser más materialistas!

Pero me la sudan sus intenciones. Su codicia y cinismo me ha permitido descubrir a un Thor nuevo. Uno capaz de arrancarme unas lagrimitas. Ojalá en Marvel se equivoquen así muchas más veces.

Y a tenor de esto no dejo de preguntarme cuántas veces más planean en Marvel resucitar a Jean Grey. Y matarla. Y resucitarla. Y matarla otra vez. Y volver a resucitarla. Y matarla y revivirla una y otra vez. O a la tía May, ya puestos. O de cuántos colores diferentes se va a poner Hulk. O cuántas veces más se va a cancelar la boda entre Ben Grimm y Alicia Masters (que en la peli de Jessica Alba era interpretada ¡por una negra!, ¡aaaaaaaaaah!), cuántas veces va a recuperar el Profesor X el uso de las piernas, para perderlo a continuación, o vamos a descubrir que el Spiderman que llevamos veinte años leyendo, en realidad no es Peter Parker, o sí, o yo qué se; te juro que ya no entiendo nada.
Tampoco dejo de preguntarme cuántas veces más van a contarme el origen de Batman los de DC Cómics. Que yo en tres años vi dos reinicios de la historia, a cual más cabreante, y cuatro Robins diferentes, uno de ellos chica. O cambiarle los poderes a Supermán. O reescribir la biografía de Wonder Woman. O aniquilar todos los multiversos para poder empezar de cero y acabar recreándolos de nuevo con la mierda de imprudentes saltos adelante y atrás en el tiempo de Flash o Booster Gold.
Y no dejo de preguntarme por qué, en vez de seguir abriendo la industria a voces nuevas, a sensibilidades diferentes, que tengan historias frescas que contar, perspectivas inéditas que ofrecer a la industria del cómic, del cine, de los videojuegos, al submundo de la Ciencia-ficción y la fantasía, la gente que toma las decisiones en esos ámbitos no solo está más que dispuesta a seguir vendiéndonos una y otra vez la misma burra vieja y mal follada, sino que sobran también las personas dispuestas a exigir sangre si les ofrecen otra cosa.
«¿Una Ms. Marvel musulmana? ¡Me quiero moriiiiiiiiiiiiiir!»
Hay gente en el mundillo de la cultura a quienes ofende el hedor de las flatulencias ajenas y que reivindican su derecho a oler solo sus propios pedos, aunque sean de esos que te desgarran el ano y te expulsan del sofá a velocidad varias veces supersónica.
Las fabes es lo que tienen.
Y lo peor de todo es que no se puede debatir con esta gente. No puedes debatir con alguien que carece de argumentos, que solo tiene convicciones, que no razona, que solo siente, que «está convencido» de que hay una infiltración liberal en su querido cortijo particular («liberal» es el término anglosajón para «comunista sodomita transexual abortista moro-negro masón adorador del diablo») y que «siente» que es su deber impedirlo al precio que sea. Haciendo miserable la vida de los creadores de cultura que no piensan como él, preferiblemente.

Con su pan se lo coman.

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